El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Estimados amigos:

Estoy leyendo con placer la ucronía del compañero forista Gaspacher titulada "Duelo de Águilas". Para no ser menos, yo tengo muy avanzada una historia alternativa, pero con un punto de divergencia muy posterior, en 1940.

Esta historia ha sido presentada parcialmente en otro foro, donde otros compañeros me han prestado su desinteresada ayuda detectando los múltiples gazapos o errores de bulto sembrados cual campo de minas. Os presento una versión reeditada, que incluye capítulos nuevos, y con pequeñas variaciones en el curso de la Ucronía.

Espero que os guste.

Saludos
Última edición por Domper el 12 Feb 2015, 12:54, editado 1 vez en total.



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El visitante



Historia alternativa de la Segunda Guerra Mundial




A esas dos mujeres maravillosas sin las que no sería nada. A mi esposa y a mi hija.



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"El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo"

Proverbio chino



"Por la falta de un clavo fue que la herradura se perdió.
Por la falta de una herradura fue que el caballo se perdió.
Por la falta de un caballo fue que el caballero se perdió.
Por la falta de un caballero fue que la batalla se perdió.
Y así como la batalla, fue que un reino se perdió.
Y todo porque fue un clavo el que faltó".


George Herbert



“Escoger un camino significa abandonar otros. Si pretendes recorrer todos los caminos posibles acabarás no corriendo ninguno.”

Paulo Coelho



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Prólogo

¿Y si los persas vencen en Maratón? ¿Y si Julio César pierde la batalla de Munda? ¿Y si el Islam vence en Poitiers? ¿Y si la Armada Invencible desembarca en Inglaterra? ¿Y si Carlos II no es un retrasado mental? ¿Y si Napoleón perece durante el Terror? ¿Y si…?

Cuando el lector curioso se sumerge en un libro de Historia antes o después se encuentra con sucesos relevantes que hubiesen podido ocurrir de una forma u otra. Sucesos que tantas veces no dependen de las acciones de los protagonistas, sino de hechos fortuitos, con repercusiones enormes ¿Y si el invierno ruso de 1812 no se hubiese adelantado y la Grande Armée hubiese vuelto de Moscú con pocas pérdidas? ¿Y el 17 de Junio de 1815 no hubiese llovido tanto, lo que obligó a Napoleón a retrasar su ataque a Wellington en Waterloo? Tantas cosas que pudieron suceder y no sucedieron y que moldearon la Historia y nuestro mundo.

La falta de una “Teoría Científica de la Historia” impide analizar esos sucesos. Podemos suponer lo que le pasará a un barco si sustituimos el acero del casco por papel maché, si el avión no lleva suficiente combustible, o si al enfermo no se le dan antibióticos. Pero no podemos estudiar lo que pudo haber ocurrido si Lenin hubiese perecido en su exilio en Siberia. El efecto de estos cambios resulta tan fascinante que han creado su propio género literario, la Ucronía o Historia Alternativa, en la que los autores imaginan mundos en los que Aníbal conquista Roma o Mahoma se convierte al Cristianismo.

Si ha habido un acontecimiento que ha moldeado los últimos sesenta años de la Historia ha sido la Segunda Guerra Mundial. Las fronteras europeas siguen todavía las líneas que se trazaron sobre los mapas en las conferencias entre los Tres Grandes. Solo en el siglo XXI, tras el hundimiento del imperio soviético, empiezan a difuminarse, que no borrarse por completo, las consecuencias de la guerra.

Lo más asombroso, para cualquier aficionado a la Historia Militar, es la derrota del Eje. Alemania y Japón consiguieron una increíble serie de victorias que las llevaron al confín del mundo. Los aliados necesitaron años de sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor para derrotar a Alemania y Japón. Para los estudiosos, la superioridad demográfica y económica de los aliados, especialmente de Estados Unidos y la URSS, hacían que la victoria del Eje fuese imposible ¿O no? Porque el hecho es que en el verano de 1942 Alemania llegó a Asia, y los barcos japoneses amenazaban Australia ¿Es seguro que la victoria aliada era indefectible?

La mayor parte de las Ucronías que imaginan un triunfo alemán en la Segunda Guerra Mundial parten de un momento crítico: el verano de 1940. Cuando Inglaterra decidió resistir a los alemanes, cuando estos fracasaron en la Batalla de Inglaterra, y cuando Hitler decidió atacar a Rusia sin destruir antes a Inglaterra. La “mejor hora” de Churchill fue realmente la mejor hora del Tercer Reich, que había aniquilado a sus enemigos, cuando Inglaterra estaba casi indefensa, y cuando Estados Unidos y la URSS eran todavía neutrales. Para Alemania se abría un mundo de oportunidades, y probablemente escogió la peor.

La peor elección para Alemania, o la mejor para el mundo. Porque no podemos olvidar que la Alemania hitleriana fue un régimen demoníaco que utilizó los medios que el desarrollo científico e industrial ponía a su disposición para el asesinato masivo. Asesinato no solo de opositores, no solo de enemigos, sino de seres humanos sólo por existir. Por desgracia, el Holocausto no ha sido ni el primer ni el único genocidio, y el terrible siglo XX ha conseguido superar incluso la aterradora cifra de víctimas de la Alemania nazi. Pero entre todos esos horrores el alemán destaca por haber sido la única vez que un estado moderno creó una organización dedicada exclusivamente al exterminio de sus semejantes.

Para el autor cualquier obra que trate de la Alemania Nazi requiere un esfuerzo especial. Porque no se puede olvidar que tras esos bonitos aviones, esos arrolladores panzer, esos fascinantes uniformes, la fanfarria y la oropéndola, se esconde la mayor degradación de la historia humana, el infierno de Treblinka o Sobibor. Es por ello que he intentado confeccionar una hipótesis en la que los peores crímenes de ese régimen repugnante no se producen. Si lo he conseguido o no, si es creíble mi tesis, deberá juzgarlo el lector.

Por eso la única forma en que puedo imaginar una Alemania victoriosa pasa por un vuelco del régimen, en el que un pequeño clavo, una mariposa aleteando en París, cambia la Historia del mundo.

Espero que disfrutéis de estas páginas.




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Agradecimientos

Está obra se gestó tras animadas conversaciones en foros de Historia Militar, especialmente en Der Zweiter Weltkrieg y El Gran Capitán. En esos debates se plantearon múltiples contestaciones relacionadas con la Historia Alternativa cuya respuesta me llevó a escribir esta obra. Especialmente fue Eriol, un distinguido participante en ambos foros, el que me propuso confeccionar una hipótesis basada en la “Estrategia Mediterránea”. Luego la historia creció mucho más allá de lo planeado. Pero es justo recordar en estas páginas al amigo que la ayudó a nacer.

La recogida de documentación ha sido personal. Afortunadamente en estos días Internet proporciona herramientas de potencia increíble que facilitan la vida del autor. Siendo la primera Google, como no. Especialmente su herramienta de mapas, maps.google.es, que no solo permite acceder a fotos aéreas de gran calidad de los lugares en los que transcurre la acción, sino también ver las fotografías que miles de viajeros han tomado de esos lugares. Dudas como ¿era el lugar accesible para los tanques? se resuelven con facilidad con esa potentísima herramienta. No son menos importantes Wikipedia en no solo en las versiones española e inglesa, sino también en otros idiomas (francés, alemán, italiano, ruso) que gracias a herramientas de traducción, como Google Translate, se hacen accesibles para el lector español. Son fuentes inagotables de información páginas como Panzertruppen, Lexikon der Wehrmacht, AchtungPanzer, Uboat.net, Vector, etcétera.

