Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Mensaje por Super Mario »

Malcomn escribió:Sumamente interesante todo lo que comentas SuperMario. Solo comentar que en mi opinión desfase con la realidad es producto del momento, es decir, la guerra se esta perdiendo cada día, los soldados mueren, Alemania se desangra y ninguno de sus megalómanos sueños se cumplirá jamás. Eso en el caso de personalidades como Hitler creo que quizás fuese mejor castigo que aquel que pudiera imponerle tribunal alguno. Es fácil ver que la única manera de digerir todo eso es... precisamente negándolo.

Saludos!


Cuanta verdad. El peor castigo Hitler lo padeció en vida al ser consciente de que su sueño se desmoronaba a pedazos y que encima él era el culpable.
Quizás como mecanismo de defensa su psique negaba el derrumbe del Tercer Reich, pero creo que en el fondo de su ser, cuando apoyaba la cabeza en la almohada y se quedaba solo con sus pensamientos en el fondo de su conciencia él sabía que la guerra estaba perdida.

Un afectuoso saludo y me pone contento que les resulte interesante.


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EL DISEÑO Y MAL USO DEL Me-262 SEGÚN SPEER

A medida que la situación empeoraba, Hitler se fue volviendo más y más inaccesible a todo argumento que se opusiera a sus opiniones y empezó a mostrarse aún más prepotente que hasta entonces. Su anquilosamiento tuvo también consecuencias decisivas en el campo técnico, donde iba a inutilizar precisamente la más valiosa de nuestras «armas maravillosas»: el Me 262, nuestro caza más moderno, accionado por dos reactores, cuya velocidad (que podía rebasar los 800 km por hora) y capacidad de ascensión lo hacían muy superior a todos los aparatos enemigos.
Ya en 1941, todavía como arquitecto, al visitar la fábrica de aviones Heinkel situada en Rostock oí el ruido ensordecedor de un motor a reacción en un banco de pruebas. Su constructor, el profesor Ernst Heinkel, insistió en que se evaluara la adaptación de aquel invento revolucionario a los aviones.

Durante la sesión sobre armamentos celebrada en septiembre de 1943 en el campo de pruebas de la Luftwaffe en Rechlin, Milch me tendió sin mediar palabra un telegrama que le habían entregado; transmitía la orden de Hitler de paralizar los preparativos para la fabricación en serie del Me 262.
Aunque decidimos hacer caso omiso de la orden, no pudimos proseguir los trabajos con la misma celeridad. Al final de la guerra oí a Galland decir que el insuficiente interés que habían mostrado los altos mandos era la causa de un retraso de aproximadamente año y medio.
(INCREÍBLE. Si Hitler no hubiera paralizado el proyecto, el Me-262 hubiera salido de las fábricas en 1943. No creo que a esa altura hubiera cambiado mucho el curso de la guerra, pero de todas maneras no deja de ser otra torpeza más del cabo de Bohemia).

Aproximadamente tres meses después, el 7 de enero de 1944, Milch y yo fuimos llamados urgentemente al cuartel general. Un recorte de la prensa inglesa en el que se informaba de que las pruebas hechas en aquel país para fabricar aviones a reacción estaban muy adelantadas impuso un cambio de rumbo, y ahora Hitler exigía con impaciencia que se produjera un gran número de aviones de este tipo en el tiempo más breve posible. Sin embargo, como habíamos negligido todos los preparativos, sólo pudimos prometer que a partir de julio de 1944 entregaríamos 60 unidades mensuales; en enero de 1945 ya serían 210.

En el transcurso de la entrevista Hitler insinuó que pensaba emplear este avión como bombardero rápido en vez de como caza. Los especialistas de la Luftwaffe se sintieron defraudados, aunque esperaban hacerle cambiar de opinión con sus argumentos respecto al peso del aparato. Sin embargo, el resultado fue el contrario: Hitler ordenó tercamente que se quitaran todas las armas de a bordo para poder transportar más bombas. Decía que los aviones a reacción no necesitaban defenderse, puesto que su velocidad hacía imposible que los atacaran los cazas enemigos. No confiaba demasiado en aquel invento y determinó que, con el fin de proteger la cabina y el motor, de momento realizara sobre todo vuelos rectos a gran altura, y que por lo pronto se disminuyera la velocidad para reducir los esfuerzos a que se sometía un sistema todavía poco ensayado.

Con una carga de unos quinientos kilos de bombas y un primitivo dispositivo de puntería, el efecto de estos pequeños bombarderos resultó ridículo e insignificante. Sin embargo, utilizados como cazas, estos aviones a reacción, gracias a su superioridad, habrían estado en condiciones de abatir varios de los cuatrimotores americanos que, operación tras operación, arrojaban miles de toneladas de explosivos sobre las ciudades alemanas.


Continuará.
Última edición por Super Mario el 12 Ene 2014, 06:03, editado 1 vez en total.


