Crisis. El Visitante, tercera parte
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Crisis
Historia alternativa de la Segunda Guerra Mundial
Continuación de “El Visitante” y “La Pugna”
¡Qué tentación irresistible es pensar en lo que pudo ser y no fue!
Enrique Chávez
Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Prólogo
Es un tema recurrente en los grupos de discusión sobre la Segunda Guerra Mundial cómo Alemania, que estuvo a punto de conquistar el mundo, acabó sufriendo la mayor de las derrotas. El estudio de las circunstancias históricas sugiere que, afortunadamente para el mundo, la ambición de Hitler estaba condenada. Pero eso tal vez lo digan los fríos números, porque la sensación, al leer lo ocurrido en aquellos terribles años, es que si el mundo libre se salvó fue por una imprevisible carambola, pues lo sorprendente fue que la irresistible Alemania hitleriana no consiguiese culminar su serie de victorias.
En el verano de 1940 Alemania parecía que había conseguido ganar la guerra. No solo había conquistado a los estados que la rodeaban sino que había derrotado a Francia, su inveterada enemiga, e Inglaterra estaba contra las cuerdas. En nueve meses de guerra Hitler había logrado más que los cuatro años de pelea en el barro de las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La victoria parecía segura ¿por qué no la consiguió?
En la novela “El Visitante” intentaba desarrollar las posibilidades que se le ofrecían a la Alemania nazi si hubiese seguido una estrategia diferente. Su continuación “La Pugna” hubiese debido llevarla hasta la conclusión, pero la obra creció de tal manera que he juzgado conveniente dividirla en dos partes.
En las anteriores partes de esta serie ya señalé que el régimen hitleriano ha sido uno de los más demoniacos que ha padecido la Humanidad en su larga y muchas veces triste Historia, e imaginar sobre un posible futuro que incluya aberraciones como Auschwitz o Treblinka me parece repulsivo. Pero en una ucronía puedo manejar la historia y, aun escribiendo sobre una época terrible, he intentado imaginar una alternativa algo más amable en las que los campos de exterminio no suceden. Espero que al lector le parezca plausible mi relato.
En la introducción hago un corto resumen de las dos partes anteriores. Ya que “Crisis” es el segundo libro de “La Pugna”, considero necesaria su lectura para la comprensión de la obra.
Disfruten del libro.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Agradecimientos
Tengo que agradecer a los compañeros de los foros “Der Zweiter Weltkrieg” y del “Foro General Militar” que me han animado a continuar la obra, y que han revisado cuidadosamente las páginas advirtiéndome de la multitud de errores que habían pasado desapercibidos. Citar a todos significaría llenar medio libro, pero quiero destacar la ayuda de Rubén Herrero Gómez, que ha revisado con detenimiento estas páginas. Aldo del Águila ha confeccionado la mayor parte de los dibujos de buques y aviones. Tampoco puedo olvidar a otros amigos como AnibalClar, Grognard, Eriol, el Capitán Miller, Wyrm, Gaspacher, KL Albrecht Achilles, Luis M. García, Kaiser-1, Wyrm o JLVassallo.
Como en partes anteriores ha sido preciso recopilar muchísima información, y sin la ayuda de Internet y de las herramientas de búsqueda hubiese sido imposible. Sigue asombrándome que millones de personas aporten desinteresadamente su esfuerzo para poner a disposición del mundo esos pedazos de saber. De nuevo, la lista de páginas que he revisado es larguísima, pero debo agradecer especialmente la labor de Wikipedia y de sus redactores.
Como en las anteriores entregas, muchos personajes que aparecen en esta obra son reales, y he tenido que imaginar como actuarían en situaciones diferentes. Todo lo que he escrito sobre ellos es fruto de imaginación, intentando describir como yo creo que hubiesen actuado en otras circunstancias. Soy responsable de los errores que seguramente he cometido, y pido disculpas por adelantado.
En último lugar, no porque sea de menor importancia sino porque sin su ayuda nada me sería posible, deseo agradecer con todo mi corazón a mi esposa María Rosa y mi hija Ana por tantas horas de felicidad.
Gracias.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Introducción
La catástrofe que para Europa supuso la Primera Guerra Mundial no solo llevó al ascenso de ideologías totalitarias, sino que creó un sentimiento de resentimiento en los derrotados que desencadenó una nueva guerra en Europa apenas veinte años después. Pero la nueva guerra no fue igual que la anterior: los militares alemanes habían ideado una nueva estrategia que usaba los adelantos en la mecanización y en la aviación para vencer a los ejércitos enemigos, penetrar profundamente en su retaguardia y finalmente derrotarlos con rapidez y energía que hubiesen aplaudido Aníbal o Napoleón.
Con rapidez pasmosa Alemania conquistó Polonia, Dinamarca y Noruega, y en Mayo de 1940 se volvió contra el Oeste. En un mes derrotó los ejércitos franceses, ingleses y belgas. Aunque la mayor parte del ejército inglés pudo reembarcar en Dunkerque, tuvo que abandonar su armamento. Inglaterra quedó casi inerme ante el ejército alemán: solo su flota protegía sus costas del avance de los Panzer. Poco después el resto de los Países Bajos y de Francia cayeron bajo el yugo nazi.
La obra que precede la actual, “El Visitante”, comienza cuando el 27 de junio de 1940 un victorioso Adolf Hitler visita París. El dictador es un aficionado a la arquitectura y desea conocer los principales monumentos de la Ciudad de la Luz. Sin embargo un conspirador alemán ha entregado una bomba a un izquierdista francés. Hitler perece cuando la bomba estalla durante su visita a la Ópera, y la historia del mundo diverge.
Al llegar la noticia del asesinato de Hitler a Berlín el jefe de las SS, Heinrich Himmler, intenta hacerse con el poder ayudado por el jefe de seguridad del Reich, Reinhard Heydrich. Sin embargo uno de sus subordinados, el mayor Walter Schellenberg, decide cambiar de bando y alerta al Reichsmarschall Hermann Goering. Este consigue frustrar el golpe con la ayuda del general Beck, antiguo jefe del ejército caído en desgracia. Goering ordena la ejecución de Himmler y Heydrich, y además otros prominentes nazis mueren o son gravemente heridos durante la intentona. Goering aprovecha el asesinato de Hitler para acusar a las SS y disolverlas. Posteriormente organiza un plebiscito que le confirma en el poder, tomando el título de “Statthalter”, es decir, lugarteniente. Goering decide llamar al antiguo canciller Von Papen para dirigir la diplomacia alemana.
