Un soldado de cuatro siglos

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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

El Almirante Cereceda quedó mirando las cruces en donde habían ardido los mártires y en voz baja me dijo
– Teníais razón Don Francisco – y con una mirada cargada de resolución que ya le había empezado a conocer agregó - esos salvajes sólo entenderán la paz que le impongan nuestros aceros.

Nos convocó a una reunión esa misma tarde. No se habló mucho, fue muy breve, apenas para dar órdenes y distribuir tareas: Don Nuño iría al archipiélago Goto a rescatar a los kirishitan de esas islas, Urquijo atacaría los puertos y la navegación del enemigo, Cereceda mismo marcharía contra la isla de Shimoshima y yo quedaría encargado de la defensa de San Lucas.

A los pocos días, nuestros marinos salieron hacia sus destinos. En Minami Arima, Ito Ishikawa cumplió su promesa y en poco menos de un mes había construido no una sino dos balandras, y tenía en construcción otras dos. Las balandras fueron bautizadas por el Páter Gabriel como Mártir Santiago Miki y Mártir Francisco Arima. A todo trapo se desenvolvían estupendamente, eran ágiles, orzaban bien, y para su desplazamiento, iban bien armadas con cuatro piezas de bronce de a 4 y además de cuatro falconetes de retrocarga de a 1. Ishikawa, habiendo oído lo que la vela balón hacía con los bergantines, estaba decidido a ponerles esa vela y estaba experimentando en un hacchoro con la ayuda de Matteo y Luigi, dos marineros italianos de mucho ingenio, uno ligur y otro napolitano, varios españoles, tanto levantinos como andaluces y algunos pescadores japoneses.

Para la inmediata defensa del asentamiento habían quedado el galeón ex-holandés Mártir Nicolás de Pieck, ahora con arboladura renovada, luciendo tres velas en los palos mayor y trinquete, aunque conservaba la anticuada sobrecebadera en el bauprés, como un recuerdo de un pasado que se resistía a irse. La artillería también había sido remozada, y las cubiertas reforzadas ahora soportaban los cañones de bronce de a 18 y de a 12, sin dudas, era el mejor barco de San Lucas. El capitán Ezcurra cedió el mando de la zabra al piloto Juan Arbaiza. A él se le concedió el mando tanto del galeón como del escuadrón, que quedó conformado por la zabra San Esteban y la última fluyt capturada que fue bautizada como Mártir Diego Kisai y fue artillada con piezas de a 12. Además, las seis lorchas —armadas con cañones de a 6— completaban su mando.

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Mis tareas en tierra continuaban, no sólo debía seguir reforzado las defensas y entrenando a sus defensores, también debía prevenir al aluvión de refugiados que debía esperar. Y lo primero que debía hacer era preparar almacenes y llenarlos de arroz. ¡Estamos hablando de cien mil kirishitan solo en Kyushu! Ya los primeros barcos llenos de cristianos habían partido hacia las Filipinas, con escolta, pues debían pasar cerca del nido de Piratas que era Okinawa y demás islas Ryukyu, el viaje redondo tomaba más de dos meses, aunque al menos, en la vuelta, los galeones traían no sólo comida, sino pólvora y lingotes de plomo. Ahora, todas las santabárbaras de San Lucas Evangelista rebosaban de buena pólvora española. Además nuestros herreros eran artesanos habilidosos. No solo no tuvieron problemas en adaptar llaves de chispa a los arcabuces, sino que se las ingeniaron para copiar las mismas llaves. Y los carpinteros que no estaban trabajando con Ishikawa, se afanaban colocando culatas completas a las armas reformadas.

Fadrique se había reunido con Pablo Segoviano, el otro espingardero de buen ojo y con fruición vieron los veinte mosquetes rayados que el maestro Miruela había hecho y que yo había pagado salir de sus cajas de embalaje. Si bien eran lentos de cargar con balas redondas, cuando se usaban las troncocónicas podían disparar cada 15 o 20 segundos, y con estas armas, acertarle a un conejo a 200 metros era no sólo factible, sino que con un tirador entrenado, era algo habitual. Los dos espingarderos pensaban que un grupo de tiradores duchos podían hacer mucho daño al enemigo. Así me lo plantearon y yo les dije que tenían razón, pero harían incluso más daño si había un ojo experto que señalase que blanco era más prioritario o de más valor.

Estábamos conversando esto en el tenshu cuando pasó frente al castillo el hacchoro de Ishikawa, al que le había puesto un alto palo y un bauprés, con el que una improvisada vela globosa se hinchaba con el viento.
- Mirad, tío! – dijo Isabel con una sonrisa – Ishikawa San quiere que sus botes sean tan rapidos como el Derna.
- Que dices, mujer – bromeó Fadrique – si larga más trapo, va a volcar al bote.
- No, Fadrique. ¡Mira! Ahí hay cuatro marineros que están bajando una tablazón por la borda, de tal suerte que se convierta en la quilla que dará la estabilidad que un bote de fondo plano no tiene.
- Kaze no Tsubasa – dijo Marina con su discresión habitual, pero con una sonrisa tan amable como una caricia.
- ¿Qué habéis dicho, hermana?
- Las alas del viento, tío –tradujo Isabel.
- Kaze no Tsubasa – repetí. Ojalá esas alas nos lleven a buen destino.
- Jai, tío. Minami Arima cada vez es más fuerte. Matsudaira no podrá derrotarnos y los cristianos podremos vivir nuestra fe.
- Dios te oiga, hijita, Dios te oiga.


