La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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La Pugna Continuación de "El Visitante"

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Capítulo 3


De Globalpedia, la Enciclopedia Total.

Se conoce como los Cuatro Días de Julio a los sucesos desarrollados en Berlín, otras capitales europeas y en Palestina, los días 23 a 26 de Julio de 1941.

Los acontecimientos fueron desencadenados por dos atentados ocurridos en Palestina los días 23 de julio, en el que murieron varios delegados alemanes, y el del 26 de julio, en el que fueron asesinados el Statthalter de Alemania Hermann Goering y el Duce de Italia Benito Mussolini.

Como consecuencia de los atentados y de la muerte de los líderes alemán e italiano varias facciones lucharon por el poder en Berlín y en Roma…



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Diario de Von Hoesslin.


El día 26 de Julio fui testigo de excepción de los acontecimientos que llevaron al cambio del régimen del Reich. Durante la noche el general Schellenberg y el mariscal Von Manstein controlaron sin dificultad la capital: buena parte de sus posibles rivales habían caído durante la fracasada intentona de Kaltenbrunner. Aun así el siempre receloso Schellenberg inició la purga de posibles opositores, ordenando al coronel Nebe que enviase patrullas de policías que arrestaron a buen número de nazis.

Durante la madrugada se presentó en el Bendlerblock el ministro de exteriores Von Papen. Creo que el mariscal y el general pensaron que el cambio de régimen que buscaban no se podía emprender sin colaboración civil, por lo que llamaron al ministro y antiguo canciller, con el que mantenían buenas relaciones.

El mariscal informó a Von Papen sobre lo ocurrido y sobre las medidas que habían tomado. El ministro preguntó:

—¿Qué va a pasar ahora? Cuando Hitler fue asesinado Goering era el sucesor designado. Sin embargo, ahora no está prevista la sucesión.

El mariscal intentó tranquilizarlo—: Si no hay nada preparado supongo que tendremos que ser nosotros los que nos encarguemos.

Schellenberg intervino—. Además tenemos que resolver esta crisis cuanto antes. Seguimos en guerra y nuestros enemigos están deseando echarse sobre nosotros. Tenemos que establecer un gobierno fuerte sin perder un momento.

Entonces el general reparó en mi presencia y pidió que me retirase y que impidiese que nadie les espiase. Se quedaron solos el mariscal Von Manstein, el ministro Von Papen y el general Schellenberg. Yo me quedé en la antesala, pero tenía presentes las instrucciones que me había dado el mariscal Von Manstein. Me acerqué a una rejilla de ventilación, la retiré, y escuché lo que se decía en la sala, mientras tomaba notas apresuradas.

La conversación era informal. El mariscal ya me había dicho que los tres se conocían bastante desde que habían formado un comité el año anterior para planificar las operaciones militares y políticas contra Inglaterra. Pero también recordé que me había prevenido contra la afabilidad del general Schellenberg. En esa y en posteriores ocasiones tuve la ocasión de escuchar al general cuando pensaba que nadie le escuchaba. Sigo sin poder comprender por completo su compleja personalidad, ni siquiera cuando afloraba, que era pocas veces: Schellenberg hubiese sido un excelente actor de teatro o un magnífico jugador de póker. Viendo su expresión o escuchando sus palabras uno nunca podía saber lo que realmente estaba pasando por su cabeza. No tengo dudas sobre su enorme ambición, pero creo que la combinaba con un genuino amor por la Patria. Podía ser implacable, pero no soportaba la muerte inútil de inocentes. Pero yo creo que su principal cualidad era su inteligencia y el dominio que tenía sobre sí mismo. Nunca abandonaba la realidad, y sabía controlar su ambición. Pero esa noche aun no sabía todo esto.

El general Schellenberg seguía diciendo que pensaba que se necesitaba un gobierno fuerte para Alemania, y que debía constituirse sin pérdida de tiempo. El mariscal, como buen militar, entendía la importancia de una dirección férrea. El ministro no estaba de acuerdo.

