Las FFAA argentinas están disueltas ya, materialmente hablando. Pero no se han disuelto organizativamente, y esa es la auténtica sangría económica, más que mentener en condiciones operativas lo poco que tienen. Se conserva una estructura de brigadas aéras y divisiones de infantería sin medios pero con las plantillas plenas y las bases y cuarteles abiertos. Ese ejercicio de falta de franqueza es la sangría inconetenible: gastos en sueldos de oficiales y generales que no hacen nada, y en cuarteles que no albergan nada. ¿Cómo es posible que tengan 4 divisiones, con 11 brigadas, cuando con las plantillas que se emplean en la OTAN sus medios no darían para más de cuatro brigadas (una acorazada, una mecanizada y una ligera/aerotransportada y otra de montaña)?
Antes de ese periodo de ensueño en el que en cuatro años hubo cinco presidentes (Menem, De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde y el Pingüino) tuvo que haberse impuesto un plan brutal de reducción de medios, y brigadas, y quedarse con algo mínimo, relativamente actualizado, y modernizable. En el EA, la familia TAM, los CITER, los GDF y poco más. En la ARA, las diez MEKO, los dos TR-1700, los Agusta Sea King, los SuE y el Patagonia. En la FAA, los recién comprados A-4Ar, los C-130 y los Pampa. Y ya. Es decir, todo lo que se adquirió a partir de 1980. El resto, fuera. Había mucho en condiciones aún válidas, que se podían vender o a precio aceptable, o por cuatro duros a otros países, y hacer caja: M113, SK-105, AML-90, grenadiers, la familia AMX-13, los Mirage III/5, las A-69... Si hubiesen hecho limpieza podrían haber modernizado ese pequeño núcleo remanente y tener algo creíble. Mínimo, pero creíble. Prefirieron quedarse con todo sin poner un duro en su actualización, y claro, al final tienen lo que tienen. Unas FFAA que sólo existen sobre el papel, con un organigrama monstruoso, y como museo o parque temático de las dos últimas décadas de la Guerra Fría.