Ezcurra demostró ser un capitán competente y puso a navegar a sus buques en formación ni bien recibió el mando del galeón y enarboló su insignia azul en el Mártir Nicolás. La tripulación era una auténtica torre de babel, pues había sido hecha con marineros cedidos por los buques de Cereceda y Urquijo, sin embargo, sus contramaestres no tuvieron problemas en hacerlos funcionar como un equipo, porque eran hombres curtidos. Las lorchas no ceñían tan bien como una zabra, pero eran sorprendentemente buenas para seguir la sinuosa costa japonesa, incluso podían entrar al agotado Minamigawa sin embarrancar, y sus patrones y tripulantes, tanto lusos como chinos, eran marinos mañosos, y los artilleros sabían aprovechar bien sus cañones de bronce de a 6.

Con la seguridad que daban las lorchas, los pescadores kirishitan, ahora faenando en el mar de Ariake, se habían enterado que en el recogido puerto de Yatsushiro, se habían concentrado las levas de los feudos de Sadowara y Takanabe; una considerable flota de los puertos de Funai, perteneciente al clan Otomo y muchos barcos de los piratas wako dependientes del clan Shimazu, se encargarían de transportar estos refuerzos para el ejercito sitiador.

Sin embargo, nuestra protección y vigilancia no pudo evitar una tragedia. El último de mayo por la tarde, el hacchoro de Ishikawa San salió a probar su vela por la tarde, se hizo de noche y no regresaron. Al día siguiente, los paganos dejaron el hacchoro a la vista del puerto. Una visión macrabra. Los hijos de puta habían lastrado al bote, al cual seguramente se le había partido el mástil, y habían empalado al maestro carpintero y toda su tripulación. Lo habían hecho con cuidada premeditación, pues la mayoría aún no había muerto cuando fueron traídos a nuestra costa. Con delicadeza y rapidez, a los agonizantes les inyecté una liberadora dosis de morfina. Y todos murieron de una hemorragia masiva cuando les retiraron el madero que los atravesava. ¡Malditos! ¡Mil veces malditos!

De inmediato ordené a las balandras salir a la búsqueda de Urquijo. El día 5 bombardearemos los puertos que le dan de comer al ejército Tokugawa y ya veremos cuánto aguantan con la tripa vacía. El escuadrón de Ezcurra se bastará para atacar al este. La indignación y rabia entre los nuestros era enorme: Los marineros italianos, andaluces levantinos, gallegos, cántabros, vascos, lusitanos y tagalos, nuestros kirishitan, los tlaxcaltecas, los voluntarios de Macao y Goa y los duros mosqueteros españoles ardían por vengar a los últimos mártires. Cada uno de nuestros barcos, embarcaba un grueso contingente de infantes como guarnición.

Nos hicimos a la mar en la madrugada, enarbolando la bandera negra con la cruz amarilla en lugar de los palos de Borgoña. La guerra sería a muerte y sin cuartel. Embarqué con Ezcurra en el Mártir Nicolás y pude ver que su variopinta tripulación funcionaba como un hombre. Así se lo hice notar a su capitán.
- Albricias, Don Lázaro. Habeis entrenado bien a vuestros hombres.
- Son marineros que han visto mucho mar, Don Francisco. Algunos han probado la sal de la mar junto con la leche de sus madres.
- No habéis tenido problemas con las lenguas?
- No, la lengua no representa una barrera, todos conocen las órdenes en castellano, valenciá o ligur, y mal que bien, todos los que han navegado en el Mediterráneo entienden sabir –me explicaba Ezcurra- Ved ahí, nuestros nostromos, uno es de Denia, el otro es de Palermo y el último de Bastia, pero los tres comparten un pasado común, pues son arráeces, duchos en la pesca del atún. Y sus chicotes, hacen entrar en razón rápidamente a cualquier atontado.
- Además todos obedecen al mismo rey.
- Y todos rezamos al mismo Dios –sentenció el capitán del galeón – aquí la mayoría, sino todos, hemos sido traídos por nuestra fe.

La travesía sería corta, pues Minamishimabara estaba a menos de cuatro horas de San Lucas, pero desde las cofas el grito de “mástiles a estribor” nos hizo mirar hacia el mar y no hacia la costa: La flota de Funai y Satsuma estaba cruzando el Mar de Ariake. Ezcurra mandó a izar las órdenes al palo mayor, y las lorchas se separaron virando hacia el enemigo.
- ¡Nostromo! Aprestad a vuestros hombres. Preparaos para la batalla. Artilleros, disparad bolaños como si no hubiese mañana.
- Don Lázaro, ¿no utilizaréis proyectiles de segmento?
- No, Don Francisco. Esos los reservo para los herejes. Con bolaños a los paganos ya los hemos descalabrado más de una vez. ¿Vos conocéis cómo se pesca el atún?
- No, no.
- En el Mediterráneo los pescan con unas jaulas de redes que llamamos al almadrabas, que son parecidas si no idénticas a las tonnare de Sicilia. Veis las lorchas?
- Sí, Don Lázaro.
- Hemos practicado en la mar cómo proteger los juncos cristianos y cómo mantener a raya a los enemigos. Es como ser mastines protegiendo ovejas. Pero ahora las lorchas serán las almadrabas.
- ¿Y? No os comprendo, capitán – seguía sin entender.
- Las almadrabas conducen a sus presas hasta una jaula especial donde los arponeros esperan, la cámara de la muerte.
- Y vos seréis el arponero – dije asintiendo con la cabeza.
- Entendeis rápido, Don Francisco.

