Un soldado de cuatro siglos

La guerra en el arte y los medios de comunicación. Libros, cine, prensa, música, TV, videos.
Gaspacher
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

Cerco de Peronne

Como cada noche Pedro leía los informes de inteligencia y las comunicaciones del día con calma para ponerse al día y planificar las operaciones de los días siguientes. Una buena noticia que acababa de recibir era que el Rey había aprobado el envío de un nuevo tercio de infantería española hacia Flandes, en este caso un tercio procedente de Milán, que habría de aprovechar que los pasos de los Alpes estaban en manos españolas para pasar al Franco Condado siguiendo el camino español. Un camino que volvía a estar operativo por primera vez desde la defección de Saboya años atrás, un hecho solo un poco menos importante que el que España pudiese movilizar cada vez más tropas, algo que antes era difícil tanto por la capacidad del reino para sostenerlas como por los problemas demográficos españoles.

El resto de informes sobre el estado de sus fuerzas era mucho más concreto y le daba fundadas esperanzas sobre el devenir de las campañas futuras. Sus ejércitos continuaban en buen estado y solo había que lamentar un total de ciento ochenta bajas por enfermedad, ninguna de las cuales correspondía a Malaria, Tifus, o cualquiera de las enfermedades más graves que históricamente habían devastado los ejércitos en campaña. Eso significaba que esperaba pudiesen recuperar esas bajas a lo sumo en unas semanas, más buenas noticias.

Peores eran las noticias entregadas por su caballería ligera. Amiens ya había sido puesta bajo asedio por los franceses, aunque eso era algo que esperaba y si todo iba bien, atraería a miles de soldados franceses a una guerra estática que dejaría a las móviles fuerzas españolas libres para actuar a su conveniencia. Más preocupante era que el segundo ejército francés al mando de Turena se estuviese reorganizando al sur de allí. Aunque hasta ahora había logrado anticiparse y vencer a Turena gracias a sus mayores conocimientos militares, no se le escapaba el hecho que este era uno de los mejores generales de la historia y podía sorprenderlo en cualquier momento. Eso significaba que dependía totalmente de su caballería para que eso no ocurriese.

—Don Salvador. La campaña para conquistar estas ciudades promete ser demasiado larga y no podemos permitir tal cosa. —dijo por fin tras pensarlo durante unos minutos. —Si tenemos que sitiar todas y cada una de las ciudades perderemos demasiado tiempo.

Salvador que había estado esperando con paciencia, tomo la pluma y se preparó antes de preguntar. —¿Cuáles son las ordenes, excelencia?

—En lugar de asediar ciudad a ciudad quiero controlar los campos. Quiero que se aproveche el verano para capturar las cosechas de este año. Ataquen los convoyes de suministro franceses para privar a las guarniciones francesas de suministros y de sus pagas… vamos a dejar que se cuezan a fuego lento.

—¿Y luego? —preguntó con curiosidad Salvador mientras escribía las ordenes pertinentes?

—Luego, aprenderemos de Filipo de Macedonia…no hay fortaleza tan inexpugnable que no pueda entrar un burro cargado de oro…


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

-¿Cómo va el repliegue?
-Bien señor-contestó el oficial de caballería-Les hemos obligado a desplegar varias veces pero el terreno no les favorece.
Diego asintió mientras miraba hacia lo alto. El globo cautivo le indicaba mediante banderas la distancia a la que se encontraba el enemigo.

El terreno compartimentado de Camarasa dificultaba el avance del ejército francés. Pero no se habían lanzado de cabeza contra las posiciones españolas. Se apreciaba cierto interés por maniobrar, no cabía duda que el enemigo, escarmentado en sus propias carnes, intentaba adaptarse a los españolas. Habría que seguir progresando.

-Uno de sus regimientos ha sido deshecho al intentar cruzar el puente por San Lorenzo, y varios de sus regimientos de caballería y de infantería intentan envolvernos por el este.
-¿Corremos peligro por el flanco? interrogó uno de los ayudantes.
-No, el terreno es demasiado escabroso, es imposible que puedan coordinarse con el grueso del ejército. Para cuando quieran llegar a Camarasa todo habrá terminado, para bien o para mal.
Diego estaba de acuerdo con lo afirmado.

El camino de Balaguer a Camarasa se encontraba salpicado de cadáveres franceses, no agrupados, sino dispersos, poco a poco, y ahora, el terreno se estrechaba en un desfiladero, no muy profundo pero lo suficiente escarpado para que la caballería no pudiera subir ni los regimientos a pie lo hicieran de manera ordenada.

Desde lo alto de las montañas los guerrilleros gallegos disparaban con tremenda puntería a las densas formaciones francesas. El comandante francés destacó a sus "enfants perdus" para que treparan, pero la pendiente les retrasó y cuando lograron llegar, gracias a su superioridad numérica, aunque cansados hicieron retroceder a los españoles.

En el desfiladero los portugueses y 2 Tercios de castellanos mantenían la línea. No hacían falta mas unidades pues el terreno no permitía que desplegaran mas.

La caballería francesa intentó cargar pero poco podían hacer ante las descargas cerradas. La infantería francesa lo intentó también, pero fueron sorprendidos cuando vieron como varias compañías se destacaban de las filas españolas. Pensaron que serían granaderos, pero no hicieron uso de esas armas. Por el contrario formaron una larga línea que cubría todo el frente español, y por parejas, mientras uno disparaba y otro soldado recargaba, comenzaron a disparar. No fue una descarga masiva pero si constante a medida que los franceses avanzaban y el "picoteo" de las compañías de infantería ligera (cazadores) hizo ralentizar el avance. Cuando los franceses se encontraron a tiro dispararon pero lograron pocas bajas pues los cazadores, dispersos y no en formación cerrada, se replegaron y se integraron nuevamente en las filas.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
Gaspacher
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Hospital de campaña español, al norte de Amiens I

El dolor atenazaba al general francés, que se retorcía de dolor mientras era transportado en una camilla hacia la mesa de operaciones. Horas antes su escuadrón había sufrido una emboscada durante la cual un tirador enemigo logro alcanzarlo en el pecho. A continuación todo era confuso. Creía que su escuadrón había sido destruido o se había retirado, y cuando ya daba su vida por perdida unas voces españolas lo descubrieron y vendaron para llevarlo al cirujano. Extraña guerra esta, en la que los mismos que te disparaban te atendían a continuación.

Poco después era llevado a una tienda de campaña en la que ya esperaban media docena de hombres, cirujanos y médicos sin duda, y eso era extraño. Llevaba bastante tiempo en el ejército para saber que a lo sumo podía esperar ser atendido por un cirujano que más que sanar, amputaría sin dudar los miembros heridos o trataría el resto de heridas con aceites y hierros para cerrarlas. Aquí en cambio había varios sanadores para un único herido.

