LA FRACTURA

La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
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Domper
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—Varón, cincuenta años, traumatismo torácico, insuficiencia respiratoria.

La camilla con el paciente entró en el box de Urgencias. El paciente llegaba con mascarilla de oxígeno —estaba consciente y respiraba espontáneamente, aunque con dificultad— y ya tenía dos accesos venosos. Fue preciso trasladar al paciente a otra camilla empleando una tabla espinal, ya que la del helicóptero era de rescate y menos apropiada.

Mientras los presentes escucharon como el helicóptero despegaba y se alejaba. No había demasiado personal, pues el servicio de Urgencias del Doce de Octubre era veterano y sabían que muchos cocineros estropean el caldo, y que en la sala de reanimación solo debía estar el personal imprescindible. A pesar de la veteranía estaban todos preocupados: lo imposible había ocurrido.

Las visitas reales o de mandatarios extranjeros además de acompañarse de un fuerte dispositivo de seguridad conllevaban preparativos sanitarios: se reservaban camas tanto en planta como en Cuidados Intensivos en centros sanitarios seleccionados, y se reforzaban las unidades de Urgencias. Aunque habitualmente los reyes acudían a centros privados, era por no trastornar a los sobrecargados hospitales de la red pública. Pero para problemas graves, nada como el “Seguro”. Que antes de la Fractura ya era uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Había sido el Hospital Doce de Octubre el alertado. No solo por su excelencia, que la tenía, sino por ser de los pocos con helipuerto de acceso inmediato. También lo tenía el Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla, pero además de estar sobrecargado con los heridos de la guerra que aun se estaban recuperando, carecía de ciertas especialidades, y el estado de salud de Roosevelt hacía temer cualquier cosa. El Doce de Octubre estaba en el sur de Madrid, pero para un helicóptero significaban solo par de minutos de vuelo.

La mañana había sido tranquila, pues mucha gente se había quedado en casa para ver la televisión, y las urgencias graves como los accidentes de tráfico se estaban derivando a otros centros. Se habían programado menos intervenciones quirúrgicas para dejar libres cuatro quirófanos, y también se habían suspendido las consultas de bastantes especialistas para que estuviesen disponibles. El día estaba transcurriendo tan relajadamente que el personal iba diciendo que era urgente invitar a España a Churchill, De Gaulle, Gandhi, al Papa, y hasta al Dalai Lama si se terciaba.

Una llamada telefónica lo cambió todo. El jefe de la guardia ordenó dar de alta a los pacientes que esperaban en Urgencias por problemas leves o que no requiriesen atención inmediata, y SOS Madrid movilizó ambulancias y taxis para trasladar a los enfermos que lo deseasen a otros centros para seguir allí su atención. Asimismo se ordenó el desalojo de los acompañantes de los pacientes que estaban siendo atendidos en las salas. Hubo algunas protestas que callaron al ver que el médico era acompañado por varios guardias civiles. Que estaba pasando algo y gordo era evidente porque los guardias llevaban chaleco antibalas y empuñaban fusiles de asalto.

Cuando se escuchó el helicóptero salieron varios policías a esperarlo, para actuar como pantalla del paciente; pues en la anterior línea temporal tanto el IRA como ETA habían atacado ambulancias que llevaban heridos de atentados. El paciente fue trasladado a Urgencias mientras el equipo de seguridad se apostaba en entradas y pasillos, exigiendo la acreditación de los que pasasen. Aunque llevasen bata, que enfundarse una era viejo truco de periodistas.

El paciente estaba consciente pero obviamente muy dolorido y su respiración se hacía más dificultosa por momentos. Las venas de su cuello se eshaban hinchando. Aun llevaba un terno oscuroque una enfermera intentó cortas con unas tijeras. El tejido se rasgó con facilidad, pero el forro interior resistió los intentos.

—Es un traje antibalas —dijo un guardaespaldas—. Tendrán que quitárselo con cuidado.

El personal movió al paciente cautelosamente para que la enfermera pudiese cortar la tela y luego separar los paños de tejido blindado, aprovechando para revisar las lesiones. No había heridas penetrantes pero sí una tumefacción en el costado derecho que crepitaba con las respiraciones. Un médico auscultó el pecho.

—No ventila en el lado derecho. Preparad un trócar. Yolanda, pide un tórax portátil urgente.

Mientras ya habían colocado los electrodos y la pinza del monitor, que tras unos segundos ya funcionaba. La alarma empezó a sonar.

—Saturación 82%, frecuencia cardiaca 165.

—La leche. Debe tener un neumotórax a tensión. Ni placa ni nada. Lo siento —le dijo al paciente—, esto le hará un poco de daño.

El médico palpó una costilla y pinchó justo por encima. El herido gimió pero por la aguja escapó aire y en seguida su estado del mejoró, subiendo la saturación de oxígeno al 93%. Luego empezó a salir sangre por la aguja.

—Aspirador y sello de agua, por favor ¿Qué lleva en el suero? —preguntó el médico al equipo que lo había traído.

—Un Ringer lactato. Le hemos pasado una bolsa de un litro.

—Bien. Pasad otro medio litro en diez minutos —ordenó a las enfermeras— ¿Qué analgesia lleva?

—Una dosis de cloruro mórfico.

—Preparad una perfusión de Fentanilo. También quiero un básico más coagulación, pruebas cruzadas y gases.

Se había escuchado como el helicóptero se alejaba, y que otro aparato se posaba. Al momento llegó a la sala aledaña otra camilla.

—Varón, sesenta años, dolor torácico.

El procedimiento estaba tan trillado que los presentes actuaron casi como autómatas. Una enfermera conectó la mascarilla de oxígeno mientras otra colocaba electrodos. La tercera extrajo una muestra de sangre.

—Quiero gases y enzimas —dijo uno de los médicos de Urgencias—. A ver ese electro… Huy, pon el busca al cardiólogo.

Una hora después el jefe de la guardia informaba al presidente del gobierno.

—Están los dos fuera de peligro salvo complicaciones. Al rey le ha salvado su traje antibalas que detuvo los proyectiles, pero el golpe ha causado fracturas costales múltiples que han causado un neumotórax a tensión y una hemorragia pleural.

—Eso suena mal —dijo Samitier.

—Le hubiese matado en minutos, pero el doctor Muñoz lo ha reconocido a tiempo y ha puesto un drenaje. Por desgracia, las fracturas han causado un tórax inestable con volet costal y…

—Perdone, doctor.

—Lo siento. Significa que las costillas se han roto en varios sitios, por lo que se mueven al respirar y no solo causan mucho dolor sino que disminuyen la eficacia de la respiración. Por eso el monarca está sedado y con ventilación asistida.

—¿El pronóstico?

—Bueno salvo complicaciones. Es un hombre fuerte y sano, y no parece haber contusión pulmonar ni otras lesiones añadidas. Si todo va bien mañana mismo se le podrá despertar aunque seguirá requiriendo asistencia respiratoria bastantes días. La recuperación, en principio, será completa.

—¿Y el presidente Roosevelt? ¿Tiene alguna herida?

—No, parece que el hombre sufrió una crisis cardiaca. Ahora mismo ha pasado a la UCI de Cardiología desde Hemodinámica, donde le han puesto un stent, es decir, una especie de muelle que dilata la coronaria. Creemos que no hay necrosis miocárdica, digo, que no se ha dañado parte del corazón. Pero ese hombre está muy deteriorado.

—Fuma como un carretero y bebe aun más.

—Si solo fuese eso. En la placa se ven cavernas tuberculosas que pueden estar activas y tiene un EPOC digo una bronquitis como un piano de cola. También se ven calcificaciones en las carótidas que necesitarán una endarterectomía, quiero decir, una especie de limpieza. Además ya suponíamos que era hipertenso, pero es que tiene unas cifras de crisis hipertensiva consecuencia de una insuficiencia renal crónica. Seguramente es secundaria a una infección urinaria causada por una infección urinaria, secundaria a la disfunción de su vejiga urinaria como consecuencia de la poliomielitis.

—¿Tan mal está?

—No se alarme. Son muchas cosas pero aun son tratables. Controlar la tensión será fácil, y la insuficiencia renal que tiene es moderada. Tratar la tuberculosis tampoco será un problema. Más importante será modificar sus hábitos de vida. Si conseguimos que deje de fumar y que beba menos, y que cuide un poco su dieta, a Roosevelt le queda cuerda para rato.

—Gracias, doctor ¿Podrá leer el parte médico?



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Un grupo de policías entró en el piso de Carabanchel. Habían rodeado el bloque por precaución, pero como se esperaba, estaba vacío. Vacío de gente, aunque no de restos, pues parecía que los inquilinos lo habían abandonado a toda prisa, y había muchos indicios que podrían ser de gran interés para la oficina científica.

Inmediatamente tras el atentado había comenzado al caza al hombre. Se habían instalado controles en las salidas de la capital en los que se comprobaban las identidades de todos los viajeros, y se revisaba a fondo los vehículos. Pero ya se suponía que esa labor, aunque necesaria, sería inútil. La experiencia del terrorismo de ETA demostraba la casi inutilidad de tales medidas —aunque en un control rutinario cayó Henry Parot, uno de los asesinos más sanguinarios—. Salvo que fuesen unos incompetentes, los colaboradores del atentado a estas horas estarían escondidos en un “piso franco”, y encontrarlo una ciudad de cinco millones de habitantes sería más difícil que hallar la proverbial aguja.

Al menos la policía sabía que los francotiradores habían precisado ayuda. Identificado Zaitsev como uno de los tiradores, fue pueril descubrir que el otro era —o había sido— Ivan Sidorenko, tal vez el mejor francotirador soviético. Pero ni Zaitsev ni Sidorenko habían estado en España y no sabrían moverse por el país sin la ayuda de colaboradores. Era necesario capturarlos no solo para que se enfrentasen a la justicia, sino para desmontar su red y para confirmar que la Unión Soviética era la responsable.

Los dos cadáveres no habían podido hablar pero sus posesiones sí. Y entre ellas destacaba un teléfono móvil. Era de tipo antiguo, de los de “concha”, y un proyectil lo había tocado de refilón destrozándolo. Pero la tarjeta SIM estaba intacta y aun siendo precisa la colaboración de la compañía telefónica, que aportó el número “PUK” de desbloqueo, un equipo de la policía científica pudo averiguar el número de teléfono. Pero de poco sirvió: el terminal figuraba como sustraído dos semanas antes. Había sido de una anciana que había sido asaltada en el portal de su casa; se había denunciado la agresión pero la señora ni había dicho que le habían robado el celular, pues probablemente lo había olvidado. Una rápida investigación confirmó la veracidad de la historia.

El chip de memoria poco más contenía, pues habían borrado la agenda y el registro de llamadas. O al menos eso pensaban los rusos.

—Esos tipos sabrán de fusiles pero no de teléfonos —dijo un técnico.

Los legos en electrónica creen que borrando un archivo desaparece, pero no es tan fácil. Realmente un dispositivo electrónico de memoria se podría comparar a un cuaderno en el que se escribe con lápiz, y en el que hay un índice que remite a la hoja en la que se encuentra tal o cual dato. Al borrar un archivo, realmente se elimina la entrada del índice, y esa página queda disponible para ser reescrita. Pero si se regenera el índice o, de ser preciso, se hace una búsqueda a fondo hoja por hoja, se pueden recuperar la mayor parte de los datos supuestamente eliminados. Pues solo fue preciso hacer algo similar: recuperar las entradas, es decir, el índice de la tarjeta. Pero la agenda solo contenía teléfonos de familiares de la abuela, y suyas eran la mayor parte de las llamadas del registro. Pero había dos muy recientes, las dos hechas solo cinco días antes. Algo que confirmó la compañía telefónica.

