El Bombardeo Estrategico

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Segunda fase de bombardeos en los Balcanes

Hacia enero de 1944 se construían en Estados Unidos 5.000 aviones por mes. Por su parte, los soviéticos construían 30.000 cañones por año y 2.000 carros de combate por mes. El 3 de enero su infantería llegaba a la frontera polaca. En opinión de los planificadores de las NAAF, había llegado el momento de los grandes bombardeos contra la población civil en los Balcanes. El 10 de enero, 143 B-17 bombardearon Sofía de día, seguidos por 44 Wellingtons de la RAF de noche. Miles de personas murieron y se multiplicaron los incendios, con los suministros de agua y electricidad destruidos. Los habitantes horrorizados de la capital búlgara tardaron una semana en regresar.
El 14 de marzo, el Grupo de Planes (Joint Staff Planners) de la Junta de Jefes de Estado Mayor opinaba que bombardear las ciudades búlgaras no forzaría una capitulación de este país, y que tal efecto se lograría sólo gracias a los éxitos militares soviéticos, a las victorias aliadas en Italia y a bombardeos contra Alemania. No obstante, tras ocupar Hungría los alemanes, Marshall sugirió el 21 de marzo a la Junta (Joint Chiefs of Staff) que se emprendieran bombardeos de entidad relativamente menor, permitiendo al jefe del teatro mediterráneo, general Henry Maitland Wilson, elegir los blancos. Por su parte, un oficial del ejército británico llamado Wilson, hablaba de elegir ciudades y pueblos como blanco.
Los bombarderos británicos regresaron a Sofía, arrojando bombas incendiarias, los días 16 y 24 de marzo, arrasando el palacio real de Vranya en el segundo bombardeo, mientras 40 B-17 norteamericanos bombardeaban Vrattsa, localidad de 16.000 habitantes. Los días 29 y 30 de marzo, cientos de bombarderos norteamericanos y británicos provocaron en Sofía una tormenta de fuego que consumió el Teatro Nacional, el Arsenal y el Santo Sínodo. Esta vez pasaron semanas hasta que se restablecieron los servicios públicos.
Frente a las pretensiones británicas, Spaatz se manifestó el 24 de marzo, en un teletipo enviado a Arnold, contrario a desviar bombarderos “con la pretensión intangible de quebrar la moral enemiga mediante bombardeos de áreas”. Su jefe de operaciones, general Frederick L. Anderson, había escrito el 3 de febrero a L.S. Kuter que los ataques morales sólo causarían efecto unidos a bombardeos eficaces de instalaciones industriales. El 4 de abril, 300 bombarderos pesados norteamericanos arrasaron las estaciones de ferrocarril de Sofía y áreas adyacentes, destruyendo 1.400 vagones y provocando fuegos que tardaron dos días en extinguirse. La mayor concentración de bombas cayó sobre la ciudad y no sobre las estaciones.
No menos mortíferos fueron los bombardeos de Bucarest el 17 de abril. Cinco meses después, Eaker —jefe de la AAF en el Mediterráneo— escribió a Lovett que los bombarderos norteamericanos aparecieron sobre la capital rumana hora y media después de que se hubiera realizado un ejercicio de alarma aérea, por lo que la población no se refugió. Eaker afirmaba que la mitad de los 12.000 muertos eran refugiados que estaban en las estaciones y la otra mitad habitantes de sus cercanías. Según Schaffer, la política del bombardeo norteamericano en los Balcanes fue contradictoria, ya que por una parte Eaker advertía a los comandantes que minimizaran los daños en “objetivos no militares” para evitar que los resultados quedaran “ampliamente anulados” si la propaganda del Eje podía hablar de terrorismo; pero, por otra parte, se señalaban como blancos prioritarios las ciudades de Bulgaria, Budapest y Bucarest, explicando que el propósito de los bombardeos era al mismo tiempo político y militar.
El 23 de abril, John G. Winant, embajador norteamericano en Gran Bretaña, se lamentaba en carta a Roosevelt de que el 85% de los aviones que bombardeaban las capitales balcánicas fueran norteamericanos, y de que desde principios de año la Junta de Jefes de Estado Mayor hubiera permitido al jefe de estado mayor de la RAF, Portal, enviar aviones norteamericanos contra esas ciudades. Cualquiera podía comprender que los objetivos eran políticos, ya que las estaciones de ferrocarril podían repararse rápidamente. Las informaciones obtenidas por los servicios secretos (Office of Strategic Services) en abril y mayo aseguraban que los bombardeos habían provocado en la población animosidad contra los alemanes y los gobiernos locales por no protegerles, pero igualmente contra los aliados. Particularmente en Bucarest y Sofía, la gente pensaba que norteamericanos y británicos eran hipócritas cuya propaganda humanitaria quedaba desmentida por los hechos. El sentimiento pro americano existente antes de los bombardeos se había disipado. Incluso las clases medias y altas se volvían en Sofía hacia los soviéticos, que hacían gala de no atacar a los civiles, como salvadores. El 20 de julio, la Junta de Jefes de Estado Mayor acordaba limitar los bombardeos en países “satélites” de Alemania a objetivos militares. Con todo, al aproximarse los soviéticos a los puentes de Budapest, la 15ª AAF arrojó 60 toneladas de bombas sobre el centro de la ciudad el 27 de noviembre.


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Montecassino y la “Semana Grande”

Obedeciendo el afán de venganza de Hitler, la Luftwaffe insistía en bombardear Londres con sus mermados medios. 275 toneladas de bombas cayeron en enero y febrero sobre la capital; 1.700 sobre toda Gran Bretaña: una 27ª parte de lo que Gran Bretaña arrojaba sobre Alemania). El 22 de enero participarían en el bombardeo contra Londres también los He 177. Era todo lo que podían ofrecer 4.000 burócratas dedicados a la planificación del armamento alemán. Aunque estos bombardeos no quitaban el sueño a los aviadores aliados, el desembarco en Francia corría peligro si no se garantizaba la superioridad aérea sobre Europa. Desde julio de 1943, la 8ª AAF se había fijado como prioridad (esquivando el plan Zuckerman) atacar la industria aeronáutica alemana. Sin embargo, las rápidas reparaciones hicieron que la Luftwaffe no sufriera escasez de aviones. El 1 de enero, Arnold había comunicado a sus comandantes europeos: “mi mensaje para ustedes, que es una orden, reza: destruyan la fuerza aérea enemiga, allí donde la encuentren. En tierra, en el aire y en las fábricas”. Mientras las AAF esperaban el momento para lanzar un ataque decisivo, tuvo lugar un bombardeo táctico relevante.
El 15 de febrero, la 15ª AAF arrojó 576 toneladas de bombas desde 15.000 pies-4.572 m contra la abadía benedictina de Montecassino. Los aliados no tenían más evidencia —frente a las afirmaciones de los alemanes y de los monjes— de que los alemanes ocuparan la abadía que un vuelo de observación del general Eaker acompañado por Jacob L. Devers, quienes afirmaron haber visto una antena de radio y soldados alemanes manejándola. En caso de que sirviera para dirigir fuego de artillería, eliminarla serviría de poco, ya que los alemanes contaban con mejores puestos de observación, incluso en el propio monte fuera de la abadía. El jefe del ejército norteamericano, general Mark Clark, no creyó que hubiera soldados alemanes en ella. Pero sí lo creían las tropas que luchaban por tomar el monte, y en concreto el jefe de la fuerza expedicionaria neocelandesa, general Bernard C. Freyberg, que pidió el bombardeo como una necesidad militar. Sus superiores lo aceptaron a regañadientes, ya que la abadía no era una de las cuatro localidades italianas cuyo bombardeo exigía el consentimiento del estado mayor de las MAAF.
Freyberg pidió originariamente 36 bombarderos, pero después exigió que el inmueble fuera arrasado, y se enviaron doscientos. Un general de división norteamericano, Fred L. Walker, resumió al día siguiente su opinión: “se trataba de un valioso monumento histórico que debía haber sido preservado. Los alemanes no lo estaban usando y no veo ventaja en su destrucción. No habrá provecho táctico, dado que los alemanes pueden usar las ruinas como puestos de observación y para tiro de artillería mejor de lo que hubieran usado el edificio”. Con todo, el bombardeo resultó animante para los soldados aliados, y su precisión hizo que uno de los jefes de estado mayor de las MAAF, el general Barney M. Giles, lo considerara, junto con el del cercano pueblo de Cassino, “el más excelente ejemplo de bombardeo que he visto nunca”, aludiendo a la afirmación de Freyberg de que le había costado mover a sus tropas entre las ruinas. Roosevelt declaró que el monasterio había sido un “punto fuerte” de resistencia alemana, en el que había incluso artillería. Arnold calificó las ruinas de “monumento a la fuerza destructiva del poder aéreo”.
Del 20 al 25 de febrero de 1944 tuvo lugar la Semana Grande (The Big Week), en la que 3.300 bombarderos despegaron desde Gran Bretaña y 500 desde Italia, perdiéndose 137 de los primeros (4,1%) y 89 de los segundos (17,8%) más 28 cazas (2.600 bajas entre muertos, desaparecidos y gravemente heridos) frente a 600 aviones alemanes presuntamente derribados y un 75% de los edificios “de la industria aeronáutica alemana” (según el relato oficial del museo de la USAF) destruidos. Los ataques forzaron una dispersión de las instalaciones industriales que hizo ilusoria la pretensión de la Luftwaffe de producir 5.000 cazas mensuales. Los cazas norteamericanos destruyeron en tierra 9.000 aviones alemanes.
Antes de comenzar la Semana Grande, el 12 de febrero, Spaatz creó una junta especial de planes (Special Planning Committee) formada por los coroneles Charles G. Williamson, Richard D. Hughes, Charles P. Cabell, Joseph J. Nazarro y los tenientes coroneles Frank P. Bender y William J. Wrigglesworth. Su fin era determinar los blancos que debían atacarse una vez destruidos los objetivos militares e industriales en Alemania. Puesto que la Luftwaffe debía quedar sensiblemente dañada, Spaatz consideraba posible que, en días con mal tiempo, pequeños grupos de bombarderos atacaran los pueblos que hubieran quedado intactos, para mostrar a los alemanes la incapacidad de su gobierno para defenderles.
El 29 de febrero de 1944, la Unidad de Objetivos Enemigos de la embajada norteamericana en Londres, aconsejaba limitar el bombardeo a los objetivos estrictamente militares. El informe sobre las “perspectivas de ganar la guerra atacando desde el aire la moral alemana” de la junta especial de planes creada por Spaatz fue semejante: rechazaba la moral como criterio para establecer blancos. Sólo debían atacarse pueblos industriales y, en ellos, sólo las fábricas. Los alemanes ya estaban desmoralizados, pero este dato era, según la junta, irrelevante: el control del sistema nazi permanecía y hacía imposible que los ciudadanos influyeran en el fin de la guerra. Los bombardeos aumentaban la influencia del partido nazi forzando al pueblo a depender de sus líderes para restablecer la normalidad. Por otra parte, era imposible persuadir con bombardeos a los jefes nazis de que se rindieran, porque rendirse implicaba para ellos la muerte. No existían otros líderes sociales —todas las clases sociales eran impotentes— y también la industria estaba controlada por los nazis. Sólo quedaba el ejército, que quería salvar su honor: pero sólo se volvería contra el partido si veía evidente la derrota en los campos de batalla. Lo único útil era liquidar las armas y fábricas de armamento.


