Enrumbamos hacia poniente y luego hacia el norte en dos días de navegación rápida y tranquila. Al tercer día, conforme nos acercábamos al canal de Hirado, Urquijo ordenó cambiar de formación, la polacra, las balandras y bergantines seguirían en la vanguardia, a 8 o 10 millas por delante, luego encabezando nuestra formación, la Santa Apolonia, el San Cosme, luego los galeones Mártir Nicolás, Macasar y Batavia, cerrando la línea estaban los dos galeones portugueses, San Antonio y Santo Condestable, y los dos de la compañía de Santa Apolonia, San Damián y San Lorenzo.

La noche no era cerrada, la luz de la media luna iluminaba la costa, las balandras más cerca del litoral, nos marcaban con sus luces, una via segura de bajíos. No se veían las farolas de los bergantines, ni de la polacra. Ya era de madrugada, y por lo visto ni José Mario ni yo podíamos dormir, nos encontramos en el alcázar, Don Marcial, se apoyaba sobre la baranda, conversando con un joven oficial. La formación iba en navegación cautelosa por el medio del canal, y faltaban cuatro horas para el amanecer.
- Bien, aquí estamos – solté la frase por decir algo.
- Y en algún lado, nos deben estar esperando los herejes – respondió Urquijo, aspirando el aire fresco, como si de esa manera pudiese oler a los holandeses.
- El portugués sabía de lo que hablaba –dijo Marcial, señalando el mar - la corriente es fuerte, por lo menos nos jala a un nudo.
- Fuerte y constante – asintió el almirante - Al igual que el viento.
- ¿Que creéis que harán los holandeses? – aventuré a preguntar.
- Tienen varias alternativas – volvió a responder Urquijo mirando a la lejanía – no creo que vayan a girar en contra del viento para ofrecer la otra banda; y acompañarnos en nuestro giro a barlovento, los obligaría a extender su línea. Si yo fuese el almirante hereje, me quedaría al pairo y trataría de devolver el fuego.
- Estarán prevenidos – dije asintiendo - ellos ya conocen la potencia de nuestros cañones.
- No, Francisco. Estarán prevenidos, pero no conocen la real potencia de nuestra artillería de bronce – volvió a afirmar el almirante - Tu dirás que por los combates de Hara, creen conocerla. Pero la verdad es que en todos los combates lo que hubo fue un cañoneo a larga distancia. Nunca nos pusimos en un toma que te doy como lo haremos ahora.
- Y creedme Don Francisco – secundó Don Marcial a su almirante - cuando vean que los estamos castigando sin que nos puedan responder, ya será tarde. Por eso, la primera pasada será apuntando a los cascos y no a los mástiles.
- Fijaos, los herejes son marinos hábiles – dijo Urquijo con una voz que mostraba respeto hacia su enemigo - no creo que nuestro cañoneo sea suficiente como para que desarmen su formación. Pero apenas los veamos dudar, debemos aprovechar. Por eso es que en San Lucas instruí a todos los capitanes, que mantuviesen el orden en la línea, pero que si veían una oportunidad cierta, que la aprovechasen – el almirante hizo el gesto de cortar una de sus palmas con el canto de la otra - Si los calvinistas rebeldes forman en dos líneas, y si quebramos la línea de galeones, las pinazas sólo serán problema si nos atacan dos o tres contra uno.
- Nosotros también tenemos capitanes hábiles.
- Sí, Francisco. Por eso confío en su buen criterio.
- Contreras lo hizo bien en Hondomachi – dijo el capitán Alonso de su compañero de la Compañía de Santa Apolonia - y conoce lo que sus bajeles pueden y no pueden hacer.
- Y el portugués es experimentado y no solo ha arbolado bien a su galeón – dijo Urquijo sonriendo – ese viejo lobo ha convertido a su galeón en el buque más artillado de nuestra escuadra, sabrá sacarle provecho a cada uno de sus cañones.
- Aunque sus castillos tan altos, atraerán el fuego del enemigo – dije con un dejo de duda.
- Tenéis razón Don Francisco – Alonso respondía sonriendo también – para ser un cirujano, habéis aprendido rápido las triquiñuelas de la mar. Pero es una por otra: la obra muerta será muy castigada, pero si llegan a ponerse a bocajarro, desde lo alto dominarán las cubiertas de los rebeldes – luego, viéndonos y con la confianza que da la cercanía y los años, nos despidió - Señorías, dejaos de tantas elucubraciones e id a descansar un poco, yo me quedo en cubierta hasta que mi turno termine… que seguramente será después de avistar al enemigo.