—¿No hay otras posibilidades? Podríamos mantener una dirección colegiada…

El general lo interrumpió, riendo—. Querrás decir un triunvirato ¿Quién piensa hacer de César, y quien de Pompeyo? O tal vez un consulado ¿Quién será Primer Cónsul?



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Aun así Von Papen siguió insistiendo en que se necesitaba algún tipo de jefatura del Estado. Finalmente decidieron que Alemania no podía permitirse otro dictador: Hitler y Goering habían sido personas muy capaces, pero habían permitido hechos abominables. Que dos personas excepcionales hubiesen sido llevadas a la misma espiral de crímenes y depravación que estaba sufriendo la URSS bajo Stalin mostraba que el problema no estaba tanto en la persona como en el cargo: el poder omnímodo podía llevar a la degradación total. Von Manstein, Schellenberg y Von Papen decidieron mantener una dirección colegiada, formando un comité secreto que retendría el poder en sus manos. Pero un acuerdo de ese tipo traía evocaciones de guerra civil. Era necesario nombrar una cabeza, elegir al que sería nuevo director de Alemania. El mariscal abordó la cuestión, proponiendo a Schellenberg la primacía.

—¿Quieres ser el nuevo canciller?

Supuse que el general se apresuraría a aceptar la oferta. Ya sabía que Schellenberg era muy ambicioso. Pero entonces pude atisbar la inteligencia con la que dominaba sus pasiones.

—No estoy capacitado. No me atrevo a ser canciller: me conozco lo suficiente como para saber que tendría la tentación de apartaros y convertirme en un nuevo Statthalter. Yo creo que no me dejaría arrastrar por las repugnantes ideas de gente como Rosenberg pero, de verdad, temo lo que pueda hacer un dictador en su torre de marfil, aunque fuese yo. Sé que si consigo el poder absoluto acabaré siendo perjudicial para la Patria. Además soy demasiado joven y mi ascenso levantaría ampollas. Tampoco olvidéis que tengo muchos enemigos en el partido que siguen creyendo que traicioné a Himmler.

El mariscal le dio la razón—. Walter, sé que estás más que capacitado para el puesto, y controlando los servicios de inteligencia tienes mucho poder. Pero entiendo lo que dices del partido. Va a ser necesario hacer una buena limpieza en él.

—Sabes que me estoy encargando de eso —dijo malignamente Schellenberg.

Von Papen no entendió lo que quería decir el general y preguntó a qué se refería. Schellenberg le respondió:

—Franz, tú y yo ya habíamos hablado de esto. Una cosa es el nacionalismo y la defensa de la cultura germana. Alemania, el pueblo alemán, merece liderar Europa, y lucharé hasta el final por ello. También creo que la cultura germánica debe evitar ser contaminada por ideas extrañas. Pero también veo a lo que nos está llevando el nacional socialismo. Es como un tigre excitado por el olor de la sangre. Primero acabará con los judíos y los gitanos, luego con los eslavos ¿y después? ¿seguirá matando hasta que no quede nadie? ¿habrá que acabar con los que no sean rubios con ojos azules? —Schellenberg era moreno—. Voy a cortar por lo sano. He ordenado al coronel Nebe que detenga a ciertas personas —y mostró una lista.

El mariscal y el ministro la estudiaron, frunciendo el ceño. Von Manstein preguntó— ¿Es necesario?

—Es imprescindible —repuso Schellenberg.

Von Papen se mostró de acuerdo—. Yo también pienso así. Si no limpiamos el partido estaremos igual dentro de cuatro días.

El mariscal prefirió dejar lo de las detenciones para luego, y volvió a la cuestión de la jefatura.

—Ya hablaremos de eso. Ahora lo principal es decidir quién va a mandar. Walter, para mí serías la persona idónea, pero también creo que eres demasiado joven. Franz —dijo refiriéndose a Von Papen—, tú tampoco puedes ser. Te significaste demasiado en los últimos años de la República de Weimar y la gente te vería como un retorno a los malos años. Además creo que si Alemania necesita un gobierno fuerte el nuevo líder de Alemania tendrá que ser un militar.

Schellenberg preguntó con tono desconfiado— ¿Quieres ser tú?