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El Templario escribió:Entre el 25 de agosto y el 4 de septiembre, Churchill ordenó al Bomber Command bombardear cinco veces Berlín. Estos bombardeos desencadenaron la represalia temida por Chamberlain: Churchill nunca reconoció que quisiera provocar el bombardeo masivo e indiscriminado de ciudades inglesas, pero es una intención que Hinchliffe da por supuesta.


Para ser exactos, la decisión de bombardear Berlín se toma después de que los alemanes, al parecer por error pues intentaban bombardear el puerto, dañasen gravemente el East End londinense. Dudo mucho de semejante acusación contra Churchill.


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Las ofensivas de transportes previas a Overlord

En abril, Harris pidió ayuda al ministerio del Aire, asegurando que las tasas de pérdidas registradas no podrían ser sostenidas mucho tiempo más. Por su parte, el general jefe de la aviación de caza alemana, Adolf Galland, decía que sus cazas luchaban contra un enemigo que los superaba en proporción de siete a uno y cuyos pilotos estaban “extraordinariamente” adiestrados, mientras que la caza diurna alemana había perdido mucho más de mil pilotos (y entre ellos los mejores) en los cuatro meses de 1944: “estos huecos no pueden ser cubiertos. Hemos llegado a un punto en que se puede decir que corremos el riesgo de que nuestra arma se derrumbe”.
El 11 de marzo comenzó la operación Strangle, con la cual las fuerzas aéreas aliadas del Mediterráneo (MAAF) pretendieron cortar las vías de suministro alemanas al sur de los Alpes, para reducir su resistencia frente a un desembarco en la península italiana. Hasta el 11 de mayo, se realizaron más de 65.000 salidas, arrojándose 33.000 toneladas de bombas sobre blancos de transportes. Todas las líneas al sur de Pisa y Rimini resultaron severamente dañadas, pero los alemanes las repararon rápidamente y restablecieron los suministros, aunque a menor ritmo. La ofensiva Diadem, iniciada el 11 de mayo y culminada el 5 de junio con la entrada en Roma, costó más de 43.000 bajas a los aliados (17.931 al 5º ejército norteamericano, incluidos 3.145 muertos —17,5% de las bajas— y 1.082 desaparecidos) y 38.000 bajas más 15.606 prisioneros a los ejércitos alemanes 10º y 14º.
A pesar de que el plan Zuckerman preveía su empleo para bombardear los transportes, la USAAF desplazó en lo posible sus ataques hacia la industria petrolífera en el centro y este de Alemania. Todavía el 22 de abril, Spaatz trataba de separarse del plan Zuckerman, escribiendo a Eisenhower que “muchos miles de franceses morirán y muchas ciudades quedarán destruidas en esas operaciones. Comparto con usted la responsabilidad y veo con alarma una operación militar que extenderá destrucción y muerte en países que no son nuestros enemigos, particularmente dado que no se ha mostrado de forma concluyente que los resultados que deben obtenerse con tales operaciones de bombardeo constituyan un factor decisivo”. Eisenhower mantuvo el plan Zuckerman, que finalmente no causaría los 40.000 muertos civiles previstos por Churchill, sino 12.000.
En mayo, el consumo de petróleo superó a la producción en Alemania. La fábrica Ammoniakwerke Merseburg GmbH de Leuna estaba defendida con 506 cañones antiaéreos, por orden de Speer. Su área era de 3,8 km2 y fue bombardeada 18 veces de día por los norteamericanos y 4 veces de noche por los británicos. De las 85.074 bombas arrojadas de día cayó dentro de su perímetro el 10%, y el 16% de éstas no explotó. En la misión más precisa, con buena visibilidad, 45 B-17 arrojaron 1.383 bombas, el 33% de las cuales explotó dentro del blanco. En la peor misión, 574 bombarderos arrojaron 8.000 bombas con cielo totalmente cubierto, alcanzando el blanco sólo 6 y perdiéndose 27 aparatos: más de la mitad de las bombas fue a parar a una fábrica-decorado situada en las cercanías. Sumando los ataques a Leuna con los de Ludwigshafen-Opau y Zeitz, en 57 ataques se arrojaron 146.000 bombas explosivas contra blancos petrolíferos, alcanzando los blancos una de cada 29 (3,4%). En toda la ofensiva petrolífera las AAF arrojaron 123.586 toneladas de bombas, 19.029 de las cuales (15%) pudieron causar algún daño. El ejército de esclavos de Speer reparaba enseguida las fábricas importantes: tras el ataque del 12 de mayo, Leuna reemprendió la producción el día 22; tras el del 28, el 3 de junio; tras el del 7 de julio, el día 9, etc. Después de 9 ataques, seguía produciendo al 28% de su nivel normal.
El bombardeo de la refinería Romano Americana de Ploesti (operación Statesman), el 31 de mayo, es un ejemplo de ataque incluido en el plan de transportes, pero cuyo auténtico objetivo se contemplaba subrepticiamente. El blanco eran las líneas de ferrocarril, pero estaba previsto que las bombas que cayeran fuera del blanco dañaran a la refinería. Así la acción de la 15ª AAF ha pasado a la historia como un bombardeo de poca precisión —a pesar de la bajísima altitud de bombardeo, que provocó la pérdida de algunos aparatos por bombas propias— contra la refinería, provocando la pérdida de 38.550 toneladas métricas de productos petrolíferos.


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Overlord, la gestación de Thunderclap y el futuro de Alemania

