Battalla naval
Determinados los cartagineses a enfrentarse con la flota romana, dispusieron en orden sus naves, conscientes de que en este combate se cifraba la última esperanza de su salvación. Hicieron la salida por la zona que habían excavado y abierto al mar tres días antes.
Ambos contendientes se encontraron y comenzaron la lucha. Durante el combate, las embarcaciones cartaginesas, más pequeñas, corrían entre las filas de remeros de las naves romanas perforando las popas, rompiendo los timones y remos, e infligiendo en gran medida daños muy diversos, dado su grado de maniobrabilidad que les permitía atacar y retirarse con facilidad.
"Sin embargo, como el combate no estaba decidido y el día declinaba, los cartagineses decidieron retroceder, no porque estuvieran derrotados, sino porque querían diferir el desenlace hasta el día siguiente"
Las naves más pequeñas se retiraron en primer lugar pero al tomar la entrada del puerto, empezaron a empujarse de forma desordenada a causa de su número, bloqueando de esta manera la entrada. Por este motivo, cuando llegaron los barcos más grandes, no pudieron entrar y tuvieron que refugiarse en un ancho malecón que había sido construido bastante tiempo atrás delante del muro de la ciudad para el desembarco de los navíos mercantes. Sobre él se había construido un muro pequeño en el transcurso del asedio romano para evitar, dada su anchura, que pudieran acampar los romanos. Los navíos cartagineses se refugiaron en este malecón, anclando con las proas hacia afuera; al atacar los romanos, unos combatían desde las naves mientras otros lo hacían desde el malecón y el muro. A los romanos les resultaba fácil entrar y combatir contra las naves ancladas; sin embargo, el viraje de las naves para volver a tomar impulso se hacía con lentitud y dificultad debido a su tamaño, Durante estos ataques no se consiguió nada, al contrario, ya que en la operación de virar los romanos quedaban expuestos a los disparos desde el malecón y el muro.
Finalmente cinco embarcaciones de los sidetas soltaron anclas a bastante distancia fijando en ellas largos cabos. De esta manera navegaban contra los cartagineses a impulso de remo y, después de descargar sus golpes, retrocedían espiando la popa ●. Y de nuevo volvían a navegar contra el enemigo a fuerza de remos para ganar el mar abierto otra vez, halando del cable por la popa. Entonces, la flota entera, al ver la idea de los sidetas, los imitaron y causaron bastantes daños a los cartagineses.
La noche puso fin a los combates; las naves cartaginesas que se mantenían a flote se refugiaron bajo los muros de la ciudad.
Nota: Las naves sidetas procedían de la colonia griega de Side, principal puerto de Pamphylia
http://en.wikipedia.org/wiki/Side
● espiar.
(Del port. espiar).
1. intr. Mar. Halar de un cabo firme en un ancla, noray u otro objeto fijo, para hacer caminar la nave en dirección al mismo.
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Puerta al mar en las murallas desde donde partía una arteria en dirección a Birsa
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Inciso
Antes de nada, siento esto que voy a perpetrar. Intentaré ser muy breve.
Cuando se retiran las naves cartaginesas, en la traducción en castellano dice que se refugian: "en un ancho malecón" (123)
En varias traducciones inglesas que he mirado: "at a wide quay" (123)
El relato que debería continuar ahora, en la traducción en castellano: "Escipión, al llegar el día, atacó el dique" (124)
En inglés: At daylight Scipio attacked this quay (124)
La traducción inglesa tiene más sentido al dar continuidad al relato traduciendo en los dos lados como quay; en cambio, en castellano parece dar un giro al pasar de malecón a dique.
En 123 se menciona dos veces la palabra malecón.
En el original, en 123 leemos τείχους εὐρύχωρον (τείχος εος [ους] τὸ - Muro, muralla, baluarte, bastión ... εὐρύ-χωρος ον -espacioso ...) pero no vuelve a repetir este término, sino χώματος
Y el 124 comienza Σκιπίων δὲ γενομένης ἡμέρας ἐπεχειρει τῷ χώματι
Aquí está el término exacto en cuestión que enlaza los pasajes 123 y 124:
χώμα ατος τὸ: montón de tierra, terraplén, terraza; dique, escollera; montón, acervo; mole; montículo, túmulo, tumba.
Los traductores ingleses son más prácticos y traducen todo como quay; en cambio, en castellano se traduce primero malecón y se pasa a dique, repitiendo en 123 dos veces la palabra malecón sin tener en cuenta que sí que aparece en 123 el término χώματος, por lo debería haber diferenciado y no traducirlo dos veces como malecón
Resumiendo, lo dejaremos como en el original χώμα ατος τὸ, y para mejor comprensión, le daremos el sentido de "espacioso terraplén que hacía las funciones de desembarcadero de mercancías y que estaba rodeado por un muro"
¿Y para que digo todo esto?, para diferenciar el dique que construyó Escipión para bloquear la entrada del puerto y ese "dique" que, según la traducción en castellano, se dispone a atacar.
Por ejemplo, he encontrado mapas parecidos a éste:
http://www.romanmilitaryonline.com/the- ... bc-146-bc/
En la fase 1: Over the dyke the Romans had dug across the channel
En la fase 2: The breach was made with rams
Over the dyke the Romans had dug across the channel ? ... No se si me explico.
La zona que viene al caso, evidentemente es ésta:
Que en muchas representaciones aparece así:
-Ese montículo de tierra adosado a la muralla del puerto es la zona que va a atacar Escipión (como veremos a continuación).
NB: En el año 147 Escipión ni va a tomar el puerto rectangular, y ni mucho menos se va a acercar al puerto militar circular. ¡ Ojo !, no lo digo yo, lo dicen las fuentes, tal y como se verá al llegar al año 146.
Antes de nada, siento esto que voy a perpetrar. Intentaré ser muy breve.
Cuando se retiran las naves cartaginesas, en la traducción en castellano dice que se refugian: "en un ancho malecón" (123)
En varias traducciones inglesas que he mirado: "at a wide quay" (123)
El relato que debería continuar ahora, en la traducción en castellano: "Escipión, al llegar el día, atacó el dique" (124)
En inglés: At daylight Scipio attacked this quay (124)
La traducción inglesa tiene más sentido al dar continuidad al relato traduciendo en los dos lados como quay; en cambio, en castellano parece dar un giro al pasar de malecón a dique.
En 123 se menciona dos veces la palabra malecón.
En el original, en 123 leemos τείχους εὐρύχωρον (τείχος εος [ους] τὸ - Muro, muralla, baluarte, bastión ... εὐρύ-χωρος ον -espacioso ...) pero no vuelve a repetir este término, sino χώματος
Y el 124 comienza Σκιπίων δὲ γενομένης ἡμέρας ἐπεχειρει τῷ χώματι
Aquí está el término exacto en cuestión que enlaza los pasajes 123 y 124:
χώμα ατος τὸ: montón de tierra, terraplén, terraza; dique, escollera; montón, acervo; mole; montículo, túmulo, tumba.
Los traductores ingleses son más prácticos y traducen todo como quay; en cambio, en castellano se traduce primero malecón y se pasa a dique, repitiendo en 123 dos veces la palabra malecón sin tener en cuenta que sí que aparece en 123 el término χώματος, por lo debería haber diferenciado y no traducirlo dos veces como malecón
Resumiendo, lo dejaremos como en el original χώμα ατος τὸ, y para mejor comprensión, le daremos el sentido de "espacioso terraplén que hacía las funciones de desembarcadero de mercancías y que estaba rodeado por un muro"
¿Y para que digo todo esto?, para diferenciar el dique que construyó Escipión para bloquear la entrada del puerto y ese "dique" que, según la traducción en castellano, se dispone a atacar.
Por ejemplo, he encontrado mapas parecidos a éste:
http://www.romanmilitaryonline.com/the- ... bc-146-bc/
En la fase 1: Over the dyke the Romans had dug across the channel
En la fase 2: The breach was made with rams
Over the dyke the Romans had dug across the channel ? ... No se si me explico.
La zona que viene al caso, evidentemente es ésta:
Que en muchas representaciones aparece así:
-Ese montículo de tierra adosado a la muralla del puerto es la zona que va a atacar Escipión (como veremos a continuación).
