La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Gerhard Koop y Klaus-Peter Schmolke. Deutsch Flugzeugträger Kriegsführung Vorherrschaft. Bernard & Graefe Verlag. Bonn, 1997.

Tras los daños sufridos por el acorazado Scharnhorst en el combate de Malpica el almirante Marschall ordenó que se emprendiesen estudios para reanudar la construcción de portaaviones para la Kriegsmarine. En ese momento la decisión pareció imprudente, ya que hasta el momento habían sido hundidos varios portaaviones británicos sin que estos hubiesen podido dañar a sus enemigos. Sin embargo, el papel que el Archer tuvo en el combate de San Vicente, y sobre todo el hundimiento del Scharnhorst y los daños sufridos por los acorazados Littorio y Vittorio Veneto en el combate de Larache, mostraron incluso a los más acérrimos partidarios de los acorazados que la hora de los blindados había pasado. Los acorazados Littorio y Vittorio Veneto se habían salvado debido a los repetidos ataques aéreos de las aviaciones española y alemana contra la Fuerza H de Somerville, pero el almirante Marschall comprendió que de haber contado los británicos con más y mejores aviones de caza, hubiesen logrado un nuevo Trafalgar contra la flota mandada por el almirante Iachino.

La construcción de portaaviones y no de acorazados tenía otras ventajas que Marschall ya había apreciado. Por una parte, aunque los portaaviones eran barcos grandes, aun no tenían la complejidad que alcanzarían en la posguerra, y podían ser construidos en plazos más cortos que un acorazado al no ser preciso fabricar grandes cañones ni espesas placas de blindaje. Por otra parte, para modernizar un portaaviones bastaba con sustituir su ala embarcada, y la Luftwaffe estaba a la cabeza del desarrollo aeronáutico.

Dada la inexperiencia de la Kiregsmarine con la aviación embarcada el Grossadmiral acudió a Japón, que tenía dos décadas de experiencia en operaciones aeronavales. Aunque las relaciones entre Alemania y Japón eran tensas desde la guerra entre Francia y Tailandia, la Kriegsmarine y la Marina Imperial Japonesa mantenían vínculos cordiales que incluían el intercambio de equipos técnicos. La marina japonesa estaba muy interesada en la tecnología submarina alemana, y Marschall cedió dos submarinos a los japoneses a cambio de los planos de sus últimos portaaviones y de asistencia técnica para su construcción. Un equipo de ingenieros japoneses liderado por el capitán Kobayashi llegó a Alemania en agosto y asesoró a sus colegas alemanes respecto a las modificaciones del portaaviones Graf Zeppelin.

El Graf Zeppelin era un proyecto de la preguerra, desarrollado sin asistencia extranjera por insistencia del almirante Raeder, y algunas de las decisiones tomadas por los diseñadores se habían revelado erróneas. Siguiendo las recomendaciones de Kobayashi se instaló un sistema de frenado de aviones de cuatro cables similar al japonés, y se retiró la compleja catapulta con carritos de lanzamiento. Hubiese debido ser sustituida por una convencional, pero Kobayashi indicó que en los portaaviones japoneses la catapulta raramente se utilizaba, ya que los aviones despegaban por sus propios medios. Para acortar los plazos se decidió prescindir de ella e instalarla posteriormente. También se desmontó la batería de cañones de 15 cm, instalando en su lugar cañones antiaéreos adicionales y radiotelémetros similares a los que disponía el Tirpitz.

El Graf Zeppelin fue entregado a la Kriegsmarine en diciembre de 1941 e hizo sus pruebas de mar en el mar Báltico. En febrero de 1942 el portaaviones empezó a operar con aviones: la marina había encargado a Arado la producción de un centenar de Ar 96DM, una versión especializada del famoso avión de entrenamiento, que tenía tren de aterrizaje, estructura reforzada, tratamiento anti corrosión y gancho de apontaje. Con ellos se había formado la escuadrilla Wagner, que se había estado preparando en una pista simulada en Stralsund. Aunque cuando empezó a operar desde el Graf Zeppelin se produjeron varios accidentes graves que costaron la vida de cuatro pilotos, en abril de 1942 treinta y dos pilotos fueron calificados para operar desde portaaviones.

Simultáneamente la Luftwaffe había encargado dos centenares de bombarderos en picado Ju 87 EM, especializados en operaciones navales, que podían llevar bombas y torpedos. Como aviones de caza se encargaron dos modelos: el Me 109 HM, que era un Me 109 G con ala de mayor envergadura y equipo naval, y el Fw 190 BM, derivado del Fw 190 A que también llevaba alas de mayor envergadura. Las pruebas mostraron que el Focke Wulf no solo era superior en combate aéreo, sino más fácil de operar desde las pequeñas cubiertas de los portaaviones, y fue el aparato seleccionado.

Sin embargo el Graf Zeppelin fue gravemente dañado por una mina magnética en Kiel poco antes de iniciar las operaciones con sus nuevos aviones. La mina, de una tonelada, abrió una gran brecha en el casco, y fue preciso embarrancar el buque para evitar su hundimiento. La inspección mostró que la quilla del buque había sufrido serios daños durante la embarrancada, y aunque el portaaviones fue reparado su velocidad quedó limitada a 21 nudos, quedando relegado al adiestramiento.



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Mensaje por cesar »

Parece que les ha mirado un tuerto con lo de las minas, desde luego... :asombro3:

Ahora bien, eso de los portaaviones me parece estupendo, pero quizá dedicar un poquito de atención al tema antisubmarino no estaría de más... digo porque si salen a barco perdido por salida, a ese ritmo no aguantan tres meses ni aunque tuvieran los astilleros de EEUU sacando barcos como churros.


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Mensaje por Domper »

Capítulo 47

Enrique Manera Bassa. El buque en la Armada Española. Op. cit.

El desastroso estado de la Armada y la entrada en la guerra tras la agresión de Churchill obligaron a cancelar el ambicioso programa naval de 1940, emprendiendo en su lugar una serie de construcciones de emergencia que permitiesen solventar las deficiencias más críticas. Fruto de este programa fue la finalización de las construcciones en grada (dos cañoneros clase Eolo y dos destructores de la clase Liniers), el establecimiento de grandes campos de minas y el artillado de la costa norte española para proteger la navegación de cabotaje, la transformación en corsarios de superficie de buen número de barcos mercantes, y la construcción de grandes series de buques antisubmarinos con asistencia alemana, italiana y francesa.

La invasión inglesa de Portugal mostró aun más claramente la vulnerabilidad de las costas españolas ante futuras incursiones británicas, y la necesidad de potenciar la Armada ya que la guerra en curso se estaba convirtiendo principalmente en un enfrentamiento aeronaval. El ministro de marina, el almirante Moreno, encargó al Estado Mayor que estudiase un nuevo programa naval que devolviese a la Armada Española la potencia que había tenido antes de la malhadada Guerra Civil.

Inicialmente las aspiraciones de la Armada eran muy similares a las del fantasioso plan de 1940, e incluían la construcción de cuatro acorazados de tipo Littorio y cuatro cruceros de batalla del tipo Scharnhorst, dos portaaviones, ocho cruceros pesados, dieciséis ligeros, sesenta destructores y cuarenta submarinos. Muestra del escaso contacto con la realidad de algunos de los planificadores era que se incluían ocho buques de batalla cuando la Kriegsmarine había renunciado a construir más acorazados y la Marine Nationale francesa había decidido convertir el acorazado Clemenceau en portaaviones.