Intenté descabezar el sueño, que fue intermitente. La cámara estaba equipada con cama y sinceramente yo hubiese dormido mejor en una hamaca. Mi fiel brigantina estaba en su perchera, pero dudaba en ponérmela, porque ciertamente me protegería de balas y astillas, pero si caía por la borda, me hundiría como un ancla. Estaba en esas disquisiciones, cuando escuché batir los tambores, al salir a la cubierta, ya había aclarado bastante.
- ¡Mirad! –el capitán Alonso el cielo apuntó su dedo al cielo – cuatro voladores rojos. Enemigo a 8 millas. Entraremos en combate en hora y media.
- Ordenad zafarrancho de combate Don Marcial.
- A la orden, Almirante.
- Y tu Francisco, supongo que como ya te gusta el olor a pólvora, te quedarás en la cubierta.
- Si me pones donde no estorbe, está bien.
- Ponte te brigandina y el corbatín de cuero, y quédate en el alcázar – y dirigiéndose a Burgos le gritó – Don José, apreste a sus hombres en cubierta.
- A la orden, Almirante – y volviéndose a los hombres de la Compañía del Hospital que formaban la guarnición del San Cosme ordenó – Hombres del castillo de Aulencia, formad con los mosquetes, traed las picas, traed los alfanjes y las hachas, ¡vivo, vivo! Malón, toca zafarrancho.
El tambor irlandés hizo sonar su caja mientras rápidamente unos hombres formaban en hileras, otros traían haces de picas, otros metían sables de abordaje en barriles bajos, y algunos se colgaban las hachas en las cinturas. Las cubiertas inferiores eran un hervidero de gente, jóvenes fuertes bajaban casi hasta la sentina a traer bolaños de 24 y 18 libras, que durante la navegación se llevaban muy abajo para no comprometer la estabilidad del buque; otros jovencitos que apenas habían dejado la infancia, corrían a la santabárbara a traer saquetes de polvora en sus envoltorios de latón, una útil ocurrencia del Marqués del Puerto para la flota de Valencia. Al lado de las piezas, los cabos de cañón atornillaban las llaves a las culatas, luego de haber cambiado la piedra y comprobado la chispa. Estabamos listos.
A la lejanía se escuchaba un apagado duelo artillero, las dos vanguardias se debían haber encontrado y estaban combatiendo. La balandra Mártir Santiago rebasó rápidamente a la Santa Apolonia y llegó a nuestra altura. Con una bocina, el piloto Santolaya, su comandante, nos informaba:
- Almirante, cinco galeoncillos rapidos nos enfrentan, atrás hay una línea de seis galeones, uno de ellos muy grande.
- Avisad al resto de los buques, piloto – respondió Don Marcial también con una bocina.
Vimos como la balandra se alejaba maniobrando hábilmente casi contra el viento. El capitán Alonso hizo señas con su sombrero al comandante de la Santa Apolonia, el cual le respondió moviendo también su sombrero. Luego de meses de navegación juntos, ya se conocían las mañas.
- Algorta va a soltar una boya en donde comience su giro – Marcial me explicaba - Y tres cables más allá comenzará a cañonear al buque que tenga enfrente, posiblemente el segundo de la línea.
- Afianzad la bandera – ordenó Urquijo a viva voz – clavadla a su asta. Padre, dadnos la bendición.
El padre Enaco, ahora capellán de la escuadra se paseó por la cubierta del San Cosme
- Dominus vobiscum…
- Et cum spiritu tuo. – respondió la tripulación sin desatender a sus quehaceres
- Sit nomen Domini benedictum…
- Ex hoc nunc et usque in sæculum.
- Adjutorium nostrum in nomine Domini…
- Qui fecit cælum et terram – contestaban los marinos.
- Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amen.
- ¡Amén! - respondieron con voces broncas, santiguándose.

El cañoneo que se oía desde adelante crecía y disminuía en intensidad, lo que Urquijo identificó como un combate con persecución, se podía escuchar el fuego vivo de la artillería menuda, pero incluso a la distancia, el rugido de las piezas de a 18 de los bergantines era claramente identificable. Vimos que la balandra Mártir Francisco venía con las noticias de la vanguardia. Con su bocina, el piloto Pujol nos avisaba que la ruta estaba despejada, y que los bergantines estaban persiguiendo a los galeoncillos por la orilla de Kyushu. Continuamos la navegación y rebasamos a la polacra, que estaba rematando a cañonazos a un vliege boote desarbolado.