—Mira, mira, ya sabemos de quién son esos dos teléfonos a los que llamaron. Los adquirió un tal un tal Juan González Herrero, alias “Johnny”. Resulta que tenemos ficha de ese elemento. Es un conocido miembro del movimiento okupa y ha sido detenido un par de veces en algaradas. Pero desde la Fractura no había dado más que hablar, aunque por lo visto era porque tenía nuevos amigos. El amigo se había convertido en un agente “legal” —en el argot de los espías un miembro “legal” es el que tiene una cobertura que le permite moverse con libertad—. Hasta ha hecho declaración de la Renta. Según ella, tiene trabajo estable en un taller en Entrevías, y vive en un piso de Vallecas con sus padres.

—¿Lo asaltamos?

—No, es mejor no levantar la liebre. Por ahora solo estableceremos una vigilancia —dijo el capitán Pérez. La investigación ya no estaba a su cargo, que un asunto de tal magnitud había atraído a una constelación de estrellas y fajines que querían figurar al frente. Pero como nadie quería tomar las decisiones tácticas por si le salpicaba el fracaso, Pérez seguía siendo el encargado.

Un nutrido grupo de agentes, que se turnaban cada poco tiempo para no llamar la atención, se dedicó a observar de cerca el taller y el piso de la familia. Aunque Pérez suponía que sería tan inútil como los controles alrededor de la capital. Ese Johnny, si no era tonto de remate, estaría refugiado Dios sabe dónde. Y que no era tonto del todo lo demostraba que de los dos teléfonos de marras, uno estaba apagado y el otro apenas se había conectado unas cuantas veces.

Pero el teléfono de los tiradores siguió contando su historia. Consultando los registros de las llamadas de la compañía telefónica, las dos habían sido hechas una tras otra desde algún lugar del barrio de Carabanchel, y los teléfonos receptores estaban en la misma zona. Seguramente habían sido llamadas de comprobación. Triangulando las llamadas con las torres de telefonía se pudo concretar algo más: el lugar estaba a menos de doscientos metros de la plaza Elíptica. Fenomenal: no habría menos de diez mil pisos que cumpliesen esas condiciones.

—Johnny era un okupa ¿no es así? Tal vez habrá hecho lo mismo otra vez. Quiero un listado con las denuncias por okupación de Carabanchel.

No había demasiadas, ya que la afluencia de refugiados había hecho que los pisos vacíos fuesen tan valiosos que ya hacía meses que los dueños habían conseguido expulsar a sus indeseados inquilinos. Pero un suceso en seguida llamó la atención: una puerta rota en un piso de la calle del Marqués de Jura Real. Esa misma noche entró un equipo de intervención.



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—A ver si me aclaro. Era el piso de tus padres hasta que los colocaste en una residencia de ancianos, y desde entonces lo alquilas al primero que pasa y sin declararlo ¿Sabes lo insolidario que es? Me parece que Hacienda va a estar muy interesada en tus negocietes.

—Ya sabe, guardia, la vida es dura —trataba de excusarse la propietaria, una mujer obesa de mediana edad.

—Y más dura que va a ser porque estoy pensando que igual ese Johnny al que alquilaste el piso no es un inquilino sino un amigo.

—¿Qué ha hecho esta vez Johnny?

—Así que lo conoces. Vaya, vaya, vaya. Vamos a seguir hablando un rato tú y yo.

El interrogatorio sin embargo no había dado mucha luz. La casera había conocido a Johnny porque había respondido a un anuncio en Idealista, una página web inmobiliaria. El chico tenía pinta de modernillo y un poco amanerado pero parecía majo y hasta le había invitado a unas cañas, mientras le proponía no declarar el alquiler y a cambio pagarle un poco más; así tanto arrendatario como inquilino salían ganando. Había vuelto a ver al chico cada mes porque le gustaba pagar en mano, algo que hacía con puntualidad; además le traía siempre algún detallito: unos chocolates, una bandeja de pastas, alguna flor. Johnny le había explicado que quería el piso para juntarse con un amiguito, que tenía un amante muy celoso.

Pero había otra fuente. La finca ya no tenía portero, especie en peligro de desaparición que en Carabanchel era tan frecuente como los edelweiss en los parterres. A cambio, se disponía de una herramienta de vigilancia de categoría superior: la vecina del segundo, que había terminado la licenciatura de fisgona e iba a por el máster. La mujer conocía la vida y milagros de casi todos los vecinos, y de los que no, había hecho una investigación a fondo. Máxime de ese inquilino de enfrente que traía al piso hombres de pelo en pecho. Había hecho turnos en la mirilla observando hasta el más mínimo detalle de los visitantes. Además la buena señora —mejor se podría dejar en señora porque lo de buena era un decir— era toda una fisonomista. Se le mostró una serie de imágenes y rápidamente identificó a Ivan Sidorenko y a Vasili Zaitsev. Pero había una cuarta persona que había sido la primera “amistad” de Johnny.

La señora no había hablado con ese visitante en persona pero le había escuchado a través de la ventilación de la cocina, sistema de vigilancia que dejaba en paños menores a los más avanzados micrófonos. El señor ese hablaba en español pero con acento extraño, y cuando estaban los otros dos, en una lengua que no había reconocido. No había que ser un lince para reconocer quién podría ser: habría estado en España bien como diplomático, bien como asesor en la guerra civil, o menos probablemente, sería un exiliado español. El proyecto de recuperación de los archivos de Internet —mediante el estudio de los archivos temporales existentes en ordenadores cuando se produjo la Fractura— no había proporcionado toda la información deseable, pero sí un archivo completo de los asesores rusos. La señora reconoció sin dudas a un tal Ilyá Starinov como el amigo de Johnny.

—Que buen elemento. Veterano de la guerra civil rusa, estuvo en España como instructor de partisanos y probablemente sirvió de inspiración a Hemingway para la novela “Por quién doblan las campanas”. Luego luchó en Finlandia y, en la anterior línea temporal, primero fue un destacado partisano que liquidó un estado mayor alemán, y luego se dedicó a perseguir a los guerrilleros ucranianos anti rusos. En resumen, un agente muy pero que muy peligroso. Además el puñetero tiene la típica cara anodina que cambiándose un poco el peinado no habrá quién lo reconozca. Vamos a distribuir su foto. Si alguien lo ve deberá seguirlo a distancia y no intentar detenerlo. Si no hay otro remedio que apresarle, deberán estar preparados para tirar a matar.

El piso siguió contando su historia. Estaba claro que los inquilinos ni eran limpios ni seguían una dieta equilibrada: había cajas vacías de pizzas por todas partes. Encontraron tres botellas de vodka —dos, vacías— y unos pepinillos: un típico aperitivo ruso, pero no era lo que se dice una prueba de cargo. Lo más llamativo había sido una jeringuilla de las de insulina que habían encontrada tirada en el suelo. Llevada a analizar, aun contenía trazas de Dormicum, un potente anestésico. En la basura encontraron los restos de la ampolla. También hallaron un blíster vacío de otro somnífero, el Noctamid, y de un antídoto, el Anexate.

—Qué curioso. Nada de eso se vende sin receta ¿verdad?

—No, capitán. El Noctamid es de uso común, pero el Dormicum me han dicho que se emplea sobre todo como anestésico y para las convulsiones. El Anexate solo se usa como antídoto por lo que solo lo tiene los centros sanitarios. Ni el Dormicum ni el Anexate pueden comprarse ni con receta.

—O sea que solo se usa en hospitales. Eso acotará la búsqueda.

—Me temo que no será tan fácil. También se distribuye a los centros de salud y a las ambulancias de urgencia.

—Una pena ¿hay forma de identificar el origen?

—Es posible que sí. Cada ampolla tiene un número de registro. A ver si podemos sacar algo de eso.

—Bien ¿Y ese papel? —dijo el capitán señalando uno que estaba sobre la mesa.

—Es también de un medicamento, de una crema que se llama Capsicín. La usa mi madre para la artrosis. Es como un extracto de guindilla tan fuerte que como te toque los ojos te vuelve loco.

—Debieron emplearla con el perro.

La investigación pronto había localizado el lugar por el que los rusos habían entrado en la Zarzuela: la noche anterior se había producido un incidente con un perro que parecía rabioso y que tenían en cuarentena. Pérez ordenó que analizasen la orina del animal para comprobar si se habían empleado somníferos con él. Aunque eso solo serviría para saber el cómo, pero no para localizar a Johnny.

—¿Esa crema necesita receta?

—No, capitán. Se vende en farmacias y en herboristerías.

Tal vez el número de serie diese más luz aunque lo dudaba: seguro que habrían ido a la otra punta de Madrid para comprarla. Como habían hecho para conseguir la bolsa de golf que habían encontrado cerca de la valla.

—Mucho sabía de medicamentos ese Johnny para ser mecánico. Vamos a ver si localizamos el origen del medicamento. De paso, quiero el historial completo de Johnny. A qué colegios iba, quiénes fueron sus compañeros y qué han estudiado. Y si sale alguien del gremio de la salud me lo decís.



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A unos pocos kilómetros Iliá Stárinov, alias Gregorio, seguía maldiciendo a Johnny. Ya había pensado que sería necesario abandonar el piso de Carabanchel, pero de manera ordenada y borrando los rastros. Pero la guarrada que le había hecho el imbécil aquel le había obligado a romper la puerta e irse con lo puesto. A fin de cuentas le entendía, porque Iliá ya tenía previsto deshacerse del colaborador, que los muertos no hablan. Si lo mantenía con vida era solo porque lo necesitaría para recoger con su coche a Ivan y Vasili y llevarlos a algún lugar cerca de la frontera portuguesa. Pero el viaje para Johnny debía ser solo de ida. El cabrito se lo había olido y se la había jugado bien.

Iliá, en cuanto se recuperó, bajó corriendo a la calle a ver si podía atrapar a Johnny, pero el desgraciado había desaparecido. Pensó en correr a ver si lo alcanzaba antes de la boca del metro, pero lo meditó mejor y se dio la vuelta. Aun suponiendo que lo encontrase, que era mucho suponer ¿cómo conseguiría que lo acompañase sin formar un escándalo? Aparte que el ruido que había hecho al romper la puerta seguro que había llamado la atención de medio vecindario. Le preocupaba sobre todo la vecina de enfrente, una cotilla a la que ya había pillado un par de veces atisbando por la mirilla —era una de esas viejas que deja pasar la luz mientras no hay nadie mirando— e igual iba con el cuento a la policía. Iliá subió aparentando una calma que no tenía, tomó la bolsa que tenía preparada para las emergencias, cerró la puerta como pudo, aunque los daños eran aparentes, y abandonó el lugar para siempre. El lugar de ir a la cercana boca del metro de vadillo se dio un paseo hasta la más lejana de Almendrales; lo aprovechó para entrar y salir de un par de supermercados y así dar esquinazo a cualquier perseguidor. En el metro hizo lo mismo, aprovechó la muy transitada estación de Sol para cambiar de línea un par de veces antes de dirigirse a su destino, en Móstoles. Allí tenía el piso de seguridad, que ni Johnny ni los dos tiradores conocían, donde podría refugiarse. Lo tenía lleno de comida enlatada pues ya tenía previsto emplearlo para esconderse en él durante lo peor de la búsqueda que seguramente seguiría al atentado. Pero el cambio de planes le obligaría a salir a la calle, algo siempre peligroso. Aunque ni Johnny ni los dos tiradores conocían su identidad, y si de algo se había vanagloriado Iliá era de tener unas facciones tan comunes que podría pasar desapercibido casi en cualquier parte.

