Los Borgia: El Renacimiento en estado puro

Los conflictos armados en la historia de la Humanidad. Los éjércitos del Mundo, sus jefes, estrategias y armamentos, desde la Antiguedad hasta 1939.
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Los Borgia: El Renacimiento en estado puro

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Sobre el apellido Borgia corre, incluso hoy día, toda una leyenda negra equiparable a la que se fue creando sobre la Monarquía Hispánica de la Casa de Austria. Leyenda que nos informa de envenenamientos, intentos de asesinato diversos y otros conseguidos, todos ellos por orden, instigación o comisión directa, de nada menos que un pontífice romano. Hablar de Borgia ha significado durante mucho tiempo sacar a relucir oscuras y truculentas historias de venenos, intrigas políticas, poder, incesto, satanismo, violencia y todo tipo de degeneraciones sexuales en los bellos y decadentes palacios de la Roma renacentista, de manos de un Papa que ha pasado a la Historia como encarnación del Anticristo. Sin embargo, esta visión panfletaria es fruto de una venganza particular de Giovanni Sforza, rechazado primer marido de la famosa Lucrecia Borgia, hija natural de Alejandro IV. Pero ni la mitad de las acusaciones que se vierten sobre los Borgia han sido corroboradas por las investigaciones, ni los hechos confirmados difieren mucho de las prácticas habituales en todas las cortes reinantes de Europa. El análisis se hizo desde otra época posterior, en la que había otra moral distinta al Renacimiento. Las acusaciones sistemáticas datan del siglo XVIII y las hace de dominio público Víctor Hugo basándose en lo que decían los enemigos de esta familia. Pero hay que destacar que eran gente ambiciosa no muy diferente a los de su época. Ninguno de sus actos es más criticable que el resto. Eran cardenales con hijos, con dinero, con poder. Además, los italianos nunca aceptaron de buen grado un Papa que no fuera italiano.
Lo verdaderamente sorprendente, es que en menos de cien años una familia valenciana de orígenes modestos, aunque de refinada inteligencia y habilidad política, haya dado a la Historia nada menos que dos Papas y docena larga de cardenales, amén de emparentar con la nobleza más depurada de Europa. Y, finalmente, uno de los santos más importantes de la Contrarreforma.
El linaje de los Borja (Borgia es la italianización del apellido Borja), oriundos de Játiva (Valencia), dio al mundo santos como San Francisco de Borja y malvados como César Borgia, además de dos sumos pontífices: Calixto III y Alejandro VI.
La familia Borgia, temidos por su poder, odiados por las familias nobles italianas, como los Medici, o los Della Rovere, por su condición de extranjeros, a finales del siglo XV estuvo a punto de someter media Italia al poder terrenal de la Santa Sede y transformarla en una pseudo-monarquía hereditaria.


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EL ORIGEN DE UN APELLIDO.

La fascinante historia de los Borgia tiene su origen en el núcleo del antiguo reino de Aragón. Según parece, a fines del siglo V a. C. se levantó una pequeña aldea celtíbera cuyos habitantes primigenios bautizaron con el nombre de Bursau. Dicho enclave se situó en las tierras del actual Cerro de la Corona, y no fue ocupado por los romanos hasta el siglo I a. C. Con los años, el original villorrio incrementó su censo poblacional gracias a una situación privilegiada, que permitía el comercio y el tránsito de las gentes hacia diferentes demarcaciones y, más aún tras la fundación de Caesar Augusta (Zaragoza), una urbe vital para los intereses romanos que quedaba a unos 62 kilómetros al este de Bursau. Pero fueron las invasiones musulmanas las que otorgaron a la futura ciudad de Borja su periodo de mayor prosperidad. Ya en el siglo XII, los vientos de reconquista condujeron a las tropas de Alfonso el Batallador por las tierras aragonesas, y en 1128, el valiente monarca concedía a uno de sus mejores lugartenientes, el conde don Pedro de Atarés (nieto del rey don Ramiro I), el dominio y gobierno de la antigua Bursau —ahora llamada Borja (un término árabe que venía a significar Torre del Castillo)— por sus méritos en la guerra contra el Islam. De ella tomaría el apellido. Desde entonces, numerosos colonos se asentaron en aquellas latitudes, entre ellos los linajes materno y paterno de una familia que daría mucho que hablar en la historia. No en vano, fruto de las diferentes mezclas y uniones endogámicas entre miembros del clan Borja, surgirían grandes protagonistas para el Renacimiento europeo. En 1238, ocho representantes de la familia Borja acompañaron a Jaime I el Conquistador en sus luchas por reconquistar Valencia, y una vez más se distinguieron en las múltiples batallas que se dieron por el Levante hispano, lo que les hizo merecedores de un magnífico premio: la propiedad del castillo ubicado en la localidad de Játiva con abundantes y fértiles tierras de labranza. De ese modo llegó el asentamiento definitivo para buena parte del singular clan aragonés, que desde entonces se dedicó a mejorar su heredad con la incorporación de más y más huertas en un paisaje prodigioso, cubierto por extensas plantaciones de naranjos, limoneros y palmeras. En todo caso, los Borja, al margen de sus hazañas bélicas, constituían una estirpe de campesinos acomodados y libres de servidumbre a señor feudal alguno, lo que les permitió alcanzar una cierta posición social desde la que contemplaban la rica huerta valenciana a la espera de grandes acontecimientos para su linaje. Es curioso comprobar cómo, desde tiempos ancestrales, esta familia no tuvo inconveniente en la hibridación de sus componentes, y, desde antiguo, muchos de ellos se emparentaron, acaso temerosos de una hipotética contaminación externa. Este detalle nos puede poner sobre la pista de futuras actuaciones en las que la conciencia de clase se convirtió en el motor de los fundamentales capítulos que jalonaron la peripecia histórica de los Borgia.


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ANTECEDENTES HISTÓRICOS: LA IGLESIA SUMIDA EN EL CAOS.