Y entonces vimos la línea holandesa, en el centro el enorme eastindiaman que hicimos huir de Shimabara. Nos esperaban al pairo, con las portas de sus cañones abiertas, y solamente las velas de los masteleros, la cebadera y la latina del mesana desplegadas. De la Santa Apolonia vimos que una boya roja era arrojada por la borda, segundos más tarde, la ágil fragata viraba hacia el este con el viento a favor. Don Marcial ordenó lanzar un cohete rojo. El baile comenzaba.
¡Brumm, brumm, brumm! La artillería de la Santa Apolonia castigó al segundo galeón neerlandés. Vimos muchos impactos en el casco, respondieron el fuego pero todos sus tiros quedaron cortos, el más cercano, a un cable de distancia de sus bordas. Nos toco girar, y mantuvimos los cañones callados hasta llegar al De Ryp, con la insignia del almirante holandés, y desatamos un fuego devastador: Con mi largavistas podía ver como volaba el maderamen y se desmontaban los cañones de la cubierta superior, caian algunas jarcias, y dos bolaños de a 24 impactando cerca de la flotación, abrieron vías de agua, que aunque discretas, obligaban a que los carpinteros se arriesgasen a hacer reparaciones en pleno combate. Nuestros tres galeones siguientes hicieron la maniobra y se enfrascaron en cañonear a los galeones a popa de eastindiaman, cuando le toco el turno al San Antonio, este al igual que nosotros, se concentró en el De Ryp. En cambio, los últimos buques de nuestra línea, dirigieron su fuego a los galjeonen holandeses a proa de su buque almirante.
- Vamos bien, Francisco. - Dijo Urquijo, cuando toda nuestra línea ya había terminado de dar su giro en las restringidas aguas del canal - He contado más de cien impactos en los buques rebeldes. Y solo un cañonazo de ellos mojó la banda del San Damián. Nada, ni un impacto directo en nuestros buques. En esta vuelta, los vamos a desarbolar.
- Nos vamos a tener que aproximar más, ¿no?
- Ah, Don Francisco, ¡sin riesgo no hay ganancia! – sonrió Marcial, fiel a su estilo incluso en los trances más apretados – vamos a ver si los angelotes son tan buenos como dicen.
- Los que hicimos en Minami Arima no tienen muelles, sólo abren sus barzos por la fuerza del impulso – respondí.
- Tendrá que ser suficiente – dijo Urquijo, y luego dirigiéndose a Alonso preguntó - ¿Todo listo, capitán?
- Todo listo, Almirante.
Nuevamente vimos como la fragata se pasaba tres cables de largo de la boya fondeada, y luego giraba siempre a favor del viento, el primer galeón enemigo lo cañoneó, pero erróneamente, utilizó palanquetas, que irremediablemente quedaron cortas, cuando se puso a tiro del segundo galeón holandés este disparó sus bolaños desde sus piezas de 24 y 15 libras y vimos que algunos disparos alcanzaban la obra muerta de la audaz Santa Apolonia, que en ese momento comenzó a disparar con inusitada rapidez, y el enemigo que tenia al frente comenzó a perder rápidamente los masteleros, las jarcias, y hasta algún palo macho. Luego de la descarga, se puso fuera de alcance de la artillería del eastindiaman. Era nuestro turno.
Urquijo iba a aprovechar las dos cubiertas de su nave, y mientras sus cañones de 18 de la cubierta superior disparaban angelotes y balas encadenadas, las piezas de a 24 se ensañaron con sus bolaños en la voluminosa obra muerta del navio hereje. Este también perdió varios masteleros, que al caer arrancaban jarcias. A cambio, el San Cosme tuvo varios impactos, que mataron a los sirvientes de un cañon grueso, desmontándolo, y a varios marineros de la cubierta superior. Mientras los artilleros cargaban sus piezas, Marcial se separó un cable de la línea holandesa, para aproximarse, con toda la artillería lista, al siguiente galeón que ya había sido desarbolado parcialmente por la Santa Apolonia.
