Crisis. El Visitante, tercera parte

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Crisis. El Visitante, tercera parte

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Operación Apolo

Se llamó operación Apolo a la invasión con tropas aerotransportadas de las islas Sorlingas, un pequeño archipiélago al sureste de Cornualles. Se realizó durante la primera fase de la Guerra de Soberanía, y no solo se conquistaron unas islas de gran valor estratégico, sino que la operación sirvió como ensayo de la proyectada invasión de Inglaterra.



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Antecedentes

Las islas Sorlingas, llamadas en inglés Scilly, son un pequeño archipiélago situado a 45 km al este de Cornualles. Se compone de unas cincuenta islas e islotes de pequeñas dimensiones: la mayor, St. Mary, apenas sobrepasa los seis kilómetros cuadrados. El relieve de las islas es suave, siendo la altura máxima de cincuenta y un metros sobre el nivel del mar. En las costas hay acantilados de baja altura en las zonas batidas por el oleaje, y playas bajas y arenosas en el fondo de las bahías y en los canales entre las islas. El régimen de mareas es muy intenso, y durante la bajamar, en periodos de mareas vivas, varias islas quedan conectadas por bancos de arena. A pesar de su escasa profundidad, también en los canales se sufre el embate de las tormentas del Atlántico, que interrumpen las comunicaciones entre islas y erosionan las costas. Debido a las grandes olas no se habían podido conectar con pasarelas o calzadas elevadas. Los alrededores de las islas son peligrosos para la navegación, ya que el archipiélago está rodeado de numerosos arrecifes en los que se habían hundido decenas de barcos, e incluso una flota inglesa que, perdida en la niebla, se encontró con las piedras cuando volvía desde Gibraltar.

Solo cinco islas estaban habitadas. La población en los años cuarenta era de mil seiscientos habitantes (llamados scillones), la mayor parte concentrados en la isla de St. Mary. En esa isla estaba la capital, en un tómbolo que unía la península Garrison con el resto de la isla, donde también estaba el único puerto apto para buques de mediano porte. También en St. Mary había un pequeño aeropuerto con una pista de 700 m de longitud, y en la cercana isla de Tresco, una rampa para hidroaviones. Además del puerto había fondeaderos en las islas, pero solo eran aptos para embarcaciones ligeras, y salvo los de Tresco, no eran seguros durante los frecuentes temporales.

Las Sorlingas estuvieron expuestas durante toda su historia a ataques piráticos o de los enemigos de Inglaterra. Para defenderlas se construyó en el siglo XVIII un reducto fortificado en una península de la isla principal, que pasó a llamarse «Garrison», guarnición; la colina que coronaba el recinto fue llamada Garrison Hill. Sin embargo, el dominio naval británico hizo que decreciese la amenaza, y las obras no llegaron a terminarse, ni tampoco las de Harry’s Walls, una batería fortificada al otro lado del puerto. A finales del siglo XIX la tensión con Francia llevó a que se reforzasen las fortificaciones, y que se planease la instalación de una batería de cañones de 15,2 cm (en Garrison Hill) y dos de 10,2 cm (a ambos lados del puerto); sin embargo, solo la de 15,2 cm (la batería Woolpack, en Garrison Hill) llegó a ser armada, y los cañones se desmontaron poco después. Se terminaron los emplazamientos de los cañones de 10,2 cm, pero no se instalaron las piezas.

A pesar del incremento de la tensión internacional, en 1939 las islas estaban prácticamente indefensas. Las baterías seguían desarmadas, no había artillería antiaérea, y la guarnición se reducía a una compañía reforzada. La única mejora había sido la instalación de una estación de radar del sistema «Chain Home Low» en Garrison Hill. Durante el verano de 1940 se produjeron varios ataques aéreos, y Churchill ordenó defender las islas a toda costa. Para reforzar las defensas antiaéreas se destacaron dos destructores, que se retiraron tras emplazar en St. Mary cuatro cañones de 7,6 cm y seis Bofors de 4 cm. Se rearmaron las baterías de costa con seis cañones de 15,2 cm (procedentes de antiguos cruceros dados de baja) y cuatro de tiro rápido de 5,7 cm; estos últimos se instalaron en los antiguos búnkeres de principios de siglo, que estaban completamente cerrados. Sin embargo, las baterías de 15,2 cm estaban protegidas contra el fuego naval pero no de las bombas. La guarnición se incrementó con otras dos compañías independientes formadas con territoriales, que fueron equipadas con armas excedentes de la anterior guerra. Incluían algunas de las armas improvisadas que estaba recibiendo la Home Guard: ocho morteros Blacker de espiga, que fueron instalados en Garrison Hill y el aeródromo, y dos cañones Smith, que eran realmente morteros modificados. También llegaron cuatro cañones M1917, copias norteamericanas del viejo cañón de 18 libras inglés.

Asimismo, se reemprendió la fortificación de las islas, tarea dificultosa debido a la falta de material de construcción, y al duro suelo granítico que solo permitía cavar trincheras superficiales. En Garrison Hill se construyeron varios refugios, aprovechando los viejos bastiones, se cerró el istmo con trincheras y alambradas, y se construyeron emplazamientos fijos de hormigón para los morteros Blacker. Las playas, sobre todo las del sur, las más expuestas a un desembarco, fueron bloqueadas con barreras de alambre de espino y minas. Además, se construyeron cincuenta blocaos (llamados «pillboxes», pastilleros, por su aspecto), la mayoría en la costa, dominando las playas. En St. Mary quedó basada una escuadrilla de lanchas cañoneras y torpederas, y en el aeródromo, ocho cazas Hurricane.

Durante los primeros meses de 1941 las islas apenas fueron molestadas, pero cuando en el verano de 1941 se reinició la ofensiva aérea contra Inglaterra, las Sorlingas se convirtieron en blanco de las bombas. La primera gran incursión se produjo en 17 de junio, cuando ciento ochenta bombarderos atacaron el aeródromo y la base naval. Por desgracia, buena parte de las bombas cayeron en Hugh Town, la capital, que sufrió graves daños. Tras una segunda incursión, dirigida contra el radar de Garrison Hill, se decidió evacuar a los civiles no indispensables.