Las lorchas, mucho más ágiles que los sengokobunes y sekibunes atiborrados de samurái y ashagiri, rodearon al enemigo con facilidad. Los bajeles wokou arteramente giraron en redondo y abandonaron a su suerte a los barcos de Funai, los cuales, desesperadamente intentaron ganar la costa, que era exactamente lo que Ezcurra esperaba. En un silencio, solo roto por el batir de los tambores y las órdenes repetidas de boca en boca, el Mártir Nicolás, la San Esteban y el Mártir Diego Kisei se interpusieron entre Minamishimabara y la flota enemiga y comenzó el cañoneo.

En Sicilia, se llama mattanza al momento culminante de la pesca, los pescadores arponean a los atunes con sus fiocine de tres puntas, y el nombre estaba bien puesto. Los bolaños de a 18 y de a 12 se cebaron en los buques japoneses que no estaban diseñados para resistir este tipo de combate, y rápidamente se comenzaron a hundir. Desde atrás las lorchas presionaban y el fuego vivo de sus piezas de a 6 no solo destrozaba bordas, sino que hacía que el pánico cundiese, pues no tenían forma de responder el fuego. Era pescar en un barril.

Y no solo hubo barcos enemigos en la mar, en los puertos de Nagamuta, Nada, Funatsu, Uwatanaka y Kitari, decenas y decenas de godairikisen, tarukaisen e higakikaisen se arracimaban desembarcando provisiones para el ejército de Matsudaira. Pero después de cinco horas de un cañoneo inclemente, no quedaba barco enemigo a flote, y aunque los samurái se debían haber ahogado bajo el peso de sus corazas, aún quedaban cientos de naúfragos en el agua. Pero nadie los pensaba rescatar. Los contramaestres pasearon por las cubiertas repartiendo picas de mar, recias moharras de sección cuadrangular encubadas en astas cortas, y Tomasso el nostromo siciliano repetía cada vez que entregaba una “Cu’ sfiora li nostri frati, ferisci la nostra ànima”.

Andrea, el recio rais de Bastia y tercer nostromo del Mártir Nicolás, lentamente sacó de su envoltura de tela encerada a un fiocine y mientras se subían a los botes, lo mostró a todos y soltó una frase que en el áspero dialecto de su isla que era capaz de desollar: “A misericordia ùn hè per tutti”. Y no lo fue, de hecho, no la hubo. La tradición de Kyushu recuerda que en el combate de Minamishimabara no quedó un japonés vivo.


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Domper
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Mensaje por Domper »

Tenía el tema un poco abandonado, así que ¡Regreso al futuro!


Entreacto tercero, primera escena
La Iglesia del Resurgir


La Iglesia es una institución divina, pero está formada por humanos, que no fueron ajenos a los cambios que estaba experimentando España.

Los autores modernos de la «Escuela crítica», como Pablo Presto Baya o Ruperto Arribas Baquero, han descrito el Resurgir como «el triunfo del clericalismo», arguyendo que el éxito de los modernistas se debió a su asociación con los sectores más intransigentes de la Iglesia. Apoyaban sus informaciones en argumentos peregrinos, como el papel de la religión en los conflictos de la época, especialmente en la Gran Guerra, la de Salé, o de la Santa Alianza. Asimismo, señalaban el exclusivismo del catolicismo en España, que prohibía en territorios hispánicos de cualquier religión que no fuera la católica. Esa interpretación ha quedado completamente desacreditada por la mayoría de los historiadores, destacando la obra «Tiempos que fueron», de los hermanos Don Olaf y Doña Judit Guillén Tusquets. Los dos hermanos indican el enorme papel de la religión en la sociedad de la época, la intransigencia que dominaba Europa, y cómo durante el Resurgir se estaban dando los primeros pasos que llevaron a que en la reforma de 1704 de Ley Fundamental Hispánica proclamara en su Artículo 16 la libertad de religión.

Sin embargo, durante el Resurgir se estaba muy lejos de tal libertad, ya que las guerras de la época enraizaban en los conflictos religiosos iniciados en la Baja Edad Media y que culminaron en la revuelta protestante (la llamara «reforma») de principios del siglo XVI. La reforma fue el desencadenante de las grandes guerras que ensangrentaron Europa durante un siglo, y que finalizaron con el triunfo católico gracias a la intervención de los modernistas. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que España se había formado en una larguísima guerra de religión, la Reconquista, ya que, independientemente de la tesis de Don Íñigo Videla Olagüe, el trasfondo de las guerras de la Reconquista estuvo en la invasión islámica de España, entendiendo como tal no tanto la llegada de oleadas invasoras (una constante en la historia de la Península) sino a la justificación que el islam daba a la guerra religiosa.