La sustitución en la Vicepresidencia de Economía de Guerra de Juan Antonio Suanzes por José Larraz López supuso un viraje de 180 grados en la política de construcciones militares. Al contrario que su predecesor, Larraz hizo hincapié en dos aspectos: por una parte, las construcciones que se abordasen tendrían poder ser finalizadas en un plazo de tres o a lo sumo cuatro años. Por otra parte, cualquier proyecto debiera hacerse en colaboración con los aliados de la Unión Paneuropea y especialmente con sus potencias marítimas: Alemania, Italia y Francia.

La Armada se opuso inicialmente a los deseos de Larraz, pues de aceptar sus tesis solo se construirían buques ligeros, del tamaño máximo de un destructor, y consideraba imprescindible equiparse con buques de mayor porte. Como mínimo, se precisaba sustituir la fuerza de cruceros, de los que solo el Canarias podía considerarse moderno, a pesar de ser un diseño de más de 10 años de antigüedad. Sin embargo Larraz tenía presente las grandes demoras ocurridas durante la ejecución del Plan Naval Ferrándiz de 1908, por lo que intentaba evitar que se iniciasen proyectos complejos que no llegasen a entrar en servicio durante la guerra o, peor aun, no fuesen finalizados. Finalmente se llegó a un acuerdo que satisfizo a ambas partes: el plan naval se dividiría en dos partes: una a corto plazo que seguiría las directrices de Larraz, y que sería llamado el Plan 1942, y otra mucho más ambiciosa, que contentaría las aspiraciones de la Armada y que se iniciaría en 1944, cuando el Plan 1942 ya estuviese en marcha y se hubiesen entregado las primeras unidades. El Plan 1944 era similar al de 1940, aunque sustituyendo algunos tipos de buques: en lugar de ocho buques de batalla se construirían tres superacorazados de 45.000 Tn y seis portaaviones de 35.000 Tn. También debía incluir dieciocho cruceros ligeros y veinticuatro destructores, además de los que se construyesen por el plan de 1942. Sin embargo, a medida que se abordaba el Plan 1942 y la industria naval se enfrentaba a todo tipo de dificultades, se comprendió que el Plan 1944 era inabordable y, aunque nunca llegó a anularse oficialmente, ni siquiera llegó a iniciarse.

El Plan 1942 incluía series de unidades que ya se estaban en obras, otras de nuevos tipos, y también preveía la construcción de buques en astilleros extranjeros. Según el plan, debían construirse:

– Dos portaaviones ligeros de 13.000 Tn. Para acelerar su puesta en servicio se pretendía convertir los transatlánticos Marqués de Comillas y Magallanes.

– Cuatro cruceros ligeros de 10.000 Tn, seleccionándose la clase alemana Stadt (Baleares II).

– Ocho destructores pesados del tipo Comandanti Medaglie d'Oro italianos (clase Bustamante).

– Doce torpederos de la clase Almirante García de los Reyes (que se añadirían a los otros doce ya encargados en 1940).

– Seis submarinos del tipo D y ocho del G, que eran los alemanes tipo VIIc.

– Veinticuatro cañoneros antisubmarinos clase Noya y sesenta patrulleros antisubmarinos clase Urgull, que se sumarían a los ya solicitados el año anterior.

– Veinticuatro dragaminas de la clase Bidasoa, derivados de los alemanes M-1940.

– Cuarenta lanchas torpederas de diseño alemán.

Incluso este plan resultó excesivamente ambicioso. La transformación de los buques de pasaje en portaaviones ni siquiera llegó a abordarse tras los problemas encontrados en los barcos alemanes de la clase Jade. De los cuatro cruceros encargados, dos tuvieron que ser anulados (los que tenían que construirse en El Ferrol del Caudillo), y los otros dos, construidos en Cádiz, sufrieron importantes retrasos. Posteriormente se encargaron dos buques adicionales que se terminaron con las características de los barcos de la clase Stadt de la tercera serie. Con los destructores de la clase Bustamante se produjeron problemas similares, relacionados en parte con los cambios en el proyecto original. El cabeza de serie, que hizo sus pruebas de mar a mediados de 1943, presentó graves problemas de estabilidad, por lo que fue preciso desmontar parte de su armamento. Solo fueron finalizadas seis unidades, que entraron en servicio en 1944 y 1945. Los gravísimos problemas encontrados en el submarino D-1 obligaron a suspender la construcción del resto de los buques de la clase D y, posteriormente, a anular los G, alistándose en su logar ocho unidades de la clase VIIC cedidas por Alemania.

Sin embargo la construcción de los buques más simples se hizo sin mayores problemas. Los torpederos García de los Reyes de la segunda serie, construidos en astilleros privados, fueron entregados en el plazo señalado. Su buen rendimiento hizo que en 1943 se solicitase una serie similar aunque de mayor porte, la clase Pizarro, de las que se terminaron catorce unidades. Los cañoneros antisubmarinos Noya dieron excelente resultado, hasta tal punto que se llegó un acuerdo con la Kriegsmarine por la cual se construirían cañoneros en España para la marina alemana, a cambio de los submarinos tipo VII. Los patrulleros de la clase Urgull eran barcos más limitados pero por su sencillez fueron entregados en grandes cantidades y rindieron meritorios servicios en la vigilancia costera.



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Mensaje por Gaspacher »

Siempre me parece raro que la Armada transija tan fácil y a cambio no exija, al menos, poner en grada un par de los cruceros. Al fin y al cabo en las negociaciones suelen ceder las dos partes un poco


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Domper »

En la realidad transigió, y lo mismo hicieron alemanes e italianos. Incluso Japón dejó de construir cruceros salvo alguna unidad ya iniciada

Saludos



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Mensaje por Gaspacher »

En la realidad España acababa de salir de una guerra y en tiempo de paz había otras prioridades. En la realidad los italianos tuvieron que concentrarse en los destructores de escolta, los alemanes en submarinos y panzer, y los japoneses más de lo mismo

Esto no es la realidad, se está en guerra y la reconstrucción pasa a un segundo termino ante la supervivencia de la nación que pasa por ganar la guerra, no me veo a la Armada cediendo siempre a cambio de nada, ese "dentro de dos años", mientras se le colocan un montón de unidades que a lo mejor no quieren, como pueden ser algunos de esos escoltas baratos.

Pero solo era un comentario, continué Vd :guino:


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Mensaje por Domper »

A cambio de nada no; por de pronto están construyendo una docena de destructores ligeros, a los que se una otra más, 14 de un tipo mejorado, 12 destructores pesados (finalizados 5) y finalmente dos cruceros.

Saludos



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Mensaje por Domper »


Víctor Loreto Leñanza

Si la visita a Casablanca había sido corta, la de Port Étienne fue fugaz. El fondeadero tenía escasa defensa y, aunque la Royal Navy probablemente tuviese mejores cosas que hacer que venirse tan al sur, a saber que estaría haciendo la porrada de submarinos que tenían. Los patrulleros recorrían la bahía y los radiotelémetros vigilaban las inmediaciones, e incluso se habían trasladado varios hidros a la rada para explorar los aledaños del fondeadero. Pero a pesar de todo, Port Étienne era inseguro y convenía abandonarlo cuanto antes.