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A fines de junio de 1944, Göring y yo volvimos a intentar persuadir a Hitler, aunque fue otra vez en vano. Los pilotos de la flota de cazas habían probado los nuevos aparatos y pedían emplearlos contra los bombarderos americanos. Hitler no nos hizo caso: aprovechando cualquier cosa como argumento, alegaba que la velocidad de giro y la rapidez con que estos aparatos cambiaban de altitud expondrían a los pilotos a un esfuerzo físico excesivo, y que precisamente la mayor velocidad de los nuevos cazas supondría una desventaja en el combate aéreo, debido a que los del enemigo podrían maniobrar mejor porque eran más lentos.
Que estos nuevos aparatos pudieran volar a mayor altura que los cazas de escolta americanos y que, por su mayor velocidad, pudieran atacar a las lentas agrupaciones americanas de bombardeo no fueron argumentos que convencieran al empecinado Hitler. Cuanto más intentábamos disuadirlo de sus ideas, más tercamente se aferraba a ellas, y trató de consolarnos prometiéndonos que en un futuro lejano ordenaría que estos aparatos fueran empleados en algunas misiones de caza.
Los aviones sobre cuyo posible destino ya discutíamos en junio sólo existían de momento en forma de prototipos. Aun así, la orden de Hitler tuvo que influir a la fuerza en la táctica militar a largo plazo, porque el Estado Mayor esperaba que precisamente gracias a estos aparatos la guerra aérea diera un giro decisivo. Dado lo desesperado de nuestra situación en este frente, todos los que tenían cierta autoridad en este tema intentaron que cambiara de parecer: Jodl, Guderian, Model, Sepp Dietrich y, por supuesto, los generales que estaban al mando de la Luftwaffe se pronunciaron insistentemente contra esta diletante decisión de Hitler. Sin embargo, lo único que consiguieron fue provocar su enojo, pues en cierto modo se daba cuenta de que aquellas iniciativas ponían en duda sus conocimientos militares y técnicos. En otoño de 1944 prohibió de plano que se volviera a discutir aquel tema, con lo que se libró de la disputa ya la vez de demostrar su creciente inseguridad.

Cuando comuniqué por teléfono al general Kreipe, nuevo jefe del Estado Mayor dela Luftwaffe, lo que pensaba escribir a Hitler en mi informe de mediados de septiembre sobre la cuestión de los aviones, insistió en que me abstuviera de volver a mencionar el asunto. Me dijo que si le hablaba del Me 262 Hitler se saldría de sus casillas y le pondría las cosas muy difíciles, pues, naturalmente, creería que la iniciativa había partido del jefe del Estado Mayor de la Luftwaffe. Sin hacer caso al general, expuse de nuevo a Hitler que no tenía sentido emplear como bombardero aquel aparato, fabricado para misiones de caza, y que hacerlo constituía un error, dada nuestra situación militar. Le dije que no sólo los pilotos compartían aquella opinión, sino también todos los oficiales del Ejército de Tierra.

No obstante, Hitler no atendió a razones, y yo, después de tantos esfuerzos inútiles, me retiré de nuevo a lo mío. Desde luego, el destino que se diera a los aviones me incumbía tan poco como decidir qué tipo de aparato había que fabricar.


En el siguiente Post se analizará el desarrollo de la V-1 y V-2 según la visión de Speer.


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EL DISEÑO Y MAL USO DE LOS COHETES V1 Y V2 SEGÚN SPEER

El avión a reacción no era la única arma nueva y superior que habría podido abandonar el estadio experimental para ser fabricada en serie en 1944. También teníamos una bomba volante teledirigida, un avión cohete aún más rápido que los aparatos a reacción, una bomba cohete que se dirigía automáticamente contra los aviones enemigos por las ondas de calor, un torpedo que podía captar sonidos y, de esta forma, perseguir y hacer blanco en los buques aunque estos huyeran en zigzag. También se había concluido el desarrollo de un cohete tierra-aire. El constructor Lippisch había diseñado aviones a reacción, según el principio monoplano, muy avanzados para el estado de la técnica aéreade aquel tiempo.
Casi adolecíamos de un exceso de proyectos en fase de desarrollo; si nos hubiéramos concentrado en algunos con la suficiente antelación, es probable que hubiésemos podido terminar antes muchas cosas. Por este motivo se decidió, durante una conferencia con las autoridades competentes, no fomentar tanto las nuevas ideas e impulsar enérgicamente una cantidad de prototipos adecuada a nuestra capacidad de desarrollo de aquellas sobre las que ya se estaba trabajando.
Fue otra vez Hitler quien, a pesar de todos los errores tácticos de los aliados, realizó unas jugadas que contribuyeron al éxito de la ofensiva aérea enemiga en 1944: no sólo puso trabas al desarrollo del caza y después lo convirtió en un cazabombardero, sino que pretendió vengarse de Inglaterra empleando los nuevos cohetes. Por orden suya, a partir de julio de 1943 nuestra enorme capacidad industrial se orientó a la construcción de los pesados cohetes autopropulsados conocidos con el nombre de V2, de catorce metros de longitud y más de trece toneladas de peso, de los cuales quería que se produjeran 900unidades cada mes. Resultaba absurdo querer vengarse en 1944 de las flotas de bombarderos enemigas, que con sus 4.100 trimotores arrojaron diariamente sobre Alemania un promedio de 3.000 toneladas de bombas durante varios meses, empleando para ello un arma que habría enviado a Inglaterra 24 toneladas de material explosivo al día: el equivalente a lo que arrojaban en un solo ataque seis Fortalezas Volantes.

Es posible que uno de los errores más graves que cometí mientras dirigía el armamento alemán fue que no sólo aprobé esta decisión de Hitler, sino que incluso la apoyé, cuando habríamos hecho mejor en concentrar nuestros esfuerzos en producir cohetes defensivos tierra-aire. Este programa, que recibió el nombre de Cascada, había alcanzado ya tal desarrollo en el año 1942 que pronto habría sido posible fabricar los cohetes en serie si a partir de entonces hubiéramos concentrado en la tarea la capacidad delos técnicos y científicos que trabajaban en Peenemünde bajo la dirección de Wernher von Braun.