NB: En el año 147 Escipión ni va a tomar el puerto rectangular, y ni mucho menos se va a acercar al puerto militar circular. ¡ Ojo !, no lo digo yo, lo dicen las fuentes, tal y como se verá al llegar al año 146.
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Perplejo me deja, caballero.
Es de sobra conocido que VM domina el italiano, el castellano y el valenciano, tres idiomas que riman por igual, por cierto... Que se le da bien el francés es cosa probada, y que se maneje de forma similar con el griego era de suponer...
Pero ahora veo que también se atreve con idiomas de bárbaros... Cualquiera podría decir de VM que ha sido agraciado con el don de lenguas.
Por lo demás, caballero, un fantástico trabajo. Me refiero al relato de la Tercera Guerra Púnica, que hay mucho malpensado...
Saludos
"Cuanto es más eficaz mandar con el ejemplo que con mandatos; más quiere el soldado llevar los ojos en las espaldas de su capitán, que traer los ojos de su capitán a sus espaldas. Lo que se manda se oye, lo que se ve se imita. Quien ordena lo que no hace, deshace lo que ordena".
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Se me olvidó decir en el inciso que me refería al texto griego de Apiano.
-Que tengo unos pasajes de Amiano Marcelino y ciertos fragmentos de Polibio pendientes (entre otros), no sea que me vaya a liar.
Serán esos garabatos bárbaros que, aunque en alfabeto latino, enajenan a quien se enfrasca en su desencriptado.
-Que tengo unos pasajes de Amiano Marcelino y ciertos fragmentos de Polibio pendientes (entre otros), no sea que me vaya a liar.
Serán esos garabatos bárbaros que, aunque en alfabeto latino, enajenan a quien se enfrasca en su desencriptado.
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Ataque al malecón (χώματος)
Al día siguiente del combate naval, Escipión decidió atacar el malecón adosado a la muralla del puerto, emplazamiento bien situado para el dominio del mismo. Empezó a batir con arietes el pequeño muro que lo protegía.
-Recordemos:
"Sobre él se había construido un muro pequeño en el transcurso de esta guerra para evitar que, dada su anchura, pudieran acampar los enemigos"
La fuerza de los arietes, combinada con el uso de otras máquinas de asalto desde tierra y mar, consiguieron derribar una parte de las defensas.
Los cartagineses decidieron dar un golpe de mano contra las máquinas de asedio romanas que se encontraban concentradas en un pequeño espacio.
"Hicieron una salida durante la noche contra las máquinas romanas, no por tierra —pues no había pasadizo—, ni con naves —pues el mar tenía poco fondo—, sino sumergiéndose desnudos en el agua con antorchas sin encender para no ser vistos desde lejos. Así pues, se sumergieron en el mar de una manera que nadie hubiera esperado, algunos lo atravesaron a pie con el agua hasta el pecho y otros lo cruzaron a nado. Cuando llegaron al lado de las máquinas, encendieron las antorchas y al hacerse visibles sufrieron muchas heridas, pues estaban desnudos, pero también causaron muchas otras a causa de su arrojo. Aunque llevaban clavadas en los ojos y en el pecho las puntas de las flechas y las lanzas no cedían, empujando contra los golpes como fieras, hasta que lograron quemar las máquinas y hacer huir en desorden a los romanos"
La confusión reinó por todo campamento romano hasta el punto de que Escipión, temiendo las consecuencias que podía acarrear aquel desconcierto, cabalgó fuera acompañado de un grupo de jinetes y ordenó a sus oficiales que mataran al que persistiera en la huida contraviniendo las órdenes. Él mismo alcanzó y dio muerte a algunos hasta que se logró que la mayoría retrocediera a sus posiciones; permanecieron dentro del campamento toda la noche por temor a la desesperación de los cartagineses. Pero éstos, después de quemar las máquinas, volvieron de regreso a la ciudad.
Al llegar el día, libres de los disparos desde el exterior, los cartagineses reconstruyeron el lienzo del muro que había sido derribado, reforzándolo con varias torres a intervalos. Por su parte, los romanos construyeron nuevas máquinas y muros terreros frente a las torres. Desde estas elevaciones arrojaron teas encendidas y recipientes con azufre hirviendo y pez contra la parte del muro reconstruida. Consiguieron quemar algunas torres y, al fin, penetrar en el malecón iniciando la persecución de los defensores. Sin embargo, el camino estaba tan resbaladizo a causa de la sangre coagulada, recién caida en abundancia, que desistieron de la persecución.
Escipión, tras haberse apoderado del malecón, lo rodeó de un foso y construyó un muro de ladrillos de igual altura al que protegía el puerto y a poca distancia de él. Cuando hubo terminado el muro, envió allí a 4.000 hombres.
"Así que el verano se consumió en estos menesteres"
Mapa orientativo
■ A - Dique que bloqueaba la salida del puerto
■ B - Campamento romano
■ C - Muro pequeño que protegía el malecón
■ D - Ataque romano
■ E - Foso y muro de ladrillos en donde se apostaron los 4.000 hombres
Al día siguiente del combate naval, Escipión decidió atacar el malecón adosado a la muralla del puerto, emplazamiento bien situado para el dominio del mismo. Empezó a batir con arietes el pequeño muro que lo protegía.
-Recordemos:
"Sobre él se había construido un muro pequeño en el transcurso de esta guerra para evitar que, dada su anchura, pudieran acampar los enemigos"
La fuerza de los arietes, combinada con el uso de otras máquinas de asalto desde tierra y mar, consiguieron derribar una parte de las defensas.
Los cartagineses decidieron dar un golpe de mano contra las máquinas de asedio romanas que se encontraban concentradas en un pequeño espacio.
"Hicieron una salida durante la noche contra las máquinas romanas, no por tierra —pues no había pasadizo—, ni con naves —pues el mar tenía poco fondo—, sino sumergiéndose desnudos en el agua con antorchas sin encender para no ser vistos desde lejos. Así pues, se sumergieron en el mar de una manera que nadie hubiera esperado, algunos lo atravesaron a pie con el agua hasta el pecho y otros lo cruzaron a nado. Cuando llegaron al lado de las máquinas, encendieron las antorchas y al hacerse visibles sufrieron muchas heridas, pues estaban desnudos, pero también causaron muchas otras a causa de su arrojo. Aunque llevaban clavadas en los ojos y en el pecho las puntas de las flechas y las lanzas no cedían, empujando contra los golpes como fieras, hasta que lograron quemar las máquinas y hacer huir en desorden a los romanos"
La confusión reinó por todo campamento romano hasta el punto de que Escipión, temiendo las consecuencias que podía acarrear aquel desconcierto, cabalgó fuera acompañado de un grupo de jinetes y ordenó a sus oficiales que mataran al que persistiera en la huida contraviniendo las órdenes. Él mismo alcanzó y dio muerte a algunos hasta que se logró que la mayoría retrocediera a sus posiciones; permanecieron dentro del campamento toda la noche por temor a la desesperación de los cartagineses. Pero éstos, después de quemar las máquinas, volvieron de regreso a la ciudad.
Al llegar el día, libres de los disparos desde el exterior, los cartagineses reconstruyeron el lienzo del muro que había sido derribado, reforzándolo con varias torres a intervalos. Por su parte, los romanos construyeron nuevas máquinas y muros terreros frente a las torres. Desde estas elevaciones arrojaron teas encendidas y recipientes con azufre hirviendo y pez contra la parte del muro reconstruida. Consiguieron quemar algunas torres y, al fin, penetrar en el malecón iniciando la persecución de los defensores. Sin embargo, el camino estaba tan resbaladizo a causa de la sangre coagulada, recién caida en abundancia, que desistieron de la persecución.
Escipión, tras haberse apoderado del malecón, lo rodeó de un foso y construyó un muro de ladrillos de igual altura al que protegía el puerto y a poca distancia de él. Cuando hubo terminado el muro, envió allí a 4.000 hombres.