Al llegar al piso había encendido la televisión —a volumen muy bajo porque no quería llamar la atención de los vecinos— y conectado las noticias, pero aparte de la ración habitual de estupideces, solo se retransmitían las imágenes de la llegada de Roosevelt a Barajas y de su recepción en el palacio del marrón o algo así. Iliá abrió una lata y calentó su contenido en un horno microondas —un invento portentoso— y se dispuso a esperar. Un par de horas después empezó a escuchar el paso de helicópteros, cada vez más. A las cuatro de la tarde se interrumpió la programación para dar un boletín urgente: el rey y el presidente habían sufrido un atentado y habían sido trasladados a un centro hospitalario. Los noticiarios mostraron imágenes de los helicópteros y poco más. Al parecer los periodistas tampoco sabían lo que había pasado.

Bien por Vasili e Iván. A pesar de lo difícil que era lo habrían logrado. Peor lo tendrían para escapar, aunque la pareja ya le había demostrado los recursos que tenía con la idea del perro para superar la barrera de vigilancia. Tal vez conseguirían salir vivos. Si lo lograban ya tenía pensado un plan de rescate: tres veces al día Iliá esperaría la llamada de Iván o Vasili, que le dirían donde estaban para que idease como recogerlos. Para eso les había dado un teléfono móvil robado y con la memoria limpia. Además Johnny, por una vez, había hecho algo bueno y le había dicho a Iliá que la policía podía localizar un teléfono aun sin llamar; por eso había sacado la batería del aparato y lo había envuelto en papel de aluminio. Para conectarlo se alejaría del piso de seguridad.

Durante toda la tarde siguieron los boletines. Al principio no hablaban sino de atentados a jefes del gobierno: repitieron una y otra vez una película sobre el asesinato de un presidente del futuro, un tal Kennedy. Mientras se escuchaban por toda la ciudad sirenas de la policía, y mirando por la ventana vio las calles casi vacías: la gente estaba en sus casas, enfrente de las pantallas de sus televisores. Hasta las ocho no hubo noticias tranquilizadoras —aunque frustrantes para Iliá—: los dos mandatarios solo habían resultado heridos y estaban fuera de peligro. En Moscú no se sentirían satisfechos, pero Iliá ya había advertido que el plan tenía muy pocas posibilidades. Tampoco creía que Ivan o Vasili tuviesen demasiadas, pero no iba a dejarlos en la estacada. Al día siguiente comenzó la rutina: a las nueve de la mañana, a la una y a las seis de la tarde —había escogido esos horarios por ser “horas punta”— conectaría el teléfono, cada vez en una calle diferente y siempre bastante alejada, al menos a veinte minutos a pie, del piso de seguridad. Tendría que memorizar los recorridos para no dar impresión de ser un turista despistado, variedad poco frecuente tras la Fractura y que en Móstoles siempre había sido rara avis.

—El teléfono B ha vuelto a conectarse.

Mientras un equipo seguía las pistas de Johnny, otro intentaba encontrar los teléfonos. Las compañías telefónicas habían ofrecido su colaboración incluso antes de mediar una orden judicial, y mediante sus antenas se podía triangular la posición del terminal aunque con poca precisión: el círculo de localización era de al menos doscientos cincuenta metros de radio, que en una gran ciudad implica miles de habitantes. Además el ruso —seguramente sería Stárinov— era precavido y cada vez se conectaba desde un lugar diferente, y durante la hora que el aparato permanecía encendido se mantenía quieto. Seguramente estaría en algún bar tomando un café para no llamar la atención: lo mismo que hacían cientos de madrileños. Con todo, los cuatro puntos desde los que ya se había conectado no estaban demasiado alejados. Pérez se imaginó lo que estaba haciendo Stárinov. Estaría refugiado en algún rincón, y a las horas convenidas daba un largo paseo, buscaba algún lugar donde pasar desapercibido, y solo entonces encendía el teléfono. Eso concordaba con los puntos de las llamadas, no demasiado alejados entre sí. Suponiendo que se alejase veinte o treinta minutos de su escondite, con un mapa y un compás podía suponer más o menos por dónde estaba la madriguera del ruso. Como primera medida, el capitán envió a las estacionas de metro policías de paisano con la foto del ruso —que no debían mirar ostentosamente— y al barrio donde seguramente residía el agente. Esa estrategia probablemente daría frutos, pero se necesitaba suerte y tiempo. Algo de lo que seguramente se tenía poco, porque el ruso no esperaría indefinidamente.

—No va a ser fácil atrapar a ese Stárinov. Me imagino que se parecerá a cualquier otro madrileño, y ni siquiera descartaría que haya hecho algo para pasar desapercibido como raparse o teñirse el pelo. Aunque no lo haya hecho, ya sabéis lo difícil que es atrapar a alguien basándose en un par de fotos.

—Capitán, se me está ocurriendo cómo pillarlo. Pensamos que el ruso ese estará en algún sitio público, probablemente un bar pero también podría ser un centro comercial, un parque o algo así, esperando que los autores del atentado le llamen ¿Y si le llamamos nosotros?

—Podríamos, pero nunca conseguiríamos hacernos pasar por Sidorenko o Zaitsev.

—Desde luego. Pero podríamos hacerle una llamada perdida ¿no es así? Tan solo es cuestión de localizar las zonas en la que se mueva, vigilar los lugares públicos, y en el momento en el que hagamos la llamada, estar pendiente de quién echa la mano al teléfono.

Pérez meditó un momento antes de mostrar su aprobación—. Creo que es una excelente idea. Preparemos la trampa.



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APVid
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Mensaje por APVid »

INDIA BRITÁNICA

Mientras en España se esperaba la visita del presidente de EE.UU., en la India los sucesos se estaban precipitando, el verano había sido tenso pero el Quit India no se había desencadenado en agosto como esperaban las autoridades británicas.

Pero tras organizarlo bien esa semana de septiembre se había dado la señal. Hindúes, musulmanes, sijs,... en un día que no era sagrado para ninguna de las religiones desencadenaron... la mayor fiesta que se recordaba en la India. Nadie disparó ningún tiro, ni se produjo ninguna violencia, incluso los más radicales como Bosé se habían plegado a las ideas de Ghandi para esos días. De manera totalmente pacífica el gobierno provisional del Indostán asumió el control de todo, en un ambiente festivo y sosegado donde la población se reunió para banquetes comunales y celebraciones integrando a las diferentes etnias y castas como no había sucedido nunca.

Ante la situación, la autoridades británicas trataron de contrarrestarlo deteniendo a los principales líderes (como había ocurrido en la Historia), pero como contramedida se había articulado una densa cadena dividida en miles de células y organizaciones locales para mantener al gobierno indio y el movimiento. Peor aún, toda la administración, la judicatura, la policía y las fuerzas armadas indias sabiendo que iban a tener que unirse al nuevo estado en breve, simplemente habían optado por seguir las directrices de la nueva administración, y dejaban de hacer caso al gobierno colonial.

Victor Alexander John Hope, Gobernador General y Virrey de la India, se encontró en un solo día con un hecho de que sus mensajes e instrucciones no iban más lejos del Rashtrapati Bhavan, con la bandera británica pacífica y formalmente izada pero el Raj convertido en un fantasma, y que su propio título tenía el mismo valor que el del archiduque de Austria o el de Rey de Borgoña. Los británicos habían quedado relegados al control de unas pocas bases dispersas y de unos cuantos edificios.


GOA (INDIA PORTUGUESA)

En esos días uno de los primeros acuerdos del gobierno provisional con el nuevo gobierno portugués fue la firma de un pretratado para la futura retrocesión de la India Portuguesa, sin violencia y conservando Portugal algunos aspectos culturales, educativos, comerciales,... que evitaban futuros conflictos y garantizaban a Portugal una salida honrosa y atractiva.

Nadie daría la orden que trató de dar Salazar de destruir el legado de la India Portuguesa.


Domper
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Elisabeth Silva andaba presurosa por las populosas calles del barrio del Pilar. Estaba cansada y disgustada pero también contenta. Cansada de ver tanto viejo gruñón en el centro de salud, proletarios tan alienados que ni sabían que lo eran y que disfrutaban con las migajas que caían de la mesa de los capitalistas. Cuando venían a pedir su pastillita para la tensión, la vacuna de la gripe o el jarabe que les curase la fiebre, tenía ganas de gritarles que eran esclavos de las multinacionales farmacéuticas que los envenenaban con medicamentos que solo curaban las enfermedades que ellas mismas habían causado. Elisabeth estaba disgustada porque la televisión había dicho que tanto el presidente capitalista como el monarca opresor estaban vivitos, coleando, y recuperándose a ojos vistas. Encima un hi****ta de periodista había fotografiado al rey protegiendo al norteamericano, y la gente en vez de ver lo que había pasado, que ese ca***n había querido esconderse tras la silla del tullido, creía a los periodistas paniaguados de la opresión cuando decían que tenían a un héroe en el trono. Pero no todo era malo ese día, que la joven iba contenta pues iba a darse un buen restregón con Juanito.

Aunque bien mirado —iba pensando— Juanito era un informal que después de estar dos años sin verla la había llamado apenas hacía dos meses como si no hubiese pasado nada. Elisabeth pensaba cantarle las cuarenta, pero pasó lo de siempre, fue verlo y deshacerse. Siempre había estado colada por ese canalla que sabía qué decirle y como tocarla. Aparte que canalla era en lo personal, pues Juanito era un luchador comprometido que vivía para la Revolución. Por eso entendió la extraña petición que le había hecho.

—Chiquillo ¿para qué c**o quieres eso?

—Para pegarme una siesta en la piscina ¿Para qué va a ser? Necesito el dormirún para convencer a la gente que se deje hacer, el anexión por si me paso, y la caspatina para hincharles las narices si se tercia.

Luego le había explicado que unos compañeros tenían problemas con un empresario que pensaba que en lugar de fábrica tenía una plantación de esclavos. La célula había decidido darle una lección, tatuándole en la frente una estrella roja para que cada vez que se mirase al espejo se acordase del día que se metió con los obreros. Daban ganas de hacérselo a lo vivo, pero quedaría mucho mejor si dejaban sopa al gil*****as. La crema aplicada en el tatuaje, de paso, le alegraría el día y con un poco de suerte, la semana entera. Elisabeth no dudó, pues ya varias veces había colaborado con la causa. Hasta ahora nunca con somníferos, pero sí con analgésicos, material de curas —en las peleas con los fascistas siempre había quien salía trasquilado, y no era cuestión e ir a Urgencias tras una algarada— e incluso permitiéndoles emplear los ordenadores del centro. Elisabeth advirtió que tuviese cuidado con las ampollas pues llevaban un código numérico. Juanito prometió aplastarlas y tirarlas por el retrete. Aunque conociéndolo igual las tenía aun guardadas. Lo que pasase con las ampollas le preocupaba un poco. Encima el cabrito, en cuanto consiguió las ampollas, había estado dos semanas sin dar señales de vida, hasta que ayer le había llamado para decirle que le apetecía un buen revolcón. Y la verdad sea dicha, a Elisabeth también.