Según la U. S. Air University Review, volumen XVII, número 5 (julio-agosto de 1966), en 1944 un cuatrimotor B 17 (Fortaleza Volante) costaba 104.370 dólares (858.000 mil marcos del Reich); en cambio, un V1, según los datos precisos de David Irving, costaba 144.000 marcos, es decir, la sexta parte que un bombardero. Seis cohetes sumaban cuatro toneladas y media de material explosivo (750 kilos cada uno). Quedaban destruidos después de haber sido utilizados una sola vez. En cambio, un bombardero B17 podía efectuar innumerables misiones y transportar dos toneladas de explosivos en un radio de 1.600 a3.100 kilómetros.
(Interesante análisis, aunque con poca visión de futuro. Pero teniendo en cuenta que Alemania no tenía tiempo, no se podía dar el lujo de desperdiciar tiempo en armas que si bien eran revolucionarias, necesitarían muchos años para encontrar su potencial).

Continuará.


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Sólo sobre Berlín se arrojó un total de 49.400 toneladas de bombas y explosivos, que dañaron gravemente o destruyeron por completo el 10,9 % de las viviendas (Webster, vol. IV). Para hacer caer sobre Londres la misma cantidad de explosivos mediante el V1 habríamos tenido que emplear 66.000 grandes cohetes, es decir, la producción entera de seis años. Por consiguiente, el 29 de agosto de 1944, durante una reunión de propaganda presidida por Goebbels, tuve que reconocer: «Hay que preguntarse si ahora el V2 puede ser psicológicamente decisivo de algún modo para la guerra. Desde el punto de vista puramente técnico no puede serlo. Tales influencias psicológicas quedan fuera de mi alcance. Sólo puedo decir que para conseguir la plena efectividad de nuestras nuevas armas se requiere un tiempo.

El cohete tierra-aire planificado para la operación “cascada”, de ocho metros de largo, podía transportar unos 300 kilos de explosivo hasta 15.000 metros de altura y estaba dirigido por un sensor que le permitía alcanzar con absoluta seguridad los bombarderos enemigos, independientemente de que fuera de día o de noche o de que hubiera nubes o niebla. Así como más adelante pudimos producir 900 unidades del gran cohete ofensivo cada mes, sin lugar a dudas también habríamos podido fabricar unos cuantos miles de estos pequeños cohetes, menos costosos.
Sigo pensando que los cohetes defensivos, junto a los cazas a reacción, habrían hecho fracasar, a partir de 1944, la ofensiva aérea de los aliados occidentales contra nuestras industrias. En cambio, se dedicó una enorme cantidad de dinero y esfuerzo al desarrollo y producción de cohetes de largo alcance, los cuales, cuando por fin estuvieron listos para su empleo en otoño de 1944, demostraron ser un fracaso casi total. El más caro de nuestros proyectos fue al mismo tiempo el más insensato. Nuestro orgullo y la que constituyó temporalmente mi meta armamentista favorita resultó la única inversión equivocada. Además, fue una de las causas de que se perdiera la guerra aérea defensiva.
(Tiene razón Speer)

Continuará


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Dejando a un lado las razones de Hitler, iba en contra del sentido común que la base de Peenemünde estuviera realizando proyectos para el Ejército de Tierra cuando la defensa antiaérea era asunto de la Luftwaffe. Sin embargo, dada la ambición que separaba a las distintas ramas de la Wehrmacht, el Ejército de Tierra nunca habría puesto a disposición de la competencia la capacidad de desarrollo alcanzada en Peenemünde. La separación existente entre los ejércitos de la Wehrmacht hacía imposible llevar a cabo una investigación y un desarrollo comunes (v. capítulo XVI, nota 33). De haber aprovechado a fondo y a su debido tiempo la capacidad de Peenemünde, la operación Cascada habría podido entrar antes en la fase de producción. En fecha tan tardía como el 1 de enero de 1945 —en un rasgo característico de la forma en que se asignaban las prioridades—, 2.210 científicos e ingenieros de la base de Peenemünde se ocupaban de los cohetes de largo alcance A4 y A9, mientras que sólo 220 trabajaban en el proyecto Cascada y 125 lo hacían en otros cohetes destinados a la defensa antiaérea (Tifón).

El doctor C. Krauch, Delegado General de Química, me había dicho en una extensa memoria que me dirigió el 29 de julio de 1943, apenas dos meses antes de que tomáramos nuestra errónea decisión:
«Los que defienden un rápido desarrollo de los medios de ataque aéreos, es decir, de la contraofensiva, parten de la base de que la mejor defensa es el ataque y de que lanzar cohetes contra Inglaterra disminuiría los ataques aéreos contra el territorio del Reich. Incluso si se cumpliera la premisa, lo que no ha ocurrido hasta la fecha, de que los cohetes de largo alcance pudieran ser empleados ilimitadamente e hicieran posible causar daños a gran distancia, y teniendo en cuenta las experiencias que hemos tenido hasta el momento, esta solución me parecería desacertada. Al contrario, incluso aquellos que en Inglaterra se oponen actualmente al empleo del terror aéreo contra la población alemana, si los atacáramos con cohetes exigirían de su gobierno un recrudecimiento de la agresión contra nuestras poblaciones, y seguiríamos sin podernos proteger. Estas consideraciones hablan en favor de aumentar en lo posible la defensa antiaérea y los cohetes defensivos C2 Cascada. Deben emplearse cuanto antes y de forma masiva. En otras palabras: todos los especialistas, todos los trabajadores y todas las horas de trabajo que se empleen en acelerar al máximo este programa resultarán mucho más efectivos que cualquier otro proyecto. Retrasar este programa puede tener consecuencias decisivas para el curso de la guerra.»