La Iglesia se encontraba en plena crisis de identidad que había empezado a gestarse tras el sonoro fracaso de las ocho cruzadas emprendidas contra el Islam por la posesión de Tierra Santa. Todo se acentuó cuando a principios del siglo XIV el megalómano papa Bonifacio VIII publicó en 1302 una encíclica titulada “Unam Sanctam”, en la que formulaba su pretensión de superioridad sobre todos los gobernantes cristianos y, por ende, la Tierra entera.
En todo caso, un documento muy exagerado en el que sumo pontífice romano enarbolaba su prepotente voluntad de sólo rendir cuentas ante Dios como único ser superior a él en el mundo habitado por los hombres.
Como es lógico, esta disposición vaticana provocó la inmediata reacción de las potencias cristianas europeas, principalmente la de Francia, donde su monarca Felipe IV el Hermoso, encendido enemigo de Bonifacio VIII por cuestiones tributarias que venían arrastrándose de tiempo atrás y, que no temía a Dios y mucho menos al papa, decidió enviar a Roma un año más tarde a uno de sus lugartenientes, Guillaume de Nogaret, quien con la ayuda de algunos adversarios romanos del pontífice, penetró en las estancias privadas que el papa disfrutaba en su palacio veraniego de Anagni.
El susto para el dignatario eclesiástico fue de alta magnitud, pues el francés no sólo le declaró prisionero conminándole a la abdicación, sino que también le amenazó con una muerte segura en caso de mantener su nuevo posicionamiento ideológico contrario a la excelente marcha adquirida por los pujantes estados europeos.
Pero lejos de amilanarse, Bonifacio VIII consiguió escapar de sus captores provocando la huida de éstos al pensar que algunas tropas leales a los Estados Pontificios les podrían ocasionar algún fatídico descalabro. No obstante, este altivo vicario de Cristo murió poco después, según algunos por el disgusto de la acción punitiva contra su figura, además de la humillación que supuso para él verse desprestigiado por un grupo tan excéntrico de adversarios, los cuales le dejaron bien claro que los súbditos de la cristiandad cerraban filas en torno a sus reyes próximos y carnales antes que ofrecer pleitesía al representante de Dios en la Tierra. Sus sucesores en el trono de Pedro conservaron sin embargo suficiente fuerza espiritual y aún pudieron actuar utilizando a gobernantes seculares afines, si bien nunca más volvieron a reclamar verdadero poder sobre las naciones, en especial Francia e Inglaterra, potencias emergentes en aquel contexto que se disponía a afrontar una extenuante guerra que duraría más de cien años.
Bonifacio VIII fue sucedió por el efímero Benedicto XI, quien moriría antes de un año. La coyuntura fue aprovechada por Felipe IV, quien logró, en un ejercicio de habilidosa presión, elevar al pontificado a una marioneta suya llamada Bertrand de Got, proclamado papa en 1304 bajo el nombre de Clemente V. Este singular personaje fue decisivo para que el soberano francés pudiese poner en marcha su ambicioso proyecto de suprimir la orden de caballeros templarios —una prestigiosa hermandad de monjes guerreros nacida en tiempos de las Cruzadas, que se había desarrollado hasta el punto de convertirse en una institución de enormes riquezas cuyos miembros, cada vez más poderosos, empezaron a actuar como prestamistas y negociantes—. El soberano galo codiciaba su fortuna, y después de haber lanzado sobre ellos falsas acusaciones e injurias ordenó en 1307 la detención masiva de sus integrantes, torturándolos de forma miserable hasta completar su total destrucción tras quemar en la hoguera a Jacques de Molay, su último gran maestre. Felipe IV, una vez libre de estos molestos e influyentes enemigos, no tuvo obstáculo alguno para apoderarse de las posesiones templarias francesas.
Aunque esta forma de actuar no le era desconocida, pues algo parecido ya había realizado cuando expulsó a los judíos galos en 1306. Por su parte, Clemente V no mostró disconformidad alguna con el asunto del exilio hebreo. Sí, en cambio, parece que expresó alguna contrariedad acerca de los métodos utilizados en la persecución infame contra los templarios, a tenor de los últimos estudios realizados por investigadores sobre documentos de la época. Aún así, lo que ha trascendido para la historia es que la orden de la cruz bermeja fue abolida con el consentimiento implícito del sumo pontífice.
La situación de este periodo en Roma no se presentaba muy halagüeña para un papa tildado de extranjero y que ocupaba un tambaleante trono vaticano. En consecuencia, a fin de evitar un levantamiento de las masas, Clemente V organizó el traslado de la curia en 1309 a la ciudad de Aviñón, un feudo de los Estados Pontificios ubicado en el sureste de Francia a orillas del río Ródano.
El papa quiso rodearse de personas acreditadas en su lealtad y por ello nombró un número suficiente de cardenales franceses para asegurar la sucesión de papas con idéntica nacionalidad.
En efecto, tras él, pontificaron Juan XXII (1316- 1334); Benedicto XII (1334-1342); Clemente VI (1342-1352) e Inocencio VI (1352-1362), todos franceses y títeres en manos de la monarquía gala, aun cuando ésta se hallara abrumada por las victorias inglesas en la ya declarada, desde 1337, Guerra de los Cien Años. El papado se encontraba pues en su nivel más bajo desde hacía tres siglos. El prestigio de la máxima institución católica estaba más que cuestionado por la cristiandad a la que supuestamente representaba, pero este difícil escenario se mantuvo contra viento y marea durante más de setenta años, en los que los papas galos no quisieron mirar más allá de Aviñón.
Al fin y al cabo, eran franceses que vivían rodeados de un gran lujo, y que se identificaban con los fines políticos de los reyes galos en un momento en que la propia Francia estaba arruinada. No obstante, este enroque geográfico en el seno de la iglesia católica tuvo su primer intento de apertura en la figura de Urbano V (1362-1370), quien entendió, en contra de sus consejeros, que el epicentro natural de la vida cristiana debía ser Roma, ciudad a la que viajó con la intención de quedarse. Sin embargo, la situación ruinosa de la urbe era tan lamentable que el papa la tuvo que abandonar después de tres años en los que apenas pudo gestionar el aparato burocrático pontificio.
Sería su sucesor, Gregorio XI (1370-1378), último papa oficial de Aviñón, quien pondría fin a la situación anterior trasladándose definitivamente a Roma, donde falleció tras haber obtenido por parte de las autoridades romanas unos valiosos terrenos localizados en el monte Vaticano a los que se añadió la Basílica de Santa María Mayor, dotada de indulgencia plenaria.
La inesperada muerte del pontífice dejó a los cardenales que le acompañaban a merced de un populacho dispuesto a recuperar la influencia del papado y, a pesar de las protestas llegadas desde Francia, los prebostes eclesiásticos tuvieron que elegir en Roma a un nuevo sucesor en el trono cristiano, con lo que se generó una inédita bicefalia, pues, naturalmente, los cardenales que permanecían en Aviñón eligieron por su parte otro pontífice. El resultado fue que en las siguientes décadas hubo dos papas, uno en Aviñón y otro en Roma. A decir verdad, esta delicada situación tuvo momentos de máxima zozobra y se llegó a temer por la propia Iglesia católica, ya que ambas facciones no reparaban en intercambiar toda suerte de insultos, descalificaciones y excomuniones, con lo que el panorama religioso de Europa se tornó en dantesco espectáculo con varios bochornos incluidos.
Mientras tanto, los monarcas europeos, inmersos en sus particulares conflictos internos e internacionales, se alineaban junto al papa que les resultaba políticamente más ventajoso, de modo que la Santa Sede se convirtió en un instrumento del que todos se servían y que nadie respetaba.
En 1400 persistía el Gran Cisma o Cisma de Occidente, como se denominó. Benedicto XIII (1394-1423) era en ese momento el representante de Aviñón, al igual que Bonifacio IX (1389-1404) ocupaba el poder en Roma. En esta época se puso mayor empeño en acabar con el Gran Cisma, y se abrió paso la idea de hallar una autoridad superior a la de los papas querellantes de Roma y Aviñón, por lo que se pensó en reunir un concilio de dignatarios de la Iglesia que decidieran quién sería el único papa al frente de los católicos. Este proyecto equivaldría a incorporar una especie de parlamento permanente a la monarquía pontificia. Con este propósito se celebró en 1409 el Concilio de Pisa, al que acudieron quinientes dirigentes eclesiásticos junto con delegados de varias naciones de Europa occidental. Tras cuidadosa deliberación, decidieron deponer a los por entonces papas Gregorio XII de Roma y Benedicto XIII de Aviñón en beneficio de Alejandro V (1409- 1410). Pero como ninguno de los depuestos aceptó la decisión, a Europa se le ofreció el escenario de tres papas insultándose mutuamente.
A Alejandro V le sucedió un nuevo antipapa Juan XXIII (1410-1419), con lo que se mantuvo la asombrosa experiencia tricefálica. El galimatías religioso ya era tan tremendo como surrealista y nadie acertaba a imaginar en qué acabaría aquella trama de cardenales, obispos y curas elegidos por tal o cual mano y predicando el amor al prójimo, mientras ellos se enzarzaban en vilipendios varios por seguir ostentando el supuesto poder concedido por Dios. Finalmente la cordura se impuso y los máximos dignatarios eclesiásticos volvieron a reunirse en 1414 mediante el Concilio de Constanza, lugar de Alemania donde se decidió acabar con la pantomima y después de tres angustiosos años de deliberación, los tres papas fueron depuestos, siendo nombrado como única cabeza visible de la cristiandad Martín V (1417-1431). Aún existió un serio intento de resistencia encarnado en la figura del aragonés don Pedro de Luna, el proclamado en Aviñón Benedicto XIII, y que buscó en su obstinación el seguro refugio de Peñíscola (Castellón), en cuyo castillo residió sintiéndose legítimo papa hasta su fallecimiento en 1423. Por fin se había superado el Gran Cisma, después de treinta años, y al cabo de un siglo de residencia de los papas en Aviñón. El episodio en su conjunto convirtió al papado en el hazmerreír de Europa, y la institución precisó largo tiempo para recobrarse. Martín V logró hacerse de nuevo con el dominio de los Estados Pontificios e inició la lucha contra el movimiento conciliar; es decir, contra la idea de que los concilios eran superiores en autoridad al Papa.

Es en este marco histórico en el que aparece la figura de Alfonso de Borja.


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ALFONSO DE BORJA/CALIXTO III

La figura de Alfonso de Borja es fundamental para explicar la famosa trayectoria de su controvertida familia. No en vano, fue el primero que abrió camino en Roma para una parentela muy arraigada hasta entonces en sus posesiones valencianas, sin más pretensión que la de prosperar en aquella corona de Aragón que miraba ilusionada hacia el Mediterráneo.
Alfonso Borja y Cabanilles nació en Torre de Canals (Valencia) en 1378 y murió en 1458. Fue bautizado en Játiva, lo que ha hecho pensar que fue natural de esta ciudad. Realizó estudios en Valencia y en la Universidad de Lérida. El rey Alfonso V de Aragón (Alfonso I de Nápoles) lo designó canciller de la mencionada universidad en 1421 pero dimitió del cargo en 1423 ya que en ese año fue nombrado obispo de Vich. Sostuvo la causa del antipapa Benedicto XIII o Pedro Luna que, en recompensa, lo nombró canónigo de esta población.
Alfonso de Borja medió para que Clemente VIII renunciase a la sucesión de Benedicto XIII y reconociese a Martín V.
Alfonso, hombre recto y humilde, alcanzó el papado en un tiempo dominado por la guerra contra el Turco y las conjuras de los clanes tradicionales italianos, siempre ambiciosos de aumentar su poder a costa de lo que fuera, incluida la propia existencia de los Estados Pontificios, por entonces sumidos en una particular lucha por zafarse de abundantes movimientos opositores encabezados por diversos antipapas que respiraban aires cismáticos. Sucedió al Pontífice Nicolás V, y ocupó el papado desde 1455 a 1458.
Durante su pontificado tuvo lugar el proceso de rehabilitación de Juana de Arco (El 7 de julio de 1456), para el cual autorizó las expiaciones del sepulcro de la 'doncella de Orleáns' en Rouen, y la canonización de Vicente Ferrer.
Calixto III fue menos humanista que guerrero, desde el principio de su pontificado en 1455 estuvo animado por la idea de la cruzada.
En 1456 envió una flota al archipiélago griego contra los turcos, bajo el mando del cardenal Luigi Scarampo.
Ante la indiferencia de los soberanos europeos por la amenaza turca (peligro de la cristiandad), preocupados por consumir el dinero destinado a la cruzada y a solventar guerras locales, envió hasta Belgrado al cardenal Juan Carvajal y a San Juan de Capistrano para ayudar a Juan Corvino de Hunyady que combatía contra los turcos.
Los turcos fueron vencidos. Constantinopla había caído, los soberanos cristianos se dedicaban á otras empresas, y en Venecia se comerciaba con los infieles.
Por otra parte, Esteban el Grande, príncipe de Moldavia, con apoyo material y espiritual de Calixto III, derrotaba a los infieles que habían enviado un ejército contra él.
En su corto pontificado de tres años, Calixto III se preocupó sobre todo de su familia: El 20 de febrero de 1456, designó Cardenales a sus dos sobrinos: Juan de Borja Llansol y Rodrigo Borja (hijo de su hermana Juana). El 31 de marzo de 1456, nombró a Rodrigo Borja legado suyo para los estados de la Marca de Ancona, donde demostró grandes dotes de gobierno. El 1 de marzo de 1457, confía a Rodrigo Borja con 26 años el cargo de vicecanciller de la Iglesia Romana y nombra al hermano de éste, Pedro Luis Borja, gonfalonero (capitan general) de los ejércitos pontificios.
A la muerte de Calixto III en 1458, la plebe romana asaltó los palacios de los Borgia ('catalanes', como eran conocidos) instigados por la nobleza romana, Pedro Luis Borja tuvo que huir de la ciudad y murió poco después, dejando su enorme fortuna a su hermano, pero Rodrigo Borja, con su astucia, supo mantenerse en el puesto de vicecanciller con los siguientes papas (Pío II, Paulo II y Sixto IV e Inocencio VIII).
La saga continuaba.


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RODRIGO DE BORJA/ALEJANDRO VI

El más interesante de los Papas de la época del Renacimiento nació en Játiva, en 1431. En cuanto a los abuelos y padres de Rodrigo Borja, cabe comentar que los abuelos maternos fueron Francina y Domingo de Borja, matrimonio incardinado en la clase agraria de Játiva con cinco hijos a su cargo: Alfonso (futuro papa Calixto III), Isabel (madre de Rodrigo), Juana, Catalina y Francisca. Los abuelos paternos fueron, cómo no, también provenientes del apellido Borja, sus nombres Rodrigo de Borja y Sibila Escrivá, padres de una prole en la que figuraba Jofré o Godofredo, dedicado a la milicia y casado a su vez con su prima Isabel, una unión que fructificó con la venida al mundo de seis vástagos: Pedro Luis, Rodrigo, Juana, Beatriz, Damiana y Tecla. Por lo tanto, Sus padres eran primos.

