
La Caucana no es un corregimiento cualquiera de Tarazá; durante muchos años ha sido considerada como capital cocalera del Bajo Cauca antioqueño. A ese producto que solo con nombrarlo hace persignar a más de uno, le debe el estigma, pero también ha sido el motor de su economía.
Ahora sucede un fenómeno curioso: lo que no han logrado varios gobiernos, convencer a los campesinos de esa región de abandonar los cultivos de uso ilícito, lo estarían alcanzando el mercado internacional de alucinógenos y los grupos armados asentados allí.
Atrás quedaron por lo pronto los tiempos en que, sin importar si era lunes o domingo, diciembre o Semana Santa, los labriegos subían a vender su pasta de coca y recibían a cambio cantidades de plata suficientes por lo menos para pagar las deudas y devolverse para sus casas con un buen mercado.
Por ahora, el precio no ha variado. Un gramo sigue valiendo 2.800 pesos y se multiplica dependiendo de la productividad de cada quien, de manera que un kilo resulta cotizado en 2.800.000 pesos; el problema es que no hay quién compre y el dinero se volvió escaso.
Ha habido casos en que la transacción es al debe y el pago se demora hasta cinco y seis meses para hacerse efectivo, lo que se vuelve problemático para el eslabón más débil de una economía ilícita, porque como son los narcos y dealers de las grandes ciudades los que acumulan la ganancia, jamás se tiene lo suficiente debajo del colchón y menos en un banco para soportar temporadas de “vacas flacas”.
Lo que les han explicado quienes han fungido como compradores habituales es que en el mercado internacional ha bajado la demanda de coca por la competencia que le están haciendo drogas sintéticas de moda como el fentanilo, de manera que el producto se les ha acumulado. “Tenemos cocaína como un berraco en la frontera y no la hemos podido pasar, no la hemos podido vender porque nos da pérdida”, se les ha escuchado decir a la vez que les explican que como esto es una cadena, si a ellos no les compran, ellos no se van a encartar con la coca y tampoco dejan entrar a nadie más a que compre porque de ninguna forma van a ceder el control territorial que conquistaron a punta de bala.
Los mismos hombres del Clan del Golfo que en el 2018, cuando estaban en boga el plan de sustitución de cultivos ilícitos, prácticamente obligaban a sembrar coca so pena de que quien no quisiera se tenía que ir, son los mismos que hoy día les están insistiendo en que por lo menos no aumenten las sementeras porque “esto ya no es negocio”.
“Ni un palo de coca más”, les han dicho como consejo que al venir del grupo armado hegemónico suena a mandato que se cumple a rajatabla.
La fuente asegura que el 90% de los cocaleros han acatado a su manera la “sugerencia” y se han ideado otras maneras de conseguir el sustento, lo que ha tenido especial repercusión en el aumento de la minería informal.
“Conservan cultivos pequeños, de 15.000 a 20.000 palos, dispersos en corralitos que en total llegan poco más de media hectárea y pueden dar para cien a doscientas arrobas de hoja cada dos meses, que se convierten en ocho a diez libras de coca. Los trabajan en 15 o 20 días y el resto del tiempo se lo dedican a las minas”, añadió.
“Aquí todos dependemos de lo mismo (cultivos de uso ilícito y minería), porque el hecho de que yo no tenga un palo de coca sembrado o no le dé un palazo a la tierra para buscar oro, no quiere decir que no viva de eso”, expresó un comerciante de La Caucana.
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Hay sobre producción de coca en el norte de Antioquia, y el clan del golfo se da el lujo de no comprar.