Los bombardeos de B-17 y B-24 previos al desembarco en la playa de Omaha apenas dañaron las defensas: más útil fue el apoyo cercano de 36 escuadrones de cazabombarderos. Frente a los más de 12.000 aviones aliados que apoyaron el desembarco, los alemanes apenas podían oponer 300 cazas. La situación no era muy distinta en el Este, donde 500 monomotores se enfrentaban a 13.000 aviones soviéticos. Nueve décimos de la producción aeronáutica alemana quedaron paralizados en junio. La Luftwaffe tenía que vivir de las reservas. En los seis primeros meses de 1944, la 8ª AAF registró una precisión del 33% de impactos en un radio de 305 m desde el objetivo; y en verano del 45%. La opinión pública norteamericana, sin embargo, recibió información sobre los bombardeos de ciudades por las AAF, y se produjeron protestas.
El 9 de junio, el diario de Spaatz recoge la advertencia que le hizo el secretario del aire Lovett: en el Congreso y en el país se comentaba la inhumanidad de los bombardeos indiscriminados, y habría serios problemas si tales ataques aparecían como política expresa de las AAF. Debía ser extremadamente precavido. Ese mismo día Spaatz ordenó redactar un plan de guerra psicológica que sirviera como respuesta a las bombas volantes alemanas, con tres objetivos: destrucción de transportes; de la moral en un momento decisivo; y formular una doctrina para posteriores ataques contra la moral. El segundo punto debía concretarse en numerosos ataques simultáneos a pueblos “indefensos y vírgenes” nunca antes atacados, en los que se probarían varios tipos y combinaciones de bombas incendiarias y explosivas, y “el máximo empleo de cazas ametralladores que extiendan el impacto entre la población”.
Al igual que había hecho en febrero la Unidad de Objetivos Enemigos de la embajada norteamericana en Londres, el 9 de junio, la Oficina de Asuntos Estratégicos (OSS) informaba de que los ataques terroristas no producirían reacciones políticas positivas mientras permaneciera el aparato de control nazi, al que contribuirían a reforzar. Sin embargo, el estado mayor de la fuerza aérea en Washington (USSTAF) continuó produciendo —Schaffer cita documentos fechados los días 25 de mayo, y 12 y 14 de junio de 1944— listas de ciudades alemanas ordenadas por el tamaño de su población, calculando en función de las instalaciones eléctricas y comunicaciones la densidad de bombas necesarias para dañarlas sustancialmente. El 27 de junio, John P. Harris —parte del llamado “grupo de Weicker” en el Estado Mayor de las USSTAF— presentaba el esbozo de la operación Shatter (“hacer añicos”), en la que las AAF 8ª y 15ª debían atacar un centenar largo de localidades de tamaño medio o pequeño, con el fin de quebrar la moral de los civiles mostrándoles hasta qué punto estaban indefensos. Para evitar “el estigma de ser meros bombardeos de represalia terrorista”, debían atacarse blancos como edificios de gobierno, pequeñas industrias y comunicaciones.
Los papeles de Spaatz contienen una carpeta titulada Thunderclap (trueno), con documentación producida entre febrero y septiembre de 1944 sobre la guerra psicológica. Una de las propuestas pretendía quebrar la moral alternando propaganda “blanca” y “negra”. La primera advertiría, en nombre de los Aliados, qué zonas iban a ser bombardeadas y en cuáles estarían a salvo los civiles. La segunda, aparentando proceder de las autoridades alemanas, pretendería hacer creer a la población que estaba a salvo, poco antes de que su localidad fuera arrasada. Dentro del Estado Mayor de las USSTAF se opuso a estas propuestas el coronel Hughes, jefe de la sección de selección de blancos, que había constituido en la embajada en Londres la Unidad de Objetivos Enemigos. Hughes consideraba que los civiles alemanes debían sufrir por haber permitido a sus líderes comenzar dos guerras mundiales; pero que ese sufrimiento no significaba muerte y destrucción de ciudades. En 1943 recordaba ante un historiador de las AAF que en la India —donde sirvió con el ejército británico en 1920— los bombardeos se avisaban con 24 horas de antelación; y en sus memorias se referirá a esos episodios diciendo: “entonces aún quedaban algunos vestigios de decencia en las operaciones de bombardeo”.
El 5 de julio, Hughes presentaba un memorándum contra las propuestas del “grupo de Weicker”, argumentando que los ataques terroristas no podrían mostrar a los alemanes su vulnerabilidad, pues ya la conocían. Atacar la moral sería inútil mientras el Estado nazi siguiera en pie. Supondría abandonar, a cambio de un beneficio pequeño, incierto y temporal, la doctrina del bombardeo de precisión, cuya eficacia para ganar la guerra y garantizar la defensa de Estados Unidos en el futuro Hughes consideraba probada. Además había un argumento moral: los Estados Unidos representaban “la decencia y un mejor tratamiento del hombre por el hombre”, y si el Estado Mayor de las USSTAF no creía en ello, debía al menos saber que el Congreso y el pueblo sí lo creían.
Weicker replicó al día siguiente, acusando a Hughes de rigidez e insistiendo en la originalidad de sus propuestas. Respecto a la moral, alegaba que los alemanes violaban toda norma de elemental decencia. Si su plan servía para acortar la guerra aunque fuera unos días y salvar algunas vidas de soldados aliados, el precio que pagara el enemigo no debía ser tenido en cuenta. La Unidad de Objetivos Enemigos, y en particular uno de sus analistas, Irwin Nate Pincus, se puso de parte de Hughes. También lo hizo el subdirector de planes del Estado Mayor de las USSTAF, coronel Charles M. Taylor. El director de planes, general Cabell, había deciddo ya el 26 de junio que el plan de Weicker no fuera aprobado y enviado a Eisenhower. Estaba de acuerdo en que había llegado el momento de destruir la moral alemana y en que tales ataques tendrían gran impacto. Pero no convenía desviar los recursos que las AAF necesitaban para atacar blancos realmente importantes, arriesgándose a dar un argumento a la propaganda alemana —y a las críticas en Estados Unidos—, y además era posible que la moral alemana se reforzara.
El 3 de julio, los jefes de estado mayor de la RAF transmitían a las AAF las propuestas de represalias del gobierno británico, consistentes en bombardear con gas, realizar un bombardeo gigante de Berlín y arrasar por completo, previo aviso, pueblos en Alemania. Los propios jefes de estado mayor de la RAF consideraban que estas propuestas carecían de sentido. El 5 de julio, Eisenhower decía a su jefe de estado mayor, Marshall: “al menos por el momento, no quiero participar en una represalia o usar el gas. Por el amor de Dios, mantengamos los ojos en la bola y usemos el sentido común”. El 21 de julio, en cuanto superior inmediato, ordenaba a Spaatz que las AAF continuaran con los bombardeos de precisión y no pasaran a los ataques morales. Spaatz informó ese mismo día a sus subordinados que las AAF no recurrirían al “bombardeo por áreas”, y que sólo si los cielos nublados no permitían atacar objetivos de precisión, se bombardearían objetivos como estaciones ferroviarias “a ciegas” (con radar).
El general Laurence Kuter respondió en agosto a las propuestas del ministerio del Aire británico, en un intercambio de informes con otros mandos de las AAF que se conservan en los papeles de Spaatz (carpeta Thunderclap). Kuter consideraba todas las propuestas británicas inadecuadas, por restar fuerzas al bombardeo de precisión, excitar animosidad contra los norteamericanos, y aumentar la resistencia enemiga más que debilitarla; además, “emprender la guerra contra los civiles es contrario a nuestros ideales nacionales”. Kuter añadía que los británicos pretendían matar a muchos civiles alemanes, y que “nosotros no queremos matarlos, queremos que piensen y que se pongan en acción”. A pesar de todo, Arnold ordenó que se continuara estudiando la propuesta británica de un ataque decisivo contra la moral. El Estado Mayor de las USSTAF elaboró nuevas propuestas, entre ellas las de anunciar que se iba a destruir localidades significativas para el nazismo, y después aniquilarlas una por una; o la de bombardear y ametrallar durante varios días seguidos las áreas más pobladas de Alemania.
Frente a estas propuestas, Kuter alegó que, al igual que las británicas, encargaban a las AAF “la mayor parte del trabajo sucio”. Pero, en cuanto jefe de planes de Arnold, y sintiendo que su opinión era minoritaria, el 5 de septiembre terminó por aceptar que estos ataques se realizaran llegado “el momento en que se acepte ampliamente que los ataques morales, incluyendo matar civiles alemanes, inclinará la balanza causando la cesación de las hostilidades”. En concreto, sugería que británicos y norteamericanos eligieran una docena de pequeñas ciudades alemanas “antiguas, compactas, históricas, extensas, y de la mayor importancia industrial posible”, advirtieran de su destrucción y luego la llevaran a cabo.
Durante el mes de agosto, Roosevelt. dijo al secretario del Tesoro, Henry Morgenthau (hijo), que “tendremos que ser duros con Alemania, y me refiero al pueblo alemán y no sólo a los nazis. O bien tendremos que castrar al pueblo alemán, o bien usted tendrá que tratarlo de tal manera que no pueda seguir reproduciendo gente que quiera seguir haciendo lo que han hecho en el pasado”. El día 26, precisaba al secretario de guerra Stimson que “es de suma importancia que en Alemania todas las personas comprendan que esta vez Alemania es una nación derrotada. No quiero hacerlos morir de hambre, pero, por ejemplo, el que necesite más alimento del que tiene para mantener juntos alma y cuerpo, deberá ser alimentado tres veces al día con sopa de pollo del Ejército... El hecho de que son una nación colectiva e individualmente derrotada debe quedarles tan fuertemente impreso que se lo piensen antes de comenzar una nueva guerra”. El 9 de septiembre Roosevelt pidió a Stimson —enviando copia de la orden a Arnold— la creación de una agencia que analizara el bombardeo estratégico (el USSBS creado en noviembre) contra Alemania y Japón. El presidente deseaba en particular que se analizaran los problemas creados por la necesidad de evacuar a los civiles de ciudades bombardeadas, las complicaciones que esos desplazamientos creaban en los transportes, así como indicaciones “sobre el efecto psicológico y moral en el seno de una comunidad que hasta ese momento haya estado libre de ataques”.
Los británicos tenían muy claro qué pretendían que fuera Thunderclap: un ataque diurno en el que las AAF debían lanzar 5.000 toneladas de bombas en un área de 6,5 km2 en Berlín, seguido por un bombardeo nocturno de la RAF. La documentación “Operación Thunderclap” —emitida el 2 de agosto por el jefe de estado mayor de la RAF, Sir Charles Portal— preveía que 275.000 personas resultarían muertas o gravemente heridas en el bombardeo. El general Cabell rechazó la propuesta por contradecir “los fundamentos y el carácter de nuestro buen pueblo” y porque a la vista de los sacrificios de los soldados alemanes en Francia, “no hay hombre viviente que pueda calcular o reconocer una quiebra moral” (en ellos). También Spaatz se opuso, según escribía a Arnold el 27 de agosto, para no cargar con la fama que ya tenía la RAF por sus bombardeos morales. Al día siguiente, la situación cambió, al comunicar Eisenhower a Spaatz que continuara su política de bombardeo hasta que le comunicara que había llegado el momento de dar un golpe de efecto “incalculable”. El 9 de septiembre —el mismo día en que Roosevelt mostraba su interés por los efectos morales del bombardeo—, Eisenhower ordenaba al Estado Mayor de las USSTAF prepararse para bombardear Berlín, y Spaatz transmitía a Doolittle, jefe de la 8ª AAF, que “ya no planearemos atacar objetivos militares definidos, sino que estaremos listos para arrojar bombas indiscriminadamente sobre la ciudad”.


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Fracasos tácticos de los bombarderos pesados: Revigny y Cobra

La eficacia de los ataques a las redes de transportes vinculados a Overlord fue elogiada por los propios alemanes. El 26 de septiembre, el general Heinrich Hans Eberbach, comandante del grupo Panzer oeste, declaraba ante los jefes aéreos aliados reunidos en Versalles, que “Francia, donde todos los medios de transporte fueron interrumpidos, fue la causa de nuestra derrota”. Eberbach elogió en particular la destrucción de los puentes sobre el Sena, que imposibilitó enviar refuerzos a Normandía en el momento oportuno.
Dos episodios sucedidos en julio de 1944 pusieron de relieve la complejidad de la cooperación de la RAF con los ataques a las redes de comunicaciones en Francia y de los bombarderos pesados norteamericanos con el avance de la infantería. El 18 de julio la RAF bombardeó Revigny-sur-Ornain (Francia), con pérdida de 24 cuatrimotores (una cuarta parte de la fuerza enviada). Los planificadores sabían que el aeródromo de St Dossier, a apenas 15 millas del blanco, era sede de una experimentada unidad de caza nocturna. Junto con los ataques contra el mismo blanco realizados en las noches del 12 y del 14 de julio, la operación supuso el derribo de 43 Lancaster con 290 tripulantes (231 murieron y 59 llegaron vivos a tierra). La estación de ferrocarril permaneció dos días sin tráfico y fue destruida la modesta acería de Vuillaume, que no volvió a funcionar. Oliver Clutton-Brock concluye que “el daño total al ferrocarril pudo influir poco en la situación de Normandía. En conjunto, los ataques contra Revigny fueron un fracaso. El blanco era pequeño y por esa mera razón hubiera sido siempre difícil de destruir. Las desesperadas condiciones meteorológicas de los dos primeros ataques y los severos ataques de la Luftwaffe en el tercero redujeron aún más las posibilidades de éxito”.
El 25 de julio, 1.500 bombarderos pesados, 380 medios y 550 cazabombarderos atacaron desde 15.000 pies-4.572 m la localidad de St-Lô, atravesada por las principales vías de salida de Normandía occidental. La ciudad quedó destruida, y en los días siguientes los aliados avanzaron hasta la base de la península de Normandía en Avranches. La operación Cobra, ideada por el general Omar N. Bradley, provocó las más graves bajas debidas a fuego aéreo amigo en toda la segunda guerra mundial. Una formación —que lanzó sus bombas antes de tiempo por error o por la humareda, aumentando la táctica de “arrojar con el jefe” el error— bombardeó a la 30ª división de infantería, que en los dos días de duración de los bombardeos tuvo 88 bajas mortales y 500 heridos por fuego amigo. No obstante, sólo entre el 5 y el 10% de las bombas cayeron por delante del blanco —1,6 km de profundidad por 8 de longitud: casi 13 km2—, al oeste de St-Lô; en torno a la mitad cayó en él; y entre el 30 y el 35% más allá del blanco. El bombardeo mató al 3% de los soldados alemanes que hacían frente al avance del ejército de Bradley. Una de las bajas mortales norteamericanas fue el teniente general Leslie McNair, comandante general de las Fuerzas Terrestres, que estaba observando el ataque en el área del segundo batallón de la 120ª división de infantería.
Los bombarderos medios usados en la operación Cobra tenían un 95% de probabilidades de acertar a un blanco de 3,3 km2 arrojando 600 bombas. Los bombarderos pesados, en caso de que el jefe arrojara con precisión perfecta, podían colocar un 90% de las bombas en un radio de mil pies-305 m (área de 2,6 km2). La extensión del blanco previsto era el quíntuplo de ese error en área, pero su anchura sólo 2,6 veces el diámetro en que se podía prever que, en el mejor de los casos, caería el 90% de las bombas. En el ataque a Cherburgo, que había inspirado a Bradley la operación Cobra, una posición propia fue bombardeada tres veces por aviones amigos a pesar de estar situada más de 1.800 m fuera de la zona de exclusión del bombardeo, cuya distancia de seguridad fue doble que la de Cobra, donde la línea de exclusión era la carretera de St-Lô a Périers, paralelamente a la cual se debía bombardear. Las tropas aliadas retrasaron sus posiciones 1.100 m sólo una hora antes del ataque —Bradley previo originalmente 800 yardas-731 m, los mandos de aviación pedían 3.000 (2.743 m), y para las zonas de ataque de los bombarderos pesados la distancia fue de 1.500 yardas (1.372 m)—, porque en el bombardeo de Caen el 7 de julio (operación Charnwood), se habían retirado casi 5.500 m, y cuando cesó el bombardeo, los alemanes habían recuperado terreno.
Antes de comenzar Cobra, Bradley reconoció que, para conservar el factor sorpresa, los civiles franceses no habían sido prevenidos. Aunque por el mal tiempo se trató de suspender el comienzo de la operación, algunos pilotos no pudieron ser informados, continuaron vuelo y lanzaron sus bombas sobre un depósito de municiones norteamericano, un aeródromo aliado y las posiciones de la 30ª división. Bradley estaba furioso porque los bombarderos volaron perpendicularmente hacia el área que debían bombardear, sobrevolando posiciones propias, en lugar de volar en paralelo a la línea del frente. El responsable de la fuerza aérea, mariscal Leigh-Mallory, había dado por supuesto que Bradley asumía los riesgos que suponía que los pilotos eligieran la carrera de bombardeo menos peligrosa para los aviones, sin especificar que ésta sería perpendicular.
Una vez discutidos los pros y contras, Bradley decidió que al día siguiente se repitiera la carrera perpendicular, que de nuevo produjo bajas propias: en total, el 7º cuerpo tuvo 108 bajas mortales y 472 heridos: aunque sólo un 3% de las bombas cayeron en su zona, a punto estuvo de producirse una crisis. La 30ª división registró 164 bajas por “fatiga de combate”. Eisenhower escribió a Marshal que se estaba investigando si se hizo todo lo posible por minimizar los riesgos. Según el teniente coronel James Jay Carafano, una carrera en paralelo al frente no habría dado mayores garantías: de hecho, parte de los errores fueron cometidos por cazabombarderos que volaron en paralelo y desde sólo dos mil pies-610 m. El viento y la polvareda hicieron inútiles las medidas tomadas para señalizar las posiciones propias. Algunas unidades se retiraron sólo 800 yardas (731 m) del frente, a otras —como el 2º batallón de la 120ª división— no se les indicó que cavaran nuevos parapetos, y en algunos casos éstos no pudieron evitar lo peor (como en el caso del general McNair). En los once casos expedientados se concluyó que los bombardeos habían sido cortos por error humano o por confusión o desorientación de los pilotos y bombarderos. Para Carafano, de haberse retirado las tropas mil yardas más, las bajas propias habrían sido sensiblemente menores, y dada la dureza del bombardeo esa distancia no suponía arriesgarse a un contraataque alemán.