En otoño las incursiones se agravaron. Frecuentemente eran realizadas por cazabombarderos, cuyos objetivos fueron la batería Woolpack, que fue destruida, la estación de radar, el aeródromo y las fortificaciones costeras. A partir de noviembre el ejército del aire francés relevó a los alemanes, y las incursiones se hicieron casi diarias; se estima que en los tres meses siguientes se lanzaron mil quinientas toneladas de bombas, en veinticinco grandes incursiones y decenas de ataques menores. En enero fue torpedeado el trasbordador que comunicaba con Penzance, en Cornualles, y poco después el destructor Eridge se perdió por una mina de fondo. En lo sucesivo, el enlace con las islas se mantuvo solo mediante embarcaciones rápidas; aun así, la aproximación a las islas resultó muy peligrosa a causa de las minas, a causa de las cuales se perdió un segundo destructor, el Niagara.

En febrero los ataques aéreos arreciaron todavía más si cabe. La aviación francesa prosiguió con sus bombardeos, que habían dejado grandes partes de St. Mary convertidas en un terreno lunar, pero se les unieron cazabombarderos y bombarderos en picado alemanes, cuyos objetivos eran las obras defensivas de las islas. Los «pillboxes» resultaban conspicuos, y la penuria había obligado a construirlos con mampostería, que se derrumbaba con las explosiones cercanas.



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Preparativos británicos

En enero de 1942 las islas Scilly se convirtieron en causa de profunda preocupación. Si estaban débilmente guarnecidas era porque su valor para los británicos era mínimo, salvo por ser el punto más occidental de la red de radares. Sin embargo, en manos alemanas se podía convertir en una excelente base contra la zona sudoriental de Inglaterra. Además, el desfavorable curso del conflicto había modificado el escenario.

Inicialmente se creía que las islas solo estaban expuestas a ataques aéreos o, a lo sumo, a incursiones de comandos. No se creía factible que los alemanes intentasen tomas las islas e, incluso si lo hacían, serían recuperadas con facilidad con el auxilio de la Royal Navy. Sin embargo, las grandes pérdidas sufridas en Mogador, las Canarias y en Faslane, el desastre del mar de Irlanda cuando la Kriegsmarine hizo un amago de invasión en la bahía de Lyme, y el hundimiento del trasbordador de Penzance y de dos destructores, demostraron que la amenaza que pesaba sobre las islas era peor de lo que se creía. Por desgracia, los cuarenta y cinco kilómetros que las separaban de Cornualles eran excesivos incluso para los cañones ingleses más potentes. Como Penzance, el puerto de Cornualles más próximo, también era bombardeado casi diariamente, los destructores de la patrulla anti invasión y las lanchas rápidas tuvieron que retirarse a Bristol, Falmouth y Plymouth. La única presencia de la Royal Navy en las islas era de una escuadrilla de MGB (Motor Gunboats, lanchas cañoneras), que tuvieron que ser repuestas varias veces porque atraían a los cazabombarderos alemanes. Finalmente se decidió retirarlas, y solo se dejaron unos botes armados con ametralladoras, necesarios para vigilar los islotes más alejadas.

El brigadier Stopford, al mando de la guarnición, no era optimista sobre sus posibilidades. Los repetidos bombardeos habían causado muchas bajas y, aunque había incorporado a sus fuerzas los hombres de la RAF y de la base naval, solo tenía tres mil hombres mal preparados, con escasa moral, y que apenas disponían de viejos fusiles. Había pocas armas automáticas, ya solo quedaba un cañón Bofors, y sus cañones de 18 libras solo tenían treinta disparos por pieza. Ya no quedaban cazas disponibles, y como se ha visto, las lanchas rápidas habían sido retiradas. En febrero empeoró la situación cuando una bomba hizo estallar el polvorín de la batería Woolpack, perdiéndose la tercera parte de la munición y casi toda la de la artillería. La mayor parte de los pillboxes habían sido demolidos, y los que quedaban habían tenido que ser abandonados. Los ataques casi continuos habían forzado a la guarnición a malvivir en las trincheras y en blocaos construidos con las ruinas de las casas. Por otra parte, los bombardeos habían abierto brechas en los campos minados y las alambradas que defendían las playas. Stopford comunicó a Londres que consideraba las islas indefendibles a menos que recibiese refuerzos, que debían ser como mínimo de batallones adicionales completamente equipados, un grupo de artillería de campaña y una compañía de carros de combate. También recomendaba restaurar las baterías de costa y construir otras adicionales.

A pesar de la apurada situación en la que estaba Inglaterra, el Estado Mayor Imperial decidió enviar a Scilly a la 220ª brigada de infantería. Como su traslado requeriría el apoyo de la flota, hubo que postergarlo hasta después de las operaciones de ruptura del bloqueo. Provisionalmente se envió el 17º batallón del regimiento Yorkshire, que fue trasladado en seis destructores, que también llevaron municiones y algunas provisiones, que empezaban a escasear. Lamentablemente el batallón llegó sin armas pesadas, salvo otros cuatro morteros Blacker.

Stopford distribuyó la mayor parte de sus menguadas fuerzas en la isla de St. Mary. Encomendó al recién llegado batallón de Yorkshire la defensa de Garrison Hill. La de la capital (Hugh Town) y del puerto correspondería al primer batallón provisional (el formado al complementar la primera compañía independiente con hombres de la base naval). El segundo batallón provisional tenía que defender Old Town y el aeródromo, y el tercero el resto de la isla, especialmente las playas y calas del norte. Las demás islas solo serían protegidas por los pocos granjeros y pescadores scillones que quedaban, organizados en la Home Guard: dos compañías reducidas en Tresco, otra en St. Agnes, la isla situada más al sur y considerada más expuesta, y una sección St. Martin y otra en Bryther (las otras dos islas habitadas). Había observadores en las islas deshabitadas de mayor tamaño y en los faros. Además, las lanchas patrullaban los canales y visitaban los islotes más lejanos.

Sabiendo de la debilidad de sus fuerzas, Stopford ordenó la construcción de señuelos: falsos cañones con troncos y ruedas de carros, trincheras que en realidad apenas tenían unos palmos de profundidad, nuevos pillboxes de tablones pintados, alambradas con postes y cordeles, etcétera. Por desgracia, varios de los artificios fueron descubiertos por nadadores alemanes, y los analistas consiguieron identificar a la mayor parte de los artificios. Aun así siguieron siendo bombardeados, para que los ingleses no supieran que su engaño había sido desvelado.