Sin embargo, el final de la Reconquista no dejó una España ideológicamente uniforme. Considerando tan uniformidad deseable para la tranquilidad de sus estados, los reyes se esforzaron por conseguirla. Son destacables la expulsión de los hebreos de 1492, la represión de los protestantes, y la expulsión de los moriscos realizada entre 1609 y 1613. La escuela crítica se apoya en estas medidas para justificar sus tesis. Sin embargo, olvida que la prolongada lucha contra los musulmanes (continuada durante los dos siglos siguientes en el Mediterráneo, el Norte de África y en Extremo Oriente) había forjado el alma española. Un ejemplo de tal espíritu lo señala el historiador hispanoirlandés Don Enrique Fricelle Kamen, al mostrar como en España ninguna herejía consiguió éxito a nivel popular. Mientras que la herejía protestante tuvo gran implantación en toda Europa, en España solo había conseguido atraer a pequeños círculos de ilustrados. Incluso la desviación más exitosa, el iluminismo, podía considerarse como una visión extremada del misticismo imperante; aun así, tampoco salió de esos pequeños círculos.

Por otra parte, otros estados europeos estaban intentando conseguir esa uniformidad religiosa mediante el poder militar. Durante el siglo XVI se había impuesto el principio «Cuius regio, eius religió» (a tal rey, tal religión) que implicó la imposición forzosa de la herejía protestante. No debe olvidarse que los príncipes formaban parte de esa minoría ilustrada proclive a las ideas desviadas. Contrariamente a las tesis críticas, fueron los rebeldes los que iniciaron la represión contra los católicos, primero mediante expulsiones y confiscaciones de bienes, posteriormente con la violencia. La delicada situación del Sacro Imperio, enfrentado a franceses y turcos, llevó a que se toleraran tales imposiciones. Justo lo que precisaron los rebeldes (especialmente, los de la extremista secta calvinista) para imponerse en sus territorios. Un ejemplo fue lo ocurrido en Holanda, donde los protestantes eran minoría: el censo de 1650, realizado tras la victoria española, muestra que incluso en las provincias más radicales los católicos seguían siendo mayoría; aunque se han cuestionado sus resultados, ya que tras la victoria muchos preferirían declararse católicos, hay sobrados testimonios de como los pobladores locales recibieron con alborozo a los ejércitos hispanos, recuperando la devoción de sus padres o abuelos. Con viene recordar, además, que esa radicalización era casi exclusivamente anticatólica, de tal manera que los hebreos tenían más derechos que los católicos.

Las naciones católicas reaccionaron. Francia, que había protagonizado algunas de las peores persecuciones contra los discrepantes, como la cruzada albigense, se vio inmersa en repetidas crisis civiles. La guerra civil acabó con el triunfo del hugonote (calvinista) Enrique IV de Borbón, pero solo lo logró mediante la conversión al catolicismo. Los protestantes franceses consiguieron protección temporal, hasta que el rey Luis XIV (nieto de Enrique IV) los proscribió. En el Imperio, la difícil convivencia entre católicos y protestantes desencadenó la Gran Guerra. En el Imperio Otomano, supuestamente tolerante con otras religiones, solo era bajo el principio de absoluta superioridad de la islámica, hasta tal punto que el proselitismo se castigaba con la última pena. Un hebreo, un luterano o un católico podía seguir siéndolo en territorio turco, siempre que admitiera el total sometimiento, tanto civil como religioso (aunque algunos cristianos ocuparon puestos en la administración otomana, solo podían llegar a los más encumbrados tras la conversión) y pagara impuestos que podían ser tan duros como la devsirme, la obligación de entregar niños para que fueran educados como soldados esclavos (los jenízaros).

Las exitosas campañas militares del Resurgir forzaron a abrir el férreo cerrojo que en España había respecto a otras religiones. La conquista de Egipto y la guerra de Salé hicieron que se incorporaran al imperio español territorios en los que vivían centenares de miles de musulmanes; es más, no fueron pocos los que habían luchado en el bando español. En ambas provincias se toleró el islam, aunque en segundo plano respecto al catolicismo. Lo mismo ocurrió en Flandes: la paz de Utrecht garantizaba a los rebeldes poder mantener el culto religioso herético, aunque, igual que en Egipto, sometido a la primacía católica.

Otra brecha se había abierto cuando en 1632 el marqués del Puerto consiguió el permiso real para restaurar la judería de Valencia. Poco después, los hebreos del recién conquistado Egipto consiguieron mayores derechos que los musulmanes (aunque no que los cristianos coptos). La participación de los hebreos en el bando español durante la guerra de Salé llevó a que se tolerara el regreso de los judíos sefardíes; tímidamente al principio, pero en 1680 eran ya decenas de miles los que se establecían en España. El resultado fue que la nación que al principio del Resurgir era más homogénea en cuestiones religiosas, al finalizar el periodo se estaba abriendo a los antiguos marginados. Desde el punto de vista actual, protestantes, hebreos o musulmanes estaban severamente oprimidos, pero su situación legal era bastante mejor a la que en otras partes del mundo recibían las minorías religiosas.

La transformación de la Iglesia del Resurgir debe verse en ese contexto. Ya la había iniciado antes del periodo que se estudia: aunque la llamada «Contrarreforma» pasara desapercibida tras el terremoto que supuso la reforma protestante, la Iglesia salida del Concilio de Trento en poco se parecía a la medieval: en Trento no solo se habían debatido cuestiones dogmáticas, sino que se habían reformado los aspectos más viciosos para conseguir que el clero fuera moral.