"Así que el verano se consumió en estos menesteres"
Mapa orientativo
■ A - Dique que bloqueaba la salida del puerto
■ B - Campamento romano
■ C - Muro pequeño que protegía el malecón
■ D - Ataque romano
■ E - Foso y muro de ladrillos en donde se apostaron los 4.000 hombres
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Finales de verano e inicios de otoño del 147
Existen algunos fragmentos de escritores que se suelen considerar extraídos del libro XXXVII de Polibio. La campaña del 147 se relataba en ese libro, del cual no se ha conservado nada. Desgraciadamente, ya que el autor fue testigo presencial de los hechos que en el mismo se narraban.
Amiano Marcelino, cuando habla del emperador Juliano el Apostata haciendo referencia a un ataque a la ciudad de Pirisabora, en Babilonia, dice:
"Al general le urgía experimentar todos los casos de la suerte en medio de las derrotas que se infligían mutuamente. Protegido por unos cilindros y cubierto contra los tiros de las flechas por escudos muy gruesos, llegó de un ágil salto, acompañado de hombres muy dispuestos, cerca de una puerta enemiga forrada por una gruesa plancha de hierro. Y, aunque lo agobiaran piedras, proyectiles y otras armas, con riesgo de su vida, increpaba a grandes voces a los que se preparaban para hacer saltar las jambas de las puertas, diciéndoles que practicaran una abertura; no se retiró hasta que vio que ya lo iba a cubrir la mole de armamento que le caía encima. Se retiró con todos los suyos; algunos iban heridos levemente, y él caminaba ileso; un fuerte rubor les cubría. Pues había leído que Escipión Emiliano, junto con el historiador Polibio de Megalopolis, arcadio, acompañados de treinta soldados, habían socavado una puerta de Cartago con ímpetu semejante. La confianza que nos merecen los autores antiguos garantiza la proeza reciente. Pues Escipión Emiliano, protegido por un caparazón de piedra, llegó a situarse bajo la puerta, y allí, seguro y oculto, mientras el enemigo ponía al descubierto enormes pedruscos, penetró en la ciudad desguarnecida. Pero Juliano llegó a un lugar abierto, del que se retiró vergonzosamente, expulsado por proyectiles, mientras bloques de piedra del monte oscurecían el cielo"
Plutarco en su Apophthégmata 200, o como pone aquí "Sayings of kings and commanders" http://www.attalus.org/old/sayings2.html#200 , escribe:
"Escipión llegó a la muralla; los cartagineses se defendían desde la ciudadela. El general romano descubrió que la profundidad del mar que les separaba no era muy grande, y Polibio le aconsejó que esparciera por allí garfios de hierro o bien que cubriera el vado con tablas erizadas de clavos, para que el enemigo no lograra flanquearlo para atacar la trinchera romana. Pero Escipión replicó que era ridículo que, si ya habían conquistado las murallas y se encontraban en el recinto de la ciudad, se comportaran de modo que esquivaran la lucha contra el enemigo"
● Plutarco escribe "ciudadela", pero ésta se encontraba más lejos del campo de operaciones. Por otro lado, leemos que Polibio aconseja a Escipión proteger el vado que, como vimos anteriormente, aprovecharon los cartagineses para incendiar las máquinas de guerra romanas.
Existen algunos fragmentos de escritores que se suelen considerar extraídos del libro XXXVII de Polibio. La campaña del 147 se relataba en ese libro, del cual no se ha conservado nada. Desgraciadamente, ya que el autor fue testigo presencial de los hechos que en el mismo se narraban.
Amiano Marcelino, cuando habla del emperador Juliano el Apostata haciendo referencia a un ataque a la ciudad de Pirisabora, en Babilonia, dice:
"Al general le urgía experimentar todos los casos de la suerte en medio de las derrotas que se infligían mutuamente. Protegido por unos cilindros y cubierto contra los tiros de las flechas por escudos muy gruesos, llegó de un ágil salto, acompañado de hombres muy dispuestos, cerca de una puerta enemiga forrada por una gruesa plancha de hierro. Y, aunque lo agobiaran piedras, proyectiles y otras armas, con riesgo de su vida, increpaba a grandes voces a los que se preparaban para hacer saltar las jambas de las puertas, diciéndoles que practicaran una abertura; no se retiró hasta que vio que ya lo iba a cubrir la mole de armamento que le caía encima. Se retiró con todos los suyos; algunos iban heridos levemente, y él caminaba ileso; un fuerte rubor les cubría. Pues había leído que Escipión Emiliano, junto con el historiador Polibio de Megalopolis, arcadio, acompañados de treinta soldados, habían socavado una puerta de Cartago con ímpetu semejante. La confianza que nos merecen los autores antiguos garantiza la proeza reciente. Pues Escipión Emiliano, protegido por un caparazón de piedra, llegó a situarse bajo la puerta, y allí, seguro y oculto, mientras el enemigo ponía al descubierto enormes pedruscos, penetró en la ciudad desguarnecida. Pero Juliano llegó a un lugar abierto, del que se retiró vergonzosamente, expulsado por proyectiles, mientras bloques de piedra del monte oscurecían el cielo"
Plutarco en su Apophthégmata 200, o como pone aquí "Sayings of kings and commanders" http://www.attalus.org/old/sayings2.html#200 , escribe:
"Escipión llegó a la muralla; los cartagineses se defendían desde la ciudadela. El general romano descubrió que la profundidad del mar que les separaba no era muy grande, y Polibio le aconsejó que esparciera por allí garfios de hierro o bien que cubriera el vado con tablas erizadas de clavos, para que el enemigo no lograra flanquearlo para atacar la trinchera romana. Pero Escipión replicó que era ridículo que, si ya habían conquistado las murallas y se encontraban en el recinto de la ciudad, se comportaran de modo que esquivaran la lucha contra el enemigo"
● Plutarco escribe "ciudadela", pero ésta se encontraba más lejos del campo de operaciones. Por otro lado, leemos que Polibio aconseja a Escipión proteger el vado que, como vimos anteriormente, aprovecharon los cartagineses para incendiar las máquinas de guerra romanas.
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Batalla de Nepheris
Bitia (recordemos que había salido para llevar provisiones a Cartago), había quedado fuera de la ciudad al completarse el cerco por tierra, por lo que se incorporó a las tropas que acampaban en las cercanías de Nepheris, las cuales Asdrúbal había dejado al mando de un tal Diógenes (Διογένη). Desde allí realizaba frecuentes incursiones con la finalidad de dificultar el suministro a los romanos, que ahora habían volcado todas sus fuerzas en la zona de los puertos.
Al inicio del invierno, Escipión decidió acabar con el campamento púnico de Nepheris y otros reductos menores que servían de base a las incursiones de Bitia. Así pues, envió a algunos oficiales a varios puntos de la región mientras él en persona se apresuró a marchar contra Nepheris a través de la laguna; a su legado Caio Lelio lo envió dando un rodeo por tierra. Cuando Escipión llegó, acampó a una distancia de dos estadios de Diógenes y, tras dejar a su legado Caio Lelio y a Gulussa para que lo atacaran sin cesar, volvió rápidamente a Cartago.
A partir de entonces, Escipión realizó frecuentes viajes entre Cartago y Nepheris para supervisar el asedio, a la espera de lograr abrir brecha en el campamento de Diógenes y poder desviar tropas de Cartago para el asalto.
Finalmente se logró derribar dos trozos de fortificación entre las torres del campamento. Al recibir la noticia, Escipión se dirigió hacia Nepheris y apostó, en emboscada, a 1.000 soldados en la retaguardia de Diógenes, mientras él efectuaba un ataque frontal con otros 3.000 más. Avanzó contra las partes demolidas sin llevar a sus tropas de forma compacta sino por destacamentos bien nutridos, unos tras otros, a fin de que los primeros, ni aun en el caso de que fueran rechazados, pudieran huir a causa de los que les seguían.
