Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Domper
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Mensaje por Domper »

Es que últimamente ando un poco liado. Lo siento.

Saludos



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Chepicoro
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Crisis. El Visitante, tercera parte

Mensaje por Chepicoro »

Domper escribió:Es que últimamente ando un poco liado. Lo siento.

Saludos
Nada de sentirlo, es una estupenda historia, generalmente los what if que uno lee sobre la guerra dejan de lado la política o apenas la tratan tu en cambio le das su merecido lugar, se nota el manejo que tienes de las distintas personalidades alemanas del tercer Reich. De verdad felicidades y yo también me paso seguido por el hilo a leerte.


"La muerte tan segura de su victoria nos da la vida como ventaja"
Domper
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Mensaje por Domper »

Pues no tengo demasiado conocimiento de las interioridades nazis. Es un tema que me repele: todo lo que huele a campo me repugna, y me cuesta olvidar que detrás de los generales panzer iban los einsatzgruppen. Para cualquier escenario que pueda imaginar en el que a Alemania le vaya mejor resulta imprescindible la desaparición de los nazis.

Gracias por tu interés.



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Domper
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Mensaje por Domper »


Capítulo 7

El espíritu que se ha dejado envolver en una intriga, nunca se siente tan vivamente tocado, como al conocer de pronto la verdad de un secreto que lo cambia todo, y a todo confiere una faz imprevista.

Nicolas Boileau



El policía que no había muerto se acomodó en su despacho de la Central.

Cuando al acabar la anterior guerra se unió a la policía criminal, la Kripo, había pensado que su futuro estaría destinado a defender a los ciudadanos alemanes de los criminales. Y de facto, así era, pero de una manera jamás hubiese esperado. Todo comenzó cuando se le encomendó investigar la existencia de una red de espías soviéticos. Tarea extraña para la Kripo, pero al parecer el general Schellenberg, jefe de los servicios de inteligencia, desconfiaba de la Gestapo. Con razón, a la vista de la implicación en un intento de golpe de estado de Müller, que la mandaba. A raíz de esa investigación el policía había estrechado su relación con el general Schellenberg. Un vínculo que le había llevado a la muerte.

Gerard pensó en lo absurdo de la situación: un muerto dirigía una agencia que no existía. Entendía los motivos del general Schellenberg: temía que los servicios de inteligencia estuviesen infiltrados tanto por espías soviéticos como por conspiradores nazis, y no podía fiarse de los canales habituales. Pero también suponía que la afición del general por el juego doble le había llevado a crear una organización paralela, que cuando nació apenas incluía a Gerard y a un par de ayudantes, pero que había crecido hasta incluir a cientos de personas. Que un simple teniente coronel dirigiese semejante organización no era habitual en el Reich; pero tampoco lo era la forma con la que había llegado a su posición.

Aun recordaba aquel día en el que el general Schellenberg le había citado a él y a su superior, el coronel Nebe. Minutos antes de salir recibió una llamada telefónica en la que se le sugería que buscase algún pretexto pero que no acompañase al coronel, sino que se dirigiese directamente al hospital de Neukölln; como no era la primera vez que el general Schellenberg utilizaba esos métodos, pretextó una enfermedad de su hijo, y luego tomó un tranvía. Justo tras bajar le detuvo un hombre que le ordenó que le acompañase a un patio. Allí, sin previo aviso, otros dos hombres lo sujetaron y Gerard empezó a recibir golpes, hasta que alguien dijo que ya bastaba. Luego lo subieron a una ambulancia que lo trasladó hasta la clínica. Gerard, tras la paliza, estaba dolorido, pero no había perdido la consciencia; por eso reconoció a otro paciente quue también estaba llegando al hospital: el coronel Nebe, cuyo coche había sido embestido por un camión.

Los dos murieron. Nebe, de sus heridas. Gerard, solo en los papeles. Porque salió por detrás convertido en otra persona, con el encargo de seguir investigando, clandestinamente, las redes soviéticas en Berlín.



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reytuerto
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Mensaje por reytuerto »

Oh! estamos entrando en el "juego de espias"! Vamos, vamos! A paso de Sebastian Coe por favor! :guino:


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wilhelm
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Mensaje por wilhelm »

La elección del Von Lettow-Vorbeck me parece muy acertada, una persona de mucho prestigio, además fué el único al que se le realizó desfile de la victoria al final de la primera gurra mundial en Alemania ya que nunca fué derrotado en toda la guerra y consiguio victoria en África incluso tras la firma del fin de la guerra en europa cuando aún no habían llegado las noticias hasta allí.

Saludos.