Cuando el cirujano se acercó a él y se inclinó sobre su pecho para palpar su herida, sintió punzadas de dolor que le laceraban el alma. Poco después escucho al cirujano. —No se preocupe general, lo trataremos bien, su herida no parece haber alcanzado ningún órgano, respire hondo…—poniéndole un trapo en la boca. Después se hizo la oscuridad.


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Gaspacher
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Hospital de campaña español, al norte de Amiens II

—Buenos días…¿puede escucharme? —escuchó una voz que sonaba suave junto a su oído, abriendo los ojos lentamente. —tome, beba un poco, con cuidado, no se incorpore, sorbo a sorbo. —continuó la voz acercándole un vaso de agua con una caña para beber un sorbo de agua con el que aliviar su seca garganta.

— ¿Dónde estoy? —preguntó por fin el oficial.

—En un hospital español en las afueras de Bethune. Vuesa merced fue herido cerca de Frevert y ha dormido durante tres días tras la operación. —respondió su cuidadora que ahora veía que era una monja. Con una lentitud exasperante miro a su alrededor para ver la sala de blancas paredes en las que se acumulaban varias camas desiertas. Otros huecos en los que suponía había más camas en cambio estaban cubiertos por cortinas, por lo que supuso que estaban ocupados.

—No se mueva demasiado o se le saltaran los puntos, Monsieur…

—François, François-Auguste de Valavoire, comandante de los ejércitos del rey. —dijo el herido.

—Monsieur François. Encantada, soy Sor Margarita, la enfermera de guardia en estos momentos. Espere un momento, llamare a un cirujano para que revise sus heridas, espere aquí. —dijo la monja levantándose.

—Sor Margarita, soy un noble, ¿No hay un médico en el hospital?

—Lo lamento Monsieur François, el ejército español no tiene médicos entre sus filas, pero no se preocupe, nuestros cirujanos son los mejores que vuesa merced pueda encontrar. Le atenderán bien.

François se quedó en la cama observando alejarse a la monja. En aquellos momentos notaba una incomodidad en el pecho, algo como una pequeña tirantez, pero curiosamente ningún dolor. Cuando al cabo de unos minutos llegó un cirujano para atenderlo la tirantez iba a peor.

—No se preocupe por esa tirantez, Monsieur, son los puntos, usted no se mueva demasiado para dejar que la herida cicatrice adecuadamente. —explicó el cirujano al retirarle el vendaje con la ayuda de Sor Margarita para revisar su herida con sumo cuidado antes de desinfectarla y volver a colocar unos apósitos. —La herida parece estar cicatrizando bien y no hay signos de infección. Controlaremos el dolor que pueda sufrir con láudano. —dijo el cirujano que se había identificado como Celestino mientras escribía en una tablilla que había al pie de su cama. —Sor Margarita, por favor, controle las dosis de láudano según este plan. Si el dolor fuese demasiado elevado y precisare de más láudano, avíseme para modificar las dosis. No queremos que Monsieur François se enganche a las drogas.

¿Qué demonios sería el láudano? Se preguntó François recostándose en la cama. Desde luego si era la causa que evitaba que la herida de horrible aspecto que tenía en el pecho le doliese, bien haría en tomarlo regularmente y obedecer al cirujano. Cuando se quedó solo empezó a rememorar los sucesos que dieron lugar a que resultara herido cuando se quedó dormido. Durante los días siguientes tan solo restaba descansar y recuperarse, pero descubrió que la permanencia en el hospital era tan aburrida que el tedio tan solo podía ser roto por la conversación con los cirujanos y enfermeras o con el resto de heridos, pero estos eran todos españoles o italianos y tenía ciertos problemas de comunicación con ellos. Incluso la biblia que descansaba en la mesilla que había junto a su cama estaba escrita en latín, por fortuna Sor Margarita le había prometido traerle algunos libros en francés…


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La Rosa de los Vientos; hoy entrevistamos al historiador José Vicente Barceló, autor de “El Reclutamiento en la España de Felipe IV”.

Presentador; J. Anguita
…Como parte de nuestra serie sobre las guerras del siglo XVII seguimos conversando con José Vicente Barceló. Usted sostiene que la verdadera revolución militar española estuvo lejos de los frentes de batalla y se libró en los campos agrícolas y las calles y hogares de la península.

J.V; No exactamente. Es evidente que nadie puede dudar de la revolución militar que supuso la aparición de las nuevas armas y tácticas militares. Sin lugar a dudas estos avances fueron fundamentales para permitir las grandes victorias españolas de la primera mitad del siglo XVII. Pero batallas se habían ganado una tras otra desde el inicio de la revuelta, sin que ello permitiese poner fin a la guerra. Por eso es por lo que yo sostengo que fue la no menos importante revolución agrícola y sanitaria la que cambio el escenario global. España por fin tenía unos recursos humanos que no cesaban de crecer, gracias a lo cual el ejército logró una presencia que en conjunción con las nuevas tácticas militares que permitieron las nuevas victorias, afianzó el dominio español de las décadas siguientes permitiendo ganar la guerra.

J.A; Es difícil de creer que, sin negar la importancia que tuvo la “revolución agrícola española”, sus efectos tuviesen tal influencia en los campos de batalla europeos. ¿Cómo es eso posible?

J.V; La respuesta es algo compleja, pero básicamente es cuestión de demografía, a mediados de los años treinta del siglo XVII las décadas de guerra habían pasado su factura a toda Europa, y España no era una excepción a ello. Debido a la guerra y a los problemas demográficos que atravesaba el Imperio, que en todos sus territorios europeos apenas bastaban para igualar la potencia demográfica de Francia, el ejército de Flandes había reducido su tamaño entre un 30 y un 35% con respecto al del siglo anterior. Eso significo que paso de los 85.000 hombres de mediados de los años ochenta del siglo anterior a poco más de cincuenta mil a principios de los años cuarenta del siglo XVII, e incluso con algún momento en el que hubo menos de cuarenta y cinco mil hombres. Y eso solo en Flandes, que si bien era el principal frente no dejaba de ser uno de los muchos frentes abiertos de la monarquía hispánica en aquellos momentos.

Por fortuna ese fue el punto de inflexión. España había liderado una revolución agrícola y sanitaria a la que podemos poner fecha allá por 1626 con las primeras vacunaciones contra la viruela masivas, y la adopción de la rotación de cultivos. A partir de ese momento mientras la revolución sanitaria redujo considerablemente la mortandad neonatal e infantil, la constante lucha contra la viruela y la malaria prácticamente acabaron con dos de las mayores lacras de las sociedades de la época. Mientras esto ocurría en los hogares gracias a las nuevas medidas de higiene, en los campos se producía más comida que nunca antes, proporcionando grandes cantidades de alimentos para una población siempre en aumento.