Ha resultado especialmente trabajosa la identificación de algunos de los personajes, y para ello la revisión de hemerotecas digitalizadas, especialmente la de ABC, el periódico decano de la prensa española, ha sido imprescindible. Gracias a estas hemerotecas todos los personajes significativos y gran parte de los secundarios fueron reales. Animo al lector interesado a que encuentre esos personajes y conozca sus vidas, que muchas veces superaron a la ficción más imaginativa. Sin embargo, aunque he intentado ser fiel a lo que la Historia ha contado sobre ellos, sus palabras, sus acciones o sus pensamientos son fruto de mi imaginación y no se basan en hechos reales.

Con todo, me ha resultado imposible localizar personajes reales para todos los papeles, por lo que he usado herramientas de generación aleatoria de nombres. Cualquier coincidencia entre uno de esos personajes y personas reales se ha debido al azar y no a mi intención.

He confeccionado las imágenes y los mapas personalmente, basándome en documentos de libre distribución (con licencia Creative Commons) extraídos sobre todo de Wikipedia, incorporando datos obtenidos de foros aéreas, hemerotecas, etcétera.

La labor de creación de un libro nunca estaría completa sin la colaboración de los correctores. Quiero destacar a amigos del foro Der Zweiter Weltkrieg como AnibalClar, Ramcke, Grognard, Eriol o Capitán Miller, que han revisado con lupa estas páginas, encontrando todo tipo de gazapos. Les agradezco infinitamente su colaboración, sin la cual esta obra sería un muestrario de errores ortográficos, sintácticos y, lo que es peor, estaría plagada de discrepancias temporales. De nuevo les agradezco su ayuda. Cualquiera de los muchos errores que sigue escondiendo la obra se debe achacar únicamente al autor, es decir a mi.

Y sobre todo, tengo que agradecer todo a dos personas. Una vez me describieron como un hombre feliz, y es verdad. Pero esa felicidad se debe a mi encantadora hija Ana, y a una mujer increíble, mi esposa María Rosa.

Gracias a todos.
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Introducción

Julio de 1940

Diez meses duraba ya la Segunda Guerra Mundial. Y en esos pocos meses Alemania había conseguido una serie de victorias que emulaba los sueños napoleónicos.

Entre 1914 y 1918 Europa había vivido la peor aberración de su ya sangrienta historia: la guerra a gran escala entre estados modernos. Los estados nación europeos, formados tras siglos de guerras fronterizas, habían dirimido sus diferencias en una guerra a una escala tal que minimizaba los conflictos acaecidos hasta entonces. Las potencias industriales surgidas del siglo XIX se movilizaron para al guerra. Decenas de millones de sus ciudadanos fueron reclutados, armados y enviados a los campos de batalla, mientras los demás trabajaban en la retaguardia para fabricar las montañas de armamentos, municiones y explosivos que la guerra moderna necesitaba. Esa movilización condujo a batallas de proporciones inimaginables. En la batalla de Cannas, en la que Aníbal destruyó el ejército romano y casi aniquila a Roma, y que fue una de las mayores de la Antigüedad, lucharon 130.000 soldados durante unas horas. En Austerlitz los 70.000 soldados de Napoleón ganaron l a guerra al vencer a 85.000 austríacos y rusos en un día de combate. Pero en Verdún un millón de soldados de cada bando se enfrentaron durante once meses por unos metros de fango. En esa batalla murieron un cuarto de millón de soldados y otros tantos quedaron mutilados, como si todos los jóvenes madrileños en edad militar muriesen o perdiesen alguna extremidad en esos meses de metralla y horror.

Esas titánicas batallas se libraron por terrenos minúsculos. La batalla de Verdún se libró en una extensión de terreno menor que la de los parques de Londres. En la batalla del Somme tres millones de soldados y trescientos mil murieron para conseguir un avance máximo de doce kilómetros. Doce kilómetros que supondrían una agradable tarde de paseo, de la que cada paso costó las vidas de veinticinco jóvenes.

Finalmente Alemania fue derrotada no por brillantes maniobras militares que en tremendo poder de las armas hacían imposibles, sino por agotamiento, cuando casi todos sus soldados habían perecido o habían quedado inválidos, cuanto ya no podía fabricar más cañones y cuando las familias perecían de hambre. Pero la derrota, cosechada no en las trincheras sino en los talleres, dejó un regusto amargo que sería la semilla para la siguiente gran catástrofe. Las duras condiciones impuestas por los vencedores en el Tratado de Versalles condenaron a la naciente democracia alemana que acabó sucumbiendo ante el empuje de un partido radical que propugnaba la superioridad de la raza alemana. La nueva Alemania, dirigida con mano de hierro por su líder, recuperó la potencia industrial y militar ante la pasividad de ingleses y franceses. Tras destruir la oposición interna, apresando o asesinando a sus enemigos, reales o supuestos, los nazis se habían lanzado a la conquista de Europa. Usando la amenaza militar se apoderaron sin disparar un tiro de Renania, Austria y Checoslovaquia, cuyos sus hombres y fábricas se pusieron al servicio del nuevo poder. Alemania empezó a presionar a la vecina Polonia reclamando provincias fronterizas, pero esta vez Inglaterra y Francia amenazaron con declarar la guerra a Alemania si esta atacaba a Polonia.

La garantía dada a Polonia por los aliados no detuvo las ambiciones nazis. En Agosto de 1939 el mundo se asombró al conocer que Alemania y la Unión Soviética, hasta ahora enemigos irreconciliables, habían firmado un pacto de no agresión que en realidad era un nuevo reparto de Polonia. Y el 1 de Septiembre de 1939 la guerra volvió a los campos europeos cuando los ejércitos nazis invadieron Polonia. Fieles a la promesa que habían hecho, Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania. La Segunda Guerra Mundial había empezado.

Los ejércitos aliados se prepararon para luchar la misma guerra que habían librado sus padres. Se enterraron en profundas trincheras y se encerraron en casamatas de hormigón, esperando destruir a los soldados alemanes con la combinación de alambre de espino, ametralladoras y cañones que se había mostrado letal una generación antes.

Pero el ejército alemán, recapacitando tras la derrota de 1918, había desarrollado un nuevo arte de la guerra. Repetir la guerra de trincheras era garantía de derrota, ya que los enemigos de Alemania tenían más hombres y más armas, y gracias a sus poderosas marinas podrían bloquearla hasta que muriese de hambre, igual que en 1918. Para evitar la trampa de las trincheras se habían preparado para una nueva forma de combatir, usando los desarrollos técnicos, especialmente de la industria de la automoción y la aeronáutica. Gracias a ellos conseguirían la combinación de potencia y velocidad que derrotaría a sus enemigos. Era la Blitzkrieg, la guerra relámpago.

Los aliados vieron con horror como los aviones y los tanques alemanes rompían defensas consideradas inexpugnables. El ejército polaco, forjado en la guerra con la Unión Soviética en los años veinte y que tenía que resistir seis meses, fue derrotado en dos semanas. Luego fue el turno de Dinamarca y Noruega, conquistadas con tal facilidad que causaron un escándalo que hizo caer a Chamberlain, el Primer Ministro inglés, que fue sustituido por un viejo político que desde finales de los años veinte estaba retirado: Winston Churchill. Ahora sería el turno de Francia. Pero esta vez los aliados tenían mayor confianza. Sus ejércitos tenían más tanques y más cañones que los alemanes, y además estaban apostados tras la mayor cadena de fortificaciones del mundo, la Línea Maginot, un conjunto de fuertes subterráneos construidos durante los últimos veinte años, potentemente armados y guarnecidos por un poderoso ejército.