"El ataque se produjo en medio de un enorme griterío y esfuerzo, y mientras los africanos estaban pendientes de este hecho, los mil soldados emboscados, cuando nadie los miraba ni esperaba, atacaron con valor la parte de atrás del recinto, tal como les había sido ordenado, rompieron la empalizada y pasaron sobre ella. Tan pronto como los primeros estuvieron dentro, fueron descubiertos y los africanos huyeron pensando que habían entrado muchos más de los que tenían ante sus ojos. Gulussa los persiguió con muchos númidas y con los elefantes y causó gran mortandad, hasta el punto de que perecieron unos setenta mil, contando los no combatientes; unos diez mil fueron capturados, y alrededor de cuatro mil lograron escapar. También se apoderaron de la ciudad de Nepheris, además del campamento, después de haberla sitiado Escipión durante veintidós días con grandes sufrimientos por ser invierno y por el frío del lugar"
Apiano 126
Bitia (recordemos que había salido para llevar provisiones a Cartago), había quedado fuera de la ciudad al completarse el cerco por tierra, por lo que se incorporó a las tropas que acampaban en las cercanías de Nepheris, las cuales Asdrúbal había dejado al mando de un tal Diógenes (Διογένη). Desde allí realizaba frecuentes incursiones con la finalidad de dificultar el suministro a los romanos, que ahora habían volcado todas sus fuerzas en la zona de los puertos.
Al inicio del invierno, Escipión decidió acabar con el campamento púnico de Nepheris y otros reductos menores que servían de base a las incursiones de Bitia. Así pues, envió a algunos oficiales a varios puntos de la región mientras él en persona se apresuró a marchar contra Nepheris a través de la laguna; a su legado Caio Lelio lo envió dando un rodeo por tierra. Cuando Escipión llegó, acampó a una distancia de dos estadios de Diógenes y, tras dejar a su legado Caio Lelio y a Gulussa para que lo atacaran sin cesar, volvió rápidamente a Cartago.
A partir de entonces, Escipión realizó frecuentes viajes entre Cartago y Nepheris para supervisar el asedio, a la espera de lograr abrir brecha en el campamento de Diógenes y poder desviar tropas de Cartago para el asalto.
Finalmente se logró derribar dos trozos de fortificación entre las torres del campamento. Al recibir la noticia, Escipión se dirigió hacia Nepheris y apostó, en emboscada, a 1.000 soldados en la retaguardia de Diógenes, mientras él efectuaba un ataque frontal con otros 3.000 más. Avanzó contra las partes demolidas sin llevar a sus tropas de forma compacta sino por destacamentos bien nutridos, unos tras otros, a fin de que los primeros, ni aun en el caso de que fueran rechazados, pudieran huir a causa de los que les seguían.
"El ataque se produjo en medio de un enorme griterío y esfuerzo, y mientras los africanos estaban pendientes de este hecho, los mil soldados emboscados, cuando nadie los miraba ni esperaba, atacaron con valor la parte de atrás del recinto, tal como les había sido ordenado, rompieron la empalizada y pasaron sobre ella. Tan pronto como los primeros estuvieron dentro, fueron descubiertos y los africanos huyeron pensando que habían entrado muchos más de los que tenían ante sus ojos. Gulussa los persiguió con muchos númidas y con los elefantes y causó gran mortandad, hasta el punto de que perecieron unos setenta mil, contando los no combatientes; unos diez mil fueron capturados, y alrededor de cuatro mil lograron escapar. También se apoderaron de la ciudad de Nepheris, además del campamento, después de haberla sitiado Escipión durante veintidós días con grandes sufrimientos por ser invierno y por el frío del lugar"
Apiano 126
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Negociaciones entre Asdrúbal y Gulussa
Desanimado por la situación de la ciudad, Asdrúbal envió embajadores para tratar de llegar a un acuerdo con Escipión, aunque únicamente consiguió una entrevista con Gulussa.
Se presentó a la entrevista revestido de una armadura completa, sobre la cual llevaba una capa de color púrpura marina; le escoltaban diez soldados armados de espada. Se separó de éstos, avanzando unos veinte pasos, pero protegiéndose por el foso y la empalizada. Allí hizo señales con la cabeza al rey de que se le aproximara, cuando lo correcto hubiera sido lo contrario. Gulussa, sin embargo, vestido muy sencillamente, al modo numida, se le acercó sin escolta. Al acercársele le preguntó qué miedo le embargaba, ya que se presentaba con una armadura completa. Asdrúbal repuso que el miedo a los romanos. Y replicó Gulusa:
«¡Bien dicho! De no ser así, no te habrías encerrado en la ciudad, pues nada te obliga a ello. Pero veamos qué quieres, por qué me llamas»
«Solicito de ti —le dice Asdrúbal— que me sirvas de intermediario ante el general romano y que le prometas en nombre nuestro que cumpliremos sus órdenes; lo único que pedimos es que respetéis esta pobre ciudad»
«Esta petición me parece muy pueril, mi buen amigo, pues la hicisteis ya al principio mediante una legación, cuando los romanos estaban todavía en Útica. Y entonces no lograsteis convencerles. ¿Qué razón te hace creer ahora que se os concederá, si estáis rodeados por mar y por tierra y no tenéis, prácticamente, esperanzas de salvación?»
Asdrúbal le replicó diciendo que confiaban, por encima de todo, en tener a los dioses por aliados y en las esperanzas que ellos infunden; era lo claro que no los desatenderían, ya que los cartagineses eran víctimas de la violación de la tregua. Esto les daba muchas garantías de salvación. O sea que le solicitaba que pidiera al general, tanto en atención a los dioses como a la Fortuna, que respetara a la ciudad. El romano debía ser consciente de que si no se accedía a esta petición, los cartagineses se degollarían mutuamente antes que entregar la ciudad. Esto y cosas por el estilo fue lo que ambos dijeron, y se separaron tras acordar que se verían nuevamente al cabo de tres días.
Gulussa le refirió el diálogo sostenido a Escipión, y éste, soltando una carcajada, exclamó:
«¿Qué es lo que vas a pedir? ¿Exhibiste una impiedad grande e inhumana en el trato con nuestros prisioneros y ahora esperas la ayuda de los dioses, cuando has violado las leyes de los hombres?»
Sin embargo, el rey quiso hacer algunas sugerencias a Escipión, principalmente que le interesaba poner fin a aquella guerra, pues aparte de que el futuro siempre es incierto, ya se acercaba el nombramiento de cónsules nuevos, punto al que debía atender y evitar que se le echara encima el invierno, y otros cosecharan sin esfuerzo la gloria de sus fatigas. Decía esto, y el general le interrumpió, indicándole que expusiera lo siguiente a Asdrúbal: ofrecía seguridades personales a él, a su esposa y a diez de entre las mansiones de sus parientes y amigos. De su fortuna personal podía reservarse diez talentos y llevarse cien de sus esclavos, los que quisiera. Al tercer día señalado, Gulusa acudió al encuentro de Asdrúbal con estos ofrecimientos tan amistosos. Y Asdrúbal volvió a salir con gran ostentación, caminando lentamente, vestido de púrpura y con la armadura completa. Cuando supo los ofrecimientos del general romano, se aporreó los muslos e invocaba a los dioses y a la Fortuna, afirmando que jamás llegaría un día en que el sol viera vivo a Asdrúbal y a la patria pasada a fuego, pues para los hombres sensatos el mejor sudario es el fuego que abrasa a la patria.
Nota: Esta entrevista está extraída de los fragmentos del Libro XXXVIII (8, 1-14) de Polibio. No he mantenido el texto íntegro pues he omitido las apreciaciones personales que hace el escritor, aunque nunca está de más resumir las mismas:
"Asdrúbal, el general cartaginés, era fanfarrón y charlatán, y estaba lejos de una capacidad militar objetiva
Asdrúbal era de complexión entrada en carnes, de barriga prominente y de un color tostado fuera de lo normal; daba la impresión de cebarse para los festivales, igual que los toros de engorde, y no la de estar a la cabeza de un pueblo que sufría
una miseria tan extrema, que difícilmente puede describirse en palabras"
Polibio refiere que tras conocer la contestación de Escipión:
"Si se consideraran estas afirmaciones, sería de admirar tanto este hombre como su magnanimidad; en cambio, si se atiende a su conducción de los asuntos, pasman su ruindad y cobardía. Ante todo, cuando sus conciudadanos estaban literalmente consumidos de hambre, él banqueteaba, se servía opíparamente segundas mesas y su figura oronda subrayaba el desmejoramiento de los otros: el número de los muertos de consunción era increíble, como también lo era el de desertores cada día a causa del hambre; él, burlándose de éstos e insultando a aquéllos y asesinando a los de más allá, sembraba el terror y retenía, así, un poder que difícilmente hubiera ejercido en una ciudad floreciente; él lo asumía en una patria hundida en la catástrofe"
● Es muy posible que esta entrevista sucediera antes o durante el asedio al campamento de Diógenes en Nepheris. Asdrúbal contaba como argumento para su negociación con la baza del ejército que permanecía en el exterior.