Tras la toma del poder Goering estudia junto con los altos cargos del ejército, la marina y la aviación como vencer a Inglaterra. Después de largas deliberaciones deciden que un asalto directo es imposible debido a la debilidad naval alemana, y prefieren atacar al Imperio Británico para hacer caer al Primer Ministro Británico Winston Churchill.
Von Papen consigue que Goering atenúe el antisemitismo nazi para hacer su régimen más digerible para otras naciones. Luego organiza en Aquisgrán una conferencia de la que surge una confederación de estados europeos, la Unión Paneuropea, y un organismo militar, el Pacto de Aquisgrán. La Unión Paneuropea incluye a Alemania y sus conquistas, Italia, la mayor parte de los Balcanes salvo Yugoslavia y Grecia, la renuente Francia y España.
El Reino Unido considera que la Unión Paneuropea es una amenaza e impone sanciones contra España. Las maquinaciones de Schellenberg, que ahora dirige los servicios de inteligencia alemanes, llevan a que Inglaterra declare la guerra a España. Los británicos desembarcan en Canarias, pero pocas semanas después Gibraltar es reconquistado por los españoles.
Goering presiona a Mussolini para que acepte la ayuda militar alemana, cuya llegada salva al ejército italiano de la contraofensiva inglesa en Egipto. El descubrimiento de petróleo en Libia da mayor importancia al escenario, por lo que ambas potencias llevan a África una gran fuerza militar, con gran componente acorazado, dirigida por los generales Von Manstein y Rommel. Los dos generales se complementan perfectamente y derrotan a los británicos primero en la frontera de Libia y luego en Egipto.
Simultáneamente el regente Pablo de Yugoslavia, con ayuda alemana, se proclama rey de Yugoslavia, que se une a la Unión Paneuropea. Grecia es atacada y derrotada por los alemanes, aunque los ingleses logran refugiarse en Creta.
Tras el golpe de estado antibritánico en Irak los ejércitos alemán e italiano, dirigidos por Von Manstein y Rommel, cruzan el Canal de Suez, derrotan al ejército inglés, e invaden Palestina, enlazando con los rebeldes iraquíes. Goering convoca una reunión de la Unión Paneuropea en Jerusalén.
Sin embargo Goering está siendo influido por miembros radicales del partido nazi, y retoma su nunca olvidado antisemitismo para proceder a la limpieza racial en Europa y Palestina. Asimismo decide invadir la URSS. Ofrece el mando de las operaciones a Von Manstein, ahora en Berlín, que diseña un complejo plan de operaciones para la invasión. Schellenberg, que es testigo de matanzas de judíos en Palestina, busca el apoyo de generales y políticos alemanes contra los planes del dictador. Al mismo tiempo Stalin, que engañado por Schellenberg ha desencadenado una nueva purga contra su ejército, planea invadir Europa Occidental adelantándose a la ofensiva alemana.
La posición de Churchill peligra, pero su habilidad como político le libra de una moción de censura. Pensando que los éxitos alemanes se deben a Goering envía un comando para atentar contra él. La operación fracasa pero el rumor llega a Berlín, donde un grupo de nazis, muchos de ellos relacionados con las antiguas SS, intentan tomar el poder, ayudados por el mariscal Beck y el almirante Canaris. Sin embargo Schellenberg, ayudado por Von Manstein, aborta el intento de golpe de estado.
En Jerusalén se prodigan las conspiraciones contra Goering, pero el antiguo SS y ahora comisario de policía Sepp Dietrich consigue desmantelarlas. Finalmente el mismo oficial alemán que había llevado la bomba a París consigue introducir otra bomba en la recepción que ofrece el dictador alemán a sus aliados. En el atentado mueren Goering y Mussolini, y la historia del mundo vuelve a cambiar.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
En Berlín el joven teniente Von Hoesslin, un veterano de los combates de Egipto, donde quedó con una pierna inútil, es seleccionado como ayudante del mariscal Von Manstein. El mariscal ha organizado una división para la vigilancia de Berlín, y encomienda al capitán el enlace con la Kripo (policía criminal), que bajo el control del general Walter Schellenberg ha adquirido más responsabilidades.
El general Schellenberg está alarmado por la deriva del régimen de Goering, que pretende proseguir con el genocidio. Ha encomendado a un policía de la Kripo, Gerard Wiessler, la investigación del atentado de Hitler, pero cuando descubre a los sospechosos, le ordena que cese la investigación. El regimiento al que pertenece el probable asesino es destinado a Jerusalén, para preparar la llegada de Goering. Mientras Wiessler investiga las relaciones entre los nazis más prominentes (liderados por Kaltenbrunner) y el ejército.
Cuando corre el rumor que Goering ha perecido en un atentado en Palestina —aunque en realidad los que han muerto han sido dos de sus ayudantes— Von Manstein se reúne con Schellenberg, y siguiendo los planes preparados organizan una trampa en la que caen los conspiradores que pretendían hacerse con el poder. Cuando días después Goering es asesinado en Jerusalén y Von Manstein y Schellenberg se hacen con el poder. Wiessler imagina lo sucedido, pero muere después en un accidente en circunstancias oscuras.
Schellenberg y Von Manstein se asocian con Franz Von Papen, ministro de Exteriores, y con Albert Speer, al que se le encomienda la producción industrial y de armamentos. Entre los cuatro forman un gabinete que controla el poder en Alemania, aunque nombran canciller a un prestigioso militar, el mariscal Von Brauchitsch, aunque con funciones puramente ceremoniales. Von Brauchitsch es un hombre enfermo pero más ambicioso de lo que esperan los cuatro socios en el Gabinete. El teniente Von Hoesslin pasa a actuar como secretario en sus reuniones.
Tras el asesinato de Goering el Primer Ministro británico Winston Churchill cree que es el momento de una contraofensiva general. En Irak el ejército inglés contrataca, ayudado por el cambio de bando de Transjordania, pero el general Rommel reacciona fulgurantemente destruyendo el régimen probritánico de Amman y rechazando la ofensiva inglesa, que había recuperado Bagdad. Planea un ataque que cerque a los ingleses en Irak, pero una sublevación en Siria le obliga a intervenir y retrasa sus planes.
