Relatos batallas históricas

La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
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Condottiero
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Relatos batallas históricas

Mensaje por Condottiero »

Buen relato sobre ese gran triunfo de la propaganda francesa.

Derrota sí, pero no la gran derrota que nos venden... y que compramos con tan poco criterio.


Por el honor la vida, por el alma las dos.
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flanker33
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Relatos batallas históricas

Mensaje por flanker33 »

Hola a todos, posteo mi tercer relato, el cuarto del hilo, en este caso sobre el sitio de Pensacola en el año 1781, entre las tropas españolas y las inglesas en el nuevo mundo, en el contexto de la guerra anglo-españo de 1779 a 1783, dentro del más amplio marco de la guerra de independencia de los Estados Unidos, y los pactos de familia con Francia.
Una batalla muy importante para el devenir de los acontecimientos en América del Norte, y que sirvió a España para restaurar en parte los reveses sufridos pocos años atrás por los ingleses, como las derrotas en la Habana o Manila, y la perdida de la Florida.

La fuente principal que me ha servido para el relato ha sido el diario de operaciones de la campaña de Pensacola, que se puede encontrar aquí:

http://bibliotecadigital.aecid.es/bibli ... os_ocr.cmd

Poned “Pensacola” en el buscador y aparece. Quiero aclarar que veréis escrito en el relato “Havana” con v o “Panzacola” en lugar de Pensacola, y es por que así aparece en el diario original, y me ha parecido apropiado dejarlo así para que tenga un cierto regusto a antiguo.

Aunque ha sido la principal fuente no ha sido la única. Algunos enlaces para mostrar páginas que me han servido:

http://www.historiadeespananivelmedio.c ... glo-xviii/

http://amodelcastillo.blogspot.com.es/s ... date=false

http://rla.unc.edu/emas/local-gulf.html#Pens

Esta última de lo más interesante en cuanto a mapas de la época, y que sirven para hacerse una mejor idea de la campaña.

Además, algunos libros como:

-“Ejército y milicias en el mundo colonial americano” de Juan Marchena Fernández

-“El Sistema Defensivo Americano: Siglo XVIII” de María del Carmen Gómez Pérez

y varios artículos más pequeños también en internet.


Por la extensión del relato, de nuevo lo dividiré en dos mensajes. Espero que les guste.

Un saludo.


"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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flanker33
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Relatos batallas históricas

Mensaje por flanker33 »

Diario personal de Mateo Arnal.

En La Havana, a 27 de febrero de 1781.

No sé muy bien cómo hacer esto. Es el primer diario que escribo, pero sé que los grandes hombres, exploradores y aventureros siempre escriben uno. Y aunque no sé cómo hacerlo, lo que sí sé, es que hoy es el momento indicado para iniciarlo. ¡Mañana por fin es el gran día! Tras unas jornadas de espera por el mal tiempo, nos han informado que al alba zarparemos y dará comienza el inicio de una aventura, de una campaña militar que me alejará de esta isla, calurosa y aburrida, y me pondrá a prueba como hombre y como soldado, en las tierras de América del Norte, de las que tanto se habla y se promete últimamente.

Llevamos ya unos días embarcados, pero hasta ahora no había tenido tiempo, siempre nos tienen de aquí para allá trajinando quehaceres en el barco. Ahora todos los compañeros de armas y marineros, menos los que montan guardia, duermen profundamente. Yo no puedo, los nervios son demasiados, y ahora que gozo de un poco de tranquilidad, a la luz de un pequeño candil me he aventurado a comenzar este diario, creo que es un buen momento.

Quizás deba presentarme, aunque no estoy seguro de que esto lo deban leer otras personas, por lo que me parece un poco tonto que me presente en un diario que solo yo voy a leer. Pero es bien cierto, que los diarios de algunos grandes hombres se han publicado tras su muerte y han servido mucho a la gente culta que quería saber sobre la persona y sus hazañas. Así que yo no he de ser menos, y aunque ahora sea un don nadie, estoy convencido que el futuro me depara grandes cosas por vivir y hazañas por hacer. Quizás un día sea alguien del cual se estudien sus ires y devenires a lo largo de toda su vida.
Pues bien, ha de saberse entonces que mi nombre es Mateo Arnal, hijo de Fernando y Luisa, y aunque nací en la madre patria, en un pueblecito cerca de las montañas del Pirineo al norte de Huesca, vine a esta isla de Cuba con mis padres siendo un tierno infante, por lo que no tengo recuerdos de aquella tierra que me vio nacer, y a la que no sé si algún día he de volver. Me cuentan que nací en 1763, año que será recordado por la mala cosecha, que se repetiría de nuevo en 1766, produciéndose gran escasez y revueltas en tierras aragonesas. Mis padres, maestro rural él, ama de casa ella, ante el peligro y la falta de oportunidades, salieron de su casa en busca de un nuevo destino, y atraídos por el nuevo mundo, se embarcaron conmigo hacia Cuba ese mismo año.