Desanimado por la situación de la ciudad, Asdrúbal envió embajadores para tratar de llegar a un acuerdo con Escipión, aunque únicamente consiguió una entrevista con Gulussa.
Se presentó a la entrevista revestido de una armadura completa, sobre la cual llevaba una capa de color púrpura marina; le escoltaban diez soldados armados de espada. Se separó de éstos, avanzando unos veinte pasos, pero protegiéndose por el foso y la empalizada. Allí hizo señales con la cabeza al rey de que se le aproximara, cuando lo correcto hubiera sido lo contrario. Gulussa, sin embargo, vestido muy sencillamente, al modo numida, se le acercó sin escolta. Al acercársele le preguntó qué miedo le embargaba, ya que se presentaba con una armadura completa. Asdrúbal repuso que el miedo a los romanos. Y replicó Gulusa:
«¡Bien dicho! De no ser así, no te habrías encerrado en la ciudad, pues nada te obliga a ello. Pero veamos qué quieres, por qué me llamas»
«Solicito de ti —le dice Asdrúbal— que me sirvas de intermediario ante el general romano y que le prometas en nombre nuestro que cumpliremos sus órdenes; lo único que pedimos es que respetéis esta pobre ciudad»
«Esta petición me parece muy pueril, mi buen amigo, pues la hicisteis ya al principio mediante una legación, cuando los romanos estaban todavía en Útica. Y entonces no lograsteis convencerles. ¿Qué razón te hace creer ahora que se os concederá, si estáis rodeados por mar y por tierra y no tenéis, prácticamente, esperanzas de salvación?»
Asdrúbal le replicó diciendo que confiaban, por encima de todo, en tener a los dioses por aliados y en las esperanzas que ellos infunden; era lo claro que no los desatenderían, ya que los cartagineses eran víctimas de la violación de la tregua. Esto les daba muchas garantías de salvación. O sea que le solicitaba que pidiera al general, tanto en atención a los dioses como a la Fortuna, que respetara a la ciudad. El romano debía ser consciente de que si no se accedía a esta petición, los cartagineses se degollarían mutuamente antes que entregar la ciudad. Esto y cosas por el estilo fue lo que ambos dijeron, y se separaron tras acordar que se verían nuevamente al cabo de tres días.
Gulussa le refirió el diálogo sostenido a Escipión, y éste, soltando una carcajada, exclamó:
«¿Qué es lo que vas a pedir? ¿Exhibiste una impiedad grande e inhumana en el trato con nuestros prisioneros y ahora esperas la ayuda de los dioses, cuando has violado las leyes de los hombres?»
Sin embargo, el rey quiso hacer algunas sugerencias a Escipión, principalmente que le interesaba poner fin a aquella guerra, pues aparte de que el futuro siempre es incierto, ya se acercaba el nombramiento de cónsules nuevos, punto al que debía atender y evitar que se le echara encima el invierno, y otros cosecharan sin esfuerzo la gloria de sus fatigas. Decía esto, y el general le interrumpió, indicándole que expusiera lo siguiente a Asdrúbal: ofrecía seguridades personales a él, a su esposa y a diez de entre las mansiones de sus parientes y amigos. De su fortuna personal podía reservarse diez talentos y llevarse cien de sus esclavos, los que quisiera. Al tercer día señalado, Gulusa acudió al encuentro de Asdrúbal con estos ofrecimientos tan amistosos. Y Asdrúbal volvió a salir con gran ostentación, caminando lentamente, vestido de púrpura y con la armadura completa. Cuando supo los ofrecimientos del general romano, se aporreó los muslos e invocaba a los dioses y a la Fortuna, afirmando que jamás llegaría un día en que el sol viera vivo a Asdrúbal y a la patria pasada a fuego, pues para los hombres sensatos el mejor sudario es el fuego que abrasa a la patria.
Nota: Esta entrevista está extraída de los fragmentos del Libro XXXVIII (8, 1-14) de Polibio. No he mantenido el texto íntegro pues he omitido las apreciaciones personales que hace el escritor, aunque nunca está de más resumir las mismas:
"Asdrúbal, el general cartaginés, era fanfarrón y charlatán, y estaba lejos de una capacidad militar objetiva
Asdrúbal era de complexión entrada en carnes, de barriga prominente y de un color tostado fuera de lo normal; daba la impresión de cebarse para los festivales, igual que los toros de engorde, y no la de estar a la cabeza de un pueblo que sufría
una miseria tan extrema, que difícilmente puede describirse en palabras"
Polibio refiere que tras conocer la contestación de Escipión:
"Si se consideraran estas afirmaciones, sería de admirar tanto este hombre como su magnanimidad; en cambio, si se atiende a su conducción de los asuntos, pasman su ruindad y cobardía. Ante todo, cuando sus conciudadanos estaban literalmente consumidos de hambre, él banqueteaba, se servía opíparamente segundas mesas y su figura oronda subrayaba el desmejoramiento de los otros: el número de los muertos de consunción era increíble, como también lo era el de desertores cada día a causa del hambre; él, burlándose de éstos e insultando a aquéllos y asesinando a los de más allá, sembraba el terror y retenía, así, un poder que difícilmente hubiera ejercido en una ciudad floreciente; él lo asumía en una patria hundida en la catástrofe"
● Es muy posible que esta entrevista sucediera antes o durante el asedio al campamento de Diógenes en Nepheris. Asdrúbal contaba como argumento para su negociación con la baza del ejército que permanecía en el exterior.
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Año 146
Entran en funciones los cónsules Cneo Cornelio Léntulo y Lucio Mummio Acaico
FC:
Cn. Cornelius [Cn.f. L.n.] Lentulus , L. Mummius L.f. L. n.
● Se le prorroga el mando a Publio Cornelio Escipión.
Cartago, bloqueada por mar y tierra, sin albergar ya ninguna esperanza de recibir ayuda exterior y sin posibilidad de negociación alguna, esperaba el asalto final.
Entran en funciones los cónsules Cneo Cornelio Léntulo y Lucio Mummio Acaico
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Cn. Cornelius [Cn.f. L.n.] Lentulus , L. Mummius L.f. L. n.
● Se le prorroga el mando a Publio Cornelio Escipión.
Cartago, bloqueada por mar y tierra, sin albergar ya ninguna esperanza de recibir ayuda exterior y sin posibilidad de negociación alguna, esperaba el asalto final.
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Ataque a Cartago
-Caio Lelio toma los puertos
Al comienzo de la primavera, Escipión se prepara para lanzar el ataque a la ciudad por la zona de los puertos. Al caer la noche, Asdrúbal, tras ordenar que se reuniera todo cuanto pudiera ser salvado, mandó quemar el arsenal y la mayoría de las instalaciones, para privar a los romanos de su posible utilización.
Caio Lelio, esperando el ataque de Escipión al puerto cuadrangular, mientras los cartagineses estaban vueltos hacia aquella parte, subió sin que le viesen hacia el otro lado, al puerto militar.
"Se alzó un grito como de victoria y los cartagineses se llenaron de miedo, en tanto que los romanos forzaron la subida desde todos los lados con desprecio, tendiendo sobre los espacios vacíos maderas, máquinas y planchas, sin que los guardianes ofrecieran resistencia al estar debilitados sus cuerpos por el hambre y sus ánimos abatidos. Después de apoderarse del muro de Cotón (el puerto), Escipión tomó la plaza pública que estaba próxima y, al no poder hacer ya nada más, pues era el atardecer, pasó la noche allí en armas con todas sus tropas. Al llegar el día, llamó a otros cuatro mil soldados de refresco. Éstos penetraron en el santuario de Apolo, cuya estatua estaba cubierta de oro y su santuario, rodeado de oro batido de mil talentos de peso, y lo saquearon golpeándolo con sus espadas, sin obedecer a sus oficiales, hasta que se lo hubieron repartido entre ellos, y después, volvieron a su trabajo"
Apiano 127
Desde este momento, el objetivo principal de Escipión se centró en la ciudadela de Birsa, puesto que era la zona más fuerte de la ciudad y la mayor parte de sus habitantes se habían refugiado allí.