—No, Walter. Yo tampoco soy buen candidato: aunque goce de la máxima graduación militar tengo muy poca antigüedad. No me imagino a algunos mariscales obedeciendo al que tuvieron como coronel. Alemania necesita que ostente la jefatura del estado algún militar antiguo y prestigioso.

—¿Has pensado en alguien? —dijo Von Papen.

—El mariscal Von Brauchitsch.

—¿Cómo? —dijeron los dos.

—No negaréis que prestigio tiene, y mucho. Además desde que Goering lo apartó para nombrar a Beck tampoco tiene demasiado afecto a los nazis.

—Ahora que lo pienso —dijo Schellenberg—, he oído que Von Brauchitsch tiene una cualidad realmente interesante: está muy enfermo. Me han dicho que tiene una angina de pecho y que estos últimos meses ha tenido dos ataques al corazón.

Von Papen no preguntó al general sobre sus fuentes, y siguió—. Es decir, que se trata de un militar prestigioso pero enfermo, que se dejará manejar. Si estáis seguros de que no le va a apetecer gobernar…

—No sé si se dejará manejar o no, pero más le vale —repuso Schellenberg—. Recuerdo que el mariscal ha necesitado alguna vez auxilio económico, y por algún sitio estarán las facturas. Si aun así no se deja aconsejar le podríamos recordar que ser dirigente de Alemania está resultando muy malo para la salud. Podría sufrir un agravamiento repentino.



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Mensaje por APVid »

Vaya sorpresa.

Al menos a von Papen como vicecanciller para asegurar el aparato civil.

Domper escribió: Von Brauchitsch

Eso no hace que dentro de poco deban pensar en un sustituto de este, porque no es lo mismo la LTR donde estaba retirado que la tensión de tal cargo.


¿Y le va a parecer bien al resto de mariscales? Sobre todo a los del mismo rango, antigüedad y con mando sobre tropas (y algunos conspiradores).
Quizás sería necesario contentarles con cosas (por ejemplo el rango que se inventaron para el Gordo).


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Mensaje por Domper »

Para todo eso tan vez haya que esperar. Pero la ventaja de elegir a Von Brauchitsch es que ya tenía un puesto preeminente, por lo que es de suponer que los demás mariscales se estarían tranquilos. Pero ten en cuenta que sigue siendo el día siguiente al asesinato de Goering, y que de todo esto no ha salido todavía ni una palabra al exterior. Ni Von Brauchitsch lo sabe.

Por otra parte, en la LTR el mariscal no estaba retirado, sino que estaba al mando de la invasión de la URSS. Cierto es lo de la mala salud pero ¿de verdad será una desventaja para Schellenberg & Cia?

Saludos



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Mensaje por APVid »

Lo retiraron a final de año, por lo que se pasó el resto de la guerra en calma, pero en noviembre tuvo otro ataque, si le mantienen en un cargo exigente puede caer antes de lo que pasó en la LTR.


Entre los mariscales había ciertas corrientes de amistades y enemistades. El problema con Brauchitsch es que es amigo de Keitel (este se lo recomendó a Hitler para el puesto de jefe del OKH), lo cuál es un contratiempo en la nueva orgánica donde la OKW debería funcionar mejor y sin Keitel al que habría que echar fuera (aunque es mariscal).
No hay que olvidar que Brauchitsch el año pasado había intentado desterrar a Manstein cuando la campaña de Francia.

Podría haber una reacción de los más pronazis como Reichenau (aunque a ese no lo quería nadie) o los más antinazis como Leeb.
Y luego está Rundstedt, es mucho más antiguo en origen que él, al que habrá que contentar salvo que queramos que nos de plantón (¿el puesto de jefe del OKH?, aunque afirmaba que era muy viejo).


Domper
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Mensaje por Domper »

El problema es que la jefatura del estado es un problema se mire como se mire ¿Sería mejor una restauración monárquica con el Konprinz? Conllevaría problemas aun peores,

Por otra parte, para contentar a los mariscales estaba la receta de Hitler: dinero, mucho dinero.