En la isla, y más concretamente en La Havana me crie de chico. Me cuidaron lo mejor que pudieron, y aunque mi padre pudo encontrar trabajo dando clases a hijos de algunas familias de mercaderes y comerciantes de la ciudad, famosos por su poca generosidad, la vida no es nunca fácil en esta isla para gente como nosotros. Algunas temporadas pasamos hambre cuando a mi padre le faltó el trabajo. Mi madre ayudaba como podía, pero tras la muerte de mi hermano pequeño a los pocos meses de nacer, le hizo caer en una mal de ánimo que deterioró seriamente su salud. Cuando volvió a quedar encinta pareció recobrar la alegría, pero la pobre fue muy desdichada y perdió el bebe antes de que naciera. Al poco cogió unas fiebres terribles y pese a los esfuerzos de mi padre por que los médicos la curasen, finalmente su débil cuerpo no soportó más la enfermedad y el dolor, y pasó a mejor vida cuando yo apenas contaba nueve años de edad.

A partir de entonces nos quedamos solos. Por aquella época, mi señor padre ya me había enseñado a leer y escribir, además de las cuentas básicas, la suma y la resta, con lo que estaba por encima de la mayoría de los muchachos de mi edad y también de muchos mayores. Aparte de aquellas enseñanzas, no tuve otra formación, ya que tuve que ponerme a trabajar donde se podía para aportar comida a la familia. Aun así, y pese a los tremendos infortunios familiares, la vida seguía y tuve que sobreponerme, y ya desde bien pequeño supe apañármelas por mí mismo. Siempre he sido persona animosa y he tratado de luchar contra las adversidades. Cuando no estaba trabajando, salía a jugar con otros mozalbetes de la cuadra, pero también me gustaba y me gusta, leer, principalmente libros de aventuras en lugares lejanos y exóticos, de exploradores y hazañas de grandes figuras del pasado. Las gestas de Don Pelayo contra los moros, las aventuras de El Cid, las exploraciones de Colón o las conquistas de Pizarro, siempre he soñado con parecerme a ellos, descubrir nuevas tierras, conocer a hombres primitivos y vivir mil aventuras. Por eso estoy tan emocionado esta noche. Parece como si mi sueño fuese a hacerse realidad. Pero me estoy adelantando.

Como decía, pasaron los años, y a los dieciséis, por medio de un oficial del ejército al que conocía mi padre por haber dado clases a sus hijos, ingresé en el ejército de Su Majestad mediante una leva voluntaria al haberse declarado la guerra a los ingleses poco antes. Primero me incorporé al Regimiento fijo de La Havana, pero no tardaron en darse cuenta los mandos que mis conocimientos y aptitudes podían servir mejor a Su Católica Majestad en una de las dos compañías del Real Cuerpo de Artillería que hay en la isla, y allí fui trasladado. Los artilleros deben saber leer, escribir, contar y mostrar cierta desenvoltura e ingenio, así que yo encajaba perfectamente. Me formé en todos los puestos de sirviente de una pieza, pero finalmente me dejaron como ayudante del cabo que apunta la pieza, hasta que hace unas semanas he ocupado yo mismo ese puesto. Es mi primer ascenso y confieso que estoy emocionado. Pero también he de decir que no es la milicia mi último objetivo. Aquí tengo un alojamiento, aun lúgubre y cochambroso, y comida, un rancho siempre escaso y más malo que bueno desde luego, pero que acostumbrado como estoy a las penurias de la vida, no son ni mejor ni peor que lo que había vivido hasta la fecha. También un sueldo muy corto, que apenas me alcanza para mis pocos vicios, que se reducen a algún vaso de vino con los amigos y a apostar a los naipes de vez en cuando, por muy prohibido que esté en el cuartel. La vida como soldado es dura, y más para los soldados rasos, en eso no voy a mentir, pero es un primer paso para lograr mi sueño de explorar y recorrer el mundo, y como tal lo acepto.