Antes había que llenar los casi vacíos pañoles y depósitos, ya que el combate de las Desertas y el bombardeo de Fuerteventura casi nos había dejado a la tercera pregunta. El mando había sido previsor, y en el puerto francés nos esperaba un pequeño convoy: se notaba que la pérdida del Ark Royal había bajado los humos —y las ganas de meterse donde no les llamaban— a los marineros ingleses. Los mercantes Cabo Tortosa y Bartolo habían traído los imprescindibles suministros, escoltados por el cañonero Mahón, un barco de nueva factura, y el desminador Monte Ayala, que era un mercante en el que se había instalado un equipo de inducción magnética que —en teoría— hacía estallar las minas desde lejos. Viéndolo pensé que era una tarea ideal para un especialista en naufragios como yo, y cuando lo visitamos —el alférez Uñarte, un compañero de promoción que estaba al mando nos invitó— vimos que el barco estaba preparado para lo que pudiese pasar: mediante un sistema eléctrico se conseguía manejar las máquinas desde el puente, y las bodegas del barco estaban repletas de bidones vacíos: la idea era que si a pesar de todo el Ayala se comía una mina, al menos tardase un poco en hundirse. Uñarte nos dijo que durante la singladura desde Cádiz el Ayala había hecho estallar tres artefactos, por suerte a cierta distancia.

Los italianos también habían mandado un convoy, y para que viésemos lo chulos que eran hasta llevaba escolta de verdad, nada menos que un destructor y tres torpederos. De poco les sirvió, porque un submarino inglés había mandado al fondo a los cargueros Pasubio y Scaroni. El Livorno y el Pomona se salvaron, algo es algo. Las malas lenguas dijeron que los italianos, en vez de pegarse a la orilla todo lo posible, donde había poco riesgo con los submarinos aunque alguno con las minas, se habían adentrado en las aguas profundas en las que cazaban los tiburones británicos. Triste fue que otro almirante italiano repitiese el mismo error unos días después, pero con mucho peores consecuencias.

Con la tripita llena, mejor dicho, con los pañoles a rebosar, nos volvimos para la mar. Porque el combate de las Salvajes nos había dejado mal sabor de boca, ya que habíamos derrotado a una escuadra inglesa en alta mar —hecho merecedor de laureles— pero ninguno de sus buques se había ido a hacerle compañía a Neptuno, y encima fuimos nosotros los que nos las piramos. Pero esta vez íbamos a volver acompañados. Para evitar dificultades idiomáticas había embarcado en Port Étienne un oficial alemán, el teniente Roleder, que iba a actuar como enlace, adivine con quién.

La salida de la escuadra desde Port Étienne rumbo norte fue mucho menos accidentada que la de Casablanca. Yo esperaba que volviésemos a Gran Canaria para recordarles a los míster el cariño que les teníamos, pero Don Francisco —el almirante, el Caudillo no era un mando a flote— tenía otras intenciones. Dejamos a babor el Hierro y la Palma, y a estribor la Gomera: henchía el corazón que en esas islas volviese a ondear la rojigualda. No tuvimos problemas con los aviones ingleses de Canarias, que habían pasado a mejor vida: entre las visitas regulares que les hacían los bombarderos de Tenerife y del Sáhara, y los pepinos que les mandaban los cañones del coronel Pimentel, las únicas que volaban en Gran Canaria eran las moscas. Bueno, también algún canadiense que recibía su ración de trilita.

Una vez rebasada la Gomera pusimos rumbo 30°N, esperando al indefectible moscardón. Efectivamente, aun se veía Tenerife cuando el RTM descubrió un contacto al norte. El contacto pronto se convirtió en un hidroavión cuatrimotor que nos siguió manteniéndose a distancia. Nosotros hicimos el paripé, cambiando de rumbo a 60°N, aparentando, como unos días antes, que queríamos pasar entre Madeira y la costa marroquí, pero en cuanto se hizo de noche el almirante ordenó un nuevo cambio y esta vez aproamos hacia el norte. Toda la noche corrimos apurando al máximo calderas y turbinas, con el RTM explorando para evitar sorpresas desagradables. De nuevo el amanecer descubrió ante nosotros una alta isla volcánica: Madeira. Esta vez no nos acercamos tanto como a Gran Canaria, sino que los cruceros pesados abrieron fuego a 15.000 m de distancia, pues no queríamos exponernos a las baterías de costa portuguesas. No sabíamos que un valiente las había inutilizado cuando desembarcaron los británicos. Las referencias en tierra nos facilitaron la puntería, y además el Trento lanzó un hidro que permitió corregir los disparos.

Al poco vimos explosiones y columnas de humo en la isla. Visto que no se respondía al fuego nos acercamos, y el Díaz y nuestro Galicia se sumaron al concierto. No por mucho tiempo, solo lo necesario para terminar de destruir la base de hidroaviones y, de paso, un par de barquitos que estaban en el puerto. Luego nos dirigimos hacia la cercana Porto Santo, isla relativamente llana en la que según los informadores los ingleses estaban construyendo una pista de aterrizaje. Razón tenían, porque al poco vimos uno de sus omnipresentes aviones Lysander, una especie de avionetas con bombas que los ingleses usan tanto para corregir el tiro artillero como para hostilizar a las guerrillas. Si había Lysander en Porto Santo significaba que también en Madeira los míster estaban en problemas. No pasaba nada: unos cuantos bombazos del quince para los aviones y a otra cosa, mariposa.

Cuando dimos la popa a Porto Santo el éter vibraba con la noticia: el crucero Canarias estaba de nuevo en el mar y tenía ganas de gresca.



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De Madeira a las Azores hay quinientas millas náuticas: día y medio para nuestros galgos de los mares. No íbamos hacia las islas lusas, en las que con seguridad habría de todo, desde bobbies con sus porras hasta marineros sacando brillo a los acorazados, sino hacia el norte, hacia la ruta de los convoyes de Portugal. Supongo que en el Almirantazgo estarían pitando todas las alarmas pues se imaginaban lo que el Canarias podría hacer si se encontraba con un convoy, más yendo en compañía. A los míster, con todo lo ahogados que estaban, aun les quedaban barcos de guerra para dar y sobrar, y si además el Canarias se ponía a tiro… Según rumores, era el barco más odiado de todas las flotas del Pacto, y los ingleses le tenían muchas ganas. Detrás íbamos nosotros, que nuestro papelito en lo del Ramillies no había pasado desapercibido y los míster también querían mandarnos a visitar a Neptuno. Señal del interés inglés fue que no tardó mucho en pegársenos un moscón, esta vez un hidroavión Catalina, que supongo vendría desde las Azores, pues a los hidros de Madeira los habíamos dejado mirando p’a Cuenca.