Al mismo tiempo la inteligencia británica organiza un golpe de estado en Portugal, que pretende sustituir al dictador Salazar por el almirante Oliveira. Salazar consigue escapar a España con algunas tropas, pero en Portugal desembarca el ejército británico, tomando el país sin lucha e intentando invadir España, siendo la ofensiva detenida en Badajoz. La aviación inglesa en Portugal, sin embargo, causa muchos daños en España. Es preciso que Von Manstein se desplace a Madrid y ofrezca ayuda, aunque imponiendo algunas condiciones. Sin embargo el ejército español lanza una ofensiva en el norte de Portugal sin contar con los alemanes, que está a punto de acabar en desastre cuando los ingleses caen sobre su flanco. Ciudad Rodrigo es cercada y Salamanca está a punto de caer, hasta que los españoles, apoyados por la aviación alemana, consiguen rechazar a los británicos y socorrer Ciudad Rodrigo.
Mientras sigue la lucha en otros escenarios. Malta es invadida por los italianos, que también avanzan en Sudán. En Irak los ingleses atacan de nuevo y cercan a una división alemana cerca de Tikrit, y aunque Rommel puede liberarla tiene que replegarse. En Canarias la insurrección española prosigue, pero los ingleses asesinan al líder español, el teniente coronel Payeras —desde entonces los ingleses pasan a ser llamados “herejes” por los españoles—. En el Canal de la Mancha una nueva ofensiva aérea alemana es rechazada por la RAF.
El empeoramiento aparente de la posición alemana hace que Italia, que está dirigida por Badoglio —que había sucedido a Mussolini—, intente negociar con los ingleses. Francia, aunque es una aliada nominal de Alemania, se mantiene casi neutral. Incluso en Berlín se producen conspiraciones, alentadas por el canciller Von Brauchitsch, que amenazan la posición del gabinete. También en Berlín se descubre una red de espías soviéticos, que parece tener ramificaciones cada vez más amplias. Un policía trabajando en solitario emprende el desmantelamiento de las redes.
La posición de debilidad alemana es solo aparente. Se está preparando una ofensiva simultánea en todos los escenarios bélicos: el Canal de la Mancha, Portugal, el Mediterráneo, Canarias e Irak. Previamente al ataque el mariscal Von Manstein y el ministro Von Papen se desplazan a Francia para participar en una ceremonia en Verdún que conmemorará el fin de la anterior guerra. El día anterior contactan con el ministro Romier y el general Weygand, ambos colaboradores de Pétain, para intentar llegar a un acuerdo de paz definitivo entre Francia y Alemania que solucione la cuestión de las fronteras. Romier queda interesado, pero Weygand rechaza la propuesta. Al día siguiente, durante la ceremonia, se produce un ataque aéreo inglés, que luego se descubre ha sido instigado por Weygand. Von Manstein es levemente herido, pero la ocasión es aprovechada por un fanático para matar a Pétain. El almirante Darlan y el general Weygand intentan hacerse con el poder, pero el intento es detenido por los alemanes. El sucesor de Pétain es Romier, que ofendido por el ataque inglés declara la guerra y alinea a su país junto con Alemania. En Italia las conversaciones con Inglaterra fracasan, lo que lleva a la caída de Badoglio, sustituido por Ciano.
Entonces se inicia la gran ofensiva. En el mar los españoles organizan un ataque contra Canarias, coordinado por la guerrilla, para destruir al Ramillies, un acorazado inglés averiado. En Islandia los acorazados Bismarck y Tirpitz destruyen al Revenge, otro acorazado inglés. En Sudán los italianos, apoyados por los alemanes, reinician la ofensiva, toman Jartum y enlazan con Abisinia, acorralando a los ingleses en la costa del Mar Rojo. En Irak Rommel efectúa una finta para hacer creer que iba a atacar por el este del Tigris, haciéndolo en realidad por el oeste del Éufrates. El ejército inglés, sorprendido, se derrumba e intenta escapar hacia Basora. En el Mediterráneo son asaltadas Creta (por los italianos) y Chipre (por alemanes y franceses). En el Canal de la Mancha el cambio de tácticas de los alemanes derrota a la RAF en el sur de Inglaterra. Aunque se suspenden los bombardeos de las ciudades por motivos en parte humanitarios y en parte como medida de propaganda ante la opinión pública norteamericana, las instalaciones industriales sufren ataques repetidos.
La principal ofensiva es en Portugal. Los españoles lanzan varias ofensivas de distracción. La principal es desde Badajoz, pero el ejército británico contrataca; en una importante batalla en Estremoz los españoles los rechazan. Un grupo panzer alemán ataca algo más al sur y junto con los españoles consigue rodear a parte del ejército inglés, que tiene que rendirse en Évora. Prosigue la ofensiva hacia Lisboa, que cae dos semanas después; a los ingleses solo les queda la evacuación. Las victorias permiten además que sean sofocadas las conspiraciones contra el gabinete que dirige Alemania.
Mientras los buques alemanes, españoles e italianos vuelven al Atlántico. El Bismarck y el Tirpitz atacan dos convoyes cerca de Islandia y, tras un incidente con los norteamericanos que pone en evidencia el belicismo de Roosevelt, se internan en el Atlántico. Una escuadra de cruceros italoespañola mantiene un combate indeciso con otra inglesa. Los cruceros vuelven a salir al mar como cebo, y los ingleses se dirigen contra ellos. El almirante italiano Iachino manda una gran flota con cuatro acorazados, pero es atacado por un submarino y sufre averías en varios barcos; al día siguiente la Fuerza H de Sommerville cae sobre ellos; dos acorazados (Littorio y Vittorio Veneto) se retiran con serias averías, pero el Scharnhorst es hundido. Mientras un crucero de batalla inglés intenta destruir a los cruceros hispanoitalianos, pero es sorprendido y hundido por el Bismarck y el Tirpitz. En conjunto son tablas: los ingleses pueden proseguir la evacuación de Gibraltar aunque tiene muchísimas pérdidas: los españoles contratacan en Canarias con el apoyo de la flota y los ingleses quedan arrinconados en el norte de Gran Canaria y en Lanzarote.
