El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
Domper
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Mensaje por Domper »

Huy, es verdad. Verás que el texto ha cambiado un pelín. Voy a borrar el primero.

Me alegro que te guste.

Saludos



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Domper
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Capítulo 30. Un buen día

Poderes de guerra

7 de Julio de 1941


El bombardeo del día 19 de Junio había causado graves daños en el Palacio de Westminster, por lo que las reuniones de la Cámara de los Comunes se habían trasladado a la Cámara de los Lores, la única dependencia con espacio suficiente. Tradicionalmente ninguna de las dos cámaras tiene suficientes asientos para todos los miembros del Parlamento, por lo que no solo todos los asientos estaban ocupados, sino que los parlamentarios se agolpaban en pie en uno de los extremos de la sala. La BBC transmitía el debate al país, y millones de ingleses, reunidos alrededor de sus radios, escuchaban al locutor.

Desde la galería de invitados, en la que no cabía ni un alfiler, Lord Halifax y Duff Cooper escuchaban el discurso de Archibald Sinclair, líder del Partido Liberal. El Partido Liberal era el heredero del Partido Whig, y su líder Lloyd George había liderado su país durante la Gran Guerra, pero las disensiones internas y el auge del Partido Laborista lo habían llevado a la casi extinción: solo habían ganado veintiún escaños en las elecciones de 1935, y su poder era nulo ante los aplastantes partidos Conservador y Laborista. Su líder Sinclair había participado en el gobierno de unidad nacional de Churchill, pero como tantos otros había discutido con el Premier. Ahora Sinclair pensaba que iba a prestar un último servicio a la nación.

Sinclair comenzó recordando las promesas de Winston Churchill:

“El Primer Ministro nos dijo en esta cámara que no tenía nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor. El primer Ministro no faltó a la verdad. Hemos tenido sangre, la sangre de los británicos, civiles y militares, que perecen todos los días bajo las armas nazis. Hemos tenido esfuerzo, pero un esfuerzo baldío, que solo nos ha llevado a derrotas humillantes. Lágrimas hemos tenido muchas, las de las madres que lloran por sus hijos que no volverán. Pero también tenemos sudor. Un sudor frío que nos atenaza viendo como el Primer Ministro está llevando al Imperio a la catástrofe”.

—¿Desde cuándo habla así de bien Sinclair? —preguntó Cooper.

—Es toda una sorpresa —respondió Halifax—. Hasta ahora solo le había oído decir tonterías.

Sinclair siguió recordando las promesas de Churchill.

“Winston Churchill nos dijo que su objetivo iba a ser la Victoria. Recordemos sus palabras: victoria a toda costa, victoria a pesar del terror, victoria por largo y duro que sea el camino, porque sin victoria no hay supervivencia. Pero ¿qué victorias nos ha traído? Nos dice que consiguió que nuestro ejército se retirase de Dunkerque pero eso no fue victoria, sino una escapada vergonzosa abandonando a nuestro aliado francés, ahora justamente resentido. Nos dice que derrotó a la Luftwaffe de Goering, pero estamos reunidos en esta sala porque nuestra casa, la Cámara de los Comunes, ha sido destruida por una bomba lanzada por uno de los aviones que supuestamente ha derrotado. Ha conquistado las islas Canarias, nos dice, pero la bandera española aun ondea desafiante en ellas, y todos los días los periódicos publican la larga lista fúnebre recordando a los soldados muertos en las islas que dice conquistadas.”

—Lo triste es que tiene razón —dijo Cooper— ¿Sabes algo más de las islas?

—Lo mismo que tú. En Gran Canaria sigue la sublevación y nuestros soldados apenas controlan la capital de la isla. En las islas menores la situación es más tranquila, pero es que tienen muy poca población. Aun así en la isla de ¿Parma, Palma o algo así?, la población también se ha sublevado y nuestros soldados ni se atreven a salir de sus cuarteles.

—No tenemos suficientes fuerzas de ocupación allí. Han mandado a casi todos los soldados a Oriente Medio.

—Lo pasa es que ese mentiroso de Churchill nos dijo que iba a ser coser y cantar —dijo Halifax—. Nos decía que los canarios estaban ansiosos por unirse al Imperio, y hasta sugirió que nos podríamos quedar las islas tras la guerra. En realidad en esas islas viven un millón de españoles que nos odian hasta lo más profundo de su ser. Coser y cantar…

—Calla un momento, que está diciendo algo de Canarias.

“También ha arrastrado el nombre de nuestra nación por el fango. Los asesinatos de Canarias no solo han cubierto de vergüenza nuestra nación, sino que nos han enajenado el apoyo de aquellos que hubieran debido ser nuestros valedores…”

—Eso no es justo. Los que hicieron esas animaladas fueron los propios españoles, azuzados por los bolcheviques —dijo Halifax, que odiaba a los comunistas más que a los alemanes.

Cooper pensó que Halifax se dejaba llevar por sus odios—. Churchill lo tendría que haber previsto. Después de lo de Gibraltar tenía que saber que los españoles se matarían unos a otros en cuanto les dejase, y tendría que haber dado instrucciones estrictas a nuestros generales. Pero sigue escuchando.

“Pero esas míseras victorias palidecen ante la magnitud de nuestras derrotas. Hemos perdido Gibraltar. La roca, en la que nuestra bandera ondeó durante dos siglos, ha caído en manos españolas. Hemos perdido Egipto, donde Napoleón sufrió por primera vez la ira del león británico.. Hemos perdido Palestina, la cuna de Nuestro Señor. En Gibraltar, en Egipto y en Palestina se ha vertido la sangre de nuestros soldados, se ha perdido el esfuerzo de la nación, por ellas se vierten las lágrimas de nuestras esposas, en ellas el sudor de nuestros hombres ha empañado la tierra para ser aplastado por la bota prusiana.”

—En serio, a ese Sinclair alguien le escribe los discursos.

—Desde luego, este hombre nunca había hablado antes así —respondió Halifax.