Uno de los aciertos de Llopis y sus compañeros fue su asociación sin reservas con la Iglesia. Aunque pudieran criticarla en cuestiones concretas, demostraron ser fervientes creyentes, hicieron enormes donaciones, y emprendieron campañas militares contra los enemigos de la Cristiandad. Fuera por devoción o por interés, consiguieron para sus reformas el apoyo de grandes sectores del clero. En esta asociación fue clave el arzobispo de Santiago, Don Antonio de Monroy, que llegó a superior de la Orden de Predicadores. Monroy fundó seminarios reformados con la divisa «Lauda Deum scientes Opus suum» (alaba a Dios conociendo su Obra), en los que se enseñaba a los novicios que el mensaje evangélico se difundía no solo con rezos, sino con estudio y labor pastoral. El pastor debía guiar a la comunidad, formarla y ayudarla.

La consecuencia fue el nuevo papel social de la Iglesia. Siempre lo había tenido, incluso en los tiempos más oscuros de la Alta Edad Media. Aunque hubiera prelados que se regodeasen en el lujo y el vicio, nunca faltaron religiosos que dedicaron su vida a los demás, aunque tuvieran que enfrentarse a sus superiores e incluso llegaran a hacerse sospechosos de herejía. Ejemplo fueron los franciscanos espirituales, desgajados de la Orden Franciscana. En todo caso, la reacción a los protestantes había llevado a que en el mundo católico adquirieran un peso cada vez mayor las órdenes dedicadas a la oración.

Esta tendencia cambió cuando se extendió el ideal de servicio del clero modernista. Pretendían volver al ideal evangélico, pero no de la manera tumultuosa de los herejes luteranos, calvinistas o anabaptistas, sino en el respeto a la tradición y con espíritu de obediencia. Esa fue la diferencia clave entre la reforma protestante, que con el pretexto de los defectos de la Iglesia bajomedieval llevó a que se interpretaran las Escrituras a la conveniencia de cada cual, y la Contrarreforma, que acercó la Religión al pueblo, conservando la Tradición.

Con este nuevo espíritu, hubo diversas órdenes (destacando los franciscanos) que construyeron hospicios y albergues destinados a los menesterosos. Parte de la familia franciscana se dedicó a la atención de los enfermos (auxiliados por órdenes nuevas, como los Padres Paules), mientras que otras ramas se centraron en la educación. Asimismo, al clero secular se le ordenó auxiliar en la instrucción de los niños y, posteriormente, que se convirtiera en servidor de los más necesitados de su grey. Como era de esperar, la respuesta no fue unánime, pero para muchos clérigos su misión ya no fue solo la administración de los sacramentos, sino el cuidado del prójimo, manifestado en las obras de caridad. Surgieron hospitales, orfanatos y asilos de ancianos.

Al mismo tiempo, la iglesia hispana siguió dedicando gran esfuerzo a la expansión de la fe. Cada vez partían más misioneros a evangelizar tierras lejanas, tanto en los territorios de la monarquía como en los hostiles. Fue una misión peligrosa que contó con el apoyo del ejército y de la marina hispanos. Los potentados extranjeros pronto aprendieron que el asesinato de misioneros solía ser seguido de una expedición de castigo. Japón fue el que las sufrió en mayor medida, pero no fueron pocos los sultanes depuestos tras la muerte de religiosos hispanos. De ahí que se haya considerado que esos misioneros eran, en realidad, una herramienta imperial. No puede negarse que la Monarquía los utilizó, pero no por voluntad de los religiosos, que solían ponerse del lado de los desfavorecidos y se enfrentaron muchas veces con las autoridades, fueran o no españolas. Es destacable que esos misioneros no se limitaban a la enseñanza religiosa, sino que su labor, como en España, era en buena parte social. En las misiones solía haber clínicas que atendían a los indígenas, escuelas que iban desde parvularios hasta universidades, y se prestaba asistencia en el aprendizaje de técnicas agrícolas y en la construcción de obras públicas que mejoraran la vida de los pueblos. Hubo también misioneros seglares que colaboraron con los religiosos con sus conocimientos técnicos. No pocas veces las misiones disponían de un destacamento militar para su protección, pues chamanes, imanes, monjes budistas, etcétera, las veían como una amenaza para sus falsas creencias. Sin embargo, ya no se permitían las conversiones forzadas ni que se retuviera a los indígenas. Se pretendía atraerlos mediante el ejemplo y no con la fuerza. Ahora bien, los «indios cristianos» recibían protección frente a los «gentiles» (los amistosos pero que no habían sido bautizados) y más aun frente a los «salvajes», los hostiles, los que se dedicaban a atacar a las tribus más pacíficas. Tal estrategia, casi copia del «divide et impera» romano, pesó para atraer a los indígenas tanto como la labor misionera. Ahora bien, esas primeras conversiones podrían ser más o menos interesadas, pero los descendientes de los conversos se convertían en fieles cristianos.