● Plutarco, en sus "Vidas Paralelas", narra un hecho sobre Tiberio Sempronio Graco:
"Militó el joven Tiberio en África con Escipión el Menor, que estaba casado con su hermana; y viviendo en una misma tienda con el general, al punto comprendió su índole, que daba grandes y continuos ejemplos de virtud, dignos de que todos los emulasen e imitasen. Bien presto, pues, se aventajó a todos los jóvenes en disciplina y en valor, y fue el primero que trepó al muro enemigo, como lo escribe Fanio, diciendo que él también subió con Tiberio y participó de aquel prez de valor"
http://www.imperivm.org/cont/textos/txt ... berio.html
-Caio Lelio toma los puertos
Al comienzo de la primavera, Escipión se prepara para lanzar el ataque a la ciudad por la zona de los puertos. Al caer la noche, Asdrúbal, tras ordenar que se reuniera todo cuanto pudiera ser salvado, mandó quemar el arsenal y la mayoría de las instalaciones, para privar a los romanos de su posible utilización.
Caio Lelio, esperando el ataque de Escipión al puerto cuadrangular, mientras los cartagineses estaban vueltos hacia aquella parte, subió sin que le viesen hacia el otro lado, al puerto militar.
"Se alzó un grito como de victoria y los cartagineses se llenaron de miedo, en tanto que los romanos forzaron la subida desde todos los lados con desprecio, tendiendo sobre los espacios vacíos maderas, máquinas y planchas, sin que los guardianes ofrecieran resistencia al estar debilitados sus cuerpos por el hambre y sus ánimos abatidos. Después de apoderarse del muro de Cotón (el puerto), Escipión tomó la plaza pública que estaba próxima y, al no poder hacer ya nada más, pues era el atardecer, pasó la noche allí en armas con todas sus tropas. Al llegar el día, llamó a otros cuatro mil soldados de refresco. Éstos penetraron en el santuario de Apolo, cuya estatua estaba cubierta de oro y su santuario, rodeado de oro batido de mil talentos de peso, y lo saquearon golpeándolo con sus espadas, sin obedecer a sus oficiales, hasta que se lo hubieron repartido entre ellos, y después, volvieron a su trabajo"
Apiano 127
Desde este momento, el objetivo principal de Escipión se centró en la ciudadela de Birsa, puesto que era la zona más fuerte de la ciudad y la mayor parte de sus habitantes se habían refugiado allí.
● Plutarco, en sus "Vidas Paralelas", narra un hecho sobre Tiberio Sempronio Graco:
"Militó el joven Tiberio en África con Escipión el Menor, que estaba casado con su hermana; y viviendo en una misma tienda con el general, al punto comprendió su índole, que daba grandes y continuos ejemplos de virtud, dignos de que todos los emulasen e imitasen. Bien presto, pues, se aventajó a todos los jóvenes en disciplina y en valor, y fue el primero que trepó al muro enemigo, como lo escribe Fanio, diciendo que él también subió con Tiberio y participó de aquel prez de valor"
http://www.imperivm.org/cont/textos/txt ... berio.html
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Asalto a Birsa
Habían tres calles que subían hasta la ciudadela de Birsa desde la plaza pública, flanqueadas por edificios de hasta seis pisos, casi pegados unos a otros, desde donde eran asaeteados los romanos.
Las tropas de Escipión iniciaron el ataque ocupando las primeras casas y, desde allí, atacaron a los que estaban en las próximas. Una vez que se apoderaban de éstas, tendían planchas de madera en los pasadizos estrechos que separaban los tejados de las casas y cruzaban hacia las siguientes.
Steve Noon
Mientras tenía lugar este combate arriba en los tejados, se libraba otro abajo en las callejuelas. Los muros de las viviendas se horadaban uno tras otro mientras se iba tomando al asalto casa por casa.
"Todo estaba lleno de gemidos, lamentos, gritos y de toda clase de quejidos de agonía, al morir unos en combate cuerpo a cuerpo, otros arrojados desde los tejados contra el suelo, todavía vivos, y algunos cayendo sobre las puntas de otras armas o sobre las lanzas o las espadas. Nadie consiguió quemar ninguna casa a causa de los que estaban sobre los tejados, hasta que Escipión llegó a Birsa. Entonces prendió fuego a las tres callejuelas a la vez y ordenó a otros que mantuvieran expedito el camino de material quemado, a fin de que el ejército atacara moviéndose con facilidad.
A continuación, se sucedieron otras escenas de terror. El fuego devoraba y se llevaba todo a su paso, y los soldados no derrumbaban los edificios poco a poco, sino que los echaban abajo todos juntos. Por ello, el ruido era mucho mayor y, junto con las piedras, caían también en el medio los cadáveres amontonados. Otros estaban todavía vivos, en especial ancianos, niños y mujeres que se habían ocultado en los rincones más profundos de las casas, algunos heridos y otros más o menos quemados dejando escapar terribles gritos. Otros, arrastrados desde una altura tan grande con las piedras, maderas y fuego, sufrieron, al caer, toda suerte de horrores, llenos de fracturas y despedazados. Y ni siquiera esto supuso el final de sus desgracias. En efecto, los encargados de la limpieza de las calles, al remover los escombros con hachas, machetes y picas, a fin de dejarlas transitables para las fuerzas de ataque, golpeaban unos, con las hachas y machetes y otros con la punta de las picas a los muertos y a los que todavía estaban vivos en los huecos del suelo, apartándolos como a la madera y las piedras y dándoles la vuelta con el hierro, y el hombre servía de relleno de los fosos. Algunos fueron arrojados de cabeza, y sus piernas, sobresaliendo del suelo, se agitaban con convulsiones durante mucho tiempo. Otros cayeron de pie con la cabeza por encima del nivel del suelo y los caballos, al pasar sobre ellos, les destrozaban la cara o el encéfalo, no por voluntad de sus jinetes, sino a causa de su prisa, puesto que tampoco los que limpiaban las calles hacían todo esto voluntariamente. Sin embargo, el esfuerzo de la guerra, la gloria de la victoria cercana, la premura del ejército, los ruidos confusos de heraldos y trompeteros, los tribunos y centuriones, al moverse de un lado para otro y atacar, volvían a todos frenéticos y despreocupados, a causa de su afán, por aquello que veían"
Apiano 128 - 129
Habían tres calles que subían hasta la ciudadela de Birsa desde la plaza pública, flanqueadas por edificios de hasta seis pisos, casi pegados unos a otros, desde donde eran asaeteados los romanos.
Las tropas de Escipión iniciaron el ataque ocupando las primeras casas y, desde allí, atacaron a los que estaban en las próximas. Una vez que se apoderaban de éstas, tendían planchas de madera en los pasadizos estrechos que separaban los tejados de las casas y cruzaban hacia las siguientes.
Steve Noon
Mientras tenía lugar este combate arriba en los tejados, se libraba otro abajo en las callejuelas. Los muros de las viviendas se horadaban uno tras otro mientras se iba tomando al asalto casa por casa.
"Todo estaba lleno de gemidos, lamentos, gritos y de toda clase de quejidos de agonía, al morir unos en combate cuerpo a cuerpo, otros arrojados desde los tejados contra el suelo, todavía vivos, y algunos cayendo sobre las puntas de otras armas o sobre las lanzas o las espadas. Nadie consiguió quemar ninguna casa a causa de los que estaban sobre los tejados, hasta que Escipión llegó a Birsa. Entonces prendió fuego a las tres callejuelas a la vez y ordenó a otros que mantuvieran expedito el camino de material quemado, a fin de que el ejército atacara moviéndose con facilidad.