“Incluso en el mar las flotas de Goering y de sus secuaces se atreven a plantar cara a la Royal Navy. Nuestra marina, la mayor fuerza naval que había visto la Historia, las murallas de madera que protegen nuestras costas…”

—Murallas de madera… No sé si es la mejor metáfora —dijo Halifax. Cooper asintió: la frase hacía referencia a la invasión persa de Grecia y a la batalla de Salamina. Pero en esa guerra Atenas fue tomada y arrasada, y solo tras la victoria naval y con la ayuda espartana se pudo expulsar a los persas. No era buena metáfora.

“… Bajo las olas y sobre las olas las flotas del enemigo se atreven a insultar nuestra bandera. Bajo las olas los sumergibles nazis, esa hidra cuyas cabezas habíamos cortado en 1918, ha renacido y amenaza con cortar los lazos que nos unen con nuestro Imperio y con el mundo libre. Sobre las olas no solo la bandera nazi, sino hasta la bandera española se atreven a ondear sobre aguas que hasta ahora les habían estado prohibidas.”

—¿Qué dice este hombre de los españoles? —preguntó Halifax.

—La verdad es que no lo sé. Desde que discutí con Churchill solo entero por lo que se dice en esta cámara.

“Honorables miembros, no podíamos esperar que el gobierno de Winston Churchill fuese perfecto. El Primer Ministro llegó al poder cuando los vientos de la guerra soplaban en nuestra contra, y no podíamos pretender que solo nos presentase un ramillete de victorias. Mi Partido no se hace ilusiones y sabe que la amenaza de Goering es tan terrible como la que enfrentó nuestra Patria hace ciento cuarenta años. Hoy como entonces, un dictador ha conseguido hacerse con el control de Europa, y el Imperio Británico ha quedado solo, frente a frente, contra el ogro. Pero en mil ochocientos el Imperio pudo ir royendo el poder continental, que sufrió la muerte de los mil cortes…”

—Primero mitología, ahora torturas chinas… Duff, quiero saber quien escribe para Sinclair. Se lo recomendaré al editor de Punch.

Cooper rio. La revista satírica Punch era apenas una sombra de lo que había sido a finales del XIX, y sería un buen lugar para que recalase quien escribía frases tan melodramáticas.

“Fue entones Napoleón quien, debilitado por mil arañazos, sucumbió tras el zarpazo final que el León le dio en Waterloo. Pero ahora quien está sufriendo la muerte de los mil cortes es nuestra querida Patria. Ninguna de esas derrotas que he citado ha sido decisiva, y tras todas ellas el León ha seguido rugiendo desafiante. Pero cada derrota está arrebatando al Imperio su savia vital. Honorables miembros, no podemos permitir que el Imperio se desangre. Si seguimos por el camino que nos marca el Primer Ministro Churchill, nuestra Patria estará condenada a la desaparición…”

En la sala se oyeron abucheos procedentes de los bancos conservadores. Halifax dijo— Esta vez se ha pasado. Desaparición… lo que va a desaparecer es el Partido Liberal.

“Pero Honorables Miembros, si miramos hacia atrás ¿cómo puede Alemania amenazar a nuestra Patria? Hace veintitrés años Gran Bretaña, conducida por la firme mano de mi ilustre antecesor Lloyd George, supo arrebatar la victoria de las fauces de la derrota. Ahora el Imperio es mucho más grande y más fuerte que en 1918, y ante el poder de nuestras armas no hay rincón en el que pueda esconderse un dictador homicida.”

Se escucharon algunos aplausos, pero pocos. Nadie quería a otro Lloyd George, pues se recordaba su desastrosa gestión de la posguerra.

“Sin embargo, el incapaz gobierno de Churchill ha sido incapaz de aunar las fuerzas imperiales…”

Volvieron los abucheos desde los bancos conservadores, pero Halifax notó que no eran muy entusiastas.

“Nuestra Patria necesita otra dirección para reencontrar la ruta que nos llevará hacia la victoria. Yo también digo “hasta cuando, Churchill, seguirás entre nosotros” pero, cuando se haya ido ¿Quién vendrá? ¿Otro Chamberlain? Lo que se ha visto durante la guerra es que el Partido Conservador no solo es incapaz de guiarnos, sino que ha perdido el apoyo que las urnas le prestaron hace ya seis años.”

La cámara permaneció en silencio esperando ver hacia donde se dirigía Sinclair. Los parlamentarios no olvidaban que las últimas elecciones habían sido en 1935, ya que la guerra había hecho que se prorrogase la legislatura. En tiempos de paz hubiesen tenido que defender sus escaños el año anterior, y todos sabían que el ascendiente del Partido Conservador había disminuido.

“Sustituir a Churchill por otro conservador sería lo mismo que cambiarle el collar al perro. No, Honorables colegas, no es el collar sino el perro, el Partido Conservador, es el que está caduco y es quien tiene que abandonar esta cámara…”

Esta vez el griterío se adueñó de la cámara. Los conservadores abucheaban al orador mientras los pocos liberales daban gritos de ánimo. Los bancos laboristas permanecieron en silencio, pero los conservadores mantuvieron el alboroto hasta que el Presidente de la Cámara llamó al orden. Cuando Sinclair fue a retomar el discurso se oyó un grito desde el fondo.

—El caduco perro conservador se merendará al huesecillo liberal de un bocado, con collar y todo.

Las carcajadas llenaron la sala. Hasta los laboristas aplaudieron la ocurrencia. Halifax le dijo a Cooper:

—Esto se le está yendo de las manos. A ver si sabe reconducirlo —mientras Sinclair siguió su discurso.

“Esta cámara ya no representa al pueblo inglés, que ha abandonado al Partido Conservador y se ha unido alrededor de los partidos Laborista y Liberal. La mayoría que mantiene el Partido Conservador solo se apoya en la prórroga de las cámaras, votada por los mismos conservadores. Por eso os pido a todos, liberales, laboristas y conservadores, que miréis en el fondo de vuestra alma para ver que tengo razón, y que apoyéis mi propuesta olvidando bajo qué colores concurristeis a las elecciones hace ya seis años.

Honorables miembros de la Cámara, os pido que votéis la destitución de Sir Winston Churchill como Primer Ministro, y su sustitución por otro procedente de las filas del Partido Laborista. Sí, he dicho laborista, porque sé que aunque el Partido Liberal goza de mayor apoyo que el que consiguió en 1935, es el Partido Laborista el que tiene el mayor apoyo de nuestros conciudadanos.”