El nuevo papel social de la Iglesia tuvo varias consecuencias. Una, el respeto social; hasta entonces, aunque no hubiera duda de la religiosidad del clero, no pocos desconfiaban de clérigos que eran considerados vagos y aprovechados; el habla castellana estaba llena de tópicos del tipo de «vivir como un cura». Ahora, profesar ya no sería una manera de asegurarse una vida más o menos muelle, sino de compromiso. Paradójicamente, conllevó el aumento de las vocaciones religiosas. Tras una temporal disminución en el periodo 1650 – 1670, debido al mayor número de oportunidades de la vida civil, la Iglesia ofreció una vida de servicio dentro del ideal evangélico. En las Indias, ese esfuerzo por el prójimo sirvió para aproximar el catolicismo a los emigrantes de origen europeo, no pocos criados en el luteranismo. Para ellos resultaban ofensivos los «papistas», entendiendo como tales a sacerdotes furibundos, prestos a anatemizar, que vivían en la molicie y que convertían su misión en ritos vanos. Por el contrario, el concepto del sacerdote no solo como intermediario ante Dios, sino como pastor de sus fieles, les era mucho más próximo.

Este nuevo sentimiento religioso se hizo de tal peso que, ya en la época de la Transformación, la iglesia española logró que el papa Alejandro VIII convocara en 1689 el Concilio de Bolonia, que completó la labor de reforma (de Contrarreforma) que había iniciado el de Trento.



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Domper
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Mensaje por Domper »


Lorenzo prefería seguir fiel a su máxima de no llamar la atención, pero había veces que era mejor dar un paso adelante. Al volver al barracón vio que un matón había apartado sus cosas, que no eran muchas, que su familia bastante había tenido con poderle vestir. Ya se sabía el cuento: siempre había algún desgraciado que quería hacerse el amo y buscaba alguien con quien hacerse el gallito. Al verle delgaducho pensó que Lorenzo serviría de víctima, sin saber que de subir y bajar los del valle eran todo fibra y músculo; incluso los vagos. En esta situación, si se dejaba avasallar solo conseguiría provocarlo más. Así que se encaró al perdonavidas.

—¿Le molesta que haya apartado sus miserias? —exclamó el bravucón.

Lorenzo hizo como si fuera a responder, pero en lugar de hablar le echó la mano zurda a la cara para hacer la presa que tan bien le había funcionado en tantas peleas. Le metió dos dedos por los agujeros de la nariz, apretó con el pulgar, y con la diestra le soltó al camorrista dos soberbios guantazos. El pobre empezó a sangrar como un cochino; Lorenzo pensó que la lección quedaría mejor aprendida con otros dos bofetones. Luego, le advirtió.

—Tú, haz lo que quieras, pero si tocas cualquier cosa mía, te quedarás sin mano —soltó, mientras enseñaba el brillo del resorte de esa navaja que nunca dejaba—. O tal vez te corte los huevos, o la papada, lo que se me pase por los mismísimos ¿Estamos? Eso sí, si se te ocurre venirme por detrás, te haré un trabajito fino ¿Cuántos dedos tienes? ¿Cinco en cada mano? Suficiente para divertirnos un rato. Y no te preocupes, que cuando se acaben podremos seguir con la polla. Verás como no nos aburrimos.

Tras marcar el territorio, Lorenzo se sentó en su catre. Vio que los demás reclutas le miraban, algunos con cara de asombro, otros, de recelo, e incluso de veneración. Había que cortarlo.

—¡Vosotros, como si estuvierais ciegos! Como llegue una palabra al sargento, descubriréis lo bien que se me da la de siete muelles —advirtió, mientras abría y cerraba la navaja.

La advertencia, en realidad, la dirigía al fanfarrón, para que supiera que no llevaba la navaja solo para cortar chorizos. No en vano había rematado con ella unos cuantos chabalíes, y también la había tenido que enseñar más de una vez en Luchón. Por si acaso, dejó la herramienta a mano, y puso la vara del hatillo de manera que hiciera tropezar a cualquier visitante nocturno. Así pudo dormir como un bendito.

A la mañana siguiente le despertó el toque de corneta. Imaginando lo que haría el alma condenada del sargento, se apresuró en componer un poco su sitio, y fue justo a tiempo, porque al instante entró el malnacido del Timoteo. Entonces descubrió que con los galones venía de añadido una singular combinación de vista y olfato para cualquier desorden. Les mandó ponerse firmes, soltó un par de improperios al primero que pilló —intercambiables por media docena de vueltas al campo a la carrera— y, al ver al de la nariz, le soltó un buen cachete.

—Ya veo que te lo pasaste bien ayer. No te voy a preguntar cómo, porque me importa un pito. Eso sí, escucha atento, que solo te lo diré una vez: si algo me gusta menos que un guapetón, es un guapetón que se deje apiolar. Para que se te quede la lección, te pasas ahora por las letrinas, que allí te darán faena. Y procura que no vuelva a oír hablar de ti, o estarás paleando mierda hasta que los cutos digan misa ¿Qué coñ* esperas? ¡Marcha de una vez! ¡Corre, coñ*, que es pa hoy!

Tras salir zumbando el valentón, el sargento se dirigió al resto—. Ni sé lo que ha pasado ni lo quiero saber, ni tampoco quien ha sido, aunque me lo imagino. Que sea la última vez. Por si acaso, y para que no se os olvide, vamos a correr un poquillo.

El día fue tan extenuante como el anterior; tras la cena llegó el rato libre, y Lorenzo ya había advertido que en la tienda del al lado se oían unos gritos que le sonaban al siete y llevar.