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Los planes alemanes

Mientras que para los ingleses las Sorlingas solo tenían utilidad por su radar y como base de fuerzas ligeras, para los alemanes podrían ser de gran utilidad para apoyar la invasión de Inglaterra. Su suave terreno facilitaba la construcción de aeródromos, había fondeaderos seguros junto a la isla de Tresco, y el puerto de Hugh Town podía dar cobijo a buques averiados de cierto porte. La conquista de las pequeñas islas también tendría gran valor propagandístico: aunque Alemania ya controlaba territorio británico (las islas del Canal), las Sorlingas estaban tan cerca de la costa que su invasión demostraría la imposibilidad de defender Gran Bretaña.

A pesar de la escasa guarnición, las islas no serían un objetivo sencillo. Las mejores playas estaban en las orillas de los canales, que estaban plagados de, y las fotografías aéreas mostraban las fortificaciones y trincheras que defendían los arenales. El asalto sería difícil incluso con gran apoyo naval; pero el disponible se reducía a tres cruceros ligeros. Por el contrario, el interior, con praderas bastante grandes, parecía ideal para un asalto aerotransportado. Otra característica deseable de las islas era su suave clima, más caliente y soleado que el de Gran Bretaña, que permitía realizar operaciones aéreas casi continuamente.

Al mando de la operación estuvo el general Meindl, que contaría con dos divisiones: la 2ª paracaidista (general Ramcke), y la 5ª de montaña (general Ringel). La 2ª paracaidista realizaría el asalto inicial. Contaba con tres regimientos, cada uno con tres batallones, dos de paracaidistas y otro transportado en planeadores. Por desgracia, no se disponía de suficientes aviones de transporte y en el asalto inicial solo participarían cinco batallones. La segunda oleada de paracaidistas y planeadores debía llegar por la tarde, y la 5ª división de montaña sería aerotransportada en cuanto se asegurase el aeródromo.

Tanto la segunda de paracaidistas como la quinta de montaña eran unidades selectas. La división de paracaidistas se había organizado tomando como base el segundo regimiento paracaidista, que fue nutrido con voluntarios. Los paracaidistas tenían un armamento más potente que el de una unidad similar de infantería: la segunda división fue la primera en recibir el fusil automático Gewehr AK 42d, el lanzagranadas Sturmkampfgewehr y el lanzacohetes antitanque Faustpatrone. Cada regimiento disponía de una batería de cañones sin retroceso de 7,5 cm, y el regimiento de artillería tenía cañones sin retroceso de campaña, y antitanque PAR 41 de 8,8 cm. La quinta de montaña aun no había recibido esas modernas armas, pero era una formación veterana que se había entrenado en operaciones aerotransportadas.

Los paracaidistas saltarían en tres puntos, llamados Melissa, Aura y Maia (nombres de ninfas). Melissa el nombre en clave de Garrison Hill. Era a priori el más difícil, ya que el reducto era la sede del puesto de mando y de parte de la guarnición. Ramcke preveía fuertes bajas, pero juzgó que era necesario atacarlo para que no se convirtiese en el punto de resistencia. Otro motivo para atacar Garrison Hill era que se creía que albergaba un grupo de artillería de campaña; como sabemos, se trataba de señuelos, ya que Stopford solo tenía cuatro cañones anticuados. Los paracaidistas saltarían en el campo de fútbol, situado en la zona central del reducto, que era realmente una amplia pradera de cuatrocientos por doscientos metros. Con el batallón saltarían también dos compañías de zapadores encargadas de reducir los puntos de resistencia.

Aura, el aeródromo, era el objetivo principal, y por eso se le dedicaron dos batallones del 7º regimiento. Serían apoyados por otros dos batallones del 6º regimiento que saltarían sobre Maia, nombre en clave del campo de golf local. Estaba situado justo al norte de Porthloo, a kilómetro y medio del aeródromo. Tras organizarse, los batallones tenían marchar hacia el sur para apoyar al 7º regimiento, y para aislar el aeropuerto de contrataques procedentes de la capital o del norte de la isla.

Una vez tomado el aeródromo comenzaría el traslado de fuerzas adicionales de la 5ª división de montaña. También se enviarían cañones antiaéreos y de campaña, así como unidades de ingenieros y de zapadores encargadas de reducir los últimos focos de resistencia, de reparar las fortificaciones y de poner en servicio el aeródromo.

Como se ha visto, en un primer momento solo iba a ser atacada St. Mary, pero el resto de las islas no iba a ser olvidado. La Luftwaffe tenía que impedir la llegada de refuerzos, y la 5ª de montaña debía tomar las islas una vez los alemanes se hubiesen consolidado en St. Mary, empleando embarcaciones que llegarían desde el continente.

Lo revolucionario de la operación Apolo era que se iba a ser exclusivamente aérea. Aunque la Kriegsmarine realizaría una demostración naval y tenía que proporcionar fuego de apoyo, en realidad su principal misión sería distraer la atención británica. Contrariamente a lo que esperaban los ingleses, no se iba a desembarcar en las playas.



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Las medidas de decepción

El Alto Mando alemán sabía lo difícil que sería ocultar la operación a los aliados, ya que el espionaje británico mantenía en el norte de Francia redes muy activas, que daban cuenta de todos los movimientos alemanes. Las Sorlingas estaban tan cerca de Gran Bretaña que se podrían enviar refuerzos en buques ligeros o en aviones, y si se trasladaban al archipiélago los destructores de patrulla anti invasión, sería casi imposible su conquista.

Como distracción, se planificó la operación como un salto aerotransportado y naval a la isla de Wight, en el Canal de la Mancha. Una imponente fuerza anfibia (compuesta por unas ochocientas embarcaciones de todo tipo) se reunió en los puertos de Cherburgo, Le Havre y otros pequeños puertos normandos. En Le Havre también estaban los cruceros Leizpig, Nürnberg y Köln, cuatro destructores y seis torpederos. La primera división aerotransportada se movió a los alrededores de Caen, y la segunda de desplazó a la península de Cotentin. Los hombres de las dos divisiones se entrenaron en terrenos similares a los que encontrarían en Wight. Se construyeron maquetas de arena de la isla que después se destruyeron, aunque dejando indicios que llegaron a los informadores aliados. La 159ª división, especializada en el asalto anfibio, hizo prácticas en acantilados de Normandía parecidos a los de Wight. Además, las aviaciones alemana, francesa e italiana realizaron bombardeos continuos sobre esa isla; a sus comandantes se les había dicho que los objetivos de los grupos Melissa, Aura y Maia serían Easton, Brightstone y Ventnor, y los de los grupos Ágave, Dido y Electra (grupos ficticios de la 1ª división), los aeródromos de Sandown, Binstead y Bembridge.