Estaba ahorrando algo para conseguir un pasaje para Luisiana, y de allí a donde el destino me llevara en esos inhóspitos territorios del norte en cuanto me licenciara, pero ahora parece que Su Majestad me va a proporcionar el viaje gratis. No será un viaje de placer, claro, pero si ganamos a los perros ingleses, y me lleno de honores en el campo de batalla, podría pedir destino en las fuerzas del Rey en esos dominios de la Corona, con lo que estaría más cerca de mis sueños. Si no, cuando terminen los tres años de servicio, llegará mi momento. Todavía soy joven. Mi señor padre me ha dado su bendición, ya que me conoce y sabe lo que quiero desde chico. Nos duele separarnos, ya que solo nos tenemos el uno al otro, pero sabe que es por mi bien.

Creo que por hoy ya he escrito bastante…no tengo costumbre y me duele la mano. Tengo que dormir algo para estar en condiciones y afrontar el viaje a través del mar, que según dicen es muy movido. No lo sé, desde que tengo uso de razón no he viajado en barco más allá de algún paseo en barquichuela. Creo que no será lo mismo.


En el mar Caribe, a 28 de febrero de 1781.

Hoy ha sido un día duro. No nos han dejado parar. Hemos estado haciendo cosas todo el día, sobre todo bajo cubierta. Repasar las ataduras de los cañones para que no se balanceen, cambiar de sitio la munición porque según el capitán del buque no estaba en lugar adecuado, fregar la cubierta, recibir explicaciones sobre lo que tenemos que hacer en caso de que el barco se hunda, Dios no lo quiera, porque se me olvidó decir que no sé nadar. En definitiva, no hemos tenido ni un rato de descanso hasta el anochecer. Pero a pesar de eso, estoy contento, el viento nos acompaña y ya hace mucho que perdimos de vista el puerto de La Havana.

Ahora que tengo un rato después de cenar algo, por cierto, el rancho aquí es asqueroso, escribo de nuevo estas líneas para seguir contando un poco como va el viaje y lo que se espera de nosotros en la campaña que está por venir. He de decir que esta es la segunda expedición de nuestro general, Don Bernardo de Gálvez, en el intento de tomar la plaza inglesa de Panzacola, en la Florida Occidental. La anterior tuvo lugar en el otoño pasado, y ni tan siquiera llegaron a tocar tierra cerca de su destino, al dispersar la flota el mal estado del mar. Pero nuestro animoso comandante, bien joven él para tener tan alto mando, no ha cejado en el empeño hasta conseguir de nuevo que se ponga bajo su mando una nueva flota de invasión.

No sé cuántos soldados y marineros somos, pero he contado más de treinta barcos esta mañana, y entre ellos, el imponente navío insignia “San Ramón” con sus sesenta y cuatro cañones. De La Havana hemos zarpado soldados de varios regimientos y compañías, pero no somos los únicos. Nuestro sargento dice que se nos unirán tropas procedentes de Luisiana y Mobila, así que esos herejes van a tener rezar todo lo que sepan y más, porque los soldados españoles vamos a por ellos.

También debo decir que esto de navegar no es tan malo. Sí, se mueve un poco el barco, pero no es para tanto. Lo voy sobrellevando bastante bien. Ahora voy a descansar, que ha sido un día duro.


En el mar Caribe, a 2 de marzo de 1781.

Virgencita mía, que mal me encuentro…llevo dos días vomitando y con el estómago del revés. Ayer no pude escribir nada y hoy a duras penas. Ahora entiendo porque dicen que hay que valer para ser marinero…yo no valgo, estoy convencido. Mis aventuras irán por tierra de seguro.
Todavía resuenan en mis oídos las carcajadas de los marineros del barco. Dicen que somos unos blandengues, que esto no es nada, solo una ligera brisa, que teníamos que ver los huracanes a los que se han enfrentado. Exageran, seguro que exageran, no puede ser mucho peor que esto o las personas normales morirían, seguro.

Por lo menos no nos hacen trabajar tanto…mierda, me vino otra arcada. Mejor lo dejo por hoy.


En el mar Caribe, a 5 de marzo de 1781.

Ya estoy mejor. He podido cenar algo esta noche, porque ya llevaba cuatro días con el estómago vacío y echando los hígados por la boca. Parece mentira, pero creo que me estoy acostumbrando a esto de navegar. Al final no va a ser tan malo, aunque rezo cada noche para que lleguemos pronto a tierra firme.