El ejército alemán no menospreciaba la Línea Maginot y sabía que un ataque directo sería costoso y podría estar abocado al fracaso. Por eso había planeado una alternativa: el Fall Gelb o Plan Amarillo, una repetición del Plan Schlieffen, es decir, una ofensiva a través de la neutral Bélgica que permitiese rodear las fortificaciones aliadas de la frontera. Pero en 1914 el Plan Schlieffen había fracasado cuando los aliados consiguieron reagruparse tras la derrota inicial y vencieron en la Batalla del Marne. El Estado Mayor Alemán confiaba que sus nuevos tanques y aviones no permitirían recuperarse a los aliados, pero tampoco confiaba por completo en el Plan Amarillo, ya que los aliados habían desplegado sus mejores ejércitos en la frontera franco-belga y llevaban diez meses cavando trincheras. La experiencia de tres mil años de guerra decía que un ataque frontal contra posiciones preparadas era garantía de desastre, y era eso precisamente lo los alemanes querían hacer. Los ingleses y los franceses esperaban confiados.

Pero un general alemán poco conocido, Eric von Manstein, había concebido una alternativa que evitaría atacar de frente. Según su nuevo plan el ejército alemán atacaría las neutrales Bélgica y Holanda, esperando que los aliados saliesen en su defensa. Entonces una gran masa de tanques y aviones les atacaría por detrás y los rodearía.

El 10 de Mayo de 1940 Alemania lanzó su ofensiva y, como en una cuidada coreografía, todo salió como se había planeado. Los paracaidistas alemanes tomaron los fuertes y los puentes que defendían las dos pequeñas naciones, y los tanques desbordaron las defensas. Los ejércitos aliados salieron de sus trincheras y entraron en Bélgica para enfrentarse a los alemanes, solo para ser sorprendidos por una gran ataque alemán que, tras atravesar el supuestamente impenetrable bosque de las Ardenas, rompió el frente francés en Sedán y llegó al mar diez días después. Medio millón de soldados, lo mejor de los ejércitos franceses y británicos, quedaron atrapados en Bélgica. Una serie de errores alemanes permitieron que gran parte de ellos fuesen evacuados en Dunkerque, pero aunque la Royal Navy consiguió evacuar 350.000 soldados, estos no pudieron llevarse ni sus fusiles.

Inmediatamente después una nueva ofensiva alemana hizo saltar lo que quedaba del ejército francés. París fue conquistado en unos días, la Línea Maginot rodeada, y finalmente el gobierno francés tuvo que pedir la paz. Solo Inglaterra resistía, pero sus soldados habían escapado literalmente con lo puesto. En las playas francesas montañas de equipo militar habían sido abandonadas, e Inglaterra no quedaban armas para los soldados evacuados, hasta tal punto que se llegaron a fabricar lanzas con las que se pretendía luchar contra los paracaidistas alemanes. Solo la Royal Navy, que seguía manteniendo la supremacía de los mares, impedía que el ejército alemán desfilase por Londres igual que lo había hecho por Varsovia, Oslo, La Haya, Bruselas o París.

Mientras en Alemania su orgulloso líder, recordando sus tiempos de artista frustrado en Viena, quiere culminar su sueño: conocer París. Ciudad que también recibe a un visitante…



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Capítulo 1. Una visita a París

Un visitante inesperado

París, 26 de Julio de 1940


Es el final de la primavera, y el sol calienta calles vacías. Los parisienses se resisten a disfrutar del día, y los que no han huido se esconden en sus casas. A pesar de lo avanzado de la mañana solo un visitante está en la calle. Es un hombre fornido y sus decididos pasos muestran que goza de buena forma física. Viste de civil, aunque el traje le sienta mal y se nota que no ha sido confeccionado para él. Un sombrero inclinado sobre la cara oculta parcialmente su incipiente calvicie, pero permite apreciar la cicatriz que le cruza la cara. Nadie se cruza en su camino por lo que nadie observa que su rostro muestra a la vez signos de preocupación y de determinación. El visitante lleva un pequeño maletín y parece ir buscando algo. Finalmente encuentra la puerta que busca y empieza a llamar. Solo tras varios minutos de llamadas insistentes se abre una mirilla.

—¿Qué desea? –gritan desde dentro.

—¿Es el domicilio de Monsieur Lamotte? —dice en francés con fuerte acento alemán.

—Yo no hablo con boches. Váyase.

El visitante no se arredra—. Si quiere puede hablar conmigo, o también puede hacerlo con la Gestapo.

—Diga lo que tenga que decir —le gritan desde dentro.

—Preferiría no hablar en la puerta. Ya sabe, las paredes oyen.

—Pase dentro, diga lo que quiera, y lárguese.

Una persona franquea la entrada al visitante. Es un francés que está en la treintena pero parece prematuramente envejecido. Arrastra la pierna derecha y ha perdido dos dedos de la mano izquierda.

—Monsieur Lamotte, usted trabaja en la Ópera de París desde 1933 ¿no es así?

—Sí, trabajo en la Ópera ¿es ahora un crimen antialemán? —responde altaneramente Lamotte.

—Tranquilícese, por favor. Monsieur Lamotte, he estado hojeando su expediente. La Gendarmerie tuvo la deferencia de cederme sus archivos.

—Gendarmes, fascistas, nazis… poco se llevan —responde Lamotte.

—Siento disentir con usted —responde el visitante misterioso—. Los nazis son mucho peores. Usted no ha estado en Polonia.
Lamotte mira con curiosidad al intruso—. No siga. No quiero saber nada de lo que dice. Váyase inmediatamente de mi casa.
El visitante ni se mueve—. Espere un momento, por favor. No soy un agente provocador de la Gestapo. Mire lo que le traigo —abre el maletín, que contiene varios cilindros envueltos en papel encerado— ¿Sabe qué es esto?

—¿Y por qué tendría que saberlo? —contesta Lamotte.

—Como le decía, he estado leyendo su expediente. Pone que usted solicitó una excedencia en 1936, y que no volvió hasta 1938.

—Tenía que cuidar a mi madre.

—¿Su madre vivía en España? Por favor, seamos serios. Sus padres murieron durante su infancia, y usted no tiene familia. En 1936, tras conseguir la excedencia, viajó a España, supongo que clandestinamente, porque no solicitó pasaporte. Llegó a Albacete y se enroló en el batallón Comunne de Paris de las Brigadas Internacionales. Combatió en las batallas de Brunete y de Belchite, donde fue herido. Tras recuperarse desertó y volvió a Francia, reincorporándose a su puesto en la Ópera. No ha vuelto a relacionarse con sus antiguos camaradas.

—Si usted sabe tanto sobre mí, también sabrá que el hijo de puta de Marty me acusó de troskista y quiso fusilarme. Pero sigo siendo socialista y no delataré a mis compañeros.

—No vengo a eso —dice el visitante—. He sabido algo que tal vez le interese. Hitler va a visitar París.

—¿Ese cerdo fascista quiere reírse de nosotros?

—Usted puede conseguir que se ría de verdad. Porque uno de los deseos del Führer es visitar el Teatro de la Ópera. Como buen brigadista, creo que usted sabrá usar esto —el alemán pone sobre la mesa el contenido del maletín: cartuchos de gelinita y dos bombas de mano Laffite.

—¿Tan cobardes son los alemanes que no saben ni matar a sus piojos?

El alemán no se inmuta tras el insulto—. Haga lo que quiera. Le estoy dando la ocasión de vengar a su país. También le podría dar el chivatazo a la Gestapo, que enseguida se pasaría por su casa.

Lamotte contesta con poca seguridad—. Yo también podría ir a la Gestapo y delatarle.

—¿Usted a la Gestapo? ¿Sabe el caso que le harían a un antifascista? Además ¿qué sabe de mí? Míreme ¿Cuántos alemanes hay como yo? —El visitante se ríe y entreabre su americana, mostrando una pistola automática—. Podría pegarle un tiro ahora mismo ¿Cree que la gendarmería investigaría mucho? Pero puedo hacer otra cosa —le ofrece una de las Laffite—. Aquí tiene un recuerdo para Hitler ¿querrá dárselo de mi parte?
Última edición por Domper el 23 Sep 2014, 10:41, editado 1 vez en total.



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Suena el teléfono

Berlín, 27 de Junio de 1940. 8:40

Un oficial de las Schutzstaffel, las SS, sale del edificio de Prinz–Albrechtstrasse y se dirige a un hotel cercano.