Como era de esperar, las maniobras llegaron a oídos británicos, y los reconocimientos aéreos detectaron el envío de importantes refuerzos a la isla de Wight. Además, las fotografías aéreas mostraron que se estaba instalando artillería pesada en el lado inglés del estrecho del Solent, que cubría la mayor parte de la isla de Wight, incluyendo la playa de Shanklin, en la que supuestamente se iba a producir el desembarco anfibio. También se observó la llegada de cañones ferroviarios pesados. Una de las unidades trasladadas a las cercanías de Portsmouth fue la 220ª brigada de infantería, la inicialmente escogida para reforzar las Sorlingas.



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El asalto

La operación recibió la luz verde en cuanto se comprobó que la Home Fleet había salido al mar. Se ordenó el cierre de aeródromos y de bases, y se enviaron a las unidades implicadas mensajeros con maletines, que solo se podían abrir con llaves llevadas por otros hombres. Durante la noche zarpó la «Fuerza Elisa», compuesta por los cruceros, destructores y torpederos. También lo hicieron un centenar de lanchas torpederas de puertos de Normandía y de Bretaña. Al amanecer del día cinco de abril despegaron unos cuatrocientos bombarderos italianos, franceses y alemanes, que durante cuatro horas lanzaron mil seiscientas toneladas de bombas sobre los tres objetivos principales. Las bombas lanzadas eran pequeñas (50, 100 y 250 kg), con espoleta instantánea para no abrir cráteres. Tras los bombarderos a nivel atacaron los Stuka, cuyo objetivo eran los puntos fuertes que pudieran quedar. Los cazabombarderos lo hicieron minutos antes de que llegasen los paracaidistas, lanzando bombas de gasolina sobre las áreas cercanas a las seleccionadas para el asalto; la intención no solo era silenciar a los defensores, sino crear una cortina de humo que ocultase el descenso de los paracaidistas, aunque fuese a costa de incrementar los accidentes.

A las diez de la mañana comenzó el asalto. Por desgracia, lo reducido de la isla impedía que los tres objetivos fuesen atacados a la vez, debido a que el riesgo de choques podría obligar a los pilotos a hacer maniobras que llevasen a la confusión. Las formaciones llegaron con veinte minutos de separación entre ellas; esa diferencia de tiempo sería causa de serias dificultades.

Melissa (Garrison Hill), el que se consideraba más difícil, fue atacado el primero, y salió todo según lo planeado. Los bombardeos habían incendiado el Star Castle, al norte, y una arboleda al sur, formando dos barreras de humo que delimitaron claramente la zona de salto y que además ocultaron el descenso de los paracaidistas. Más del 80% las tropas tomaron tierra en la pradera, y tras organizarse rápidamente, se consolidaron en el centro del reducto. Poco después llegaron planeadores con cañones sin retroceso, de campaña y antitanque.

El batallón de Yorkshire no fue capaz de reaccionar, ya que aun estaba conmocionado por el bombardeo inicial, que había causado muchas bajas y que había sido destruido su puesto de mando, situado en una posada cercana al Star Castle. Los paracaidistas, con el apoyo de los zapadores y de los cañones, se hicieron rápidamente con la colina, y capturaron los cañones de 17 libras sin que llegasen a disparar. Una hora tras el asalto, los británicos solo conservaban los bastiones del exterior del perímetro, los únicos puntos en los que había refugios profundos. Fragmentados, desorganizados, sin armas pesadas y con escasa munición, los restos del batallón de Yorkshire no fueron capaces de contratacar.



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Mientras que en Melissa todo fue mejor de lo esperado, el asalto de Aura (el aeródromo) estuvo a punto de fracasar. El bombardeo de Old Town había creado una gran nube de humo que se unió con el que procedía de Garrison Hill. Los pilotos no fueron capaces de ver las pistas y lanzaron a los paracaidistas confiando en otras referencias. Además el viento había arreciado y los hombres fueron arrastrados hacia el este. Peor todavía, el bombardeo previo no había sido tan efectivo como el Garrison Hill, y no fue capaz de suprimir las defensas antiaéreas: el cañón Bofors superviviente, y varias ametralladoras que habían sido desmontadas de los Hurricane destruidos. El humo ocultó a los aviones, pero cuando los paracaidistas salieron de la nube oscura, se convirtieron en blanco de las armas automáticas. Solo dos compañías del primer batallón cayeron sobre el aeródromo, y sufrieron un 80% de bajas en los primeros minutos. Los supervivientes se resguardaron en los cráteres de las bombas, pero el fuego automático les impedía moverse.

El resto del batallón tomó tierra en una zona de marismas tras Port Hellick, una de las pocas playas aptas del sur de la isla, donde se encontraron con la compañía inglesa que la protegía. De nuevo, el fuego inglés causó muchas bajas, entre ellas el general Ramcke, que se rompió la pierna y a partir de entonces tuvo que ser llevado en parihuelas. El resto de los hombres cayó aun más al este, muchos de ellos en el mar, tan dispersos que dos horas tras el salto, los oficiales apenas habían conseguido reunir a la tercera parte de sus soldados. Además, la compañía británica de Port Hellick bloqueaba el acceso al aeródromo, donde a los pocos supervivientes solo les salvó que los bisoños ingleses no se atrevieron a contratacar.

En Maia el asalto fue poco mejor que en Aura. De nuevo, el humo que procedía de Hugh Town ocultó el área de salto, y los dos batallones tomaron tierra dos kilómetros al noreste, en los alrededores de Trenoweth. Los soldados cayeron bastante agrupados, pero era una zona arbolada, con parcelas separadas por altos setos; aunque la vegetación protegió a los paracaidistas durante su descenso, causó bastantes bajas y complicó que se reagrupasen. A cambio, en Trenoweth estaba el puesto de mando del tercer batallón inglés, que presentó una resistencia obstinada, pero que fue incapaz de organizar una respuesta coordinada. Durante las horas siguientes se produjeron fieros combates entre paracaidistas y territoriales británicos. Aunque el 7º regimiento no corrió excesivo peligro, no pudo ayudar a sus compañeros del 6º.