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Continuación de los bombardeos en Alemania

En julio de 1944 cayó en manos de los británicos un avión con radar FuG 227 Flensburg, que captaba desde 80 km las emisiones del radar Monica: éste fue entonces quitado de la popa de los bombarderos ingleses. Desde julio de 1943, el radar H2S se modificó para captar los aviones que se acercaban desde abajo en una pantalla distinta (Fishpond modification). En primavera de 1944 la mayoría de los bombarderos llevaban esta modificación y éste fue un factor de disminución de los derribos. Pero también se descubrió que los cazas nocturnos llevaban otro radar —Naxos— que localizaba las emisiones del H2S. La alarma causada por este descubrimiento disminuyó al saberse, por prisioneros alemanes, que el Naxos no indicaba la posición de un aparato concreto, sino de la “corriente” de bombarderos.
Entre mayo y agosto de 1944, la RAF registró su mejor puntería en bombardeo nocturno: un error circular medio de 4.380 pies-1.335 m; tomando como altitud media de bombardeo para los Lancaster 20.000 pies-6.096 m, este resultado equivalía a un ángulo de error de 12,3 grados. Las 16 misiones de bombardeo diurno que la RAF llevará a cabo al final de la guerra registrarán un error circular de 2.484 pies-757 m: ángulo de error de 7 grados. Frankland afirma que en los 15 ataques realizados por más de 2.500 bombarderos pesados contra nudos ferroviarios entre el 6 y el 10 de abril de 1944, el 50% de los aviones registró un error circular de 2.100 pies-640 m: ángulo de error de 10,8 grados. En el mejor de los casos, los 140 Lancaster que atacaron una fábrica de aviones en Toulouse cometieron un error de 900 pies-274 m (ángulo de error de 4,7 grados desde la misma altitud).
En la noche del 18 al 19 de agosto de 1944, el puerto hanseático de Bremen sufrió el más duro de los bombardeos de que fue objeto hasta el 24 de abril de 1945 (víspera de su ocupación por los británicos). En aquella ocasión —el bombardeo número 132— la tormenta de fuego provocada en 34 minutos por 68 minas, 10.800 bombas de fósforo y 108.000 incendiarias, dejó a 49.000 personas sin casa y mató a 1.054. El total de 890.000 bombas arrojadas sobre Bremen en 173 bombardeos —lo que la sitúa en 12º lugar en Alemania por el número de ataques sufridos— mató a 3.562 personas y destruyó el 85% de su superficie construida.
El 6 de septiembre de 1944 a partir de las 18,15 h, 181 Lancasters y Halifaxes llevaron a cabo el mayor de los 80 bombardeos sufridos por Emden (y que sumaron 330 muertos y 724 heridos), capital de Frisia oriental. El 66% de la ciudad quedó destruida, el casco viejo casi completamente, 20.000 personas quedaron sin casa y murieron 33. Otras seis personas fallecerían en bombardeos hasta el fin de la guerra, quedando Emden, desde el punto de vista de la destrucción de casas, en noveno lugar en Alemania. La escasa mortandad se debe a que, por su importancia como puerto militar, la ciudad estaba dotada de suficientes búnkeres. El 27 de junio de 1941 se terminó el primero que se mandó construir en noviembre de 1940 (otros once le seguirían hasta el 14 de abril de 1942), con techos de hormigón de 1,4 m y paredes de 1,1 m. El 17 de junio de 1942 la organización Todt comenzó la construcción —a cargo de trabajadores forzosos holandeses y franceses, prisioneros de guerra y de los campos de concentración— de diez búnkeres de “segunda generación” (techo de 2,5 m y paredes de 2 m). La población de Emden era de 27.000 habitantes cuando se produjo el primer bombardeo (julio de 1940), y se construyeron refugios capaces de albergar a 29.400.
En agosto de 1944, el mando de material de las AAF en Wright Field advirtió que los errores de los visores Norden construidos masivamente multiplicaban por 5,6 los previstos: harían falta dos años para sustituir esos visores defectuosos. El ejército había construido 40.000 bombarderos e instruido a las tripulaciones en el manejo del Norden: era demasiado tarde para dar marcha atrás. Hasta fines de 1943, en situaciones de cielo totalmente cubierto, los norteamericanos suspendían las misiones de bombardeo. Entre enero de 1944 y marzo de 1945 en 132 días (29% del total) fue posible el bombardeo visual con el Norden. En septiembre de 1944, el 464º grupo realizó un bombardeo a ciegas contra Oberweisenfeld fijando un rumbo 50 millas antes del objetivo y cronometrando: las bombas cayeron a 3.000 pies-914 m del blanco. En octubre, el grupo 97º atacó Skoda de Pilsen con un rumbo cronometrado a partir de 40 millas y las arrojó a 16 km del blanco. La 8ª AAF incorporó el 5 de agosto el sistema Micro-H, que usaba las emisiones de radar de los focos terrestres del Gee-H en determinados puntos para comprobar la posición del aparato y sincronizar el visor de bombardeo, dejando el radio de error en torno a 1.500 pies-457 m.


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Bombas volantes aliadas y gestación de Clarion

El plan Thunderclap no fue la única respuesta a las bombas volantes alemanas. Hubo otros dos proyectos, surgidos esta vez plenamente de las AAF: el proyecto de “bombardero cansado de la guerra” (War-Weary Bomber Project) y la operación Clarion (clarín). El primero, discutido a partir de noviembre de 1944, preveía crear bombas volantes con B-17 fuera de uso cargados con nueve toneladas de bombas explosivas. Arnold no veía gran diferencia entre tales aparatos, cuyas tripulaciones saltarían a casi un centenar de km el objetivo, y los bombardeos británicos, por lo que prefería que fueran lanzados sin blanco concreto a lo largo y ancho de Alemania, para que su efecto psicológico fuera mucho mayor. Spaatz preferían lanzarlos contra localidades indefensas de tamaño “razonable” y que tuvieran “asociados” blancos militares o industriales. Controlados por radar, estos aviones caían en un radio de error de 2,4 km en torno al blanco: cuatro fueron lanzados contra objetivos industriales en ciudades alemanas antes de 2 de febrero de 1945. Una vez probado que su imprecisión era menor que la de los bombardeos por radar, el departamento de guerra aprobó su uso el 23 de marzo siguiente. Entonces el gobierno británico se opuso, temiendo represalias alemanas. El 26 de marzo, Roosevelt escribía al gobierno británico intercediendo por el plan. Para cuando llegó la aquiescencia de Churchill, Roosevelt había muerto (12 de abril de 1945) y no quedaban blancos contra los que lanzar los War-Weary.
Clarion fue una operación de mayor trascendencia, y gestada antes que el proyecto War-Weary. El 12 de septiembre, tres días después de que Eisenhower ordenara estar listos para la operación Thunderclap, Arnold pidió al general Kuter y al coronel Williamson un plan de ataque psicológico de seis días contando con todos los aviones norteamericanos y británicos de Europa y el Mediterráneo: cazas y bombarderos debían atacar objetivos militares en toda Alemania, para que todos sus habitantes fueran testigos del poder aéreo aliado. Spaatz resucitó la operación Shatter ideada en junio por John P. Harris, disimulándola como plan de ataque a nudos de comunicaciones dispersos, si bien según Schaffer muchas localidades de la lista no contenían blancos de transporte de importancia alguna. La sección de blancos del Estado Mayor de las USSTAF alegó que el plan restaba fuerza al programa de ataque contra objetivos petrolíferos. En palabras de uno de sus analistas, Harold Barnett, era “puro bombardeo moral”, que mataría a “muchos miles de mujeres y niños”. El general Frederick Anderson, dio su visto bueno al plan y el 27 de septiembre se lamentaba ante Spaatz de que el mal tiempo impidiera su realización.