Ensimismada como iba ni apreció que tenía compañía. Tampoco era fácil detectarla: se habían asignado treinta hombres y mujeres al seguimiento, que se turnaban para evitar ser descubiertos.

La joven había tomado el metro en Acacias. Vivía en Villaverde, y le bastaba con tomar la línea tres para llegar a su casa. Pero esta vez había tomado la cinco con dirección al centro. Para llegar a donde Juanito la esperaba le hubiese bastado son seguir hasta Duque de Balboa y allí tomar la nueve; con un único trasbordo llegaría a su destino. Pero recordaba lo que le había dicho por teléfono —el majete había usado el de un amigo diciendo que se había quedado sin saldo, siempre había sido un caradura—. Decía que le había parecido ver a la secreta rondando, que el del tatuaje era un pez gordo, y quería desaparecer durante unos días. Elisabeth ya había sido seguida un par de veces por la policía y sabía qué tenía que hacer. Aprovechando que tenía tiempo, iba a dar un baile por el centro que despistaría al más pintado. Bajaría en Callao para tomar la tres hasta Sol, ahí la uno hasta Ópera, y luego la diez. En la Plaza de Castilla, otra estación con mucho movimiento, cambiaría a la nueve hasta el Barrio del Pilar.

—La liebre ha saltado en Callao— tecleó la agente que se había sentado en el vagón de Elisabeth. La mitad de los pasajeros estaban absortos tecleando en sus teléfonos móviles y la policía no llamaba la atención.

—Ya la veo —tecleó otro policía, que como tanta gente en el Metro parecía ir ensimismado en su “Smartphone”. Va hacia Sol.

—¿Irá a Lavapiés? Hay varios colectivos okupas por allí.

—Veremos.

En Sol la joven repitió la maniobra.

—La liebre tiene ganas de juerga. Ahora va hacia Cuatro Caminos. No he podido subir al metro de ella.

El comisario Enríquez, al mando del seguimiento, sopesó sus opciones. La línea 1, la primera de la capital, que era la que la chica había tomado, tenía muchísimos enlaces. Cubrirlos todos era casi imposible y tendría que arriesgar. Pero como buen jugador de mus sabía cómo apostar.

—Carmen —dijo a la agente que antes la había seguido y que se había bajado en la siguiente estación—, vuelve a Callao. Pedro que espere en Ópera. La nena está jugando al despiste y me parece que nos la querrá volver a jugar, pero será a ella a quien se la demos con queso.

Fue Pedro quien la vio pasar y dirigirse hacia la línea once. Desde lejos la siguió, hasta subir al mismo convoy pero en otro vagón. Pedro no tenía apoyo, y por eso tuvo que correr un riesgo: en cada estación bajaba para ver si la chica se bajaba, y volvía a subir justo antes de cerrarse las puertas. Pero esta vez Elisabeth ya no intentó más jugadas hasta que llegó a Castilla. Ahí fue lo amplio y concurrido de la estación lo que jugó contra ella. En la marea de gente que volvía a casa desde sus trabajos, no resultaba fácil reconocer a nadie. Por eso no observó como Pedro la había seguido por los pasillos y había montado en el mismo tren, dos vagones más allá. Era uno de los nuevos, sin separaciones entre vagones, y pudo ver como la joven se levantaba al llegar al Barrio del Pilar. Al estar la estación casi vacía prefirió pasar de largo.

—Se ha bajado en el barrio del Pilar. Yo no he podido hacerlo y dejo el seguimiento.

—¿En el Pilar? —pensó Enríquez— A ver qué tenemos ahí… Mira, está el kolectivo La Pilara. Me juego un Chivas a que allí se esconde nuestro sujeto ¿Tenemos a alguien controlando el sitio ese?

—Un coche K se pasa de vez en cuando.

—A los de la secreta los conocen como si los hubiesen parido. Que ni se acerque. Organizaremos una vigilancia y según lo que veamos actuaremos mañana.

Durante la noche en varios edificios aledaños se personaron inspectores de policía para pedir la colaboración de los ciudadanos. Instalaron sistemas ópticos y térmicos con los que calcularon el número de los presentes en la Pilara, y vigilaban las idas y venidas. Pronto vieron que algo especial ocurría, porque en la calle siempre había un par de jóvenes rondando o fumando un pitillo. Como si no quería la cosa, paseaban por las calles vecinas, observando las matrículas de los coches aparcados y comprobando que estuviesen vacíos. Más no se consiguió saber; pero si ahí estaba Johnny, algo probable porque Elisabeth no había salido, no se iba a dejar ver.

A las cuatro menos cuarto de la mañana —los asaltos nunca se hacían a una hora exacta, y la madrugada es el momento de la noche en la que peor se reacciona— dos agentes interceptaron a los vigilantes en una de sus “rondas”; con una pistola ante sus ojos se mantuvieron en silencio los segundos que costó amordazarlos. Entonces dos grupos de intervención se aproximaron a los dos lados del local okupado, un antiguo centro comercial abandonado, mientras otros policías vigilaban los estrechos callejones que lo separaban de los bloques de pisos aledaños. A las 3:51 emplearon arietes para tirar abajo las puertas, y entraron en las galerías abandonadas. Algunos jóvenes armados con bates de béisbol y tirachinas intentaron impedir el acceso al piso superior, pero antes que pudiesen organizarse dos bombas de concusión los cegaron. En cuatro minutos una aterrada Elisabeth, que había peleado con antidisturbios pero nunca contra unidades antiterroristas, temblaba acurrucada en un rincón mientras un policía le apuntaba con un subfusil, y otro hacía salir a Juanito de debajo de la cama.



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APVid
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Mensaje por APVid »

KAMPONG SOM (INDOCHINA FRANCESA)

Mirando al puerto se veía una hormigueo constante, ahí estaba su destino, el arranque de la Route Coloniale No. 17, su paso para la Indochina y para Philippe era su nuevo comienzo. No se consideraba un aventurero, ni deseoso de ver mundo, pero para muchos europeos era necesario tomar un cambio de aires por una temporada por sus pasadas amistades o comportamientos. Algunos más afortunados como Georges Prosper Remi que se había encontrado con derechos de autor y contratos para obras en España y otros acudiendo como él al viejo truco de apuntarse un tiempo en la Legión Francesa.

Francia necesitada de soldados, miraba para otro lado respecto a italianos, belgas, holandeses, daneses, noruegos,... que quisieran alejarse hasta que se enfriara la cosa en sus países, siempre que no fueran criminales de guerra (aunque era posible que algún SS también se hubiera enrolado).

Así, aquí se encontraba Philippe, en el reformado 6e Régiment Étranger d'Infanterie enviado junto a otras unidades a Indochina, un lugar que muchos no sabían ubicar, aunque las películas proyectadas en el cuartel les mostraban a unos "charlies" que podían ser unos enemigos peligrosos aunque vistieran con pijamas frente a ejércitos más modernos.

El restablecimiento del control francés iba a ser complicado, con los japoneses con tropas y bases en la zona, los tailandeses aún controlando algún territorio de Camboya, los chinos aprovechando para intentar desde el norte asegurar parte del comercio de opio, y los nacionalistas aunque confundidos al ser detenidos o eliminados muchos líderes, como Hồ Chí Minh, como una amenaza latente. Realmente había muchos jugadores en la zona que mantenía una calma tensa.

Philippe pensaba que si evitaba líos y terminaba su periodo militar podría volver a Lieja cuando ya se hubieran olvidado un poco de él.


Domper
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Mensaje por Domper »


Iliá salió para su paseo matutino. Era el tercer día de espera y, aunque tenía que esperar durante dos más, poco esperaba de las posibilidades de salvación de Ivan o Vasili. La televisión hablaba solo de los dignatarios, que se recuperaban rápidamente, y de un francotirador —es decir, ni siquiera sabían que eran dos— al que se estaba dando caza por la sierra de Madrid. Según la policía, sería capturado en pocas horas. Un periodista hizo una retransmisión mostrando los controles en la carretera de la sierra. Si seguía la búsqueda tal vez los dos camaradas habían tenido suerte. Aunque también pudiera ser que la televisión mintiese, lo que significaría que iban tras él.

Pero Iliá tenía su misión. Se puso ropas deportivas —en España mucha gente tenía afición a trotar sin sentido— y salió a correr. Esta vez fue hacia el norte, hasta una tienda de gran tamaño llamada “Mercadona”. Estaba cerrada pues aun era pronto, y pasó de largo. Algo más allá había un colegio en el que muchos padres —no solo mujeres sino también hombres, a cualquier ruso se le caería la cara de vergüenza— acompañaban a sus hijos. Se detuvo como si fuese a descansar un poco y se llevó las manos en los bolsillos. Cuidadosamente retiró el papel metalizado, colocó la batería y encendió el teléfono. Sonó la consabida melodía, y segundos después escuchó un pitido. Eso no era normal. Iliá sacó el aparato y vio que tenía un mensaje: una llamada perdida del teléfono de Iván de tres horas antes ¿Estaban vivos? Iliá contuvo su afán de llamar: era posible que el timbre pusiese a sus camaradas en un apuro. Ya habían convenido que no respondería a las llamadas y tendrían que ser ellos los que volviesen a llamar. Iliá seguiría esperando, pero ahí no podía quedarse de pie durante una hora sin llamar la atención. Iba a dar un corto paseo y luego se metería en un bar, igual que estaban haciendo muchos padres y madres después de dejar a los niños.

—Se ha vuelto a conectar y ha recibido el mensaje. Está entre la avenida de Portugal y la del Alcalde de Móstoles.

Decenas de policías y de coches camuflados acudieron a la zona. Los pocos bares recibieron parroquianos que, yendo solos o por parejas, se pusieron a leer el periódico o a conversar animadamente aunque sin perder ojo a la clientela. En cuarenta minutos el ruso iba a recibir otra llamada: sería el momento de detectar a cualquiera que se llevase el teléfono al oído.

Iliá estaba muy nervioso ¿Qué les diría a Ivan y Vasili? No tenía modo de recoger a sus camaradas pues no sabía conducir un coche. Para eso necesitaba al maldito Johnny. Tal vez podría secuestrar a alguien y obligarle a ir al lugar donde quedase con los camaradas, pero superar los controles sería muy peligroso. Tendría que esperar a que los tiradores le explicasen dónde estaban y en qué condición, y según eso decidir. Tal vez lo mejor fuese que intentasen sobrevivir en el monte durante unos días, robando en las granjas que seguro que habría, y retrasar la recogida para dar tiempo a que se calmase todo. Así tendría tiempo para hacerse con un coche con conductor. Mientras iba pensando dio un par de vueltas al barrio y luego se metió en una de las pocas cafeterías del barrio, que a esas horas estaba abarrotada. Pidió un café y se puso a mirar la televisión. Seguían machacando con las noticias sobre la recuperación del rey y del presidente pero no daban datos nuevos sobre el atentado, y los comentaristas hacían cábalas sobre la autoría. Al poco notó como vibraba el teléfono del bolsillo. Echó la mano y lo miró para ver qué botón pulsar, y luego se lo llevó al oído.

