Operación Mincemeat

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Pero, ¿cuál era la verdadera identidad del Comandante Martin?. A día de hoy sigue existiendo controversia al respecto, ya que existen diferentes teorías para justificar el origen del héroe anónimo que engañó al III Reich.

Empezando por el final, sí sabemos con certeza que el “Comandante Martin” está enterrado en el cementerio de la Nuestra Señora de la Soledad de Huelva, en la tumba número 14 del denominado sector San Marcos. En su lápida, reza el epitafio: "Mayor William Martin, nacido el 29 de marzo de 1.907 y muerto en acto de servicio el 24 de Abril de 1.943. Querido hijo de John Glyndwyr Martin y de Antonia Martin de Cardiff, Gales. Dulce et decorum est pro Patria mori".


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Como toda la operación permaneció en el más absoluto de los secretos, los entresijos de la misma no se pudieron empezarse a conocer hasta varios años después, una vez finalizada la guerra. El primero en romper el secretismo al respecto fue el propio Ewen Montagu, quien en 1.953 publicó el libro The man who never was (El hombre que nunca existió), considerada la primera revelación de detalles de la Operación Mincemeat de tipo semi-oficial (más adelante veremos por qué). Y por supuesto, el punto de partida para muchos investigadores que trataron de averiguar la verdadera identidad del héroe anónimo que hizo posible el engaño.

Y es que aquel amanecer del 30 de abril de 1.943 cuando el marinero José Antonio Rey, que pescaba boquerón en su patera frente a la playa de La Bota, en la zona conocida como El Portil (Punta Umbría, Huelva), divisó un bulto flotando en la mar encalmada y tras descubrir que se trataba de un cuerpo, lo izó a bordo y se lo llevó a la orilla, no tenía ni idea de que acababa de aportar su involuntario grano de arena a uno de los secretos mejor guardados casi hasta hoy día.


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Recordando lo escrito con anterioridad en este mismo documento, era necesario que el cadáver pudiera pasar por el de un ahogado y para ello, el eminente patólogo forense sir Bernard Spilsbury aconsejó a Montagu utilizar el cuerpo de un fallecido por neumonía. Los cadáveres de personas así fallecidas presentan un encharcamiento de los pulmones similar al de los ahogados, provocado, en el caso de los primeros, por líquido pleural. La diferencia, a juicio de Spilsbury, sería muy difícil de detectar. “No hay nada que temer de una autopsia española”, sentenció el soberbio forense inglés. “Para descubrir el engaño se necesitaría un patólogo de mi experiencia, y no hay ninguno en España”.

Quedaba, pues, elegir un cadáver, y en este punto es donde comienzan las medias verdades y los misterios que se perpetúan hasta la actualidad. Según la versión oficial de Montagu, localizaron a un hombre que había muerto por neumonía en un hospital de Londres, y él mismo se puso en contacto con la familia y obtuvo su permiso para utilizar su cuerpo sin especificar los pormenores de la misión, aunque a cambio de prometer que recibiría cristiana sepultura. Entonces lo metieron en una cámara frigorífica a la espera de presentar el plan ante sus superiores y obtener su aprobación.


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Recordemos también que Churchill en persona aprobó el plan el 15 de abril de ese mismo año de 1.943, y el equipo de Montagu se apresuró a construir una personalidad para el cadáver y definir los elementos que portarían sus ropas y su cartera, los detalles del cebo que haría tragar el anzuelo a los alemanes.

Como sabemos, le llamaron William Martin y le dieron el rango de capitán de la Royal Marine en funciones de mayor. Adscrito al Cuartel General de Operaciones Combinadas, William Martin era hijo de John y de la difunta Antonia Martin, de Cardiff (Gales) y en teoría, había nacido en marzo de 1.907 y, por tanto, contaba 36 años recién cumplidos en el momento de su presunta muerte.


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La mañana del 1 de mayo, el cadáver fue depositado en la sala de autopsias del cementerio municipal de Nuestra Señora de la Soledad. Se llamó al forense titular de la ciudad, Eduardo Fernández del Torno, quien concluyó que Martin todavía estaba vivo cuando había caído al mar y que había muerto de asfixia por sumersión. Matizó, no obstante, que debía llevar entre 8 y 10 días en el mar, a pesar de que, sorprendentemente, no presentaba las típicas mordeduras de peces y cangrejos en las zonas blandas del cuerpo, como tantas veces había visto en los cuerpos de marineros ahogados.