—Recepcionista, necesito hablar por teléfono urgentemente.

—Como desee, Sturmbannführer ¿Necesitará un lugar privado?

—Si no le importa. Póngame cuanto antes con la residencia del Ministro de Economía, con Carinhall.



—Reichsmarshall, por fin consigo hablar con usted.

Al otro lado de la línea, el número dos del Partido Nazi, el Reichsmarshall Hermann Wilhelm Goering, no parece estar de muy buen humor— ¿Quién es usted? Espero que tenga buenos motivos para interrumpirme

—Excelencia, soy el Mayor Schellenberg.

—Schellenberg… Ah, sí, el protegido de Heydrich. El que atrapó a aquellos ingleses en Venlo —unos meses antes Schellenberg había tendido una trampa a unos agentes británicos en Holanda— ¿Qué desea?

—Mariscal, Hitler ha muerto durante su visita a París.

—¿Cómo? —Goering calla durante unos instantes antes de seguir— ¿Está usted seguro? Espero que no sea otra de sus añagazas.

—Mariscal, escúcheme, por favor. Todavía no sabemos exactamente qué ha pasado, pero mientras el Führer visitaba la Ópera en París se han producido varias explosiones y parte del edificio se ha hundido. Han conseguido sacar a Hitler, pero estaba malherido y ha muerto antes de poder ser atendido.

Goering permanece unos segundos en silencio y luego dice—. Eso tiene que ser un atentado ¿Se ha atrapado a los asesinos?

—Todavía tengo noticias claras, salvo que la escolta de Hitler está sacando gente de sus casas para fusilarla en la calle.

—Ahora mismo me dirigiré al Reichstag, soy el sucesor designado…

—Mariscal, le ruego que no me interrumpa. Himmler ha enloquecido, y ha ordenado enviar patrullas mixtas de Gestapo y de SS para tomar el control de los ministerios. Me ha encomendado enviar una columna para detenerle, con el pretexto de protegerle.

—Esa rata…

—Perdone, Mariscal, pero no queda mucho tiempo —sigue Schellenberg—. He tenido que cumplir las órdenes de Himmler y ya han salido los SS con orden de detenerle. Le sugiero que abandone inmediatamente Carinhall. Le recomendaría que se dirigiese al aeródromo de Tempelhoff donde hay una escuela de paracaidistas. He enviado a la patrulla por Oranineburg, así que si usted rodea la ciudad por el Berlinerring hacia el Sur podrá llegar al aeródromo antes de una hora. Pero salga inmediatamente, se lo ruego.

—Gracias, Mayor. Tendré en cuenta ese gesto.



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Mensaje por Enrique262 »

Hasta el momento esta extremadamete interesante la historia, estaré pendiente de ver como progresa.

Saludos


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¿Qué está pasando aquí?

Berlín, 27 de Junio de 1940. 16:30


Desde el viejo palacio ocupado por la embajada de España en Berlín se escuchan explosiones y disparos. Las calles están desiertas y de vez en cuando los aviones sobrevuelan la ciudad. A lo lejos se levantan columnas de humo. El embajador español, el Almirante Antonio Magaz y Pers, está sentado al lado de la radio junto a oficiales del ejército y la marina. Pero la radio solo emite música de Wagner. De repente se oyen unas sirenas estridentes seguidas de una gran explosión que hace temblar las ventanas.

—Abran esas ventanas antes que salten los cristales y tengamos alguna desgracia —ordena el embajador—. Secretario ¿ha conseguido hablar con el Ministerio de Exteriores?

— Excelencia, por fin he conseguido comunicación telefónica pero se niegan a decirme nada. Dicen que el Ministro es un traidor al partido y que ha sido destituido. Y que los disparos que se oyen son solo policías persiguiendo a traidores.

—Policías y ladrones dicen. No habré oído yo pocos cañonazos en mi vida. —Magaz había luchado en Santiago de Cuba—. Esto es una batalla en toda regla. Rocamora ¿Ha conseguido hablar con sus amigos del Ejército?

El agregado militar, el comandante Rocamora, contesta—. Excelencia, estoy a la espera de noticias. Me han dicho que me llamarán en cuanto sepan algo.

—Me sorprende semejante ensalada de tiros tras la victoria que han logrado en Francia. No creo que sean los ingleses ¿Habrá alguna purga en el Partido Nazi? —Suena el teléfono varias veces—. Por Dios, Rocamora, conteste.

—Embajada de España, al habla Rocamora… —el agregado militar palidece—. Dios mío, no puede ser… Es inaudito… Sí, entiendo… Se lo comunicaré al Embajador —cuelga—. Embajador, me ha llamado el coronel Von Manteuffel y las noticias son increíbles. Recordará que conocí al coronel en España y hemos seguido teniendo mucho trato…

—Abrevie, Rocamora.

—Von Manteuffel dice que Hitler ha desaparecido, y que Himmler está intentando un golpe de estado con sus SS. El Ejército y la Luftwaffe, a las órdenes del Mariscal Goering, están controlando la situación. Han reunido unidades de instrucción de paracaidistas y del ejército de los alrededores de Berlín, junto con el batallón de guardia de los Ministerios y una compañía de Infantería de Marina. Dice el coronel que esperan reducir los últimos focos de resistencia en unas horas. Y lo más asombroso, dice que según los rumores Hitler ha muerto… —Cambia la música de la radio y se oye la voz agitada de un locutor.

—Buenas tardes, hemos recibido un mensaje del Reichsmarshall Hermann Goering que vamos a leer:

“Alemanes, hoy es un día negro. Nuestro amado Führer, Adolf Hitler, ha sido asesinado. Traidores judíos infiltrados en el Nuevo Régimen han intentado destruir la obra del Partido, asesinando al Líder y secuestrando a la Nación. Traidores de las SS han ejecutado al Dr. Goebbels y han intentado secuestrarme. Pero nuestro glorioso ejército y nuestra potentísima aviación, luchando hombro con hombro, están defendiendo a la Gran Alemania. Mientras les hablo nuestros valientes paracaidistas están asaltando los últimos baluartes de la traición. Alemanes, la traición será castigada y nuestro amado Führer, vengado.”

De un edificio en llamas situado a pocas manzanas de allí sale tosiendo un hombrecillo de gafas redondas, con un fastuoso uniforme hecho jirones. Un oficial de la Luftwaffe lo encañona y dice— Herr Himmler, el Reichsmarshall desea verle. No le hagamos esperar —y le empuja a un furgón



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Una conversación franca

Berlín, 27 de Junio de 1940. 17:50


El Coronel General Ludwig Beck y el Mariscal Hermann Goering esperan noticias. El Mariscal, aunque cansado, muestra una sonrisa de satisfacción. El gesto del general es adusto. Al fondo un mayor de las SS también sonríe.

—Reichsmarshall, me alegra informarle que los rebeldes en el Ministerio del Interior se han rendido y una camioneta trae hacia aquí a los cabecillas —dice el general Beck.

—Mi querido general, el Estado nunca podrá agradecerle la ayuda que le ha prestado —responde Goering.

—Aun retirado, mi deber está con Alemania...

—General, ha demostrado saber actuar ante las emergencias. Sin su actuación movilizando las unidades de reserva y de instrucción los conspiradores hubiesen podido conseguir sus objetivos. Porque mis paracaidistas no hubiesen bastado para controlar la situación. Dígame, general ¿cómo pudo llegar al Estado Mayor tan pronto?

—Mariscal, recibí una llamada del aquí presente Mayor Schellenberg —el general Beck mira hacia el oficial de las SS— informándome del asesinato del Führer y del intento de golpe de estado de Himmler, y rogándome que liderase a la guarnición.

—El mayor Schellenberg ha demostrado una lealtad y unas aptitudes que merecerán ser recompensados en el futuro. —Goering inclina la cabeza hacia el mayor—. Por eso le he pedido que nos acompañe.