Saludoss



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Mensaje por APVid »

Creó que será entoncés Brauchitsch como solución temporal si se le puede controlar por la misma razón que lo nombró Hitler jefe del OKH, la menos mala de todas.

Pero una purga es necesaria tanto para quitar del medio a los pronazis como para quitar a los incompetentes. En la lista para el retiro: Jodl, Keitel, Reichenau,...


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Mensaje por Gaspacher »

No tengo tan claro que el resto de mariscales permitiesen la formación de un triunvirato de forma tan rápida y sin resistencia, pues el lugar que ocupan en esos momentos en la jerarquía gubernamental no es decisiva.

Tal vez en un primer momento estos tres deberían transigir con una junta de Defensa nacional a semejanza de la que goberno la España nacional en los primeros meses de la guerra. Podía ser presidida por el militar más antiguo, y ya en ella ciertamente estos tres podrían descollar en poco tiempo gracias al control del gobierno civil, producción bélica, exteriores, y sobre todo inteligencia...


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Mensaje por Domper »

Tened en cuenta que, en esta historia, la posición de Von Manstein y de Schellenberg ante una “Junta de Defensa Nacional” puede ser, como poco, delicada:

¬– Acabarían perdiendo el poder con total seguridad. Si Franco se hizo con el poder en Salamanca era por combinar la fuerza militar del Ejército de África con importantes victorias, de las que Mola no podía presumir.

– Si les daba por investigar el atentado de Jerusalén podrían salir a la luz detalles bastante comprometedores.

La única posibilidad que tienen es segur aferrándose al poder. De ahí la elección de Von Brauchitsch, que puede ser manejable, y que al menos puede aportar el prestigio y la antigüedad. Solo Von Runstedt, Von Leeb o Von Bock, eran más antiguos en el ejército, pero todos tenían la misma antigüedad como mariscales, y Von Brauchitsch era jefe del ejército, por lo que (creo) encabezaba la lista.

Saludos



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Mensaje por Domper »


Todos rieron la ocurrencia de Schellenberg, aunque sabiendo que lo decía completamente en serio.

—Bueno, creo que estamos de acuerdo —siguió el general—. Le ofrecemos a Von Brauchitsch el cargo de… ¿Canciller os parece bien? Pero solo como una figura decorativa, que nos deje hacer a nosotros. Podríamos ir Erich y yo dentro de un par de días, cuando las cosas se aquieten un poco. Si acepta, bien, si no, pensaremos en algún otro. También estamos de acuerdo en que nosotros nos vamos a repartir el poder ¿No es así?

—En principio, de acuerdo —dijo el mariscal—. Pero tengo una objeción respecto a la división ¿Significa que cada uno de nosotros tendrá un área en la que los demás no tendrán nada que decir?

—Es lo lógico ¿no? —dijo el ministro Von Papen.

—No, no es lógico. Ya he visto esa forma de trabajar en el mar —respondió Von Manstein—. La Luftwaffe y la Kriegsmarine hacen cada una la guerra por su cuenta y es Alemania la perjudicada. Si hacemos lo mismo correremos hacia la derrota. Yo recomendaría algo más flexible. Propongo que cada uno tengamos un sector en el que influyamos, pero deberá escuchar a los otros dos, y las decisiones importantes deberán tomarse por consenso ¿Os parece bien? Además necesitaremos colaboradores. Por ejemplo, no creo que ninguno de los tres sepamos mucho de submarinos o de propaganda.

Los otros dos aceptaron la propuesta. Luego se repartieron las áreas de influencia.

Schellenberg dijo—. Yo creo que las áreas básicas ya las sabemos. Eric —dijo dirigiéndose al mariscal— supongo que podrás encargarte del ejército y, por extensión, de las fuerzas armadas, aunque necesitarás aviadores y marinos para que te ayuden.

—Espero que sí. Aunque no sé si mis colegas mariscales, que son más antiguos que yo, aceptarán mansamente mi dirección.

Von Papen sugirió—: Puede ser un problema, porque necesitamos controlar a las fuerzas armadas ¿Propones a algún otro?