Gaspacher
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Mensaje por Gaspacher »

Pues yo opino de forma diferente. Estamos hablando de alguien capaz de mandar a Hitler a freír espárragos...Von Lettow nunca aceptaría convertirse en una marioneta del triunvirato, ya sea como canciller o como Káiser. De hecho es muy poco probable que aceptase esa idea de la monarquía electiva, que por cierto todos sabemos como acabaron...


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por cornes »

Bueno, entra dentro de lo posible que Von Letow se sienta relativamente cercano a quienes han pasado por la piedra a la camarilla nazi.

Y tampoco es que fuera un activista antinazi, que Letow era conservador hasta la médula... en mi opinión simplemente los consideraba unos matones ignorantes y de modales barriobajeros.


Gaspacher
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Mensaje por Gaspacher »

Pero demuestra que tenía suficiente carácter como para mandarlos a donde amargan los pepinos...

y si tenía carácter para despreciar públicamente a los nazis lo tendría para negarse a convertirse en un florero de la camarilla, por mucha simpatía que pudiese sentir por esa camarilla (que no olvidemos está dando matarile a las voces discordantes, así que tampoco creo que los viese precisamente con buenos ojos).


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Mensaje por cornes »

Hombre, claro, carácter Von Letow tenía para medio Reich.

De florero ni de coña, que además en los años cuarenta estaba en forma... Ahora bien, que estuviese dispuesto a "prestar un servicio" para la estabilidad del Reich, hay que tener en cuenta que era "gente de orden", pues bueno, me lo puedo creer. Pero de mangonearlo que se olvidasen...

Mira si debía tener carácter que no tuvieron narices de darle un mando en toda la guerra... vamos pero que ni en el Volksturm..


Domper
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Mensaje por Domper »

Si revisáis la “constitución”, el sistema está tan equilibrado entre los diferentes poderes que el Káiser puede tener un papel bastante importante. Por otra parte, tan solo se ha liquidado a nazis recalcitrantes. No se le ha tocado ni un pelo a monárquicos, republicanos o lo que sea.

Respecto al carácter del personaje, completamente de acuerdo. Pero tal vez sea mejor que un pelele influenciable a saber por quién ¿no? En esta historia ya ha habido problemas con los devaneos tanto de Goering como de Brauchitsch. Por otra parte, que no estuviese dispuesto a actuar como un florero podría ser interesante tanto para Manstein como para Papen, para cortar las posibles ambiciones del mucho más peligroso Schellenberg.

No está de más recordar que Von Lettow perdió a dos hijos durante la guerra. Se oponía a Hitler y a los nazis, no al papel de Alemania.

Saludos



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Mensaje por Domper »


Había conseguido un éxito mayor de lo que esperaba, y con mucha paciencia había podido desentrañar la complicada trama que los rusos llevaban sembrando en Alemania desde hacía años. Para ello había necesitado cada vez más hombres, más dinero y más espacio. Finalmente había acabado por trasladarse a las afueras, a un bloque en cuya puerta un cartel decía “Oficina Central Demográfica del Reich”; por ello todos los que trabajaban allí apodaban “la Central” a la agencia. El letrero era tan anodino como feo el edificio. Pero un vigilante en la puerta pedía la documentación de todos los que acudían y los hacía pasar a una sala mientras se comprobaban sus credenciales; más de una visita de credibilidad dudosa acabó en los calabozos de los sótanos.

La misión oficial de la “Central” le daba acceso a los enormes archivos del Reich, que recogían una enorme cantidad de datos de prácticamente todos los alemanes; lo difícil era encontrar la aguja en medio de tanta paja. Por eso Gerard había destinado cada vez más agentes a hurgar en los legajos, para que rellenasen fichas perforadas con las que luego se alimentaban las máquinas calculadoras que traqueteaban en el sótano, junto a los calabozos. Más de una vez habían encontrado coincidencias que habían llevado a descubrir a los peligrosos agentes durmientes, alemanes aparentemente leales pero que esperaban la orden de Moscú para pasar a la acción.

Detectar a los espías era solo parte del trabajo. Desde un primer momento Gerard sabía que su misión no era apresarlos: para eso ya estaba la policía. Que esos agentes consiguiesen accesos a los secretos del Reich tampoco era demasiado importante: más valor que las respuestas eran las preguntas. Pues eran esas cuestiones las que informaban a Gerard de las preocupaciones de Moscú e, indirectamente, de sus intenciones. Por intentaba no desmantelar las redes: solo serviría para poner sobre aviso a sus enemigos, que crearían una nueva red sobre la que el policía no tendría ningún control. Gerard, al pensar en los rusos, los veía como enemigos. Aunque aparentemente estuviesen en paz e incluso mantuviesen una débil alianza, el policía sabía que se estaba librando una guerra en las sombras.