Los Condor de la Luftwaffe estaban equipados con radiotelémetros para que no se les escapase ni una pescadilla, y ahora exploraban ante nosotros dándonos las nuevas, que muy buenas no eran. Entre las Azores y Lisboa se movían dos grandes convoyes, cada uno protegido por un acorazado, de esos viejos parecidos al Ramillies. Además una escuadra de cruceros —tres por lo menos— se dirigía a nuestro encuentro procedente de esa especie de aparcamiento para barcos que los ingleses habían organizado cerca de Lisboa. Mala cosa: los cruceros ingleses eran tan rápidos como los nuestros, y podrían finiquitar a cualquier barco averiado. Pero la sorpresa venía desde las Azores: otro Condor —no sé qué hubiésemos hecho sin ellos— descubrió que se nos acercaba desde el noroeste otra escuadra británica. Solo con dos barcos, pero de los de verdad: un crucero pesado y ¡uno de batalla! No sabíamos que no era el Renown, que estaba en el chapista, sino que se trataba del Repulse, gemelo del anterior pero con bastantes menos adornos y mejoras. Aun así se bastaba y se sobraba para liquidarnos, sobre todo si conseguían encerrarnos contra los cruceros que llegaban de Portugal.

Como suponíamos que los ingleses habrían visto a los aviones de reconocimiento alemanes, seguro que pensarían había gato encerrado si nos hacíamos los tontos. Así que nos volvimos, pero a velocidad reducida, a solo veinte nudos. Hasta ahora las flotas del Pacto habían estado lastradas por la falta de fuel, y esperábamos que los ingleses aun no supiesen que nadábamos en mares de petróleo con lo que nos llegaba de Oriente. Así seguimos hasta la noche, dejando que poco a poco las flotas inglesas se nos acercasen; al anochecer estaban a solo setenta millas y la distancia seguía disminuyendo.



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Me correspondió la guardia de media, acompañando al segundo oficial en el puente mientras el crucero se deslizaba sobre las aguas. Las nubes hacían que la noche no fuese negra sino lóbrega y los rociones de las olas caían sobre el puente. Los serviolas se dejaban la vista intentando atisbar el farol del matalote de proa —pues nuestro crucero cerraba la formación— o intentando descubrir al enemigo antes que él lo hiciese. Con una escuadra británica acercándose hubiese sido una noche de horror, pero el RTM, cual centinela incansable, barría las aguas dándonos la seguridad que nuestros ojos no podían proporcionarnos.

La guardia transcurrió sin mayores incidencias que las derivadas de tener que intentar mantener la posición del crucero en la escuadra en medio de un temporal. Pero faltaban solo minutos para que comenzase la guardia de alba cuando el suboficial a cargo del RTM me llamó. El equipo seguía sin detectar nada, pero desde diez minutos antes estaba sufriendo ocasionales interferencias procedentes del noroeste. Avisé al segundo, que a su vez llamó a Don Pedro: esas interferencias significaban que los radares británicos nos buscaban, y que teníamos a la flota enemiga casi encima.

Don Pedro transmitió el posible avistamiento al Canarias con la lámpara de señales. Poco después tuvimos que informar de una nueva interferencia, esta vez procedente del este: al parecer la escuadra de cruceros procedente de Portugal nos estaba intentando rebasar para luego actuar como yunque, mientras que el mazo —el crucero de batalla enemigo— nos aplastaba. Don Francisco Regalado, el almirante, transmitió un informe radiofónico de contacto, a sabiendas que lo detectarían propios y extraños. Luego nos ordenó apagar el RTM: íbamos a correr el riesgo de ser sorprendidos, pero así evitaríamos dar pistas al enemigo. Una vez a oscuras radiofónicas, la escuadra cayó al oeste suroeste, aunque manteniendo un calmado andar de 24 nudos. El almirante quería seguir estando al alcance de los hijos de la pérfida, pero no en la posición que hubiesen querido.

Desde el puente del Galicia seguíamos detectando las emisiones enemigas; aunque habíamos perdido a las que procedían del este, las del norte —procedentes casi con seguridad del crucero de batalla— eran cada vez más potentes. Faltaba poco para el amanecer cuando el patrón de las emisiones enemigas cambió y se detectó un segundo equipo. Don Pedro se lo comunicó a Don Francisco, que nos ordenó encender de nuevo el RTM. El aparato descubrió a 22 millas al nordeste un gran contacto, en rumbo convergente con el nuestro: la añagaza no había resultado. O tal vez sí, porque nuestro RTM también detectó la llegada de dos grandes buques que se aproximaban desde el sur.

El amanecer mostró que la tormenta —la misma que estaba deshaciendo al Scharnhorst contra las piedras de Larache— estaba amainando. Olas de seis metros seguían rompiendo contra nuestra proa, pero el viento había cesado, y entre las nubes apuntaban tímidos rayos de sol. La mejora del tiempo también nos trajo una indeseada visita: el RTM había detectado la aproximación de un grupo de aviones por la aleta de estribor.

Se tocó zafarrancho de combate y la dotación corrió a sus puestos. Desde mi dirección de tiro buscaba con mis prismáticos intentando divisar a los intrusos, pero un serviola se adelantó.

—¡Varios aviones a baja altura, a 30° a babor!— exclamó.

Don Pedro ordenó toda máquina para interponernos entre los cruceros pesados y los intrusos, mientras el Galiano se ponía en nuestra estela. Los cañones del 3,7 y del 2 se orientaron hacia los enemigos, que por fin pude ver: media docena de biplanos de aspecto anacrónico. Los aviones se fueron acercando en un abanico cada vez más amplio, dirigiéndose hacia algún punto por delante de nuestra proa. De las maniobras en Málaga sabía lo que quería decir: nos habían tomado como blanco, y apuntaban por delante de nosotros para que sus torpedos se cruzasen en nuestro camino.

Los cañones del 3.7 empezaron a disparar, apuntado contra el biplano que estaba en mitad de la formación. Don Pedro señaló el que estaba más a estribor como objetivo de mis cañones y cuando la distancia cayó a 1.500 m ordené abrir fuego. Las trazadoras se dirigieron hacia el aparato enemigo, pero parecían esquivarlo, ya que siguió moviéndose hacia nosotros hasta que lanzó su torpedo. Don Pedro ordenó todo a babor, justo cuando el avión enemigo cayó al mar. Al mismo tiempo otro torpedero se desvaneció en una nube de humo —seguramente alcanzado por un proyectil del 3,7— pero el resto también lanzó sus regalos. Pude ver las estelas acercándose hacia nosotros, pero cuando el impacto parecía inevitable Don Pedro dio caña a la otra banda, y los torpedos pasaron inofensivamente. Los cuatro aviones enemigos se retiraron, pero sabíamos que había un portaaviones enemigo en las inmediaciones.

Entonces escuché un ruido como el que haría un tren expreso acercándose, y cuatro grandes surtidores se alzaron por nuestra popa: estábamos al alcance del crucero de batalla.

Los cruceros Trento y Trieste respondieron con sus cañones del veinte, pero pude ver como sus proyectiles fallaban al monstruo que se nos acercaba: un barco de casco bajo con mástiles altos como una catedral. Con mi telémetro intenté estimar la distancia —no estaba hecho para esos menesteres— y supuse que estaba a menos de 20.000 metros. Mientras lo miraba el mastodonte enemigo volvió a disparar. Mentalmente conté los segundos mientras encogía los hombros, pero de nuevo la andanada cayó desviada, a más de 500 metros de nuestra banda.