—Mirón doce. Lo tengo. Un hombre moreno, de media altura, con chándal gris y blanco. Bar Chismes en la calle Bécquer.

—Central a mirón doce, mantenga el contacto pero no intervenga, repito, no intervenga.

Iliá seguía mirando el dichoso trasto. La llamada se había cortado ¿habría pulsado el botón equivocado? Esos aparatos eran de lo más caprichoso y apenas los había manejado. Mientras miraba la pantalla volvió a sonar el timbre que al momento se interrumpió.

—Mirón doce a central. Confirmado, ha recibido la segunda llamada.

Iliá no sabía qué hacer ¿sería mejor responder? Aunque según lo planificado no debía hacerlo, tal vez sus camaradas fuesen los que no se las apañasen con esos aparatos. Devolvió la llamada, pero saltó un mensaje diciendo que el número de teléfono no estaba disponible. Cada vez más preocupado, Iliá miró a su alrededor. El bar, una especie de taberna con decoración sobre motos, estaba bastante lleno y no parecía haber nada sospechoso: un par de hombres absortos en los periódicos, y una pareja al fondo que se hacía carantoñas. Pero el ruso sentía un picor en el cogote que ya lo había salvado de más de un apuro en España y en Finlandia. Decidió que era el momento de abortar la recogida y desaparecer. Iba a volver al piso franco, que seguramente aun sería seguro, y no lo haría directamente sino que intentaría dar esquinazo a cualquiera que le siguiese. Por eso siempre hacía las llamadas en sitios cercanos a centros comerciales o supermercados, pues esos locales solían tener entradas de servicio o salidas de emergencia. Devolvió el teléfono al bolsillo y retiró la batería —algo para lo que se había preparado, sustituyendo la tapa posterior por un poco de esparadrapo fácil de soltar— y acarició el otro objeto que llevaba en el chándal: una navaja automática. No había conseguido pistolas, que estaban muy controladas en esa España del futuro, pero una buen cuchillo podía ser igual de eficaz y mucho más discreto.

—Mirón doce a central. El objetivo ha salido y va hacia Mercadona —susurró la chica mientras su supuesto novio hacía como si la besase.

—Si se mete ahí lo perderemos. Mirón doce, no siga al objetivo. Mirón diez, mantenga el contacto —ya había llegado otro policía secreta a las cercanías del bar—. Equipos uno, dos y tres, informen de su posición.

—Equipo uno a central, estamos en el Burger King de Cisneros.

—Equipo dos a central, bar Pirineos en la avenida de Alcorcón.

Pérez maldijo entre dientes. Estaban un poco lejos y no podrían llegar a Mercadona antes que el ruso.

—Equipo tres a central, vemos al objetivo acercándose.

El capitán suspiró y dio la orden—. Actúen en cuanto sea posible.

Iliá se dirigía al gran edificio que acababa de abrir sus puertas, por las que estaba entrando un alud de compradores. No sería difícil perderse entre tanta gente y además, para despistar, en cuanto estuviese dentro daría la vuelta a la chaqueta del chándal —era reversible— y buscaría alguna salida trasera. Si alguien intentaba detenerle emplearía la navaja que ya tenía preparada. Pero justo cuando iba a llegar a la puerta, procurando adelantarse a las señoras que intentaban entrar con sus carritos, notó un revuelo a su derecha. Instintivamente miró: una joven, bastante mona, había tropezado y dejaba ver sus piernas y un escote exuberante. Tardó un segundo en reaccionar: fue demasiado. Cuando iba a echar a correr notó algo extraño, como cuando uno se golpea el codo y sufre un calambre, pero muchísimo más intenso. Perdió las fuerzas y cayó al suelo, y aun estaba paralizado cuando varios policías se le echaron encima y lo inmovilizaron. Otro recogía unos dardos conectados por un cable a una especie de pistola: debía ser el arma con la que le habían paralizado. Cuando empezó a recuperarse ya no podía moverse, pues le habían colocado unas ligaduras de material flexible pero resistente en manos y pies. Un español se agachó y le saludó.

— Zdaróva, gospodin Stárinov. Tengo muchas ganas de hablar con usted.



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Arsenal Militar de Ferrol
Ferrol


Los muelles de Ferrol estaban atestados de barcos, se había acomodado a lo largo del día a los destructores argentinos y chilenos en los muelles de San Felipe, 5 destructores argentinos, los dos de la clase Churruca ARA Cervantes y Garay, y los tres de la clase Mendoza, ARA Rioja, Mendoza y Tucumán, también los chilenos Almirante Lynch y Almirante Condell y dos de los clase Serrano, el Capitán Aldea y el Riquelme, cuyas dotaciones habían sufrido una incómoda travesía del Atlántico, los argentinos clase Buenos Aires, D-6 a D-12, junto a los cruceros C-1, C-2 y C-3 habían fondeado en Algeciras, donde serían modernizados.

Los de Ferrol iban a permanecer amarrados unas semanas, sus tripulaciones y pasajeros los abandonaban para ser repartidas tras los preceptivos exámenes médicos entre las escuelas navales de la Armada, mientras se organizaba el traslado de los barcos a distintos diques de la costa cantábrica donde recibirían sus respectivos recorridos y se demantelaría su armamento obsoleto antes de volver a Ferrol para recibir sus nuevos sistemas. Desde los muelles en los que ahora los marineros esperaban para ser trasladados al Arsenal, apenas podían ver a lo lejos, destacando entre el resto de unidades, el enorme portaaviones que se había construido en el Dique 3.

La diplomacia española había llegado a acordar con Chile y Argentina la modernización de algunas de sus unidades navales, hasta que llegó el momento de plantear la realización de los trabajos a la Armada y a Navantia, que se echaron las manos a la cabeza, pues la Armada Argentina pretendía modernizar desde sus unidades de la clase Catamarca a sus acorazados fluviales y la chilena sus Lynch.

La cordura se impuso finalmente, y es que ninguna de las dos armadas quería perder unidades, pero sus responsables comenzaron a olvidar parte de sus reticencias cuando visitaron las unidades venezolanas y al comenzar a operar sus primeras unidades Albacora y Sotrudnichestvo, buques patrulleros y oceanográficos de extraordinaria utilidad en un momento en el que las cartografías y batimetrías de sus costas estaban incompletas y además resultaban tener un valor como buques de vigilancia e incluso de combate muy superior a algunas de sus unidades en activo.
Recibirían más buques de uso hidrográfico, en una política a largo plazo muy meditada a lo largo del primer año tras la Fractura, pues la entrega de ese tipo de unidades perseguía introducir una "cuña" de modernidad en el pensamiento de los almirantazgos aliados, intentando aumentar la proporción de la oficialidad naval que desarrollase con frecuencia labores científicas y en contacto con el mundo de la ciencia y la técnica aplicada al estudio de las costas y recursos marinos.

En cuanto a las unidades de combate, las modernizaciones más razonables se consideraron las de la nueva clase Buenos Aires argentina, que acababan de entrar en servicio a finales de la década de los 30, aunque finalmente se había impuesto la "necesidad" de realizar una modernización de los clase Cervantes (Churruca) y Mendoza también, ya eran barcos con más de una década a sus espaldas, por lo que necesitarían una carena para no desperdiciar la inversión en su modernización, pero se consideró el precio a pagar por "convencer" a los almirantes argentinos de retirar sus venerables destructores Catamarca, Jujuy, Cordoba y La Plata, los cruceros Belgrano, Pueyrredon, los acorazados fluviales Libertad e Independencia y alguna otra unidad menor que era un sumidero de recursos con escaso valor militar, sus turbinas tendrían desde luego mejor aprovechamiento en las plantas termosolares de la pampa.

Los chilenos Lynch también serían desguazados y sustituídos por unidades de la clase Gálvez, igual que los clase Serrano, que sin embargo en lugar de desguazados iban a ser transformados en patrulleros, parte de ellos en el Arsenal de Talcahuano, reduciendo la altura del puente mediante su rebaja hasta la altura de la plataforma del cañón nº 2, desmontando todo su armamento salvo el cañón proel, reforzando y adaptando la cubierta de popa para permitir el apontaje de helicópteros ligeros e instalando un radar de superficie y navegación, con la reducción de altura y pesos altos se esperaba mejorar de forma apreciable sus cualidades marineras con mala mar.

En total, para la Armada Argentina se programó la modernización parcial de los 12 destructores argentinos, del D-1 al D-12 y los cruceros C-1, C-2 y C-3, sin cambios estructurales sensibles los destructores pero equipandolos con un armamento y sensores similares a los de los clase Gálvez o los de las unidades Albacora o Sotrud que ya operaban, un radar aéreo 2D, radar de superficie, de navegación, dos directores de tiro, sonar de casco y las armas, un cañón principal automático SBB de 76 mm, un lanzacohetes antisubmarino doble de 375 mm, dos lanzadores de torpedos T-1C, una unidad de defensa de punto de 35 mm y un lanzador Rezón.

Los cruceros recibirían una reforma de mayor alcance que la de los destructores, los C-1 y C-2 conservarían solo sus torres de artillería proel, dotadas de una dirección de tiro radar basada en el Mk68 modernizada con electrónica de estado sólido, aunque los cañones no recibirían un sistema de estabilización, que haría prohibitivo el coste de la reforma, se desprenderían de toda su artillería secundaria de 4 pulgadas, lanzatorpedos y sus antiaereos Vickers 40/39 instalando a cambio 4 sistemas dobles 35/90, dos por banda con direcciones de tiro independientes para cada pareja. Pero el mayor cambio sería la la dotación de una gran plataforma con hangar para helicópteros sobre el que incorporarían un lanzamisiles Rezón.
El C-3 conservaría una única torre proel, con set de radares, direcciones de tiro y armas antiaereas equivalentes a los C-1 y 2 pero con un hangar ligeramente más corto, no solo por su menor eslora sino debido a que el desplazamiento de la segunda chimenea obligaría a realizar una reforma más profunda de las cubiertas que no era razonable emprender.

Esas reformas no estarían finalizadas sino a lo largo de 1943, mientras tanto, la Armada Argentina, que ya tenía en servicio dos Albacora y un "Sotrud" además de 4 patrulleros fluviales de "fibra" y otras cuatro lanchas hidrográficas "Rodman", unidades todas que les estaban resultando muy útiles, estaba deseando recibir en los próximos meses los 7 buques polivalentes Moonzund, buques de 120 metros con cañón principal SBB de 76mm, radares aéreo, de superficie, navegación y dirección de tiro, ecosondas, sonar, equipamiento hidrográfico y plataforma para helicópteros con hangar. Una vez con ellas en servicio se plantearían seriamente desmovilizar sus acorazados Rivadavia y Moreno, ahora que empezaban a comprender que su utilidad militar era ya reducida en relación a su coste operativo.