¡Brumm, brumm, brumm! Se combatía a todo lo largo de la línea, pese a que nuestros buques más lentos y menos ágiles aún no alcanzaban a la boya. En eso vimos que el navío del almirante holandés, junto con sus dos galeones de proa hicieron un giro contra el viento en un intento de mostrarnos sus bandas no castigadas.
- ¡Mirad! – Marcial señaló al San Antonio – Nuño no ha virado.
- La corriente lo debe estar arrastrando – señalé.
- No, Francisco. En el primer giro lo hicieron bien. Ese portugués se va a colar entre el De Ryp y el galeón que lo sigue. Don Marcial, completar la virada en redondo.
- A la orden, almirante.
Mientras nosotros completábamos el giro, vimos que el San Antonio era castigado por los cañones del eastindiaman y del galeón contiguo, lo vimos perder masteleros y la cebadera, caer el macho de contramesana, y ser impactado varias veces en el maderamen del casco, pero apenas entró entre los barcos holandeses, sus cañones de ambas bandas dispararon con un fuego vivísimo.
- ¡Bravo por Don Nuño! – Exclamó Marcial con entusiasmo – es el momento de usar su invento, Don Francisco.
- Con bolaños o con balas de segmento, el lisboeta se ha colado bien – respondió Urquijo sin dejar de ver la batalla con su catalejo - Fijaos como esta castigando la proa del navío hereje.
- ¡Mirad, mirad. Dos voladores desde el San Antonio! – dije mirando el cielo - Verde y azul. Ataque exitoso, proseguir el ataque.
- Ese mensaje es para Contreras, ojalá lo entienda y siga sus aguas.
El que entendió y lo siguió fue su sobrino, Rui de Ataide, en la Santo Condestable. El lento galeón portugues pasó a proa del De Ryp y se situó justo en la banda que había sido castigada en nuestra pasada y lo cañoneó con todo lo que tenía. Desgraciadamente el navío holandés aún podía responder el fuego, y lo hizo, pues el buque luso recibió tanto daño como el que hizo.
Cuando los 4 galeones y la fragata bajo directo comando de Urquijo se aprestaban a pasar por tercera vez, vimos que el San Antonio ya combatía contra la línea de pinazas y la artillería de sus castillos, hacía estragos sobre las cubiertas más bajas de los buques holandeses. Contreras entendió la maniobra a su manera, pero en lugar de seguir contra la línea de pinazas, giraron en contra del viento y se enfrentaron dos contra uno contra el primer galeón neerlandés que encontraron. Los otros dos buques holandeses, los menos castigados de su línea, aprovechando el viento, salieron a intentar proteger al navío almirante, por lo que el cañoneo sobre el Santo Condestable fue mayor, tres contra uno, y todos superiores en poder de fuego y tamaño.
Por suerte, Urquijo ya había girado y penetraba por la brecha en la línea holandesa, Algorta leyó con claridad el panorama y siguió hacia segunda línea sin hacer caso a la primera, y cañoneo a los barcos enemigos desarbolándolos a larga distancia, porque los seker de a 15 no podían ofender a la fragata, en tanto los angelotes y balas encadenadas de buque español se ensañaban contra los palos de las pinazas calvinistas.
El San Cosme fue al rescate del Santo Condestable y los proyectiles de segmento disparados a menos de un cable de distancia, hicieron estragos en los dos galeones que hasta ese momento habían sido los menos golpeados. El Mártir Nicolás siguió la estela de Algorta y se enfrentó a sus antiguas hermanas, pinaza contra pinaza, pero con su superior artillería pese a su inferioridad numérica, llevó la mejor parte.
Los capitanes italianos, salieron a perseguir a los galeones herejes que nuevamente habían girado para ponerse a favor del viento, por lo que fue un combate parejo, entre las bordas menos impactadas de los cuatro buques involucrados. Y aunque los bolaños de a 24 de los holandeses hacían tanto daño como sus pares españoles, a bocajarro, las balas de segmento del Macasar y del Batavia dejaron un reguero de muerte en las naves neerlandesas, en cuyo interior ya se adivinaban algunos incendios, pues lenguas de fuego se asomaban por las portas.
Pasada la hora de la misericordia, el combate era un pandemonio, de dos formaciones perfectamente identificadas al principio de la mañana, ahora era una serie de combates individuales en donde nadie se daba cuartel, pues todos sabían la suerte de los que sobreviviesen a la batalla en el bando perdedor. El San Damián y el San Lorenzo habían abordado al galeón al que enfrentaron y los hombres del sargento Mejicano, duchos en el arte del combate entre guarniciones en la mar, ya se habían impuesto. Por lo que el buque con la insignia de Contreras vino de inmediato a ayudarnos.