Eso a la postre permitió aumentar los ejércitos españoles de forma que en solo unos años, pudieron permitirse mantener ofensivas en varios frentes, al mismo tiempo que realizaban una intensa campaña de ultramar. Así mientras mantenían varias decenas de miles de hombres en Egipto, otros luchaban en Italia, Cataluña, Portugal, y en Flandes en dos frentes, sin olvidarse de prestar ayuda al Emperador y lanzar expedición tras expedición contra las posesiones de ultramar de sus enemigos.

Nada de eso hubiese sido posibles la población en constante aumento que fue posible gracias a la revolución de la higiene y la agricultura españolas.

J.A; Sin duda es muy interesante. ¿Puede explicarnos en qué consistió la revolución agrícola española?

J.V; Por supuesto se trató como siempre de un conjunto de varios factores que posibilitaron esos cambios en la sociedad. En primer lugar empezaron a aplicarse nuevas técnicas de abonado, por un lado empezó a importarse desde Chile abono aviar, el conocido como nitrato de Chile, que proporcionó grandes mejoras al campo. Estos abonos orgánicos se complementaban con el compostaje obtenido gracias a los digestores que fueron construidos en los alcantarillados de las grandes ciudades españolas. Unos digestores, dicho sea de paso, que habían sido construidos para obtener el gas que debía iluminar las ciudades. Por ultimo pero no menos importante, se introdujo la rotación de cultivos para permitir la recuperación de los campos.

continuara...


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Mensaje por Gaspacher »

J.A; Usted señala que el compostaje fue obtenido como un subproducto no buscado de una actividad industrial.

J.V; Exacto, ni más ni menos que eso es lo que ocurrió. Al construir los primeros digestores “Valentinos” en Valencia, para alimentar sus farolas con el gas que estos producían, descubrieron que al arrojar los residuos en un campo cercano servían de abono. Cuando lo vieron no tardaron en adoptar aquel compostaje para nutrir los campos de los alrededores.

J.A; Regresemos a la agricultura pues revolución agrícola no terminó allí ¿Vedad? Hubo muchos más factores en la revolución agrícola. En la página 87 de su libro, usted cita el consumo de la patata como una de las razones que permitieron el despegue demográfico español.

J.V; Sin duda así fue. Tras el descubrimiento de América se introdujeron en Europa cultivos como el maíz, el tomate, y la patata, aunque hay que advertir que fue un viaje en doble sentido porque en América se introdujeron el arroz, el nabo, el trigo, lentejas, garbanzos, habas, y tantas y tantas otras, sin olvidar los animales gallinas y otras aves de corral, conejos, ovejas, cabras y vacas, o animales de trabajo como burros, caballos, y bueyes, por supuesto con los productos elaborados de estos animales como el queso.

Pero volvamos a la importancia de la patata. La patata no necesitaba ser procesada para su consumo y su rendimiento por hectárea de cultivo es un 150% superior al de la hectárea de cereal, eso sí, tuvieron que combinar su cultivo con la rotación de cultivos para mantener la fertilidad del suelo y ayudarse de los nuevos abonos. Aunque su consumo era muy limitado y la gente la rehuía, en gran parte por desconocimiento, el ejército reconoció su valor nutritivo y su facilidad de almacenamiento y manejo, por lo que promovieron su cultivo y crearon los primeros recetarios conocidos dedicados exclusivamente a la patata. Desde allí no tardaron en saltar al pueblo, que adopto el cultivó de un alimento que se podía preparar de mil formas distintas, en puré, asada, frita, cocida, al vapor, etc., con pasión.

J.A; Don José, dedica el capítulo 8 a hablar de los inventos agrícolas y su impacto en la mano de obra necesaria en el campo.

J.V; sin lugar a dudas es otro de los factores que de forma inadvertida, tuvieron un importante impacto sobre los campos de batalla. Gracias a los nuevos arados, las maquinas sembradoras y las no menos importante cosechadoras, el campo pudo prescindir de mucha mano de obra que derivó hacia las ciudades y alimentó las filas del propio ejército. De no existir esos avances miles de voluntarios se hubiesen quedado como mano de obra en el campo, sin duda reduciendo la capacidad militar española.

J.A; Acabando ya. ¿Podría poner cifras a los efectos demográficos de dicha revolución agrícola?

J.V; Es muy difícil pues no existían censos fiables. Gracias a los censos del reino de Valencia sabemos que entre 1630 y 1700 logró duplicar su población y con ello su base de reclutamiento. En el global del imperio es más difícil poner cifras pues adoptaron los censos de habitantes más tardíamente, en algunos casos como Cataluña continuando con los censos de lumbre casi hasta finales de siglo. Pero podemos suponer que los efectos serían similares.

Más fácil es poner cifras a los efectivos de los ejércitos. Si en 1630 el ejército de Flandes alineaba 55.000 efectivos, con doce mil españoles. A partir de 1640, cuando fueron incorporándose a las filas las generaciones criadas gracias a los nuevos avances que, recordemos, empezaron en 1626, podemos observar un rápido incremento de efectivos. Primero los españoles, pero a continuación también italianos y por último valones. En todos los casos puede observarse un considerable incremento a partir de los catorce a dieciocho años de la llegada de dicha “revolución sanitaria y agrícola” a sus tierras.

En 1648 el ejército de Flandes tenía ya 63.000 hombres, quince mil españoles incluidos, pero al mismo tiempo España tenía otros 50.000 hombres con otros 30.000 españoles en Italia y Egipto, y otros 9.000 en ultramar. La capacidad de reclutamiento española se había duplicado en solo quince años, y a la postre, eso fue lo que determino que España lograse pasar a la ofensiva para imponerse en los conflictos de la época, pese a ser acosada por numerosos enemigos en frentes esparcidos a lo largo y ancho del planeta. Los ejércitos eran capaces de obtener victorias y aprovecharlas.

J.A; Y a partir de ese momento fue en aumento. En su capítulo doce, dedicado a la demografía y sus efectos en los ejércitos, podemos observar como el ejército español no dejo de crecer en las décadas siguientes.

J.V; Así es. El nuevo ejército diseñado en 1630 pretendía tener 220.000 soldados profesionales, de los que unos 90.000 serían españoles, y una reserva de 50.000 soldados en la península. Algo que en 1630 cuando se diseñó el ejército parecería poco más imposible que encontrar dinero para pagar ese ejército. Sin embargo en…


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Amiens

Los carpinteros trabajaban sin descanso para fabricar los llamados caballos de Frisia, estructuras de troncos con múltiples patas clavadas en X, con las puntas afiladas que debían servir para interrumpir los ataques de la infantería francesa si lograban abrir brecha. El general Jacinto Vera contemplaba los incesantes trabajos de sus carpinteros mientras paseaba por la ciudad en una ronda de inspección.