Continuará


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Ya desde el invierno de 1939 mantenía un estrecho contacto con la base experimental de Peenemünde, aunque al principio sólo era responsable de ejecutar sus proyectos de edificación. Me encontraba a gusto en aquel círculo de jóvenes científicos e inventores apolíticos a la cabeza del cual se encontraba Wernher von Braun, de veintisiete años, hombre de ideas claras y que pensaba en el futuro de una manera realista. Resultaba extraordinario que un equipo tan joven e inexperto tuviera la oportunidad de recibir cientos de millones de marcos para desarrollar un proyecto de tan largo plazo de ejecución. Bajo el mando del paternal coronel Walter Dornberger, estos jóvenes podían trabajar, libres de trabas burocráticas, en ideas que a veces parecían utópicas.
Lo que en 1939 no empezaba más que a perfilarse en aquel lugar ejercía sobre mí una extraña fascinación: en cierto modo parecían estar planificando un milagro. Esos técnicos con sus fantásticas visiones, esos románticos calculadores, me impresionaban profundamente en cada visita que hacía a Peenemünde y me sentí de algún modo identificado con ellos. Este sentimiento se mantuvo incluso cuando Hitler, a fines de otoño de 1939, despojó de todo carácter de urgencia al proyecto de producción de cohetes, con lo que este perdió automáticamente la mano de obra y el material que necesitaba. Mediante un acuerdo tácito con la Dirección General de Armamentos y sin autorización expresa, seguí construyendo las instalaciones de Peenemünde; una actitud que posiblemente sólo yo podía permitirme.

Por supuesto, al ser nombrado ministro de Armamentos me interesé aún más por aquel gran proyecto. Sin embargo, Hitler siguió contemplándolo con escepticismo: con la desconfianza sistemática que le inspiraba cualquier innovación que, como el avión a reacción o la bomba atómica, se encontraban más allá del horizonte técnico de la generación de la Primera Guerra Mundial y pertenecían a un mundo desconocido para él.
(Megalómano y estúpido, con una visión muy corta y estrecha de los vastos horizontes de la ciencia).

Continuará.


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El 13 de junio de 1942 los jefes de Armamentos de los tres ejércitos de la Wehrmacht (mariscal Milch, almirante Witzell y capitán general Fromm) y yo volamos ala base de Peenemünde. En un claro del bosque de pinos se elevaba frente a nosotros, sin ningún apoyo, un proyectil de aspecto irreal que tenía una altura de cuatro pisos. Elcoronel Dornberger, Wernher von Braun y su equipo esperaban con la misma tensión que nosotros el resultado del primer lanzamiento. Yo conocía las esperanzas que el joven inventor tenía puestas en este experimento, que para él y su equipo no representaba el desarrollo de una nueva arma, sino un paso hacia la tecnología del futuro.
Unos ligeros vapores anunciaron que se estaban llenando los tanques de combustible. En el segundo previsto, como vacilante al principio, pero con el rugido de un gigante desbocado a continuación, el cohete empezó a elevarse lentamente, por una fracción de segundo pareció permanecer inmóvil sobre su cola de fuego y acto seguido desapareció, silbando, entre las nubes bajas que cubrían el cielo. Wernher von Braunestaba radiante; yo, en cambio, me quedé atónito ante la precisión de aquella maravilla técnica, así como por lo que tenía de anulación de todas las leyes de la gravedad el hecho de que trece toneladas se elevaran verticalmente hacia el cielo sin que ningún dispositivo mecánico las pilotara.
(Imagino que para esa época semejante artefacto tecnológico sería como magia)

Los especialistas nos estaban explicando a qué distancia se encontraba el proyectil cuando, minuto y medio después, un silbido que se oía cada vez más fuerte nos indicó que el cohete descendía cerca de allí. Quedamos petrificados cuando el proyectil cayó a un kilómetro de donde nos encontrábamos. Más tarde supimos que el mecanismo de control del cohete había fallado; pero, a pesar de ello, los técnicos se mostraron satisfechos, ya que habían solucionado el problema más difícil, el del despegue. Hitler, por el contrario, continuó oponiendo «gravísimos reparos» al proyectil, y puso en duda que alguna vez«pudiera garantizarse» la exactitud del disparo.