En cuanto a sus primeros años de vida, poco sabemos: tan sólo que sus progenitores gozaban de un buen patrimonio económico, lo que les permitía mantener cuadra propia con cuatro equinos que servían, no sólo para tareas del campo, sino también para pasear a sus dueños, y en ese sentido, existe algún recuerdo del pequeño Rodrigo subido a lomos de un cuadrúpedo trotando por las calles de Játiva bajo la mirada orgullosa de su padre. Es de presumir que recibió, al igual que sus hermanos, la mejor instrucción posible de la época, aunque él se preparó de un modo especial, pues siendo segundo filogenético no estaba llamado a ser el heredero patrimonial. En cambio, siguiendo la costumbre del momento, se tenía que preparar para asumir la vida eclesial, lo que nos da una idea muy aproximada sobre la holgada situación económica de sus padres, los cuales se podían permitir el lujo de entregar un hijo varón al camino religioso y no a las duras condiciones del campo. No obstante, un hecho trastocó sensiblemente el discurrir de esta rama de los Borja. En 1437 falleció de forma inesperada Jofré, con lo que su viuda, acompañada de sus pequeños hijos, decidieron trasladarse a Valencia para recibir el amparo y protección de Alfonso, hermano de Isabel y tío por tanto de Rodrigo. El futuro Calixto III era por entonces obispo en la capital del Turia y muy pronto asumió personalmente la educación de Rodrigo, orientando los pasos del jovencito hacia el ámbito de la Iglesia. Es por ello que con apenas siete años, edad mínima requerida para instruirse en las materias sagradas, Rodrigo quedó privado de la existencia cotidiana propia de los niños y abandonó juegos infantiles para iniciarse en la lectura de textos litúrgicos, cánticos en latín y rezos dominicales. De esa guisa permaneció hasta los dieciséis años de edad. Fue entonces cuando, gracias a la influencia de su prestigioso pariente ya convertido en cardenal, recibió una bula del flamante papa Nicolás V (1447-1455) en la que se le autorizaba a ejercer oficios de cierta altura administrativa, así como dignidades de gran calado eclesiástico, lo que le permitió entrar en el organigrama que detentaba el poder en el Cabildo de Valencia.

El 17 de febrero de 1449, Alfonso de Borja obtuvo una nueva merced de Nicolás V, quien autorizó al cardenal valenciano a residir permanentemente en Roma, muy lejos de su jurisdicción.
Ésta decisión fue de facto un reconocimiento del sumo pontífice hacia uno de sus hombres de absoluta confianza, y empezó a clarificar el camino para que un español ocupara por tercera vez el trono de Pedro en la Tierra. Como es lógico, y siguiendo la tradición vaticana, Alfonso de Borja reclamó en la Ciudad Eterna la presencia de amigos y familiares a fin de distribuir entre ellos cargos y puestos de relevancia. (Que a nadie extrañe esta medida, propia del más fragrante nepotismo, pues era regla no escrita entre todos los que se acercaban a los ambientes romanos dispuestos a prosperar en su escalada hacia la cumbre del poder.) Según se cree, en este mismo año el cardenal Borgia (el apellido ya se había italianizado) mandó llamar a su lado a sus sobrinos Pedro Luis y Rodrigo, dispuesto a encomendarles las primeras tareas de responsabilidad. El lugar elegido para que los jóvenes fijaran su residencia fue el convento-fortaleza de los Cuatro Santos Coronados, un recinto que sobrevive, asentado en las ruinas del antiguo Foro Romano, muy cerca de San Pedro del Vaticano.
Los muchachos hicieron acto de presencia en Roma siendo poco más que adolescente recién llegados de su Játiva natal. Ante ellos, el claroscuro de una otrora capital del mundo, venida a menos por mor de los acontecimientos históricos. Desde luego, aquella antigua metrópoli imperial sumida en los estertores tardo medievales apenas soportaba algún vestigio de su pasado impecable y orgulloso. Ahora la capital del Tíber difícilmente podía esbozar argumentos de grandeza, y eran más las ruinas desmoronadas que los opulentos edificios representativos de cualquier esplendor.

En todo caso, los hermanos Borgia transitaron esas calles teñidas de decadencia con la emoción del que se enfrenta a un mundo nuevo lleno de aventuras ignotas pendientes de conquista. Rodrigo era un guapo mozo de dieciocho años de edad, encantado con todo lo que le estaba ocurriendo gracias a la generosidad de su tío, transformado en príncipe de la Iglesia e insigne candidato a vestir algún día la púrpura vaticana. Según los cronistas, el joven valenciano era portador de un innegable carisma. Al atractivo físico se unía un seductor talante personal, que le permitía ser protagonista en diálogos decisivos para sonoras transacciones comerciales. Su afán por integrarse en la vida mundana contrastaba con su supuesta vocación religiosa, y no fue difícil, según algunos, verle cantar en tabernas o correteando por burdeles de variada condición. Aunque, por otra parte, se me antoja que no hizo nada distinto a lo que hicieron otros de su dignidad.

El muchacho tenía, a decir verdad, un significativo ascendiente sobre los demás, lo que provocó numerosos comentarios acerca de su personalidad marcada, sugerente y protagonista de aquel universo sumido en los primeros esbozos de modernidad. Roma, la mortecina Ciudad de las Siete Colinas, se abría a las tesis renacentistas, y se buscaba en el pasado senderos de gloria que la resucitaran en su intento de volver a ser señora del mundo conocido y dominado por la curia católica.

Cuando su tío fue convertido en Papa, una nueva y amplia vía se abrió para este joven ambicioso dentro de la carrera eclesiástica. Fue convertido en cardenal con tan sólo veinticinco años; un año más tarde recibió el título de vicecanciller, convirtiéndose de tal forma, en cabeza de la Curia. Cumplió con sus obligaciones de forma efectiva, ganándose cierta reputación como buen administrador, manteniendo una vida austera y formando un importante grupo de amistades. Hasta los treinta y siete no se ordenó sacerdote.

A esas alturas, era un hombre tan atractivo como había sido durante su juventud, elegante, persuasivo, elocuente, y tan alegre de temperamento que a las mujeres les resultaba difícil resistírsele. Habiendo sido criado dentro de los parámetros morales más relajados de la Italia del siglo XV, se entregó sin reservas a los placeres de la carne, decidiendo disfrutar de todas las bendiciones que de Dios había recibido. Pío II le recriminó su asistencia a "un indecente baile"(1460) pero aún así el Papa supo disculpar al joven Rodrigo permitiéndole continuar como vicecanciller y consejero personal. En ese año, su primer hijo, Pedro Luís, nació, y probablemente también su hija Girolama quien se casó en 1482; las madres de ambos niños permanecen siendo desconocidas. En 1464 Rodrigo acompañó a Pío II en un viaje a Ancona, donde contrajo una enfermedad venérea "porque -como dijo su médico- no había dormido sólo".

Hacia 1466 formó una relación más estrecha con Vanozza de Catanei, una muchacha de veinticuatro años casada con Domenico d´Árignano, quién abandonó a su esposa en 1476.

En 1471 el cardenal Francesco della Rovere era elevado al pontificado, con el nombre de Sixto IV, siendo el primer papa que manejó una política absolutista, poniendo en práctica todos los recursos y la autoridad de la Iglesia para aumentar y defender sus dominios temporales.
Sixto IV practicó la política de matrimonios entre sus parientes y miembros de las familias reinantes para formar lazos de amistad y alianzas políticas que lo protegieran. Rodrigó tomó buena nota de cara al futuro.

Vanozza concibió cuatro hijos de Rodrigo (se había ordenado sacerdote en 1468), el primero Giovanni (1478), Cesar en 1476, más tarde en 1480 nació la hermosa Lucrezia, y por último, en 1481 Giofe. Semejante unión persistente y prácticamente monógama, en comparación con otros eclesiásticos, podría definirse de estabilidad y fidelidad.

Así se sucedían los acontecimientos hasta el cónclave de sucesión de Sixto IV en 1484, donde empezó a sonar su nombre como nuevo Papa. Pero los recelos que levantaba el cardenal Borgia impidieron su elección. Inocencio VIII fue el sucesor.

Cuando Rodrigo ambicionó el trono papal se convirtió en un "marido" tolerante para Vanozza y le ayudó a acrecentar su fortuna.
Lo cierto es que se debería olvidar una tradición histórica que se ha ocupado de envilecer el nombre de Alejandro VI para juzgar a este Papa con unos criterios más actuales y no dejarnos impresionar por el morboso juego que ha dado su bibliografía a numerosa literatura, incluso erótica. Sus pecados, considerados en su tiempo como canónicos y mortales, podrían ser calificados hoy en día como veniales y perdonables. Tendríamos que tener en cuenta que la opinión general en el tiempo que Rodrigo se convirtió en Papa era más indulgente con las libertades sexuales que se perpetraban contra el celibato eclesiástico. El mismo Pío II abogó y defendió la posibilidad de matrimonio para los sacerdotes; Sixto IV tuvo varios hijos; Inocencio VIII incluso metió a los suyos en el Vaticano. Así hasta el cónclave de sucesión de Sixto IV en 1484, donde empezó a sonar su nombre como nuevo Papa. Pero los recelos que levantaba el cardenal Borgia impidieron su elección. Inocencio VIII fue el sucesor. Muchos condenaron y reprobaban la moral de Rodrigo, pero de hecho nadie lo mencionó a la hora de elegir al sucesor de Inocencio en el cónclave. Cinco papas, también el virtuoso Nicolás V, le habían otorgado lucrativos beneficios durante todos estos años a sus servicios, le habían confiado complicadas tareas y dado puestos de responsabilidad sin, aparentemente, tener en cuenta su exuberante capacidad procreadora. Por el contrario, lo que de este hombre era realmente remarcable en 1492 era que había sido distinguido como vicecanciller durante treinta y cinco años y confirmado en este cargo por cinco Papas distintos, encargándose de administrar de forma laboriosa y competente.
Iacopo da Voltera le describía así: " un hombre dotado de un intelecto capaz de cualquier cosa y gran sentido común; ávido argumentador, de naturaleza astuta y con una maravillosa habilidad resolviendo diligencias".


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La elección como Papa

En agosto de 1492 llegó la segunda oportunidad de Rodrigo Borgia. Esta vez se enfrentaba por el papado con Julián de la Rovere (futuro Julio II), quien fue su eterno enemigo. Quizás los cardenales que se reunieron en el cónclave estaban también interesados en su fortuna pues en tantos años se había convertido en el cardenal más rico- a excepción de d´Estouteville- que en Roma se pudiera recordar. Muchos confiaron en recibir cuantiosas dádivas en recompensa por votarle, y no les falló; Infessura describió este proceso como "la distribución evangélica de sus bienes entre los pobres" no se trataba de un método inusual, cada candidato lo había utilizado en muchos cónclaves pasados, hoy en día los políticos hacen lo mismo. Los cardenales estaban divididos entre italianos, franceses y españoles. Julián de la Rovere era el protegido de Carlos VIII de Francia, así que contaba con los votos franceses y además era italiano. Rodrigo recibía el respaldo español y tuvo que comprar varios votos italianos; ofreció la vicecancillería a Ascanio Sforza, con lo que se aseguraba el apoyo de Milán; al cardenal Orsini varios castillos para recibir la ayuda de esta importante familia romana. El voto decisivo corrió a cuenta del cardenal Gherardo, de noventa y seis años de edad, y prácticamente falto de la entera posesión de sus facultades. Finalmente se eligió a Rodrigo Borgia por mayoría absoluta. Su elección la noche del 10 de agosto de 1492 le costó decenas de miles de ducados, así como favores y títulos. La mañana del 11 de agosto fue proclamado “urbi et orbe”. Cuando se le preguntó qué nombre elegiría contestó: "Alejandro VI, por Alejandro Magno, el Invencible". Fue un pagano comienzo para un pontificado pagano que ya hacía presagiar las futuras ansias conquistadoras de los Borgia.


