¡Oh vosotros, del mundo, habitadores!
contemplad mi tormento:
¿igualarse podrán ¡ah!, qué dolores
al dolor que yo siento?
A la Patria; Espronceda, José.
Desaparecida la amenaza de los sumergibles y con la artillería de costa racionando sus disparos la flota enemiga disparo a placer arrasando las playas y debilitando las defensas de la isla. Pese a todo durante las dos semanas siguientes la artillería de costa aun lograría un último éxito al hundir el destructor Ume con una certera salva que le causó graves daños y un incendió que no pudieron controlar. Fue el último gran éxito de los defensores, pues a partir de ese momento a duras penas lograron mantener alejados a los acorazados y cruceros acorazados. Todo estaba ya preparado para la invasión y el brigadier Valdés, conocedor de la situación, movilizo sus reservas hacia aquella zona, donde permanecerían ocultas en segunda línea.
El asalto llegaría el día 6 de mayo, cuando una flotilla de pesqueros y pequeñas embarcaciones impulsadas a vapor partieron con las fuerzas de choque desde la isla de Bohol. Aprendida la lección de anteriores desembarcos en esta ocasión el ejército imperial desistió de utilizar las lentas barcazas y botes auxiliares de los buques y eligió utilizar pequeños vapores con los que se acercarían hasta las playas para embarrancar en ellas y saltar al agua para recorrer los últimos metros a nado. Habían elegido para ello pequeños botes de pesca con pequeños calados de entre 1.3 y 1.8 metros como máximo. Con ellos esperaban llegar a la costa sin demasiadas complicaciones al tratarse de botes impulsados a vapor en lugar de los anteriores botes a remo, y una vez allí saltar al agua con celeridad. Para esto incluso cargaron rampas en los botes con el fin de facilitar el salto.
Al amanecer los defensores de Carcar vieron aparecer la impresionante flota de invasión frente a sus ojos. Una docena de acorazados y cruceros acorazados abrieron fuego sobre las playas una vez más, haciendo saltar las alambradas y castigando las trincheras en las que los soldados se agazapaban esperando el fin del bombardeo. Mientras tanto algunos de los destructores se destacaban hacia las playas para sumar su fuego al de los grandes buques, dejando al resto de destructores dando vueltas en torno a su flota. Una hora después llegaría el momento de la infantería, por lo que pudo verse con claridad como los lanchones que la transportaba surgieron de detrás de la flota para dirigirse a las playas.
Por fin los defensores tenían un enemigo al que podían disparar frente a sí. Inmediatamente corrieron hacia sus puestos poniendo en posición sus ametralladoras. Poco después de las 10 de la mañana se iniciaría el fuego de respuesta. Cientos de hombres dispararon sobre las barcazas al mismo tiempo que tras ellos, ocultos en la espesura, la artillería disparaba sobre botes y buques. Pronto las primeras barcazas resultarían alcanzadas, hundiéndose varias de ellas a causa de las explosiones que en algunas ocasiones las alcanzaron y en otras muchas destrozaban sus obras vivas a causa de la presión del agua. Aún peores fueron los efectos de las granadas de metralla con espoleta a tiempo, que explosionaban en el aire regando amplias zonas de metralla y acabando con decenas de los hombres que se hacinaban en las cubiertas de las embarcaciones de asalto.

Nada de ello sirvió para detener la invasión. El enemigo era simplemente demasiado numeroso y la mayoría de los vapores lograron superar los obstáculos tendidos por los defensores y llegar a la orilla sin novedad, embarrancando en ella para desembarcar. En las cubiertas de los vapores cientos de hombres saltaron al agua, mientras otros muchos lanzaban las pasarelas de madera por la proa para descender por ellas de forma más ordenada. Muchos de ellos morirían allí, al ser alcanzados por los disparos de fusiles y ametralladoras… aún más lo hicieron al enredarse sus piernas en el alambre de espino que había sido tendido bajo las aguas, a escasa distancia de la costa.