En Inglaterra la situación es cada vez peor sobre todo a causa de las pérdidas causadas por los submarinos alemanes y por los bombardeos. En el continente, se reagrupan fuerzas para un nuevo ataque.
Mientras un policía, cada vez más alarmado, ve que ha cambiado el comportamiento de la red de espías soviéticos, que se prepara para un posible corte de comunicaciones.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Gracias por proseguir tan pronto con la tercera parte Domper, menudas ganas tengo de saber como sigue la historia.
Saludos.
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- KL Albrecht Achilles
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Excelente , muchas gracias al amigo Domper por no permitir que sus lectores sufran el sindrome de abstinencia.
Saludos
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It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Primera parte
Capítulo 1
¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?
George Herbert
Los aviones aceleraron sus motores y empezaron a carretear por la gran extensión herbosa, intentando evitar los grandes charcos que habían dejado los casi continuos temporales de ese húmedo y frío invierno. La pareja de soldados montados en el ala, uno a cada lado, ayudaba al teniente Franz Kinau a evitar los peores agujeros. Una vez en el extremo de la pista los asistentes saltaron mientras el potente motor aumentaba las revoluciones y el aparato se aceleraba. El del teniente era seguido por el avión del sargento Nussbaum, su piloto de escolta; ya se elevaban los aparatos del capitán Quasthoff, el jefe de la escuadrilla, y de su punto. Los cazas, pesadamente cargados con sus depósitos lanzables, tardaron en dejar el suelo, y luego se remontaron poco a poco ya sobre las aguas del Canal. Fueron seguidos por los otros doce aviones de la escuadrilla.
Aunque adentrarse en espacio aéreo hostil sin haber alcanzado la altura de crucero era peligroso, la caza británica había desaparecido casi por completo del Canal de la Mancha, que era vigilado por los radiotelémetros alemanes y patrullado por aviones alemanes y franceses. Los aviones alemanes ascendían poco a poco mientras se acercaban a la costa inglesa para extender la autonomía, algo necesario porque el objetivo del día era la lejana factoría Armstrong-Withworth de Newcastle. Situada a algo más de 500 kilómetros, estaba en el límite del alcance incluso del Messerschmitt Bf 109 F-7/B, la versión de escolta del clásico caza alemán, que a pesar de llevar depósitos auxiliares solo dispondría de unos minutos para combatir. Además la misión de la escuadrilla era la más comprometida: otras debían escoltar a los bombarderos —modernos Dornier Do 217— durante su recorrido sobre el mar, pero los aviones de Quasthoff iban a tener que proteger los últimos kilómetros de la misión. Franz no estaba preocupado por lo prolongado de la operación, y ni siquiera por la probabilidad de tener que enfrentarse a los aviones ingleses; de hecho, lo deseaba, porque llevaba ya un mes sin participar en ningún combate aéreo.
La Segunda Batalla de Inglaterra, como era llamada, se prolongaba ya cuatro meses, desde que en septiembre se habían reiniciado las misiones diurnas sobre Gran Bretaña. Los primeros combates fueron amargos, pues los cazas británicos habían hecho pagar un fuerte peaje a los germanos, e incluso el teniente había sido derribado, teniendo que amerizar en el Canal. Pero la potencia cada vez mayor de la Luftwaffe, cuya fuerza de cazas casi había duplicado su potencial —debido en buena parte a las medidas económicas del ministro Speer— y sobre todo los cambios de tácticas habían invertido la situación. Las destrucción de las estaciones de radar de la costa inglesa había privado a los cazas enemigos de su control desde tierra, y los aviones ingleses caían por docenas al no haber aprendido a contrarrestar las tácticas alemanas; apenas habían pasado de la obsoleta “uve” al vuelo por parejas, que llamaban “finger four”, mientras que Kinau y sus compañeros estaban usando el “vuelo de Salvador”, desarrollado por un piloto español y que había multiplicado la eficiencia de la caza alemana.
A Franz ni siquiera le preocupó que la ruta más corta hacia Newcastle implicase recorrer toda Inglaterra. Los bombarderos iban a segur una ruta más larga pero también más segura, sobrevolando el Mar del Norte antes de entrar en suelo inglés casi frente a su objetivo; pero esa trayectoria era demasiado larga para los ligeros cazas, que iban a tener que sobrevolar la costa inglesa, pasando sobre la red de radares. Mejor dicho, lo que quedaba de ella: el teniente pudo ver algunas humaredas que mostraban que las antenas de radar habían sido atacadas de nuevo. Aun así podrían ser sorprendidos por cazas británicos, especialmente por Spitfire, los únicos aparatos enemigos que volaban bien a alta cota; pero desde los combates de noviembre era excepcional que los cazas ingleses buscasen pelea con los alemanes. Por lo general los rehuían para intentar centrarse en los bombarderos, y solo se enfrentaban a los ágiles Bf 109 cuando no tenían otras opciones. En las bases aéreas que los alemanes tenían en la costa belga se decía que el puesto más seguro durante una batalla estaba en el asiento de un Messerschmitt.
Con todo, era probable que en esta misión hubiese más acción. La industria aeronáutica estaba siendo trasladada más allá del alcance de los cazas de escolta germanos, y estaba protegida por varios grupos que la RAF había retirado en parte para que se recuperasen y en parte para defender lo que quedaba de la industria de cualquier bombardero alemán que volase sin escolta. Pero el avión del teniente no solo llevaba el depósito de 500 litros bajo el fuselaje, sino otros dos de 150 litros bajo las alas, que extendían el radio de acción del avión casi 200 kilómetros más. Newcastle se había considerada seguro hasta ahora, y los aviones ingleses que la defendían seguramente creerían que podrían masacrar a los bombarderos alemanes; la escuadrilla de Quasthoff iba a hacerles despertar del sueño.
Los cuatro aviones prosiguieron su pausado vuelo, vigilando las revoluciones y el consumo de gasolina. Sobrevolaron el estuario del Humber, fácilmente reconocible, y continuaron hacia el noroeste, alejándose de la costa y adentrándose en el mar del Norte hasta encontrarse con los bombarderos Dornier, que ya estaban enfilando hacia su objetivo. Quasthoff guio a los aviones hasta situarlos por delante y mil metros sobre los bombarderos. Llegando desde el este tendrían el sol a la espalda, y la altura les daría ventaja contra los ingleses.