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Alejandro IV

La elección del cónclave coincidió con la opinión pública, nunca una coronación papal había supuesto tantas celebraciones populares. El pueblo se vio deleitado por una panorámica cabalgada de blancos caballos, figuras alegóricas, tapices y dibujos, caballeros y grandes, tropas de arqueros y jinetes turcos, setecientos sacerdotes, cardenales ataviados de sus ropajes más coloridos, y finalmente, Alejandro VI en persona, sesenta y un años pero de figura majestuosa, rebosante de salud, energía y orgullo, "de sereno semblante y sobresaliente dignidad" relataba un testigo "parecía un emperador incluso cuando bendecía a la multitud", sólo unas cuantas mentes sobrias, como por ejemplo su contrincante Julio della Rovere y Giovanni de Medici, expresaron su aprehensión hacia el nuevo Papa, pues sospechaban acertadamente que utilizaría todo su poder para engrandecer a su familia más que fortalecer a la Iglesia.

Pese a todo, su pontificado comenzó bien. En los treinta y seis días que corrieron entre la muerte de Inocencio y la coronación de Alejandro VI se registraron en Roma 220 asesinatos, el Papa hizo del primer asesino capturado un ejemplo de escarmiento: el reo fue ahorcado junto a su hermano y su casa destruida. La ciudad aprobó estas severas medidas; el crimen bajó y el orden fue restaurado en Roma; toda Italia se congratulaba de que la Iglesia estuviera bajo la autoridad de un hombre estricto.

El Arte y la Literatura eran símbolos de su tiempo, así que el nuevo Papa fomentó decididamente el mecenazgo. Alejandro hizo posible la construcción de numerosos monumentos y edificios tanto dentro como fuera de Roma; financió un nuevo tejado para Santa María Maggiore con el oro americano que le habían regalado los Reyes Católicos; remodeló el Mausoleo de Adriano en el fortificado Castillo de Sant´ Angelo, redecorando su interior además de proporcionarle celdas para prisioneros. Mandó construir un corredor cubierto entre el castillo y el Vaticano (el mismo que le daría cobijo durante el ataque de Carlos VIII en 1494 y salvaría a Clemente VII de la emboscada luterana acaecida durante el saqueo de Roma). Pinturicchio se comprometió a adornar el Apartamento Borgia en el Vaticano y Miguel Angel recibió el encargo de esculpir numerosas estatuas para la sede papal.

Reconstruyó la Universidad de Roma, empresa para la que mandó llamar a distinguidos maestros. Le gustaba el teatro, para su diversión y entretenimiento los estudiantes de la Academia Romana eran contratados para representar comedias y ballets para sus festivales familiares privados.

En 1501 restableció la censura sobre publicaciones bajo edicto requiriendo que ningún libro sería publicado sin la autorización y aprobación del arzobispo local, sin embargo permitió una amplia libertad para la sátira y el debate, "Roma es una ciudad libre" dijo el Papa al embajador Ferrarese "una ciudad donde todo el mundo puede escribir y decir lo que le plazca; se me critica mucho, pero a mí no me importa".

Su oficina administrativa fue, en los primeros años de su pontificado, inusualmente eficaz, Inocencio VIII había dejador grandes deudas a cargo del tesoro de la Iglesia lo cual le supuso al nuevo Papa toda su habilidad financiera, tarea que le llevó cerca de dos años. El número de empleados del Vaticano fue reducido, gastos recortados y las cuentas estrictamente guardadas y anotadas. Alejandro representó el laborioso ritual de sus diligencias con fidelidad pero con la impaciencia propia de un hombre ocupado. Su maestro de ceremonias era un alemán, Joham Burchard, que contribuyó a perpetuar su fama e infamia anotando todo lo sucedido en un Diarium, incluyendo muchas de las cosas que el Papa hubiera preferido no mencionar.

Unos años después de su elección creó doce nuevos cardenalicios, muchos de ellos fueron hombres que contaban con verdaderas habilidades, algunos fueron escogidos en virtud de intereses políticos necesarios de conciliar; dos eran escandalosamente jóvenes- Ipplito d´Este, de quince años y Cesar Borgia, que tan sólo tenía 18 años; uno de ellos, Alessandro Farnese debía su ascenso a su hermana Guilia, de quien se creía que era la amante del Papa. Los romanos, de afiladas lenguas, apodaron a Farnesse "il cardenale della gonnela", sin saber que el mismo Alessandro se convertiría años más tarde en Pablo III. El cardenal de más influencia entre aquellos más ancianos, Julio della Rovere, se exasperó al descubrir que, habiendo tenido gran poder sobre la voluntad de Inocencio VIII, tenía poco que hacer con Alejandro VI, quien hizo al Cardenal Sforza su principal consejero. Furioso, Julio armó una guardia en Ostia y embarcó hacia Francia donde embelesó a Carlos VIII animándole a invadir Roma, reunir un concilio y deponer a Alejandro bajo la acusación de simonía.

Mientras tanto, Alejandro trataba de plantarle cara a los problemas propios de un pontificado que se regía bajo los diversos poderes que en ese momento reinaban en Italia. Los Estados Pontificios habían caído de nuevo en manos de los dictadores locales, quienes, llamándose a sí mismos vicarios de la Iglesia, habían aprovechado la oportunidad que les había proporcionado la debilidad de Inocencio VIII para restablecer prácticamente la independencia que habían perdido sus predecesores. Algunas de las ciudades pontificias eran controladas por consejos locales. La primera tarea de Alejandro consistió en unir todos los Estados Pontificios bajo una administración centralizada: la labor fue encomendada a Cesar Borgia, cumpliendo con su cometido con tal eficacia y rapidez que despertó la admiración del mismo Maquiavelo.

En el seno de Roma latía un problema más inmediato y alarmante, la turbulenta autonomía de los nobles, teóricamente subjetiva pero de hecho hostil y peligrosa. La fragilidad del papado desde Bonifacio VIII (1303) había permitido a estos barones mantener un feudo medieval con soberanía sobre los estados, creando sus propias leyes y jurisprudencia, organizando ejércitos privados, promoviendo conflictos internos que arruinaban el comercio. Para hacernos una idea de estos abusos baste con decir que poco después de la ascensión de Alejandro VI Franceschetto Cibó vendió, por la suma de 40.000 ducados los estados que su padre, Inocencio VIII le había dejado, a Virginio Orsini.
Orsini regía un alto puesto en el ejército napolitano, había recibido de Ferrante la mayoría del dinero que le permitió la compra, de hecho Nápoles había conseguido de esta guisa dos fuertes en territorio papal.
La respuesta de Alejandro no se hizo esperar, formó una alianza con Venecia, Milán, Ferrara y Siena, reuniendo un ejército y fortificando la barrera que separaba Sant´Angelo y el Vaticano. Fernando de España, temiendo que un ataque combinado sobre Nápoles acabaría con el poder de Aragón sobre Italia, persuadió al Papa para que negociara con Ferrante. Orsini entregó a Alejandro VI 40.000 ducados en concepto de pago para obtener el derecho de mantener su compra, al mismo tiempo que el Pontífice comprometía a su hijo Giofre, de trece años, con Sancha, la preciosa nieta del rey napolitano (1494).

En recompensa por su feliz mediación, el Papa concedió a Fernando el Católico las dos Américas. Colón había descubierto Las Indias dos meses después de la sucesión de Alejandro, y Juan II de Portugal reivindicó el derecho a esas tierras en virtud de la Bula que el Papa Calixto III le había acreditado en 1479, la cual confirmaba su derecho sobre todas las tierras de la costa atlántica. Además de esta, el pacto que firmó España con Portugal reconociendo estos derechos tenían confirmación en otras dos Bulas papales, la "Aeteris regis" de 1481 y la Bula "Romanus pontifex" de Nicolás V otorgada en 1455 que hacía alusión a estos mismos temas.

Alejandro VI concedió a los Reyes Católicos tres bulas paralelas a las que ya tenía Portugal: una de donación de tierras e islas descubiertas o por descubrir. Otra de concesión de privilegios en las tierras descubiertas referentes a su evangelización y una tercera de demarcación, que delimitase la navegación de castellanos y portugueses en el Atlántico.

Su publicación proporcionaba el título de dominio y dotaban a España de exclusividad bajo pena de excomunión para aquellos que no las respetasen. La Bulas, extendidas en este contexto fueron las siguientes: "Inter Coetera"(3 mayo 1493) "Inter Coetera" (4 de mayo 1493) "Eximiae Devotionis (3 de mayo 1493), "Piis fidelium" (25 de junio 1493) y por último" "Dudum siquidem" (26 de septiembre de 1493). Conocidos estos principios, los Reyes de Castilla podían navegar, descubrir y apropiarse de las tierras concedidas al oeste del Atlántico, mientras que a los portugueses les correspondería las halladas al este.
Salvaguardados los derechos portugueses al Sur de las Canarias y hacia la India, nadie podía aferrarse a estas concesiones ya que se otorgaban de motu propio por la Santa Sede. No habiendo lesión de derechos, no hay que suponer intrigas y presiones en la concesión de las Bulas. Sin embargo las Bulas no obligaban a nada, concedían mucho y eran la expresión de la habilidad diplomática exterior de Fernando el Católico. En cualquier caso las Bulas se concedían bajo el supuesto de que las tierras descubiertas no estuvieran habitadas por cristianos, comprometiéndose los conquistadores en la labor de convertir a los nuevos súbditos a la fe verdadera. La "garantía papal" meramente confirmaba la conquista por la espada, pero preservó la paz entre los dos poderes peninsulares. Parece que a nadie le preocupó que los paganos nativos tuvieran ninguna clase de derechos. Este tema fue posteriormente desarrollado por el Padre Las Casas, Sepúlveda y el Padre Vitoria.

Mientras Alejandro VI se disponía a distribuir y repartir continentes no le resultaba, en cambio, tan fácil contener al propio Vaticano.


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La invasión francesa

Al morir Ferrante de Aragón, soberano de Nápoles, en enero de 1494, se desataron las codicias francesas sobre la región. La elección de Alfonso II no frenó al rey Carlos VIII de Francia, que invadió el norte de Italia ese mismo año y se dirigió hacia Nápoles con el fin de establecer la autoridad francesa.
Temiendo su deposición por la campaña de Julio della Rovere en la corte francesa, Alejandro VI se aventuró a solicitar ayuda al Sultán turco, y en julio de 1494 envió un secretario papal, Giorgio Bocciardo, para alertar a Bajazet II de la inminente invasión de Carlos VIII, asegurando que éste tomaría Nápoles, depondría o controlaría al Sumo Pontífice y usaría a Djem como pretendiente al trono del Imperio Otomano en una cruzada contra Constantinopla.
Alejandro proponía al Sultán hacer causa común frente a Francia, unido a Nápoles y Venecia. Bajazet recibió al emisario con toda la cortesía propia de oriente, y le mandó de regreso con los 40.000 ducados que supondrían la manutención de Djem y saludos a Alejandro. En la ciudad de Seniagallia Bocciardo fue apresado por Giovanni della Rovere, hermano del antagónico cardenal Julio, y los 40.000 ducados fueron confiscados junto a las cinco cartas del Sultán para el Papa. Una de estas cartas proponía a Alejandro ordenar la muerte de Djem y enviar su cadáver a Constantinopla, además de prometerle la suma de 3.000.000 de ducados "con los que Su alteza podrá comprar dominios para sus hijos", el cardenal della Rovere se apresuró a hacer copias de estas cartas y enviarlas al rey francés. Alejandro alegó una conspiración en su contra, diciendo que las cartas habían sido falsificadas y la historia inventada. La evidencia histórica mantiene la autenticidad de la misiva papal pero sostiene que las contestaciones fueron probablemente falsificadas. (Cambrige, Modern History, I) Venecia y Nápoles habían entrado en negociaciones similares con los turcos.