Las últimas palabras de su general resonaban en sus oídos, Jacinto sabía que la suerte de la campaña de aquel año dependía de cuánto tiempo lograse defender aquella ciudad, y estaba dispuesto a llevar la resistencia al extremo. Sabía que había sido elegido para comandar la ciudad porque de todos los oficiales superiores españoles, era el que había demostrado mayor comprensión de las medidas propuestas por el Lobo en lo que llamaba, juegos de guerra. Tanta era la comprensión lograda en aquellos juegos que ahora estaba plasmando todo su saber en la defensa de la ciudad. Por fortuna tenía alimentos en abundancia, por lo que la ciudad no caería por el hambre a corto plazo. Eso tan solo dejaba como opción a los franceses, tomar la ciudad al asalto, y para ello tendrían que pagar con ríos de sangre.

Tras las murallas de la ciudad, los soldados españoles se habían apoderado de la primera línea de viviendas y las estaban convirtiendo en fortalezas. Para ello abrían nuevas ventanas y aperturas para lograr campos de tiro sobre las murallas desde ellas. Reforzaban sus muros con piedras o sacos y cestos de mimbre rellenos de tierra, y cerraban las calles con barricadas hechas de piedra y madera, que servirían para cerrar los accesos a la ciudad de los soldados franceses. Sería entre ese muro interior y la muralla donde situarían los caballos de Frisia y puntiagudas estacas inclinadas clavadas directamente en el suelo y los abrojos hechos por los herreros de la ciudad uniendo cuatro clavos, deteniendo aún más a los atacantes.

No eran estas sin embargo todas las defensas de la ciudad. Bajo su suelo hacía ya días, incluso antes de la llegada de los franceses, habían cavado galerías para situar minas u hornillos bajo los pies del ejército sitiador, de forma que cuando estos empezasen a cavar sus propias minas sería tan sencillo como rellenar sus minas y explosionarlas, abortando el intento francés. Funcionaría, al menos durante un tiempo.

Jacinto veía los acontecimientos en su cabeza como si estuviesen ocurriendo frente a sus ojos. En su alojamiento descansaba un libro escrito por un general chino recientemente traducido e impreso en Valencia, en el que una de sus citas decía; “Los buenos luchadores de antaño primero se ponían bajo la posibilidad de ser derrotados y entonces esperaban la oportunidad para derrotar al enemigo”. Y eso es lo que él había hecho.

Veía la muralla derrumbándose por la explosión de una mina, la infantería francesa afluyendo sin cesar a la brecha con sus fajinas para rellenar el foso, y saltando sobre él entre el humo de la explosión. Entonces entrarían en juego sus defensas ocultas. Los mosqueteros españoles se situarían en las casas, protegidos por los muros, y abrirían fuego sobre las tropas que entraban por la brecha causando las primeras bajas. Entonces estas llegarían a los caballos de Frisia y tendrían que detenerse o se empalarían contra ellos. Aquello los dejaría expuestos a los disparos, y pronto se sumarían las botellas rellenas de líquidos inflamables que estaban repartiendo a sus hombres.

Para cuando los franceses quisiesen reaccionar estarían bloqueados en su avance mientras eran abrasados por el fuego y tiroteados sin cesar, tanto desde el frente como desde los flancos por parte de los defensores de otros tramos de la muralla. El ataque fracasaría…y cuando quisiesen recobrarse y volver, él ya tendría preparadas nuevas sorpresas.


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Cerca de Arras


"Se informa a Ve. que en el día de ayer una mina hizo explosión en cerco de Amiens. Con probabilidad 8 se trataba de una mina española que detono durante las labores de contrazapa de nuestras fuerzas. al caer la noche la ciudad aun restaba en nuestras manos. BJ."

Tras leer el informe Pedro demoro unos segundos en hacerse una composición mental de la zona, tenía una idea, pero precisaba de comprobar algunos datos, por lo que se levantó y dirigió a la mesa del mapa. Pronto estuvo junto a él, pasando a comprobar con precaución las posiciones actuales de los ejércitos que operaban en la zona.

—Don Jacinto, escriba. —dijo a su secretario que se aprestó a coger papel y pluma. —Orden general para el primer ejército. “Prepárense para marchar. Al amanecer partiremos en dirección a Calais.” Páselo a la firma y a continuación recoja sus cosas. —finalizó Pedro, firmando el documento.

A la mañana siguiente el ejército se pondría en marcha hacia Calais, el puerto francés en el canal que acababa de convertir en su objetivo. Si todo iba bien, el ejército español aprovecharía su superior velocidad y la ventaja que ganase a los franceses para hacer caer la ciudad aun antes de que estos pudiesen reaccionar. Eso colocaría a los generales franceses en una mala posición y afianzaría el control español de la región.

Hasta aquel momento las cosas estaban funcionando relativamente bien. El segundo ejército ya había tomado Arras y ahora descansaba en la ciudad, mientras el primer ejército continuaba su labor de protección tomando varias pequeñas poblaciones. Ahora estaba a punto de tomar la ofensiva, y mientras eso ocurriese sería el segundo ejército el que pasase a realizar las tareas de protección.


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Calais

—¿De verdad es este el futuro que nos aguarda, mi general? —preguntó Salvador mientras miraba la ciudad amurallada de Calais que estaba siendo bombardeada por la artillería española. Pedro miró a su fiel ayudante con curiosidad. Llevaba tanto tiempo con él que sabía que no se refería al asedio que veían frente a sí, sino al libro que Pedro acababa de terminar de escribir, “El mundo en llamas”. Como si quisiera confirmarlo Salvador continuó diciendo. —Batallas con armas capaces de disparar decenas de veces en unos segundos, con ejércitos movidos a vapor para llevarlos a la batalla…con decenas de miles de muertos en un solo día de batalla, y siendo eso solo un aperitivo de batallas que duraran semanas o incluso meses. Es terrorífico, no sé cómo podría Dios nuestro señor permitir tales cosas.

—Salvador, sabe bien vuesa merced que nosotros no somos luteranos, para nosotros el futuro no depende de la voluntad de Dios, los católicos creemos que Dios nuestro señor nos dio el libre albedrío para que a partir de nuestros actos, juzgar nuestra aptitud. Desde un punto de vista teológico es mucho más racional que el determinismo protestante... —explicó Pedro mientras Salvador escuchaba con atención.

—Pero no es eso lo que queríais saber. Vuesa merced hablaba de la tecnificación de las guerras. Vaya por delante que el futuro no está escrito. Dicho esto, por desgracia el futuro que puedo vislumbrar es ese. La aparición del vapor y su aplicación en máquinas de transporte y construcción, supondrá que los ejércitos dispondrán de un suministro casi ilimitado de suministros y refuerzos afluyendo a los campos de batalla desde todas partes de sus naciones.

Imaginadlo por un momento. Podría empezar a librarse una batalla en el Rosellón, y los refuerzos seguirían afluyendo mientras en España hubiese suficientes tropas y suministros para aguantar la batalla. Primero llegarían los refuerzos procedentes de Barcelona por ser los más cercanos. A continuación los de Zaragoza y Valencia, y así hasta llegar a los procedentes de Cádiz y Galicia. Incluso de alargarse la batalla podrían alcanzar a llegar refuerzos procedentes de las Indias.