—Eso es lo que queríamos, pero no sé si lo está presentando demasiado bien —dijo Cooper.

“Pero nuestro futuro Primer Ministro no podrá gobernar con la oposición de esta cámara. Cuando las bombas estallan en nuestras calles no es momento de convocar elecciones. Por eso pido que dotéis al Primer Ministro de poderes que le permitan gobernar de forma excepcional sin el apoyo de las cámaras, hasta que la victoria nos permita celebrar las elecciones que le refrenden.”

—Poderes de guerra. Deseábamos que dijese eso pero, oído así ¿ha sido prudente? —se preguntó Halifax.

El clamor que se elevó desde toda la sala le dio la respuesta. No solo los conservadores, sino que los pocos liberales y hasta los laboristas se levantaron e insultaron al orador. Nadie quería una medida que les apartaría del poder. Además ¿cuándo se podrían celebrar nuevas elecciones? Los conservadores pensaron en el símil de democracia que eran las elecciones soviéticas, y los laboristas no deseaban que alguien en su partido gozase del mismo poder que tenían los líderes de los partidos políticos del Continente.

En el banco del Gobierno un sonriente Winston Churchill se volvió y dijo—. Gracias, Señor, por haberle puesto en mis manos —y se levantó para replicar a Sinclair.
Última edición por Domper el 17 Feb 2015, 10:46, editado 2 veces en total.



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Mensaje por wilhelm »

No es justo dejarnos a medias, :desacuerdo: quiero conocer como termina el discurso. Menudos nervios


Domper
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Mensaje por Domper »

Aguas prohibidas

7 de Julio de 1941


A ochocientas millas al Oeste de las Azores el pabellón español navegaba por mares prohibidos.

La derrota inglesa en el Mediterráneo había permitido que los petroleros procedentes del Cáucaso llegasen hasta los puertos españoles, llevando el grano y el petróleo que estaba permitiendo que España sobreviviese. Resultaba irónico que la Unión Soviética, la enemiga declarada de la España franquista, fuese quien les prestase el hálito vital, pero parecía que la política estaliniana era cada vez más contradictoria. Era como si la victoria alemana en Palestina hubiese hecho desaparecer las supuestas dificultades que durante la primavera habían impedido que el petróleo ruso llegase a Alemania y a sus aliados. Los petroleros cargados de oro negro atravesaban el Bósforo, el Egeo y finalmente el Mediterráneo Oriental, mientras la marina italiana los protegía de posibles ataques de los pocos barcos que seguían ondeando la Unión Jack en el Mediterráneo.

Unas gotas de ese fuel llegaron a España y habían permitido rellenar los vacíos tanques del crucero pesado Canarias, que una vez más había salido al mar a la caza de barcos ingleses. Pero esta vez los marinos españoles sabían que las ciudades en las que vivían sus familias habían sufrido los bombardeos ingleses. No habría cuartel.

El crucero había salido cuatro días antes de El Ferrol del Caudillo, acompañado por el crucero Almirante Cervera y por cuatro destructores. Poco después se les unió una indeseada visita: el ya muy conocido destructor portugués Douro, que día tras día recorría las costas gallegas como si enarbolase la enseña británica en lugar de la portuguesa. Los seis barcos españoles y su chivato portugués se dirigieron hacia el Sur, siguiendo la derrota de Cádiz, pero durante la noche el Almirante Cervera se lanzó contra el Douro, al que estuvo a punto de partir en dos, mientras el Canarias aumentaba su andar. El indignado capitán del Douro usó su reflector para iluminar al crucero español, viendo seis cañones de 152 mm que le apuntaban. El Douro intentó seguir al Canarias, pero un cañonazo por su proa le hizo desistir, mientras el Canarias se perdía en alta mar.

El crucero pesado cambió su curso hacia el Sur y luego hacia el Este, hacia la costa portuguesa, para eludir los aviones que hubiesen podido enviar en su búsqueda. Solo se adentró en el océano tras un día de navegación sin ver aviones enemigos, y puso rumbo al Oeste, dirigiéndose hacia un convoy que había sido detectado por uno de los Fw 200 desplegados en el aeródromo de La Bacoya.

Sesenta horas después consiguió su primera víctima: el mercante Helenus que desde Freetown navegaba hacia Bristol cargado de bauxita. La carga era muy valiosa por lo que el capitán de navío Rodríguez González lo marinó con una tripulación de presa hacia Vigo. Seis horas después detectó al noruego Gunny, que venía de Bombay cargado de vigas de madera, y que fue hundido con cargas explosivas tras rescatar a su tripulación. Peor suerte corrió el británico Umtata, que intentó usar su cañón de cubierta contra el Canarias. El crucero pesado lo destruyó con cuatro andanadas y partió sin detenerse a recoger a los náufragos: al usar su cañón el Umtata podía ser considerado un buque de guerra y tratado en consecuencia.

El capitán Rodríguez González pensó que esos barcos procedían del convoy de Freetown, que habría sufrido una de las ocasionales tormentas veraniegas que tanto temían los marinos gaditanos. La aviación había perdido el rastro del grupo de barcos, y el capitán pensó que sería porque el convoy habría cambiado su rumbo al noroeste, para eludir los submarinos que pudiesen salir en su caza. Rodríguez Gonzalez pensó que si daba caza al convoy corría el riesgo de encontrarse con los barcos que con seguridad estaban buscando al Canarias. Pero quien no se arriesga no pasa la mar, pensó, y puso su buque a toda máquina: se daba doce horas de tiempo y, si no encontraba en ese plazo, escaparía.

La noche cayó sin que se viesen más barcos y el Canarias moderó su andar ante el riesgo de un encuentro indeseado. Se tocó el zafarrancho de combate de la amanecida justo a tiempo: las primeras luces mostraron decenas de columnas de humo a pocos miles de metros a babor del crucero. Sin pensárselo dos veces el Canarias cayó hacia el convoy, que al descubrir al intruso a pocos miles de distancia empezó a dispersarse.

—Don José —dijo un alférez dirigiéndose al capitán—, he contado unos cuarenta barcos mercantes.

En ese momento el pique de tres proyectiles de pequeño calibre cayó por delante del crucero.