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A mediodía las espadas seguían en alto. Garrison Hill había caído, y los reductos fueron tomados uno a uno (el último caería por la tarde), pero el primer batallón inglés bloqueaba el acceso a las ruinas de Hugh Town y al resto de la isla. En los alrededores de Trenoweth los paracaidistas se estaban imponiendo a los británicos, pero no habían conseguido progresar hacia el sur. En el aeródromo la situación se estaba haciendo crítica: el segundo batallón inglés había sido reforzado por restos del Yorkshire y por dos compañías del primer batallón, que Stopford había reunido para realizar un contrataque.

Según lo planificado, ese era el momento en que la fuerza Elisa (los cruceros y destructores) debiera haber apoyado a los asaltantes, pero como veremos, había tenido que retirarse hacia Cherburgo bajo la presión de la RAF. Tuvo que ser la Luftwaffe la que resolviese la situación.

Aunque las comunicaciones radiofónicas fallaron (una complicación que se tuvo en cuenta para posteriores acciones), los hombres de Ramcke marcaron sus posiciones con paneles, y señalaron las posiciones inglesas mediante granadas de humo (en lo que fue la primera acción en la que se empleó la Sturmkampfgewehr, una escopeta lanzagranadas. Además, un Fw 189 observó los movimientos británicos, contra los que dirigió los ataques aéreos. Por entonces los combates aéreos arreciaban, y doce Stuka, seis Ju 88, tres Fw 190 y cinco Bf 109 fueron derribados, a cambio de diecisiete cazas ingleses. A pesar de las pérdidas de la Luftwaffe, sobre las posiciones británicas cayó un chaparrón de explosivos y de gasolina ardiente. El puesto de mando de Stopford fue objeto de uno de los ataques incendiarios (el general sobrevivió, aunque con graves quemaduras), y el contrataque murió antes de haberse iniciado. También volvió a ser bombardeada Hugh Town, y finalmente los desmoralizados británicos intentaron retirarse hacia el noroeste, probablemente con la intención de pasar a la cercana Tresco, pero fueron embolsados por el 7º regimiento. También capitularon los defensores de Port Hellick tras otro bombardeo aéreo. Al atardecer convergieron sobre el aeródromo los hombres del 6º y 7º regimiento, mientras los defensores ingleses se retiraban a las ruinas de Old Town.



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La respuesta inglesa

Los planes ingleses contra una invasión preveían una respuesta en tres fases: en la primera, las unidades locales resistirían en la medida de lo posible, retrasando el avance enemigo e incluso, si era factible, rechazándolo, algo dudoso porque era de esperar que el atacante abrumase las defensas locales; durante esta fase la RAF apoyaría a los defensores y combatiría a la aviación del Pacto. En una segunda fase sería la Royal Navy la que contratacase, con una combinación de unidades ligeras, destructores de la patrulla anti invasión, y de unidades mayores, que estaban basadas más allá del alcance de la aviación enemiga. La tercera preveía un contrataque en masa, con apoyo aéreo y naval que expulsase a los alemanes. En el caso de las islas (las Sorlingas, las Hébridas o Wight), debían recuperarse mediante un asalto anfibio.

Por desgracia, no iba a ser tan fácil responder a un asalto a las Sorlingas. La guarnición resistió valerosamente, pero desorganizada y sin armas de apoyo, apenas pudo aguantar unas horas. Aunque al anochecer seguían los combates, la mayor parte de los soldados británicos intentaban escapar de los paracaidistas, esperando ser rescatados por la marina.

La RAF fue la primera en intentar socorrer a la guarnición. Tras las pérdidas sufridas en la batalla de Lime Bay, ya no se enviaron pequeños grupos de aviones, sino que se organizaron ataques masivos. Durante la mañana solo volaron sobre las Sorlingas aviones de reconocimiento rápidos Spitfire y Mosquito, pero a mediodía el radiotelémetro del crucero Leizpig detectó la aproximación de una gran masa de aviones. La escuadra estaba protegida por una patrulla aérea de combate que causó muchas pérdidas a los atacantes, pero no se pudo evitar que seis torpederos Beaufighter atacasen a los cruceros, uno de los cuales alcanzó al Nürnberg a la altura de la torre Anton. Se produjo una deflagración que partió la proa y que abrasó a los hombres situados a proa del puente. La dotación consiguió salvar al buque, que fue remolcado por la popa por el destructor ZH1; aunque consiguió llegar a Cherburgo, los daños eran tan graves que la reparación se consideró antieconómica, y el crucero fue desguazado.

El contralmirante Schmundt, que mandaba la fuerza Elisa, consideró que seguir acercándose a las Sorlingas era demasiado peligroso y decidió alejarse de la costa, dejando a los destructores Z4, ZH1, ZH2 y ZH3 para que asistieran al Nürnberg. La retirada de Schmundt, sin enviar al menos algún destructor para proporcionar apoyo artillero, dejó sin auxilio a los paracaidistas en un momento crítico. Días después Schmundt sería relevado y sustituido por Wilhelm Meisel.

También se produjeron furiosos combates aéreos sobre las islas, sobre las que los británicos lanzaron cuatro grandes ataques. La mayor parte de los aviones intentaron encontrar una flota de invasión que, como se ha relatado, no había salido de los puertos. Solo unos pocos aparatos intentaron bombardear las posiciones de los paracaidistas, a los que libró la confusión que reinaba en tierra. Los aviadores ingleses se encontraron con que no podían enlazar con observadores en tierra (el puesto de Garrison Hill había sido destruido), y sin poder diferenciar entre fuerzas propias y enemigas, lanzaron sus explosivos sobre las zonas donde veían más paracaídas; no sabían que los germanos los ocultaban para no señalar sus posiciones, y que las telas que veían en tierra correspondían a los paracaidistas que se habían dispersado. En la práctica, la mayor parte de las bombas se perdieron, y las que cayeron en la isla causaron tantas bajas inglesas como alemanas. El principal efecto fue que, con tanto caza inglés en el aire, y con los de la Luftwaffe combatiéndolos o escoltando a los aviones de ataque, hubo que cancelar el lanzamiento de refuerzos previsto para la tarde.

Al anochecer la RAF había perdido cuarenta y cinco cazas, y cuarenta y dos bombarderos, por sesenta y veinticinco alemanes. Al día siguiente se reprodujeron los combates aéreos, aunque con menor intensidad. Además, la RAF también atacó Cherburgo para intentar acabar con el Nürnberg, incursión en la que perdió cuatro bombarderos pesados B-17.