Schellenberg le interrumpió—. Ni se te ocurra pensar en eso si aprecias tu piel. Si encumbramos a algún otro mariscal que aúne buena salud e iniciativa, qué sé yo, a Von Rundstedt ¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que nos arrincone? Con todos los amigos que nos estamos haciendo, en cuanto perdamos el poder estaremos perdidos.

—¿Qué sugieres? —preguntó Von Manstein.

—Creo que habrá que investigar caso por caso, pero me parece que tus compañeros mariscales no hacen ascos ni a los honores ni al dinero. A los más antiguos podríamos ofrecerles un honroso retiro, bien aderezado de Reichsmarks y de medallas, y para que el trago sea más suave, alguna sinecura muy bien retribuida. Nombrarlos directores de la industria militar del Reich, para que Krupp y sus amigos les vayan con regalitos. Los mariscales más modernos podrían seguir en sus puestos, bien untados y con promesas de futuros premios. Si algunos sale díscolos, ya miraré qué se puede hacer. Les pondré la policía detrás para que noten su aliento en la espalda. Si con eso no basta, convendrá que sean cuidadosos cuando paseen. Tal vez los atropelle un tranvía.

—Walther, espero que esto último solo sea una broma —dijo Von Manstein—. Pero secundo todo lo demás que has dicho. Incluso lo de la policía, aunque no me guste vigilar a un compañero, no estaría mal ir preparando algún expediente sobre ellos…

—No hará falta ¿Crees que el gordo no los vigilaba? Adivina quién era el encargado. Eric, en los armarios de tus amigos hay más de un muerto. Por tanto, creo que podrás controlar el Ejército, pero no dudes en pedirme ayuda si crees necesitarla, que la tendrás. Sigamos: hemos Eric se queda con el ejército. Tú, Franz —dijo a Von Papen— eres un as en Asuntos Exteriores. Yo me quedaré con Inteligencia ¿Y el resto?

—¿Qué opinas tú? —preguntó el ministro al mariscal.

—No soy muy ducho en política —dijo Von Manstein—. Si yo controlo las Fuerzas Armadas, como ha dicho Walter, os dejaría el resto a vosotros, aunque me gustaría tener alguna influencia en Armamentos. A Walter Inteligencia se le queda corto, y podría llevar muy bien Interior. Tú además de Exteriores podrías encargarte también de las regiones ocupadas, Cultura, Educación y demás. Nombra a quien quieras que te ayude, pero tú serás quien decidas.

—¿Y Justicia? —preguntó Von Papen.

Schellenberg pensó un poco y repuso— Bueno, te quedas también con Justicia, pero yo con Economía y Armamentos.

—¿No es demasiado? —dijo Von Papen.

—Si te parece tú podrías encargarte también de Propaganda —le respondió Schellenberg al ministro—. De todas formas Economía tampoco es mi campo, pero creo que tengo a la persona idónea para ello.

—¿Quién? —preguntó Von Manstein.

—Speer, el antiguo arquitecto de Hitler. Todt lo arrinconó, pero ha hecho conmigo un trabajo excelente. Yo creo que dirigir la economía del Reich es un trabajo a tiempo completo, que necesita tanta dedicación como dirigir las fuerzas armadas o la política exterior, y creo que Speer es la persona adecuada para hacerlo. Os propongo convertirlo en un superministro, que no dependa directamente de ninguno de los tres, pero que tampoco pueda fiscalizarnos a nosotros. Como una especie de ministro con cartera, con voz pero sin voto ¿Os parece?



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Mensaje por APVid »

Domper escribió:¿Canciller os parece bien?

¿Canciller o Presidente del Reich?

Domper escribió:creo que Speer es la persona adecuada para hacerlo

Manteniendo a Hjalmar Schacht y a von Krosigk como ministros en papeles subordinados a él.

Domper escribió: Si algunos sale díscolos

Keitel sería el más peligroso por su posición, pero el resto lo ven como un pelota.

Creó el resto serían sobornables (Kluge), contentables con la promesa de eliminar el nacismo (von Leeb), estarían agradecidos (Kesselring que acaba de salvar el cuello si además le reponen en su cargo), o no se moverían (Bock).
Si además se asciende a Rommel y a Manstein a mariscales tendrían un mayor control de las fuerzas armadas.


