Prueba de fuego en el aire Miedo, valor, emoción... la lista de sentimientos al momento de saltar es infinita, pero, al parecer todo, se compara con el acto de ser devuelto a la vida. El salto de paracaidismo eleva el espíritu del cuerpo de un soldado y la moral, afirman los expertos.
Támara. Son las siete de la mañana de un día fresco, típico de esta localidad, pero para los futuros paracaidistas parecen las doce del mediodía de un Viernes Santo. No hace calor, pero les sudan las manos, la frente y la espalda... son los nervios que se apoderan de ellos.
No es para menos, están a punto de dar el “gran salto de su vida” desde un avión y nada menos que a 1,500 pies de altura, unos 500 metros. Están a punto de graduarse como paracaidistas en las Fuerzas Armadas de Honduras. La traducción de 160 horas de clases teóricas a la práctica parece una tarea difícil, imposible, y solo el instinto de supervivencia logra, al final de cuentas, cumplir con la misión de saltar.
Hay que recordar todas las técnicas, desde cómo salir, contar, caer, correr y hasta cómo respirar. El ruido de los cuatro motores del C-130A (avión de transporte) de la Fuerza Aerea Hondureña, la turbulencia y los nervios se alían para desconcertar a cualquiera.
“Es difícil pensar en todo, yo solo me acordé de mi mamá porque pensé que podía morir”, dijo Julio César Bonilla, de la base naval de Puerto Castilla, después de haber dado su primer salto de combate militar en el Segundo Batallón de Infantería Aerotransportado.
Los labios se resecan y la lengua no puede humedecerlos. Pica la cabeza y el casco impide que algo calme esa molestia, y las manos no paran de sudar. En las clases teóricas no se dijo que las viviendas se veían tan distantes desde el aire.
“Cuando uno ya salta parece que la tierra se le viene encima, y es al contrario, es uno el que le cae encima”, relató en medio de la risa el soldado naval.
LE TIEMBLAN LAS "PATITAS" Este soldado es parte de la 181 promoción que egresa de la Escuela de Paracaidismo de las Fuerzas Armadas de Honduras. Es uno de los 164 que no desertó del curso, que inició con casi 270 elementos.
El resto sabía que les “temblarían las patitas (piernas)”, como lo calificó Eduardo Orellana González, que es soldado de marina originario de La Ceiba, Atlántida. “Uno cree que va morir, pero cuando se abre la cúpula (paracaídas) ya uno viene tranquilo... uno siente como que vuelve a nacer”, amplió Orellana González.
La sensación de “volver a nacer” se refiere, según las explicaciones de los expertos, a sentir una mayor tranquilidad, paz y confianza de que la vida está a salvo después de haberse lanzado. En cada salto de un paracaidista, no importa si es por primera vez o con experiencia, siempre hay presión y temor.
Estando ya en el aire, las ráfagas de viento lo halan hacia atrás del avión y lo “revuelcan” por unas centésimas de segundos hasta que la cúpula se abre y el confort, o la idea de “volver a nacer”, se mezcla con la adrenalina que recorre las venas de los paracaidistas. La imagen evoca episodios de viejas películas de guerra, sobre todo cuando después de “volver a nacer” el grito de ¡paracaidista! se hace escuchar en el cielo.
MUJERES DE HIERROEn este grupo se destacaron cinco mujeres paracaidistas que se graduaron con admiración entre sus compañeros. Hubo quienes se atrevieron a decir que ellas tenían más valor que muchos hombres del grupo. “Yo creo que tienen tres testículos”, dijo uno de sus compañeros de salto en referencia a ellas.
“No es cierto... también tenemos miedo, al saltar tiemblan las piernas, las manos y todo... pero es un alivio cuando uno llega a tierra... en verdad que uno siente que vuelve a nacer”, aclaró Debbi Espinal, como si les hubieran lavado la cabeza con esa idea.
Ella es miembro del Estado Mayor del Ejército y comparó sensaciones. “Cuando uno siente mariposas en el estómago -de las que todo el mundo habla cuando alguien está enamorado- se queda corta, más bien parecen pirañas en el estómago”, expresó luego de soltar una carcajada.
Elvia Espinal es compañera de Debbi y es capitán de reserva del Liceo Militar del Norte, contó que el miedo se convierte en emoción y que al final de todo, el esfuerzo ha valido la pena.
La jornada termina con la entrega de diplomas y reconocimientos a los mejores. Pero hay quienes solo logran obtener una pierna enyesada o algún esguince en los tobillos. Para ellos, la camilla y las muletas serán sus compañeras durante las siguientes semanas. Esto es una prueba de fuego en los aires.
Ck:
http://www.elheraldo.hn/nota.php?nid=81 ... 2007-08-26