El De Ryp después de 6 o 7 horas de combate, ofrecía un aspecto lamentable, múltiples incendios lo estaban devorando desde dentro, estaba haciendo aguas y aunque ya no respondía el fuego, por la altura de sus bordas y el peligro de explosión, no se intentó abordar. Pero el Santo Condestable también estaba muy castigado, de su arboladura, solo el trinquete estaba incólume, el palo mayor había perdido su mastelero y en el de mesana sólo la latina seguía cogiendo viento, pero respondiendo el fuego con los cañones que le quedaban, y su guarnición de voluntarios de Goa, disparando un fuego de mosquetes vivísimo, repelió todo intento de abordaje. Cuando el San Damián llegó para sumarse al combate, de los dos galeones que habían atacado al galeón lusitano, uno seguía siendo castigado por el San Cosme y aun respondía el fuego, pero cada vez con menos intensidad, en cambio el otro había roto el contacto, y renqueante, enrumbó hacia el norte, hacia Hirado.
En eso vimos hacia el este elevarse un volador. Era verde. El Macasar y el Batavia se habían impuesto. Pronto se elevó otro volador, también verde, esta vez desde el San Lorenzo. Habíamos roto el espinazo de la flota holandesa de las Indias Orientales, un eastindiaman grande y cuatro galeones destruídos o capturados. Y más hacia el norte, el capitán de Caires con los galeones San Antonio y Martir Nicolas seguía combatiendo a las pinazas, que cada vez más estaban más dispersas, tanto, que la Santa Apolonia perseguía una en su huida hacia el norte.
Pedí la autorización de ir con un trozo de abordaje al Santo Condestable. El panorama era aterrador, el galeón portugués había recibido un castigo durísimo, muerte y destrucción se veian por doquier, y las cubiertas estaban resbaladizas de tanta sangre derramada. Y lo peor, su gallardo y joven comandante yacía muerto, desangrado, en el alcázar de su nave. Apenas había oficiales sobrevivientes, un aspirante, casi un niño, el timonel y algunos voluntarios de Goa, acompañaban el cadáver de Rui de Ataide.
- O capitao morreu dando ordens.
- ¿Cuándo? – pregunté.
- Lutando contra três navíos inimigos – respondió el aspirante con orgullo – O primo Rui já estava lutando contra o almirante herege quando chegaram dois galeões.
- Fogo de falconete – agregó el piloto.
- ¿También eres sobrino de Don Nuño?
- Sim.
- ¿Cómo te llamas, hijo?
- Alfonso Coutinho.
- Limpia a tu primo y prepárate para contar la muerte de Don Rui a tu tío.
Volví al San Cosme y me preparé para abordar al De Ryp. Fui directamente a la cámara, y con el carpintero y el herrero del San Cosme, procedí a abrir y confiscar cuanto papel encotrase en el escritorio y caja fuerte de las habitaciones del almirante, Nicolaes Couckebacker se llamaba, y era también el jefe del asentamiento comercial neerlandés en Hirado; del capitán y los oficiales del navío. También confisqué la flamante media armadura de Couckebacker, y todos los vinos y quesos que había en la bodega de la cámara.
Pero al subir a la cubierta, me pude dar cuenta que si el Santo Condestable había sido castigado duramente, el De Ryp estaba peor, solo por su mole no se había ido al fondo todavía. Los angelotes no sólo habían rasgado velas, habían triturado las vergas y los masteleros. Y en el interior, los proyectiles de segmento habían dejado muertos por doquier, pues la sangre, las vísceras y los miembros cercenados, al igual que las barras de hierro se encontraban por todos lados, hasta en los techos. Apenas encontramos sobrevivientes, y uno que otro oficial. Podía suponer que al resto de los barcos holandeses el fuego de nuestros cañones los había dejado igual.