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Mensaje por Gaspacher »

Pero como aceptaran eso los demás poderes del estado? Ninguno de esos tres controla el partido nazi, ni el gobierno civil, la economía, ni tan siquiera el ejército y mucho menos la marina o la Luftwaffe.


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Tras repartirse el poder Schellenberg presentó otro tema.

—Ya que me habéis encomendado Interior tengo el primer problema. El Partido Nazi ¿qué hacemos con él?

—Yo voto por disolverlo —dijo Von Manstein—. Fueron esas ideas podridas las que llevaron a los crímenes de Palestina.

—Pienso lo mismo —dijo Von Papen, que nunca había apreciado a los nazis.

—Pues yo creo que tenéis que meditar un poco lo que decís —intervino Schellenberg—. He sido nazi y he visto hasta donde puede llegar una ideología pervertida. Pero no hará falta que os recuerde lo inestable de nuestra posición. No podemos enfrentarnos con la mitad del ejército y, de paso, con el partido, que es demasiado popular. Los nazis tienen demasiado poder, ya que llevan un lustro contaminando el alma de nuestros jóvenes. Dominan los ministerios, las ciudades, están infiltrados en el ejército. Por desgracia, necesitamos al Partido. Sin embargo, no puede seguir como hasta ahora. Creo que tenemos que mantener el NSDAP, pero limitando su poder.

—Se me ocurre una idea —dijo Von Papen— ¿No podríamos hacer algo parecido a lo que ha hecho Franco, el dictador español, con su partido, la Falange? Podríamos convertir al Partido en algo institucional, integrado en el Estado, casi como una especie de funcionariado, o tal vez algo meritorio, del tipo de la Legión de Honor francesa. Con retórica rimbombante pero sin poder real. Un cero a la izquierda, eso sí, con mucha pompa, uniformes fastuosos, exhibiciones fascinantes, desfiles, etcétera.

—No me parece mal —repuso Schellenberg. Voy a tener que buscar a algún ideólogo que justifique todo eso, porque yo no me veo escribiendo un tratado de filosofía política, y no creo que Rosenberg nos vaya a ayudar.

Los tres rieron la broma, pero Schellenberg volvió a ponerse serio—. Me parece bien que descafeinemos al Partido. Pero los nazis no son un grupo de boy scouts. Ya sabéis que están haciendo barbaridades ¿alguno habéis estado en Dachau? Eric, tú ya has visto lo que está pasando en Palestina, y lo que estaba preparando el gordo para Rusia ¿Qué hacemos con eso?

—Punto final, desde luego —dijo Von Manstein—. Ni invasión de Rusia, ni limpieza racial, ni zarandajas.

—Eso desde luego —dijo Schellenberg—. Pero ¿qué pasa con lo que ya han hecho? No lo podremos tapar por siempre. Podemos hacer dos cosas. Cerrar campos como Dachau, liquidar a los testigos y echar tierra al asunto, o hacerlo todo públicamente.

—Ninguna solución será buena —dijo Von Papen—. Aunque me atraiga la idea de liquidar a los asesinos sin contemplaciones, antes o después algo se filtrará. Pero un juicio público será aun peor. El prestigio de Alemania sufrirá enormemente, y hasta podríamos quedarnos sin aliados

—¿Y algo intermedio? —preguntó el mariscal—. Tenemos a los nazis que atrapamos anteayer. Los acusamos de matar a Goering, de conspirar con el enemigo, o de algún otro crimen nefando como de meterse el dedo en la nariz o hurgarse los dientes con un palillo. Organizamos un juicio público similar a los de Stalin en Moscú, y los condenamos. A Kaltenbrunner —el mariscal aun no sabía que ya no estaba al alcance de la justicia humana—, Rosenberg y a algún otro habrá que ejecutarlos, pero a los demás podríamos ofrecerles un acuerdo: si colaboran y testifican lo que queramos podrán salir del apuro con penas suaves.

—Eso no resuelve el problema de Dachau —dijo Schellenberg.