—Uno, no, dos destructores pequeños a cuatro mil metros. También hay otro barco de escolta pequeño, una corbeta o algo así.

El capitán meditó sus opciones. Los destructores usados para la escolta de convoyes, por lo que sabía, eran barcos pequeños y anticuados, y parte de su armamento de superficie había sido desmontado. Pero a una distancia tan pequeña eran desproporcionadamente peligrosos. La coraza del Canarias era mínima e incluso los cañones de diez centímetros de los destructores viejos podían perforarla. Sobre todo, podían llevar torpedos.

—Don Jesús —ordenó Rodríguez González al capitán de corbeta Flamarique, su director de tiro— dispare contra el destructor más cercano con la batería de veinte centímetros, y contra el más lejano con la de doce —no era habitual usar la batería principal contra el objetivo más cercano, pero el comandante quería eliminarlo cuanto antes—. Timonel, rumbo 330º.

El crucero empezó a virar a babor, manteniendo la distancia respecto a los escoltas. Mientras los proyectiles enemigos siguieron cayendo, aunque bastante desviados. Entonces el Canarias disparó con sus ocho cañones de 20'3 cm contra uno de los destructores. A esa distancia era casi como disparar con un fusil. La primera andanada cayó corta, pero la segunda alcanzó al destructor de lleno. Una llamarada de color marrón se elevó en la popa y, segundos después, la mitad posterior del destructor desapareció en una gran explosión: habían estallado las cargas de profundidad. Al poco el barco había desaparecido.

—¡Bravo, Don Jesús! Ahora a por el otro.

El segundo destructor había cambiado su rumbo, dirigiéndose hacia el convoy para cubrirlo con una columna de humo, mientras lo seguían los piques de los proyectiles de la batería de doce centímetros del crucero. Al menos un proyectil lo había tocado porque se veían llamas. Finalmente el destructor desapareció en la nube de humo. Un tercer escolta empezó a disparar valientemente contra el crucero.

El capitán decidió que internarse en la nube de humo era demasiado peligroso, y decidió destruir a la corbeta e intentar rodear el humo por el Norte. El crucero cambio el objetivo de sus cañones y enormes proyectiles empezaron a caer sobre la heroica corbeta, que zigzagueaba como posesa. Finalmente un proyectil arrancó el cañón de proa y barrió el puente con metralla. La corbeta cambió bruscamente de rumbo, pero expuso todo el costado a la artillería enemiga: la siguiente andanada alcanzó de lleno al barco, que empezó a hundirse, mientras los proyectiles seguían cayendo.

El crucero por fin pudo avistar al convoy, pero en ese momento otra andanada cayó a unos cientos de metros de su banda de babor.

—¡Esa debe ser de un crucero! —dijo el capitán.

Un serviola contestó—. Mi capitán, crucero ligero a estribor, distancia once mil metros. Dos chimeneas, cañones en montajes abiertos.

Las características del barco indicaban que se trataba de alguno de los viejos cruceros clase ‘C’ o ‘D’ destinado a proteger convoyes. Eran barcos muy inferiores al Canarias, pero no despreciables. Bastaría con un impacto afortunado para que el Canarias quedase al garete y España perdiese el barco más importante que le quedaba. Al capitán Rodríguez González le dolía retirarse frente a un rival inferior, pero la discreción es parte del valor. Pero intentaría hacerlo dañando al convoy todo lo que pudiera, aunque implicase correr algún riesgo.

—Rumbo a 30º a toda máquina —así el crucero presentaba toda su batería contra el crucero inglés—. Don Jesús —ordenó a su director de tiro—, dispare con los cañones del veinte contra el crucero, y con los del doce a los objetivos que se le presenten.
Durante los minutos siguientes los dos cruceros mantuvieron un duelo disparejo: el Canarias podía disparar con toda su batería, mientras el crucero enemigo solo podía hacerlo con los dos montajes de proa. Si ofrecía la banda no solo no acortaría distancias, sino que se metería entre los barcos del convoy. Mientras la batería de 120 mm del Canarias comenzó a disparar contra un gran barco, que se incendió, y luego contra un petrolero. Casi al mismo tiempo un proyectil del Canarias alcanzó al crucero inglés, que por fin tuvo que virar y se fue quedando atrás poco a poco.

—Don José, lo tenemos —dijo el capitán de corbeta Flamarique.

—Don Jesús, ese crucero ya no es una amenaza. Los ingleses tienen muchos cruceros como ese y perder un barco viejo poco les importa. Les haremos mucho más daño destruyendo el convoy. Empiece a disparar contra los cargueros y cambie de objetivo en cuanto muestren signos de haber recibido daños.

El crucero pesado cruzó a toda máquina por la proa del convoy, cuyos barcos intentaban escapar de la lluvia de proyectiles. Al abrirse brechas entre los mercantes, el crucero tomó por objetivo los buques mayores, que habían estado en el centro del convoy, y que probablemente fuesen los más valiosos. Lo acertado de la elección se vio cuando de uno de los cargueros alcanzados se elevó una llamarada de blanco vivísimo, de cientos de metros de altura: el barco debía estar cargado de nitratos o de alguna otra materia inflamable. Un segundo mercante sufrió una suerte similar. Otro gran barco debía estar cargado de minerales, porque se hundió como una piedra. Varios mercantes más fueron alcanzados por la potente artillería del crucero español y se incendiaron o empezaron a escorarse. Por fin, tras hora y media de cacería Rodríguez González decidió que ya era suficiente: toda la Royal Navy debía estar yendo en su persecución, y el molesto crucero inglés volvía acercarse. Tras alejarlo con unas pocas andanadas el Canarias se dirigió al Oeste a toda máquina hasta que los restos del convoy desaparecieron tras el horizonte, y luego se dirigió hacia el Sur, al encuentro del petrolero Castillo de Loarre, el antiguo Finnanger, capturado tres meses antes.

Mucho más al sur la tercera división de cruceros italianos salía de la bahía de Algeciras y se dirigía hacia el Oeste. A la altura de Huelva fue detectada por el submarino británico HMS Proteos. La elevada velocidad de los cruceros impidió que el Proteos consiguiese una buena posición de ataque, pero poco después salió a la superficie para difundir la noticia: había cruceros italianos en el Atlántico.