Y así, William Martin fue enterrado con honores militares el caluroso domingo del 2 de mayo, a las doce de la mañana, y días después se colocó una lápida de mármol sobre la tumba. Los gastos del funeral, de quinta categoría, ascendieron a 250 pesetas por la caja y el coche fúnebre. El Almirantazgo difundió la noticia de su muerte y The Times del 4 de junio la publicó junto a la de otros dos oficiales que realmente habían muerto en accidente aéreo sobre el mar. Montagu comunicó a sus jefes el fin de la operación y éstos enviaron un escueto mensaje cifrado a Churchill, de viaje oficial en Washington: “Mincemeat swallowed whole” (“Carne picada tragada entera”).


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Como decíamos, fue en 1.953 el momento en que el Comité Conjunto de Inteligencia británico, ante el riesgo de que apareciesen informaciones periodísticas fuera de su control, encarga a Montagu que escriba la versión oficial de la Operación Mincemeat. El libro se convierte en un éxito de ventas e incluso da lugar a una película, El hombre que nunca existió, protagonizada por Clifton Webb.

En 1.993, transcurridos los 50 años obligatorios de secreto oficial, se desclasifican la mayor parte de los documentos de la operación guardados en la Public Record Office de la ciudad inglesa de Kew. Pero la decepción asola a los investigadores al descubrir que ninguno revela la identidad del mayor Martin. Sin embargo, en 1.996, un funcionario local, Roger Morgan, descubre unos papeles recién desclasificados donde se identifica el cadáver con el nombre de Glyndwr Michael, un mendigo galés nacido en Aberbargoed, al sur de Gales el 4 de enero de 1.909, hijo de Thomas Michael y Sarah Ann Chadwick, analfabeto, enfermo mental y fallecido en Londres, en el Hospital San Pancras, el 28 de enero de 1.943 por ingestión de matarratas.


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Inmediatamente, los periódicos se hacen eco del secreto finalmente desvelado tras cinco décadas de persistente misterio, y el Gobierno británico, apenas dos años después, encarga que se grabe ese nombre en la lápida de Huelva. Pero todo fue muy rápido. Demasiado rápido, según algunos, para ser convincente.

Jesús Ramírez Copeiro, ingeniero de minas retirado y residente en la localidad onubense de Valverde del Camino, lleva años estudiando, con el apoyo entusiasta de su esposa, la noruega Elin von Muthe, la Operación Mincemeat. Juntos han pasado meses enteros en archivos británicos y españoles, y él mismo publicó en 1.996 un fascinante libro titulado Espías y neutrales. Huelva en la II Guerra Mundial, donde recoge el resultado de sus pesquisas. Desde la autoridad que le otorga el ser, quizá, el mayor experto mundial en este asunto, Copeiro es concluyente: “el cadáver no podía ser el de un mendigo suicidado con matarratas. Hubiera sido demasiado burdo y demasiado fácil de detectar por los alemanes”.


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El doctor Luis Concheiro, catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Santiago y uno de los más eminentes forenses españoles, también se ha sentido atraído desde hace tiempo por los pormenores de esta operación. Concheiro disculpa a su colega onubense de la época diciendo que “hubiera sido fácil que confundiese el aspecto de un pulmón afectado por neumonía con los pulmones de un sumergido, pues si el análisis microscópico necesario para distinguirlos no se hace de forma rutinaria ni en la actualidad, mucho menos en 1.943”.

Los especialistas no hacen si no plantear unas dudas sobre la versión oficial que ya subieron de tono hace unos años, cuando otro concienzudo investigador del caso, el inglés Colin Gibbon, consiguió entrevistar al que entonces era uno de los últimos testigos vivos de la operación, el hombre que vio el cadáver antes de depositarlo en el agua: Bill Jewell, ex comandante del Seraph. Jewell (fallecido en 2.004) fue bastante explícito: era muy improbable, dijo, que el cuerpo de un mendigo suicidado con veneno hubiera sido utilizado en la operación.

Luego, ¿de dónde provenía el cadáver?.


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La teoría del H.M.S. Dasher
John Steele era sólo un niño cuando el 27 de marzo de 1.943 vio cómo frente a su pueblo, ubicado en el estuario del Clyde, en el noroeste de Escocia, un enorme barco explotaba y se hundía en un suspiro. Aquella imagen le obsesionó durante toda su vida, y cuando le llegó la jubilación se dedicó a investigar el que es uno de los episodios más trágicos y oscuros de la historia naval inglesa: el hundimiento del portaaviones H.M.S. Dasher, que se fue a pique en tan sólo 18 minutos tras sufrir una explosión fortuita a bordo. Murieron 379 marinos, pero por alguna razón el Gobierno británico se limitó a enviar un telegrama a las familias y sólo enterró oficialmente 12 cuerpos. Ante la lluvia de reclamaciones, la respuesta fue “alto secreto”. Nunca se entregaron los cientos de cadáveres restantes ni se dieron más explicaciones.