Como en las islas Salvajes los destructores se situaron a barlofuego y tendieron una columna de humo, que el viento al haber cedido no dispersó. Don Francisco ordenó caer hacia el sureste y cruzar la ‘T’ al intruso, mientras el Galicia iba proporcionando los alcances. En esas condiciones el fuego es muy incierto, y nuestros cañonazos se perdieron; también los del enemigo, menos uno que atravesó inofensivamente la proa del Galiano. Aun así la situación era muy apurada: aunque diésemos la popa al enemigo, tardaríamos horas en quedar fuera de alcance, horas en las que los aviones enemigos podrían volver. Horas para recibir averías que nos condenarían.

Entonces uno de los cabos de la dirección de tiro me tocó el hombro y me hizo mirar hacia la otra banda: dos grandes buques se aproximaban.



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Mensaje por KL Albrecht Achilles »

De seguro ese par de buques que se acercan por estribor llevan unos cañones de 380mm :marino:
Me parece que los radio operadores de los buques perfidos van a tener trabajo extra :sos:

Saludos :cool2:


It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
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Enrique Manera Bassa. El buque en la Armada Española. Op. cit.

Torpederos clase Almirante García de los Reyes

La clase Almirante García de los Reyes fue una clase de veinticuatro destructores ligeros o torpederos construidos por la Armada Española durante la Guerra de Supremacía. Diseñados para ser construidos en corto plazo, llevaron los nombres de jefes y oficiales de la Armada Española asesinados durante la Guerra Civil.

Historia

Tras la Guerra Civil Española la Armada contaba con un apreciable número de destructores: tres pequeños de la clase Alsedo, trece de la Churruca y cuatro de origen italiano. Dos unidades más del tipo Churruca estaban en construcción y se finalizaron con un diseño modificado (clase Liniers). Pero el ataque británico tras la adhesión española a la Unión Paneuropea hizo que se necesitasen aun más unidades de escolta. Los cañoneros antisubmarinos de las clases Noya y Urgull resultaban demasiado lentos para operar con la flota, que precisaba más destructores para cumplir sus misiones. Se pensó en prolongar la serie de los Liniers, pero la obsolescencia del diseño hizo que se prefiriese desarrollar un nuevo tipo.

Gozando de la colaboración alemana e italiana, se escogió un tipo de este último país para su construcción en astilleros españoles: el torpedero Orsa. Sin embargo el vicepresidente de Economía de Guerra, Juan Antonio Suanzes, a la sazón ingeniero naval, objetó la elección de la marina: tras la experiencia con los pequeños destructores de la clase Alsedo, Suanzes creía que los Orsa estarían muy limitados para efectuar operaciones oceánicas. Por insistencia del ministro el proyecto inicial fue modificado, instalando los mismos equipos en un casco de mayores dimensiones, lo que permitió mayores tolerancias en la técnica constructiva. Aunque se consideró equipar a la serie con una planta motriz de vapor de alta presión de diseño francés, que prometía ligereza y economía, la gran urgencia hizo que se renunciase a instalar un equipo que aun era experimental, y los García llevaron un aparato motor con calderas Yarrow y turbinas Parsons, bien conocidas por la Armada. Esta decisión resultó afortunada a la luz de los graves problemas experimentados en la clase Bustamante, que llevaba maquinaria de alta presión. Asimismo, la recomendación de Suanzes de aumentar las dimensiones facilitó la instalación de las plantas motrices, que resultaron ser de mayores dimensiones a lo inicialmente planeado.

Los García fueron diseñados para ser armados con tres cañones bivalentes de 10,5 cm, construidos en Reinosa bajo licencia alemana, en un montaje simple a proa y uno doble a popa. Llevaban un montaje lanzatorpedos triple de 533 mm, y para defensa antiaérea contaban con cañones de 3,7 cm y de 2 cm. También llevaban dos varaderos de cargas de profundidad. Disponían de sonar de casco e hidrófonos.

Construcción

El 5 de noviembre de 1940 la Armada Española ordenó doce unidades que debían ser construidos en los arsenales de Cartagena y el Ferrol. Una segunda orden, también de doce unidades a construir en Cádiz y en Bilbao, fue emitida el 15 de diciembre del mismo año. Esta segunda serie tenía algunas pequeñas diferencias para facilitar su construcción, y frecuentemente se considera una clase diferente (los Capitán Barreto). Tenían manga mayor y parte del casco remachado, pues se creía que los astilleros privados no dominaban la técnica de soldadura. Externamente, la principal diferencia estaba en la sustitución del montaje proel de 10,5 por armamento antisubmarino y antiaéreo adicional.

Las dificultades con las soldaduras del casco retrasaron la construcción de la primera serie, y la primera unidad terminada fue el Capitán Barreto, que llevaba el nombre del glorioso comandante del destructor Churruca, asesinado en Málaga en 1936. El Barreto se incorporó a la flota el 7 de noviembre de 1942, aunque su carrera fue muy corta, pues tuvo que ser dado de baja y desguazado a causa de los daños causados por una mina magnética en marzo de 1943. Las restantes unidades, hasta llegar a 24, fueron entregadas en 1943 y 1944.

Modificaciones

Ya durante su construcción se consideró que la misión principal de la clase iba a ser la lucha antisubmarina, por lo que las unidades en construcción fueron modificadas en tal sentido: se les instaló un RTM de origen alemán, lanzacohetes antisubmarinos y cargas de profundidad adicionales. Para ello fue preciso desembarcar el montaje proel de 10,5 cm. Estas modificaciones se hicieron en las unidades ya en servicio durante los periodos de mantenimiento. A partir de 1944 se modificó el armamento de superficie y antiaéreo en los buques supervivientes. El Capitán Pery fue el primero en llevar una batería de tres cañones automáticos Breda de 7,5 cm, en lugar de los cañones de 10,5 y 3,7 cm.

Al finalizar la guerra se consideró que el mal estado de los cascos de los buques de la segunda serie no hacia aconsejable su modernización, y tras un corto servicio como guardacostas fueron dados de baja. Cinco de los nueve barcos supervivientes de la primera serie fueron modernizados en la línea del Capitán Pery. Convertidos en “torpederos antisubmarinos rápidos” permanecieron en servicio hasta 1960.

Las unidades no modificadas de la primera serie fueron utilizadas en las escuelas navales de Marín y de San Fernando. En 1955 dos de ellas (Contralmirante Pobil y General González de Aleda) fueron convertidas en patrulleros de altura, sustituyendo el aparato motor por motores diésel, desembarcando el armamento antisubmarino y antiaéreo, a excepción de un cañón Breda de 7,5 cm y dos de 2 cm, y ampliándose las superestructuras. La conversión no fue exitosa, pues los barcos resultaron tener excesivos pesos altos y sus cascos mostraban signos de corrosión, por lo que las otras dos (Capitán Aznar y Teniente Cirilo) no fueron transformadas y se les dio la baja poco después.

A pesar de sus defectos, las dos unidades convertidas en guardacostas fueron las más longevas. El Pobil fue dado de baja en 1967 y el González de Aleda en 1970.

Características

Desplazamiento: 1,260 Tn estándar, 1.530 Tn a plena carga.
Longitud: 92,15 m (en la flotación).

Manga: 9,35 m.

Calado: 3,3 m.

Propulsión: 2 calderas Yarrow, 2 turbinas engranadas Parsons, 19.000 HP, dos hélices.

Velocidad: 27.5 nudos.

Autonomía: 3.500 millas náuticas a 18 nudos.

Dotación: 175.