—Militarmente… ¿no sería más inteligente atacar por otro lugar en lugar de empeñarse en una batalla tan larga y costosa? —pregunto Salvador con curiosidad.

—Por supuesto el comandante que estuviese al mando debería evaluar todo el escenario. Posible por supuesto que será posible mantenerse a la defensiva en los pirineos, dejando que sean los franceses quienes se estrellen contra sus defensas, y concentrar tropas en Italia para entrar en Francia por el Franco Condado. Posibilidades habrá miles, y cuando llegue el momento será obligación de los generales que entonces manden, decidir el mejor modo de proceder. De todas formas no temáis, maese Salvador, ese futuro no llegara antes de cien, puede que doscientos años, y aún deben pasar muchas cosas para que sea posible.

—¿Publicareis entonces ese libro? El primer libro que escribisteis sobre las máquinas de vapor era tan esperanzador, y ahora este… —hizo una pausa como buscando las palabras adecuadas. —¿No teméis que sirva de acicate a los enemigos del rey para buscar ese futuro?

—Ese futuro llegara publique el libro o investigue personalmente sobre las máquinas de vapor o no. Tres décadas atrás un inventor español llamado Jerónimo de Ayanz, ya creó máquinas de vapor operativas para desaguar las minas que supervisaba… Sabéis bien que intento mantenerme al tanto de los inventos que puedan surgir por medio de los agentes de la compañía. Pues mientras hablamos hay inventores desde Polonia a Francia o Inglaterra que investigan sobre ello. El futuro llegara queramos o no.

—¿Entonces qué hará vuesa excelencia? Seguro que tiene algunas ideas para que sea España quien marque el ritmo de los avances.

—En el tema del vapor será difícil. Por supuesto trataremos de ser los primeros en crear industrias movidas por esas máquinas de vapor, pues eso nos dará el control de muchos mercados y nos permitirá retrasar el desarrollo industrial de nuestros adversarios. Donde sí trataremos de ganar la mano será en el desarrollo armamentístico. Todos los desarrollos de armas serán tratados como secreto de estado. Si logramos mantenernos a la cabeza en el desarrollo armamentístico, siempre estaremos en disposición de vencer.

Salvador permaneció unos minutos de silencio para finalmente decir. —Aun así es un futuro que no me gusta, es aterrador.

—“Lo es” —respondió Pedro en una voz casi inaudible. —lo es…


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reytuerto
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Mensaje por reytuerto »

Llegamos contentos al castillo. Ahora veríamos que tan bien se portaban los mosqueteros con las granadas de terracota. Álvaro, siempre incansable, ya había estado entrenando a sus tropas en el lanzamiento de cantos rodado.

En la escuela, sorprendí a todos cuando anuncie: “Hoy debemos tener una sesión de antropometría”. Me miraron con extrañeza, y explique: “Si vamos a vestir a un ejército, debemos procurar que la ropa sea lo más barata posible. Eso solo se puede hacer haciendo prendas de diez en diez, en lugar de hacerlas de uno en uno. Igual con los zapatos. En lugar de hacer una horma para cada soldado, solo haremos unas pocas que deberán servir para todos”.

Así que puse a medir el tamaño del torso, la medida entre los hombros, la distancia del hombro a la muñeca con el brazo flexionado, la distancia del tobillo a la cintura y a la ingle, igualmente la distancia de la rodilla a cintura e ingle, la circunferencia de cintura y cadera. También las medidas del talón a la punta del dedo gordo y del ancho mayor del pie. Pablo registraba en un pliego todas las medidas, de profesores, alumnos cirujanos, enfermeros y camilleros.

Cuando terminamos, me quede con Pedro Berea y Fray Santiago a tabular y discutir los datos.
- Fijaos, casi todos los tamaños son medianos, hay un pocos muy grandes o muy pequeños. Vamos a agruparlos mejor…
Y así, casi sin querer fuimos obteniendo la campana de la distribución normal, cuando le llevase los datos al Marques del Puerto, seguro que alguno de los sabios de su club los formalizara matemáticamente… siglo y medio antes que Gauss. Así, tuvimos 6 tallas de ropa y de zapatos.

De inmediato fui a conversar con Leonor. El personal de mi casa recibía dos veces al año una asignación para que comprasen ropas de trabajo nuevas. Y ya había notado que las ropas que lucían eran mejores que las que yo les había procurado inicialmente, y seguramente también más baratas.

Converse con Leonor y resultó que la ropa la hacían en Ávila, con familiares que tenían un negocio extendido. Le pregunté si podían hacer 200 prendas en una semana y contesto que pensaba que si, en unos diez días. Conversamos largo rato acerca de las telas, que debían ser de buena calidad aunque sin ser fina ni demasiado costosas, de un color gris cuyo tinte era abundante y barato.

El uniforme que sería entregado (pero cada cirujano, enfermero o camillero debía pagar por los mismos con los dineros del enganche), sería el siguiente: Camisas de cotonía, blancas, dos por cabeza. Calzas enteras y ropilla larga con mangas enteras cosidas, no abotonadas, de estameña gris, dos por cabeza. Herreruelo largo, de buen barragán negro, uno por cabeza.
Por supuesto, conociendo la mentalidad del Siglo de Oro, también daría la opción a quien quisiese pagar más, de utilizar bruneta en lugar de estameña para la ropilla. También hicimos capote, que daría en regalo a los camilleros y auxiliares, de buriel marrón, que se vendería muy barato para todo el que quisiese prendas de abrigo adicionales.

Pero no era la ropa lo que me ocupaba la mente, eran dos tareas inminentes y pesadas: el anestésico local que sin más seria clorhidrato de cocaína y la carga útil de los cohetes, sí aquellos que en un exabrupto verbal había prometido que llevarían “fuego y metralla” a los enemigos del Rey de España.

Las hojas de coca habían estado llegando puntualmente desde El Callao. Recogidas en las estribaciones amazónicas de los Andes, tenía en el segundo patio de la casa muchos quintales de hojas secas guardando polvo, pues por falta de tiempo, no había podido dedicarles las atenciones que me hubiesen puesto tras las rejas en el siglo XX.

Recordaba que en los medios era frecuente leer o escuchar que por 250 kilos de hoja de coca, se obtenía un kilo de polvo blanco. Y un kilo debería bastarme para anestesiar a todos nuestros heridos de una batalla. Y gracias a Dios, Pedro me había proporcionado todos los precursores necesarios, que en su mayor parte, eran comunes en cualquier laboratorio químico. Serían necesarias varias tinajas de buena alfarería castellana para dejar macerando las hojas de coca en gasolina… que también era necesaria para el otro de los proyectos, pero no nos adelantemos.