Carlos VIII fue un don quijote del renacimiento, con la diferencia que era rey y tenía uno de los ejércitos más poderosos para llevar a cabo sus fantasías aventureras. Su inicial alianza con Ludovico el Moro le permitió atravesar rápidamente Milán y Florencia y presentarse a las puertas de Roma el 31 de diciembre de 1494 mientras que una escuadra naval asediaba el puerto de Ostia amenazando con sabotear el envío de grano desde Sicilia. Muchos cardenales, incluso Ascanio Sforza, se declararon a favor del Rey francés y se aliaron con él en un intento para deponer al Papa. De nada les sirve a los Borgia atrincherarse en Sant Angelo, los franceses tienen el apoyo de los Colonna, familia romana rival de los Borgia. Desde su refugio, Alejandro envió delegados para tratar con el conquistador. Carlos no pretendía deponer al Papa ya que esta acción supondría enemistarse con España, su meta era Nápoles. El rey francés estaba disgustado con el Papa debido al matrimonio entre Jofré y Sancha y, especialmente, por la coronación de Alfonso II como rey de Nápoles; así que exigió a Alejandro VI a su hijo César como rehén. Pactó la paz con Alejandro VI bajo la condición de proporcionarle un salvoconducto para su ejército a través del Latium y el perdón para todos los cardenales que le hubieran apoyado. Alejandro retornó al Vaticano, disfrutó de las tres genuflexiones que Carlos hizo ante él mientras recibía obediencia formal y todos los planes para deponer al Papa fracasaron. El 25 de enero de 1494 Carlos se trasladó a Nápoles llevándose consigo a Djem quien murió un mes después de bronquitis, la leyenda negra cuenta que fue el mismo Alejandro quien envenenó al turco, pero hoy en día esta tesis está completamente rechazada.

Una vez los franceses hubieran marchado, Alejandro recuperó su valentía y se convenció de la necesidad de fortalecer los Estados Pontificios creando un importante ejército con un ejemplar general al mando que librara a los papas de dominación secular. Junto a Venecia, Alemania y España formó la Santa Liga (31 de marzo de 1495) para mutua defensa y protección frente a los turcos, y secretamente, con el fin de expulsar a los franceses de Italia. Con el hijo del Papa en sus manos, Carlos VIII pensaba que se aseguraba la 'colaboración' de la Santa Sede y dejaba protegida su retaguardia en su viaje hacia el sur; pero el rey francés no contaba con la astucia de los Borgia.

Alejandro VI había pactado con Alfonso II una intervención militar contra los intereses franceses en Italia (ataque marítimo contra Génova). Además César consiguió escapar del campamento francés y volver a Roma. Carlos VIII, sospechando las intenciones del Papa, retrocedió a Roma a través de Pisa, pero Alejandro, para evitarle, permaneció refugiado en Orvieto y Perugia. Los franceses quedaron atrapados en Italia, su retirada se haría complicada y fueron finalmente derrotados en verano de 1495 en Fornuove por los ejércitos de la Santa Liga (España, Venecia, Milán, Alemania y la Santa Sede). Tras esta batalla, Carlos embarcó de regreso hacia Francia y el Papa volvió triunfante a Roma; demandó de Florencia su unión a la Santa Liga y silenció a Savonarola, fiel aliado del rey francés.

Reorganizó el ejército papal, poniendo al frente a su hijo mayor Juan, Duque de Gandia y recién llegado de España, enviándole a reconquistar para su mayor gloria las insurrectas fortalezas de Orsini (1496). Pero no era Giovanni el hijo destinado a cumplir la labor de general: fue vencido en Soriano y retornó a Roma hundido en la desgracia muriendo poco después.

Alejandro recobró los dominios vendidos a Orsini firmando una paz con ellos a principios de 1497, además de capturar el puerto de Ostia arrebatándoselo a los franceses, fue entonces, triunfante y victorioso sobre todos los obstáculos, cuando mandó a Pinturicchio pintar sobre las paredes de los aposentos papales del Castillo de Sant´Ángelo los frescos que representaban el triunfo del Papa sobre el Rey.

Carlos VIII muere en la primavera de 1498 y es nombrado rey Luís XII, quien volvería a intentar más adelante la aventura napolitana de su antecesor.


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El Pecador

Roma aplaudía su labor dentro de la administración interna además de su carrera diplomática, sin embargo le reprobaba sus escarceos amorosos, criticaba la forma en la que hacía a sus hijos prosperar y le escandalizaba que se hubiera rodeado de españoles despreciando a los italianos dentro de la curia. Un centenar de familiares españoles del Papa se había congregado en Roma, un observador comentaría: "Ni siquiera diez papados hubieran bastado para dar cobijo a tanto primo".

El mismo Alejandro era a estas alturas de la Historia completamente italiano en su cultura, política y maneras, pero seguía amando España: hablaba en español constantemente con sus hijos Lucrezia y Cesar, elevó a diecinueve españoles a la categoría de cardenal y se rodeó de sirvientes catalanes. Los romanos, heridos en su orgullo, le apodaron "el Papa marrano" haciendo burla de su posible ascendencia judía conversa; Alejandro se excusaba explicando que muchos italianos, especialmente aquellos del Colegio Cardenalicio, le habían traicionado, cuando no, habían sido desleales, y que debía apoyarse sobre un núcleo de fieles colaboradores que le debieran lealtad.

Según Creighton: " en las precarias condiciones en las que se encontraba la política italiana los aliados no eran dignos de confianza a no ser que su fidelidad estuviera fundamentada en motivos interesados; de tal forma, Alejandro VI utilizó el matrimonio de sus hijos como método para asegurarse la lealtad de un partido político a su alrededor que fuera fuerte e influyente. En realidad él no confiaba en nadie salvo en sus hijos a quienes veía como instrumentos políticos para llevar a cabo sus planes" (M. Creighton, History of the Papacy During the period of the Reformation )
Durante un tiempo mantuvo la esperanza de que su hijo Juan le ayudara a defender y proteger los Estados Pontificios, pero Giovanni había heredado el gusto de su padre por las mujeres, no su capacidad de mando. Percibiendo que de sus hijos el único competente para participar en el juego de la política italiana en aquella época tan violenta era Cesar, Alejandro le concedió todo lo necesario para financiar el creciente poder de su hijo.
También fue la dulce Lucrezia instrumento de sus fines. El cariño que el padre procesaba por la hija le llevó a tales demostraciones de ternura que las lenguas viperinas le acusaron de incesto e imaginaron una mórbida historia que le situaban como un competidor más, que junto a los hermanos de Lucrezia, luchaban por su amor. En dos ocasiones el Papa tuvo que ausentarse de Roma dejando a su hija encargada de sus aposentos en el Vaticano, con autoridad para abrir su correspondencia y atender todo el trabajo rutinario, semejante delegación de poder a una mujer era frecuente en las casas reinantes- tales como Ferrara, Urbino, Mantua- pero en Roma era motivo de shock y escándalo.
La ciudad le había perdonado su relación amorosa con Vanozza, incluso se maravillaba con Guilia; la Farnese nació con el don de la belleza. Guilia dio luz a una hija, Laura, registrada oficialmente como concebida por el marido de esta, Orsino Orsini, pero reconocida por el cardenal Alessandro Farnese como la hija de Alejandro VI.

No existe ninguna duda sobre la sensualidad del Papa español, un síntoma incompatible con el celibato. Él era un hombre y como tal se sentía; parece ser que creía, junto a muchos eclesiásticos de su época, que el celibato clerical era un error, y que deberían tener permitido gozar de la compañía de una mujer. Él era un hombre de acción, había absorbido la moral laxa y relajada de la época, sólo esporádicamente notaba cierta contradicción entre la ética cristiana y su vida. Parece que él sentía que, en sus circunstancias, la Iglesia necesitaba un estadista y no un santo; él admiraba la santidad pero creía que pertenecía más al mundo monacal y la vida privada que al hombre que cada día debía atender a diplomáticos sin escrúpulos y déspotas expansionistas. Acabó utilizando sus mismas armas.

Necesitaba financiación para su gobierno y sus guerras: vendió cargos eclesiásticos, se apoderó de los dominios de los cardenales difuntos y explotó el año jubileo de 1500 al máximo. Dispensaciones y divorcios eran concedidos como la parte lucrativa de un negocio político: si Enrique VIII de Inglaterra hubiera tenido que tratar sobre su anulación con Alejandro probablemente la Iglesia Anglicana como tal no existiría hoy en día.
Aparte de alargar el jubileo asegurando indulgencia plenaria a todos los cristianos que peregrinaran a Roma, para enriquecer sus arcas nombró nuevos cardenales cuya asignación no se debía a sus méritos sino más bien hasta cuanto ascendía la suma que podían ofrecer, pagando en total 120.000 ducados al Papa.

En contra de la opinión general que alegaba el envenenamiento de aquellos cardenales o enemigos que se tomaban demasiado tiempo para fallecer de muerte natural, por orden tanto de Alejandro como de Cesar Borgia, podemos aceptar provisionalmente la conclusión a la que ha llegado las más recientes investigaciones- "no hay evidencia de que Alejandro VI envenenara a nadie", esta teoría no le libra enteramente de culpa pues sigue bajo sospecha; en realidad estas sospechas nacieron de las sátiras, panfletos y demás que se utilizaban como armas arrojadizas entre familias enfrentadas: Infessura servía a los Colonna con su pluma, Mancione valía tanto como un regimiento para los Savelli. Alejandro, como parte de la campaña contra los nobles, publicó en 1501 una bula detallando todos los vicios y pecados de los Savelli y los Colonna. Como podemos observar estos "documentos" bien valieron para crear la leyenda negra que persigue al Papa dibujándole como un monstruo de perversión y crueldad. Alejandro ganó la batalla armada, pero sus nobles enemigos encabezados por el Papa Julio II ganaron la batalla de la palabra, convirtiendo de esta forma la leyenda en Historia.