Estaban acercándose de nuevo a la costa cuando el teniente divisó varios puntos a su frente y bastante por debajo. El capitán ordenó lanzar los depósitos y adoptar la posición de ataque, y cada schwarm —dos parejas— formó una línea y describió una larga curva para situarse a la cola de los aviones enemigos. Cuando estuvo cerca pudo ver que los aviones que estaban intentando interceptar a los bombarderos eran P-39 Airacobra de origen norteamericano, aparatos peligrosos a baja altura pero penosamente inferiores a los alemanes a alta cota. Franz tomó uno de los aparatos como objetivo, y pudo ver que el Airacobra culebreaba: su piloto debía ser un novato que ni siquiera sabía compensar el par motor, y mucho menos mirar a su alrededor. Solo en el último momento uno de los aviones enemigos eludió el ataque con un giro cerrado que lo hizo caer en barrena. Los otros tres lo intentaron pero era demasiado tarde: una ráfaga bastó para incendiar a la presa de Franz: su noveno derribo. Los otros dos también cayeron, y la schwarm tomó altura preparándose para atacar de nuevo.
Los alemanes vieron otros aviones que trataban de acercarse a los bombarderos. El capitán ordenó atacarlos, y se libró un combate parecido al anterior: en una pasada rápida cayeron dos ingleses, que a Franz le parecieron Hurricane, y volvieron a atacarlos hasta que se dispersaron. Por entonces los pilotos germanos ya habían gastado demasiado combustible y tuvieron que poner rumbo hacia nuestra base. A la cola dejaron Newscastle, sobre la que se elevaba un dosel de humo. El viaje de vuelta transcurrió sin incidentes, y cuando aterrizaron tuvieron la satisfacción de ver que no faltaba nadie; además la escuadrilla había acabado con once aparatos ingleses.
Franz no creía que la R.A.F. pudiese aguantar el castigo durante mucho tiempo.
Capítulo 1
¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?
George Herbert
Los aviones aceleraron sus motores y empezaron a carretear por la gran extensión herbosa, intentando evitar los grandes charcos que habían dejado los casi continuos temporales de ese húmedo y frío invierno. La pareja de soldados montados en el ala, uno a cada lado, ayudaba al teniente Franz Kinau a evitar los peores agujeros. Una vez en el extremo de la pista los asistentes saltaron mientras el potente motor aumentaba las revoluciones y el aparato se aceleraba. El del teniente era seguido por el avión del sargento Nussbaum, su piloto de escolta; ya se elevaban los aparatos del capitán Quasthoff, el jefe de la escuadrilla, y de su punto. Los cazas, pesadamente cargados con sus depósitos lanzables, tardaron en dejar el suelo, y luego se remontaron poco a poco ya sobre las aguas del Canal. Fueron seguidos por los otros doce aviones de la escuadrilla.
Aunque adentrarse en espacio aéreo hostil sin haber alcanzado la altura de crucero era peligroso, la caza británica había desaparecido casi por completo del Canal de la Mancha, que era vigilado por los radiotelémetros alemanes y patrullado por aviones alemanes y franceses. Los aviones alemanes ascendían poco a poco mientras se acercaban a la costa inglesa para extender la autonomía, algo necesario porque el objetivo del día era la lejana factoría Armstrong-Withworth de Newcastle. Situada a algo más de 500 kilómetros, estaba en el límite del alcance incluso del Messerschmitt Bf 109 F-7/B, la versión de escolta del clásico caza alemán, que a pesar de llevar depósitos auxiliares solo dispondría de unos minutos para combatir. Además la misión de la escuadrilla era la más comprometida: otras debían escoltar a los bombarderos —modernos Dornier Do 217— durante su recorrido sobre el mar, pero los aviones de Quasthoff iban a tener que proteger los últimos kilómetros de la misión. Franz no estaba preocupado por lo prolongado de la operación, y ni siquiera por la probabilidad de tener que enfrentarse a los aviones ingleses; de hecho, lo deseaba, porque llevaba ya un mes sin participar en ningún combate aéreo.
La Segunda Batalla de Inglaterra, como era llamada, se prolongaba ya cuatro meses, desde que en septiembre se habían reiniciado las misiones diurnas sobre Gran Bretaña. Los primeros combates fueron amargos, pues los cazas británicos habían hecho pagar un fuerte peaje a los germanos, e incluso el teniente había sido derribado, teniendo que amerizar en el Canal. Pero la potencia cada vez mayor de la Luftwaffe, cuya fuerza de cazas casi había duplicado su potencial —debido en buena parte a las medidas económicas del ministro Speer— y sobre todo los cambios de tácticas habían invertido la situación. Las destrucción de las estaciones de radar de la costa inglesa había privado a los cazas enemigos de su control desde tierra, y los aviones ingleses caían por docenas al no haber aprendido a contrarrestar las tácticas alemanas; apenas habían pasado de la obsoleta “uve” al vuelo por parejas, que llamaban “finger four”, mientras que Kinau y sus compañeros estaban usando el “vuelo de Salvador”, desarrollado por un piloto español y que había multiplicado la eficiencia de la caza alemana.
A Franz ni siquiera le preocupó que la ruta más corta hacia Newcastle implicase recorrer toda Inglaterra. Los bombarderos iban a segur una ruta más larga pero también más segura, sobrevolando el Mar del Norte antes de entrar en suelo inglés casi frente a su objetivo; pero esa trayectoria era demasiado larga para los ligeros cazas, que iban a tener que sobrevolar la costa inglesa, pasando sobre la red de radares. Mejor dicho, lo que quedaba de ella: el teniente pudo ver algunas humaredas que mostraban que las antenas de radar habían sido atacadas de nuevo. Aun así podrían ser sorprendidos por cazas británicos, especialmente por Spitfire, los únicos aparatos enemigos que volaban bien a alta cota; pero desde los combates de noviembre era excepcional que los cazas ingleses buscasen pelea con los alemanes. Por lo general los rehuían para intentar centrarse en los bombarderos, y solo se enfrentaban a los ágiles Bf 109 cuando no tenían otras opciones. En las bases aéreas que los alemanes tenían en la costa belga se decía que el puesto más seguro durante una batalla estaba en el asiento de un Messerschmitt.