Luego de medio día macerando, las hojas ya deberían haber liberado suficiente alcaloide a la gasolina, se trata con lejía y ácido sulfúrico. En un proceso que más parecía de lavanderas, se agitaron bien las tinajas y se dejó reposar, para obtener lo que en el argot delincuencial de los carteles de Cali y Medellín se conocía como “bazuca”. Luego, por simple decantación, se separó la gasolina y desechamos los restos de las hojas de coca, y la pasta resultante, la bazuca, fue lavada varias veces con agua y ácido sulfúrico, le agregamos cal, una vez más se pasa por un tamiz delgado y el líquido resultante es el “guarapo”. Hasta la obtención de este líquido solo había transcurrido día y medio.

Al guarapo lo tratamos con éter (que Pedro producía en cantidades mayores y de mejor calidad que el que podía hacer con mi alambique), y lo dejé reposar todo un día, para luego de tamizar, agregar amoniaco, filtrar otra vez y lavar con agua. Finalmente el líquido lavado se llevó a fuego lento, para así evaporar el sobrante de agua, al término de la operación tenía un líquido aceitoso, que cuando dejé enfriar se había convertido en una pasta cargada de alcaloide: Había obtenido la droga más utilizada en el cinturón de miseria que rodea Lima, la PBC, posiblemente la mayor forma de autoagresión al que un ser humano podía someterse.

Finalmente la pasta básica, fue lavada en éter, se filtró nuevamente, y se le agregó ácido clorhídrico, acetona y permanganato de potasio, filtramos por última vez. Se deja reposar para que el éter y la acetona se evaporen, para que la cosa quedase mejor, al final de la tarde, le pedí a Leonor, que pusiese el polvo en una bandeja y luego de taparla con la campana de vidrio (que evitaba que las moscas se posasen sobre la comida… que generalmente era “mi” comida fuera de horario) la dejase toda la noche a la boca del horno, y a la mañana siguiente antes de hacer el pan, que la retirase.

A la hora del desayuno me presentaron la bandeja, había un polvo cristalino de color blanco crema, con el índice, puse un poco sobre mi lengua, tenía el característico sabor amargo y me la dejo adormecida a tal punto que no sentía cuando me la mordía: Tenia mi anestésico local! Apenas pude probar bocado en el desayuno, tenía que calcular la dosis para que la cocaína pudiese ser inyectada con un margen de seguridad aceptable.

En el siglo XIX, hubo muchas muertes cuando se usó la cocaína para hacer las primeras extracciones; los colegas de antaño usaban dosis brutales de hasta el 30%! Yo sería mucho más cauto pues utilizaría la concentración que se empleaba en el Hospital del Rímac, apenas un 4%. Se pudo diluir con bastante facilidad en agua destilada y prepare varios frascos. Para horror del personal de servicio, salí de casa corriendo hacia la escuela.

NI bien llegue, reuní a todos los cuasi cirujanos y les pregunte:
“Ea! Recordáis la cabeza que examinamos hace unos meses?”
“La del salteador del camino de Burgos que fue cuarteado?”
“Esa misma. Recordáis que examinamos los principales nervio repasando lo que ya Don Pedro bien os había enseñado?”
“Sí, Don Francisco. Respondió Martin de Alcántara: En la base del cráneo habían 12 nervios en pareja, los nervios a los que vos llamasteis pares craneales. Y en la disección vos nos hicisteis seguir el recorrido de los principales nervios de la cara.
“Y vos Martinico, me podéis decir que nervio es el que hace doler las muelas?
“Si, Don Francisco. Hay una rama para los dientes y muelas superiores, y otra diferente que corre dentro de la quijada, para los dientes y muelas inferiores. Vos llamasteis a esos nervios Maxilar y Mandibular, que son la segunda y tercera rama del Nervio de los tres mellizos, el Trigémino.
“Yo no, Vesalio! Martin.” … y continué el interrogatorio con la mayoría de alumnos. Cuando terminé, comencé una nueva perorata “Caballeros, sabed que desde hace meses estoy estudiando el efecto de diversos líquidos en los nervios de varios animales, y –recordándoles el cuasi motín- a diferencia de vosotros, no consideraba indigno practicar en reos de muerte. Algunos de estos líquidos exacerban el dolor, otros como el aguardiente, lo entumecen. He estado haciendo preparados con hierbas de las Indias, y he conseguido uno que puede quitar la sensibilidad…” Oí un murmullo de excitación en mi reducida audiencia. “… y vosotros seréis los primeros en ver cómo funcionan en dolientes cristianos”.

“Habéis de saber, que si se desensibiliza un nervio desde su tronco, todas sus ramas quedaran “dormidas”. En cambio si colocamos este nuevo líquido con una aguja y jeringa en las adyacencias de las ramas, por infiltración, las mismas quedaran igualmente dormidas. Así pues, hay dos grandes formas de quitar el dolor: durmiendo totalmente al paciente, que es el procedimiento que utilizamos y que como vosotros sabéis llamamos anestesia, y ahora tendremos una anestesia local, que sin quitar la conciencia al doliente, le ahorrara el dolor…”

Continué explicando que la anestesia local será por infiltración o por bloqueo de un tronco nervioso. Les señale varios puntos en la boca y en la cara que sirven para anestesiar diversos nervios, el dentario interno, el mentoniano, el infraorbitario, el bucal largo. Finalmente los despedí diciendo “Ea! Vamos al Buen Suceso! Hoy es día de mercado, y dolientes no han de faltar. Una precaución final: Muchos dolientes, luego de ser anestesiados, sobre todo si habéis anestesiado en exceso, van a estar demasiado animados, como en las fases iniciales de una borrachera. No les hagáis caso. Pero no sigáis pichándolos. Y lavaos bien las manos! Siempre con agua, jabón y cepillo, y no habréis obrado mal si después las pasáis por orujo. Habéis entendido? Obrad con cautela y mesura!”.

Cuando llegamos, efectivamente, había pacientes para todos. Muchas extracciones, varios accidentados contusos o heridos. Las primeras inyecciones las puse yo, pero luego deje a los muchachos que practicasen. Primero anestesias infiltrativas, luego tronculares. A falta de vasoconstrictor, el efecto anestésico era de corta duración, por lo que teníamos que trabajar rápido y bien. Como las cosas fueron bien, los pacientes fueron llamando y animando a más. Así que no terminamos hasta varias horas después: Además de casi dos centenas de muelas y dientes extraídos, tuvimos la amputación de varios dedos del pie a un mozo de cuerda al que le había pasado la llanta de una carreta por encima, y la sutura de no pocos cortes, cuyo origen jamás preguntábamos. Efectivamente, al fin, teníamos anestésico local!!


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

En el puesto de mando del ejército español, en las afueras de Camarasa.