En el norte el acorazado Bismarck y el crucero pesado Prinz Eugen entraban en el fiordo de Trondheim, del que habían salido también cuatro días antes. La misión encomendada a Lutjens era sencilla: simplemente, hacerse ver y, si era posible, atacar a alguno de los buques de la línea de vigilancia inglesa. Pero cuando se acercaba a Islandia recibió un aviso electrizante: un Dornier 18 de la Luftwaffe había detectado dos acorazados rápidos y varios cruceros a 100 millas al Sur de su posición. De algún modo los ingleses habían detectado la salida del coloso alemán e iban a su caza. Lutjens comprendió que ya había conseguido el objetivo buscado, y aproó al Norte a toda máquina hasta dejar atrás a los ingleses, y luego se dirigió hacia Noruega. Los dos barcos pesados entraron en el fiordo con el resquemor de haber tenido que escapar sin llegar a disparar sus cañones, pero sabiendo que atrayendo a los ingleses habían conseguido el objetivo primordial: atraer a los buques pesados ingleses.

Simultáneamente los acorazados Gneisenau y Scharnhorst llegaron a Gibraltar. El Scharnhorst entraría en el dique seco recién reparado, mientras el Gneisenau se protegía en el puerto militar de la Roca.



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Mensaje por wilhelm »

Este último post de combates navales me ha encantado. A darle duro a los ingleses. De todas formas una pregunta. ¿Se supone que el petróleo que llega desde Rusia es una donación de Alemania a España?, ¿O esta España pagando a Rusia por él?

Saludos.


Domper
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Mensaje por Domper »

¿Con qué puede pagar España a la URSS? Luego entonces...



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Mensaje por Gaspacher »

:twisted: :twisted: :twisted: :twisted:


Otra vez el Douro... :green:

En lugar de acojonarlo embistiéndolo, el Cervera debía haberse quedado junto a él radiando su posición para que uno de los destructores se aproximase por una banda y le largase un par de torpedos, ya sabes Uppssss, fue confundido por un submarino ingles con uno de los Churruca :guino:

Dios dijo hermanos pero no primos...


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Domper »

Islas

7 de Julio de 1941


El submarino Alagi había dejado al tenente Luigi Ferraro una semana antes al sur de la isla de Gran Canaria, donde lo esperaba un bote de pesca. El bote llevó al oficial italiano hasta el puerto de Mogán que, para sorpresa del teniente, no estaba vigilado por los ingleses. No sabía que durante el mes anterior los insurgentes, bien abastecidos de explosivos, habían lanzado una campaña contra las pequeñas guarniciones británicas. En una noche quince puestos se derrumbaron tras estallar los paquetes preparados por “el Artista”, y las patrullas enviadas para reemplazarlos se habían encontrado con las carreteras cortadas y con trampas explosivas escondidas en las barricadas. Tras perder ciento cincuenta soldados en tres días el general Roberts, al mando de la guarnición canadiense que había sustituido a la inglesa, decidió dejarlo correr, renunciando a mantener los pequeños puestos. En su lugar decidió concentrarse en el “triángulo útil”: el formado por la capital, Telde y Arucas. En esa área se concentraban dos tercios de la población de la isla. Fuera del triángulo solo quedaron guarniciones en el aeródromo de Gando, en la carretera que seguía la costa oriental de la isla, en Maspalomas y en Agaete. El resto de la isla solo sería vigilado por columnas de tamaño de batallón, demasiado grandes como para que los insurgentes las pudieran emboscar y destruir.

El general Roberts había renunciado a controlar el interior, pero también intentó negárselo a los insurgentes: ordenó que la población civil fuese concentrada en campos situados en el “triángulo útil”, donde malvivía con miserables raciones. El general había ordenado arrasar los campos y quemar las casas en el resto de la isla, pero era más fácil decirlo que hacerlo: varias patrullas desaparecieron, y finalmente los canadienses solo pudieron moverse en grandes formaciones. Pero esas columnas no podían alejarse de las escasas carreteras, y el interior de la isla quedó para los resistentes españoles.

El teniente desembarcó y vio que las antaño bonitas casas de Mogán ya solo eran restos ennegrecidos. Sin embargo los pescadores que lo acompañaban le enseñaron un maloliente montón de escombros con grandes sonrisas.

—¡Quince herejes atrapó allí el Artista, quince! Y cuando vinieron a desenterrarlos otro petardo mandó al infierno por lo menos a diez más. Así aprenderán a no burlarse de España y de la religión verdadera.

Ferraro ya sabía que el Artista era un oficial de ingenieros español. El teniente tenía muchas ganas de hablar con él: también era experto en explosivos, pero de otro tipo. Supervisó que trasladasen con cuidado los bultos que había traído a una caravana de mulos, y partió hacia el interior.

Dos días después Ferraro sabía por qué los ingleses no podían dominar a los españoles. La isla, que desde la costa parecía suave y acogedora, escondía un laberinto de barrancos de paredes empinadas, en los que los lugareños habían construido terrazas de cultivo en laderas imposibles. El sendero que siguieron subía y bajaba continuamente. Cuando el teniente preguntó por qué no iban por la carreterilla que iba por el fondo del valle, el arriero le dijo:

—Esa carretera es para los herejes, y está llena de regalos que ha dejado el Artista para ellos —y rio mientras le señalaba la carcasa abrasada de un coche.

Ferraro pensó que en esa condenada isla no se tomaban la guerra muy en serio. Por fin llegaron a un rincón encantador: un hotelito de montaña, en un paisaje que mezclaba el verde con el rojo y negro de las rocas volcánicas. Un grupo de españoles armados y con pinta de bandoleros lo recibió. Uno de ellos llevaba un uniforme remendado con insignias de comandante. El teniente se cuadró y se presentó:

—Teniente Luigi Ferraro a sus órdenes.

—Relájate, teniente, que por aquí somos más informales. Soy el teniente coronel Payeras. Ya iba siendo hora de que llegases. Bienvenido a Gran Canaria.

—Mi teniente coronel ¿No será peligroso que esté aquí, en un sitio tan destacado? ¿No le preocupa que le bombardeen?