Cuando Steele publicó en 1.995 la primera edición de su libro, Los secretos del H.M.S. Dasher, todavía no había establecido relación alguna entre ese suceso y la Operación Mincemeat ni sabía que un tenaz ingeniero de minas de un pueblo del sur de España seguía concienzudamente los pasos del mayor Martin. Sus investigaciones causaron cierto revuelo, y, curiosamente, pocos meses después apareció el papel mágico en los archivos oficiales con el nombre del mendigo suicidado.


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Estos tres hombres, Steele, Gibbon y Copeiro, entran finalmente en contacto, y, tras varias reuniones en Huelva y Escocia, las piezas del puzzle comienzan finalmente a encajar. Buceando en la documentación desclasificada, reparan en que Montagu se reunió con el comandante del submarino en Londres para comunicarle los pormenores de la operación el 31 de marzo de 1.943, esto es, cuatro días después de haberse hundido el H.M.S. Dasher. En ese encuentro se le ordena que lleve el Seraph, que estaba atracado en la base de Blyth, al noreste de Inglaterra, hasta la de Holy Loch, en el noroeste de Escocia y a sólo 18 millas del punto donde acababan de morir, la mayor parte ahogadas, casi 400 personas.

Montagu, en su libro, dice que trasladaron el cadáver desde Londres a Holy Loch conduciendo sin parar durante horas en una furgoneta. Pero si el submarino ya estaba atracado en Blyth, mucho más cerca de la capital, ¿por qué hacerle navegar cientos de millas hasta el noroeste de Escocia en plena guerra y en un mar lleno de peligros? “Pues la respuesta”, concluye Copeiro, “es que se utilizó uno de los cuerpos de los fallecidos en el hundimiento del Dasher”.


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Todos los investigadores piensan lo mismo. Sólo así se explicaría la convicción de los oficiales alemanes al tragar el anzuelo. Porque, por otra parte, también están convencidos de que los alemanes hicieron su propia autopsia. El hijo de Adolf Clauss, el espía nazi que operaba en Huelva y que envió la información que portaba el cadáver a Berlín, actualmente reside en un pueblo sevillano y también lo cree. “Mi padre”, cuenta, “me dijo que se llevaron el cuerpo poco después del entierro, que lo metieron en un submarino alemán que se acercó en secreto a la costa y se lo llevaron a analizar a Alemania”. “Estoy convencido”, añade, por su parte, el doctor Concheiro, “que un patólogo alemán, en una segunda autopsia, habría realizado el análisis histológico de los pulmones y, por tanto, descubierto el engaño”.

¿Está, pues, la tumba del cementerio de Nuestra Señora de la Soledad vacía? “Es posible”, opina Copeiro. “Pero por ahora es difícil que lo sepamos porque la voluntad de ocultamiento persiste”. El ingeniero español lo sabe bien. Cuando en 1993 quiso acceder, tras su desclasificación, a uno de los últimos y más secretos documentos de la Operación Mincemeat, el CAB 93/7, le negaron el acceso porque había pasado a situación de “préstamo permanente”.

Al interesarse por el destino del préstamo, la respuesta le dejó estupefacto: el 10 de Downing Street, la residencia del Primer Ministro. Allí escribió para solicitar una copia. Y hasta la fecha no ha obtenido respuesta.


Zyrux
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Bueno pues esto es todo y por la mitad del hilo habreis visto la fuente, lastima que no se esperasen algunos a que acabase y me dejasen citarla al final. Solo espero que os haya gustado.


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Operación Mincemeat

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Hace algunas semanas se publicó un nuevo libro sobre esta operación. Una obra en la que se pone en entredicho la versión oficial británica con argumentos de peso. El detonante de esta nueva publicación fue el testimonio de el aún vivo, hijo de Adolfo Clauss(Jefe del servicio de inteligencia alemán en huelva durante la IIGM), Federico Clauss, el cual manifiesta que su padre le contó que los alemanes se llevaron el cuerpo de William Martin en un submarino para practicarle una autopsia con médicos propios. O sea, que la tumba de W.M posiblemente se encuentre vacía.




"El Misterio de William Martin.Desentrañando la trama". Enrique Nielsen y Jesús Copeiro. Editado por la Diputación de Huelva. Huelva. 2014


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