Armamento (original): 3 cañones de 10,5 cm, 4 de 3,7 cm, 8 de 2 cm. Un montaje triple lanzatorpedos de 53,3 cm. Dos varaderos de cargas de profundidad con 24 cargas.



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Estimado Albretch.
Jejeje, yo también huelo a escabechina de herejes!


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Capítulo 48

Enrique Manera Bassa. Cruceros 1930-1950. Ediciones Sílex. Madrid, 1992.

Cruceros ligeros clase Stadt

La clase Stadt (ciudad en alemán) fue una serie de veintisiete cruceros ligeros construidos durante la Guerra de Supremacía y la inmediata posguerra para las marinas alemana, italiana, francesa y española. Fue diseñada para que pudiese ser construida en astilleros de diferentes potencias utilizando equipos comunes. En la marina italiana fue conocida como clase Città (ciudad), en la francesa como clase Suffren, y clase Baleares (segunda) en la española. Las unidades alemanas recibieron el nombre de ciudades, repitiendo los nombres de cruceros ligeros que habían combatido durante la Gran Guerra. Las francesas homenajearon a marinos y políticos, las italianas recibieron nombres de grandes ciudades y las españolas, de regiones.

Inicialmente fueron solicitadas doce unidades (cuatro para la marina alemana, cuatro para la francesa, dos para la italiana y dos para la española) aunque sucesivos encargos adicionales hicieron que se llegase a solicitar sesenta. Solo fueron finalizadas veintisiete, y otras ocho fueron convertidas en portaaviones ligeros durante su construcción. Cinco unidades fueron anuladas y desguazadas en grada, y cuatro más completadas como cruceros lanzamisiles con un diseño diferente (la clase Lander). El resto fueron anuladas.

El primer buque de la clase, el crucero alemán München, fue entregado en enero de 1943, y el último, el italiano Genoa, en noviembre de 1949. Debido al dilatado plazo de construcción hubo grandes diferencias entre las unidades de la clase, distinguiéndose tres tipos: los Wiesbaden, cruceros convencionales (seis unidades), los Frauenlob, cruceros polivalentes con buena capacidad antiaérea (dieciséis unidades) y los Elbing (cinco unidades), que fueron cruceros antiaéreos con armamento automático. Además también había diferencias (sobre todo en la planta motriz) dependiendo de la nación que los hubiese encargado.

Muy similares fueron los cruceros holandeses Rotterdam y Amsterdam, y el francés De Grasse, que con cascos diferentes tenían armamento y equipos similares a los Stadt de la primera subclase.

Desarrollo

Tras la victoria alemana en Palestina en 1941 la Guerra de Supremacía se convirtió en un enfrentamiento naval en el que las marinas de guerra tuvieron papel determinante. Sin embargo las flotas de los países de la Unión Paneuropea debían ser reforzadas urgentemente si querían enfrentarse a las superiores flotas británica o norteamericana. La Kriegsmarine todavía estaba lastrada por las limitaciones del Tratado de Versalles y su fuerza de cruceros era muy reducida. La Marina Nationale francesa había sufrido importantes pérdidas en Mazalquivir y Alejandría, y la española pagaba las consecuencias de la desidia durante el periodo republicano y de las pérdidas de la Guerra Civil. La Regia Marina italiana era la más potente de las flotas de la Unión Paneuropea, pero sus buques tenían diseño anticuado y, habiendo sido diseñados para operar en las restringidas aguas mediterráneas, adolecían de autonomía.

Se consideró la construcción de nuevos acorazados que compitiesen con los de los aliados, pero tras un estudio detenido el almirante alemán Marschall lo desaconsejó: por una parte, los desarrollos en aviación parecía que iban a dejar anticuados los acorazados. Más importante fue que la construcción de buques de batalla implicaba plazos prolongados, al menos de cuatro años. Se decidió en su lugar la creación de una poderosa fuerza de portaaviones, que a partir de 1944 fue un serio rival para la marina norteamericana. Sin embargo se seguían necesitando buques de superficie que protegiesen a los portaaviones o que pudiesen combatir con los similares del enemigo. Aunque la marina alemana había construido una serie de cruceros pesados inmediatamente antes de la guerra, eran barcos grandes y caros, por lo que en su lugar se escogió un diseño basado en los cruceros de la clase Rotterdam (anteriormente llamada Eendracht) que se estaban construyendo en Holanda.

El casco de las nuevas unidades estaba basado en el del Rotterdam, aunque con dimensiones algo mayores, y la superestructura recordaba a la del crucero francés De Grasse. La maquinaria era de diseño francoalemán, con calderas de alta presión Rateau-Bretagne y turbinas engranadas Wagner, con 90.000 HP que permitían alcanzar una velocidad de 32 nudos, aunque en las unidades italianas se instalaron calderas Yarrow y turbinas Parsons de 100.000 HP, que permitían alcanzar los 33,5 nudos aunque a costa de la autonomía. Las salas de calderas y de turbinas estaban alternadas para disminuir su susceptibilidad a explosiones submarinas.

La protección estaba limitada a una cintura blindada de 12 cm en el centro del buque y 8 cm en los extremos, y una cubierta de protección de 5 cm. La zona central del buque se construyó con acero de gran resistencia que proporcionaba protección adicional. La protección submarina dependía únicamente de la compartimentación y de la redundancia de los sistemas.

Como armamento principal iban a llevar cuatro torres triples de 15 cm con el cañón Bofors que se había diseñado para los barcos holandeses. Sin embargo las conversaciones con la empresa fracasaron a causa de las presiones del gobierno sueco, que pretendía mantener la tradicional neutralidad de su país. En su lugar se montó el cañón 15 cm/45 SK C/40. Era muy similar al diseño sueco y se diferenciaba solo en detalles menores. En la época se dijo que las especificaciones del cañón fueron encontradas en Holanda tras su conquista en 1940, aunque también se sugirió que el diseño fue robado por los servicios de inteligencia alemanes; sin embargo documentos recientemente desclasificados han demostrado que el diseño fue entregado clandestinamente por Bofors tras el pago de importantes sobornos. Los cañones se emplazaron en torres triples MPL/41 con una elevación máxima de 42º, que no permitían el tiro antiaéreo. Sin embargo, antes de que fuese botada la primera unidad, se apreció que los nuevos equipos electrónicos que se iban a instalar afectarían la estabilidad de los buques, por lo que se retiró la torre triple ‘C’ de 15 cm; en los dos primeros barcos alemanes, en el italiano Attendolo y en el español Baleares fue sustituida por una torre doble de 10,5 cm, mientras que en los otros dos barcos de la Kriegsmarine se instaló un lanzador de misiles Fritz X. La explosión del pañol de misiles fue la causa de la pérdida del crucero Danzing, por lo que el lanzamisiles fue retirado del München y sustituido por cañones adicionales de 3,7 cm.

La artillería secundaria era de cuatro o cinco montajes dobles de 10,5 cm/63 SK C/35, y la terciaria, de ocho montajes 3,7/69 M41/3, más un número variable de cañones de 2 cm. Aunque el diseño original preveía una catapulta para hidroaviones, finalmente no fue instalada. También se retiraron los tubos lanzatorpedos.