Continuará


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El 14 de octubre de 1942 pude comunicarle que sus reparos carecían ya de fundamento: el segundo cohete había recorrido con éxito el trayecto previsto de 190kilómetros y había alcanzado el blanco con una desviación de sólo cuatro kilómetros. Por primera vez en la historia, un producto del ingenio humano había rozado el espacio a más de cien kilómetros de altura; era como avanzar hacia un sueño. Por fin también Hitler se mostró vivamente interesado. Y, como de costumbre, sus deseos superaron todas las posibilidades: pidió que cuando se empleara por primera vez el cohete con fines bélicos se dispararan 5.000 proyectiles, «con el fin de realizar un ataque en masa».
Tras este éxito tuve que encargarme de adelantar el comienzo de la producción enserie. Aunque el cohete no estaba preparado todavía para ello, el 22 de diciembre de 1942 presenté a la firma de Hitler la orden correspondiente.
Creí poder asumir el riesgo que esto implicaba, pues el nivel de desarrollo alcanzado y las promesas del equipo de Peenemünde debían permitirnos tener asentadas las bases técnicas definitivas antes de julio de 1943.Por encargo de Hitler, en la mañana del 7 de julio de 1943 invité a Dornberger y a Von Braun a acudir al cuartel general: Hitler deseaba ser informado sobre los detalles delV2. Una vez estuvimos reunidos, nos encaminamos a la sala de proyección, donde algunos colaboradores de Wernher von Braun habían dispuesto lo necesario para mostrar el proyecto. Tras una breve introducción y con la sala a oscuras se proyectó una película en color en la que Hitler fue testigo, por primera vez, del majestuoso espectáculo de un gran cohete que despegaba del suelo por impulso propio y desaparecía en la estratosfera.

Sin la menor inhibición y con un entusiasmo totalmente juvenil, Von Braun explicó sus planes, y no hay duda: se metió a Hitler definitivamente en el bolsillo. Dornberger discutió algunas cuestiones organizativas y yo propuse a Hitler que Von Braun fuera nombrado profesor.
—Sí, organícelo enseguida con Meissner —contestó con viveza—. En este caso incluso firmaré personalmente el nombramiento.
Hitler se despidió con gran cordialidad de los componentes del equipo de Peenemünde; estaba impresionado y lleno de entusiasmo al mismo tiempo. De regreso a su bunker, se embriagó por completo con las perspectivas que ofrecía este proyecto:
—La A4 será decisiva para la guerra. ¡Y qué alivio para la patria cuando ataquemos con ella a los ingleses! Esta arma es definitiva y, además, se puede fabricar con medios relativamente reducidos. Usted, Speer, tiene que impulsar la A4 con todas sus fuerzas. Tiene que poner de inmediato a su disposición todo el material y la mano de obra quenecesiten. Yo ya iba a firmar el decreto sobre el programa de fabricación de tanques, peroahora debe modificarlo de modo que la producción de A4 tenga la misma importancia.Sin embargo —añadió Hitler a continuación—, solamente podremos emplear a alemanes para fabricar estas armas. ¡Que Dios se apiade de nosotros si en el extranjero se enterande este asunto!.

Cuando volvimos a estar solos me habló de lo único que no estaba dispuesto a creer:
—¿No se ha equivocado usted? ¿Ese muchacho tiene veintiocho años? ¡Yo le habría echado aún menos!

De todos modos, le pareció sorprendente que un hombre tan joven hubiese podido llevar a la práctica una idea técnica que cambiaba las perspectivas del futuro. Más tarde, cuando explicaba a veces su teoría de que los hombres de nuestro siglo desperdiciaban sus mejores años en futilidades, mientras que Alejandro Magno ya había establecido un gran imperio a los veintitrés años y Napoleón había conseguido sus geniales victorias a los treinta, podía suceder que mencionara también a Wernher von Braun, que en plena juventud había creado en Peenemünde un milagro técnico.

En otoño de 1943 nos dimos cuenta de que nos habíamos precipitado con nuestras expectativas. Los últimos esquemas constructivos no pudieron entregarse en julio, tal como se había prometido, por lo que tampoco se pudo pasar a la pronta fabricación enserie. Hubo muchos fallos. En los primeros experimentos de disparo real se produjeron inexplicables explosiones prematuras cuando el cohete regresaba a la atmósfera.

Quedaban todavía muchos problemas por resolver, como advertí en un discurso que pronuncié el 6 de octubre de 1943, por lo que era prematuro «hablar de un empleo seguro de esta nueva arma». La enorme complicación del mecanismo aumentaba la distancia, siempre grande, entre fabricarlo pieza por pieza y producirlo en serie.
Hubo de transcurrir casi un año más: los primeros cohetes fueron lanzados contra Inglaterra a primeros de septiembre de 1944. A pesar de los deseos de Hitler, no se lanzaron 5.000 de una sola vez, sino 25 en diez días.


Como siempre muy instructivo e interesante. Espero les haya gustado.

El siguiente Capítulo se trata sobre el día "D" siempre desde la visión de Speer.

Saludos.


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LA ACTITUD DE HITLER ANTE EL DÍA “D” SEGÚN LA VISIÓN DE SPEER

Ya en agosto de 1942 Hitler había manifestado en sus conferencias con el Alto Mando de la Marina que para que una invasión tuviera éxito se requería un puerto de gran tamaño. Sin él, a la larga no sería posible suministrar a las tropas enemigas que hubieran desembarcado en cualquier lugar de la costa los refuerzos necesarios para resistir el contraataque de las fuerzas alemanas. Establecer una línea continua de búnkers a lo largo de las costas francesa, belga y holandesa, a poca distancia unos de otros para que se protegieran mutuamente, era una tarea que superaba ampliamente la capacidad de nuestra industria. Además, no disponíamos de bastantes soldados para ocuparlos. Por lo tanto, sólo se rodearon con un semicírculo de búnkers los puertos de cierto tamaño, mientras que en las zonas costeras intermedias se levantaron búnkers de observación separados por grandes distancias. Unos 15.000 búnkers pequeños debían proteger a los soldados que se prepararan para un ataque de artillería; Hitler imaginaba que los soldados saldrían al exterior cuando tuviera lugar el ataque, ya que una posición protegida iría en detrimento del valor y la iniciativa personal necesarios para el combate.

