Piratería: Operaciones Militares y de Seguridad
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Claras, maestro, mandar el escuadrón de caza del F-18 de Canarias a saco y bombardear Mauritania entera.
Salvar a los cooperantes no se si lo haríamos, pero a Expal le proporcionaríamos algún dinerillo.
!Pués utilizr la vía diplomática con el gobierno mauritano!, no hay otra.
Un cordial saludo y felices días
Salvar a los cooperantes no se si lo haríamos, pero a Expal le proporcionaríamos algún dinerillo.
!Pués utilizr la vía diplomática con el gobierno mauritano!, no hay otra.
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simplemente, hola
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- Capitán
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Los piratas somalíes se pasan a los coches coreanos
¿No queríais más noticias de Hyundai/Kia? Pues ahí va una fresquita. El carguero Asian Glory, que partió desde Ulsan (Corea del Sur) con destino a Arabia Saudí, ha sido secuestrado por piratas somalíes a 620 millas de la costa del país africano. Los 25 tripulantes están retenidos para presionar al armador.
Desde Hyundai han pedido el regreso de todos los marinos, pero también se lo han tomado con humor al afirmar “hasta los piratas parecen pasarse a Hyundai” (sic). El marrón no es para Hyundai, que no perderá dinero, ya que estos traslados están asegurados y el problema es ahora de otra empresa.
Dentro de las tripas del barco hay 2.405 coches de los cuales 2.388 son de marca Hyundai y Kia. El suceso ocurrió el 1 de enero pero nos hemos enterado ahora. Este barco se suma a la triste lista de 12 naves retenidas por los corsarios africanos. Esperemos que esta historia tenga un final feliz.
jejeje salvo por los rehenes creeria que los piratas se van a montar su propio dakar patrocinado por hyundai
¿No queríais más noticias de Hyundai/Kia? Pues ahí va una fresquita. El carguero Asian Glory, que partió desde Ulsan (Corea del Sur) con destino a Arabia Saudí, ha sido secuestrado por piratas somalíes a 620 millas de la costa del país africano. Los 25 tripulantes están retenidos para presionar al armador.
Desde Hyundai han pedido el regreso de todos los marinos, pero también se lo han tomado con humor al afirmar “hasta los piratas parecen pasarse a Hyundai” (sic). El marrón no es para Hyundai, que no perderá dinero, ya que estos traslados están asegurados y el problema es ahora de otra empresa.
Dentro de las tripas del barco hay 2.405 coches de los cuales 2.388 son de marca Hyundai y Kia. El suceso ocurrió el 1 de enero pero nos hemos enterado ahora. Este barco se suma a la triste lista de 12 naves retenidas por los corsarios africanos. Esperemos que esta historia tenga un final feliz.
jejeje salvo por los rehenes creeria que los piratas se van a montar su propio dakar patrocinado por hyundai
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- Cabo Primero
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- Cabo Primero
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Carlos, Carlos, Carlos, ya te lo he explicado “seven” veces. Yo se que te enteras, lo que pasas que te haces el sordo y el “buenista”. Te lo resumo, ya ves soy paciente:
1º Les enviamos a Moratinos. No funciona.
2º Le pedimos a Sarkozy que nos ayude. Dice que no, que está cansado de sacarnos las habichuelas del fuego. Que no hay silla, que nos apañemos como podamos. Que si nos ayuda le tenemos que dar Gerona para unirlo al Rosellón.
3º Le volvemos a enviar a Moratinos, pero esta vez con la Vogue. Nada, que no hay manera, y mira que esta última intimida.
4º ZP hace un llamamiento a la “Alianza de Civilizaciones”, pero esta vez en plan amenazante. Con la ceja bien fruncida. Nada, que no hay manera.
5º Aplicamos el 51 de la carta de las Naciones Unidas. Pumba zambombazo. Les explosionamos los huevos y les reventamos el cráneo (gracias por recordarmelo).
Yo se que a ti te gustaría, que el 5º sea Moratinos, y el 6º y el 7º y el 8º y así hasta mañana.
Saludos.