El equipo electrónico era muy completo, contando con radiotelémetros de exploración, de dirección de tiro de superficie y antiaéreo, más equipos de interferencia electrónica, aunque había grandes diferencias entre las diferentes unidades según su año de construcción y su nacionalidad.

Los cruceros de la subclase Wiesbaden fueron intensamente utilizados en las fases finales de la Guerra de Supremacía, demostrando ser muy resistentes a los daños en combate: aunque casi todas las unidades fueron bombardeadas o torpedeadas en alguna ocasión, solo se perdieron el ya citado Danzing, el Mainz y el Venezia.

En la posguerra estos buques sufrieron pocas mejoras: se limitaron a la sustitución de los radares de exploración y de tiro, y en algunos buques se reemplazaron los cañones antiaéreos de 3,7 cm por los M41/3 del mismo calibre. La mayor parte de las unidades pasaron a la reserva en los años siguientes al final del conflicto, siendo el más longevo el español Baleares, que no fue retirado hasta 1967.

Subclase Frauenlob

El armamento con tres torres triples MPL/41 no satisfacía a la marina alemana, ya que consideraba que con solo nueve cañones de 150 mm los Wiesbaden tenían un armamento demasiado ligero. Por otra parte el desarrollo de la guerra demostraba que la protección antiaérea de las principales unidades de la flota estaba pasando a ser la función principal de los cruceros. Aunque los montajes SK C/35 tenían un rendimiento excelente, era conveniente que los siguientes cruceros contasen con mayor potencia de fuego antiaéreo.

Se estudió una versión de la torre MPL/41 con mayor elevación para los cañones (hasta 70º), con un sistema de carga semiautomático que permitía una cadencia de tiro tres veces mayor que la original. Pero el peso de la nueva torre impediría montar más de dos por buque, y además sería preciso reforzar el casco. Tras valorar diversas opciones, finalmente se decidió diseñar una variante de la torre con solo dos tubos, la MPL/42. Se pretendía que cada tubo alcanzase una cadencia de 20 disparos por minuto, pero los problemas encontrados con los atacadores impidieron superar los 15 disparos por minuto, o los 10 por minuto con elevaciones superiores a 35º. Cada torre tenía una unidad de potencia auxiliar de 90 HP, que resultó ser insuficiente, siendo causa frecuente de averías y limitando la velocidad angular de elevación. Finalmente se sustituyó el motor por uno de 135 HP con el que se solucionaron los problemas. Aun así el cañón 15 cm/45 SK C/40 en la torre MPL/42 no resultó especialmente eficaz en fuego antiaéreo ni provisto de las nuevas espoletas de proximidad, salvo contra aviones a baja cota o contra grandes formaciones de bombarderos.

Los Frauenlob llevaron solo tres de las nuevas torres. Solo seis tubos de 150 mm en un crucero de 10.000 Tn parecía un armamento muy ligero, pero la mayor cadencia de tiro hacía que la potencia de fuego real fuese superior a la de los Wiesbaden y similar a la de los Cleveland norteamericanos, y además quedó suficiente reserva de estabilidad para instalar las grandes antenas de equipos electrónicos y el cada vez más potente armamento antiaéreo, que fue de cuatro dobles de 10,5 cm y doce dobles M41/3 de 3,7 cm, más un número variable de cañones de 2 cm en montajes simples, dobles o incluso cuádruples.

Los barcos de esta clase entraron demasiado tarde en servicio y actuaron casi exclusivamente como escoltas de la flota. En la posguerra varias unidades de la clase fueron modificadas en la línea de la subclase Elbing, inmediatamente posterior. Se estudió la sustitución de la artillería por los nuevos montajes MPU/44, pero resultaban demasiado grandes y potentes por lo que la transformación resultaría muy cara, aun instalando solo dos torres. Finalmente se decidió conservar el armamento principal, y sustituir el secundario por ocho cañones automáticos Breda de 7,5 cm. Aun así la reforma resultó demasiado cara por lo que solo fueron modernizados cinco buques.

Otras cinco unidades de la subclase, los alemanes Darmstadt, Danzing y Breslau, el francés Suffren y el italiano Napoli, sufrieron a partir de 1955 una reforma mucho más importante que los convirtió en cruceros lanzamisiles similares a la clase Landen: se desmontó la artillería principal y en su lugar se instaló un lanzador de misiles antibuque Pinguin a proa, uno doble de misiles antiaéreos de medio alcance Masurca a popa, y uno a cada banda de misiles antiaéreos de corto alcance Dompfaff. Los Darmstadt solo llevaban dos montajes simples automáticos de 75 mm OTO Melara. Se renovó por completo el equipo electrónico y, por primera vez en un buque de tal porte, se instaló un sonotelémetro de gran potencia. Los cruceros clase Darmstadt fueron utilizados junto con los Landen como escoltas de portaaviones, permaneciendo en servicio hasta finales de los setenta.
Subclase Elbing

El montaje MPL/42 fue considerado como una medida temporal mientras se diseñaba una versión automática del cañón de 150 mm. A finales de 1943 el diseño estaba suficientemente maduro y se inició la producción del montaje MPU/44, que fue instalado en los cruceros que estaban en construcción. El montaje contaba con un doble sistema de alimentación para fuego antiaéreo y para fuego terrestre y, a pesar de las grandes dimensiones de las cargas (que eran de cartucho metálico) se conseguían cadencias de tiro de 20 disparos por minuto. La elevada cadencia de tiro erosionaba rápidamente los cañones, siendo preciso reemplazarlos cada 300 disparos en los primeros modelos; el tratamiento especial del ánima y la instalación de un sistema de refrigeración por agua permitió extender la vida de los tubos a 1.200 disparos.

La velocidad de elevación y de giro de las torres permitía el tiro antiaéreo, y los pesados proyectiles de 15 cm, equipados con espoletas de proximidad, resultaban muy eficaces tanto en fuego antiaéreo como contra blancos terrestres. Los Elbing, con tres montajes dobles, tenían la misma potencia de fuego que dos cruceros de modelos anteriores. Sin embargo el desarrollo de los misiles hizo que los cruceros “todo cañón” quedasen rápidamente anticuados, aunque fueron ampliamente utilizados en misiones de apoyo táctico.

Los Elbing fueron también los primeros cruceros cuya batería antiaérea ligera estaba formada exclusivamente por ocho cañones automáticos Breda de 7,5 cm, en seis montajes simples. Estas armas tenían suficiente velocidad angular y de elevación para ser utilizadas como defensa de corto alcance, aunque fue preciso reducir la cadencia de tiro de diseño para conseguir una fiabilidad razonable. También se montaron cuatro ametralladoras de 13 mm manuales que podían ser utilizadas en situaciones de emergencia.

Solo dos unidades, el Elbing y el Innsbruck, llegaron a ser entregadas antes del final de la Guerra de Supremacía, aunque no llegaron a intervenir en combate. Los Elbing fueron intensamente utilizados en las operaciones de pacificación de la inmediata posguerra. A partir de 1955 empezaron a ser sustituidos como buques de escolta por los barcos lanzamisiles, pero su artillería siguió resultando tan útil en misiones de apoyo que se decidió mantener a los buques en servicio: fueron preparados para ser conservados durante periodos prolongados, siendo reactivados periódicamente. Su obsolescencia y el requerir una tripulación numerosa obligaron a su retirada a partir de 1985, siendo el último el español Castilla, que ha sido conservado como buque museo en Cádiz. La retirada de estos buques fue tan lamentada que finalmente se decidió construir una serie de escoltas misilísticos con cañón de 15 cm que pudiese cumplir su función de apoyo artillero, la clase Dresde.