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Tormentas de fuego por encargo. Hurricane I y II, Shater y Clarion

A partir de septiembre de 1944, Harris, libre de las tareas de apoyo a tierra, podía emplear sus más de mil bombarderos pesados contra ciudades cada vez más indefensas. Stuttgart había sufrido el ataque más numeroso el 1 de marzo anterior: 557 bombarderos, de los que sólo 4, el 0,7%, se perdieron, dado que por el mal tiempo los cazas nocturnos no los encontraron. En las noches del 25 al 29 de julio, la capital de Würtemberg sufrió cuatro bombardeos que dejaron sin techo buena parte de los edificios. El 11 de septiembre, el 5º grupo de bombardeo provocó en Stuttgart una tormenta de fuego con sólo 217 bombarderos —que arrojaron 75 minas, 4.300 bombas explosivas y 180.000 incendiarias—, de los que cuatro fueron derribados (1,8%): esa misma noche, el ataque principal fe dirigido contra Francfort (387 bombarderos, de los que fueron derribados 17, 4,4%), probándose al mismo tiempo que la caza nocturna alemana no estaba exhausta y que los británicos, gracias a sus bases en Francia, podían usar Gee para aumentar su precisión en zonas de Alemania más distantes de sus bases de partida. Stuttgart estaba dotado de abrigos excavados (Stollen) donde a duras penas los refugiados pudieron aguantar el calor y asfixia provocados por el fuego. Fue el 27º bombardeo de los 53 que Stuttgart sufrió durante la guerra, en los que quedó destruido su casco viejo en un 68% y murieron 4.477 personas.
Prueba de que la RAF dominaba ya la técnica para provocar tormentas de fuego fue que la siguiente tuvo lugar la noche del día 12 en Darmstadt, al sur de Maguncia. El 5º grupo de Cochrane mostró que su técnica de marcaje —el blanco fue el Exerzierplatz— era mejor que la del grupo de Bennett: desde mil metros de altitud, los extremos del blanco se marcaban con bengalas rojas, confirmando la marca con bengalas verdes, y anulando los errores con bengalas amarillas, como en este caso hizo Cochrane con una bengala verde sobre la estación de ferrocarril. 240 aparatos, volando por diversas rutas para reducir el efecto de las alarmas, bombardearon en tres oleadas a partir de las 23,35 h. La tormenta de fuego tardó una hora en formarse. Un tren de municiones alcanzado al sur de la estación detonó durante otra hora, provocando a los refugiados la falsa impresión de que el bombardeo continuaba. Así se agotaron las dos horas de protección que podían ofrecer los refugios. Murieron 12.300 personas y 70.000 de los 120.000 habitantes de Darmstadt quedaron sin vivienda: la tasa de mortalidad (10,7% de las personas presentes) sólo sería superada en Pforzheim. Las bajas de la RAF fueron notables: 12 bombarderos, un 5% de la fuerza.
Mientras llegaba el momento del golpe que consideraban decisivo (Thunderclap), los británicos idearon nuevas operaciones, que recibieron los nombres de Hurricane I y II. El 13 de octubre, F. L. Anderson comunicaba a los comandantes generales de las AAF 8ª, 15ª y 9ª los planes: Hurricane I preveía ataques de la RAF sobre las ciudades del Ruhr, mientras la 8ª AAF bombardearía fábricas de benzol y petróleo sintético, la 15ª atacaría blancos desde Italia y las fuerzas tácticas de la 9ª AAF atacaría blancos de transportes lo más cerca posible del Ruhr; con el fin de desmoralizar a las tropas y civiles alemanes en la región conforme se acercaban a ella las tropas aliadas, arruinar los transportes y provocar —con bombardeos apuntados por radar— evacuaciones masivas. Hurricane II combinaría ataques sobre blancos estratégicos y ametrallamientos a cargo de cazas en aeródromos y blancos de transporte por toda Alemania.
El mal tiempo impidió realizar estos planes, dando pie a que se extendieran planes alternativos o críticas como las previamente manifestadas —el 1 de octubre— por Spaatz, al que disgustaba la concentración en el Ruhr y sin embargo era partidario de ataques generalizados de cazas a los transportes, y Hughes —el día 6—, partidario de concentrarse en el petróleo y no en los transportes. Por lo que hace a planes alternativos, el general Elwood R. Quesada, jefe del 19º comando táctico, presentó una nueva versión de la operación Shatter, según la cual 1.500 cazas repartidos por parejas por toda Alemania ametrallarían fábricas, puentes, estaciones, centros residenciales y demás blancos en su mayoría indefensos. El plan se apoyaba en las ideas expresadas el 17 de octubre por David T. Griggs —procedente del MIT, asesoraba a las AAF en el uso del radar en Europa— en carta al asesor científico de Stimson, E. L. Bowles. Griggs confiaba en que los cazabombarderos provocaran “en la mente de cada alemán una impresión que nunca podrá olvidar, y que vivirá en las memorias de sus hijos y nietos como ilustración de los horrores de la guerra, de modo que probablemente nos ahorremos tener que hacer este trabajo de nuevo”. Los comentarios de Griggs impresionaron a Marshall, que se los envió a Eisenhower. No todos los científicos consultados por el departamento de guerra compartían esta opinión, y así Norman C. Meier, de la Universidad de Iowa, opinaba que la destrucción de ciudades sería un acto de barbarismo y aumentaría la voluntad de resistir de la población enemiga.
El 14 de octubre, británicos y norteamericanos bombardearon de día, respectivamente, Duisburgo y Colonia, escoltados por cazas. El 19 de octubre, 34 toneladas de bombas (150 de 500 libras-227 kg) cayeron dentro de un radio de mil pies-305 m sobre el objetivo apuntado en la Maschinenfabrik de Augsburgo: por el grado de prioridad con que contaba, la producción se reanudó a los 27 días. Este parón supuso que se dejaran de construir 644 carros de combate: nunca los alemanes perdieron tantos en una sola batalla. El bombardeo de la siderurgia Friedrich-Alfred Hutte el 30 de noviembre es un ejemplo de cómo la rapidez de las reparaciones alemanas dependía del grado de urgencia asignado por los mandos: sólo tres bombas de 500 libras (un total de 681 kg) cayeron en el radio de 305 m del blanco, pero la producción se suspendió durante 83 días.
El 4 de diciembre, el 5º grupo de bombardeo de la RAF provocó una tormenta de fuego técnicamente perfecta en Heilbronn sobre el Neckart, ciudad de 74.000 habitantes cuya única producción relevante era la del vino. Por este motivo, estaba clasificada en el segundo grupo de protección aérea y carecía de búnkeres o abrigos excavados (Stollen): en el casco viejo, donde vivían 15.000 personas, los sótanos habilitados ofrecían refugio para 5.680. En media hora, de 19,45 a 20,15 h, cayeron 1.254 toneladas de bombas, que provocaron durante cuatro horas una tormenta de fuego sobre una superficie de 5 km2, destruyendo el 82% del casco viejo. En los refugios públicos, las bombas de aire con filtros contra gas venenoso de uso militar, bombeaban sin embargo hacia dentro el monóxido de carbono, más pesado que el aire. Por este motivo murieron 611 personas en el sótano-refugio de la Klostergasse, así como los refugiados en cuatro salas de cine. Tras años de guerra aérea, las autoridades de NSDAP y del Reichsluftschutzbund seguían sin explicar que el sobrecalentamiento y la falta de oxígeno obliga a abandonar los refugios antes de tres o cuatro horas; pero los refugiados de Heilbronn, a causa de la tormenta de fuego, no habrían tenido adónde ir. Murieron 6.530, incluidos mil niños menores de seis años: el 8,8% de la población, o casi el 44% de los habitantes del casco viejo.
A fines de octubre, la 8ª AAF revisó su definición de bombardeo de precisión, permitiendo a sus aviones atacar pueblos y ciudades como “blancos secundarios como último recurso” si incluían o estaban cerca de “uno o más objetivos militares”. El bombardeo del nudo ferroviario de Regensburg-este el 20 de diciembre fue un ejemplo de las deficiencias del bombardeo diurno de precisión: en cuatro días estaba de nuevo en servicio, y ello a pesar de la destrucción de 1.200 vagones. Los norteamericanos carecían de medios para repetir tal tipo de acciones una y otra vez sobre los mismos blancos en busca de su aniquilación. En la noche del 17 al 18 de diciembre, Harris pudo mandar 1.300 bombarderos, en su mayoría contra Duisburgo y Ulm. La contribución del Bomber Command británico para frenar la ofensiva desencadenada en las Ardenas el día 16 fue bombardear St. Vith y Coblenza el 19.
Por parte alemana, entre los 114 cazas nocturnos perdidos en diciembre, se contaban siete ases que, al morir, sumaban juntos 172 bombarderos derribados: Heinz Strüning (56), Hans-Heinz Augenstein (46), Hans-Karl Kamp (23), Hermann Leube (22), Heinz Roland (15) y Wolfgang Tonn (10).
El 17 de diciembre, el Estado Mayor de las USSTAF redactó un plan definitivo para la operación Clarion, titulado “Plan General para un ataque con el máximo esfuerzo contra objetivos de transportes”, y semejante a las propuestas hasta entonces bautizadas como Shatter. El 27 de diciembre, el general Doolittle, jefe de la 8ª AAF, advirtió a Spaatz que el ametrallamiento generalizado de civiles tras las líneas de combate provocaría represalias de la población contra los prisioneros aliados, la propaganda nazi lo usaría para justificar su brutalidad y en caso de que las pérdidas de aviones aliados fueran notables, el público norteamericano se preguntaría qué sentido tenía ese cambio de táctica. Nathan F. Twining, comandante general de la 15ª AAF, alegó en términos semejantes. El general Cabell se fijó más en el aspecto moral, y en la copia del plan que le enviaron, escribió de su puño y letra: “éste es el mismo anticuado y nuevo plan de matar de los chicos psicológicos que se quieren hacer ricos deprisa, vestido en un nuevo kimono”.
En carta a Spaatz el 1 de enero de 1945, Eaker protestaba porque Clarion implicaría altos riesgos para los bombarderos pesados, al distraerlos “de la única cosa en la que teníamos al huno realmente agarrado por el cuello: el petróleo”, apoyando a quienes pretendían convertirlos en arma de apoyo cercano al combate. Entre las pérdidas habría que anotar la reputación de los Estados Unidos, pues “convencería absolutamente a los alemanes de que somos los bárbaros que dicen que somos, ya que sería obvio para todos que esto es primariamente un ataque a gran escala contra los civiles, como de hecho sería”, ya que el 95% de los muertos serían civiles. Eaker decía estar convencido de que Spaatz y Lovett tenían razón, “y de que nunca debemos permitir que la historia de esta guerra nos acuse de arrojar el bombardero estratégico contra el hombre de la calle. Pienso que hay una forma mejor de que participemos en la derrota del enemigo, pero si tenemos que atacar a la población civil, estoy seguro de que debemos esperar a que su moral esté mucho más cerca del punto de quiebra y a que el clima favorezca la operación más de lo que en todo caso hará durante el invierno o comienzos de la primavera”. Schaffer opina que la principal preocupación de Eaker debía ser atacar objetivos rentables y salvar la imagen de la USAAF, ya que en 1979 Eaker le dijo que en su opinión “el hombre que construye las armas es tan responsable como el que las lleva en la batalla”.
A diferencia de Eaker, Lovett estaba decidido a atacar directamente a los civiles, y el 2 de enero Quesada se ponía a trabajar en el proyecto de creación de una nueva arma, propuesta por uno de sus asistentes —E. Blair Garland— que había interesado al secretario del Aire: un proyectil que esparcía bolas de fósforo blanco, inflamables al contacto con el aire, y que Lovett propuso que se mezclaran con nápalm para usarlas contra soldados y civiles: “si hemos de tener una guerra total, también tenemos que hacerla todo lo horrible que se pueda”. Medio mes antes, los ejércitos aliados se habían estancado por la ofensiva alemana en las Ardenas. El 6 de enero, Griggs enviaba a Lovett un mensaje urgiéndole a comenzar el plan Quesada, con el argumento de que en el campo de batalla “hombre a hombre y tanque a tanque, el alemán es superior a nosotros”. Armados con cohetes y nápalm, los cazabombarderos podían “golpear con el terror en el corazón del alemán”, consiguiendo “la rendición de Alemania ante la fuerza aérea asaltante”. El 9 de enero, Lovett pedía a Arnold que creara una unidad de cazabombarderos llamada Jeb Stuart Unit, tomando el nombre de un jefe de caballería confederado.
El absentismo laboral durante el verano de 1944 fue del 20% en la fábrica de BMW de Munich. Pero el índice de producción total de Alemania se elevó en 1944 un 25% respecto a 1943. Speer calcularía en la posguerra entre un 30 y un 40% la disminución de producción militar achacable a los bombardeos. La producción química de explosivos se redujo en Alemania a la mitad a fines de 1944. En diciembre circulaban la mitad de trenes de mercancías que un año antes, y también el transporte de carbón se redujo a la mitad. En conjunto, la producción alemana se redujo un 10% en 1944, pero la producción de armamento fue triple a la de 1941. La producción de bombarderos dejó paso a la de cazas y en 1944 representó ya sólo el 18% de la producción aeronáutica. Un tercio de la producción artillera se dedicaba a piezas antiaéreas. La defensa aérea absorbía el 20% de la munición, un tercio de la industria óptica y entre la mitad y dos tercios de la de radares y aparatos de señales. Dos millones de personas combatían los efectos de los bombardeos. El absentismo laboral registrado en la fábrica Ford de Colonia fue del 25% en 1944. En opinión de Overy, “la combinación de destrucciones directas y distracción de recursos restó a la Wehrmacht en 1944 casi la mitad del material bélico que necesitaba. Resulta difícil no considerar esta escasez como decisiva”. El 30 de enero de 1945 escribía Speer a Hitler que “la guerra en el campo de la economía y el armamento llega a su fin. La superioridad material del enemigo tampoco puede ser compensada en adelante por la bravura de nuestros soldados”. Según sus valoraciones, a consecuencia de los bombardeos se producía un 35% menos de carros de combate, un 31% menos de aviones y un 42% menos de vehículos de transporte respecto a lo previsto.