El español rio. Por lo visto por aquí todo se tomaba con guasa— ¿Bombardearnos? No sé cómo. Por lo visto a los avioncitos de los místers no les gustan los pepinos —el teniente puso cara de extrañeza—. Sí, hombre, los pepinos del siete y medio. Todos los días les mandamos alguno para desayunar.

—¿Tienen cañones aquí?

—Algunos cañoncitos de montaña, a los que los místers les deben estar tomando mucho cariño. Ponemos el cañón, mandamos un par de regalitos, y lo desmontamos para cambiar de vecindario. Si los bestias esos de ahí abajo —señaló hacia el Norte— se atreven a venir a buscarlo se encuentran con los petardos que vamos dejando aquí y allá, y mientras otro cañón dispara desde otro sitio, para que se entretengan. La cosa es que los burros esos se han cansado y ya no tienen aviones en Gando. Alguno llega desde Lanzarote, pero cae demasiado lejos como para que sea demasiado molesto.

El teniente ya había oído hablar de las tácticas guerrilleras de Payeras, pero nunca habría pensado en usar cañones para agotar al contrario. Aun así Ferraro quiso dárselas de militar profesional—. Como diga, mi teniente coronel, pero este lugar es tan destacado que me parece arriesgado…

El teniente coronel sonrió y palmeó la espalda de Ferraro—. Tienes razón, teniente, pero este edificio es el Parador de Turismo de la Cruz de Tejeda, el mejor lugar de descanso de toda la isla. Aquí se alojó Unamuno ¿no lo conoce? Pues debería. Incluso estuvo aquí el anterior general inglés, ese al que mi amigo le dio lo que merecía ¡Pepe, sal! —gritó Payeras— ¡Es el italiano!

Un español vestido con ropas de campesino salió y saludó al teniente, que se extrañó al verle—. Mi capitán, no lo hubiese reconocido con esas ropas civiles ¿No tiene miedo a lo que pasará si le capturan? La Convención de Ginebra…

Aramburu también se echó a reír— ¿La Convención de Ginebra? Esos capullos de ahí abajo se la pasan por el arco del triunfo. Luego nosotros se las devolvemos dobladas —hizo un gesto obsceno y los demás asintieron—. Además primero tendrían que pillarme. Bueno, teniente, enséñame eso que traes ahí.

El capitán Aramburu, “el Artista”, empezó a hurgar en los bultos. El teniente, alarmado, dijo— ¡Cuidado, mi capitán, hay explosivos!

Ahora todo el mundo se partió de risa—. Italiano ¿crees que le vas a enseñar al Artista algo de bombas? Venga, hombre —dijo uno de los españoles.

Horas después el teniente escuchaba fascinado las explicaciones de Aramburu, que se había atrevido a mejorar los artefactos creados por los técnicos de la X Flotilla MAS:

—¿Ves, Luigi? No era tan difícil. Basta con retirar un poco de explosivo, y añadir un poco de polvo de aluminio, limaduras de hierrro y algo de potasa para que la mezcla sea más interesante. Si ponemos este cono—un calderero local lo había fabricado a partir de una olla caldero de cobre— toda la fuerza de la bomba se dirigirá hacia allí. Ponemos dentro la potasa, el hierro y el aluminio, y cuando estalle la bomba se elevará la temperatura un poco. Ya verás que juerga. Ahora prepárate, que tenemos excursión.

Durante otro día bajaron la ladera norte de las montañas, mucho más verde y llena de huertos y de plataneras. Poco después el guía decidió que era demasiado peligroso seguir de día, por lo que se escondieron en una covacha y siguieron por la noche. El terreno estaba mucho más poblado y hasta vieron una patrulla canadiense a lo lejos.

—Ahora es cuando viene lo divertido. Los burros se vuelven y seguimos solo nosotros. Vamos a dejar las cargas enterradas aquí. No te preocupes por ellas ¿no decías que eran impermeables? Además las pondremos con sacos encerados. A partir de aquí solo llevaremos una cada uno.

El Artista, el teniente y dos escoltas siguieron por una ruta que daba mil revueltas entre huertos, plataneras y chumberas, hasta llegar a los arrabales de la capital. Entonces el capitán Aramburu dijo con una sonrisa:

—Luigi ¿qué tal tu olfato?

El teniente comprendió la pregunta cuando se internaron en las alcantarillas. Tras el atentado contra el Gobierno Militar los insurgentes solo las habían usado ocasionalmente para no despertar las sospechas de los ingleses. El grupo se internó en las galerías y tras horas de recorrido por un laberinto maloliente llegó a una galería medio inundada, que estaba tapada por una reja.

—Prepárate, Luigi. La reja está cortada en el fondo, donde los ingleses no pueden verla.

Esperaron hasta la noche. Entonces el Artista palmeó la espalda del italiano—. Adelante, chico, hoy es buen día para correr ante los toros.

El italiano no entendió la alusión del español, pero se quitó las ropas, se embadurnó el cuerpo con grasa para mantener el calor y se adentró en la galería. Buceando pasó bajo la reja y por fin salió al mar: estaba en el Puerto de la Luz, el mejor fondeadero de Canarias. La Royal Navy lo usaba como base de los barcos que protegían los convoyes africanos. El teniente miró y vio una silueta achaparrada que solo podía pertenecer a un acorazado, junto con otros barcos más pequeños que serían corbetas o destructores. Le hubiese gustado atacarlos, pero estarían bien vigilados y las bombas que llevaba apenas los dañarían.

El teniente cruzó a nado la rada, remolcando un flotador con las bombas y dirigiéndose hacia otro objetivo: un barco grande que estaba amarrado en el centro del puerto. Según los informes llevaba gasolina de aviación y su explosión podría causar un desastre en la bahía. Ferraro siguió nadando viendo pasar a lo lejos los botes de vigilancia, y al acercarse al barco deshinchó en parte el flotador para que no sobresaliese de la superficie. Sigilosamente llegó al costado del barco, tomó una de las cargas, movió una manija para insertar el fulminante, y quitó el seguro que protegía la cápsula de ácido sulfúrico. La bomba ya estaba “viva”. El teniente se sumergió y colocó la carga contra el casco del barco. Un potente imán la mantuvo unida. Repitió la tarea tres veces más y, tras abandonar el flotador, volvió nadando hacia la alcantarilla, donde lo esperaban los españoles. Allí se puso las ropas y se introdujo en el laberinto de túneles.