Ayer por la mañana, la flota se detuvo y según dicen, hubo una reunión de los jefes militares en el navío Comandante. Como siempre, los soldados no tenemos ni idea de que hablaron. Ya nos lo dirán cuando llegue el momento. Después se avistaron algunos barcos desconocidos, y se les persiguió hasta el anochecer. Al final nada de nada. Bueno, que yo sepa. Esta tarde se ha incorporado otro barco a la escuadra, el “Galvezton” aseguran que se llama, y es el bergantín personal de nuestro Comandante, el General Gálvez, del que dicen que se ha trasladado a él.

Nosotros seguimos trabajando lo que podemos, ya que la mayoría parece que estamos mejor, y como el mar está más calmado, lo vamos sobrellevando. Dicen que ya no queda mucho para avistar tierra firme. Eso espero, por el Amor de Dios…


En el mar Caribe, a 8 de marzo de 1781.

Dicen que llegaremos a Panzacola muy pronto. Lo más destacable en la jornada de hoy ha sido ver como un marinero del barco, que seguramente se había pasado con el ron, ha caído al mar. El capitán ha estado a punto de dejarlo allí cuando se ha enterado de quien era, ya que por lo visto la fama le precede, pero al final ha arriado un bote y lo ha recogido. Ni que decir tiene que el contramaestre segundo lo ha molido a palos después .Nos hemos retrasado algo por todo ello.

También he ganado algunos buenos reales jugando a los naipes, a un juego que se conoce por la escoba de quince, y al bueno de Salvador Figueroa no le ha gustado nada. Que se joda. Es buena gente, pero tiene mal perder. Si no saber perder, mejor no te metas en estas lides. En fin, mañana será otro día. A ver si vemos tierra de una puñetera vez.


En el mar Caribe, a 9 de marzo de 1781.

Hoy está siendo un día muy entretenido. Por fin, al amanecer hemos avistado tierra, la isla de Santa Rosa en la entrada a la bahía de Panzacola. Un gran regocijo se ha extendido entre los que en el barco nos encontramos y somos de tierra firme. A los marineros se les nota un poco fastidiados, quizás porque ya no puedan seguir burlándose de nosotros.

A mediodía se llamó a la orden y se previno a todos los soldados para estar prestos a desembarcar. Primero ira la infantería, granaderos y cazadores. Luego la de línea y la artillería cuando el General lo considere oportuno. A partir de ese momento, nos hemos liado la manta a la cabeza y hemos dejado las piezas, la munición y todo el tren de artillería que hay en este barco listo para desembarcarse cuando se nos dé la orden. Todo eso nos ha llevado la tarde entera. Ahora esperamos a verlas venir.

A toque de oración hemos fondeado a distancia de cañón de la costa, a unas tres leguas de la entrada a la bahía, y poco después hemos visto como las lanchas con la infantería y con el General a la cabeza, se dirigían a la costa. Desde aquí, y debido a la oscuridad no hemos visto nada más, aunque debe haber ido bien la cosa, porque no se ha oído ni un solo tiro. Ahora llevamos ya un rato que no sucede nada, tan solo el trasiego de las lanchas desde los barcos a la costa, así que dejaré el diario aquí y mañana seguiré escribiendo.


En la Isla de Santa Rosa, a 11 de marzo de 1781

De nuevo puedo volver a escribir unos renglones. Ayer y hoy han sido días muy duros, pero también emocionantes. Volveré a donde deje la última entrada. El desembarco en Santa Rosa por parte de la infantería fue estupendamente, y al alba del día diez ya habían tomado lo que quedaba del puesto inglés que había sido abandonado, en punta Sigüenza, justo enfrente del fuerte enemigo de Las Barrancas Coloradas, y que son los dos puntos que dan entrada a la bahía de Panzacola.

Por la mañana, fondeó la escuadra más cerca de dicha entrada, y por la tarde anduvo el General Gálvez reconociendo la zona, antes de mandar desembarcar una batería de dos cañones de a veinticuatro, dos de a ocho y cuatro de a cuatro libras cada uno, con su correspondiente munición. Como puede imaginarse, todo fue de prisa y a la carrera, como siempre, pero ya estamos acostumbrados. Nos llevó toda la tarde, la noche y la mañana del hoy, día 11. Huelga decir que el mover esos enormes cañones de bronce y hierro, con sus correspondientes afustes y todo el material asociado al tren de artillería, conlleva una enorme cantidad de esfuerzo, y tanto el desembarco como el movimiento hasta su destino ha sido lento y trabajoso.

