Tras el armisticio de diciembre los representantes rusos en las negociaciones de Brest-Litovsk habían estado dilatando la firma del tratado de paz con la esperanza de que la guerra provocase un estallido social similar al ruso en Alemania, iniciando lo que creían sería una serie de revoluciones que acabarían con el orden establecido. Mientras tanto los representantes alemán, austrohúngaro, y en menor medida el español se iban impacientando, desarrollándose encendidos debates sobre el curso a tomar entre ellos.
Para ese entonces España ya había reconocido a las repúblicas del Rif, de Georgia, de Azerbaiyán, y estaba en negociaciones con las zonas armenias controladas por sus fuerzas, y cuyo reconocimiento se había retrasado por las presiones otomanas. Incluso en los últimos tiempos estaban reclutando una legión cosaca bajo la promesa de reconocer su independencia tras la guerra, pues empezaba a imponerse la teoría del brigadier Leandro sobre la necesidad de desmembrar Rusia.

Por su parte alemanes y austrohúngaros habían dado pasos en la misma dirección mediante la firma de la ley del 5 de noviembre de 1916, acordando la creación de un futuro Reino de Polonia, aunque la elección del monarca fue pospuesta y siempre se presentaron candidatos de la casa Habsburgo, lo que levantaba suspicacias entre los polacos. Con esos antecedentes y casi sin darse cuenta habían puesto los cimientos de la política que seguirían en relación con Rusia y los territorios recientemente conquistados. El Káiser y el Emperador apoyaban la idea de crear una serie de estados tapón entre sus países y el Imperio Ruso.
Debido a esto y en parte como forma de presión sobre Rusia, el gobierno alemán reconoció al Reino de Polonia el día 17 de enero. Al mismo tiempo las legiones polacas fueron puestas bajo el mando directo de este gobierno, con la intención de dar visos de realidad a la maniobra política y atraer a los polacos a su bando, pues la necesidad de reemplazos empezaba a ser imperante. Únicamente quedaron los diferendos limítrofes para un futuro, tanto en relación con las fronteras con los Imperios como con Rusia.
El siguiente movimiento de la diplomacia alemana unas semanas después, cuando el representante bolchevique Leon Trosky, anuncio que consideraba reemprender las hostilidades si los alemanes no reconsideraban sus exigencias. Inmediatamente los alemanes pasaron a la acción y el 9 de febrero en un golpe de efecto, el general Hoffman firmo la paz por separado con la República Popular de Ukrania. Tan solo dos días después el embajador español ante Austria Hungría reconocía el nuevo país, adelantándose a la decisión del propio gobierno español. Inmediatamente y sin solución de continuidad las divisiones germano austrohúngaras disponibles en el frente del este pasaron a la ofensiva adentrándose en Rusia.

En Moscú algunos de los jerarcas bolcheviques abogaron por resistir en la creencia de que la inevitable revolución comunista en Alemania estaba cercana. Sin embargo los soldados rusos estaban agotados por la larga guerra, y recordaban que los bolcheviques habían llegado al poder con la promesa de sacar a Rusia de la guerra, por lo que no estaban dispuestos a continuar la lucha. En los días siguientes cientos de miles de soldados rusos desertarían abandonando el frente y dejando atrás armas y pertrechos que eran capturados por el rápido avance enemigo.
Al mismo tiempo las fuerzas hispano-germanas en el Cáucaso hicieron otro tanto avanzando hacia el norte. Se trataba de un movimiento diversivo para atraer tropas a la zona, pero allí al igual que paso en Ucrania las fuerzas rusas huyeron en desbandada, permitiendo a los invasores avanzar con facilidad adentrándose en las provincias de Daguestán, Chechenia, Krasnodar y Rostov. Durante los días siguientes tan solo se escuchó el paso de los soldados que avanzaban casi como si desfilasen mientras los rusos huían o se rendían en masa, especialmente los procedentes de Georgia o Azerbaiyan, pues estos deseaban regresar a sus hogares, y corría la voz sobre una pronta liberación si se entregaban.
Agobiado por la presión y ante la evidencia que la resistencia era imposible, por fin Lenin accedió a sentarse a negociar y firmar la paz definitiva pese a la insistencia de Nikolai Bujarin de continuar la guerra. Para entonces las fuerzas españolas ya estaban impulsando la creación de nuevas naciones en el Cáucaso en torno a las mayorías islámicas de Daguestán y Chechenia, y cosacas en Krasnodar y Rostov. Con ello querían privar a Rusia de su influencia en el Cáucaso y de su acceso al petróleo de la región con el fin de debilitar al nuevo gobierno, reflejándose esto en las últimas negociaciones.

La ofensiva final tan solo había durado unos días, pues ya el día 20 de febrero Lenin se había convencido de la imposibilidad de continuar la guerra. Las condiciones impuestas por los vencedores en cambio se habían endurecido, y significaron grandes pérdidas territoriales para Rusia, que debía abandonar Finlandia, las regiones bálticas de Letonia, Estonia, y Lituania, Ucrania, la Polonia rusa, el Cáucaso y Crimea. Además se veía obligada a poner fin a cualquier lucha con las Repúblicas de Ucrania, Georgia, Azerbaiyán, Chechenia, Krasnodar o Rostov, lo que significaba reconocer de facto la independencia de estas provincias.
Rusia había abandonado el conflicto, y los alemanes disponían ahora de una serie de emergentes naciones satélite entre ellos y la inmensa Rusia. Quedaba mucho con hacer en los nuevos países, pero ahora podía ya comerciar con ellos, y los inmensos recursos agrícolas y minerales ucranianos estaban ya a su disposición. La economía alemana por fin pudo respirar tras el duro bloqueo naval.