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Crisis. El Visitante, tercera parte

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La reacción naval británica tampoco se hizo esperar. Los primeros en zarpar fueron los dos destructores que quedaban en Plymouth (el St. Mary y el Chesterfield). Eran de los cedidos por Roosevelt, que se habían quedado en el Canal tras la retirada de otros más modernos y valiosos. Aunque eran rápidos y tenían un potente armamento torpedero, el antiaéreo era deficiente. A las once de la mañana fueron detectados a la altura de Lizard Point y sufrieron un ataque masivo. El St. Mary recibió tres torpedos y cuatro bombas y se hundió rápidamente. El Chesterfield pudo esquivar todos los artefactos menos uno, y aunque consiguió mantenerse a flote, tuvo que embarrancar en Pentreach Beach; días después se partió por la mitad durante un temporal.

La pérdida de dos destructores confirmó lo peligroso de la navegación por el Canal a la luz del día, y se ordenó al resto de los buques ingleses que esperasen a la marea de la tarde para aparejar. De Falmouth partieron doce MGB que llegaron a las Sorlingas poco después del ocaso. Otras seis MTB se dirigieron a Cherburgo, para atacar a la flota de invasión (que se seguía creyendo que estaba en el mar). De Bristol zarparon ocho destructores (dos de la moderna clase «K», cuatro Hunt y dos ex norteamericanos, al mando del capitán Jacobs), seis de Portsmouth (tres «O» y tres Hunt, capitán Caslon), y desde Glasgow los cruceros Orion, Neptune y Galatea, con la compañía de seis destructores (contralmirante Leatham).

A las islas llegaron primero llegaron las lanchas. Poco después las siguieron los destructores de Jacobs y los de Caslon, mientras que los cruceros de Leatham esperaron en el Mar de Irlanda, con la intención de legar a las islas la noche siguiente.

Las MGB, de menor calado, pasaron por el canal entra St. Mary y St. Agnes, donde no encontraron buques enemigos, ni tampoco a las lanchas de la flotilla de Tresco; estas habían soportado repetidos ataques, y las tres únicas que seguían a flote tuvieron que refugiarse en una cerrada cala de la cercana isla de Bryher. Allí sus tripulantes intentaron parchear los daños, pero al final fue preciso hundir una. Las otras dos lograron llegar a Penzance dos días después, llevando al personal de la flotilla.

Mientras, la flotilla de Jacobs rodeó las rodeó las islas por el oeste y luego por el sur, de nuevo sin encontrar al enemigo. Después Jacobs se acercó a las islas, donde aun seguían los combates, e intentó infructuosamente contactar con la guarnición; como sabemos, estaba reducida a unos pocos grupos que trataban de escapar. En ese momento detectó la aproximación de varias embarcaciones que no respondieron a las señales de reconocimiento. Se trataba de los destructores procedentes de Plymouth, que se habían enfrentado con lanchas torpederas a la altura de Lizard Point. Durante el encuentro, hundieron a la S48 y averiaron a la S52, sin sufrir daños. Al encontrarse al sur de St. Mary con buques sin identificar, ambas flotillas abrieron fuego, afortunadamente sin puntería. Durante el enfrentamiento los destructores fueron iluminados por bengalas lanzadas por aviones alemanes. Temiendo un ataque nocturno como los que la Royal Navy había sufrido en Canarias, tanto Jacobs como Caslon decidieron retirarse. También lo hicieron las lanchas de Falmouth.

Fueron las seis MTB que se habían acercado hacia Cherburgo las que lograron el único éxito británico. Aunque el dañado crucero Nürnberg ya estaba entrando en el puerto, las torpederas se encontraron con lanchas y destructores alemanes. Se produjo un breve combate durante el cual la MTB-95 consiguió hundir con un torpedo al destructor ZH3, el antiguo Van Galen holandés.



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El segundo día

Durante toda la noche se produjeron enfrentamientos entre patrullas alemanas y grupos dispersos británicos, que tuvieron muchas pérdidas ante los disciplinados paracaidistas. Al amanecer empezaron a llegar al aeródromo planeadores y aviones de carga Gotha 244 (que eran planeadores Gotha 242 motorizados, capaces de operar en pistas cortas) que llevaron los primeros soldados de la 5ª de montaña. Por desgracia, a mediodía la pista quedó bloqueada a causa del accidente del un Fokker F.25 cuyo tren de aterrizaje se rompió en un cráter mal reparado. Las fuerzas restantes de la 2ª paracaidista saltaron sobre el campo de golf de Porthloo.

Con los nuevos refuerzos y el apoyo de los Ju 87, los paracaidistas redujeron los últimos puntos de resistencia. Los defensores de Old Town se rindieron por la mañana (en un puesto de socorro fue apresado el brigadier Stopford), y la resistencia organizada cesó por la tarde. Cinco días después fueron capturados los últimos defensores.

Los alemanes no esperaron a capturar St. Mary para invadir las otras islas. Durante la tarde del segundo día, aprovechando la bajamar, una compañía de cazadores de montaña empleó botes hinchables para salvar el poco profundo canal entre Tresco y St. Mary. En Tresco la resistencia fue mínima, y esa misma tarde llegaron refuerzos en planeador. Aunque no estaba previsto en el plan inicial, la captura de esta isla resultaría crucial en la dura campaña que se avecinaba. Al día siguiente capitularon los pocos defensores de St. Martin’s y Brythe, pero la compañía que defendía St. Agnes resistió durante cinco días más, y solo se rindió tras un violento bombardeo aéreo. El último punto de resistencia fue el faro de Bishop Rock, donde cinco hombres (entre ellos dos observadores) se mantuvieron durante diez días, hasta ser evacuados por una MTB.



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Los contrataques británicos

A pesar de lo expuesto que estaba el archipiélago de las Sorlingas, sus defensas eran escasas porque, según el planteamiento británico, su protección estaba encomendada a la Royal Navy, que debía destruir a cualquier flota de invasión, y en todo caso, recuperar las islas. La invasión de las islas se produjo aprovechando la salida de la Royal Navy al Atlántico (operación Mirror), pero también la mayor parte de la flota del Pacto estaba participando en el bloqueo, en las operaciones del Índico, o en la costa norte africana, de tal manera que, a pesar de las pocas unidades disponibles, la Royal Navy conservaba la superioridad naval en el Canal de la Mancha.

Como se ha visto, la primera respuesta de la Royal Navy fracasó en conseguir su principal objetivo (destruir a los barcos anfibios alemanes y expulsar a los germanos de las islas) ya que no se produjeron desembarcos sino un asalto aerotransportado. Aun así, el contrataque británico bastó para expulsar a la Kriegsmarine del Canal de la Mancha tras infligirle serias pérdidas.