Pero Alejandro tenía debilidades y la mayor de ellas era su hijo Giovanni a quien quería incluso más que a Lucrezia, el Duque de Gandía era guapo, simpático, y un buen hijo. Cuando Alejandro conoció la noticia de su muerte se sintió tan lleno de dolor que se encerró y dejó de alimentarse, se decía que sus lamentos se podían oír en las calles. Ordenó la busca y captura de sus asesinos pero pronto se dio por vencido y dejó que el crimen permaneciera en el misterio. Cuando el Papa recobró el autocontrol reunió a los cardenales (19 de junio de 1497), recibió las condolencias y les dijo: "He querido al Duque de Gandía más que a nada en este mundo" atribuyó la pena como la carga más pesada que hubiera podido recibir del cielo y posteriormente anunció: "Nos, estamos dispuestos a resolver y enmendar nuestra vida, y reformar la Iglesia...en lo sucesivo los beneficios se otorgarán sólo a aquellos que los merecen y de acuerdo con los votos de los cardenales. Renunciaremos a todo nepotismo. Comenzaremos por reformarnos a nosotros mismos y procederemos después con cada parte de la Iglesia hasta que nuestra labor sea completada".

Un comité de seis cardenales fue elegido para crear un programa de reforma. Esta labor fue tan clarividente y la bula de reforma presentada a Alejandro tan excelente que, sus previsiones puestas en práctica hubieran, probablemente, salvado a la Iglesia tanto de la Reforma como de la Contrarreforma. Sin embargo, la necesidad de financiar el ambicioso proyecto político de Alejandro no permitió llevar a cabo este programa.


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Mensaje por El Templario »

Los años oscuros

El periodo de tiempo entre las dos invasiones francesas (1496-1498) son los años más oscuros de los Borgia: divorcios, asesinatos, rumores de incesto, ...

Como ya se ha visto, tras la invasión francesa de Carlos VIII, los barones de la Romaña, en especial la familia Orsini, estaban enfrentados con Roma. Alejandro VI trajo a su hijo Juan de Gandía desde España y le nombró gonfalonero del ejército papal. La campaña comienzó en verano de 1496 con varias victorias papales frente a los Orsini, pero la inutilidad militar de Juan dio un respiro a los Orsini, que recobraron terreno y forzaron una paz con el Papa a principios de 1497.
Mientras, César siguió a disgusto con su cargo de cardenal y empiezó a maquinar para conseguir sus objetivos. Primero puso en fuga al marido de Lucrecia, Juan Sforza, ya que no interesaba la alianza con la familia milanesa. El divorcio se consiguió a final de ese año al reconocer el duque de Pésaro que había sido incapaz de consumar el matrimonio.

Lucrecia se refugió en el convento de San Sixto y en Marzo de 1498 dio a luz un niño. La paternidad de este niño, “el infante romano”, no está clara y son dos las hipótesis. La primera y más probable es que el padre fuese Pedro Calderón, camarero del Papa que hacía de intermediario mientras Lucrecia estaba en el convento y que apareció muerto en el Tíber. La segunda, fomentada por los enemigos de los Borgia, apunta a Alejandro VI como padre y abuelo del infante Romano.

César pactó el matrimonio de Lucrecia con Alfonso de Besceglia, hermano de Sancha e hijo del rey de Nápoles, con lo que afianzó las relaciones entre los Borgia y los Aragón de Nápoles. Pero lo que de verdad necesitó César para alcanzar sus objetivos es el mando militar del ejército papal y la cobardía de su hermano en la guerra de la Romaña es la gota que colmó su paciencia.

El 15 de junio de 1497 apareció muerto Juan de Gandía en el Tíber y todas las miradas apuntaron a su hermano César. Según algunas versiones antiborgianas, el cargo de gonfalonero no fue el único motivo que llevo a César a asesinar a su hermano. El amor más allá de lo fraternal que sentía César por Lucrecia podía haberle llevado a asesinar a Juan, a quien Lucrecia admiraba. En agosto de 1498 consiguió que su padre le liberase de su condición de cardenal y recibió el nombramiento de gonfalonero de la Iglesia en sustitución de su hermano.

Esto es un peldaño más en la escalada de la mala imagen de la familia, aunque la estadística prueba que, por ejemplo, la mortalidad entre cardenales fue tan elevada durante el papado de Alejandro como en el de sus predecesores y sucesores, pero no hay duda de que en aquella época era peligroso ser cardenal o noble y rico. Isabella d´Este escribió a su marido previniéndole contra Cesar de quien no creía tuviera ningún escrúpulo incluso con su propia familia, parece ser que la cuñada creyó la historia que acusaba a Cesar de haber asesinado a su hermano, el Duque de Gandía. Los cotilleos en Roma hablaban de cierto veneno, con base de arsénico, que vertido sobre la bebida o la comida, actuaba lentamente sin posibilidad de ser detectado en una autopsia. Los historiadores han rechazado comúnmente la teoría de los famosos venenos del Renacimiento como parte de una leyenda, pero creen que efectivamente existieron algunos casos de envenenamiento por orden del Papa a pesar de la falta de evidencia.
Algunas historias aún peores se contaban sobre Cesar: para divertir a Lucrezia y a su padre, éste organizaba una fila de reos de muerte a los que atravesaba con sus flechas en un acto de destreza. A estas leyendas podríamos añadir múltiples orgías con cortesanas desnudas correteando por los aposentos vaticanos, además de la acusación de incesto que ha perdurado hasta hoy.


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Mensaje por El Templario »

El fin del poder Borgia

Los últimos años de la vida de Alejandro se desarrollaron en relativa calma y prosperidad.
Su hija estaba casada felizmente con un duque y era respetada por todos sus súbditos; su hijo había cumplido brillantemente con la misión de reunificar y administrar los Estados Pontificios que además florecían bajo excelente gobierno. En aquel momento contaba con setenta años de edad, y en enero de 1501, el embajador veneciano decía de él que cada día parece rejuvenecer, apareciendo con la conciencia tranquila y si preocupaciones.

La tarde del 5 de agosto de 1503, Alejandro y Cesar, acompañados por algunas personas cenaron en los jardines de la villa del Cardenal Adriano da Corneto, no lejos del Vaticano. Todos permanecieron en los jardines hasta medianoche pues el calor era insoportable dentro de las casas. Seis días más tarde el Cardenal cayó enfermo con náuseas, vómitos y fiebre hasta que pereció tres días más tarde, inmediatamente después, tanto Alejandro como su hijo, tuvieron que guardar cama sufriendo los mismos síntomas que el malogrado Cardenal. Roma, como era ya costumbre, habló de veneno. Cesar, decían las habladurías, había querido envenenar al Cardenal para asegurarse su fortuna, pero por error casi toda la comida había sido envenenada y tomada por prácticamente todos los invitados. Los historiadores coinciden con los médicos que en su día trataron al Papa, quienes diagnosticaron malaria, debida a la exposición prolongada a la brisa nocturna. En el mismo mes la malaria atacó a la mitad de los sirvientes papales, probándose muchos casos como fatales, en Roma hubo cientos de muertes debidos a la misma infección durante aquella estación.

Alejandro deliró trece días batiéndose entre la vida y la muerte, de vez en cuando recobraba el sentido hasta el punto que era capaz de recitar de memoria los discursos diplomáticos; el 13 de agosto estaba jugando a las cartas. Los médicos le sangraron en repetidas ocasiones, tanto que el hombre perdió todas sus fuerzas muriendo el 18 de agosto. La leyenda cuenta que se pudo ver cómo el diablo se llevaba su alma hasta los abismos infernales.

Los romanos se alegraron de que por fin el Papa español les hubiera dejado, comenzaron las revueltas, y los "catalanes" fueron perseguidos, incluso asesinados; la ciudad perdió el control de tal forma que fue necesario que entraran las tropas armadas de Colonna y Orsini el 22 de agosto acudiendo ante las protestas del colegio cardenalicio.

Guicciardini, el florentino narraba:
"Toda la ciudad de Roma corrió con presteza hasta llegar hasta la iglesia de San Pedro donde la muchedumbre rodeó el cuerpo, no eran capaces de satisfacer su vista regocijándose ante el cadáver de quien, en su inmoderada ambición y detestable perfidia, con manifiestas actuaciones de horrible crueldad y monstruosa lujuria, vendiendo sin distinción tanto lo profano como lo sagrado, había intoxicado el mundo entero."

Maquiavelo de acuerdo con Guicciardini decía:
"Nada hizo sino decepcionar, y en nada pensó más durante toda su vida; nunca hubo hombre alguno que tanto prometiera y nada cumplió. No obstante, en todo triunfó, pues estaba bien informado sobre su parte del mundo."

Estas condenas estaban basadas en dos suposiciones: que las historias contadas en Roma sobre Alejandro eran verdad, y que los métodos utilizados por el Papa para recuperar los Estados de la Iglesia deslegitimizaban su conquista. Los historiadores católicos, aún defendiendo el derecho de Alejandro para restaurar su poder temporal, condenan sus métodos y moral. Los historiadores protestantes han demostrado generosa indulgencia con Alejandro VI. William Roscoe, en su ya clásica obra: "Vida y Pontificado de León X" (1827), fue de los primeros que tuvo palabras amables para definir al Papa Borgia:
"Cualesquiera fueran sus crímenes, no hay que dudar por un momento que todos fueron, sin duda, exagerados. El que fuera devoto a engrandecer su familia, y que empleara la autoridad de su elevada posición para establecer un dominio permanente sobre Italia en la persona de su hijo, es innegable; pero cuando prácticamente la totalidad de los soberanos europeos utilizaban básicamente los mismos métodos criminales para gratificar sus ambiciones, resulta injusto atribuir a Alejandro la extraordinaria infamia que le ha perseguido durante toda la Historia. Mientras que Louis de Francia y Fernando de España conspiraban conjuntamente para repartirse el reino de Nápoles, Alejandro seguramente se sentía justificado para derrocar a los turbulentos Barones, quienes, durante años, habían arrendado las tierras eclesiásticas y usado de campo de batalla para sus guerras intestinas, subyugando a sus súbditos de la Romagna, sobre quienes Alejandro tenía supremacía.
Con respecto a las acusaciones tan generalmente creídas, sobre relaciones incestuosas entre Alejandro y su propia hija... no debería ser muy difícil probar su improbabilidad. En segundo lugar, los vicios de Alejandro fueron acompañados, cuando no compensados, por sus muchas virtudes."