Hitler proyectó estas instalaciones defensivas hasta el menor detalle; incluso diseñó los diversos tipos de bunker, normalmente durante la noche. Eran simples bocetos, pero estaban realizados con notable precisión. Sin temor a caer en el autoelogio, Hitler solía observar que sus proyectos respondían de forma ideal a las necesidades de un soldado en el frente. Fueron aceptados casi sin cambios por el general de zapadores y enviados para su ejecución.

Estas obras, realizadas en apenas dos años de construcción precipitada, consumieron 13.302.000 m3 de hormigón, costaron 3.700.000.000 marcos e implicaron además retirar 1.200.000 toneladas de hierro de la producción de armamentos. Gracias a una sola idea técnicamente genial, todo este esfuerzo fue reducido a la nada por el enemigo a los catorce días del primer desembarco; como es sabido, las tropas de invasión trajeron consigo sus propios puertos y construyeron, en la costa abierta de Arromanches y Omaha, rampas de descarga y otras instalaciones, con arreglo a planes precisos, que les permitieron asegurar el abastecimiento de munición y equipo, así como el desembarco de unidades de refuerzo.

Todo el plan defensivo quedó invalidado. Rommel, a quien Hitler había nombrado a fines de 1943 inspector de las defensas costeras occidentales, mostró una mayor previsión. Al poco de su nombramiento fue convocado en el cuartel general de la Prusia Oriental. Tras una larga entrevista, Hitler acompañó al mariscal hasta su bunker, donde yo ya lo estaba esperando para la siguiente reunión. Parecían haber discutido, y Rommel le dijo a Hitler sin rodeos: —Tenemos que contener al enemigo en el primer desembarco. Los búnkers y los puertos no son adecuados para eso. Hay que disponer barreras y obstáculos, primitivos pero eficaces, a lo largo de toda la costa para dificultarle el desembarco y hacer que nuestras contramedidas sean efectivas. —Rommel hablaba de forma decidida y concisa. — Si no lo conseguimos, la invasión será un hecho a pesar de la muralla del Atlántico. Además, últimamente han arrojado tal cantidad de bombas sobre Trípoli y Túnez que incluso nuestras mejores tropas están desmoralizadas. Si no puede usted frenar esto, todas las demás medidas serán ineficaces, incluso las barreras.

Rommel se mostraba cortés pero distante y evitaba de forma casi manifiesta dirigirse a Hitler con el acostumbrado «mein Führer». Había adquirido fama de especialista; Hitler lo consideraba una especie de técnico para combatir las ofensivas occidentales. Sólo por eso aceptaba con calma las críticas de Rommel. Ahora pareció haber estado esperando este último argumento sobre los ataques aéreos masivos: —Precisamente eso es lo que quería mostrarle hoy, señor mariscal.
Hitler nos guió hasta un vehículo de pruebas, un coche completamente blindado sobre el que se había montado un cañón antiaéreo de 8,8 centímetros. Los soldados demostraron su capacidad de tiro y su estabilidad durante el disparo.
—¿Cuántas unidades de este tipo podrá suministrarnos en los próximos meses, señor Saur?

Saur contestó que unas cien.

—¿Lo ven? Este cañón antiaéreo acorazado nos permitirá acabar con la concentración de bombarderos sobre nuestras divisiones.
¿Había renunciado Rommel a presentar argumentos contra tanto diletantismo? En todo caso, reaccionó con una sonrisa desdeñosa, casi compasiva. Cuando Hitler se dio cuenta de que no podía generar la confianza que esperaba, se despidió rápidamente y, malhumorado, se encaminó con Saur y conmigo a su bunker para celebrar la reunión, sin pronunciar una sola palabra sobre el incidente. Más tarde, después de la invasión, Sepp Dietrich me informó de un modo muy elocuente sobre el efecto desmoralizador que las nubes de bombas habían tenido en su división de élite. Los soldados supervivientes perdían el equilibrio anímico, se tornaban apáticos y su capacidad de lucha, aunque hubieran salido ilesos, quedaba quebrantada durante días.


Continuará.


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Serían sobre las diez de la mañana del 6 de junio cuando, encontrándome en el Berghof, uno de los asistentes militares de Hitler me informó de que a primeras horas de la mañana había comenzado la invasión.
—¿Han despertado al Führer ?.

El asistente negó con la cabeza y dijo: —No, recibirá la noticia cuando haya tomado su desayuno.

Dado que Hitler había dicho una y otra vez a lo largo de los últimos días que era previsible que el enemigo iniciara la invasión con un falso ataque, destinado a alejar a nuestras tropas del verdadero lugar de desembarco, nadie quería despertarlo para no ser acusado de haber enjuiciado mal la situación.
Durante la reunión estratégica que tuvo lugar unas horas más tarde en la sala de estar del Berghof, Hitler parecía aún más seguro de que el enemigo sólo pretendía engañarlo:
- Se acuerdan ustedes? Entre los muchos informes que hemos recibido, había uno que señalaba exactamente el punto, el día y la hora del desembarco, lo que refuerza mi idea de que no puede tratarse de la verdadera invasión.