- ¿Creeis que podremos aguantar un ataque mas?- Preguntó Deigo.
-Nada mas que un asalto. No nos queda reserva, casi hemos agotado las municiones. Hemos ido recogiendo cuanto metal hemos podido por el pueblo para disparar metralla con nuestros cañones...Estamos al borde del colapso, mi General.
- Ellos no están mejor. Desde el globo nos indican que han sufrido mucho.
No hacía falta señalarlo. EL terreno abierto delante del pueblo se encontraba salpicado de cadáveres de franceses y de caballos. Muchos españoles también compartían su destino. El humo de varias casas en llamas envolvía el ambiente.
- Sí, nuestros mosquetes han hecho maravillas, especialmente desde las casas. Cuando los gabachos han entrado a ellas, sus medias picas y espadas estaban en inferioridad contra nuestras bredas. Pero si esa columna francesa llega por el flanco por el desfiladero, no tenemos fuerzas para rechazarles. No por las dos direcciones.
Diego miró a su lado.
-¿Cómo decías que os llamabais? -pregunto a uno de sus oficiales.
- De la Barca, José Calderón de la Barca.
- Bien, vais a hacer lo siguiente. Vais a coger a todos eso-Diego señaló a un grupo que se encontraba detrás.- También a cuantos heridos que puedan caminar, coger cuanto corneta halleis. Si sus oficiales se quejan decídmelo a mí. Dirigiros al desfiladero y haced lo que os voy a decir, pero sobre todo, y esto es lo mas importante. No os acerqueis bajo ningún concepto al puente. ¿Esta claro?


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

Campamento francés, cerca de Amiens

Turena acudió una vez más a conferenciar con el mariscal Chatillon quien seguía esforzándose en rendir la ciudad tomada recientemente por los españoles. Para ello había puesto la ciudad bajo asedio, y sus tropas habían creado trincheras y fortines desde los que la artillería disparaba sin tregua sobre los muros de la ciudad. Mientras tanto bajo tierra los soldados se afanaban en cavar largos túneles hacia aquellos mismos muros con el fin de derribarlos por medio de minas. Por desgracia la guarnición española no permanecía ociosa, y su artillería respondía a la francesa mientras sus zapadores trataban de contrarrestar a los propios. De hecho dos días atrás una mina española había hecho saltar por los aires un fortín francés desde el que partía una mina, cuyos túneles se derrumbaron sobre los zapadores que allí trabajaban causando muchas bajas.

—No lo entiendo. —dijo Chatillon expresando sus dudas. —nuestros zapadores no escucharon ninguna señal de que los españoles estuviesen cavando en esa misma zona, y sin embargo nos hicieron saltar por los aires.

—Seguramente prepararon la contramina con antelación. —respondió Turena tras pensarlo unos momentos. —Parecen estar tratando de adelantarse a vuestros movimientos y de momento lo están logrando. La parte buena es que si ya han empleado su contramina en esa zona, es menos probable que les queden minas en el mismo lugar.

—Entonces ordenare que nuestros zapadores persistan en su empeño en esa zona. —respondió Chatillon. —Por lo que parece este asedio nos va a llevar mucho tiempo, y eso significa que precisaremos alimentos en abundancia, y de eso quería hablaros…en las últimas semanas dos de mis partidas de forrajeadores han sido destruidas por los españoles. No podemos permitir que eso siga así, y ahora que el Lobo ha marchado hacia Calais tal vez tengamos una oportunidad. Aunque… ¿Creéis que la marcha hacia Calais es una celada de algún tipo?

—Tal vez tratan de dividirnos. —respondió Turena con calma. —El ejército español es capaz de moverse a una velocidad que tan solo la caballería puede igualar. Creo que si marchamos hacia Calais, aprovecharan para ponerse en movimiento, esquivarnos, y marchar de nuevo hacia aquí para aplastaros contra las murallas de la ciudad.

—Es una posibilidad…—dijo por fin Chatillon tras pensarlo unos instantes y beber un sorbo de vino mientras miraba un mapa de la zona. —Entonces…¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer? Porque hay que hacer algo, eso seguro.

—Como bien dijisteis, los españoles se han adelantado a nuestros planes en varias ocasiones. Nuestras bajas no dejan de crecer, y algo habrá que hacer. —respondió Turena mientras cogía su daga para deslizar su punta por el mapa con suavidad.—Si los españoles logran anticiparse a nosotros una y otra vez, es por la línea de vigías que han colocado en esas torres que han construido. Esa especie de molinos de comunicaciones…con ellos un mensaje de alerta enviado desde aquí tarda alrededor de una hora en llegar a Amberes. Es eso lo que permite esa anticipación al enemigo, y es eso lo que les ha permitido derrotarnos y nos mantiene atados y sin capacidad de maniobra.

Si queremos vencer, debemos cortar esa línea. Dentro de tres días partiré con mi ejército para destruir las torres en esta zona de aquí.

—Los españoles tal vez traten de impedíroslo y se libre una batalla. —dijo Chatillón asintiendo.

—En ese caso espero que vos enviéis tropas de refuerzo a una jornada de viaje. Eso impedirá que descubran a esas tropas y puede que logremos que respondan con un único ejército y no con los dos. Apostaría que utilizarían el de Arras y no el de Calais, y si es así

—tendremos una posibilidad. —terminó la frase Chatillon bebiendo de un trago su vino.


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Mensaje por Gaspacher »

Varias localizaciones

En algún lugar cerca de Londres

“Y así os digo, que el Lobo es el mismísimo Anticristo. Es la espada que el rey Felipe utiliza para combatirnos, y allí por donde pasa, la tierra queda arrasada. Los campos quedan cubiertos de los cadáveres de hombres, de mujeres, e incluso ¡de niños! Y al acabar su trabajo el Lobo, España puede quedarse con la tierra, una tierra de muerte lista para repartirla entre los esbirros del anticristo.

El Lobo llegó a Argel, y destruyeron la ciudad matando a todos sus habitantes. Luego fue a Trípoli, y la ciudad quedo arrasada hasta sus cimientos, habitada únicamente por cadáveres. Y siguió viajando hacia el Este, y Túnez y la Goleta sufrieron su ira. Incluso Egipto fue arrasado y ahora ondean en él los pendones de España. Y cuando acabaron con los sarracenos, pasaron a Europa, donde repitió sus maldades demoniacas. Parma y Saboya probaron en sus carnes el acero español. Marsella y Tolón ardieron como teas. Holanda quedó cubierta de cadáveres, y Suecia fue derrotada y obligada a retirarse hacia el norte de Alemania.

Solo queda pues una pregunta por hacerse… ¿Cuánto tardara el Rey de España en enviar al Lobo a por nosotros? ¿Cuánto tardara el Lobo en venir a arrasar nuestros hogares y matarnos? ¿Cuánto tardaran los españoles en obligar a nuestros hijos, ya huérfanos, a profesar la fe católica? ¿Permitiréis que vuestras esposas sean violadas y asesinadas? ¿Permitiréis que vuestros hijos olviden vuestra fe y sean obligados a seguir al Papa?

Puesto telegráfico del ejército, sur de Flandes.

El cabo Casado, escribió una rápida respuesta a la petición de rendición francesa mientras miraba por la portilla de una ventana a los cientos de soldados franceses que acababan de llegar a su puesto.