Portaaviones clase Berthold

A principios de 1942 Alemania había reiniciado su programa de portaaviones con asistencia japonesa, y se había iniciado la construcción de portaaviones pesados (clase Goering), ligeros (clase Hindenburg) y de escolta (clase Jade). Pero los combates de Larache y de San Vicente mostraron la urgente necesidad de más portaaviones, y tan solo el Graf Zeppelin iba a ser entregado en corto plazo. Se consideró la transformación del crucero pesado Seydlitz, en portaaviones en la línea del japonés Ibuki, pero las obras del Seydlitz estaban demasiado avanzadas y su transformación resultaría antieconómica. Finalmente se decidió transformar en portaaviones a las cuatro primeras unidades de la clase Stadt.

El proyecto de la nueva clase, que recibió los nombres de aviadores alemanes de la Gran Guerra, estaba basado en el del Ibuki, aunque incorporaba características novedosas como la proa cerrada (que llevaba el japonés Taiho) y, por primera vez en la historia, una cubierta de vuelo oblicua.

La innovación había sido probada en el Jade para evitar los accidentes que se habían producido al no disponer los buques de sistema de detención de aviones (como tampoco lo tenían los barcos japoneses de la clase Taiyo en cuyo diseño estaban inspirados). Idealmente, un aparato que efectuase una aproximación incorrecta podría dar potencia y remontar el vuelo sin correr el riesgo de estrellarse contra los aviones estacionados en la proa del buque, pero la cubierta del Jade era demasiado corta y los aeroplanos de la época no tenían suficiente potencia para efectuar esa maniobra. Fue preciso instalar una barrera para detener los aviones y evitar su caída al mar; pero se advirtió que la cubierta oblicua no solo aumentaba la seguridad a bordo, sino que permitía efectuar simultáneamente operaciones de lanzamiento y recogida de aviones. Otra innovación de la clase Berthold estaba en el armamento antiaéreo, compuesto exclusivamente por cañones automáticos Breda de 7,5 cm, siendo los primeros buques en embarcarlos durante su construcción (aunque posteriormente se añadieron montajes dobles y cuádruples de 2 cm).

La primera unidad de la clase, el Rudolf Berthold, fue entregada en enero de 1944, entrando en servicio las restantes en los seis meses siguientes. Durante su construcción se encargó la transformación de cuatro unidades adicionales (dos alemanas, una italiana y otra española) que originariamente hubiesen pertenecido a la segunda serie de los Stadt (los Frauenlob), que fueron entregadas a partir de octubre de 1944. Los Berthold participaron en los enfrentamientos aeronavales de las fases finales de la Guerra de Supremacía, en los que ninguno fue hundido, aunque el Boelcke y el Immelmann sufrieron importantes daños y las reparaciones fueron suspendidas al finalizar la guerra. Las unidades restantes fueron empleadas en las operaciones de pacificación de la posguerra, pero su pequeño tamaño les impedía operar con reactores de altas prestaciones. El alemán Fritz Rumey fue convertido en portahelicópteros antisubmarino, operando en este papel durante pocos años, y el Ernst Udet en buque de mando que fue empleado en las pruebas nucleares de Mururoa. Dos unidades, el español Plus Ultra y el italiano Italo Balbo, fueron vendidas a Argentina, que los renombró Independencia y 25 de Mayo y operó con ellos hasta los años setenta, siendo las últimas unidades de la clase en ser retiradas.



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Relato de Martin Schweizer

Con los depósitos llenos, el Tirpitz y el Bismarck despedimos al Lothringen para dirigirnos hacia el norte. No mucho después el buque de aprovisionamiento entró en Port Étienne —un apostadero francés de la costa occidental africana cuyo papel en la guerra naval era cada vez mayor— donde entregó varios importantes documentos, que incluían las filmaciones que mostraban como los destructores yanquis nos habían atacado cerca de Islandia. Más importante, transmitió al mando nuestra posición y el excelente estado de nuestros buques, pues durante nuestra singladura atlántica habíamos mantenido el silencio de radio; del estudio de la documentación capturada en Haifa y Malta, y gracias al interrogatorio de los prisioneros hechos en dicha base —pues la amenaza de la condena a la pena capital que pesaba sobre la tripulación del infame submarino Torbay había soltado muchas lenguas— sabíamos que los británicos habían establecido una amplísima red de puestos de radioescucha con los que descubrían los movimientos de nuestros buques. Utilizar menos la radio suponía un serio inconveniente, y decían las malas lenguas que había costado Dios y ayuda convencer a Doenitz para que fuese más discreto en sus conversaciones con los submarinos. Pero la mala costumbre de escuchar conversaciones ajenas podía volverse contra los ingleses, y teníamos a un par de submarinos cerca de Islandia que se dedicaban a pasearse y a emitir mensajes como si fuesen el Tirpitz y el Bismarck.

Poco después recibimos el visto bueno de Cádiz —a donde se había trasladado el almirante Marschall— para la siguiente fase de la operación, y un aluvión de mensajes que nos indicaron como ejecutarla. Pusimos rumbo norte dando un amplio rodeo por el oeste a las islas Canarias: aunque la mayoría estaban en manos españolas, se había observado la presencia de sumergibles británicos que acechaban en los canales entre islas. Una vez lejos del archipiélago el comodoro ordenó poner proa hacia el noroeste, para pasar cerca de la isla portuguesa de Madeira. Nos informaron que una flotilla hispanoitaliana había destruido la base que los ingleses tenían en la isla, factor de gran importancia porque eliminaba a los inoportunos aviones de reconocimiento; el radiotelémetro confirmó lo que decían los españoles mostrando que los cielos estaban vacíos. Mejor dicho, casi vacíos, pues tuvimos una bienvenida visita, un Fw 200 Condor de la Luftwaffe que iba a explorar por nuestra proa. No era mala señal que el Condor nos hubiese encontrado con tanta facilidad: parecía que los chóferes de aviones, por fin, habían aprendido a cooperar con nosotros.

Desde Cádiz también retransmitieron el suceso amargo de la semana: la escuadra del almirante Iachino había sido atacada primero por submarinos y luego por portaaviones enemigos. Los dos grandes acorazados italianos y un crucero habían sufrido daños, pero la acción había sido un desastre para la Kriegsmarine, pues el Hipper se había hundido y Scharnhorst había embarrancado y probablemente no podría salvarse. Los ingleses habían mandado a sus principales buques a dar caza a Iachino, que se libró por los pelos. Pero los británicos tampoco habían olvidado a los cruceros hispanoitalianos que lideraba el almirante español Regalado. Los Condor, que nos mantenían informados de los movimientos de la Royal Navy, nos advirtieron que dos escuadras, una de cruceros y otra con un crucero de batalla, estaban dando caza a los barcos hispanoitalianos. Regalado, que estaba siendo seguido por un hidroavión enemigo y por tanto podía utilizar la radio con libertad, fue informándonos puntualmente de su posición, hacia la que nos dirigimos. Cuando cayó la noche estaba a solo ciento cincuenta millas por nuestra proa.



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