Hitler sostenía que el contraespionaje enemigo nos había facilitado aquellos informes con el único objeto de desviar su atención del verdadero punto de desembarco y hacer que se precipitara a destinar a sus tropas a un lugar equivocado. Inducido a error por una información correcta, rechazó la idea, que él mismo había tenido en un principio, deque la costa de Normandía era el frente de invasión más probable.
En las semanas precedentes, Hitler había recibido comunicados de los servicios de información de las SS, de la Wehrmacht y del Ministerio de Asuntos Exteriores, instituciones que rivalizaban entre sí y que presentaron estimaciones contradictorias respecto al lugar y la hora de la invasión. Al igual que en otros muchos campos, también en este Hitler había tomado sobre sí la tarea, que ya resulta difícil para los expertos en la materia, de considerar qué noticia podía ser la auténtica, qué servicio de información merecía más confianza y cuál de ellos había conseguido adentrarse más profundamente en campo enemigo. Ahora incluso se mofaba de la incapacidad de los distintos servicios de información y acababa lanzando invectivas contra su insensatez:
—¿Cuántos de estos agentes «limpios» no están al servicio de los aliados? Nos dan noticias confusas a propósito. Y tampoco pienso dejar que esta llegue a París. No se lo diremos; lo único que conseguiríamos sería que el Estado Mayor se pusiera nervioso


Continuará.


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Albert Speer: ¿Héroe o Mito - Genio o Demonio??

Mensaje por Super Mario »

Hasta mediodía no se tomó la principal decisión del día: emplear la «reserva del Alto Mando de la Wehrmacht», instalada en Francia, contra la cabeza de puente establecida por los ingleses y americanos. Hitler se había reservado la capacidad de decidir sobre los movimientos de cualquier división y accedió muy a disgusto al ruego del comandante en jefe del frente occidental, el mariscal Rundstedt, de dejar que estas divisiones lucharan. Debido a esa demora, dos divisiones acorazadas no pudieron aprovechar la noche del 6 al 7 de junio para avanzar. Los bombarderos enemigos los atacaron durante su marcha a la luz del día, por lo que sufrieron grandes pérdidas humanas y de material incluso antes de entrar en contacto con el enemigo.

Este día tan decisivo para el curso de la guerra no discurrió de manera febril, como habría cabido esperar. Precisamente en las situaciones más dramáticas Hitler trataba de conservar la calma y su Estado Mayor imitaba este autodominio. Mostrar nerviosismo o preocupación habría ido contra las convenciones.
Durante los días y semanas siguientes, Hitler, dejándose llevar por su característica desconfianza, que resultaba cada vez más absurda, siguió defendiendo la idea de que sólo se trataba de un amago de invasión destinado a hacerle disponer equivocadamente sus fuerzas defensivas. Sostenía que la verdadera invasión tendría lugar en una región distinta y totalmente desprotegida. Según decía, incluso la Marina consideraba que aquel terreno era inadecuado para desembarcos a gran escala.
(Muchos hablan de la genialidad estratégica de Hitler, de su olfato y de su instinto, pero la vedad que era un improvisado. Los triunfos del 1939, 1940 y 1941 no se debieron a su “Genio”, sino era mérito de sus generales y estrategas militares. Cuando en 1942 asunió el control de la Wehrmacht, todo fue de mal en peor).

Continuará.


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Hitler esperaba que el ataque decisivo se produciría en la región de Calais, como si exigiera incluso de su enemigo que le diera la razón, ya que en 1942 había hecho instalar allí pesados cañones, protegidos por gruesas paredes de hormigón, con objeto de destruir la flota de desembarco. Esta fue otra de las razones de que no empleara al XV Ejército, estacionado en las inmediaciones de Calais,en el campo de batalla de la costa normanda.

Había otro motivo que llevaba a suponer a Hitler que el ataque se produciría en el paso de Calais, donde se habían preparado cincuenta y cinco bases desde las cuales debían lanzarse diariamente a Londres alrededor de un centenar de bombas volantes. Le parecía que la verdadera invasión habría de dirigirse contra estas bases. De algún modo, no estaba dispuesto a admitir que también desde Normandía los aliados podrían ocupar pronto esta parte de Francia. Más bien contaba con que llegaría a estrechar mediante duros combates la cabeza de puente del enemigo.
Tanto Hitler como nosotros teníamos la esperanza de que la nueva arma, la V1,causaría terror y confusión en el campo enemigo. Sobrestimábamos su efecto. La verdades que yo sentía cierta prevención por la escasa velocidad de estas bombas volantes, por lo que aconsejé a Hitler que sólo permitiera que se lanzaran cuando hubiera nubes muy bajas.

No me hizo caso. Cuando el 12 de junio, obedeciendo a una orden urgente de Hitler, se lanzaron precipitadamente los primeros cohetes V1, la falta de organización hizo que no partieran más que diez de estos ingenios, y sólo cinco alcanzaron Londres.
Hitler olvidó que era él quien había apremiado a lanzarlos y descargó su cólera por aquel fracaso sobre los constructores de las bombas. En la siguiente reunión estratégica, Göring se apresuró a echarle las culpas a su rival Milch y Hitler estuvo a punto de suspender la fabricación de las bombas volantes, supuestamente tan defectuosas. Sin embargo, su estado de ánimo cambió por completo cuando el jefe de prensa del Reich le presentó unas noticias sensacionalistas y exageradas, aparecidas en los periódicos londinenses, que hablaban del efecto de las V1. Entonces exigió que se aumentara la producción. Llegados a este punto, Göring dijo que él siempre había exigido e impulsado aquella gran labor de su Luftwaffe. No se volvió a hablar de Milch, el chivo expiatorio del día anterior.