—Excelencia —dice el general— creo que ya no me necesitará más. Si me disculpa, dejaré el mando a las autoridades regulares y me retiraré a mi domicilio. —Beck estaba todavía resentido por las intrigas del partido nazi que le habían forzado a dimitir dos años antes.

—General Beck, Alemania necesita sus servicios. Considérese reincorporado al servicio desde este mismo momento. Necesitaré su ayuda y la del Ejército para limpiar Berlín de alimañas. Además, pronto adornará su cuello la Cruz de Caballero.

Llaman a la puerta. Un capitán con el uniforme de combate de fallschirmjäger, los paracaidistas de la Luftwaffe, se presenta ante Goering.

—Reichsmarshall, siguiendo sus órdenes hemos traído al Reichsführer Himmler y al Reichssicherheitshauptamt Heydrich. Esperan custodiados en otra habitación. Les hemos registrado.

—Gracias, capitán ¿fue dura la lucha?

—No, Mariscal. Esos cobardes asesinos saben conspirar pero no combatir. Cuando mi compañía se presentó ante el Ministerio del Interior intentaron atraernos a su causa, pero cuando les di la orden de rendirse, empezaron a disparar.

—¿Hubo muchas bajas?

—Pocas. Esos tipos disparaban como si la munición la regalasen, pero no le darían ni a un elefante a cuatro pasos. De todas formas eran demasiados para mi compañía, por lo que solicité un ataque aéreo.

—Mis órdenes eran evitar las destrucciones. —Goering, además de Ministro de Economía era el jefe de la Luftwaffe y sabía del poder destructivo de sus aviones

—Reichsmarshall, los Stuka solo llevaban bombas de prácticas. Bastaron unas pocas en el tejado para que empezase a arder. En cuanto el edificio se llenó de humo los traidores se rindieron. Los bomberos ya están controlando las pocas llamas.

—Gracias, capitán. No hagamos esperar al Reichsführer.

Una patrulla de paracaidistas empuja a Reinhard Heydrich y a Heinrich Himmler. Están tiznados por el humo y sus uniformes, desgarrados. Magulladuras y laceraciones mostraban que los paracaidistas no habían sido muy amables. Goering les saluda:

—Heini, mi buen amigo. Me alegro que hayas venido a verme tan pronto en un día tan triste. Y también me alegra que Reindhard te haya acompañado. He oído decir que tiene un archivo que podría sernos de gran ayuda. —Los dos prisioneros callan. Goering sigue hablando.

—Heini, como te decía este es un día muy triste. Esta mañana he sabido que nuestro amado Führer ha sido asesinado en París. Como las desgracias nunca vienen solas, una banda de asesinos ha intentado aprovechar el duelo de la Gran Alemania para destruirla. Afortunadamente el mayor Schellenberg siguió tus órdenes, y pude esquivar a los conspiradores que venían a matarme.


Heydrich descubre que Schellenberg está al fondo —¡Sucio traidor, todavía no he acabado contigo!— Se dirige ahora a Goering—. Reichsmarshall, tengo informes que serán de su interés.

Goering sonríe y dice burlonamente—. Sí, el mayor Schellenberg me ha hablado de ese archivo tan interesante que esconde en su domicilio. Se ha ocupado de enviar una patrulla para protegerlo ¿Quiere que le traigan alguna cosa de su casa? —Heydrich mira con furia a Schellenberg mientras Goering sigue hablando—. Heini, tengo malas noticias.

—Hermann, no sé qué está pasando —llora Himmler—. Heydrich me avisó del asesinato del Führer y he enviado tropas para proteger los ministerios. Entonces el ejército ha empezado a disparar contra nosotros.

—Eso te iba a explicar —responde Goering—. Como te decía, esta mañana el mayor Schellenberg, siguiendo tus órdenes, me ha avisado del intento de golpe de estado. He tenido suerte y he conseguido eludir a los asesinos; el Doctor Goebbels y Bormann no han tenido tanta fortuna. Siento tener que decirte que acogías a una víbora. Hemos descubierto que Heydrich es el que ha orquestado el asesinato de Hitler, y que planeaba hacerse con el poder. Para ello precisaba controlar la Gestapo, por lo que ha tenido que asesinarte.

Himmler palidece. Heydrich grita— ¡Goering, acaba con esta farsa!

—Espera, Reinhard, que todavía no he acabado. Como decía, esa ambición te está perdiendo. Has tenido que asesinar al pobre Heini —Himmler se derrumba—. Lo malo es que no estabas solo, estamos deshaciendo la madeja y cada vez se descubren más serpientes.

Heydrich, desafiante—. Hablaré ante el juez. No podrás mantener esa historia.

—Qué más quisiera que poderte juzgar. Un juicio y una ejecución pública es lo que merecería el asesino de nuestro amado líder. Por desgracia, te has suicidado antes de ser capturado. De un disparo en la cabeza. Lo mismo que le has hecho a mi amigo Heini. —Se dirige al oficial paracaidista—. Capitán, lleve a estas dos sabandijas al sótano y resuelva este enojoso asunto.

Heydrich intenta resistirse pero un culatazo en los riñones le derriba. Himmler se arrodilla llorando, pero lo sacan de la habitación a rastras.

—Reichsmarshall ¿Usted cree que esos dos han matado a Hitler? —pregunta Beck.

—Claro que no. Para ellos hubiese sido más fácil hacerlo en Berlín que en París. Pero en cuanto han sabido del atentado han intentado tomar el poder. Bueno, esta va a ser la ocasión para limpiar el Partido de las ratas que estaban proliferando. La muerte de Goebbels es una desgracia, pero no voy a lamentar la de Bormann — se oyen disparos apagados.

—Sus muertes ¿han sido como estas últimas?

—Mayor Schellenberg, informe al general Beck de lo que sabe —ordena Goering.

—Coronel General, nuestras tropas los encontraron muertos cuando intentaron rescatarles. Goebbels al parecer se ha suicidado al saber de la muerte de Hitler. El cadáver de Bormann lo hemos encontrado en la sede de la Gestapo. No sabemos que ocurrió, yo creo que intentó unirse a Himmler pero discutieron.

—Mayor —pregunta el general Beck— ¿Qué se sabe de la muerte de Hitler?

Schellenberg mira a Goering, que asiente—. Todavía no disponemos de demasiada información. Las SS en París se han vuelto locas y están registrando toda la ciudad, y eso no ayuda a la investigación. Todo lo que sabemos es que una bomba estalló en la Ópera cuando Hitler visitaba el edificio. Aun no sabemos nada sobre la autoría del atentado.

—Mayor, tengo una misión para usted —dice Goering—. Debe esclarecer lo ocurrido en París, encontrar a los culpables y castigarlos. Realizará esa investigación personalmente, y responderá exclusivamente ante mí. No debe tomarse la justicia por su mano, sino que deberá informarme de lo que descubra. Podrá disponer de todos los medios que pueda necesitar, le entregaré un documento que le autorizará. Pero mayor, es imprescindible que la investigación se lleve con máxima discreción. Una vez capture a los autores decidiremos que hacer con ellos. Puede retirarse —sale Schellenberg.

—Reichsmarshall, perdone mi intromisión, pero debe tener cuidado con Schellenberg —dice Beck.

—Lo sé. Ha demostrado ser un jugador de cartas demasiado hábil. Todavía no sé por qué decidió traicionar a sus jefes y advertirme. Quiero creer que tiene alguna lealtad a Alemania, aunque también puede ser que vea más posibilidades de progreso conmigo que con Himmler. En cualquier caso, es demasiado joven y poco conocido como para ser una amenaza. Además una persona así puede resultar muy útil.

—Pero vigílelo de cerca.