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Mensaje por General von X »

Para ser exactos, la decisión de bombardear Berlín se toma después de que los alemanes, al parecer por error pues intentaban bombardear el puerto, dañasen gravemente el East End londinense. Dudo mucho de semejante acusación contra Churchill.


Pues es lo que buscaba, como reconocio ante J. Kennedy

Ademas, no solo fue un bombardeo aislado, fueron mas de 6, hasta que a Hitler se le acabo la paciencia, y pronuncio aquellas famosas palabras en el Sportpalast.


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Mensaje por El Templario »

Yalta, Thunderclap y Clarion (1)

En la segunda semana de enero de 1945, el comienzo de la ofensiva soviética fue visto por los norteamericanos como el momento para el ataque decisivo contra la moral alemana. El día 18, Anderson ordenó desempolvar la versión Quesada de la operación Clarion, y en la conferencia mantenida el día 31 en Malta, Marshall dijo a Junta de Jefes de Estado Mayor que quería que se pusiera en marcha. El 1 de febrero, Spaatz anunció a los comandantes de las fuerzas aéreas que había llegado el momento de comenzar la operación. La fecha de comienzo fue, sin embargo, el siguiente día 22.
Por su parte, los británicos reactivaron a principios de enero de 1945 el plan Thunderclap con el fin de ayudar a los soviéticos en su avance dentro de Alemania. El Joint Intelligence Committee apreció que sería útil bombardear en un breve período de tiempo Berlín, Dresde, Leipzig y Chemnitz, todos ellos importantes centros de comunicaciones: no sólo se frenaría la llegada de refuerzos al frente, sino que se bloquearía el éxodo de personas y vehículos del este hacia el oeste. Portal no mostró entusiasmo por este cambio, pero a fin de mes sí lo haría Churchill. A mediados de enero, la directiva del Bomber Command en uso (1 noviembre) que señalaba como prioridades la industria petrolífera y las comunicaciones (en particular el Ruhr) se modifica ante la aparición del Schnorchel y el Me 262: se incluye la industria aeronáutica y los blancos relacionados con submarinos.
A fin de enero, Churchill preguntó al secretario de Estado del Aire, Sir Archibald Sinclair, su opinión acerca de la conveniencia de llevar a cabo el plan Thunderclap. En concreto, precisó que no se trataba sólo de frenar la retirada alemana de Breslau, sino de si “Berlín y sin duda otras grandes ciudades en el este de Alemania no deberían ser consideradas ahora como blancos especialmente atractivos”. Sinclair respondió el día 27 que el estado mayor del Aire había dispuesto que “se dirijan los esfuerzos disponibles contra Berlín, Dresde, Chemnitz y Leipzig o contra cualquier otra ciudad donde un bombardeo severo podría destruir comunicaciones vitales para la evacuación desde el Este y obstaculizar los refuerzos de tropas. El uso de la fuerza de bombarderos nocturnos ofrece las mejores perspectivas para destruir esas ciudades industriales”. Churchill aprobó tácitamente esta nota, al no añadirle comentario alguno. El día 28, el segundo jefe de estado mayor de la RAF, Norman Bottomley, y Spaatz, establecieron un nuevo orden de prioridad en los blancos: 1) petrolíferos (cuando el tiempo despejado lo permita); 2) Berlín, Leipzig, Dresde y “ciudades asociadas”; 3) “comunicaciones” (transportes, en particular los de refuerzos hacia el Este); 4) aviación a reacción y comunicaciones en el sur de Alemania. El mismo día, el subjefe de estado mayor de Spaatz, general David M. Schlatter, escribía en su diario su sensación de que “nuestras fuerzas aéreas son nuestra principal baza (blue chips) para cuando nos acerquemos a la mesa de negociaciones en la posguerra, y que [Thunderclap] les añadirá una fuerza inmensa, o más bien que con ella los rusos se darán cuenta de su fuerza”. El British Joint Intelligence Subcommittee había expresado más bien su confianza en que la operación mostraría a los rusos el deseo de los aliados occidentales de apoyar su avance terrestre.
El 30 de enero, Jimmy Doolittle alegaba a Spaatz que el bombardeo de Berlín en que su 8ª AAF debía participar violaba “el principio básico americano del bombardeo de precisión de blancos de estricto significado militar con el cual se han diseñado nuestras tácticas y se han entrenado y adoctrinado nuestras tripulaciones”. Además, los aviones debían sobrevolar un amplio territorio repleto de cañones; no aterrorizarían a la población, que sería avisada con tiempo suficiente y porque el terror es inducido por el miedo a lo desconocido y los berlineses hacía años que sufrían bombardeos. Por ello, sugería que la RAF bombardeara a su estilo de noche, y que las USAAF lo hicieran sobre objetivos militares. El 1 de febrero, el general Kuter, en nombre de Marshall, ordenaba desde Malta a Barney Giles (del cuartel general de las AAF) concentrar todos los bombarderos estratégicos disponibles, de día y de noche, para atacar Berlín “con vistas a aumentar el caos existente a causa de los avances soviéticos”. Marshall expresó en Malta además su deseo de que se bombardeara del mismo modo Munich, para persuadir a los refugiados que provocara la operación Thunderclap en Berlín, de que su situación era desesperada.
El 3 de febrero, 937 B-17 acompañados por cazas que ametrallaron los transportes, arrojaron 2.266 toneladas sobre el centro de Berlín. Se desginaron como blancos las estaciones ferroviarias de Anhalter, Tempelhof y Schlesischer, así como edificios gubernamentales en la Wilhelmstrasse, pero la mayoría bombardeó con radar a través de las nubes y sólo algunos bombarderos lo hicieron visualmente, impactando en algunos objetivos militares como el ministerio del Aire y la estación de la Friedrichsttrasse. La historia oficial de la USAF anota como cifra de víctimas 25.000 muertos, lo que hubiera supuesto el 0,9% de los dos millones y cuarto de personas entonces residentes en la capital; pero a la cifra le sobra un cero: murieron 2.893 personas, mucho menos de la mitad que en Heilbronn. En total, de los cuatro millones de habitantes con que contaba Berlín al comienzo de la guerra, murieron víctimas de bombardeos 11.367, una tasa de muertos que es un tercio de la media alemana.
El 4 de febrero comenzó la conferencia de Yalta, donde los propios rusos sugirieron como modo de ayudarles en su ofensiva en Alemania el bombardeo de las comunicaciones tras el frente, particularmente “paralizando sus centros, Berlín y Leipzig”. El bombardeo de Dresde, diez días después de la operación Thunderclap (con la que es frecuente confundirlo), no era considerado prioritario por los soviéticos, aunque como vimos, sí por británicos y norteamericanos desde fines de enero. El mando alemán lo temía desde mucho antes, ya que en julio de 1944 le había llegado desde Lisboa la noticia de que Dresde sería destruida por una bomba atómica. Aunque estaba previsto que el bombardeo fuera comenzado por la USAAF, el mal tiempo lo impidió, y de hecho la primera oleada de bombarderos británicos —250 entre las 22,03 y las 22,28 horas del 13 de febrero— arrojó sus 877 toneladas de bombas de forma dispersa. Dresde estaba indefensa y sólo un avión resultó derribado, al recibir el impacto de una bomba de otro bombardero. El 5º grupo de bombardeo de la RAF se encargó de planificar la destrucción, al igual que en Darmstadt, por la falta de defensas los Lancaster pudieron bombardear desde 3.000 m, y los marcadores desde 270 lanzar bengalas rojas sobre el estadio de fútbol a partir de las 22 h sin que les molestara siquiera la luz de un reflector.
La segunda alarma llegó sobre Dresde 90 minutos después de suspenderse la del primer bombardeo: pero esta precisión no rige para el casco viejo, donde las alarmas ya no funcionaban. El ataque en dos oleadas anulaba las dos horas de protección contra la asfixia que podían ofrecer los refugios (Dresde carecía de búnkeres). La tormenta de fuego fue provocada por los 550 bombarderos de la RAF que arrojaron a partir de la 1,16 del día 14, 1.182 toneladas, incluidas 650.000 bombas incendiarias, apuntando esta vez sobre el centro del casco viejo (Altmarkt). Una vez comprobado que el incendio funcionaba, el maestro de ceremonias dirigió el bombardeo hacia la izquierda al otro lado del Elba (Neustadt) y hacia la derecha en dirección a la estación y el Gran Jardín, lugares en los que se había concentrado buena parte de los refugiados.
El mismo día 14, 1.350 bombarderos norteamericanos arrojaron su carga sobre la ciudad ardiente, apuntando con radar a las instalaciones ferroviarias mientras los cazas ametrallaban a la gente. El día 15 se repitió el ataque de la USAAF, que nunca pudo evaluar el efecto de las 475 toneladas de bombas explosivas y 296 de incendiarias que lanzó. Dresde contaba con 640.000 ciudadanos y un número de refugiados que elevaba su población hasta entre 800.000 y un millón de personas. En los bombardeos murieron 40.000.