En cuanto a la Armada Chilena, sus dotaciones se harían cargo en breve de dos Sprut y un Gorizont cuya reconstrucción se estaba finalizando en Algeciras para sumarlos a los Albacora y el "Sotrud" que ya operaba intensivamente en labores hidrográficas y de patrulla, también iban a recibir los patrulleros de altura clase Serviola P-71, P-72 y los tres Chilreu P-62,P-63 y P-64, en los que los marinos chilenos se mostraron interesados por sus instalaciones médicas, (pues ambas clases estaban dotados de un quirófano y los Chilreu incorporaban además un hospital de seis camas, dotación que se convirtió en normal en los nuevos clase Albacora en servicio en España), sus probadas cualidades marineras con mala mar, su gran autonomía y capacidad para portar equipamiento científico e hidrográfico. Con respecto a los destructores, irían incorporando las fragatas de la clase Gálvez a medida que la Armada Española las cediese a sus dotaciones cualificadas, por ahora los tripulantes debían pasar por las escuelas de la Armada antes de embarcar en las Gálvez de instrucción.

Para la Armada Española, la paulatina cesión de las unidades clase Gálvez, iba a liberar una buena cantidad de tripulantes muy necesarios, gran parte de las dotaciones de las F-100, F-80, F-70 y F-30 pasadas a la reserva habían encontrado destino en los Lángara, los CVL, las "Fletcher" y los nuevos BAM, así como las dotaciones de los patrulleros de altura habían sido reasignadas a las nuevas unidades de patrulleros-oceanográficos polivalentes, las necesidades de marinería y oficialidad de los portaaviones de flota y el portahelicópteros cuyos trabajos se habían ralentizado iban a necesitar de esa tropa para ser cubiertas.
Última edición por cornes el 05 Abr 2017, 18:35, editado 1 vez en total.


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Mensaje por cornes »

Buque oceanográfico UCADIZ
Mar Negro
29 millas al noreste de Trebisonda

41°22'37.7"N 39°58'53.3"E

El UCADIZ era un buque de investigación oceanográfica resultado de la reconversión de un barco camaronero intervenido en una operación contra el narcotráfico, poco despues de la fractura se finalizó su transformación y bajo el control de la Universidad de Cádiz comenzó inmediatamente a realizar sus trabajos hidrográficos sin apenas descanso.

En los últimos meses participaba en una campaña de prospección oceanográfica en el Mar Negro, ya que el estudio de la columna de agua de dicha masa de agua tenía un gran interés científico, al tratarse de un mar confinado con estratos anóxicos, el estudio de su distribución vertical y de los patrones de circulación de agua eran de grandísimo interés, toda vez que se contataba con gran cantidad de datos parciales y estudios realizados en los "últimos" 60 años.

El UCADIZ resultaba especialmente apropiado para realizar las prospecciones en el Mar Negro por su equipamiento especializado en el muestreo de columnas de agua a diferentes profundidades como la sonda de muestreo Roseta, el termosalinógrafo... e incluso por su vehículo no tripulado, pensado en origen para investigar los pecios sumergidos de la Bahía de Cádiz y que resultaba apropiado para la caracterización y muestreo de fondos.

Las últimas semanas habían estado actuando con puerto base en la milenaria Trabzon, y se acercaban ya al límite de las aguas consideradas seguras para su operación, pues a poco más de 80 millas al este comenzaban las costas de la URSS, aunque no había una verdadera consciencia de peligro entre los tripulantes debido a que las autoridades turcas garantizaban la seguridad de las aguas, aún cuando solían trabajar más allá de las 12 millas de la costa.

Por eso entre las idas y venidas de los pequeños y humeantes torpederos turcos, la tripulación del puente no reparó en la aproximación de otro barco que se acercó rápidamente, aunque igualmente importaría poco que se hubiesen percatado antes, cuando el patrón reparó en el barco se acercaba a tal velocidad que ni habiendo puesto rumbo sur a toda máquina habrían conseguido avanzar un par de millas antes de ser alcanzados.

Nadie tenía muy claro qué era lo que debían hacer, pero dado que el barco no parecía amistoso, uno de los técnicos medioambientales decidió utilizar su cámara digital y bajar rápidamente al laboratorio para subir las imágenes vía satélite, por lo que pudiera pasar.

Unas horas después, en el IEO y en el Centro Oceanográfico de Cádiz, que era la base del barco, apenas se sabía nada, solo que el UCADIZ había sufrido algun contratiempo del que solo se sabía por una confusa llamada de radio desde el barco, hasta que alguien reparó en los últimos archivos subidos a la plataforma desde los laboratorios del UCADIZ.

Enviadas las fotos y el video a la Armada, apenas unos minutos bastaron para identificar al barco, era con total seguridad un destructor clase Gnevny, y por su numeral, un 17 latino en el castillo de proa, probablemente se trataba del Bezposhchadny.

Los oficiales de inteligencia naval deseaban sinceramente que se tratase solo de un susto, y esperaban, inquietos, que el UCADIZ apareciese en cualquier momento con sus escoltas turcos en Trebisonda, o en Rize, o en Pazar, daba igual donde.


kaiser-1
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Mensaje por kaiser-1 »

Kazimierz Dolny
Ribera Oriental del Bug Occidental. Distrito Militar Especial Occidental.
Cuartel General Avanzado del 20º Tankovy Korpus.


El Mayor General Nikolai Denisovich Vedeneyev estaba inquieto. No todos los días se recibe la visita de un Mariscal de la Unión Soviética. Por centésima vez desde que conoció la visita de su superior volvió a mirarse en el espejo que tenía en el despacho que ocupaba en un palacete de un noble que había sido expropiado para instalar en él su cuartel general avanzado. Con todos los lujos que lo rodeaban, el general sólo había mantenido uno: la blanda cama. Esbozó una mueca al recordar como el personal de Estado Mayor estaba como loco buscando muebles que combinasen medianamente para alojar allí al Mariscal, aunque se temía que a él la visita le quitaría el sueño.

Lo curioso es que todo el personal femenino había sido trasladado a una zona de las que tenía pensado emplear para reunir a sus tropas si se le ordenaba atacar o defender el territorio de la Rodina y puesto bajo vigilancia armada a la vez que se les había suministrado pistolas y subfusiles, dado la presencia a corta distancia de contingentes armados de esos reaccionarios polacos. Al parecer su Comisario Político había cedido a la persuasión de su mujer del frente y, dada la terrible reputación de su visitante, las había ocultado a todas. Aún más extraño fue la orden de que el Coronel Pavel Nikolaievich Razin, al mando de su artillería estuviera presente.

Cuando faltaban pocos minutos para la llegada prevista, su ordenanza llamó a la puerta:
- Camarada Mayor General. Es la hora.
- Gracias, Vitaly Alexandrovich.

Al caminar hacia la entrada a paso vivo, pero aparentando no tener prisa, recorrió con los ojos todos los detalles del camino, fulminando con los ojos a los pocos soldados, que aún estaban limpiando y a los oficiales que estaban trabajando les dedicaba un seco gesto para que siguieran trabajando. Por muy estresante que fuera la visita el deber para con el Ejército Rojo de los Trabajadores y Campesinos era insoslayable para todos.

A la hora exacta mientras Vedeneyev ocupaba su puesto y veía con satisfacción que los guardias estaban en su puesto y la compañía de honores en perfecto estado de revista. A su lado, como materializado de la nada, apareció el oficial político, Serguei Mitrofevich Orenov.
Mientras los motoristas y los dos BA-6 de escolta se retiraban, los tres vehículos GAZ avanzaron hasta la escalinata.
Con rapidez, un joven teniente abrió la puerta, dejando paso a una figura alta y corpulenta.
Avanzando un paso con rapidez Vedeyenev saludó al recién llegado:
- Bienvenido al Cuartel General Avanzado del 20º Cuerpo Acorazado, Camarada Mariscal Grigory Ivanovich Kulik.


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
Domper
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Mensaje por Domper »


Los equipos actuaron en cuanto llegó la noticia de la detención de Stárinov. Esa misma noche fueron asaltadas las embajadas de la URSS en Lisboa y en París. Las dos eran objetivos difíciles, pues fuertes rejas protegían las fincas, y las puertas eran sólidas. Eran barreras casi insuperables para los delincuentes, y bastarían para retrasar una inspección policial hasta que se pudiese destruir los documentos. Pero no bastaban para detener a los equipos de operaciones especiales. Cuando llegó el momento (4:17 en París, 3:17 en Lisboa) el primer paso fue cortar las líneas de teléfonos de los barrios, no solo de las embajadas. Para romper la reja se habían preparado camiones con enganches reforzados para cables de acero. Tras colocar los ganchos en las verjas, los camiones las arrancaron, sin que fuese preciso emplear las cargas de demolición ya alistadas. Inmediatamente después llegaron agentes con arietes fabricados con postes de teléfonos que echaron las puertas abajo. Antes de veinte segundos los equipos habían entrado y empezaban a inmovilizar a sus ocupantes. En Lisboa se produjo un tiroteo con un guardia que acabó malherido; en París no hubo violencia.

Asegurados los edificios, lo prioritario era hacerse con todos los documentos que se encontrasen, especialmente los de las cajas de seguridad, que fueron rotas con pequeñas cargas explosivas conformadas. En menos de veinte minutos los equipos habían finalizado su registro y abandonaron las embajadas; algo después llegaron los gendarmes. Al día siguiente los embajadores rusos, aun conmocionados, presentaron una protesta ante los gobiernos portugués y francés; estos lamentaron lo sucedido y especialmente lo lentamente que había actuado la policía, pero en esos tiempos convulsos poco podían hacer. Prometieron una investigación a fondoque confirmase la probable autoría española de los hechos, y de probarse, aseguraron a los embajadores que sus gobiernos presentarían una firme protesta.

Al mismo tiempo en Madrid seguían los interrogatorios de los detenidos. Al día siguiente empezaron las detenciones.

—Buen trabajo, capitán Pérez —dijo el presidente Samitier; aunque en teoría el capitán era solo un subalterno, era el que había llevado el peso de las investigaciones.

—Era mi deber.

—Deber que ha llevado a cabo excepcionalmente bien. Puedo adelantarle que va a ser ascendido por méritos. Sé que está muy ocupado y no deseo entretenerle mucho tiempo, pero necesito que me diga el estado de su investigación.

—Lo sustancial ya lo conoce. Los rusos…

—¿Se ha confirmado su autoría?

—Por completo. Al mismo tiempo que le resumo lo que sabemos le iré diciendo las pruebas que tenemos. Como le decía, a los rusos les faltó tiempo tras la Fractura para intentar crear una red en nuestro país. Al principio pesaron que sería fácil: contaban con algunos desertores, y además estuvo aquello de Lisboa, cuando un grupúsculo de izquierdas intentó ponerse en contacto con la embajada soviética.

—Sí, lo recuerdo. Mi antecesor lo empleó para meter cizaña en la oposición.

