Un soldado de cuatro siglos

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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

SOTHEBY´S
EST. 1744

AUCTION

Property From Antiguedades Feijoo, Madrid. Books and Manuscripts

Lot 917
de Luján, Fadrique. 2nd. Marquis of Castroprieto.
ESTIMATE: 1500 – 2000 US$
Bidding is open

Description:
de Luján, Fadrique, 1nd. Marquis of Castroprieto.
Letter signed to Alvaro Martínez de Luna, 1st. Marquis of Campos Lejanos.
Paper (227 x 175 mm).
Reporting the meeting between the King Phillipe the IV and Francisco Sanchez the Lima, 1st. Marquis of Campo de Derna (2 of 7 pages).

“… vos sabéis que mi tía es confidente del rey, y este se prodigó en detalles de cómo le concedió al bueno de nuestro cirujano el Marquesado de Campo de Derna.

El rey, quiso saber cómo fue la conquista de Egipto, y Francisco os hizo quedar como un paladín de la cristiandad, resistiendo a pie firme la carga de todos los mamelucos del mundo, hasta que los hicisteis huir con el rabo entre las piernas.

Luego le preguntó al cirujano acerca de las muelas rotas en Derna, a lo que Francisco comentó que ese fue un hecho desgraciado que precipitó la muerte de muchos cristianos inocentes, y que también selló la muerte del bey traidor y sus principales secuaces. Contrariamente a lo que nuestro buen cirujano temía, el rey lo felicitó por despachar en la horca al bellaco infiel, y celebró el hecho de haberlo hecho de manera que ante los mismos infieles se fuese directamente al infierno de los moros. El rey le refirió al cirujano que en la villa, la batalla no se conocía como la conquista de Derna, sino como la batalla de las muelas rotas y la venganza de las cristianas cautivas.

El rey siguió atentamente la descripción del cañoneo de Derna, y especialmente los voladores explosivos e incendiarios que se encargaron de poner la ciudad y el puerto a merced de vuestras espadas. Aunque nuestro monarca es muy instruido y conoce mucho de la organización militar del Turco, es primera vez que recibía como trofeo de guerra un caldero de los jenízaros. Le prometió a su dentista que tanto el caldero como los cañones se exhibirían en el Alcázar de Madrid en un lugar de privilegio.

Se mostró preocupado por el bienestar de las mujeres liberadas de los baños y aunque no se oponía a que las moras fuesen vendidas como esclavas, él prefería que fuesen convertidas y enviadas a las Indias. Cuando Francisco le contó los azotes propinados por Fray Santiago y su celo por rescatar a la Cristiandad cautiva en sus lejanas tierras, allende las Filipinas, el rey le prometió cartas de recomendación para el virrey de las Filipinas para que ponga igual celo en la liberación de nuestros hermanos presos en Cipango. La cruzada no solo será para liberar los lugares santos, sino también para que incluso en el Oriente más lejano, no existan cristianos cautivos por profesar su fe.

El momento más especial fue cuando el rey le dijo a nuestro amigo que él recordaba las promesas hechas, y le concedía el marquesado del Campo de Derna, aunque sin rentas. Y le preguntó si pedía algún privilegio especia, a lo que Francisco no dudó en pedir que en la expedición a Cipango, él fuese como enviado real. El rey no se sorprendió por lo pedido, pero, tal como le comentó a mi tía, hubiese preferido alguna prebenda usual, pues adivinaba que esta petición tenía cola…”


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Domper
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Mensaje por Domper »


Santidrián, Felipe, y Artuch, Eduardo. Op. Cit.

Como hemos visto, el mal tiempo había retrasado el avance español, y solo la caballería había llegado al río Timis el día diecinueve. Lo razonable hubiera detenerse para reagruparse, pero no eran esas sus órdenes. Al contrario, los jefes de las divisiones debían pasar al ataque en cuanto lo consideraran posible, sobre todo si les parecía que los turcos se replegaban. Como en Nagimán, el primero en hacerlo fue de Larrando de Mauleón, con su legión de infantería montada, que ni siquiera estaba al completo. La resistencia turca fue mínima, y poco después el general lanzó su caballería ligera para intentar cortar las rutas de retirada, primero la que desde Temesvar iba a Lugoj, después la de Deva. Al escuchar el cañón, se unieron a la ofensiva los cuerpos de Idiáquez y de Piccolomini, este último con la división de Ruiz de Apodaca en cabeza. Apenas encontraron dificultades para superar las líneas turcas, ya que los reclutas se estaban agolpando en las puertas de Temesvar, donde fueron masacrados por los cañones aliados hasta que se rindieron. La ciudad, atestada por treinta mil desmoralizados fugitivos, capituló al día siguiente.