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Archivo General de Simancas

Secretaría del Consejo de Guerra (siglos XV-XVII)

Memorial del Almirante Cereceda a Don Pedro Llopis, Marqués del Puerto


III. Campaña del Marqués de Derna sobre los puertos y navegación del enemigo

Apenas recibió las tareas encargadas, Don Francisco de Lima, Marqués de Campo de Derna con su celo habitual, encontró la forma de preparar en interior de la torre del homenaje del castillo de Hara, silos para el arroz y legumbres que llegaban de China y las Filipinas capaces de alimentar al doble o el triple de la población de San Lucas. No sólo eso, me hizo notar la necesidad de tener un puerto de embarque adicional para no congestionar nuestro asentamiento.

Decidí dejar en Minami Arima a un pequeño escuadrón conformado por el remozado galeón Mártir Nicolás Pieck, la zabra de la compañía del Carmen San Esteban, el filibote Mártir Diego Kisei y las seis lorchas de Macao que Don Nuño de Caires trajo consigo. El mando del galeón y del escuadrón lo detentaría el competente capitán Don Lázaro Ezcurra.

Bajo la dirección de Don Francisco, los carpinteros quirisitanes lograron hacer dos veloces balandras, útiles como avisos entre los diversos escuadrones, pues su velocidad y ligereza los hacían ideales para mantener el enlace entre nuestras fuerzas, tal como lo hizo al enviar a estas balandras al encuentro del Almirante Urquijo para coordinar el bombardeo sobre los puertos y caletas más inmediatos al campamento del ejército pagano.

El dia 5, el escuadrón de Ezcurra se hizo a la mar y logró interceptar un nutrido convoy pagano con los refuerzos de los feudos del sur de Kyushu. Los piratas de Satsuma conocedores de los cañones de la zabra, huyeron cobardemente y frente a Minamisimabara se consiguó una victoria naval completa hundiendo a todos los buques del enemigo. Luego se dedicaron a cañonear los numerosos convoyes que habían buscado refugio en los puertos de Nagamuta, Nada, Funasu, Uguatanaca y Quitari. Ya en la tarde, la San Esteban remontó el curso del rio Amiragagua y cañoneó hasta acabar su munición al extenso campo donde se acumulaban los bastimentos del ejército del enviado del válido del Japón.

El dia 9, el galeón Batavia llevó a los heridos de la batalla de Hondo, que fueron atendidos con presteza en San Lucas. Poco después el galeón Macasar llevó a los primeros quirisitanes rescatados de Tensudo y Saquitsu. Y dos días más tarde, la barca Nta. Sra. Del Consuelo escoltada por los tres navíos bajo mi mando, atracó en Minami Arima con el grueso de los cristianos rescatados en Simosima.




IV. Rescate de los cristianos de las Ínsulas Goto

Don Nuño de Caires fue encargado de recorrer las ínsulas Goto, al este de San Lucas, y rescatar a los quirisitanes que allí se encontraban. Fue la tarea más ardua, pues en ese archipiélago, nuestros hermanos en la fe se encontraban muy dispersos y la situación en las islas era confusa.

Cuarenta años antes, el padre del actual señor de las islas, se mantuvo neutral en la guerra que encumbró a la familia Tokugagua y recién le juró lealtad al válido dos años después de la victoria de Sequigajara, a cambio de seguir manteniendo las posesiones ancestrales, que eran unos modestos 15,000 koku. Sin embargo el daimio Moritoshi Goto, a ojos del válido un “daimio tozama” que no era de su confianza, se mostraba incapaz de controlar las facciones de su propio clan, las cuales ya habían llegado a las armas. Por otro lado, la rivalidad por los derechos de pesca entre diversas aldeas de pescadores de las cinco islas principales también había hecho que se derramase sangre. No solo eso, la prosperidad de los balleneros hacia que la rígida sociedad del Japón se tambalease, pues los balleneros podían llegar a tener tantos bienes como un comerciante, pero sin tener el baldón que estos llevaban encima. Finalmente, los numerosos cristianos de las islas jamás pudieron ser reducidos. Incluso en Fukue, la isla principal, aun quedaban comunidades importantes, y en las islas más al norte, los quirisitanes se ocultaban en aldeas apartadas, e incluso en cuevas en las montañas.

Antes de partir, el Capitán de Caires pasó largas horas conversando con el Marqués de Derna, sus capitanes nipones y los páteres Manuel y Gabriel. También con el hijo del jefe de los balleneros que se sacrificó en el cuarto combate del Castillo de Hara, que aunque natural de las Amacusa, tenía conocidos y familia en las ínsulas Goto. El propósito de Don Francisco era conseguir en Fukue lo que no se pudo conseguir en Simabara: rescatar a los quirisitanes en paz y pagando por su libertad.

El dia de San Felipe Neri, El capitán de Caires, con el San Antonio y el Santo Condestable, cuatro juncos chinos grandes, la polacra Rosa de Santa Maria y seis bagalas zarparon hacia las islas Goto con el viento adverso. En lugar de las chalupas acostumbradas, en las cubiertas de los galeones habían embarcado dos botes balleneros japoneses de brillantes colores.

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En las cercanías del pueblo de Goto, en la isla principal Fukue, echaron al agua los balleneros con esperanza de encontrar pescadores y establecer alguna comunicación. Ellos tal vez pudiesen hacer llegar nuestro mensaje al daimio en el castillo de Egagua. Nuestros balleneros quirisitanes sabían que sus vidas pendían de un hilo en la tarea que se les encomendaba.