Pero al fin, a primera hora de la tarde se ha formado una batería a barbeta con los dos cañones de a 24, frente a Las Barrancas, para comenzar a ofender a una de las fragatas de esos piratas ingleses que todavía tenía la osadía de navegar por la bahía. He tenido la suerte de formar parte de la dotación de una de esas piezas, y aunque no hemos atinado a la nave enemiga, ella tampoco nos han inquietado, y al final ha tenido que retirarse a una distancia prudencial.

A la vez que espantábamos al buque inglés, nuestra escuadra se aprestaba a cruzar el canal y realizar la entrada en la bahía. El primero de nuestros barcos ha sido el “San Ramón”, pero al poco ha embarrancado y se ha escorado un poco. Al momento de escribir estas líneas, ya noche cerrada, el buque sigue allí, y aunque a salvo de los cañones de Las Barrancas, no es buena cosa que el gran navío quede allí inmovilizado. La situación no está clara, y no sabemos si el resto de la escuadra intentará entrar en la bahía o no y que pasará con el “San Ramón”. Supongo que mañana lo sabremos. Por hoy es todo.

En la Isla de Santa Rosa, a 12 de marzo de 1781

Al fin pudo el “San Ramón” volver a navegar y se reunió con la escuadra al amanecer, tras toda la noche intentando sacar el navío de donde había quedado varado. Para extrañeza de los espectadores como nosotros, no se ha producido ningún nuevo intento de atravesar el canal.

Por la mañana temprano apareció el General Gálvez por aquí. Quería supervisar los trabajos de la colocación de cuatro nuevos cañones de a veinticuatro libras en otra batería cercana a la nuestra, lo cual se estaba haciendo en aquel mismo momento y que quedarían en posición a medio día. Me ha gustado ver a nuestro General tan de cerca. Es joven y enérgico, sin duda, y sabe lo que quiere y cómo hacerlo, pero también se ha mostrado cercano y amable con nosotros, simples soldados. No ha estado mucho tiempo, pero se agradece la visita. Al final el capitán nos ha felicitado y nos ha dicho que el General ha quedado muy contento de nuestro trabajo. Siempre es agradable que le reconozcan a uno su labor.

Además de los nuevos cañones, se están desembarcando muchos víveres de los barcos. Los que vienen desde la escuadra, dicen que es por si sorprende a la flota un temporal y se ven obligados a abandonar el lugar, para que el ejército pueda subsistir hasta que vuelvan. La verdad es que no es muy esperanzador. No entiendo mucho del mar como ya he escrito en estas páginas, pero no hace falta ser muy listo para ver que dentro de la bahía no existe tanto riesgo, así que no entiendo por qué la escuadra no intenta de nuevo cruzar el canal, a no ser que no haya la profundidad suficiente, pero se hace extraño, viendo navegar por ella algunos barcos herejes que han debido entrar de alguna manera.


En la Isla de Santa Rosa, a 14 de marzo de 1781

Ayer no escribí nada. Poco había que contar. La situación, tras unos días de mucha actividad y novedades, se ha tornado aburrida. Han seguido llegando víveres y pertrechos, pero la escuadra sigue fondeada sin moverse. Se ha extendido el rumor que hay desavenencia entre los mandos, y que parece que los comandantes de la escuadra se niegan a obedecer al General Gálvez, dicen que es muy peligroso para sus barcos volver a intentar cruzar el canal. De ser así sería cosa muy seria. No sé cuál será la pena por desobedecer la orden de un General para un comandante de un barco, pero no creo que sea como la de un simple soldado o marinero. Algunos dicen que la escuadra quiere regresar a La Havana y librarnos aquí a nuestra suerte. He aprendido a no creerme ni la mitad de lo que se rumorea o se dice entre la tropa, así que no estoy asustado.

Hoy el mar ha estado más movido. Menos mal que ya no estamos embarcados. Apenas hemos cruzado algunos cañonazos con esos piratas ingleses, ya no se atreven a asomar sus feas velas por aquí. Por lo demás, Figueroa me ha ganado limpiamente en los naipes todo con lo que me hice el otro día en el barco. Yo al menos tengo buen perder, solo lo maldije un centenar de veces. Y aunque no sé si es correcto escribir esto aquí, la verdad es que estaba un poco borracho. El vino de la bota que había pasado el sargento era muy peleón. Cuando esté sereno volveré a limpiar a ese muchacho.


En la Isla de Santa Rosa, a 15 de marzo de 1781

Anoche estuvo la “Galvezton” entrando y saliendo en el canal, seguramente estaba comprobando la profundidad. Hoy la mar ha estado muy mal, y las lanchas apenas han podido seguir desembarcando suministros, algunas verduras y carne salada sobre todo.