Con todo, era probable que en esta misión hubiese más acción. La industria aeronáutica estaba siendo trasladada más allá del alcance de los cazas de escolta germanos, y estaba protegida por varios grupos que la RAF había retirado en parte para que se recuperasen y en parte para defender lo que quedaba de la industria de cualquier bombardero alemán que volase sin escolta. Pero el avión del teniente no solo llevaba el depósito de 500 litros bajo el fuselaje, sino otros dos de 150 litros bajo las alas, que extendían el radio de acción del avión casi 200 kilómetros más. Newcastle se había considerada seguro hasta ahora, y los aviones ingleses que la defendían seguramente creerían que podrían masacrar a los bombarderos alemanes; la escuadrilla de Quasthoff iba a hacerles despertar del sueño.
Los cuatro aviones prosiguieron su pausado vuelo, vigilando las revoluciones y el consumo de gasolina. Sobrevolaron el estuario del Humber, fácilmente reconocible, y continuaron hacia el noroeste, alejándose de la costa y adentrándose en el mar del Norte hasta encontrarse con los bombarderos Dornier, que ya estaban enfilando hacia su objetivo. Quasthoff guio a los aviones hasta situarlos por delante y mil metros sobre los bombarderos. Llegando desde el este tendrían el sol a la espalda, y la altura les daría ventaja contra los ingleses.
Estaban acercándose de nuevo a la costa cuando el teniente divisó varios puntos a su frente y bastante por debajo. El capitán ordenó lanzar los depósitos y adoptar la posición de ataque, y cada schwarm —dos parejas— formó una línea y describió una larga curva para situarse a la cola de los aviones enemigos. Cuando estuvo cerca pudo ver que los aviones que estaban intentando interceptar a los bombarderos eran P-39 Airacobra de origen norteamericano, aparatos peligrosos a baja altura pero penosamente inferiores a los alemanes a alta cota. Franz tomó uno de los aparatos como objetivo, y pudo ver que el Airacobra culebreaba: su piloto debía ser un novato que ni siquiera sabía compensar el par motor, y mucho menos mirar a su alrededor. Solo en el último momento uno de los aviones enemigos eludió el ataque con un giro cerrado que lo hizo caer en barrena. Los otros tres lo intentaron pero era demasiado tarde: una ráfaga bastó para incendiar a la presa de Franz: su noveno derribo. Los otros dos también cayeron, y la schwarm tomó altura preparándose para atacar de nuevo.
Los alemanes vieron otros aviones que trataban de acercarse a los bombarderos. El capitán ordenó atacarlos, y se libró un combate parecido al anterior: en una pasada rápida cayeron dos ingleses, que a Franz le parecieron Hurricane, y volvieron a atacarlos hasta que se dispersaron. Por entonces los pilotos germanos ya habían gastado demasiado combustible y tuvieron que poner rumbo hacia nuestra base. A la cola dejaron Newscastle, sobre la que se elevaba un dosel de humo. El viaje de vuelta transcurrió sin incidentes, y cuando aterrizaron tuvieron la satisfacción de ver que no faltaba nadie; además la escuadrilla había acabado con once aparatos ingleses.
Franz no creía que la R.A.F. pudiese aguantar el castigo durante mucho tiempo.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Domper escribió:incluso del Messerschmitt Bf 109 F-7/B, la versión de escolta del clásico caza alemán, que a pesar de llevar depósitos auxiliares solo dispondría de unos minutos para combatir.
¿F-7/B?
No estarían ya en producción los Gustav, estaba pensando en el G-2/R1 de largo alcance (en la LTR aparecen en la primavera de 1942 pero si era lo que necesitaba se priorizarían los cazas de largo alcance).
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Crisis. El Visitante, tercera parte
En la parte anterior se indica que el Gustav se retrasa en favor del "Me 218".
Saludos
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Federico Artigas esperaba la orden de reincorporarse al ejército español, que no terminaba de llegar. Con disgusto, pensó que el cuento que iba contando, que había un coronel en Madrid que le tenía ojeriza, igual tenía algo de razón. Porque a Federico le parecía que tras haberse chupado toda la campaña de Portugal, batalla por batalla, y haber pasado un par de meses con los teutones, ya le tocaba volver a una unidad española, pues aunque empezase a pillarle el gusto a la col le apetecían más unos buenos garbanzos. De paso, así le llegaría esa estrella de ocho puntas que le tenían prometida.
Un segundo ascenso por méritos de guerra no estaría nada mal, aunque fuese a comandante, que según el dicho del ejército no vale ni para arrestar. Pues por lo general los jefes con esa estrella son destinados a puestos administrativos, sin mando directo sobre tropa. Incluso para algo tan nimio como castigar a un imbécil tienen que dar parte al capitán de su compañía o al teniente coronel del batallón. Pero en tiempo de guerra todo cambia, los jefes son demasiado valiosos para tenerlos amarrados a un escritorio, y como mínimo podría esperar el mando de un batallón. Pudiendo alardear de dos ascensos por méritos de guerra, luciendo la Medalla Militar individual y la Cruz de Hierro, y con la recomendación del general Galera que seguro que tendría, igual hasta lo habilitaban para algo más gordo. Camino directo para el fajín.
Artigas pensaba que si alguna vez llegaba la generalato no sería por falta de méritos. Por si hubiese visto pocos tiros en la Guerra Civil, se había comido toda la campaña de Portugal mandando antitanques, un puesto peligroso donde los haya. Podía alardear que las unidades bajo sus órdenes se habían cepillado cuarenta tanques herejes, y que personalmente se había cargado a once: eso le convertía en todo un as de los antitanques, no al nivel del mítico Barkmann, pero tampoco creía que en toda España hubiese quien le hiciese sombra. Por eso esperaba ansiosamente el pasaporte que le devolviese a la acorazada, pero nada. Cuando preguntó, le dijeron que seguiría en la sexta panzer hasta nueva orden. Teniendo en cuenta que los alemanes estaban haciendo las maletas a toda prisa, y que los tanques de la sexta ya iban rumbo a Salamanca para embarcar en los trenes —pues las carreteras del sur de Portugal habían quedado un tanto perjudicadas por los chicos de los Messer— Artigas imaginó que le quedaba mucho chucrut que trasegar.