—Eso haré —sigue Goering—. General, voy a necesitar la ayuda del Ejército y especialmente, la suya. Los sucesos de hoy han demostrado que las milicias de partido son una amenaza para el Estado, y que cualquier intrigante puede utilizarlas en su provecho y no el de la Patria. Ya hubo que destruir a las SA, ahora las SS han resultado una amenaza todavía peor. Voy a ordenar su disolución y su integración en los cuerpos regulares. El Estado no puede seguir confiando exclusivamente en el Partido y va a necesitar al Ejército.

Beck está más relajado —Bien, hablaré con algunos conocidos ¿Mantendrá la estructura actual del Ejército?

—Por ahora, sí, pero en el futuro ya veremos.

—¿Y qué va a hacer con las Waffen SS? Son varias divisiones con experiencia de combate —pregunta Beck—. Y por lo que nos ha dicho Schellenberg, en Francia están enloqueciendo.

—Por eso necesito su ayuda personal. Por ahora voy a mantener en secreto el intento de Himmler. Mientras tanto las unidades de las Waffen SS deben ser desarmadas y desmovilizadas. Sus miembros se incorporarán al ejército regular, y a sus oficiales se les ofrecerá lo mismo tras ser depurados. Entenderá la importancia de la discreción para evitar una guerra civil que solo beneficiaría a los enemigos de la Patria. Coronel General, si cumple esta tarea adecuadamente el bastón de Mariscal será suyo.



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¿Qué está pasando allí?

Londres, 29 de Junio de 1940

—Respuestas, necesito respuestas ¿Alguien sabe qué demonios está pasando en Berlín? —El recientemente nombrado Premier, Sir Winston Churchill, interrogaba a sus asesores. No era para menos. Dos días antes había sido interceptada una transmisión de Radio Berlín informando de la muerte de Hitler y de incidentes en Berlín. Desde entonces, la radio alemana había sido parca en noticias. Tan solo loas a la figura del canciller, y mensajes a la nación del sucesor, el mariscal de la Luftwaffe Goering. Pero el embajador de Estados Unidos en Londres había llamado al Foreing Office informándole que Himmler había intentado un golpe de Estado de Himmler, siendo derrotado por el Ejército.

—Sir Winston, estamos recabando tanta información como podemos. Pero no tenemos informes directos de Berlín, solo los que las potencias neutrales quieran darnos.— responde el Mariscal John Dill, jefe del Estado Mayor Imperial.

—Pero ¿qué ha pasado con Hitler? ¿Lo han matado o se ha atragantado con esas incomibles Kartoffen? ¿Qué está pasando en París? ¿Sabe usted algo, Menzies? —Sir Stewart Menzies, director del Secret Intelligence Service británico, habitualmente conocido como MI6, , se estaba convirtiendo en uno de los colaboradores predilectos de Churchill.

—Tampoco sabemos mucho. El rumor es que lo han matado con una bomba, y sus SS se están vengando. Pero aun no tenemos informes directos.

—¿Hemos sido nosotros? —pregunta Churchill.

—Que más quisiéramos —suspira Menzies—. Su Excelencia sabe que en París siempre hemos tenido una red de informadores…

—Bien hecho. Hay que vigilar al enemigo, pero aun más a los amigos —interrumpe Churchill.

Sigue Menzies—. Pero tras la invasión alemana y la evacuación de la Embajada hemos perdido contacto con la red. Hemos ordenado a nuestros agentes permanecer a la espera hasta que podamos enviar a alguien. Pero es demasiado pronto.

—¿No sabemos nada más? ¿Movimientos de tropas, intenciones del enemigo?

Menzies suspira, parece no querer decir todo lo que sabe —Bueno, algo sabemos. Como le expliqué hará unos días, hemos conseguido una fuente en el OKW. —Mira a Churchill, que entiende la indirecta: los criptógrafos ingleses habían conseguido descifrar la clave secreta que los alemanes usaban en sus mensajes enviados por radio—. Según nos ha informado, se están efectuando importantes cambios en el ejército alemán. Las divisiones SS están siendo desmovilizadas, pero no sin incidentes. En algunos lugares ha sido precisa la intervención de la Luftwaffe para que se sometiesen.

—Mientras se peleen entre ellos, mejor.

—Sir Winston, esos cabezas cuadradas no han discutido mucho —dice Menzies—. Por lo que sabemos las aguas se han calmado y el ejército ha tomado el control.

—¿Qué sabemos del fantoche de Goering?

—Sir Winston, no se equivoque. Aunque a ese gordo le gusten los uniformes pintorescos no es un incompetente. Ha convertido a la Luftwaffe en la fuerza aérea más potente del mundo, como hemos podido comprobar en carne propia. Por lo poco que sabemos, se ha hecho con el control de Alemania en un par de días.

—Bueno, a lo nuestro —dice Churchill— ¿Qué sabemos de la flota francesa?

La flota francesa se estaba convirtiendo en la gran preocupación del gabinete. Era numerosa y moderna, y en manos alemanas significaría una gravísima amenaza para el Imperio. Sumada a la flota italiana haría imposible mantenerse en el Mediterráneo. Dos días antes el gabinete había ordenado la operación Catapult, es decir, el intento de neutralizar la flota francesa.

—Ningún cambio. Los barcos franceses permanecen anclados —responde el almirante Sir Dudley Pound—. Sir Winston ¿no sería mejor posponer la operación Catapult mientras vemos como evoluciona la situación?

—Señores, si proseguimos con la operación siempre podremos anularla. Pero si la flota francesa cae en manos alemanas, es la suerte del Imperio la que corre peligro. Almirante, le ruego que siga adelante. De ser preciso daremos la contraorden.
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Proclama

Berlín, 1 de Julio de 1940


El centro de Berlín estaba tomado por el ejército. Centinelas armados cubren las calles, y carros blindados vigilan las intersecciones de las avenidas. Pero los soldados no llevan uniformes de campaña sino de gala con brazaletes negros. Las banderas ondean a media asta, y las bandas de música tocan marcas fúnebres. Una larga fila de berlineses desfila ante el ataúd de Hitler, expuesto en la cancillería. Los más observadores podían apreciar que el rostro del Führer era una máscara de cera, porque los destrozos que la bomba había hecho en su famoso rostro no se habían podido recomponer.

En el Reichstag, el Parlamento alemán, Goering se dirige a la nación. Su discurso es retransmitido por todas las emisoras y es seguido en todos los rincones del país, y también lo es en Polonia, Noruega, Francia y en todos los rincones a los que había llegado Alemania. Es seguido con atención en las capitales europeas y especialmente, desde Londres. Winston Churchill, junto con Menzies, escucha una traducción del discurso.

“Ciudadanos alemanes, hace cuatro días la traición se llevó al líder de Alemania. Incluso a la sombra de su gigantesca figura el judaísmo internacional pudo encontrar esbirros. Pero el gran ejército alemán, sus heroicas fuerzas aéreas y su gloriosa marina, luchando hombro con hombro, derrotaron los planes judíos y aniquilaron a sus sicarios…”

—Sir Winston, fíjese como ha cambiado el tono de los discursos. Se ha referido a los alemanes como ciudadanos y no como camaradas. No ha nombrado al Partido Nazi pero sí a las fuerzas armadas alemanas. Como le comenté ayer, parece que Goering se ha apoyado en los militares para conseguir el poder.

“Frente a los restos mortales del líder, declaro que solo habrá un Führer, y que ese título solo podrá ser el de nuestro perdido líder. En lo sucesivo ostentaré el título de Statthalter, el lugarteniente del guía que nos señaló el rumbo de la nueva Alemania.”

Churchill refunfuña—. Morralla para la galería. Lugarteniente, virrey o como se quiera llamar, se traduce por dictador.

Menzies interrumpe a Churchill—. Espere, Excelencia, ya verá que sigue diciendo.