A continuación, se sucedieron otras escenas de terror. El fuego devoraba y se llevaba todo a su paso, y los soldados no derrumbaban los edificios poco a poco, sino que los echaban abajo todos juntos. Por ello, el ruido era mucho mayor y, junto con las piedras, caían también en el medio los cadáveres amontonados. Otros estaban todavía vivos, en especial ancianos, niños y mujeres que se habían ocultado en los rincones más profundos de las casas, algunos heridos y otros más o menos quemados dejando escapar terribles gritos. Otros, arrastrados desde una altura tan grande con las piedras, maderas y fuego, sufrieron, al caer, toda suerte de horrores, llenos de fracturas y despedazados. Y ni siquiera esto supuso el final de sus desgracias. En efecto, los encargados de la limpieza de las calles, al remover los escombros con hachas, machetes y picas, a fin de dejarlas transitables para las fuerzas de ataque, golpeaban unos, con las hachas y machetes y otros con la punta de las picas a los muertos y a los que todavía estaban vivos en los huecos del suelo, apartándolos como a la madera y las piedras y dándoles la vuelta con el hierro, y el hombre servía de relleno de los fosos. Algunos fueron arrojados de cabeza, y sus piernas, sobresaliendo del suelo, se agitaban con convulsiones durante mucho tiempo. Otros cayeron de pie con la cabeza por encima del nivel del suelo y los caballos, al pasar sobre ellos, les destrozaban la cara o el encéfalo, no por voluntad de sus jinetes, sino a causa de su prisa, puesto que tampoco los que limpiaban las calles hacían todo esto voluntariamente. Sin embargo, el esfuerzo de la guerra, la gloria de la victoria cercana, la premura del ejército, los ruidos confusos de heraldos y trompeteros, los tribunos y centuriones, al moverse de un lado para otro y atacar, volvían a todos frenéticos y despreocupados, a causa de su afán, por aquello que veían"
Apiano 128 - 129
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Se consumieron seis días y seis noches en las tareas de despejar los escombros de las tres calles con el objeto de dejar espacio suficiente para que el ejército y la maquinaria bélica pudiera maniobrar en el asalto final a la ciudadela de Birsa. Los soldados efectuaban los trabajos por turnos a fin de no caer en la fatiga por falta de sueño.
"Sólo Escipión aguantó de pie sin descansar y corrió de un lado para otro sin dormir, tomando la comida de cualquier forma mientras trabajaba, hasta que, cansado y relajado, se sentó sobre un lugar elevado a contemplar lo ocurrido"
Mucho quedaba aun por devastar y parecía que las tareas se prolongarían por largo tiempo; sin embargo, al séptimo día se presentaron ante Escipión unos suplicantes tocados con las coronas sagradas de Esculapio, cuyo templo (el Asclepieo) era el más famoso y rico de todos los que había en la ciudadela. Éstos, tomando de allí ramas de suplicantes, pidieron a Escipión que perdonara la vida únicamente a los que quisieran salir de Birsa sin oponer resistencia. Escipión prometió que así lo haría a excepción de cerca de 900 (ἐνακόσιοι) desertores romanos que allí había. De inmediato salieron 50.000 hombres y mujeres ● por una estrecha puerta abierta en el muro, a los que se les asignó una guardia. Sin embargo, los desertores romanos, perdidas las esperanzas de salvación, se refugiaron en el templo de Esculapio con Asdrúbal, su mujer y sus dos hijos varones.
● Orosio dice que, según la tradición, fueron 25.000 mujeres y 30.000 hombres:
nam fuisse mulierum XXV milia, uirorum XXX milia memoriae traditum est
IV 23, 3
Floro, en su epítome narra:
"Finalmente, ya todo perdido, se entregaron treinta y seis mil hombres"
I 31, 16
Nota: En varias traducciones de Apiano en castellano se lee:
"veinticinco mil hombres y mujeres"
Esto puede llevar a error. Siguiendo el texto original, lo correcto sería:
50.000 hombres y mujeres
μυριάδες πέντε ἀνδρῶν ἅμα καὶ γυναικῶν
"Sólo Escipión aguantó de pie sin descansar y corrió de un lado para otro sin dormir, tomando la comida de cualquier forma mientras trabajaba, hasta que, cansado y relajado, se sentó sobre un lugar elevado a contemplar lo ocurrido"
Mucho quedaba aun por devastar y parecía que las tareas se prolongarían por largo tiempo; sin embargo, al séptimo día se presentaron ante Escipión unos suplicantes tocados con las coronas sagradas de Esculapio, cuyo templo (el Asclepieo) era el más famoso y rico de todos los que había en la ciudadela. Éstos, tomando de allí ramas de suplicantes, pidieron a Escipión que perdonara la vida únicamente a los que quisieran salir de Birsa sin oponer resistencia. Escipión prometió que así lo haría a excepción de cerca de 900 (ἐνακόσιοι) desertores romanos que allí había. De inmediato salieron 50.000 hombres y mujeres ● por una estrecha puerta abierta en el muro, a los que se les asignó una guardia. Sin embargo, los desertores romanos, perdidas las esperanzas de salvación, se refugiaron en el templo de Esculapio con Asdrúbal, su mujer y sus dos hijos varones.
● Orosio dice que, según la tradición, fueron 25.000 mujeres y 30.000 hombres:
nam fuisse mulierum XXV milia, uirorum XXX milia memoriae traditum est
IV 23, 3
Floro, en su epítome narra:
"Finalmente, ya todo perdido, se entregaron treinta y seis mil hombres"
I 31, 16
Nota: En varias traducciones de Apiano en castellano se lee:
"veinticinco mil hombres y mujeres"
Esto puede llevar a error. Siguiendo el texto original, lo correcto sería:
50.000 hombres y mujeres
μυριάδες πέντε ἀνδρῶν ἅμα καὶ γυναικῶν
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Los desersotres romanos consiguieron en un principio defenderse con facilidad debido a lo ventajoso de la posición que habían tomado en el Asclepieo. Vencidos por el hambre, la falta de sueño, el miedo, la fatiga y la proximidad de la muerte, abandonaron el tejado y ocuparon una posición más baja.
Asdrúbal, escapó en secreto presentándose como suplicante y abrazó las rodillas de Escipión. El general, mirando a los presentes, exclamó:
«Ved la fortuna, hombres, cuán hábil es para ofrecer un escarmiento a los mortales más desconsiderados. Éste es Asdrúbal, el que, hace poco, rechazando nuestros muchos y amistosos ofrecimientos, decía que el sudario más hermoso es la patria envuelta en llamas voraces; vedlo con estas ínfulas, pidiéndome por su vida, con todas sus esperanzas depositadas en mí. Si nos lo ponemos ante la vista, ¿no vamos a entender que, por el hecho de ser hombres, no debemos ni hablar ni obrar soberbiamente?»
Algunos desertores avanzaron hasta el borde del templo y pidieron a los que peleaban en primera línea que retrocedieran un momento. Escipión ordenó a los suyos que se detuvieran, y los desertores empezaron a insultar a Asdrúbal, prendieron fuego al templo y se consumieron en él.
La mujer de Asdrúbal, llevada ante Escipión, cuando el fuego la iluminaba, se arregló como pudo en medio de una situación tan desastrosa y, colocándose junto a sus dos hijos, dijo, para que Escipión pudiera oírla:
«No existe contra ti motivo de venganza de parte de los dioses, romano, puesto que ejerciste el derecho de guerra, pero sobre ese Asdrúbal que se ha convertido en traidor de su patria, de sus templos, de mí y de mis hijos, ojalá que los dioses se tomen la venganza y tú junto con ellos»
A continuación, volviéndose hacia Asdrúbal, dijo:
«Oh tú, el más miserable, traidor y afeminado de entre los hombres, a mí y a mis hijos nos sepultará este fuego, pero tú, el caudillo de la gran Cartago, ¿a qué triunfo servirás de ornato?, ¿qué castigo no recibirás de ese a cuyos pies estás sentado?»
Después de decir estas palabras, degolló a sus hijos y se arrojó con sus cuerpos al fuego.
Asdrúbal, escapó en secreto presentándose como suplicante y abrazó las rodillas de Escipión. El general, mirando a los presentes, exclamó:
«Ved la fortuna, hombres, cuán hábil es para ofrecer un escarmiento a los mortales más desconsiderados. Éste es Asdrúbal, el que, hace poco, rechazando nuestros muchos y amistosos ofrecimientos, decía que el sudario más hermoso es la patria envuelta en llamas voraces; vedlo con estas ínfulas, pidiéndome por su vida, con todas sus esperanzas depositadas en mí. Si nos lo ponemos ante la vista, ¿no vamos a entender que, por el hecho de ser hombres, no debemos ni hablar ni obrar soberbiamente?»