Al menos iba entendiendo algunas palabras sueltas del teutón, y lo que no pillaba se lo traducía el teniente Coll, que el pobre había tenido un maestro con la peregrina idea de que el alemán era crucial para la formación humana y espiritual. Los mozos del batallón de antitanques al que estaba asignado —le habían destinado a la sección de cañones sin retroceso— eran buenos chicos, y el capitán Reimar, más majo que las pesetas. Pero Artigas echaba en falta la camaradería de las salas de banderas y de las cantinas españolas.
Al final tuvo que salir hacia Salamanca con sus kubelwagen, detrás de las filas de camiones de transporte de tanques que atascaban las carreteras. En Ciudad Rodrigo, donde la terminal ferroviaria ya había sido reparada, vigiló como montaban sus coches en el tren, y luego, billete para Francia. El viaje por España fue, como no, tedioso: si alguien tenía prisa, mejor que evitase los trenes españoles. Además ni siquiera pasó por Zaragoza y no pudo echarle ese par de besos que tantas ganas tenía de propinar a Merchines. En Hendaya tocó el circo del cambio de trenes, pues las vías españolas eran más anchas que las francesas: había tal atasco que estuvo dos días allí. Al menos pudo acercarse a San Sebastián, donde se tomó unos chiquitos por el casco viejo y luego se pegó un buen atracón en la Nicolasa, usando esos marcos con los que le pagaban en la sexta panzer y que tan bien salían al cambio; reconciliado con Dios, el mundo y hasta con el coronelucho, Artigas ya sabía por qué la Nicolasa tenía fama. Por Francia el viaje fue algo más cómodo, y al día siguiente llegó el convoy a Versalles: la ciudad francesa de la que había salido apenas dos meses antes.
A Artigas le buscaron alojamiento con otros oficiales, entre los que estaban Reimar y Coll —no se atrevería a ir a ninguna parte sin el teniente—, y se dedicó a matar el tiempo con los naipes, pues a los alemanes les había gustado jugar al tute. El tiempo era desapacible y no apetecía pasear por la ciudad, en la que tampoco había mucho que ver, pues el acceso al palacio estaba prohibido. A esperar.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
Aunque la 74º se hubiese lucido en Portugal, había sufrido pocas bajas, y eso significaba obviamente un cambio de aires en busca del calor. Del calorcito de los explosivos, claro, que Nazario Ballarín no creía que lo fuesen a mandar a un balneario. Tampoco le hubiese importado, pues estaba un poco cansado de tiros. En España había estado en el Ebro, donde casi deja la piel, y luego en Portugal había estado en el remate del cerco de Évora y en los últimos combates cerca de Sintra. Se había desempeñado bastante bien, y esperaba que le cayese algún galón más. Pero los señoritos lo veían con cara de niño y pensaron que un subteniente tenía que ser un hombre hecho y derecho, por lo que Nazario siguió con los galones de sargento primero. Lo malo es que para mandar la sección habían destinado a otro barbilindo, un alférez recién estampillado. Esperaba que el nuevo, un tal García, se dejase aconsejar, y que no hiciese como ese inútil de Manrique que se hizo matar en Vila Nova.
A la división le dieron poco reposo. No habían tenido ni dos días de descanso cuando les ordenaron montar en camiones que los llevaron hacia Cáceres. Por el camino vieron las huellas de la batalla: casas arruinadas, vehículos abrasados, y largas hileras de prisioneros que marchaban a pie. Una vez en la ciudad extremeña montaron en un tren que tras dar bastantes vueltas les llevó hasta Algeciras. Por las ventanas el sargento vio la silueta del Peñón, donde ondeaba la rojigualda. Él había tenido que ver, y hasta le habían prometido la individual por eso, pero al capitán le habían apiolado al poco y nadie se acordó de Nazario. Eso sí, de haber llevado alguna estrella todo hubiesen sido parabienes. Ya se sabe, los sargentos cardan la lana y los oficiales se llevan la fama.
En Algeciras les montaron en un barco de Transmediterránea que los llevó hasta Tánger. Esa parte del camino no le hizo ninguna gracia a Nazario: aunque un par de bous escoltaban al barco, el que hubiesen repartido chalecos salvavidas no parecía buen augurio, por lo que se quedó en cubierta, pensando que a una mala sería fácil saltar. Corría un poco de aire que levantaba cabrillas, que a Nazario, al que le daba miedo hasta la jofaina del aseo, le parecían torpedos de los herejes; pero la travesía transcurrió sin incidentes. Luego tocó montar en tren, en un largo viaje por un terreno que cada vez parecía más seco. Ni las estepas de los Monegros se parecían a esos secarrales. Tres días les llevó llegar a Marrakech, una ciudad que decían que era muy bonita pero que no pudo ver. Allí trasbordaron a un ferrocarril de vía estrecha que les llevó hasta Tantán, ya en pleno desierto. Nazario se esperaba otro viajecito en barco, pero no. Les condujeron a un gran campamento, donde estuvieron otros dos días más. Largo se estaba haciendo todo. Hasta que por fin les ordenaron marchar hasta el campo de aviación, donde esperaban varios trimotores de gran tamaño con insignias italianas.
El viaje en avión le gustó a Nazario aun menos que el del barco. No tenía paracaídas y no podía bajarse en marcha, por lo que si amanecía algún caza hereje lo más que podría hacer sería rezar. Pero la aviación inglesa estaba desaparecida en combate —nunca mejor dicho—, y sin más incidencias que unos cuantos meneos y alguna vomitona, aterrizaron en el pequeño aeródromo de Maspalomas.
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Crisis. El Visitante, tercera parte
“Chiquitín” Herrera también iba a cambiar de aires. Expulsados los míster de Portugal, la amenaza contra las ciudades españolas había desaparecido. Pero los Mochos —apodo del Fw 190— eran demasiado valiosos y Chiquitín no esperaba vacaciones. Iba bien encaminado, pues al poco llegaron órdenes de trasladarse a Tenerife.
El piloto pensó que si se podían enviar aviones a la isla, sería porque en Canarias las cosas no iban mal del todo. Una escuadrilla necesita mucha “chicha” para funcionar entre gasolina, aceite, munición y repuestos, que no se podía llevar en un par de chalupas. La radio decía que a la Royal Hereje le habían dado por donde no luce el sol, pero ya se sabe que lo que dicen en los noticiarios tiene una parte de verdad y nueve de propaganda. Que fuesen a volar hasta allí indicaba que en Canarias no se había puesto el sol.