“Como sucesor designado del Guía, yo seré el primer Statthalter. Pero yo no tengo el derecho que la Fuerza de Alemania daba al Führer. Solo los ciudadanos de la Gran Alemania podrán otorgarme el derecho de sucederle. Por eso os pediré vuestra aprobación en un plebiscito que se celebrará el último domingo de este mes. Os ruego, hermanos alemanes, que ese día me otorguéis la misma confianza que distéis a nuestro querido Führer.”

Menzies dice—. Puede ver que ese tipo quiere organizar un refrendo amañado le dé la legitimidad que nunca conseguiría en unas elecciones. No es tonto, no, porque tras la votación ya no dependerá de las fuerzas armadas para seguir en el poder.

“Pero hoy no solo es día de dolor, es también día de venganza. Los asesinos del Führer han pagado con la vida su crimen, y no conseguirán destruir su sueño. Hitler murió luchando por una Europa unida que derrotase a la conspiración judía que quiere dominar el mundo. Desde esta tribuna pido a toda Europa que se una a Alemania en la lucha. Ofrezco mi mano a las naciones amigas, pero también a las que siguieron a líderes equivocados y conocieron la derrota ante el gran ejército alemán. Ofrezco la mano a nuestros aliados italianos, a nuestros amigos españoles, balcánicos, nórdicos, griegos, suizos. Ofrezco la mano a los valientes franceses, belgas, holandeses o noruegos. Ofrezco la mano también al pueblo inglés, que al otro lado del mar escucha y teme la voz de Alemania.”

—Dios mío ¿Qué está queriendo decir ese tipo? —dice Churchill— ¿Quiere negociar?

“Pero los judíos y masones que compraron la lealtad del asesino Heydrich se esconden en Londres. Desde esta tribuna exijo al pueblo inglés que entregue a los asesinos y se una a Alemania. Unidos los pueblos inglés y alemán, la victoria será nuestra. Pero si rechazan mi mano, conocerán la venganza.”
“Siguiendo la voluntad de nuestro Líder, convoco a todos los pueblos libres de Europa a una gran asamblea de la que saldrá una Europa fuerte y unida. Alemanes, en estos momentos los embajadores de Alemania están entregando a los gobiernos europeos una solicitud para que acudan a Berlín a una gran conferencia que siente las bases del sueño de Hitler. También enviaré a Inglaterra un avión desarmado, pintado de blanco y con cruces verdes, para entregar al pueblo inglés la invitación a unirse a la Europa Unida. Pido al pueblo inglés que reciba mi embajada de paz…”


— Ese hijo de perra —exclama Churchill— nos exige que nos rindamos, y si no es así, unirá a toda Europa contra nosotros. Bien, aprenderá la fuerza del Imperio. Ordenaré que se reciba ese avión a cañonazos. La operación Catapult debe seguir adelante.
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Capítulo 2. Cambio de rumbo.

Comunicado

Berlín, 4 de Julio de 1940


“Al alevoso ataque británico contra la flota de su antigua aliada Francia se une el desprecio a cualquier norma internacional. Hoy hemos sabido que el avión de Lufthansa LFT–2031 ha sido derribado por aviones de caza británicos.

En el avión derribado viajaba como enviado plenipotenciario de nuestro Statthalter Goering, el camarada Rudolf Hess. El avión, pintado de blanco y con cruces verdes, se ha estrellado en el Canal de la Mancha. Aviones británicos han atacado a dos hidroaviones alemanes enviados en búsqueda de supervivientes.

Con esta acción el gánster Churchill demuestra que está dominado por la conspiración judía internacional que sigue fracasando en su empeño de destruir el Nuevo Orden Europeo.

Como consecuencia de esta acción el Statthalter Goering declara que los criminales serán castigados. Alemania declara la guerra total a Churchill y su banda de asesinos, y pide a los pueblos de Europa que se unan a ella. El Statthalter Goering pide también al pueblo inglés que repudie a los criminales que los dirigen, y escuche a las mentes sensatas que quieren que Inglaterra se una a la gran obra europea."



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León Marino

6 de Julio de 1940


La reunión en la cancillería se había prolongado demasiado, y los ánimos se estaban calentando. El Statthalter Goering había reunido a las cúpulas de las tres armas para planificar las posteriores acciones contra Inglaterra. Pero las posiciones del Ejército y la Marina eran cada vez más distantes.

El Ejército, recordando los baños de sangre de la Gran Guerra, era partidario de un desembarco en un frente amplio, desde Ramsgate hasta el Lyme. Así eludiría las fortificaciones que los ingleses estaban levantando a toda prisa en las orillas del Canal, y posteriormente impedir la concentración de las reservas inglesas, permitiendo un avance decisivo que superase la línea del Támesis.

Pero a los representantes de la marina se les erizaban los pelos con solo pensarlo. Tras las operaciones de Noruega la Kriegsmarine se había quedado sin barcos: los más afortunados estaban en el astillero reparando daños, pero muchos otros se habían perdido. La zona del Canal por donde el Ejército pretendía desembarcar era demasiado ancha como para cruzarlo en un solo día con los medios de fortuna de los que se disponía, y la Luftwaffe no podría proporcionar suficiente cobertura. La Royal Navy podría campar a sus anchas, y en Narvik ya habían apreciado la decisión con la que usaban sus destructores.

Por eso la marina proponía una operación en un frente estrecho, asaltando un único punto entre Dover y Hastings. En esa zona el canal era más estrecho y se podría cruzar durante el día, bajo la sombrilla de los Stuka, y con la protección de campos de minas, lanchas rápidas y submarinos. Aun así la operación se consideraba muy arriesgada, pues los ingleses podrían plantar sus propios campos de minas. Pero era lo único posible con los limitados medios que tenía la marina alemana.

Huelga decir que el Ejército estaba horrorizado por la propuesta de la marina. Los reconocimientos aéreos mostraban como en Dover se estaban cavando trincheras, tendiendo alambradas, construyendo blocaos y emplazando cañones. Un asalto frontal, aun contando con la sorpresa, lanzaría a la infantería alemana a una batalla como la de Verdún. El Ejército no quería saber nada de eso, y seguían pidiendo una operación más amplia. Porque ¿qué diferencia había entre cruzar el Canal de la Mancha o un río ancho?

Durante dos horas la discusión había pasado de intentar argumentar sus puntos de vista a enfrentamientos personales. Ahora el comandante en jefe de la Marina, el Grossadmiral Erich Raeder, y el del Estado Mayor de la Wehrmacht, el Generaloberst Wilhelm Keitel, se acusaban el uno al otro.

—Un río ancho —Raeder estaba indignado—. Se han montado en un bote en el Spree y se creen que saben navegar. Repito que cruzar el Canal por donde quieren es suicida. Si se encuentran con una flotilla inglesa acabarán todos en el fondo. La Kriegsmarine no tiene buques pesados con los que apoyarles.

El General Keitel, aun más enfadado, respondió—. Si ustedes no tienen buques es porque los malgastaron en Noruega. Para compensar su ineptitud quieren que lancemos a nuestros soldados a una picadora de carne. Yo no sabré navegar, pero ustedes no saben de la guerra. Durante la anterior guerra, mientras ustedes bebían cerveza en Kiel, mis soldados morían en las trincheras —Keitel había sido gravemente herido en Bélgica en 1914—. La operación que nos propone es suicida.

—General, usted dispondrá del apoyo de los aviones del Statthalter —dijo Raeder—. El ejército se ha paseado por Francia y Bélgica y ha derrotado a los ingleses. Si superaron la línea Maginot como no van a poder hacerlo con unas pocas trincheras.

—General, ese paseo por Francia ha costado ciento cincuenta mil hombres a Alemania —respondió Keitel—. A mis soldados ya les gustaría poder combatir protegidos por medio metro de hierro, como ustedes.

Cansado de la discusión, Goering interviene:

—Caballeros, esto no está llevando a nada. Les voy a formular una pregunta que deben responderme con total sinceridad. El futuro de Alemania puede depender de sus respuestas. General, ¿sería posible superar las defensas de Dover? Cuente con todo el apoyo de la Luftwaffe y con que los paracaidistas tomen un aeródromo.