Algunos desertores avanzaron hasta el borde del templo y pidieron a los que peleaban en primera línea que retrocedieran un momento. Escipión ordenó a los suyos que se detuvieran, y los desertores empezaron a insultar a Asdrúbal, prendieron fuego al templo y se consumieron en él.
La mujer de Asdrúbal, llevada ante Escipión, cuando el fuego la iluminaba, se arregló como pudo en medio de una situación tan desastrosa y, colocándose junto a sus dos hijos, dijo, para que Escipión pudiera oírla:
«No existe contra ti motivo de venganza de parte de los dioses, romano, puesto que ejerciste el derecho de guerra, pero sobre ese Asdrúbal que se ha convertido en traidor de su patria, de sus templos, de mí y de mis hijos, ojalá que los dioses se tomen la venganza y tú junto con ellos»
A continuación, volviéndose hacia Asdrúbal, dijo:
«Oh tú, el más miserable, traidor y afeminado de entre los hombres, a mí y a mis hijos nos sepultará este fuego, pero tú, el caudillo de la gran Cartago, ¿a qué triunfo servirás de ornato?, ¿qué castigo no recibirás de ese a cuyos pies estás sentado?»
Después de decir estas palabras, degolló a sus hijos y se arrojó con sus cuerpos al fuego.
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"Se volvió hacia mí, me cogió de la mano diestra, y exclamó: «Un momento glorioso, Polibio, pero no sé por qué temo y presiento que llegue la ocasión en que otro dé la misma orden contra nuestra patria». Sería difícil encontrar una declaración más sensata o más digna de un estadista. En efecto, el hecho de pensar, en medio de grandes éxitos y de la ruina del enemigo, en los problemas del propio país y en un posible vuelco de la situación, no olvidarse, en suma, de la fortuna en medio del triunfo, es propio de un hombre grande y cabal, digno de ser recordado"
Polibio XXXVIII, 21 Frag.
"Escipión contemplaba la ciudad muerta definitivamente, sumida en una destrucción total. Y entonces, cuentan, lloró y compadeció sin rebozo al enemigo. Luego se sumió en un mar de meditaciones y vio que la divinidad fomenta el cambio en ciudades, pueblos e imperios, igual que lo provoca en los hombres. Pues lo experimentó Ilion, ciudad feliz en otro tiempo, lo sufrió el imperio de los asirios, el de los medos y los persas, que en tiempos había sido formidable, e incluso Macedonia, cuyo esplendor era aún reciente. Y explican que entonces, ya porque se le escapara, ya de manera plenamente consciente, recitó estos versos:
Llegará un día en que la sagrada Ilion haya perecido, y Príamo, y el pueblo de Príamo, el óptimo lancero
Polibio le preguntó con franqueza, porque había sido su maestro, a qué aludía con aquellas palabras. Y Escipión contestó, sin ocultarlo, que se había referido claramente a Roma, su patria, pues temía por ella cuando consideraba los avatares humanos. Y Polibio, al oírlo, lo consignó por escrito"
Apiano, 132
"Escipión, una vez destruida Cartago, concedió a su ejército un número de días para que lo devastara todo a excepción del oro, la plata y las ofrendas de los templos. Después, otorgó numerosas recompensas a todos los que habían descollado por su heroísmo, salvo a los que violaron el santuario de Apolo. Envió a Roma la nave más rápida,: adornada con los despojos, como mensajera de la victoria. También envió a Sicilia la noticia de que podían venir y llevarse todas aquellas ofrendas que pudieran identificar como apresadas por los cartagineses en guerras anteriores. Este hecho, sobre todo, le atrajo el favor del pueblo como una persona que unía la clemencia con el poder. El resto del botín lo vendió y, ceñido con el cinturón de los sacrificios, él mismo quemó las armas, máquinas y naves inservibles como una ofrenda a Marte y Minerva, según la costumbre de su país"
Apiano, 133
Tras conquistar Cartago, Escipión envió el siguiente mensaje al senado:
«Cartago ha sido capturada. ¿Qué órdenes enviáis ahora?»
Se convocó una reunión del senado para tratar de lo que era necesario hacer. La facción a la que había pertenecido Catón expresaba la opinión de que era preciso destruir Cartago y eliminar a los cartagineses; en cambio, Escipión Nasica aconsejaba que se dejara sobrevivir a los cartagineses a pesar de todo, Con este motivo, la reunión desembocó en una gran discusión. El senado concluyó en destruir Cartago desde sus cimientos e incluso se decretó que se condenara a cualquiera que quisiera asentarse en ella; a la población de la ciudad se la reasentó en lugares dispersos de la región.
De los hombres capturados, los más fueron llevados a prisión y allí murieron, pero unos pocos fueron vendidos, aunque no los cargos principales. Éstos, Asdrúbal y Bitias, como rehenes, pasaron a vivir cada uno en un lugar distinto de Italia, bajo vigilancia militar, pero libres de cadenas.
~ Fin de la Tercera Guerra Púnica ~
Polibio XXXVIII, 21 Frag.
"Escipión contemplaba la ciudad muerta definitivamente, sumida en una destrucción total. Y entonces, cuentan, lloró y compadeció sin rebozo al enemigo. Luego se sumió en un mar de meditaciones y vio que la divinidad fomenta el cambio en ciudades, pueblos e imperios, igual que lo provoca en los hombres. Pues lo experimentó Ilion, ciudad feliz en otro tiempo, lo sufrió el imperio de los asirios, el de los medos y los persas, que en tiempos había sido formidable, e incluso Macedonia, cuyo esplendor era aún reciente. Y explican que entonces, ya porque se le escapara, ya de manera plenamente consciente, recitó estos versos:
Llegará un día en que la sagrada Ilion haya perecido, y Príamo, y el pueblo de Príamo, el óptimo lancero
Polibio le preguntó con franqueza, porque había sido su maestro, a qué aludía con aquellas palabras. Y Escipión contestó, sin ocultarlo, que se había referido claramente a Roma, su patria, pues temía por ella cuando consideraba los avatares humanos. Y Polibio, al oírlo, lo consignó por escrito"
Apiano, 132
"Escipión, una vez destruida Cartago, concedió a su ejército un número de días para que lo devastara todo a excepción del oro, la plata y las ofrendas de los templos. Después, otorgó numerosas recompensas a todos los que habían descollado por su heroísmo, salvo a los que violaron el santuario de Apolo. Envió a Roma la nave más rápida,: adornada con los despojos, como mensajera de la victoria. También envió a Sicilia la noticia de que podían venir y llevarse todas aquellas ofrendas que pudieran identificar como apresadas por los cartagineses en guerras anteriores. Este hecho, sobre todo, le atrajo el favor del pueblo como una persona que unía la clemencia con el poder. El resto del botín lo vendió y, ceñido con el cinturón de los sacrificios, él mismo quemó las armas, máquinas y naves inservibles como una ofrenda a Marte y Minerva, según la costumbre de su país"
Apiano, 133
Tras conquistar Cartago, Escipión envió el siguiente mensaje al senado:
«Cartago ha sido capturada. ¿Qué órdenes enviáis ahora?»
Se convocó una reunión del senado para tratar de lo que era necesario hacer. La facción a la que había pertenecido Catón expresaba la opinión de que era preciso destruir Cartago y eliminar a los cartagineses; en cambio, Escipión Nasica aconsejaba que se dejara sobrevivir a los cartagineses a pesar de todo, Con este motivo, la reunión desembocó en una gran discusión. El senado concluyó en destruir Cartago desde sus cimientos e incluso se decretó que se condenara a cualquiera que quisiera asentarse en ella; a la población de la ciudad se la reasentó en lugares dispersos de la región.
De los hombres capturados, los más fueron llevados a prisión y allí murieron, pero unos pocos fueron vendidos, aunque no los cargos principales. Éstos, Asdrúbal y Bitias, como rehenes, pasaron a vivir cada uno en un lugar distinto de Italia, bajo vigilancia militar, pero libres de cadenas.
~ Fin de la Tercera Guerra Púnica ~
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