—Espera, que todavía no he terminado. Usamos el juicio público como pantalla, pero mientras purgamos el partido y la administración de indeseables. A muchos habrá que hacerlos desaparecer, ya me entendéis —los otros dos asintieron—. Al resto los mandaremos a su casa pero con la amenaza de un tiro en la nuca y un agujero en el bosque si se les ocurre estornudar. Lo mejor es que así todo el mundo creerá que se trata de una lucha por el poder, y podremos quitarnos de encima asuntos como los de Dachau o Palestina sin demasiado escándalo.

—Muy bien —asintió Von Papen.

—Por mí, perfecto —dijo Schellenberg—. Eric, ya que estamos de acuerdo le podrías decir tu ayudante, el que nos está espiando desde la antesala, que levante acta y nos entregue una copia a cada uno. Destruyendo el original, desde luego ¿Lo ha escuchado, teniente Von Hoesslin?

Por poco doy un taconazo y digo “a sus órdenes” mientras enrojecía hasta las raíces del pelo. Por suerte el mariscal se lo tomó a broma, abrió la puerta y me ordenó entrar. Comprendí que en lo sucesivo iba a tener acceso a los más profundos secretos del Reich.



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Sebastian Haffner. “El nacimiento de Europa”. Op.cit.

El Juicio de Berlín, también conocido como Proceso de los Catorce, y denominado oficialmente “Proceso del bloque Capitalista – Heydrichista”, se celebró en Berlín entre el 5 y el 17 de Agosto de 1941 y fue el punto culminante de la Tercera Purga del NSDAP, el Partido Nacional-Socialista Alemán. Se concibió como un juicio espectáculo contra prominentes militares y de militantes nazis.

El tribunal estuvo presidido por Thomas Dehler, actuando como fiscal Max Fechner. Los principales acusados fueron los mariscales Ludwig Beck, Werner von Blomberg y Wilhelm Keitel, el almirante Wilhelm Canaris, el ideólogo nazi Alfred Rosenberg, el ministro del Interior Wilhelm Frick, el gobernador general de los territorios del Este Hans Frank, los responsables del programa de trabajo Robert Ley y Fritz Sauckel, el antiguo jefe de prensa Julius Streitcher, el líder de las juventudes hitlerianas Baldur von Schirach, el ministro de propaganda Hans Fritzsche, el de justicia Otto Thierack, y el de armamentos Fritz Todt. No se incluyó en la lista de acusados a Ernst Kaltenbrunner, cabeza del intento de golpe de estado del 23 de Julio, que había desaparecido en la prisión de Plötzensee.

Fueron acusados de planificar el asesinato del Statthalter Goering, de alta traición, espionaje y terrorismo. Sin embargo parece demostrado que ninguno de ellos tenía relación con el asesinato de Goering, siendo el motivo oculto de la acusación el haber apoyado la intentona golpista de Kaltenbrunner, o la discrepancia real o posible con la nueva cúpula alemana. La inclusión del mariscal Keitel entre los acusados, que había sido un estrecho colaborador de Hitler, parece que fue una advertencia al ejército respecto a la implacabilidad de los nuevos dirigentes de Alemania.

Aunque el proceso fuese conocido como “el de los catorce” el número real de acusados fue muy superior, cifrándose en unos 2.500 el número de procesados. La mayor parte de las condenas se emitieron tras procesos secretos en los que los acusados no tuvieron posibilidad de defensa. Aunque oficialmente solo se emitieron cinco penas de muerte, se cree que el número real de ejecuciones superó las trescientas. El resto fue condenado a duras penas de cárcel, aunque la mayoría fueron amnistiados en los meses siguientes aunque con la prohibición de participar en el ejército o en la administración.

Se ha sugerido que uno de los motivos reales los procesos pudo haber sido la intención de ocultar los crímenes cometidos durante la deportación de determinados grupos raciales en la antigua Polonia y en Palestina, o en campos de concentración como el del Dachau, cerca de Múnich. Sin embargo no es sino una especulación sin pruebas documentales.

Las actas del Juicio de Berlín no podrán ser consultadas por el público hasta el año 2.041, según la ley de los cien años.



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