Trece horas después el ácido terminó de corroer el tapón de corcho que lo separaba de la potasa. Al mezclarse se produjo una reacción exotérmica que hizo estallar una cápsula de fulminato de mercurio, que a su vez inflamó un cordón de pólvora negra, y este a su vez hizo estallar la carga de TNT. El TNT se descompuso formando una gran cantidad de gases cuya presión aumentó exponencialmente, formando una onda de choque de velocidad supersónica, que se extendió en todas direcciones. Pero junto al casco del barco la presión aplastó el cono de cobre y comprimió la mezcla de aluminio y potasa de su interior. La presión rompió el casco del barco, y un chorro de partículas metálicas a más de 3.000ºC atravesó el tanque de combustible, que se incendió. La onda de choque de la explosión rompió la cápsula de cristal que llevaba cada una de las otras tres cargas, que también estallaron, rompiendo los tanques de fuel y empeorando los incendios.

El SS Nottingham empezó a escorarse mientras ardía como una tea. Pero los insurgentes estaban equivocados: el mercante apenas llevaba unos pocos barriles de gasolina. Su carga consistía en cuatro mil toneladas de municiones y explosivos.

La gigantesca explosión sacudió el puerto. Una ola de diez metros de altura recorrió el puerto y lanzó los barcos amarrados contra los muelles, desfondándolos. Los restos del infortunado mercante barrieron el fondeadero como metralla disparada por un cañón ciclópeo, y fragmentos ardientes iniciaron incendios en todo el puerto, destruyendo los pocos edificios que los combates del otoño anterior habían respetado.

Desde una casa franca en lo alto de la ciudad el Artista y el teniente observaban como se hundía el Nottingham cuando les deslumbró un destello blanco como el de un relámpago, y una nube de humo negro se dirigió hacia ellos a velocidad supersónica. Antes de poder agazaparse la onda de choque los lanzó al suelo. Afortunadamente ya no quedaba ni un cristal en la ciudad y los insurgentes solo recibieron golpes y un buen susto.

El Artista se puso en pie. Estaba cubierto de polvo de yeso y parecía un fantasma. Le dio la mano a Ferraro para que se levantase y miró hacia el puerto. Una enorme nube de humo negro lo cubría. Una gran llamarada entreabrió las tinieblas: otro barco, esta vez un petrolero, también había estallado. Más buques ardían como antorchas, y por un momento se pudo ver entre las nubes de humo y las bolas de fuego al acorazado apoyado en un costado.

El Artista siguió mirando el paisaje de desolación y luego se volvió hacia el teniente, diciéndole.

—Chico, esperaba reírme, pero no tanto.



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Mensaje por kaiser-1 »

Creo que los ingleses no se van a reír nada, pero nada, nada :militar21: :militar21: :militar21: :militar21: :militar21:


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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JLVassallo
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Mensaje por JLVassallo »

Menuda combinación entre el español y el italiano. Ese artista es mas peligroso que mono con ametralladora. jajaja
Muy buena la historia.
Saludos.


Domper
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Mensaje por Domper »

En otra isla

7 de Julio de 1941


La luna llena iluminaba las calmadas aguas, sobre las que se deslizaba una silueta alargada. En su cubierta unos hombres se afanaban acercando pesados proyectiles a un cañón, mientras desde la cubierta los serviolas vigilaban el horizonte. El capitán del submarino observaba con sus prismáticos la cercana costa, en la que se veían ocasionales fogonazos. Tras dar una orden, el cañón de cubierta del U-126 disparó media docena de veces. Unos pocos proyectiles acabaron con la voluntad de resistencia de los defensores. Los soldados territoriales, negros jamaicanos procedentes de las capas más pobres de la población, decidieron que esa no era su guerra y abandonaron las armas. Un comando lanzó una bengala roja para detener el bombardeo, mientras otros registraban a sus prisioneros.

Los comandos alemanes habían llegado al atardecer en tres submarinos alemanes del tipo IX. Desembarcaron con botes de goma y se acercaron al perímetro del aeródromo, atacándolo a medianoche. Los centinelas apenas pudieron disparar, y pronto los comandos recorrieron los barracones echando bombas de mano por las ventanas. Otros comandos se acercaron a los aviones aparcados y los destruyeron colocando cargas explosivas en sus motores.

La única resistencia se produjo en el edificio que albergaba la torre de control. Entonces uno de los comandos lanzó dos bengalas verdes. El kapitänleutnant Ernst Bauer observó desde la torreta de barco que lanzaban bengalas amarillas contra un edificio, y ordenó disparar contra él.

Unos comandos alemanes reunieron a los prisioneros y seleccionaron a los que parecían de origen europeo o a los que llevaban insignias de aviadores, y se los llevaron a los botes. Otros registraron los restos de los aviones y los edificios, buscando mapas o libros de códigos. Una patrulla encontró una especie de máquina de escribir que se parecía mucho al equipo de cifrado Enigma. El teniente al mando ordenó recoger todos los papeles que había en la habitación y en la máquina, e introducirlos en un saco para llevarlos a un bote. Luego puso una gran carga explosiva para borrar cualquier huella.

Al amanecer los tres submarinos estaban ya en aguas profundas. Cuando llegaron los aviones de patrulla el mar estaba vacío, y en la base aérea de Grand Cayman solo quedaban ruinas.



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En otras arenas

7 de Julio de 1941


Iba a ser la primera misión conjunta, en la que los bombarderos franceses iban a ser escoltados por cazas alemanes. Una docena de bombarderos Douglas DB-7 y ocho cazabombarderos Potez 63.11 habían partido del aeródromo de Palmira, uniéndose sobre Ramadi con los Bf 110 procedentes de Mosul. La formación se dirigió al aeródromo de Habbaniya, ahora sembrado de cráteres. Los bombarderos sobrevolaron las instalaciones y lanzaron sus cargas, y luego los cazabombarderos ametrallaron las ruinas. Pero por primera vez los pilotos no vieron cazas enemigos elevándose contra ellos, y tampoco disparó la artillería antiaérea: los ingleses habían abandonado la base.