Continuará


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Antes de la invasión, Hitler había recalcado que en cuanto se produjera el desembarco se encargaría de dirigir personalmente las operaciones desde Francia. Para este fin se tendieron cientos de miles de kilómetros de cable telefónico, lo que supuso un gasto de muchos millones de marcos, y la Organización Todt construyó dos cuarteles generales, empleando para ello grandes cantidades de hormigón y costosas instalaciones.
Hitler había fijado el emplazamiento y las dimensiones de los cuarteles. En esos días en los que Francia se le estaba escapando de las manos justificó el tremendo gasto diciendo que, al menos, uno de los dos cuarteles generales se encontraba exactamente en la futura frontera occidental alemana y, por lo tanto, podría ser utilizado como parte de un sistema de fortificaciones.
El 17 de junio visitó este cuartel, llamado W2 y ubicado entre Soissony Laon, para regresar aquel mismo día al Obersalzberg. Estaba de mal humor: —Rommel ha perdido los nervios y se ha vuelto pesimista; hoy en día sólo pueden conseguir algo los optimistas.

Esos comentarios hacían pensar que el relevo de Rommel era sólo cuestión de tiempo, puesto que Hitler seguía considerando que su posición defensiva frente a la cabeza de puente era insuperable. Aquella misma noche me dijo que el cuartel W 2 le parecía demasiado inseguro, ya que se encontraba en medio de una Francia infestada de partisanos.
(Se gastó un montón de recursos en un fuerte que jamás fue ocupado)

Continuará.


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Aquí Speer hace un análisis muy interesante que permite conocer a Hitler:

Casi coincidiendo con los primeros grandes éxitos de la invasión, el 22 de junio de1944 comenzó una ofensiva de las tropas soviéticas que pronto habría de causar la pérdida de veinticinco divisiones alemanas. Ya no era posible contener el avance del Ejército Rojo, ni siquiera durante el verano. No hay duda de que incluso durante estas semanas, cuando se estaban desplomando tres frentes bélicos (el del Oeste, el del Este y el aéreo),Hitler demostró ser dueño de sus nervios y poseer una sorprendente capacidad de resistencia. Es posible que su larga lucha por la conquista del poder y los numerosos reveses sufridos lo fortalecieran, igual que había sucedido, por ejemplo, con Goebbels u otros de sus compañeros.

Quizá también aprendiera, durante este «período de lucha», que frente a los colaboradores no debe manifestarse ni la más mínima preocupación. Su entorno admiraba el aplomo que mostraba en los momentos críticos. Puede que esta fuera en gran medida la base de la confianza con que se acogían sus decisiones. Estaba claro que era siempre consciente de los muchos ojos que estaban puestos en él y del gran desánimo que habría causado que perdiera la calma siquiera un momento. Este dominio de sí mismo, que perduró hasta el último momento, fue un extraordinario logro de su voluntad: se mantuvo firme a pesar del envejecimiento, de la enfermedad, de los experimentos de Morell y de las presiones que aumentaban sin cesar.

Muchas veces su voluntad me parecía desbocada y tosca como la de un niño de seis años al que nada puede desanimar o fatigar; sin embargo, por ridícula que, en parte, pudiera resultar, lo cierto es que también imponía respeto. No obstante, su gran energía no basta para explicar aquella confianza en la victoria en una época de continuas derrotas. Cuando estábamos en la prisión de Spandau, Funk me dijo que, como Hitler creía en sus propias mentiras, sólo podía orientar a los médicos deforma errónea sobre su estado de salud. Añadió que esta tesis había constituido la base de la propaganda de Goebbels. Desde luego, no puedo explicarme la rigidez de Hitler más que partiendo de la base de que se obligaba a creer en su victoria final. En cierto sentido, se adoraba. En todo momento tenía frente a sí su propio reflejo y en él no se contemplaba sólo a sí mismo, sino que veía también confirmada su misión por la divina Providencia.

Su religión era el «gran azar» que tendría que beneficiarlo; su método, un refuerzo de sí mismo por autosugestión. Cuanto más lo arrinconaban los acontecimientos, tanto mayor era su confianza en su destino. Naturalmente que constataba con realismo las circunstancias militares, pero las transfería al campo de su fe y percibía, incluso en las derrotas, una constelación oculta creada por la Providencia para el éxito que habría devenir. Aunque a veces era capaz de apreciar lo desesperado de su situación, su esperanza de que el destino le depararía un giro propicio en el último momento era inquebrantable.

Si había algo enfermizo en Hitler era esta fe inconmovible en su buena estrella. Respondía a la tipología del creyente; sin embargo, su capacidad para la fe se había pervertido, convirtiéndose en fe en sí mismo.
La crédula obsesión de Hitler no dejó de surtir efecto en su entorno. En cuanto a mí, aunque en parte era consciente de que pronto habría terminado todo, me refería con frecuencia, aunque sólo en el ejercicio de mis funciones, al «restablecimiento de la situación». Esta confianza se hallaba curiosamente separada de la conciencia de nuestra inevitable derrota
.

(INCREÍBLE que Alemania estuviera gobernada por un loco, maniático e improvisado cabo. Y que ese ser tan mediocre haya sugestionado a millones de personas, entre ellos Speer).

Continuará.


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