—A pesar de eso —siguió Pérez a pesar de la interrupción— les resultó mucho más difícil de lo que pensaban infiltrar agentes en España. Carecían de redes en nuestro país, no tenían fondos, y tuvieron que darles metales preciosos y joyas para que los canjeasen en tiendas de compraventa de oro. Que estaban muy vigiladas pues era obvio que los espías que intentasen infiltrarse en España recurrirían a ellas. Además, como supimos que la embajada en Lisboa estaba recibiendo misivas de partidarios de la Unión Soviética, la pusimos vigilancia y descubrimos a muchos traidores. De paso nosotros también enviamos alguna propuesta. En la Guerra Fría los soviéticos siempre fueron muy desconfiados y raramente caían en esas añagazas, pero ahora el espionaje ruso no tenía tanta experiencia, estaba desarbolado tras las purgas, y la central les metía prisa. Supongo que por eso cayeron en la trampa como gamusinos. Mandaron agentes que eran españoles refugiados de la Guerra Civil y ya empezaron mal porque más de uno, desengañado por lo vivido en Moscú y al ver que esta nueva España no se parecía en nada a la de 1936, se presentó ante nosotros para servir como agente doble. A los demás los pillamos cuando intentaron contactar con esas redes que realmente eran nuestras, por hacerlo con sospechosos que ya estábamos controlando, o en las tiendas de compraventa de oro. El caso es que en Moscú debieron perder la confianza en los desertores y mandaron a uno de sus hombres, un antiguo consejero soviético en España llamado Iliá Stárinov. El asalto a la embajada en París nos ha permitido saber como ha llegado a España: viajó hasta París con pasaporte diplomático, y luego cruzó la frontera ayudado por antiguos contrabandistas simpatizantes del extremismo nacionalista vasco. Hasta entonces todos los agentes rusos habían intentado entrar por Portugal, pero los soviéticos, que tampoco son tan tontos, se habían guardado ases en la manga. En Madrid tenía a Johnny del que ya le he hablado. También se había ofrecido a los rusos de Lisboa mediante una carta pero había sido más prudente que otros. Hubo inocentes que mandaron las cartas directamente desde Madrid, y otros viajaron a Lisboa donde los detectó nuestro contraespionaje. Johnny le dio una carta a un amigo que era uno de los primeros turistas en viajar de Lisboa. Le había dicho que con la carta quería dar una sorpresa a los abuelos de un amigo anterior a la Fractura, pero la dirección era la de la embajada rusa. El truco gustó al agente residente y mantuvo a Johnny como reserva, por si los otros intentos fracasaban. Stárinov ha confesado quién era el otro contacto.

—¿Ha hablado? Qué extraño.

—Excelencia, es difícil no soltar la lengua con una buena combinación de Risperidona y Fenobarbital, aunque espero que la prensa no se entere. El ruso está hablando por los codos. Intenta engañarnos pero sin querer nos ha dado muchas pistas. Este segundo agente es un antiguo simpatizante del GRAPO, un tal Javier Salgado, al que se le nombraba en un periódico que un desertor llevó a Moscú. Para entrar en contacto con él emplearon un sistema burdo pero efectivo: mandaron a un desertor que se acababa de plantar en Lisboa a que volviese a cruzar la frontera para que buscase al sujeto por Internet y le mandase un mensaje. Luego el desertor volvió a Lisboa, lo llevaron a Moscú y ya no sabemos nada más de él. Ese Salgado tenía relaciones con el submundo del GRAPO y conocía a unos pasadores de frontera que habían trabajado para ellos y para los de ETA. La cuestión es que los rusos tenían agentes en Madrid a los que no controlábamos.

—Si hay dos puede haber más.

—Desde luego, Excelencia. Ha sido el principal motivo para asaltar las embajadas. Guardan registros de todo para cubrirse las espaldas ante las purgas, y así hemos sabido que tienen otra media docena de durmientes que a estas horas ya han recibido una visita. Siguiendo con lo de Stárinov, emplearon los contactos de Salgado para que llegase a Madrid, y una vez allí localizó a Johnny, que nos ha contado lo precavido que fue el ruso: Johnny recibió una llamada de un español, creemos que de Salgado, en la que se le citaba, pero no llegó nadie. Solo a la tercera cita se presentó Stárinov, y las anteriores seguramente solo fueron para comprobar que no era una trampa. Johnny buscó el piso de Carabanchel y ayudó al ruso a adaptarse a la ciudad.

—Una pregunta ¿Stárinov actuaba por libre o se comunicaba con Moscú?

—Los soviéticos no dejan nada a la iniciativa personal. Stárinov se mantenía en contacto con su central con un sistema lento pero bastante seguro. Johnny tenía una cuenta de correo de esas gratuitas, y allí subían los mensajes de Word protegidos con clave. El texto estaba cifrado con un sistema manual de trasposición no demasiado seguro, pero que bastaba para que el intermediario, el mugalari de Pamplona, no lo pudiese leer. El tipo ese imprimía el texto del archivo, cruzaba la frontera y lo entregaba a un correo en el lado francés. Lo mismo, en dirección contraria.

—¿No emplearon ordenadores para el cifrado?

—No. Tal vez en Moscú no tengan, o no se fíen de los que les han llegado. Además la seguridad del sistema no residía en el cifrado, que no era muy allá, sino en pasar desapercibido. Recuerde que hoy día enviar mensajes cifrados por correo es lo habitual, pues la gente debe pensar que a los servicios de inteligencia nos interesa lo que piensan de su suegra o si se lo han pasado bien con la novia. En esa miríada de mensajitos los de Iliá pasaban desapercibidos. Al emplear una cuenta anónima resultaba casi imposible identificarla.

—¿No vigilan el correo electrónico?

—Presidente, insisto en que enviarse mensajitos por correo o desde los teléfonos móviles es el deporte nacional, y cierta proporción de ellos tienen sistemas de cifrado que asombrarían a los del OSS. No solo es ilegal sino que resulta imposible seguirlos.

—Si por ese lado no se puede, supongo que tendrán bajo vigilancia a ¿no vigilan a los okupas, a los filoetarras y toda esa gente.

—Lamentablemente son demasiados, y además estábamos más preocupados por los sabotajes. Tenga en cuenta también que son ambientes difíciles, en los que todos se conocen y no entra el primero que llega. Tampoco teníamos nada gordo contra ellos para poder presionarlos; a partir de ahora será diferente. Bien, sigo con lo del atentado. Aun seguían las conversaciones de Estocolmo cuando en Moscú decidieron preparar un atentado contra nosotros. Iba a ser contra usted, pero en cuanto supieron que Roosevelt visitaría Madrid pensaron que podrían lograr un golpe de efecto. Sé que le parecerá extraño que los rusos se metiesen en semejante berenjenal, pero durante los años treinta habían empleado grupos de asesinos contra rivales políticos de Stalin. Según los documentos de la embajada parisina, la decisión final la tomaron tras el fracaso de las conversaciones. Así nos devolvían lo de Stalin.

—Si se acabó con ese era asesino fue porque había pruebas de que preparaba una nueva purga. Además estaba apoyando a Hitler, que por entonces se preparaba para invadirnos. Legal del todo no fue, pero ya se había decidido que no se aceptaría el jueguecito de yo respeto las normas y tú te las saltas a la torera.

—Desde luego, excelencia. El caso es que mandaron a dos francotiradores por la misma ruta que había seguido Iliá. Corrieron algunos riesgos porque los rusos no querían que las dos redes entrasen en contacto, y tuvieron que dejarlos solos durante algún tiempo. Iliá envió un informe que indicaba que en Pamplona estuvieron a punto de ser capturados por un problema con una chica. Luego Johnny los recibió en Madrid y los llevó al piso de Carabanchel que conocemos. Debían ser tipos muy capaces porque les bastó un paseo para descubrir como burlar nuestras defensas. No pudieron acercarse, y demasiada suerte tuvieron consiguiendo acertar desde tan lejos; menos mal que el rey lleva siempre un traje protegido en los actos públicos, pero si llegan a darle en la cabeza, o si le aciertan al presidente, no lo cuentan.

—No es algo que tranquilice.

—Repetir un atentado similar será más difícil. No digo imposible porque con tantas visitas oficiales podríamos llevarnos alguna sorpresa, pero las medidas de seguridad en la Zarzuela y en el Pardo se van a incrementar.

—Gracias, capitán. Una última cuestión ¿tiene pruebas de todo esto?

—Sí, Excelencia. Tenemos grabaciones de las declaraciones de Johnny y de Iliá. Disponemos también de lo encontrado en el piso de Carabanchel, y las declaraciones de la amiguita de Johnny. Además tenemos los documentos de las embajadas, aunque no sé si podríamos presentarlos en un tribunal. Pero si que lo que realmente le preocupa es convencer a los norteamericanos, las pruebas son irrefutables.



Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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Mar de Noruega
Buque Sismico Sanco Star

65°59'24.1"N 3°36'59.3"E

Oficialmente el buque sísmico Sanco Star se encontraba, junto con dos auxiliares "batidores", desde el principio del verano realizando sondeos geofísicos de la plataforma continental del Mar de Noruega, y los estaba haciendo, al menos a tiempo parcial, porque la mitad de su tripulación era personal de inteligencia que utilizaba las líneas de streamers y la profusión de antenas instaladas al barco durante su estancia en ASTICAN para labores ELINT.

Las líneas de streamers del Sanco Star y otras unidades, captaban una actividad submarina creciente en Mar de Noruega y el canal de Islandia, y las antenas registraban un incremento constante de las comunicaciones, muy especialmente las de muy baja frecuencia. Sin embargo, lo más preocupante a ojos de los técnicos de procesamiento de señales, las captaciones pasivas submarinas eran, cada vez más frecuentemente, extremadamente sutíles y debían ser confirmadas con la utilización de los cañones sónicos, pero todavía más preocupantes eran las detecciones activas que habían empezado a producirse en las dos últimas semanas.

Los submarinos soviéticos parecían haberse vuelto más osados y se acercaban cada vez un poco más a las áreas de operación de los buques sísmicos, parecían haber aprendido a mantenerse a gran distancia cerca de la superficie durante los periodos de utilización de los cañones de aire comprimido y a sumergirse a gran profundidad cuando se hacía el silencio. Algunos de los últimos contactos lejanos solo se habían captado en fase activa, lo que significaba que podían desplazarse en un eficiente modo sigiloso que hasta ahora era desconocido en las unidades soviéticas, pero los últimos análisis de datos parecían indicar que la velocidad de desplazamiento de algunas unidades podría sobrepasar los 10 nudos.

Los responsables de análisis de datos no podían hacer más, habían solicitado el traslado del Ocean Europe desde el Mar Negro, pero en España el IEO no estaba por la labor, consideraban que el riesgo podía ser elevado y estaban intentando retirar a los sísmicos y oceanográficos del Mar de Noruega y el Mar Negro, la incertidumbre sobre el destino del UCADIZ pesaba sobre los responsables del Instituto Oceanográfico.

La Armada, por el contrario no estaba dispuesta a retirar ahora, en un momento que consideraban tan crítico, ni los sísmicos ni los buques ELINT de las cercanías de la URSS, los últimos datos parecían indicar que las capacidades del arma submarina soviética estaban dando un salto cualitativo y su actividad de superficie también era creciente, la captación de señales electrónicas en las bandas C, F, S y W tanto en el Ártico como en el Mar Negro empezaba a ser frecuente y sus transmisiones de muy baja frecuencia parecían dibujar un despliegue creciente de unidades submarinas.

Por nada del mundo la Armada quería perder ahora mismo sus oídos en las cercanías de la flota soviética, por no hablar de la impresión que los primeros rumores que insinuaban la retirada de los barcos especializados había provocado en la Royal Navy, la Marine Nationale y la Armada Real de Noruega... Los responsables del IEO debían conservar la calma, de lo contrario sus tripulaciones serían militarizadas, estas, que eran las que se estaban "mojando el cul*", lo tenían más claro que nadie.
Última edición por cornes el 07 Abr 2017, 18:48, editado 1 vez en total.