Ocho horas después un SdKfz 222 del 37º Batallón de reconocimiento, el mismo que había sido el primero en entrar en Jerusalén, entró en la base aérea y recorrió las pistas, en las que solo había cráteres y restos quemados de aviones. Los carros alemanes recorrieron las instalaciones y luego siguieron hacia el Este.

La ruta de Bagdad estaba abierta.

Al Norte, los equipos de reparaciones que había cedido el Rey Abdallah trabajaban a toda prisa, y algunas secciones del oleoducto de Mosul volvieron a funcionar. Antes de un mes el petróleo iraquí volvería a llegar a Haifa.



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Kitchener

7 de Julio de 1941


Había costado grandes esfuerzos, pero se había conseguido trasladar decenas de barcazas más allá de las cataratas del Gran Río. Aunque los ingleses en retirada hundían todo lo que flotaba, la Piccola Marina del almirante Bribonesi siguió acompañando al ejército: la docena de locomotoras que los alemanes habían encontrado abandonadas en El Cairo volvían a humear, y los suministros descargados en El Cairo eran transportados por los tramos reparados de la vía férrea que corría paralela al gran río. Donde aun no habían llegado las cuadrillas de obreros ferroviarios las cargas eran llevadas por todo tipo de barcazas y botes. Al llegar a cada catarata miles de egipcios trasladaban las cargas a los camiones, para volver a las embarcaciones cuando el Nilo volvía a ser navegable. El proceso se repetía en cada uno de los saltos que jalonan el curso del río. Un flujo continuo de todo tipo de embarcaciones subía y bajaba por el río, mientras los camiones, movidos por el petróleo de Suez, recorrían la carretera ribereña. Se daba prioridad no solo al combustible y a las municiones, sino al material necesario para reparar cuanto antes la vía férrea.

El pueblo egipcio se había volcado para ayudar. La conquista de Jerusalén hizo ver a los lugareños que los ingleses no iban a volver. Atraídos por las recompensas, los trabajadores afluían hacia el río, y aparecieron todo tipo de embarcaciones. Guías árabes enseñaron a los invasores los senderos del desierto que rodeaban las posiciones británicas.

La apertura del Mediterráneo había permitido que la 5ª División Panzer se uniese al 10º Ejército italiano. Junto con la División Acorazada Ariete habían formado un cuerpo de ejército acorazado que abría el paso al resto del ejército hacia Sudán. El terreno desértico a ambos lados del valle permitía que los Panzer rodeasen las posiciones defensivas, y los ingleses escapaban ante la mínima amenaza de ser copados.

Poco a poco el ejército iba siguiendo la misma ruta de Kitchener, siendo la principal limitación al avance no la resistencia enemiga sino el limitado flujo de combustible y municiones que podía llegar por el río. Frente a ellos la 4ª División India, tras su larga retirada, empezaba a mostrar síntomas de descomposición, y los elementos de vanguardia de las divisiones acorazadas cada vez encontraban más material abandonado y capturaban a los soldados hindúes sin apenas tener que disparar.

Finalmente llegó el general Tellera, que decidió que avanzar con todo el ejército estaba presionando de tal forma la intendencia que estaba retrasando el avance. Dejó atrás a sus unidades de infantería, encomendándoles la reparación del ferrocarril, y siguió adelante solo con las dos divisiones acorazadas, dejando atrás unidades a medida que se acababan los suministros. Era una táctica peligrosa, pero permitió acelerar la marcha. El 3 de Julio alcanzaron Asuán, tomando intacta la presa y el aeródromo. Desde allí no solo los SM-82 de largo alcance, sino también los SM-81 podían llegar hasta Abisinia. El 7 de Julio un escuadrón de reconocimiento italiano entró en Wadi Halfa, la primera ciudad sudanesa.

Siguiendo la ruta de Kitchener aun quedaban 600 kilómetros hasta llegar a Jartum, la llave del Nilo Azul, y otros 400 hasta Abisinia. Pero la resistencia británica se estaba debilitando de tal forma que recorrer esa distancia parecía una excursión.



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Mensaje por APVid »

Domper escribió:En su lugar decidió concentrarse en el “triángulo útil”: el formado por la capital, Telde y Arucas.

Como en Creta.

Me sorprende que no se usen a las unidades de fuerzas especiales británicas (o a los australianos o maories) para ir entrenándolas en táctica contraguerrillera.

Y que no formen contraguerrillas con los milicianos republicanos (que conocen igual la isla) para enviarlos al monte a luchar contra los guerrilleros. Creó que pueden reunir veteranos del SIAM o del IX Cuerpo del EPR expertos en guerra de guerrillas.

Domper escribió:—¿Ves, Luigi? No era tan difícil. Basta con retirar un poco de explosivo, y añadir un poco de polvo de aluminio, limaduras de hierrro y algo de potasa para que la mezcla sea más interesante. Si ponemos este cono—un calderero local lo había fabricado a partir de una olla caldero de cobre— toda la fuerza de la bomba se dirigirá hacia allí. Ponemos dentro la potasa, el hierro y el aluminio, y cuando estalle la bomba se elevará la temperatura un poco. Ya verás que juerga. Ahora prepárate, que tenemos excursión.

Parece que le está dando una receta de cocina, solo falto añadir un poco de perejil.

Domper escribió:al acorazado apoyado en un costado.

¿Cuál fue?


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Mensaje por kaiser-1 »

Ya, pero las masacres de La Línea y de Las Palmas en cuanto se hicieron con ellas los ingleses y los republicanos vieron la oportunidad de ajustar cuentas los hacen terriblemente sospechosos a los ojos ingleses, y los que están en Francia bastante tienen de qué preocuparse. Los maoríes, neozelandeses y australianos están muy ocupados con los alemanes en Oriente Medio (donde no es que sobren soldados precisamente :militar21: ).
Y se crearon algunos "comités" que se internaban en la isla para "adoctrinar" y sustituir a las autoridades franquistas, pero cuando unas cuantas se desvanecieron sin dejar rastro y otra apareció adornando las farolas de las afueras de Las Palmas, como que se dejaron de teorías y venganzas y se quedaron dentro del perímetro inglés (un área tan segura como cualquier otra en zona de guerra de guerrillas)


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