A las ocho de la mañana la artillería británica dejo de disparar dando paso a la infantería que paso al asalto siguiendo el avance de los 87 tanques Mk I desplegados en el frente. French esperaba que si había sobrevivido algún enemigo, estos tanques debían cubrir a la infantería y destrozar las defensas acabando con los supervivientes en caso de ser necesario. Miles de hombres avanzaban con decisión sobre las posiciones españolas con la bayoneta calada.
En esas posiciones los centinelas tardaron unos segundos en darse cuenta del repentino silencio, telefoneando de inmediato a las fuerzas que descansaban en los refugios blindados. Incrédulos por seguir vivos en el interior de unas casamatas que habían soportado un increíble castigo recibiendo en algunos casos más de una docena de impactos directos, los soldados elevaron una silenciosa y rápida plegaría para a continuación preparar sus armas. Menos de medio minuto después del cese de la barrera de artillería, cientos de soldados estaban surgiendo de las entrañas de la tierra y para distribuirse de acuerdo a sus órdenes a lo largo de sus posiciones en una maniobra que habían ensayado decenas, tal vez cientos de veces. Tras ellos llegaban los hombres encargados de emplazar las pesadas ametralladoras que cargaban con esfuerzo. Pronto esas armas asomarían sus amenazadoras bocas por las troneras de las casamatas blindadas apuntando a la tierra de nadie por la que ahora avanzaba el enemigo.

Las posiciones secundarias habían sido señalizadas para permitir una mejor reacción entre el caos del combate.
La respuesta llego coordinada, abriendo fuego los defensores como si de un solo hombre se tratase. Desde sus posiciones protegidas los soldados respondieron disparando con decisión, consumiendo miles de proyectiles en cuestión de minutos. Frente a ellos los soldados británicos caían como bolos tras atascarse en las alambradas que cubrían el campo de batalla, sin embargo los grandes y atemorizantes tanques eran un arma desconocida contra la que los soldados no podían hacer nada, o al menos eso parecía. Más de un soldado temió en ese momento por su vida.
Tras ellos la artillería española por fin había abierto fuego con decisión, bombardeando las trincheras británicas con el fin de dificultar la llegada de reservas al frente. Utilizando cañones de 75, 105, y 150mm, y con la ayuda de la artillería ferroviaria, se crearía una barrera que resulto casi infranqueable. Los generales españoles sabían que si lograban interrumpir la afluencia de soldados enemigos tarde o temprano lograrían derrotar la primera oleada enviada por los británicos. En las casamatas de segunda línea los artilleros que manejaban viejas piezas Sotomayor, Plasencia, o Nordenfelt desde emplazamientos blindados haciendo fuego directo, no pudieron dejar de observar el avance de los pesados tanques británicos.
Pronto desde algunas casamatas los cañones empezarían a hacer fuego sobre ellos, mereciendo especial atención la pieza Nordenfelt de 57mm manejada por el cabo Egea, que aun utilizando las granadas de metralla y espoleta a tiempos de las que disponía, logro acabar con 4 de los mastodontes blindados. Para ello no dudo en programar la espoleta para detonar a una distancia mucho mayor a la que se encontraban los tanques, disparando a continuación sobre ellos. De esa forma el proyectil lanzado por el cañón de origen naval golpeaba el vehículo acorazado penetrándolo, y si bien no logro que explotase si fue suficiente para que las esquirlas producidas por el brutal impacto acabasen con la tripulación de los vehículos. Pronto esa técnica sería seguida con diversas variaciones a lo largo y ancho del frente, destruyendo numerosos tanques que resultaron ser victimas sencillas a causa de su escasa velocidad y tamaño.
Con los tanques destruidos o averiados en medio del campo de batalla, los soldados británicos se encontraron desguarnecidos ante las ametralladoras que siguieron regando el campo de batalla con cientos de miles de proyectiles. En solo unas horas fue evidente que el ataque había fracasado, pues tan solo logro un éxito parcial en Peio donde los soldados lograron asaltar las posiciones españolas para ser rechazadas poco después por los refuerzos en un brutal combate a la bayoneta.
La ofensiva había fracasado, pero no por ello acabaron los combates que siguieron de forma local y con unidades menores de por medio a lo largo de las semanas siguientes.

La moral esta alta
Pronto se impondría un sistema de relevo entre las unidades del frente con el fin de dejarlas descansar unos días tras cada turno de combate. De esa forma los hombres podían recuperarse y apartar su mente de los horrores de la guerra durante unod días, pudiendo descansar y dedicarse a sus quehaceres. La moral de la tropa, pese a lo cruento de la batalla se mantuvo alta al comprobar que su bienestar era valorado y se premiaba a los soldados destacados. El día 10 de noviembre el propio Weyler acudió de visita al frente, llegando a visitar las posiciones de primera línea para animar a sus soldados. El viejo general no había perdido ni un gramo de arrojo, como pudieron comprobar los soldados mientras paseaba por el interior de las trincheras sin que el semblante le cambiase lo más mínimo pese a los bombardeos. El día 28, tras casi un mes de combates fue evidente que Bilbao se había salvado. Pero ese día todo había de cambiar. El mando británico estaba haciendo afluir nuevas unidades de refuerzo al frente, y en el otro extremo de los pirineos los franceses habían pasado a la ofensiva cinco días atrás.
Fue entonces cuando llego la terrible noticia…