Bueno, eso ha existido siempre. Lo que ocurre es que en el mundo posmoderno las religiones han sido sustituidas por las ideologías, que son poco menos que sectas. Hace treinta años a la gente con pocas habilidades sociales o que quería encajar en un grupo le daba por hacerse mormona, raeliana, ciencióloga o de la Familia de Charles Manson. Ahora se hacen activistas ecologistas, veganos, feministas o indigenistas. O directamente se afilian a un partido político, que es una secta a gran escala: un rebaño jerarquizado en el que se impone el pensamiento único (lo de las "corientes" o "sensibilidades" es una disidencia artificial internamente controlada), movido por consignas alienantes, un lugar donde sentirse protegido y con la seguridad de saberse guiado por un líder infalible. Eso me preocupa, porque el último circo de la calle Ferraz ha sido siniestramente idéntico a cualquier septiembre de los años 30 en Núremberg.
Espero que este psicópata diga algo mañana. Porque montar la que ha montado para decir simplemente que sigue en el cargo me parece obsceno. Yo qué sé, que proponga lo que a él le gustaría (una reforma legal radical que suprima la libertad de expresión y de prensa, y una purga de jueces), o lo que seguramente hará (someterse a una moción de confianza en el Congreso para darse un baño de ego).
Decía Jorge Luis Borges, el mayor escritor en lengua española del siglo XX, tan despreciado en su propio país (qué podemos esperar de un país cuyo héroe nacional es un futbolista drogadicto y violento) que durante años, al despertarse cada mañana, lo primero que pensaba era "esto es una pesadilla, otro día y Perón sigue en el poder". Pedro Sánchez ha conseguido que la mitad de los españoles pensemos exactamente eso cada mañana.