El fracaso parcial no desanimó ni a la Royal Navy ni a la RAF. Inmediatamente tras la invasión alemana se empezó a preparar la recuperación del archipiélago (operación Bishop), y en las semanas siguientes se librarían furiosas batallas aeronavales por el control de las islas que fueron causa de graves pérdidas para ambos bandos.

Artículo principal: Operación Bishop.



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Efecto en operaciones posteriores

La invasión de las Sorlingas fue un éxito, pero puso de manifiesto severas deficiencias de las fuerzas aerotransportadas. Las bajas fueron muy severas y llegaron al 60% en las primeras veinticuatro horas. Muchas se debieron a los accidentes; aunque se preveían muchas, dado lo reducido de la isla y los vientos que suelen azotarla, no se creía que fuesen de tal magnitud. Aunque la mayoría de los heridos se recuperaron en las semanas o meses siguientes, supusieron una seria merma de los efectivos en una fase crítica. Además, también fueron numerosas las bajas por acción enemiga; entre estas, los accidentes, y los bombardeos de la semana siguiente, la segunda división paracaidista quedó fuera de combate durante varios meses.

Lo preocupante fue que, por tercera vez, los paracaidistas estuvieron a punto de fracasar. En las dos primeras ocasiones, en los oasis de Egipto y en el paso de Mitla, se debió a contrataques británicos emprendidos por unidades selectas, como la brigada neozelandesa en Mitla. Por el contrario, en esta ocasión las fuerzas defensoras habían sido muy débiles, carecían casi por completo de armas automáticas y de apoyo, y aun así fueron capaces de diezmar a los paracaidistas, sobre todo en los puntos de salto Aura (el aeródromo) y Maia (el campo de golf al norte de Hugh Town). El general Student, que había sido relegado tras su insubordinación en Libia, confió a sus amigos que las Sorlingas habían sido la muerte del cuerpo aerotransportado. No era el único; en la Wehrmacht se pensó que los anteriores éxitos de los paracaidistas se habían debido únicamente a la sorpresa, y que en lo sucesivo solo podían emplearse en áreas poco defendidas, como el Golfo Pérsico, pero que no serían capaces de tomar un objetivo defendido.

Un fracaso de los paracaidistas trastocaría la estrategia alema, ya que eran un componente clave en los planes de invasión de Inglaterra, y la disolución del cuerpo aerotransportado obligaría a modificarlos por completo. Es más, el mariscal Von Manstein era escéptico sobre la viabilidad de un desembarco sin la participación de unidades aerotransportadas. En vez de disolver el cuerpo, el mariscal ordenó que se realizase una investigación exhaustiva de las operaciones, especialmente de las causas de las bajas. Meindl organizó una comisión dirigida por el coronel Kroh, que analizó tanto el éxito obtenido en Garrison Hill como el cuasi fracaso en el aeródromo, evaluando puntos fuertes y débiles, y proponiendo soluciones. Entre las conclusiones estuvieron:



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– Garrison Hill era la zona mejor defendida de las islas, y a pesar de ello cayó con facilidad. Se debió a que fue el primer lugar en ser atacado, cuando la guarnición británica aun estaba conmocionada por los bombardeos. Por el contrario, se saltó sobre el aeródromo casi una hora después, y los defensores habían conseguido reorganizarse.

– Durante el asalto a Garrison Hill el viento era flojo, y casi todos los paracaidistas cayeron en el lugar escogido, tuvieron pocas bajas, y pudieron tomar sus armas y organizarse en cuestión de minutos.

– Sin embargo, cuando se saltó por el aeródromo el viento había arreciado, y no solo desvió a los paracaidistas, sino que arrastró el humo de los incendios. Los pilotos no pudieron ni observar la zona de salto ni calcular el efecto del viento, y tuvieron que calcular su posición según las otras islas. En realidad, la mayor parte de los aviones se desviaron hacia el este, incluso varios kilómetros.

– Aunque el humo ayudó a ocultar el descenso sobre Garrison Hill, dificultó la localización de las áreas de salto en Aura y Maia, y agravó el efecto del viento ya que los pilotos no veían los marcadores. Kroh recomendó no volver a emplear humo, al menos hasta que los paracaidistas estuviesen en tierra.

– La dispersión produjo serias bajas. Un 10% de los hombres cayeron en el mar, y aunque los chalecos salvavidas hubiesen debido mantenerlos con vida, muchos se ahogaron enredados en el paracaídas, o perecieron por hipotermia.

– Otro 30% de bajas se produjo al aterrizar, cuando el viento arrastró a los paracaidistas que no podían liberarse de su arnés, o los lanzó contra la vegetación; esta última causa produjo un 10% de bajas entre los que saltaron en Maia: en este caso el humo también había ocultado el área de descenso, y los hombres cayeron en un área arbolada. Un análisis detenido indicó que las bajas se habían producido al golpearse contra ramas gruesas, mientras que los que se engancharon en la copa de los árboles sufrieron menos heridas, aunque luego tuviesen dificultades para descender. Kroh recomendó que se modificasen los arneses para que los paracaidistas pudieran liberarse rápidamente (primero con un cordón que se cortaba con un cuchillo, posteriormente con un cierre especial), y que se instruyese a los hombres para que, si no podían evitar una arboleda, no intentasen pasar entre ramas, sino que procurasen enganchar su paracaídas. También se les equipó con un cordino para ayudarse en el descenso.

– Tanto en Aura como en Maia, la dispersión hizo que muchos hombres se quedasen sin armas. Estas se lanzaban en paquetes aparte, y muchos cayeron lejos o se perdieron. Kroh recomendó que se modificase la técnica de salto. Como los paracaidistas no podían llevar bultos, se diseñó una mochila especial. El paracaidista saltaba con ella, y la dejaba caer cuando el paracaídas se desplegaba, quedando colgada con una corta cuerda. Aunque existía el riesgo de enredarse con ella, también suavizaba el aterrizaje, ya que la pesada mochila tocaba tierra unos segundos antes. También por insistencia del coronel, se equipó a los paracaidistas con pistolas de autodefensa para los primeros minutos.