Del ejército de Kara Ibrahim solo quedaban la caballería y los jenízaros, ya que los cañones tuvieron que ser abandonados allá donde quedaban atascados. Los jinetes aliados mantuvieron el acoso de los jenízaros que intentaban retirarse; una y otra vez los infantes turcos intentaron formar cuadros, solo para que los cañones de acompañamiento los deshicieran. La persecución continuó hasta que dos días después unas centenas de exhaustos jenízaros presentaron una última resistencia en la aldea de Gruni. La artillería acabó con lo que quedaba del cuerpo. No volvió ni uno de los salidos de Sofía.

La caballería, sin embargo, pudo escapar al cerco inicial. Al principio marchó junto a los jenízaros pero, ante el acoso de los húsares y de los ulanos aliados, los tártaros escaparon, como ya habían hecho en Nagimán. Tras ellos fueron los espagis. Por entonces la caballería ligera aliada ya había llegado a Lugoj; la única posible salida era hacia Transilvania. La caballería turca llegó al alto de Cosevita sin más problemas que los relacionados con el frío y la nieve, y pernoctó en las aldeas del paso, que en realidad era un collado ondulado. A la mañana siguiente los fugitivos descendieron hacia el río Mures. Sin embargo, al mismo tiempo que los jenízaros libraban su último combate en Gruni, los tártaros se encontraron con que todavía tenían que afrontar un obstáculo.




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Domper
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Mensaje por Domper »


Años después, un psiquiatra se inventaría el latinajo «Iam vidi» para lo que estaba sintiendo el teniente coronel Sampedro. Otra vez estaba solo ante una marea de enemigos. Tenía más fuerzas, desde luego, pero había una ligera diferencia respecto a lo de Neustadt: entonces, era una molestia, pero poco más. Ahora, si los turcos querían escapar, primero tenían que destrozarle, y los huesos le decían que lo iban a intentar.

Apenas habían tenido dos días para prepararse, aunque, al menos, medios tenían. Los bosques a ambos lados habían proporcionado madera, y el tercio no había olvidado llevar hachas y sierras. Para cerrar el paso, habían construido media docena de reductos con troncos reforzados con hielo; hielo duro como la roca que fabricaban mezclando nieve y agua del cercano arroyo. Cuando se congelaba de nuevo, cortaban los bloques con sierras y, con algo de nieve como argamasa, los empleaban cual si fueran de piedra. Luego, el peso los soldaba y los convertía en muralla comparable a la mampostería. Además, para que la caballería no pudiera saltar los parapetos, plantaron ante ellos estacas y caballos de Frisia. Mientras, la nieve que caía borraba huellas y cubría los obstáculos con una engañosa capa blanca.

El paso que tenían que bloquear tenía unos centenares de metros de anchura entre los cerros boscosos. Sampedro no intentó cerrarlo, pues pensó que carecía de fuerzas suficientes. Aunque sus tres batallones sumaban mil quinientos soldados, la ventisca limitaba la visibilidad y amortiguaba los sonidos. El teniente coronel temía que la línea, por fuerte que pareciera, fuera rota en un asalto por sorpresa. En vez de desplegar sus hombres en una línea continua pero débil, prefirió apostarlos en los reductos. Los espacios que quedaban entre ellos se obstruyeron con árboles desmochados, ramas, zarzas y todo lo que pudieron encontrar. Sampedro encomendó la defensa de la línea a dos de sus batallones: cada uno de ellos dejaría una compañía para defender la ladera boscosa, dos para defender los fortines —dos secciones en cada uno, y los dos de los extremos, con cuatro cañones que cruzaban sus fuegos—, y las otras dos compañías, como reserva.

Había reservado su tercer batallón para una maldad. El pueblo de Teiu estaba adelantado y hacia la izquierda del paso; los turcos podrían ignorarlo y concentrarse con la línea, pero entonces se encontrarían con una sorpresa desagradable. Sampedro había ordenado reforzar las defensas de la aldea con fortines de hielo, y que se construyeran dos baterías para sus otros ocho cañones. También había puestos para tiradores con trabucones, igual que en los reductos. Si los turcos intentaban dejarlo de lado, se encontrarían con los cañones ametrallándoles por el flanco. Si, por el contrario, decidían que Teiu era un objetivo apetitoso, sería la artillería de los reductos quien les batiese. Llevar esos cañones que daban fuerza a la defensa no había sido fácil: cada pieza había precisado veinticinco acémilas para llevarla desmontada y para transportar los cuatrocientos disparos que tendría cada una.

Además de la línea que iba a sostener el Tercio de África, los húsares se habían apostado más atrás, en Grind, prestos a contratacar si pintaban bastos. Los exploradores y los tártaros polacos se habían escondido en los bosques. Aunque no eran muchos, si era cierto lo que había oído, mejor sería no tenérselas con ellos.

Un plan excelente, si hubieran sido más. O menos los turcos.



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