Sin embargo el daimio Moritoshi Goto era un hombre prudente, enterado de los fracasos de los ejércitos del válido ante San Lucas, se avino a negociar. En su buen tino, envió a su delegado, que era su propio hijo Moritsugo, a la isla de Hocho, situada algunas millas a las afueras de Goto y lo suficientemente alta como para ocultar los mástiles de nuestros barcos de miradas indiscretas. Se acordó la importante cantidad de 12 hyo de plata por el rescate de la Cristiandad de las ínsulas. El daimio conocía bien la localización de las principales comunidades cristianas, pero teniendo preocupaciones más urgentes, su persecución a la fe verdadera era más bien laxa. Sin embargo, Moritsugo fue claro al referir que en Sincamigoto, Goto Moriquillo, su primo, obraba con independencia insolente pues deseaba que su isla se convirtiese en un feudo aparte, y para congraciarse con el válido, era severo con los quirisitanes de la norteña ínsula de Nacadori, persiguiéndolos con crueldad y arrinconándolos en una península en el extremo más septentrional. Don Nuño hizo la promesa de ayuda militar en caso de amenaza o ataques por parte del válido Tocugagua, si es que se enteraba de esta negociación, pero como hombre avezado en estos lances, el capitán de Caires retuvo a Moritsugo como prenda para asegurar el buen entendimiento con su padre.

El 31 de Mayo, Don Nuño y sus fuerzas al adentrarse en la ría del Surimichi pudieron contemplar la brutalidad de Moriquillo, que acababa de prender fuego a la iglesia de Atosugi con la feligresía adentro, hombres, mujeres, niños y ancianos, luego de crucificar a los jefes de la aldea. Prevenido por Morisugo Goto de las intenciones de su primo de hacer lo mismo con la iglesia de Oso, De Caires desembarcó a la compañía de voluntarios de Goa, la compañía de voluntarios de Macao, una compañía de quirisitanes al mando de alférez Carrillo, otra al mando de Coichi Nisimura, uno de los lugartenientes del Marqués de Derna y los veinte espingarderos de Don Fadrique de Luján, para cortar el paso a los samuráis y asigaris de Moriquillo, que eran cerca de mil hombres. En tanto, sus buques echaron ancla a la vista tanto de Sincamigoto como de Oso.

Con apenas tiempo para formar, las cuatro compañías cristianas esperaron a pie firme al ejército de Tomie, que no esperaba la presencia de nuestras tropas. Moriquillo, sorprendido al tener enfrente a hombres tan atezados como los voluntarios de Goa, se burló de su color antes de dar inicio a la batalla. Las flechas enemigas fueron de escaso valor pues los espingarderos de Luján a más de 300 pasos de distancia comenzaron a disparar con un fuego preciso que ultimó a los principales capitanes de Moriquillo. Cuando sus lanceros se lanzaron al ataque, fueron repelidos por las cerradas descargas de nuestra mosquetería, que ayudados por una brisa lateral, siempre tuvieron al enemigo a la vista, y estos nunca pudieron acercarse para herir a los hombres de nuestra primera línea. Después de varios intentos, los hombres de Tomie recularon, y fue cuando los nuestros avanzaron con los breda al frente.

La línea enemiga se rehízo, pero un breve cañoneo desde las bandas que daban a tierra del San Antonio y del Santo Condestable,desordenó al enemigo y cuando sus lanceros y sus espadas se prepararon nuevamente para recibir con sus armas a nuestros mosqueteros, estos, lejos de lanzarse al asalto con sus estoques, hicieron pausa, apuntaron, dispararon varias veces y antes de que los de Tomie se repusieran, los arrollaron con sus bredas. Al llegar al combate cuerpo a cuerpo, algunos voluntarios indios dejaron sus mosquetes y con la cimitarra y el broquel que llevaban al cinto se enfrentaron a los últimos espadachines del enemigo y los derrotaron. Cuando el heredero del señor de Fukae reconoció la cabeza de Moriquillo, terminó la batalla de Sincamigoto.

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Los días siguientes fueron de intensa y necesaria navegación. Las bagalas con su capacidad de ceñir los vientos más difíciles fueron muy útiles para navegar contra el cierzo que soplaba en las islas del norte y rescatar a los quirisitanes que se ocultaban en las caletas más recónditas, pero pudimos traer del norte a 500 fieles de las comunidades de Nokubi, Funamori, Chuchi, Oomizu, Aosaguara y Casiraga, junto con los casi 100 de Oso. Luego Don Nuño continuó bajando al sur de la misma ínsula de Nakanori, rescató a 500 más de Tainora, Hamacusi, Fukumi, Kiri y Nakanura. Luego, algunas docenas más en tres comunidades de la isla Guacamasu. Mientras más al sur estaban, menos quirisitanes encontraba de Caires, así entre Arifucu, Gorin, Egami y Dozaqui, ya en la insula de Fukae, solo pudo reunir a 300 fieles. En total en casi mes y medio, Don Nuño de Caires rescató a 2000 almas para la Cristiandad, llegando a San Lucas Evangelista en la tercera semana de Junio, justo a tiempo para los nuevos afanes que Don Francisco le reservaba.


La verdad nos hara libres
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