– El batallón del 7º regimiento que atacó Maia cayó en un punto equivocado donde había algunos defensores británicos; posteriormente se calculó que no llegaban a cien. A pesar de la gran superioridad en número y armamento, el batallón tardó en suprimir la resistencia, y no consiguió impedir que llegasen refuerzos británicos desde la costa. Suprimir a los pocos defensores británicos llevó varias horas, e impidió que el batallón apoyase el ataque al aeródromo. Según Kroh, la principal causa fue la falta de liderazgo: muchos soldados no consiguieron encontrar a sus jefes, y estos tampoco dirigieron adecuadamente a los hombres.

– En Garrison Hill la compañía de cabeza había estado equipada con armas que se estaban probando, que dieron un resultado excelente. El fusil semiautomático Gewehr 42 aun tenía defectos, pero duplicaba la potencia de fuego del infante. La escopeta lanzagranadas Sturmkampfgewehr resultó más útil que los morteros ligeros, y fue de gran utilidad señalando blancos para la aviación. El lanzacohetes Faustpatrone también fue eficaz contra los reductos ingleses. La recomendación de Kroh fue reequipar a los paracaidistas con fusiles semiautomáticos y subfusiles, y aumentar el número y potencia de las armas de apoyo. Sin embargo, los batallones que atacaron Aura y Maia estaban equipados con los mismos fusiles y subfusiles que se empleaban desde el comienzo de la guerra.

– Un grave problema fue el fallo de las comunicaciones radiales, que limitaron la eficacia de la aviación de apoyo. Se recomendaba sustituirlas por radios y radioteléfonos más robustos, basados en lifenes. También proponía que se ensayasen técnicas de señalización ante la posibilidad de nuevos fallos de las radios.

– Tanto en Aura como en Maia las graves bajas y la dispersión hicieron que los paracaidistas no tuviesen suficiente fuerza. La recomendación de Kroh era incrementar los efectivos que se empleasen contra cada objetivo, sobre todo si estaba defendido, y que se aumentase el número de aviones empleados para que la primera oleada fuese lo más nutrida posible.

– Una de las propuestas de Kroh sentó muy mal: el coronel señaló que varios de los problemas encontrados se debían a la política de la Luftwaffe. Los paracaidistas no formaban parte del ejército sino de la fuerza aérea, que desarrollaba sus equipos por su cuenta. La Luftwaffe había encargado un fusil automático (llamado FG 42) que empleaba el cartucho Máuser 7,92 x 51, pero el desarrollo se retrasó y acabó siendo anulado; el resultado fue que también se demoró la introducción del Gewehr 42. Otro inconveniente fue el de las radios, ya que los paracaidistas aun no tenían los nuevos equipos del ejército. Con todo, el principal problema fue el de la escasa preparación de las tropas. Los paracaidistas formaban parte de un cuerpo selecto, pero su expansión había obligado a admitir reclutas que no habían recibido el entrenamiento del ejército, y que tampoco habían adquirido experiencia bélica. También había muchos oficiales y suboficiales sin experiencia de combate. Fue precisamente el 7º regimiento el que tenía mayor proporción de reclutas. Por el contrario, el 6º regimiento tenía más veteranos, que además tenían armas automáticas.

La propuesta de Kroh levantó ampollas en la fuerza aérea, ya que recomendaba una solución similar al Seekorps. Propuso que los paracaidistas se integrasen en el Heer, y recibiesen equipos y entrenamiento estándar, además del específico del que se encargaría la Luftwaffe. Más adelante se decidió separar de la fuerza aérea sus unidades de infantería y las antiaéreas de campaña.

– Kroh advirtió que, a pesar de todas las mejoras, los soldados paracaidistas seguían siendo infantes con armamento muy ligero, que estarían en desventaja ante fuerzas enemigas de entidad. También auguraba que el incremento de las defensas antiaéreas enemigas haría inviable el empleo de los lentos y vulnerables aviones de transporte. Como alternativa, recomendaba valorar el empleo de una combinación de planeadores (motorizados o no) y de las nuevas aeronaves de despegue vertical. Por desgracia, los helicópteros de la época tenían capacidad de transporte mínima, pero el apoyo del ejército aceleró el desarrollo del helicóptero Ff 382, y gracias a la experiencia adquirida con él, pudo organizarse el cuerpo aeromóvil en la inmediata posguerra.

La mayor parte de las propuestas fueron aprobadas e incorporadas urgentemente. Aunque se separase a los paracaidistas de la Luftwaffe, esta se benefició al poder concentrarse en las aeronaves. También lo hizo el ejército. Por ejemplo, partiendo del anulado fusil automático FG 42 se desarrolló la ametralladora ligera MG 44d, un arma de apoyo que empleaba el nuevo cartucho ligero 6,5 x 40 PA, y que equipó al ejército alemán en la posguerra.



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Savely se reprendió a sí mismo por el miedo que había pasado. Aunque, bien pensado, sin ese temor ahora sería un guiñapo sangriento, hecho trizas por las astillas del tablero. Pero ahora tenía otro problema: no sería raro que alguien se acercase a comprobar los daños que había causado la bomba. Al menos el trajinar de obreros en la calle le permitiría salir disimuladamente del apartamento, dándole la posibilidad de escapar con vida. Pero si abandonaba el piso, era más que dudoso que lograse volver. Así que tenía que hacerse un escondite.

Una inspección somera del apartamento le demostró que no iba a ser fácil. El piso estaba casi vacío y solo había unos pocos muebles de baja calidad; seguramente el propietario tenía intención de alquilarlo. Por desgracia, la mesa, las pocas sillas y la espartana cama, que era todo lo que había, no le ofrecían donde esconderse. Salvo que se metiese bajo el colchón, algo que no pensaba hacer, pues sería el primer lugar en el que mirarían.

Savely estaba desesperando de encontrar un rincón adecuado. Tal vez si acumulase algunos escombros… Por si acaso fue repartiendo el polvo para tapar las marcas dejadas por sus botas. Mientras recogía trozos de escayola se le ocurrió mirar de dónde caían; entonces se maldijo por no haber pensado en el falso techo. Él se había criado en una isba que era poco más que una choza, y no había disfrutado de lujos de ricos. Vio que la explosión había agrietado el techo de escayola, y que se podía mover con un palo, dejando espacio por dónde entrar. Podría hacerlo con una silla, pero sería pésima idea, como dejar un letrero señalizador. Tras pensarlo un momento, apoyó un tablón en la pared y pudo subir. Tomó el fusil, sus provisiones y la tabla para esconderlos en el altillo. Luego colocó con sumo cuidado el techo roto. Iba a bajar cuando escuchó ruidos.



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