“Aquí no tratáis con mercenarios sino con soldados españoles. Esta posición ha sido puesta bajo mi responsabilidad, y a ella me debo, y por mi honor y buen hacer, ningún francés pondrá sus pies en ella. Y si así ocurriera, antes le prenderé fuego para que los enemigos de mi rey, solo se apoderen de una montaña de cenizas. Si habéis de venir, venid con libertad, pues aquí os esperan los mosquetes de mis soldados, dispuestos a cobrarse un duro precio en carne y sangre francesa.

Firmado…"


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Valencia, Casa de Aragón.

—Soy de Borja, cerca de Zaragoza. —dijo la joven Pilar que como muchos aragoneses presentes en la ciudad había acudido a un recinto en el que se solían reunir los oriundos de aquel lugar, existiendo otros casales de Andalucía, Galicia, y muchos otros. —Vine a la ciudad para trabajar.

—Encantado, yo soy Francisco, y soy de Cuarte, también vine a Valencia buscando trabajo. —respondió el hombre con una inclinación. —¿Dónde Trabajáis?

— Trabajo de hilandera en la Real Manufactura de sedas. —dijo la joven con una sonrisa. —He tenido suerte.

—Me alegro mucho. Yo también tuve suerte. Trabajo de matarife para las compañías de pieles… —la conversación siguió durante el resto del domingo de forma bastante agradable. El domingo siguiente se volvieron a encontrar, y Francisco dijo. —Pilar, vos cobráis un jornal, yo también tengo un jornal. Si nos casamos tendremos dos jornales. ¿Qué os parece?

Cerca de Benavente.

Manuel corrió a la casa de Don Pascual, uno de los vecinos de la zona que sabían leer. En sus manos temblaba la carta que acababa de recibir, llegada directamente desde Cabo Verde, donde su hija Amparo había viajado tras desposarse con un soldado veterano al que se habían entregado tierras en aquel lugar. Esperaba que todo le fuese bien en su nueva vida. Desde luego debería irle mucho mejor que en la ciudad, casada con cualquier destripaterrones de la zona. Ahora debía tener una hacienda considerable, con suficientes jornales de tierra como para causar envidia a cualquiera de los habitantes de Benavente.

Veinte minutos después Pascual empezó a leer; “Estimado padre. Lamento haber tardado tanto en escribiros estas líneas, pero el trabajo para levantar la casa y preparar los campos ha tomado todo nuestro tiempo en estos meses. He de contaros que tanto mi esposo como yo estamos bien y en buen estado de salud, y si todo va según lo previsto, para Santa Mónica seréis abuelo.

Esta isla es maravillosa, con tierras fértiles y una vegetación exuberante, y nuestra... "


Norte de Alemania, campamento sueco

Un grupo de oficiales suecos se había reunido alrededor de una mesa en la que descansaba un mosquete español. Una de las escasas armas que habían logrado capturar en las recientes batallas en Alemania, donde el ejército imperial había atacado con fuerza recuperando gran parte del territorio perdido en los primeros años de intervención sueca.

El arma desde luego llamaba la atención por su aspecto. Un arma ligera, que permitía disparar sin horquilla y que podía cargarse con gran facilidad debido a su fácil manejo. Sin duda era la principal razón de la repentina superioridad de las armas españolas, que una vez más se alzaron para dominar Europa.

—Decidme Aagesen. ¿Podéis copiar ese mosquete? —preguntó el general a uno de los maestros armeros de su ejército.

—En líneas generales sí. El diseño es simple y conciso, pero será muy caro. Lo que me causa extrañeza es la técnica de construcción española. Nunca había visto una lámina de hierro tan suave, casi sin marcas de martillazos…eso no podremos duplicarlo. Y luego está la soldadura del cañón con una lamina exterior. Si queremos evitar que el precio de disparo tendremos que hacerla solapando los bordes o el coste de los mosquetes se disparara…


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Flandes

Una sombra se movió por el bosque acercándose a su linde sin ser advertida por los soldados que, cerca de allí, atacaban una estación de telégrafo. Poco después un observador avezado hubiese visto como más sombras se sumaban a la primera, sin embargo los soldados franceses que combatían allí cerca no pudieron darse cuenta de nada. Aquellas sombras vestidas de verde, se movían con sumo cuidado y sin romper ni una sola rama, aprovechando la cobertura que proporcionaban los árboles y rocas de la zona.

Una de las sombras se llevó dos dedos a los ojos antes de señalar una zona cercana, moviendo la mano en un pequeño semicírculo. De inmediato aquellas sombras empezaron a moverse de nuevo, acercándose aún más a la linde del bosque antes de tenderse en el suelo. Ahora era el momento de esperar, y aquellas sombras esperaron totalmente inmóviles, mientras una de ellas subía a uno de los árboles para obtener una mejor línea de visión. Solo unos minutos más tarde la sombra estaba de nuevo en el suelo, y pudo reunirse para comunicar lo que había visto a sus mandos.

Mientras tanto frente a ellos continuaban los combates. La torre del telégrafo estaba hecha de ladrillos de adobe y sus gruesos muros eran capaces de resistir sin problemas las armas de los franceses pues solo los cañones de mayor calibre eran capaces de destruir aquellos. Sin duda si los mandos franceses hubiesen conocido aquello, hubiesen añadido un cañón al grupo de ataque, sin embargo faltos de él, los soldados se veían forzados a tratar de atacar en masa, buscando acabar con los defensores.

Por desgracia para ello tenían que acabar con la docena de hombres que se resguardaban tras aquellos muros cuyas ubicas ventanas estaban situadas a más de cuatro metros de altura. De igual manera la única puerta de la torre se encontraba situada en la tercera planta, de forma que hubiese sido necesario disponer de escaleras para subir hasta ella. Eso únicamente dejaba la opción de los mosqueteros, que acribillaban las ventanas en un intento de acabar con los tiradores españoles. La situación parecía estancada cuando un grupo de jinetes franceses llegó procedente de un pueblo cercano. Con ellos traían varios barriles de brea y aceite que repartieron entre un grupo de soldados, que ya esperaban con grandes fajinas de ramas y paja que fueron empapadas en aquellas sustancias.

En la torre el cabo Navas vio como los soldados franceses corrían hacia la torre cargando aquellos pesados fardos. De inmediato apuntó a uno de ellos y lo abatió de un certero disparo, sin embargo sabía que la suerte de la torres estaba echada. Mientras recargaba su mosquete aprovechó para observar el interior de la torre. Aunque sus hombres continuaban luchando, tres de ellos estaban tumbados sobre el suelo, dos de ellos en completa inmovilidad, mientras el tercero respiraba con dificultad. Sin duda durante aquellas dos horas de lucha había cumplido con su deber, tal vez había llegado la hora de prender fuego a sus documentos y a la misma torre antes de rendir su posición…


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