Que Gerard no desmantelase las redes no quería decir que no las utilizase. Había ordenado detener a varios de los agentes soviéticos, y los había convencido para que trabajasen para él; los pocos que intentaron ser fieles a sus ideales tuvieron una cita con el verdugo. Para el resto bastó una combinación de amenazas, halagos, y alguna que otra paliza. Con esos métodos, la Central había acabado por controlar a la mayor parte de los espías enemigos en Alemania. O eso creía hasta ahora. Pues en las últimas semanas los espías habían cambiado su comportamiento. Habían dejado de interesarse por los secretos técnicos del Reich para preocuparse por el despliegue del ejército alemán. Más amenazante, se había detectado la activación de varias células durmientes, que se estaban equipando con armas entradas mediante contrabando. Una de esas células tenía la orden de asesinar a Schellenberg.

Gerard sabía que si los rusos pasaban a la acción no sería por inquina personal contra su jefe. Schellenberg podía ser brillante o ingenioso, pero carecía del genio maléfico de Hitler o de la inteligencia y doblez de Goering. Igual que destruir una red de espías solo servía para que naciese otra, matar al general solo llevaría a que fuese sustituido por otro tal vez más capaz. A lo máximo que podían aspirar los asesinos era a causar algún desconcierto que solo duraría unas semanas, hasta que el sucesor tomase el control. Los rusos eran desalmados, pero no tontos. Si querían matar a Schellenberg era porque algo iba a ocurrir.



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Schellenberg se había tomado el aviso con ligereza, haciendo gala de esa frivolidad que el policía sabía que, en realidad, era solo fachada. El general le había respondido a Gerard que ya sabía que tenía muchos enemigos y que uno más no iba a quitarle el sueño; tan solo le pedía que le mantuviese informado de los movimientos de los conspiradores. Aun así, el policía había seguido insistiendo en que debían aumentarse las medidas de protección. Schellenberg le agradeció el empeño, pero le contestó que si no cambiaba sus costumbres sería más fácil atrapar a los traidores. Por ahora prefería actuar como el pescador que deja que el pez mordisquee el cebo, antes de dar el tirón que atrape a su presa.

Gerard persistió, aunque infructuosamente. La analogía del pescador no era la mejor: cuando se pesca un pez el cebo suele quedar bastante mal. Siendo el cebo uno de los pilares del Reich al policía le parecía que era jugar con fuego. Que la víctima no cambiase sus hábitos era mejor para la Central, pues los conspiradores no tendrían motivos para alarmarse. No era detalle sin importancia, pues el jefe de la célula soviética era un policía vendido a los bolcheviques, un zorro viejo que se sabía todos los trucos y que era muy difícil de vigilar. Pero Gerard dudaba sobre los motivos reales del general. Si Schellenberg se exponía, según pensaba el policía, era por su afición por las salidas nocturnas. Estadista de día y crápula nocturno, a Schellenberg le resultaba imposible vivir sin sus hábitos de casanova.

A Gerard, en realidad, poco le importaba que Schellenberg viviese o muriese: había ordenado asesinar a Nebe, su antiguo jefe, y le mantenía al policía en esa vida clandestina, alejado de su esposa y su hijo. Si el general prefería jugarse la vida con tal de disfrutar de los neones de los cabarets, allá él. Aunque luces solo vería en los interiores porque el oscurecimiento había apagado los alegres letreros berlineses; seguramente le interesaban más las cabareteras. Pero si la oposición quería la muerte de Schellenberg, él lucharía por defenderlo, porque los planes rusos no eran contra el general sino contra Alemania. Por tanto, no solo intensificó la vigilancia sobre Jansen y sus secuaces, sino que ordenó a varios de sus hombres que escoltasen discretamente a Schellenberg. Le gustase o no.



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Tras planificar la vigilancia, Gerard había vuelto a la carta que estaba escribiendo.

Todo se precipita, Nicole. Jansen no está solo. No ha sido fácil vigilarlo: es un profesional que ha practicado muchas vigilancias y sabe cómo descubrir a los que le siguen. He tenido que ser aun más precavido que con Johan. El traidor nunca es seguido, sino que solo es observado desde lejos, y los agentes se turnan cada pocos minutos. Como Jansen es un policía que está entrenado para reconocer facciones, no empleo berlineses, sino agentes que vienen de otras ciudades, que tras controlarlo durante unos minutos abandonan Berlín para no volver a participar en esta operación. Tomo las mayores precauciones: los vigilantes nunca miran a Jansen, nunca se le acercan, y si entra en un local o en el metro no le siguen, sino que se alerta a otros agentes apostados en otras estaciones que esperan la llegada del traidor. Esa ímproba labor solo ha sido posible gracias a muchas mujeres valientes como tú, que saben pasar inadvertidas mucho mejor que los bobalicones uniformados. Ni Jansen ha sospechado de ellas: es al mismo tiempo un agente muy capaz y uno de esos tontos que no sabe apreciar el valor y la inteligencia de las mujeres. Aun así, hemos perdido a Jansen tres de cada cuatro veces; pero prefiero darle libertad a que sepa que lo seguimos. Porque si lo detengo no conseguiré romperlo como he hecho con otros traidores: he revisado su historial y he visto que no nos ha traicionado ni por dinero ni por esas debilidades que tan bien saben explotar los espías. Al contrario, Jansen se cree un patriota, aunque desviado, y lo supongo capaz de morir antes que doblegarse.