Para juzgar el papel desempeñado por Alejandro en cuestiones políticas debemos distinguir entre sus propósitos y sus métodos. La meta era completamente legítima—recobrar el "Patrimonio de Pedro", que comprendía esencialmente el antiguo Latium, de los Barones feudales, tomando de los déspotas usurpadores aquello que tradicionalmente había sido los Estados de la Iglesia. Los métodos utilizados por Alejandro y su hijo Cesar eran usados por todos los estados conocidos—guerra, diplomacia, violación de tratados, deserción de aliados, traiciones etc. Cualquiera que fuera el peligro que corrió la Iglesia Católica al ser dominada por fuerzas temporales, ganó en compensación aquellos territorios de desde largo tiempo le pertenecían. Quizás nuestras mentes actuales piensen que la Iglesia debería volver a sus principios y estar en las manos pescadores galileos sin más voto que el de la pobreza y obediencia a Dios, pero en el mundo de intrigas en el que se movía la Iglesia de la época, tenía necesidad de un hombre fuerte y dominante: ganó un reino, perdió a la mitad de sus creyentes. La Reforma identificó los pecados de una Iglesia arruinada moralmente con la necesidad de cambiar aquello que más la alejaba de Dios, el Ser Supremo al que sirve.
Quizás fuera este el legado que dejara Alejandro VI, sin embargo no fue este Papa el único que contribuyó a la pobreza de principios de la Iglesia.
César Borgia se recuperó lentamente de la enfermedad que había matado a su padre. Mientras los médicos le sangraban las tropas de los Colonna y Orsini rápidamente recuperaban castillos y fortalezas perdidas y los señores depuestos de la Romagna, animados por Venecia, reclamaron sus antiguas tierras.

Pío III fue elegido para suceder al difunto Papa el 22 de septiembre de 1503, un hombre íntegro, sobrino de Aeneas Sylvius, padre de una gran familia y de sesenta y cuatro años de edad. Su amistad con Cesar permitió a este regresar a Roma. Sin embargo, el 18 de octubre Pío II murió.

Cesar no pudo evitar que su máximo enemigo, el Cardenal della Rovere, fuera escogido Papa el 31 de octubre de 1503 y coronado el 26 de noviembre. El fin del general estaba próximo, traicionado por Gonzalo de Córdoba, bajo órdenes de Fernando el Católico, Cesar fue enviado a España donde fue confinado en una prisión. Julio II temía una guerra civil en Italia, y apoyado por el rey español, se ocupo de aquel que podía acaudillar el fin del nuevo Papa no regresara a Italia. Recuperó su libertad en la Corte de Navarra, donde murió el 12 de marzo de 1507 luchando fieramente.

Lucrezia pudo descansar por fin en Ferrara, lejos de las habladurías y las falsas acusaciones, respetada y admirada. En Ferrara intentó olvidar todos los horrores y tribulaciones del pasado. Ariosto, Tebaldeo, Bembo, Tito y Ercole Stonzzi la alabaron a través de sus versos. Brindó a su tercer marido cuatro niños y una niña y continuó su educación aprendiendo varios idiomas. Su marido la dejaba a cargo como regente en su ausencia, cumpliendo con sus obligaciones con tan buen juicio que sus súbditos se inclinaron a perdonar a Alejandro por haberla dejado en alguna ocasión encargada del Vaticano. En los últimos años de su vida se dedicó a educar a sus hijos y atender a su respetado marido, pero también encontró tiempo para la solidaridad, empleándose en trabajos caritativos.
El 24 de junio de 1519, a los treinta y nueve años de edad, moría Lucrezia como consecuencia de su séptimo parto.

Era el final de una época, el Renacimiento, y el principio de siglos turbulentos para Europa tanto política como religiosamente.


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Los hijos del Papa

El nuevo Papa no llegó solo al Vaticano, al igual que hizo su tío Calixto III, se rodeó de los suyos, que en su caso eran sus hijos: Juan, César, Lucrecia y Jofré. Este hecho no era nada extraordinario en una ciudad, Roma, en la que más del diez por ciento de la población eran prostitutas. Nada más instalarse empezó a asegurar el futuro de sus hijos.

PEDRO LUIS DE BORJA, I Duque de Gandía (1463 - 1488)

Pedro Luis Borgia, hijo mayor de Rodrigo. Ingresó en el ejército de Fernando el Católico, quien le concedió el título de Duque de Gandía y prometió darle por esposa a su sobrina María Enríquez de Luna.
Se distinguió contra los árabes en la batalla de Ronda, lo que le valió el sobrenombre de 'Egregius'.
Murió en 1488 en Civitavecchia en extrañas circunstancias, dejando heredero universal a su hermano Juan.

JUAN DE BORJA, II Duque de Gandía y Benevento (1474 - 1497)
A la muerte de Pedro Luis Borja, Juan heredó el Ducado de Gandía y se casó con su viuda María Enríquez .
Después de la invasión francesa de Carlos VIII, Alejandro VI llamó a su hijo Juan Borja 'Duque de Gandía' , le da el territorio de Benevento (antigua posesión de la Iglesia) nombrándole 'Duque de Benevento' y Gonfalonero (capitán general del ejército papal) con la misión de combatir en especial a la familia Orsini, que tras la invasión francesa estaban enfrentados con Roma.
Contra los Orsini participó en las campañas de Bracciano y Soriano, siendo derrotado en esta última. A principios de 1497, los Orsini fuerzan la paz con Alejandro VI.
También luchó en la conquista de Ostia y la sitió, junto a Gonzalo Fernández de Córdoba .
El 15 de junio de 1497, después de una cena en casa de su madre, siendo también comensales su hermano César y otros caballeros romanos, fue apuñalado en una plaza de Roma y su cadáver arrojado al Tíber.
Todas las miradas apuntan a su hermano César Borja como cómplice del asesinato. Según algunas versiones, el cargo de Gonfalonero (que pretendía César Borja) no fue el único motivo que llevó a César a asesinar a su hermano, y sí pudo ser el amor más allá de lo fraternal que sentía César por Lucrecia.
Después de la muerte de Juan Borja, María Enríquez de Luna se hace cargo del Ducado, aumentándolo sus posesiones considerablemente.
Cuando María Enríquez ingresa en el convento de las 'Clarisas de Gandía', llegando a ser Abadesa, su hijo Juan de Borja y Enríquez comienza a gobernar el Ducado.
Con la Guerra de los Germanos (revuelta popular contra el poder de la nobleza), habiendo sido presa por los amotinados Juan de Borja, el primogénito del Duque, Francisco de Borja (1510 - 1572) , entró a formar parte de la corte de Carlos I , a quién servirá en diferentes empresas, especialmente como Virrey de Cataluña.
A la muerte de su padre, Juan de Borja y Enríquez en 1543, Francisco de Borja regresó a Gandía para tomar posesión del Ducado.
Francisco de Borja se casó con una nieta de Fernando el Católico , titulado 'Marqués de Lombay', amigo de Carlos I , acompañó a Granada el cadáver de la reina Isabel de Portugal. Cuando se abrió el féretro para su identificación, se había convertido en un montón de carroña agusanada.
A partir de entonces, hizo cesión de sus bienes, se despidió de los suyos e ingresó en la Compañía de Jesús. El pontífice Clemente X en 1671 lo llevó al catálogo de los Santos.


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CÉSAR BORJA, Duque de Valentinois y de Romaña (1475 - 1507)

Alejandro tenía sobrados motivos para estar orgulloso de su hijo: Cesar era un atractivo hombre de cabellos rubios, alto, fuerte y valiente. Pensar que este personaje era más bien un monstruo es no profundizar en la evidencia. Uno de sus contemporáneos le describía como: "un joven de gran inteligencia y excelente disposición, alegre y siempre de buen humor" otro escribía que era: "incluso más guapo que su hermano el Duque de Gandía".

La gente no podía dejar de apreciar su garbo, destreza en el mando y una actitud superior que tiene todo aquel que cree haber heredado el mundo, las mujeres le admiraban pero encontraban difícil enamorarse de él puesto que, al contrario que su padre y sus hermanos, no era el sexo femenino lo principal en su escala de prioridades.

Estudió derecho en la Universidad de Perugia y, aunque no dedicaba demasiado tiempo a los libros considerados "culturizantes", escribía versos de vez en cuando y tenía buen gusto para el arte: cuando el Cardenal Raffaello Riario desdeñó el cuadro de un cupido, obra de un joven y desconocido artista florentino llamado Miguel Ángel, fue Cesar quien pagó una buena suma por obtener la obra.

Claramente su carrera eclesiástica no era vocacional. Era muy joven cuando su padre le nombró obispo de Pamplona, arzobispo de Valencia en 1492 y cardenal un año después, aunque en realidad nunca se ordenó sacerdote.

En 1497, poco después de la muerte de su hermano Juan, Cesar fue a Nápoles como delegado papal en la coronación del Rey de Nápoles; quizás le impresionara este acto porque a la vuelta le pidió insistentemente a su padre que le dejara renunciar sus votos y a su carrera eclesiástica. No había forma de escapar a este destino a no ser que Alejandro admitiera públicamente que Cesar era su hijo ilegítimo, cosa que hizo consiguiendo que inmediatamente la ordenación de cardenal fuera invalidada (17 agosto de 1498). Restaurada su ilegitimidad, Cesar retornó al juego político, consiguiendo a cambio del capelo su nombramiento de Gonfalonero de la Iglesia.

En octubre de1498, Alejandro ordenó a Cesar partir hacia Francia con el decreto de divorcio para el nuevo rey de Francia. se entrevista con Luis XII, llevando dos bulas del Sumo Pontífice, en una de las cuales se anulaba el matrimonio del rey con doña Juana de Valois, incapaz de dar descendencia a la corona y en la otra se autorizaba el matrimonio de Luis XII con Ana de Bretaña, viuda de Carlos VIII, reforzando el interés del monarca por consolidar la unidad del reino.

El rey francés le acoge en su corte, le regala el Ducado de Valentinois y Diois, dos territorios franceses sobre los que el papado tenía ciertos derechos, y arregla su matrimonio con Juana de Albret, hermana del rey de Navarra.
El matrimonio selló una alianza entre Luis XII y César Borja. Un pacto entre el Pontífice y un Rey que planeaba abiertamente invadir Italia para tomar bajo su poder Milán y Nápoles. Este pacto rompió la alianza de la Santa Liga que Alejandro había ayudado a formar en 1495, preparando de este modo el escenario propicio para las futuras guerras de Julio II.

En octubre de 1499 las tropas de César, bien armadas y mandadas en su mayoría por capitanes españoles, tales como Diego García de Paredes, Hugo de Moncada, Ramiro de Lorca, etc., se lanzan a una guerra que les harán apoderarse de toda la Romaña en menos de 3 años. Alejandro por fin había encontrado al general que tanto ansiaba para que llevara a las fuerzas armadas de la Iglesia hacia la reconquista de los Estados Pontificios.

Posiblemente lo que Alejandro pretendía era unificar un reinado para dejárselo en herencia a su hijo. El mismo Cesar soñaba con esta posibilidad; Maquiavelo así lo hubiera deseado, enorgulleciéndose ante la visión de una Italia unida y bajo el poder de un hombre fuerte e inteligente que echara a todos los invasores.

Mientras tanto, Francia conquista Milán. César Borja se apoderó de las ciudades de Pesaro, Rímini y Faenza, del principado de Piombino
En enero de 1500, Cesar y su ejército marchó a través de los Apeninos hacia Forlí e Imola donde ganó el pulso del asedio a Caterina Sforza. La reconquista pasó por ofrecer una convincente suma de dinero a Paolo Orsini para que se uniera a las fuerzas papales con su ejército; Paolo le apoyó junto a otras familias nobles que siguieron su ejemplo, de la misma forma reclutó los soldados de Baglioni, señor de Perugia, y comprometió a Vitelli para liderar la artillería. Luis XII le envió un pequeño regimiento pero Cesar no necesitaba ya de la ayudada francesa.