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Yalta, Thunderclap y Clarion (2)

Howard Cowan, reportero de Associated Press tituló Decisión aliada para una nueva política de ataques de terror un comentario que la prensa norteamericana publicó el 18 de febrero: “los jefes de la aviación aliada han tomado la tanto tiempo esperada decisión de adoptar el bombardeo deliberadamente terrorista de los grandes centros de población alemanes como un despiadado recurso para precipitar la suerte de Hitler”. Schaffer considera esencialmente cierto el comentario —salvo el presentarlo como novedoso también para los británicos, que habían tomado esa decisión años atrás—, así como las declaraciones del comodoro del aire C. M. Grierson, oficial británico en el SHAEF, quien afirmó que uno de los objetivos de los ataques era bombardear ciudades con refugiados y ciudades desde las que se les mandaba asistencia, para desestabilizar la economía alemana.
El general F. L. Anderson quiso desmentirlo, pero Spaatz lo desaconsejó el día 19 porque podría “poner en contraste directo delante del público un asunto que puede convertirse en materia de controversia entre nosotros y la RAF”. De acuerdo con ese punto de vista, el cuartel general de Eisenhower decidió ese mismo día que cualquier pregunta relacionada con las declaraciones de Grierson se respondiera afirmando que: “A) no ha habido cambio en la política de bombardeo; b) las Fuerzas Aéreas Estratégicas de los Estados Unidos han dirigido sus ataques siempre contra objetivos militares y continuarán haciéndolo así, y C) el censor pasó la historia erróneamente”. El día 21, el general George C. McDonald, director de inteligencia del Estado Mayor de las USSTAF, protestaba ante F. L. Anderson contra los bombardeos originados por la directiva Spaatz-Bottomley; reconociendo que ya se había hecho algo semejante en los Balcanes y que no había llevado más que a retrasar la destrucción de la refinería de Ploesti y a que aquellos pueblos dieran la bienvenida a los soviéticos. La destrucción de Berlín, Dresde o Leipzig no podría afectar a los movimientos militares alemanes, como tampoco la de cualquier otra ciudad amparada en “el elusivo, si no ilusorio blanco de la moral”, si es que su pretensión era provocar una revuelta. Si exterminar a la población era el mejor modo de ganar la guerra, también los soldados de tierra debían “matar a todos los civiles y demoler todos los edificios del Reich, en lugar de reservar sus energías para el enemigo armado. Si en cinco años el bombardeo por áreas no había dado resultado y se suponía que ahora lo daría, haría falta “una proporción de homicidio y destrucción muy por encima de todo lo hasta ahora visto”. Los recientes bombardeos, según McDonald, “repudian nuestros pasados propósitos y prácticas, y nos vinculan inseparablemente con un sueño y proyecto de guerra aérea limitado al homicidio indiscriminado y la destrucción”, en contraste con las prácticas soviéticas. En conclusión, pedía que se preguntara a la máxima autoridad si ordenaba ese cambio.
El secretario de guerra, Stimson, declaró el día 22 en rueda de prensa que “nuestra política nunca ha sido la de infligir terror a las poblaciones civiles”. Puesto que personalmente tenía dudas sobre si en Dresde se atacaron objetivos militares, ordenó una investigación fotográfica, pero después olvidó el asunto. Churchill fue atacado en el parlamento e intentó incluir en el informe oficial una declaración según la cual los mandos aéreos aliados habían transgredido su voluntad al bombardear las ciudades del Este de Alemania. Portal amenazó con dimitir y Churchill retiró su declaración. Incluso los soviéticos, que fueron informados previamente del bombardeo y habrían podido vetarlo, lo usaron en la posguerra en su propaganda contra los occidentales.
Los días 22 y 23 de febrero, los miles de cazas y bombarderos de las AAF 8ª, 9ª y 15ª, más los de la RAF, atacaron en Alemania, Austria e Italia todo tipo de blancos. Para los 1.400 bombarderos se designaron objetivos de transporte en 14 pequeñas localidades nunca antes bombardeadas, precisando como blanco la moral, si bien según McFarland todos los blancos habrían cabido en el concepto de bombardeo estratégico de precisión. Para Schaffer, por el contrario, blancos como Heidelberg, Göttingen o Baden-Baden, carecían de importancia militar o económica, pero Spaatz advirtió a sus comandantes el día anterior al comienzo de Clarion, de que en los comunicados de prensa se debía resaltar la importancia militar de los objetivos: “se debe poner especial cuidado frente a todo lo que pueda dar la impresión de que esta operación apunta, lo repito, apunta, a las poblaciones civiles o pretende aterrorizarlas”. Tampoco Clarion implicó la rendición alemana, y también este punto se borró, una vez pasada la operación, de sus fines. El 2 de marzo, el general Frederick L. Anderson explicaba al general Orvil A. Anderson, que regresaba a Estados Unidos, lo que debía decir a la prensa: “se debe recalcar que no se esperaba de esta operación que por sí misma acortara la guerra: semejante actitud optimista no existe aquí. Sin embargo, se espera que el hecho de que Alemania fuera atacada en toda su extensión se transmita de padre a hijo, y de hijo a nieto; que así surja definitivamente un revulsivo frente a la iniciación de futuras guerras, con certeza surgirá un rechazo a participar en cualquier organización que tenga la guerra como fin primordial”.
Los británicos produjeron en la noche del 24 de febrero sobre Pforzheim, al noroeste de Suttgart, la más violenta de sus tormentas de fuego. Esta vez el “maestro de ceremonias” fue Swales, que murió en la operación y recibió por ella la Cruz Victoria a título póstumo. La superficie incendiada por las 1.551 toneladas de bombas lanzadas fue de 4,5 km2 y murieron 20.277 de los 65.000 habitantes: casi uno de cada tres. La tormenta de fuego funcionaba sólo en zonas relativamente poco dañadas, con gran concentración de casas de madera. Cuatro días más tarde, una dosis semejante de bombas —1.554 toneladas— causaban 1.122 muertos en Maguncia, una gran ciudad ya muy destruida por un bombardeo en septiembre de 1944.
Arnold estaba enfermo cuando se produjo la controversia sobre el bombardeo de Dresde, y sobre el mensaje que el 7 de marzo le enviaba su jefe de estado mayor, general Barney M. Giles, explicando que Stimson había pedido fotografías para comprobar si los blancos eran militares, Arnold escribió: “no podemos ser blandos. La guerra tiene que ser destructiva y hasta cierto punto inhumana y cruel”. El 15 de marzo, el general Schlatter escribió en su diario que el ejército pedía cada vez con mayor frecuencia a la fuerza aérea que bombardeara localidades cuya distancia al frente era tan grande que su destrucción no suponía apoyo a las fuerzas terrestres. Por este motivo, Spaatz había ordenado que “una localidad en cuanto tal” sólo fuera bombardeada cuando el ejército lo pidiera específicamente por escrito: “está determinado a que las fuerzas aéreas americanas no terminen esta guerra con una reputación de bombardeo indiscriminado”. El día 18, 1.251 B-17 y B-24 volvieron a atacar en Berlín objetivos de precisión: dos estaciones de ferrocarril, un taller de locomotoras y una fábrica de blindados, pero el cielo cubierto obligó a usar H2X, resultando un bombardeo por áreas: las tres divisiones de la 8ª AAF registraron errores circulares medios de 4, 1,2 y 3,6 km, equivalentes, desde 21.000 pies, a errores angulares de 32, 10 y 30 grados.
La decisión de emprender bombardeos por áreas no fue, según McFarland, resultado de la evidencia de los errores en el bombardeo de precisión, sino de las teorías de Billy Mitchell y de la ACTS de que la moral civil se convierte en blanco por ser más vulnerable tras una campaña de bombardeo diurno de precisión. Con todo, este autor afirma que menos del 4% de las bombas arrojadas por los norteamericanos en Europa apuntaron como blanco a los civiles alemanes. Según el USSBS, juntando sus datos con los de los británicos para la guerra europea, el 14% de las bombas apuntaron a fábricas alemanas, el 32% a los transportes, el 24% a áreas urbanas y el 11% constituyó apoyo a las tropas en el frente. Contra la opinión de McFarland, Schaffer señala como primera causa (en el tiempo, no principal) del paso del bombardeo de precisión al indiscriminado que los visores “eran inútiles en el tipo de clima reinante sobre Europa durante varios meses del año”. El mando eligió seguir bombardeando, y sólo podía hacerlo con radar. En segundo lugar, señala la abundancia de medios (aviones) a fines de 1944, que restaba valor al argumento de la escasez empleado al crearse la doctrina del bombardeo de precisión. Sólo entonces la idea de quebrar la moral enemiga apareció como plausible, ya que se pensó que si no había funcionado con los británicos era porque no habían empleado medios suficientes.
Ciertamente, afirma Schaffer, todo estaba en germen en el principio de la ACTS según el cual la fuerza aérea debía forzar al enemigo a aceptar la voluntad propia, subrayando que los civiles eran parte de la maquinaria bélica enemiga y debían participar del sufrimiento. Ya el AWPD/1 contemplaba que, en un momento dado, debía lanzarse un ataque con todas las fuerzas disponibles contra la población civil de Berlín. Este autor concluye que “el principal factor que movió a las AAF hacia la guerra de Douhet fue la actitud de los principales líderes civiles y militares” de Estados Unidos: Arnold, que “prefería el bombardeo selectivo, pero a veces promovió formas menos discriminadas de ataque; Eisenhower, que quería hacer algo para conseguir un fin rápido del conflicto; Marshall, que quería poner en marcha Clarion y Thunderclap y mostrar a los alemanes que huían hacia Munich lo desesperado de su situación; Lovett, que sentía que la guerra debía ser dolorosa e inolvidable para los civiles alemanes; Stimson, que encontró interesante el plan Quesada y defendió la participación de los EE.UU. en los ataques en el Este de Alemania sin investigar con ciudado la forma como el poder aéreo americano estaba de hecho siendo empleado; y Franklin Roosevelt, que invocando lo sucedido tras la primera guerra mundial, creía que el pueblo alemán debía ser compelido esta vez a reconocer su derrota y aceptar su responsabilidad por los horrores que su país había infligido al mundo”.


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Me 262, Me 163 y otras armas de última hora