Pese a todo pronto miles de soldados nipones corrían por la playa en dirección a las trincheras españolas. El alambre de espino dio un respiro a los defensores, pero pronto el enemigo lo corto con cizallas y tras un breve respiro en el que las tropas no dejaron de afluir a las playas ahora duramente bombardeadas por la artillería, volvieron a pasar al ataque. Por enésima vez las ametralladoras causaron una matanza disparando hasta el punto de dejar sus cañones al rojo, por desgracia nada sirvió contra la oleada que se les venía encima y pronto los primeros puestos fueron asaltados luchándose cuerpo a cuerpo hasta ser superados.
Desde la espesura la artillería continuaba haciendo fuego sobre las playas y sobre las posiciones recientemente perdidas, destrozando a los atacantes que quedaron paralizados sin lograr explotar el éxito. Las granadas de 75mm regaban de metralla las playas, mientras cada tres minutos una monstruosa pieza de 280mm lanzaba una granada de alto explosivo que sacudía la playa y el espíritu combativo de los soldados que ya habían sido azotados por la explosión de varias minas u hornillos. Desde la segunda línea y lospuestos aledaños a las posiciones tomadas, las ametralladoras disparaban sin cesar, arrasando a los soldados desde el frente y los flancos.
Esto obligaría a la IJN a acercar varios acorazados a las playas para bombardear en fuego directo a los defensores. Sería entonces cuando los obuses de 210mm Plasencia que estaban disparando sobre los acorazados empezaron a centrar sus objetivos. El duelo se alargó durante largos minutos logrando veinte minutos más tarde alcanzar al acorazado Fuji. La granada perforante atravesó su torre de popa acabando con sus sirvientes y destrozando la artillería. Retirado este acorazado, una nueva unidad, el Iken, lo sustituyo. Permanecería allí hasta que una hora más tarde una salva de proyectiles logro al menos dos impactos directos, cayendo el resto de proyectiles a su alrededor. Las dos pesadas granadas de 85kg perforarían su cubierta protectriz la granada para atravesar varias cubiertas y explosionar en sus entrañas, aun peor fue el que los proyectiles que cayeron a su alrededor enviasen una onda de agua a presión sobre el casco, abriéndose los remaches y provocando grandes vías de agua. Como resultado de esto y tras horas de lucha contra la inundación acabaría hundiéndose a menos de 1.000 metros de las playas.
Pese al breve respiro que esto otorgo a los defensores, a lo largo de la mañana las tropas enemigas continuaron afluyendo a las playas abarrotadas de hombres. En ellas el bombardeo español continuaba sin tregua. Cientos de hombres morirían o resultarían heridos, pese a lo cual los invasores estuvieron en posición de lanzar una nueva ofensiva poco después, asaltando la segunda línea española.
En este asalto una vez más las ametralladoras españolas cobraron protagonismo, desgraciadamente el enemigo era demasiado numeroso, y aunque siendo rechazado en la mayoría de blocaos defensivos lograría asaltar alguno de ellos dejando la línea española expuesta. Nuevos ataques durante la tarde servirían para ir ampliando la recha, obligando a los defensores a abandonar la lucha en las playas para retirarse a nuevas líneas al norte de allí, donde se dispusieron para defender la capital.
Las bajas españolas habían sido muy elevadas, de casi 2.000 hombres, afortunadamente muchas de las armas fueron recuperadas y entregadas a milicianos para luchar de nuevo, logrando reponerse parte de la fuerza perdida en los combates del día. Los japoneses aunque sufrieron casi 8.000 bajas no tuvieron ese problema, y las tropas de refuerzo siguieron afluyendo a las playas durante toda la noche.
Durante las semanas siguientes los ataques japoneses continuaron, obligando a los 20.000 defensores, muchos de ellos milicianos armados con fusiles japoneses abandonados tras el primer desembarco, a irse replegando lentamente al norte, hacia la capital. Sin embargo sería cuando los japoneses lanzasen un nuevo desembarco, en esta ocasión en los alrededores de Carmen, al norte de Cebú, cuando las fuerzas españolas se verían obligadas a un último repliegue para concentrarse en los alrededores de la ciudad, cuya población civil había sido previamente evacuada.
A primeros de julio los últimos 12.000 defensores estaban rodeados.