El viaje fue largo pero cómodo: un salto hasta Casablanca, cruzando el mar, acompañados por un Heinkel que hacía de perrito pastor —perderse en mar abierto era más fácil de lo que parecía—. Otro brinco hasta Agadir, donde tuvieron que esperar un día por una tormenta, y uno más hasta Tefía, en Fuerteventura: la isla acababa de ser reconquistada, y una miríada de prisioneros canadienses trabajaban para mejorar el aeródromo, vigilados por majoreros de mirada torva. Por lo que Chiquitín había oído, más les valía a los prisioneros portarse bien, pues los canarios les tenían muchas ganas y estaban deseando que alguno hiciese el tonto, y si intentaba escapar, mejor.
En el aeródromo de Tefía apenas se detuvieron para repostar: de vez en cuando algún barco inglés se acercaba por la noche, haciendo imprescindible que cada avión durmiese en uno de esos refugios hechos con muretes de piedras que parecían como los que los isleños construían para cultivar sus vides. Pero no había sitio para los Mochos de la escuadrilla, y el mando prefirió no dejarles pasar la noche en Fuerteventura. Salieron para hacer el último salto, otra vez sobre el mar. Esta vez no fue directo, sino que antes dieron un rodeo sobre Las Palmas, casi el último rincón canario donde aun ondeaba la Unión Jack. Había sido idea del comandante Salvador hacer unas cabriolas para mostrar a los herejes que se reían de sus cañones, y también para dar un poco de moral a los pobres canariones. Después de unos cuantos loopings sobre Las Palmas, que les quedaron de cine, siguieron hacia el oeste, hasta que se posaron en Tenerife, en el recién construido aeródromo de Los Abrigos. Aun seguían las obras, y Chiquitín pudo ver a unos cuantos paisanos llevando piedras.
Las instalaciones eran espartanas: una pista no muy larga, refugios para aviones, alguna caseta y unas pocas tiendas como todo alojamiento. Que al lado hubiesen cavado trincheras era indicio de que por Tenerife la cosa aun seguía caliente. Una vez aterrizó la escuadrilla, el personal de tierra guio a los aviones hasta los cobijos donde dejaron a los Mochos, que eran semicírculos construidos con piedras volcánicas y sacos terreros. Luego acompañaron a los pilotos hasta la cantina, que estaba en una antigua granja.
El teniente coronel al mando les dio la bienvenida. Saludó sobre todo al comandante Salvador, no solo por sus dos Medallas Militares individuales, sino porque había llegado hasta Tenerife la noticia de la táctica que había inventado. Luego indicó a los recién llegados que tuviesen cuidado con las luces: los ingleses aprovechaban la noche para acercarse a Gran Canaria con sus rápidos destructores, que llevaban suministros que mantenían mal que bien a la guarnición, y no era raro que a la vuelta alguno se acercase a Tenerife a gastar algunos cañonazos. Por si quedaba alguna duda, el teniente coronel mostró las marcas de metralla en la pared de la cantina.
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También llegó a Canarias el incorregible Max Freitag. A la Cruz de Hierro ganada en Manam se le había unido la de Caballero, conseguida al hundir un destructor cerca de Peniche; pero las condecoraciones no le habían curado de su manía de improvisar. Al recibir la orden de salir hacia Fuerteventura, cargó sus pocos efectos en el Junkers que los acompañaba, y salió zumbando hacia Canarias sin entretenerse en minucias como comprobar el parte meteorológico. Como era de esperar, se encontró en Marruecos con un buen temporal, y por los pelos pudo aterrizar cerca de Safí, rezongando que quién iba a esperar que lloviese en el desierto. Que Safí fuese un vergel, al menos para lo que se estilaba en Marruecos, no bastó para sacar a Freitag de su error.
El copiloto le dijo que si volvía a hacer una de esas pediría el traslado, pues le tenía demasiado aprecio a la piel como para jugársela con un loco. Max se disculpó como pudo, pero enseguida la volvió a hacer, cuando salió hacia Canarias e intentó aterrizar en la primera isla que encontró. Era Lanzarote, que estaba aun en manos británicas. Los ingleses se debían estar relamiendo mientras esperaban para hacerse con el avión del imprudente, pero un grito del copiloto sacó a Max de su ensoñación, a tiempo para dar gases y remontarse. Una ametralladora tuvo el descaro de dispararle hasta que Max le enseñó con una ráfaga de las armas de su cañonero que en cuanto a ametralladoras, él se las pintaba solo.
El avión llegó a Tefía con unos cuantos agujeros. Ya estaba allí el resto de la escuadrilla —cuyos aviones eran pilotados por gente sensata— y también había mecánicos que remendaron el Heinkel. Max calmó al copiloto como pudo y le invitó a tomar alguna copa. Vano intento, porque en la isla no quedaba ni una gota de licor, pues los ingleses se habían bebido todo antes de rendirse. Apenas pudo conseguir una botella de vino peleón que no mejoró el humor de su compañero.
Ya con más calma, Max reunió a sus pilotos para estudiar la misión que se les había encomendado. Los ingleses habían comprobado que un buque rápido, como un crucero pequeño o un destructor, si navegaba a toda máquina, podía partir desde más allá del alcance de la aviación del Pacto basada en Tenerife y en el continente, y llegar en una noche al Puerto de la Luz en Gran Canaria, donde la antiaérea le daría alguna protección. A la noche siguiente y tras descargar, una carrerita y ya estaba fuera de alcance. Para dar vidilla no era raro que a la ida o a la vuelta se acercasen a pegar algunos cañonazos a los aeródromos de Tenerife o Fuerteventura. Esas actividades nocturnas estaban resultando de lo más molesto, y como Max Freitag había demostrado que sabía pelear de noche, se le encomendó interrumpir las correrías de los barcos ingleses. Para ello contaría no solo con sus tres aviones ametralladores —el cuarto se había perdido en Portugal—, sino también otros seis Heinkel 111 torpederos. Para lanzar iluminantes ya no dependería de los lentos Ju 52, que quedaron relegados a apoyar a la escuadrilla, sino que contaría con cuatro novísimos Fw 189.
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- JLVassallo
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