En marzo de 1945, la instalación de cohetes Orkan R4/M (no confundirlos con el motor Jumo 004 de Junkers) en 60 ejemplares de Me 262 dio lugar a la primera intervención eficaz de estos aparatos. Según Karl-Heinz Ludwig, dado el caos en que estaba sumida la investigación y desarrollo de las armas alemanas en 1945, fue sólo por casualidad como se encontró esta solución. Desde diciembre de 1944 se habían probado en Me 262 cañones de 50 mm, el sistema de armas más pesado en estos aparatos. Los 24 Orkan (de 55 mm) que se lanzaban en una única salva incrementaron la probabilidad de impacto a una distancia de 1.800 metros hasta el 60%. Para entonces estaba ya Speer convencido de la inevitabilidad de la derrota, y cuando a fin de mes Hitler le propuso planificar la destrucción de todo cuanto de útil quedara en pie en Alemania, por primera vez Speer se opuso a los deseos de su caudillo.
La principal ventaja del Orkan frente a los cohetes RZ antes probados estribaba en su estabilización por aletas. Su desarrollo fue obra de Fritz Heber, que en 1915 había creado las primeras miras para ametralladoras de aviones Fokker en Schwerin. La empresa que llevaba su apellido, con sede en Osterode, inventó ahora el cohete (R, Rakette) de 4 kg (4) con ojiva de mina (Minenkopf), cuyas pruebas fueron dirigidas por Galland en 1944 en el Jagdverband 44 (JV 44), tras de lo cual contrató la construcción de 20.000 R4/M: fueron entregados 12.000. Los cohetes fueron instalados también en algunos Me 163 y en el morro de los Bachem Ba 349. La instalación de R4/M en el caza P.212 de Blohm & Voss nunca pasó de ser un proyecto.
El principal éxito de estos cohetes se obtuvo al atacar a una formación de 425 B 17G, 25 de los cuales fueron derribados sin que los Me 262 y Me 163 registraran pérdidas propias. Por la semejanza de su balística, se usó para disparar los R4/M el mismo aparato de puntería instalado en las carlingas para los cañones de 30 mm. Las rampas que los portaban bajo las alas del Me 262 podían ser duplicadas, en todo caso estaban montadas con una inclinación de 8º hacia arriba y disparaban los cohetes en salvas, uno tras otro en intervalos de tiempo mínimos. El combustible era Diglykol (basado en nitrocelulosa) y el explosivo llevaba espoleta de contacto. Las aletas se desplegaban al abandonar el cohete el tubo, que al principio era metálico y posteriormente de cartón.
El cohete Föhn —73 mm de diámetro y una cabeza explosiva de 250 gramos—, ideado originariamente para la artillería antiaérea, sucedió al Orkan. Entre los cazas de nuevo diseño se contaba el Bachem Ba 349, cohete pilotado de despegue vertical, con 28 tubos lanzacohetes en el morro, descartado de uso al producirse la explosión del morro en una prueba. Tampoco se llegó a alistar el caza Blohm & Voss P.212, dotado de 24 tubos lanzacohetes en el morro.
A fines de marzo de 1945 volvió a bombardear el Bomber Command británico de día en Alemania. En febrero y abril de 1945 registró la 8ª AAF sus resultados más precisos de toda la guerra, desde 16.500 pies-5029 m (su altitud media en el conjunto de la guerra fue de 24.500-7.468 m): 49,3% y 59% de impactos dentro de un radio de error de mil pies-305 m (ángulo de error de 3,5 grados). En el último año de la guerra, la 15ª AAF no igualó la precisión de la 8ª hasta agosto de 1944 (45% en el radio de 305 m): hasta mayo estuvo por debajo del 25% (en junio y julio superó el 30%), mientras que la de la 8ª oscilaba entre el 30 y el 40% (superando incluso ese porcentaje en febrero). La 15ª fue superior hasta enero de 1945 (casi 50% en agosto frente a poco más del 40% la 8ª; en torno al 30% ambas en enero, habiendo registrado la 8ª una precisión del 25% en noviembre y diciembre, frente al casi 35% de la 15ª). En febrero de 1945, la 15ª no superó el 35%, quedando muy por detrás de las cifras antes dadas para la 8ª AAF (que en marzo sin embargo no superó el 40%).


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El final en Europa

Los 1.239 supervivientes del hundimiento del trasatlántico Wilhelm Gustloff (9.343 personas ahogadas) a cargo del submarino ruso S 13 el 30 de enero de 1945: fueron a parar a un parque de Swinemünde donde los bombardeó la aviación norteamericana: “no se conformaron con bombardear el parque; sino que bajaron a ametrallar a la población” (Friedrich).
Hildesheim, al sur de Hannover, había quedado al margen de los bombardeos hasta principios de noviembre de 1944, cuando algunos bombarderos ametrallaron la estación en vuelo rasante. El 26 del mismo mes cayeron algunas bombas sobre la ciudad en el marco de las 1.818 salidas y 3.000 toneladas de bombas que la 8ª AAF dedicó al viaducto de Altenbeken y sus ramificaciones. El 22 de febrero de 1945 la RAF atacó de día: 235 bombarderos arrojaron 446 toneladas de bombas en 18 minutos, a partir de las 13,30 h, coincidiendo con la segunda operación contra el viaducto. El blanco principal en Hildesheim eran las estaciones en el norte y sureste de la ciudad nueva, principales centros de comunicación hacia Paderborn, situada al oeste. La estación de mercancías resultó totalmente destruida. Buena parte de las bombas cayó sobre el casco viejo y la catedral quedó como la más dañada de Alemania por bombardeos, pero no hubo tormenta de fuego: murieron 1.736 de los 72.000 habitantes. Los días 3, 14 y 15 de marzo los norteamericanos bombardearon de nuevo la estación de mercancías.
A mediodía del 16 de marzo, el 5º Bomber Group de la RAF recibió la orden de bombardear Würzburg. El 21 de febrero de 1942, un Hampden británico había arrojado dos bombas sobre la ciudad, sin matar a nadie. El 21 de julio de 1944, siete B-17 de la 1ª división aérea norteamericana trataron de bombardear uno de sus puentes, tras encontrar cubierto su blanco primario: fallaron el blanco y 17,5 toneladas de bombas cayeron sobre una zona residencial. A partir del 4 de febrero de 1945, la RAF inició una serie de bombardeos experimentales, a cargo de Mosquitos aislados, para probar las defensas de la ciudad. El 23 de febrero, 37 B-17 de la 8ª AAF destruyeron la estación de ferrocarril (murieron unas 170 personas). Ya no quedaban blancos de interés militar en Würzburg.
225 Lancaster y once Mosquitos —con 924 toneladas de bombas, incluidas 572 de incendiarias (el 62%: 397.650 bombas)— se reunieron en la tarde del 16 de marzo en formación al este de Londres, para sobrevolar Reims y girar al noreste para alcanzar la cuenca del Meno. A partir de las 19,45, 16 Halifaxes emitieron perturbaciones (Mandril) que evitaron que la formación fuera descubierta hasta entrar en Alemania por el extremo suroeste (Friburgo). A las 21,25, los “marcadores ciegos” arrojaron 2.000 bengalas verdes, con ayuda del H2S, sobre el casco viejo; seguidamente, los iluminadores arrojaron cascadas de fuego para los marcadores de objetivos. El maestro de ceremonias —Ralph Cochrane— decidió a las 21,28 que los marcadores verdes eran correctos y comenzaron a arrojarse los rojos. Éstos quedaron 90 m al este del punto previsto, a causa del viento del oeste, de 40 km/h. El borde oriental del objetivo fue anulado con bengalas amarillas y se ordenó a la fuerza principal atenerse al occidental.
Los distintos escuadrones volaban a diferentes alturas y, a partir de un punto dado (el puente viejo sobre el Meno) debían cronometrar el tiempo que se les había indicado antes de arrojar las bombas (Delayed Release Technique). Durante el bombardeo, que duró 17 minutos, Cochrane siguió dando instrucciones para evitar errores. En Würzburg no había búnkeres y sus 107.000 habitantes no estaban entrenados para salir de los refugios al terminar el bombardeo. 5.000 personas murieron en la tormenta de fuego que destruyó en un 90% el casco viejo. Los norteamericanos habían borrado el 8 de febrero Würzburg de su lista de blancos alternativos, contando con que la Wehrmacht no lucharía en sus calles, para evitar su destrucción. Una vez llevada ésta a cabo por la RAF, 3.500 soldados alemanes se atrincheraron en sus ruinas y resistieron seis días antes de que el 7º ejército norteamericano la ocupara: fue la resistencia más dura desde Aquisgrán. Uno de los supervivientes del bombardeo, Hermann Knell, escribió que “Würzburg fue bombardeada porque hacía tiempo que la ofensiva de bombardeo se había convertido en un fin en sí misma, con su propia dinámica, su propia finalidad, desprovista de valor táctico o estratégico, indiferente al innecesario sufrimiento y a la destrucción que causaba”.
Paderborn, situada en el sur de la Selva de Teutoburgo y al norte de Kassel, fue destruida el 27 de marzo por 276 bombarderos de la RAF que provocaron en menos de 15 minutos una tormenta de fuego en el casco viejo. En 1943, habían sonado doscientas veces las alarmas aéreas en la ciudad, pero el único bombardeo relevante fue el realizado por doce cazabombarderos en la tarde del 16 de marzo contra la estación, costando la vida a 47 personas. El 17 de enero de 1945, seis oleadas de bombarderos norteamericanos causaron 239 muertos. Tras apagarse los trescientos incendios del 27 de marzo, el 83% del casco viejo había sido destruido.
El bombardeo diurno de la 8ª AAF registró una media de un 31,8% de bombas dentro de un radio de error de mil pies-305 m desde una altitud media de 21.000-6.401 m (ángulo de error de 2,7 grados); el de la 15ª un 30,8% desde 20.500 pies-6.248 m (ángulo de 2,8 grados). El cráter de 6 m de una bomba de 227 kg sólo podía dañar estructuras industriales con un impacto directo: las fábricas de gasolina sintética estaban construidas para resistir presiones superiores a 700 kg por cm2 y temperaturas de varios miles de grados. La decisión de usar bombas más pequeñas para multiplicar las probabilidades de éxito se probó errónea. El senador Elbert Thomas, de Utah, afirmó en abril de 1946 que el bombardeo de precisión había sido “uno de los mayores engaños de la historia militar”.


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Conclusión.

Uno de los problemas que crea el bombardeo es que diluye el concepto del campo de batalla y en definitiva de la guerra. Cuando se trata de responder a la pregunta sobre hasta qué punto podía colaborar el bombardeo a ganar la guerra, se puede recurrir a una contrapregunta: ¿en qué consistía para Hitler ganar la guerra? La respuesta es muy primitiva: se trataba de conquistar espacio vital, Lebersraum. Lo único que no admitía era ceder territorio. La tarea más difícil del Bomber Command era convencer a Hitler de que perdería la guerra perdiendo cosas distintas al terreno. En ese sentido era un imposible. Otra cosa es que, al destruir la Luftwaffe, de forma indirecta la aviación aliada contribuyó a la victoria desde el momento en que tuvo la superioridad aérea.

Richard Overy resume los análisis de expertos científicos y económicos —en particular el de J.K. Galbraith— afirmando que, “en los últimos meses de la guerra, el bombardeo cooperó a debilitar la resistencia presentada por los alemanes, pero no habría podido detener decisivamente el creciente aumento de la producción armamentística ni socavar la moral de la población hasta el punto de estrangular la producción o de provocar una revolución que derrocara el régimen nazi”. En resumen, según autores como Overy, “resulta difícil nombrar una estrategia alternativa con la que los aliados hubieran podido conseguir tanto con costos comparables”. El principal efecto directo del bombardeo habría sido que, si bien no impidió el aumento de la producción armentística, “le puso un límite”. El indirecto, que distrajo hacia la defensa antiaérea recursos que habrían podido ser empleados en la construcción de carros de combate, bombarderos y artillería.

Pero la esperanza de que el poder aéreo —y en particular después de la aparición del componente atómico— sirviera como elemento estratégico decisivo no se cumplió. En julio de 1948, según David Alan Rosenberg, en medio del bloqueo de Berlín, los Estados Unidos contaban con 50 bombas atómicas (desmontadas), pero no de escolta de cazas que pudiera proteger a los bombarderos en su viaje a la URSS, ni de blancos identificados para todas ellas. En 1949, un comité especial del Pentágono presidido por Hubert R. Harmon concluyó que, incluso si los EE.UU. consiguieran hacer detonar 133 bombas atómicas sobre 70 blancos en la URSS, su efecto “no destruiría las raíces del comunismo” ni provocaría la capitulación. Rusia lucharía y sus ejércitos, al menos a corto plazo, invadirían rápidamente Europa occidental, Oriente Lejano y Oriente Medio. Ese mismo año, la URSS dispuso e bomba atómica. Pocos meses después empezaba la guerra de Corea.


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