En septiembre de 1500 atacó los castillos ocupados por los hostiles Colonna y Savelli en el Latium. Uno tras otro fueron entregándose. A lo largo del siguiente año Cesar guió sus tropas con valentía, coraje y audacia, demostrando tener grandes dotes de mando y estrategia militar, utilizó la astucia para seducir al enemigo, ganarse aliados, persuadió a los más reticentes para que le apoyaran, trató con cortesía a los vencidos y se ganó una merecida fama de brillante militar. El 20 de julio se rindió el último enemigo del Papa, Camerino, y por fin todos los Estados Pontificios volvieron a ser Pontificios.

Entusiasmado, Maquiavelo escribió sobre él: "Es un Señor espléndido y magnífico y tan audaz que cualquier empresa por difícil que sea la maneja como si fuera sencilla . Par ganar gloria y dominios se roba a sí mismo su reposo, y no conoce ni el peligro ni la fatiga. Llega antes que sus propósitos hayan sido comprendidos. Se hace querer entre sus soldados, eligiendo para ello a los mejores de toda Italia. Estas cosas son las que le han hecho victoriosos y formidable, junto a la ayuda perpetua de la buena suerte".

Mientras tanto, el objetivo francés, como había sucedido con Carlos VIII, era Nápoles.

La alianza entre César y Francia presenta grandes problemas, considerando los matrimonios de Lucrecia y Jofré Borja con los hijos de Alfonso II rey de Nápoles. César Borja, victorioso de sus campañas en la Romaña, decide eliminar el último escollo que se interpone en su alianza con los franceses y en ese verano de 1500 ordena el asesinato de Alfonso de Bisceglia (marido de Lucrecia) y el encarcelamiento de Sancha de Aragón (esposa de Jofré) en el castillo de Sant Angelo.
César entra en el siglo XVI en el momento culmimante de su vida, para él trabaja Leonardo de Vinci como ingeniero militar y su fama llega a oídos de Nicolás Maquiavelo, político de la República de Florencia, que es enviado por su país como emisario ante César.

Por el otro lado Italia estaba plagado de personas que deseaban su desgracia. Venecia, aunque le había convertido en ciudadano honorífico (gentiluomo di Venezia) le molestaba ver cómo los Estados Pontificios eran de nuevo fuertes y controlaban la costa Adriática. Pisa y Florencia le temían, los Colonna y Savielli, y en menor grado Orsini, habían sido arruinados por sus conquistas, creando una coalición en su contra. Incluso sus propios hombres que habían liderado brillantemente sus tropas, no estaban tan seguros de que no fueran sus dominios los próximos en ser atacados. Vitelli reunió a todos estos hombres y familias resentidas y amenazadas para crear una organización cuyo fin era volver las tropas en contra de su general, capturarle y asesinarle, terminando con su dominio sobre la Romagana y los marquesados, restaurando a sus antiguos señores.

La conspiración comenzó con brillantes victorias, sin embargo Cesar actuó con rapidez apropiándose de la herencia que había dejado el Cardenal Ferrari, financiando un nuevo ejército de 6000 hombres. Mientras tanto Alejandro negoció individualmente con los conspiradores, haciéndoles solemnes promesas, y ganándo de muchos de ellos su obediencia. A finales de octubre la conjura había fracasado y todos sellaron la paz con Cesar.


En 1501 César Borja es nombrado 'Duque de la Romaña', aunque sus ambiciones todavía no estaban cumplidas. Sin respetar las directrices francesas, en 1502 atacó territorios de Florencia (aliada de Francia). En octubre de 1502 sus capitanes conspiran contra él en Magione, aunque son descubiertos y capturados con una astuta jugada en Sinigaglia el último día de 1502. Su último gran día…

El año 1503 fue catastrófico para César. En la primavera de ese año, los franceses son derrotados en Nápoles por el ejército español capitaneado por Gonzalo Fernández de Córdoba 'El Gran Capitán'. Con esta victoria España se anexiona Nápoles y pone fin a las pretensiones francesas. En agosto de este mismo año, su padre Alejandro VI muere, al mismo tiempo que él cae enfermo. César se queda sin sus soportes: el Papa y el rey de Francia.

Pero la mala fortuna de César no acaba aquí, El día de todos los santos es elegido Pontífice Julio della Rovere, el gran enemigo de los Borgia, con el nombre de Julio II.
Julio II hizo prisionero a César Borgia, quien le obligó a restituir todas las fortalezas que poseía, y fue entregado a Gonzalo Fernández de Córdoba para ser juzgado en España.

Después de permanecer unos meses en Chinchilla, César Borja es trasladado al castillo de la Mota en Medina del Campo, Valladolid.
En el invierno de 1506 consigue escapar y huye a Navarra, donde reinaba su cuñado Juan de Albret. Por aquél entonces, Navarra se encontraba en guerra con el noble Luis de Beaumont. Juan de Albret nombró a César Borgia capitán del ejército navarro. En marzo de 1507 sitió la ciudad de Viana.

El 12 de marzo de 1507, habiendo recibido la noticia de la llegada de suministros a la ciudad sitiada aprovechando que durante la noche se había retirado la guardia. Enfurecido, montó en su caballo y emprendió el camino de la ciudad al galope, sin preocuparse si sus hombres le seguían de cerca. En ese momento se topó con veinte soldados rebeldes que lo acribillaron a heridas acabando con su vida.

César actuó sin escrúpulos para conseguir sus objetivos: utilizó el poder del Papa, su padre; casó a su hermana Lucrecia en favor de sus intereses políticos; presumiblemente asesinó a su hermano Juan de Gandía para obtener la capitanía de los ejércitos pontificios, contrató a Leonardo de Vinci para la fabricación de maquinaria de guerra ... pero la ambiciosa ídea de César Borgia de unificar Italia topó con la oposición de los propios italianos y de las dos potencias que se la disputaban: España y Francia.


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Mensaje por El Templario »

LUCRECIA BORJA, Duquesa de Ferrara (1480 - 1519)

La bella Lucrecia fue moneda de cambio en manos de su hermano César y de su padre. Fue utilizada para sellar alianzas. Además fue objetivo de los ataques de los enemigos los Borgia, que la acusaban de ser la prostituta del Papa.

Siendo impúber, fue prometida a Don Querubín de Centellas, señor del Valle de Ayora, y posteriormente a Don Gaspar d'Aversa, Conde de Prócida, de noble familia siciliana, radicada posteriormente en el reino de Valencia.

Ambos acuerdos fueron anulados por Rodrigo Borja. Cuando éste se convirtió en Papa, la casó con Giovanni Sforza, señor de Pesaro.
Con el matrimonio se iniciaba la alianza de la familia Borgia con la más poderosa familia feudal que reinaba en la Lombardía y Milán.
Después de vivir dos años en Pesaro, Lucrecia y Giovanni regresan a Roma.

Al poco tiempo, siendo Alejandro VI muy poderoso, la alianza entre las familias había perdido sentido.

César planea el asesinato de su yerno. Antes de que el asesinato se lleve a efecto, Lucrecia advierte a su marido de los planes.
Giovanni Sforza huye y decide hacer público lo que mucha gente sospechaba, acusando a los Borgia de mantener relaciones incestuosas.
El Papa ofreció llevar a cabo la separación por la no-consumación de la unión matrimonial.

Giovanni Sforza sin salida, mediando la presión familiar, firma el documento de la no-consumación del matrimonio (impotentia coeundi).
Durante el proceso, Lucrecia embarazada se enclaustró en un convento, sin quedar claro quién es el padre del niño, que se llamaría Giovanni.
Alejandro VI para dar legitimidad al pequeño Giovanni, lo presentó como su nieto, hijo de César y de una mujer desconocida. Poco después, aunque tenía setenta y siete años, hizo un comunicado donde lo reconocía como suyo. Debido al enredo de los papeles confundidos por Alejandro VI, todavía no se sabe a quién atribuir la paternidad del niño.
Más tarde se casó con Alfonso de Aragón, hijo de Alfonso II, rey de Nápoles, a quien se le dio el título de Duque de Bisceglia. Con éste tendría un hijo de nombre Rodrigo.

En julio de 1500 el Duque de Bisceglia sufrió un atentado en la Basílica de San Pedro, logrando escapar a la muerte, culpó del atentado a César Borja (que deseaba congraciarse con el rey Luis XII de Francia).
Estando aun convaleciente, Alfonso de Aragón atacó a César Borja con una flecha en los jardines del Vaticano; esa misma noche los criados de César entraron en las habitaciones del Duque y lo degollaron.
En el período de viudez, Lucrecia se entregó a una vida licenciosa, asumiendo tres veces la máxima autoridad de los asuntos de la Iglesia.

Tras el asesinato de Alfonso, el segundo marido de Lucrecia, Alejandro VI y César pactaron el matrimonio de la joven, que todavía tenía 21 años, con Alfonso de Este, heredero de Ferrara. A pesar de la mala fama de la Borgia , la familia Este aceptó el matrimonio a cambio de ciertas concesiones en su relación con la Santa Sede (y por el poder que César estaba acumulando en la Romaña). En diciembre de 1501 Lucrecia se casó con Alfonso de Este y en 1502 se trasladó a su nuevo hogar en Ferrara cuando tenía veintidós años. Nunca más volvería a ver a los suyos.

En 1503 murió Alejandro VI, César fue obligado por Julio II a abdicar de sus posesiones en Romaña y perseguido después por Gonzalo Fernández de Córdoba para ser arrestado e enviado a España. El poder de los Borgia se iba desmoronando para quedar en manos de otras familias igualmente desalmadas.

Lucrecia de Borja se retiró de la vida cortesana, mostrándose retraída y solitaria, convirtiéndose en madre de cuatro niños; aunque al mismo tiempo, mantuviera un romance platónico con el poeta Pietro Bembo.
La relación con Pietro Bembo terminó en 1505, cuando éste marchó a Venecia.

En 1519, después del nacimiento de su quinto hijo, que sólo sobrevivió unos días, Lucrecia murió de fiebre puerperal, siendo la digna Duquesa de Ferrara.

JOFRÉ BORJA (1482 - 1522)

Último hijo de Rodrigo Borja y la Vanozza. Su vida no tuvo relieve. Lo casaron con Sancha de Aragón, hija del rey de Nápoles Alfonso II, y no dejó sucesión.


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Mensaje por El Templario »

La tumultuosa vida de esta familia se ve enmarcada en los acontecimientos europeos de finales del siglo XV y principios del XVI. Su participación en tantos y tantos hechos decisivos los hace testígos y protagonistas de los principales cambios que se comenzaban a producir en una Europa a medio camino entre la Edad Media y el Renacimiento. Sin ellos, la historia bien podría haber sido otra muy distinta.


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