Con mucho esfuerzo he conseguido saber que el traidor a veces visita una nave de las afueras de la ciudad. No me he atrevido a revisar el local, que con seguridad estará lleno de trampas. Como la nave está en desuso, y no hay consumo de electricidad ni recibe otras visitas, he pensado que Jansen la emplea para dar esquinazo a cualquier curioso que pudiese seguirle. He supuesto que el traidor debe estar usando algún pasaje subterráneo, pues los espías rusos, por listos que sean, aun no tienen el don de la invisibilidad. Pero, por desgracia, los planos de las conducciones subterráneas berlinesas no son completos. He podido descartar las alcantarillas tras enviar a unos poceros que no encontraron huellas de paseos nocturnos. Para asegurarme, hice que una de mis colaboradoras para que se cruzase con Jansen cuando volvía, y no notó olor a cloaca. No temas, Nicole, porque utilice mujeres como agentes: la mayoría son viejas matronas que no atraen una segunda mirada, aunque igual daría que fuesen hijas de Afrodita porque solo puedo pensar en ti.

Si Jansen no utiliza las cloacas han tenido que ser los conductos de la electricidad o del gas. Aprovechando la tapadera de la Agencia he tenido acceso a los archivos de las compañías, y he comprobado que existe un antiguo pasadizo que comunica la nave con un taller situado a unos cientos de metros. Tampoco he entrado ahí, sino que he establecido una discreta vigilancia a distancia. He situado a otras de mis agentes en la estación del U-Bahn más cercana, y he colocado equipos de observación en un par de apartamentos alejados, para que no quiten ojo de las calles. Nicole, no te imaginas lo útil que puede llegar a ser un buen anteojo. La gente tiene instintos animales y cree que solo pueden verle si ellos pueden hacerlo a su vez; pero con los telescopios se pueden fotografiar caras desde un kilómetro de distancia. Si la gente lo supiese, sería más cuidadosa con las cortinas. Tras confeccionar una lista de los visitantes del taller, ya solo ha sido cuestión de buscar en los archivos. Ese taller resulta ser un nido de ratas en el que se reúnen varios antiguos militantes del Partido Comunista. Tienen hasta una radio de la que he detectado sus emisiones, y también disponen de armas. Pues a un almacén cercano que ha alquilado otro traidor al que llamaré Juho, al que tampoco he tocado por ser demasiado cercano a Jansen, han llegado muebles enviados por Jens.

Si los traidores se reúnen y ya tienen las armas, es que queda poco tiempo. Pensarás que tal vez sea una falsa alarma y que la célula de Jansen va a seguir durmiendo pero ¿Por qué han dado a Jutta la orden de activar a Jansen? ¿Por qué han corrido el riesgo de acercarlo a Jens y sus envíos? Demasiado arriesgado. Cuando un espía contacta con otros sale a la luz y resulta más fácil atraparlo. Si Johan, que no es tonto, ha ordenado a Jansen que se exponga y se acerque a alijos peligrosos, es porque pretende que entre en acción, y pronto. Algo grave se acerca.
Nicole, temo que nuestro mundo se acabe.




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APVid
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Crisis. El Visitante, tercera parte

Mensaje por APVid »

Gaspacher escribió:Pero demuestra que tenía suficiente carácter como para mandarlos a donde amargan los pepinos...
No veo claro que aceptara o que el partido lo aceptara. Por otro lado tampoco lo veamos con mucha leyenda rosa, la guerra en Tanganika fue desastrosa para los nativos.

Otros candidatos:
-Schnee: se llegó a valorar esa posibilidad, tiene lazos con el partido y es administrador civil (quizás demasiado ensimismado con el colonialismo).
-Wilhelm Marx: antiguo canciller y candidato a presidente, centrista y con bastantes años (candidato temporal).
-Otto Braun: exiliado en Suiza, antiguo primer ministro de Prusia y candidato a presidente.
-Karl Jarres: antiguo candidato, vicencanciller y empresario.
-Goerdeler: si no lo has eliminado.
-Leuschner: igual.


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