—Statthalter, incluso así sería una operación muy arriesgada. En el asalto a la línea Weygand se vio como los aliados ya no se desbandaban ante los Stuka, sino que se escondían y aguantaban el chaparrón. Si los defensores no se desmoronan las tropas que encabecen el asalto serán masacradas. Y aunque consigan una cabeza de playa, se quedarán atascados en un terreno fortificado, estrecho y pantanoso. Tampoco creo que se consiga enlazar con los paracaidistas antes que las reservas inglesas los destruyan.

—¿Usted cree que derrotarían a los paracaidistas con la Luftwaffe encima?

—Sí, Statthalter. Los aviones no pueden operar de noche, y durante el día solo permanecen unos minutos sobre el campo de batalla. Necesitaríamos el apoyo artillero de todos esos barcos que están en el taller gracias al Almirante…

Goering se estaba cansando del enfrentamiento —General, no siga por ahí. La invasión de Noruega fue necesaria, y sin ella Alemania no podría tener el acero para sus tanques. Entiendo que el Ejército se niega a un ataque en Dover.

—Negarse, no —respondió Keitel—. El ejército hará lo que usted ordene. Pero si vamos a Dover, seremos derrotados.

—Entiendo —dijo Goering—. Almirante Raeder, es su turno ¿La marina podría apoyar un ataque a Inglaterra en otro punto del Canal? No un ataque amplio, sino una operación como la que proponen en Dover, pero en otro lugar. Le garantizo que la Luftwaffe impedirá que los barcos ingleses aparezcan.

El Almirante Raeder también se había cansado de esos aficionados a la guerra naval. Como Jefe de Estado Mayor del Almirante Hipper, jefe de la marina alemana durante la Primera Guerra Mundial, había participado en todas las acciones del Mar del Norte, y había visto demasiada guerra como para que unos pisahormigas le pretendiesen dar lecciones. Cruzar un río… Iba a darles una lección de navegación.

—Statthalter, por mucho que lo desee, no podemos detener el tiempo.

—Almirante, no se vaya por las ramas. Explíquese, por favor —dijo Goering.

Raeder respondió con el tono de un viejo maestro que enseña a sus discípulos—. A eso iba. Para el asalto a Inglaterra necesitará varias divisiones en el asalto inicial ¿no es así, general?

Keitel respondió como un alumno aplicado—. Desde luego, se necesitarán por lo menos cinco divisiones en la primera oleada.

—Para esas cinco divisiones va a necesitar, como poco, mil lanchas de invasión. Que no tenemos, pero que podemos preparar modificando barcazas de canal. Esas barcazas, en mar abierto, no pueden moverse a más de cinco nudos.

Keitel pensó que había pillado al almirante—. Bueno, en Agosto el día dura quince horas, y en ese tiempo sus barquitas podrían recorrer… espere que calcule… ciento cuarenta kilómetros. Es decir, que se podría salir al amanecer de Boulogne, estar en Brighton a media mañana y volver aun de día.

Raeder, con la expresión del profesor que acaba de pillar al alumno, le contestó—. Claro, si consigue meter todas esas barcazas en Boulogne. Pero es un puerto pequeño en el que cabe tanto barco. Menos si tiene en cuenta también a los, destructores, minadores… Hay que distribuir la flota de invasión por todos los puertos entre Ostende y Le Havre. Resultará imposible que en un solo día se salga del puerto, se organicen los convoyes, se cruce el estrecho rezando para que las baterías inglesas no se dediquen al tiro a pato, para luego reunirse ante Brighton y desembarcar. Salvo que el Statthalter pueda detener el sol como hizo Josué, necesitaremos dos días completos para situarnos ante la costa inglesa ¿Sabe cuanto puede recorrer un crucero en un día? ¡800 kilómetros! Podría salir de Portsmouth, masacrar sus barcazas y volverse para tomarse una pinta antes que ningún Stuka pueda aparecer. Salvo que la Luftwaffe sea capaz de aniquilar a la Royal Navy en sus puertos, cosa que dudo.

Goering estaba disgustado, pero no lo aparentó. Ya había decidido que sería imposible trabajar con Raeder y con Keitel. Pero necesitaba saber si el desembarco en Inglaterra era factible.

—Almirante —dijo el Statthalter—, entiendo que la marina solo podría organizar un desembarco en el estrecho de Dover. General Keitel ¿qué condiciones precisaría el Ejército para que el asalto triunfe?

—El desembarco solo sería posible si los ingleses estuviesen desmoralizados, que no lo parece —respondió Keitel.

—Luego recomienda que no lo intentemos.

El Generaloberst Beck, silencioso hasta entonces, intervino — Statthalter, permítame que les interrumpa. El Generalleutnant Von Manstein tiene algunas ideas interesantes.

Goering recordaba a Von Manstein. Antiguo protegido de Beck, había propuesto la maniobra de las Ardenas que había derrotado a los aliados. Durante la campaña de Francia se había distinguido al frente de un Cuerpo de Ejército. Había sido muy crítico con el modo con que Runstedt había llevado las operaciones, diciendo que había dejado escapar a los ingleses. Tal vez tuviese algo que aportar.

—Statthalter, entiendo los argumentos del Grossadmiral saludó a Raeder, que devolvió el gesto— y los del Generaloberst —Keitel no estaba satisfecho de la intervención de un subordinado—. Pero la invasión de Inglaterra, aunque sea arriesgada, es la única forma rápida de acabar la guerra. Propongo que la Luftwaffe consiga el dominio aéreo, mientras el Ejército y la Marina preparan la operación. Almirante ¿cuál sería la fecha límite?

Raeder, más relajado, respondió—. El Canal es famoso por sus temporales. Si no efectuamos la operación en Septiembre, habría que posponerla para el año que viene. Mejor sería Agosto. Pero reunir los medios de desembarco y prepararlos será un problema.

—Entiendo— dijo Manstein—, es probable que no se pueda efectuar la operación este año, salvo que, como ha dicho el Generaloberst, la moral inglesa se hunda. Pero aun así recomendaría que se preparase la invasión con una fecha límite… digamos que para el 31 de Agosto. Y si no es posible, posponerla para año próximo.

Goering interviene—. Pero desplegar todas esas fuerzas en el Norte de Francia afectará a la economía alemana.

—Sí, Statthalter— responde Manstein—. Pero si no preparamos la operación, los ingleses tendrán las manos libres para usar sus escasos recursos contra nuestros aliados. Sin embargo, si preparamos una invasión seremos nosotros los que tengamos libertad de acción. Se necesitará a la mayor parte de la Luftwaffe, pero solo a una fracción del Heer. Con el resto de nuestras fuerzas podríamos actuar contra los intereses ingleses. Y, aunque no se pueda lanzar la invasión este verano, mantendríamos la presión. Se trataría de atacar sus comunicaciones, para estrangular su economía y hacerles pasar hambre. De invadir sus colonias, que solo necesitan un empujón para rebelarse. Si no se rinden antes, la primavera próxima estarán a nuestros pies.

Goering estaba satisfecho—. Gracias, general, esta propuesta permitirá seguir amenazando a Inglaterra, y ofrece una vía para su derrota. Pero hay que meditarla seriamente. Me gustaría que encabezase un grupo de trabajo que la estudie. Designaré a un alto cargo de la Luftwaffe para trabajar con usted, y la marina deberá hacer lo mismo. Almirante —dijo a Raeder— ¿Cómo se llamaba ese almirante suyo que hundió al portaaviones inglés? Creo que está disponible

—El almirante Marschall actuó contra mis órdenes y ha sido relevado del mando.

—Si no tiene un destino será perfecto. Ordénele que se presente ante mi pasado mañana. General Von Manstein, espero verle también.
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