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Ría de Vigo

Desde las embarcaciones auxiliares, varios oficiales de la Armada obervaban la enésima inmersión de prueba de los depósitos y equipos de manejo de gases que se realizaban desde hacía semanas en la ría, mientras los dos almirantes se habían retirado al interior del yate.

- ¿Y qué opina su departamento?, vicealmirante.

- Es prometedor.

- Parece un apaño, en otros países se habían intentado cosas similares en el pasado con poco éxito.

- No crea, almirante, puede que no lo parezca, pero es un enfoque novedoso.

- Si ustedes lo dicen. ¿de qué plazos estamos hablando?.

- Estimamos que serán necesarios al menos dos años para empezar a probar el sistema en inmersión.

- ¿dos años?, disculpe si no lo he entendido bien, pero estamos hablando de un sistema diesel de ciclo cerrado, ¿no puede estar operativo antes aunque lo haga con prestaciones más limitadas?.

- Es mucho más complejo que eso, señor, estamos hablando de un sistema combinado de turbina y motor de explosión, lo novedoso del concepto consiste en renunciar al oxígeno puro o altamente concentrado y optar por una fase de recuperación de la energía de licuefacción o compresión. Es la posibilidad de recargar el sistema con aire comprimido en alta mar lo que lo hace muy interesante, pero tiene que ser muy seguro antes de pretender utilizarlo en alta mar.

- Parece mucho tiempo de desarrollo, ¿sería posible acelerarlo?.

- Difícilmente, almirante, ya sabe que los programas de pruebas de los componentes y el sistema completo requieren de tiempo, cada fase debe completar un estricto plan de pruebas y cada modificación requiere a veces la fabricación de equipos que deben ser sometidos a sus propias pruebas.

- Pero están convencidos de que merece la pena, al menos por lo que veo.

- Desde luego, el concepto del sistema podría ser válido no solo para la alimentación en ciclo cerrado de motores de explosión, sino incluso de pequeñas turbinas de gas, tiene un gran potencial de desarrollo, en teoría solo la propulsión nuclear lo supera de lejos, sistemas que no conocemos a fondo como el MESMA u otros como los motores térmicos de ciclo Otto no nos costarían menos recursos ni tiempo de desarrollo y no son a priori claramente superiores.

- Sus estudios de futuro se centran en las pilas de hidrógeno.

- Sí, señor, pero ese futuro queda mucho más lejos, el almacenamiento y reabastecimiento de hidrógeno todavía sera un problema durante mucho tiempo, el gobierno ha agijoneado a la automoción para que invierta en el desarrollo de esas tecnologías, pero aún así será un largo camino.

- Sabrá que estamos muy preocupados, los S-80 todavía no están operativos y serán pocas unidades, los Galerna no se encuentran en el mejor estado, tendremos muy pocas unidades durante años.

- Los GUPPY pueden dar servicio durante unos años, almirante.

- Podrían no estar a la altura, los últimos informes indican que podríamos encontrarnos ante una mejora significativa en las capacidades de detección de la flota del Mar Negro soviética.

- No tenía conocimiento de ello.

- Se le ha emitido hoy mismo la autorización de seguridad, el S-74 ha sido puesto en fuga durante una operación SIGINT en el Mar Negro.

- ¿El S-74?, ¿qué ha ocurrido?.

- Probablemente una combinación de exceso de confianza en la utilización de los sensores activos y daños en el timón, es pronto para saberlo, pero podría haberse enganchado en un cable tendido. Sea como sea, parece que los medios de detección activos y pasivos de los cazasubmarinos soviéticos se encuentran mucho más desarrollados de lo que hubiéramos esperado.
Además, sospechamos que podrían estar poniendo en servicio sumergibles mucho más capaces y sigilosos.

- Eso es preocupante.

- Lo es, ayer el S-38 no se presentó a un contacto programado.

- ¿Tengo autorización para saber donde estaba desplegado?.

- Al norte del Mar Negro, en aguas de Crimea.

- Esas podrían ser aguas peligrosas.

- Lo son sin duda alguna, los Balao tal vez ya no estén a la altura y no podemos sacrificar tripulaciones de forma tan estúpida, no tardaremos mucho en perder los Galerna y cuatro S-80 serán insuficientes, necesitamos al menos ocho unidades suficientemente capaces y creemos que los GUPPY tal vez ya no puedan servir como unidades de primera línea.

- Almirante, si me permite, ¿Por qué está realmente aquí el Estado Mayor de la Flotilla?

- Hemos venido a inspeccionar el astillero, aunque hayan tenido que pedir ayuda sus capacidades reflejadas en los prototipos han causado una grata impresión.

- ¿Y?.

- Cartagena está ocupada con los S-80 y nos quedamos sin tiempo, ¿Cree a este astillero capacitado para construir unidades de la clase Galerna o Scorpene?

- No en solitario, desde luego, necesitarían asistencia de Navantia, pero en mi opinión después de la experiencia que han adquirido con los prototipos deberían estar en condiciones, al menos, de ensamblar unidades como esas.

- Gracias, vicealmirante, era lo que necesitaba saber.


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Mar Negro
Bahía de Kalamita

45°11'44.9"N 31°49'16.6"E

El S-38 permanecía posado en el fondo fangoso de la bahía de Kalamita, 24 horas antes había sido detectado en su aproximación mientras navegaba a snorkel a más de 60 millas de la bahía de Sebastopol, tal vez unas horas antes un avión hubiese visto la estela del snorkel y o la silueta del casco del submarino a tan poca profundidad en las aguas oscuras del Mar Negro, nunca lo sabrían, pero a aproximadamente 60 millas al suroeste de la entrada a la bahía de Sebastopol el sonido todavía lejano pero creciente de la propulsión de varios destructores convergiendo indicó al capitán que era el momento de pasar a propulsión eléctrica.

Se había mantenido a cota periscópica durante una hora todavía, hasta que comenzaron las emisiones de sonar activo, impulsos muy breves que además convergían desde las direcciones de los buques, aquello era nuevo, desde luego o buscaban algo o estarían realizando pruebas, todavía no sabían si aquella fiesta era en su honor, pero a partir de aquel momento comenzó la carrera por alcanzar aguas menos profundas para tratar de confundirse con el fondo, descendiendo en navegación silenciosa hasta los 80 metros y realizando continuos cambios de rumbo, a 8 nudos al principio, a 7, a 6, a 5 nudos, los destructores no se alejaban, pasaban las horas y algunos parecían despistarse por momentos, hasta que poco a poco empezaron a quedarse atrás.

Sin embargo, unas horas después, poco antes de la comunicación programada con la FLOSUB, nuevas unidades se acercaban a la posición del submarino, habían subido a cota periscópica media hora antes, al capitán solo se le ocurrió que un avión pudiera haberle localizado desde el aire, pues los hidrófonos no habían captado actividad cercana, pero de nuevo comenzó el juego del gato y el ratón, por desgracia el Balao no tenía la posibilidad de poner pies en polvorosa, sus baterías no le permitían navegar a buena velocidad durante el tiempo suficiente para mantener la distancia con una flotilla de destructores rápidos, tocaba intentar pasar desapercibido. Había consumido más de un tercio de la carga de sus baterías en las horas prévias, por lo que debía mantenerse a una velocidad de máxima de 3 nudos para mantener la inmersión y conservar batería.

- Hélices rápidas se acercan, grande, parece un Ognevoy, capitán.

Otro más, este era nuevo, hasta ahora creían haber identificado dos Gnevnyi, un Soobrazitelnyy y dos más que no habían podido caracterizar.

No podrían mantenerse mucho más en navegación silenciosa, se había consumido casi dos tercios de su carga, por lo que, llegados a un área de unos doscientos metros de profundidad, despues un nuevo cambio de rumbo, ordenó posarse en el fondo. Era una maniobra arriesgada, en la que se jugaba causar daños al submarino, pero no habría un lugar ni un momento mejores, el fondo en el área era supuestamente fangoso, un riesgo sería quedarse atrapado en el fango y por eso se intentaría mantener una mínima reserva de flotabilidad sin llenar completamente los tanques para evitar posar todo el peso de la nave sobre el fondo.

Desde horas antes el capitán había ordenado a toda la tripulación el uso de los respiradores con filtro absorvente de CO2 expirado, puesto que a partir de ese momento deberían apagarse todos los sistemas, incluído el purificador de aire.

La maniobra se realizó de la forma más pausada posible, la velocidad se redujo a apenas un nudo mientras los tanques de lastre se llenaban lentamente para compensar la flotabilidad positiva, pero de forma inprevista el lecho tan solo tenía una capa superficial fangosa, tal vez por ser un área de fuertes corrientes estacionales, y tras esa delgada capa el lecho era arenoso y pedregoso, haciendo el contacto con el lecho de forma ruidosa. Afortunadamente la arena era relativamente blanda pronto absorbió las piedras bajo el peso del casco.

Pero el ruído metálico podría haber llegado a los hidrófonos de los destructores, que o andaban lejos, sus hélices eran perfectamente audíbles a través de los sensores pasivos, y se acercaron una vez más, eran veloces, ruidosos y extremadamente veloces.

Esta vez, la tripulación esperaba que la gran profundidad a la que se encontraban, 184 metros, superando ligeramente el límite de inmersión operativo, les mantuviese seguros si se mantenían en silencio, la mayor parte de los hombres estaba tendido para ahorrar oxígeno, aún cuando todavía no habían hecho uso de las botellas de oxígeno de emergencia y deberían tener al menos 12 horas más de aire respirable, en aquella situación cada bocanada de aire que creyesen estar ahorrando podía ser decisiva en el plano moral, puesto que a pesar de estar tendidos, el nerviosismo les hacía consumir tanto oxígeno como si estuviesen realizando una actividad.

Para aquellos que tenían la suerte de estar concentrados en los instrumentos, la situación era un poco más llevadera, pero no mucho más, el calor era insoportable y solo la constante labor del cocinero comprobando que todos los hombres dispusiesen de agua les mantenía hidratados.

- ¡Capitán! - Llamó susurrando el operador de sonar -

- Qué ocurre

- Algo está entrando en el agua, a intervalos constantes.

- ¿Torpedos?.

- No, señor, son muchos, no hay sonido de propulsión y permanecen estáticos. - Dijo el suboficial alcanzando un auricular al capitán -

- ¿Qué narices?, ese ruído... ¿Sonoboyas activas?.

- Entran más, señor, ¿lo oye?, parecen entrar a intervalos de dos.

- Sí, mira, -dijo el capitán señalando un punto en la pantalla de la consola- ¿esas dos se están alejando?.

- Eso parece, capitán.

- ¿Pero qué coñ*?, ¿serán remolcadas?... asegurate de que se está grabando todo, tenemos que salir de esta.

- A la orden, capitán.

No sabían cuanto duraría la espera, con las botellas de emergencia tendrían oxígeno para 48 horas más, los filtros de CO2 de los respiradores individuales estarían agotados en la mitad de tiempo, si los batidores no desistían antes iban a tener problemas, necesitarían la batería para alejarse y llegar a cota de snorkel, no podía arriesgarse a descargarlas demasiado.


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