1º Les enviamos a Moratinos. No funciona.
2º Le pedimos a Sarkozy que nos ayude. Dice que no, que está cansado de sacarnos las habichuelas del fuego. Que no hay silla, que nos apañemos como podamos. Que si nos ayuda le tenemos que dar Gerona para unirlo al Rosellón.
3º Le volvemos a enviar a Moratinos, pero esta vez con la Vogue. Nada, que no hay manera, y mira que esta última intimida.
4º ZP hace un llamamiento a la “Alianza de Civilizaciones”, pero esta vez en plan amenazante. Con la ceja bien fruncida. Nada, que no hay manera.
5º Aplicamos el 51 de la carta de las Naciones Unidas. Pumba zambombazo. Les explosionamos los huevos y les reventamos el cráneo (gracias por recordarmelo).
Yo se que a ti te gustaría, que el 5º sea Moratinos, y el 6º y el 7º y el 8º y así hasta mañana.
Saludos.
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- Cabo Primero
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Se hablaba de un cargero coreano, con lo cual no entiendo que leche pintamos allí pero nada,,,,
A mi Moratinos me importa lo mismo que a una foca el horario de la renfe, pero bueno...
Y nada, que 8 años que los yanquis llevan en Afganistán perdiendo vidas y dinero a mandalva parecen no haber enseñado nada.
Mandemos los escuadrones de f-18, sí, a cargarnos a inocentes,sí y entonces estaremos llenos de espíritu y orgullosos de ser españoles y cono no y antes que nada, buenos patriotas
saludos
A mi Moratinos me importa lo mismo que a una foca el horario de la renfe, pero bueno...
Y nada, que 8 años que los yanquis llevan en Afganistán perdiendo vidas y dinero a mandalva parecen no haber enseñado nada.
Mandemos los escuadrones de f-18, sí, a cargarnos a inocentes,sí y entonces estaremos llenos de espíritu y orgullosos de ser españoles y cono no y antes que nada, buenos patriotas
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- Cabo Primero
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Patente de corso, por Arturo Pérez-Reverte
EL SÍNDROME DEL CORONEL TAPIOCA
Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea. Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete. Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica. No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse.
Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.
Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá –de sirios y troyanos, oí decir el otro día–. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.
Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí –imagínense cómo se agobian éstas– y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver. Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro. Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.
Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet. Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas. Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.
EL SÍNDROME DEL CORONEL TAPIOCA
Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea. Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete. Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica. No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse.
Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.
Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá –de sirios y troyanos, oí decir el otro día–. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.
Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí –imagínense cómo se agobian éstas– y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver. Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro. Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.
Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet. Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas. Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.
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Pues creo que Perez Reverte, que a mi personalemente me entretiene como escritor, y me parece un cretino como articulista, acierta en el diagnóstico y en identificar las falsas soluciones, efectivamente hay mucho imbécil por el mundo que se cree el mito del buen salvaje y mucho bobo que invoca la diplomacia y no se que rollo del derecho internacional, pero o no da soluciones, o no las quiere dar por que no es tan fiero el león como se pinta y el miedo al que dirán.
Alli no hay que invocar derechos que de absurdos no tienen nada, alli hay que defender los nuestros, a sangre y fuego. Preferiblemente, sangre ajena y fuego propio. Evidentemente, si es factible.
Y dado que para este señor la vida vale menos que un paquete de tabaco en esos lugares, imagino que no se opondría a una expedición de castigo llegado el caso. Si para ellos vale eso nuestra vida, no veo porque ha de valer para mi más la de ellos.
Saludos.
Alli no hay que invocar derechos que de absurdos no tienen nada, alli hay que defender los nuestros, a sangre y fuego. Preferiblemente, sangre ajena y fuego propio. Evidentemente, si es factible.
Y dado que para este señor la vida vale menos que un paquete de tabaco en esos lugares, imagino que no se opondría a una expedición de castigo llegado el caso. Si para ellos vale eso nuestra vida, no veo porque ha de valer para mi más la de ellos.
Saludos.
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¡Sois todos un puñado de socialistas!. (Von Mises)
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