Ordené desmontar los mascarones de proa de todos los barcos capturados, al igual que la insignia de popa el buque almirante, sería un bonito regalo para el rey. Y también rescatamos todas las botellas del licor de enebro que pudimos encontrar. Ni Urquijo ni yo consideramos prudente hundir en el canal a los buques que no podrían ser parte de nuestro botín, porque aunque los cañones de hierro herejes eran notoriamente inferiores a los nuestros, serían una importante mejoría en el arsenal de las tropas de shogún, el De Ryp sería fondeado frente a Hirado, lejos de la costa. Encontré el cadáver del almirante calvinista, y le pedí a los hinin embarcados que lo desollasen, y cuando el pellejo estuvo separado, que decapitasen el cuerpo y conservasen la cabeza. Vi, por la cara que puso, que Urquijo me reprobaba esto, y sólo pude responderle “recordad José Mario que la traición se gestó tanto en Shimabara como en Hirado, uno es tan culpable como el otro, y los dos pagarán igual”. Antes de abandonar los buques holandeses, dimos misericordia a los heridos, que fueron descabellados con presteza y sus cadáveres lastrados y fondeados en el mismo canal que los vio combatir.

En la mañana del 19 de Julio, nos reunimos con los bergantines, que habían perseguido a los vliege boote hasta destruir a todos excepto a uno y al rápido jatch. Toda la escuadra de Urquijo pasó por el estrecho y se plantó en la desembocadura del rio Hiji, delante tanto del castillo de Hirado como del puesto comercial holandés. Vimos al galeón sobreviviente bastante malparado pero reparable, a dos pinazas, a un vliege boote también dañados, y al jatch que era el único que estaba sin mayores daños. De los buques capturados, sólo un galeón, el Trots van Maastricht se iba a conservar, a los otros tres, incluyendo al soberbio De Ryp se les colocó una mecha larga en la santabárbara, y ante la vista del daimio, sus guerreros y toda la población, explosionaron espectacularmente. Si alguna vez algún daimio tuvo dudas del poderío de las armas de Felipe IV, esta demostración sirvió para convencerlos de lo contrario.
Seguidamente, y a excepción del Santo Condestable, del cual dudábamos que pudiese hacer el viaje de retorno a Minami Arima, los buques formaron frente al asentamiento neerlandes y sin mayores preámbulos lo comenzaron a bombardear. Bolaños de a 24 y 18 se ensañaron contra las edificaciones, muros y almacenes, hasta que no quedó más que un montón de cimientos informes. Los incendios no se hicieron esperar, y hacia el final de la tarde, no quedaba nada de la presencia mercantil de las Provincias Unidas en Japón. Los buques herejes no hicieron el menor intento de responder el fuego o de ayudar en la defensa.
Por la noche, desembarcamos en la isla de Kuroko, a la entrada del puerto, no para fortificarla, sino para enterrar a nuestros muertos, a seis pies bajo tierra, todos bien identificados, con cruces de madera con sus nombres, y Rui de Ataide en un ataúd hecho con las maderas de su galeón. Las lindes del camposanto quedaron bien marcadas con una tapia de piedras.
A la mañana siguiente, nos tocaba una misión ingrata pero necesaria. Desembarcamos sin oposición en la playa al otro lado del castillo de Hirado, hicimos rápidamente un foso y un hornabeque y dejamos una guarnición. Pero eso no era lo íbamos a hacer en ese lado del puerto. Toda la mañana, los carpinteros, europeos y quirisitanes hicieron largos patíbulos capaces de colgar a diez o doce hombres a la vez. Y al almirante Urquijo no le tembló la mano al poner su firma en el documento:
“…En cumplimiento de las ordenanzas vigentes en las Yndias, y habiéndose comprobado el ataque a cañón contra buques de su Catholica Magestad por parte de buques enarbolando pabellón de las Provincias Unidas, estando nuestros países en tregua, se les condena por piratería y se procede a la ejecución conforme a ordenanzas de los prisioneros capturados en la acción del canal de Hirado…”
Repartimos entre los prisioneros vino y licor de enebro libremente,y para el que quisiese, también hubo infusión de caañamo. Antes de las seis de la tarde los más de doscientos prisioneros fueron ahorcados a la vera del camino que iba desde Hirado hasta el asentamiento holandés. Caída larga y muerte instantánea, era lo menos que podía hacer para marinos que habían luchado con valor.
Finalmente, abrimos una larga y profunda fosa común y enterramos a los herejes ejecutados. Una cruz y una bandera tricolor, marcarían el lugar en donde reposaban. Cegamos el foso y destruimos el hornabeque, pues ya nada nos retenía en la costa norte del río Hiji. Era hora de ajustar cuentas con el daimio Matsura y el castillo de Hirado.


