En toda Iberoamérica. Hubo unos breves años en los que Chile, Colombia y Perú (el llamado "Grupo de Lima") constituían pequeñas islas en un océano de castrismo, chavismo y kirchnerismo. Hoy ni eso. En Iberoamérica está la izquierda populista, y luego uno centro-izquierda que no llega a ser derecha (como Macri, por ejemplo, que se negó rotundamente a desmontar el edificio inflado del Estado, con sus miles de funcionarios desocupados, sindicalistas y paniaguados de planes sociales). Es el gran fracaso político de los EEUU tras la caida del Muro de Berlín. Su patio trasero se ha convertido no en el patio trasero de la URSS, que ya no existe, sino de todos los países que por X o Y motivos están enfrentados a EEUU. En 1990 habría sido impensble la presencia china en Iberoamérica. Menos aún la iraní, tan grande en Venezuela, por ejemplo. Hay un Gran Satán en el inconsciente colectivo iberoamericano, que es Occidente, y una desconfianza sistemática hacia la democracia paralementaria y la economía de libre mercado. Que despierten fascinación países tan distintos como Rusia (una oligocracia reaccionaria militarmente expansionista) y China (un régimen socialisa que practica el capitalismo de estado, y que ideológicamente es ultraconservadora) sólo se explica como reacción al odio común por Occidente.
Argentina es algo distinto, porque ellos no dejan de considerarse europeos del otro lado del Atlántico, y parte de Occidente. Allí no fanatsean con naciones indígenas como en Chile, China es vista con desconfianza, y Rusia como algo muy lejano. Pero es tal su resentimiento por la guerra de 1982 (un breve conflicto que, además, liberó al país de la Junta Militar), que se han polarizado en su postura anti-estadounidense y anti-británica. La presencia de Malvinas en el imaginario argentino es agobiante y empalagosa. Curiosamente entre 1833 y 1982 les importó un carajo y no dudaron en convertirse en parte oficiosa del Imperio Británico, principal exportador de alimentos al Reino Unido y su gran cliente militar en el continente. En ese siglo largo las islas no les dolían tanto. Ahora parecen una herida abierta que no cicatriza y que les duele en el alma. Y yo no lo entiendo. Me da la sensación, y no me equivoco, de que hasta 1982 a cualquier argentino le importaban un pimiento esas islas, mientras que a partir de 1982, cuando decididamente la República se empezó a convertir en un estado fallido, parece que son una herida espiritual incurable y que les duele mucho (les duele mucho porque ese dolor los distrae del desgobierno que ellos han elegido como modus vivendi).
Pero, ¿qué podemos esperar de un país cuya población en varias encuestas hace pocos meses dijo que preferían ganar una competición futbolísitca a que se solucionasen la hiperinflación o la deuda externa?