A primera hora de la tarde acabamos con la colocación en nuestra batería de dos nuevos cañones de a ocho pulgadas, y a esa misma hora, poco más o menos, vimos una urca navegando entre medias de las dos fragatas herejes por la bahía, pero se cuidaron mucho de ponerse al alcance de nuestros cañones.

Al atardecer hemos tenido la visita de unos granaderos del regimiento de Navarra, ociosos y que no tenían otra cosa que curiosidad por el fuerte enemigo al otro lado del canal, y de si les habíamos dado fuerte. Son tipos grandes, fornidos y muchos llevan bigotes. Además, se nota que no son de Cuba, están todavía medio en leche a pesar del tiempo que llevan aquí, pero mejor no se lo digo, no se vayan a enfadar, y no parecen tener buen encaje. Un tal José Arreda, de Tudela, se las ha tenido con Figueroa. Este muchacho tiene la lengua un poco larga, y cualquier día le va a costar un disgusto. Al final han hecho las paces y tan amigos.


En la Isla de Santa Rosa, a 18 de marzo de 1781

Tras unos días de poca actividad, hoy ha sido una jornada memorable. Al final parece que los rumores sobre las malas relaciones entre el General y los mandos de la escuadra eran ciertos. Esta tarde pasadas las dos y media, se embarcó el General en el “Galvezton”, que se hallaba fondeado en la bocana del canal, y junto a una balandra y dos lanchas cañoneras que se encuentran bajo su mando directo, han navegado hacia el canal de entrada a la bahía de Panzacola, izando el estandarte de General en su barco.
Los perros británicos han intentado cañonear a nuestras naves, pero a pesar de que alguno de sus disparos ha traspasado velas y jarcias, sobre todo del “Galvezton”, como era lógico al ver la insignia que enarbolaba, no se observaban daños de importancia y creemos que tampoco desgracias personales. Me siento contento de haber podido presenciar el acontecimiento. Allí estábamos oficiales, artilleros y soldados, todos animando, aplaudiendo y dando vivas al General, mostrando la inclinación que su ejército le tiene. Era algo digno de verse. Seguro que este día se contará en los libros de historia de nuestra patria, y yo he tenido la fortuna de presenciarlo y de haber podido ver de cerca a tan gran hombre.

De momento el resto de la escuadra sigue sin moverse de su fondeadero. No sabemos cómo no se les cae la cara de vergüenza. Ahora me gustaría ver a esos marineros tan orgullosos, porque no siguen a nuestro General, del ejército, que les ha mostrado el camino y como se hacen las cosas incluso en la mar. Hay quien dice que el enfado del comandante de la escuadra es monumental, otros que el resto de los barcos regresarán a Cuba y otros que a ver qué pasa mañana. Yo estoy con estos últimos, porque esta noche no creo que intente entrar en la bahía. Habrá que esperar, como siempre. Mañana seguiré escribiendo si hay novedades.


En la Isla de Santa Rosa, a 19 de marzo de 1781

Por fin se han decidido los estos jodidos marineros a seguir a nuestro gran General. Ha sido también a las dos de la tarde poco más o menos, cuando el resto de los barcos de la escuadra han cruzado el canal y entrado en la bahía de Panzacola. No han tardado ni una hora, y pese al fuerte cañoneo desde el fuerte Barrancas, no se observaron grandes destrozos o pérdidas en nuestras naves. Bueno, he dicho que cruzaron todos los barcos, pero no, el “San Ramón”, con el comandante de la escuadra a bordo se ha quedado fuera de la bahía.

Parece que al final el ejemplo del General Gálvez ha estimulado al resto de los comandantes, y han determinado que debían seguirlo en su empeño. Al menos han salvado la honra. Ahora solo queda ponerse manos a la obra y comenzar las labores de sitio de la plaza inglesa. Veremos a ver cuánto aguantan estos piratas.


En la Isla de Santa Rosa, a 21 de marzo de 1781

Ayer el Capitán nos concedió un rato de permiso y unos cuantos de nosotros marchamos a investigar. Fuimos a parar al campamento de los granaderos que nos habían visitado días atrás. Allí estuvimos hablando con ellos e intercambiando rumores, como siempre. El tal Arreda apareció y nos hizo de guía. Es algo mayor que la mayoría, pero parece buen hombre, aunque no hay que llevarle demasiado la contraria que entonces se emponzoña. Andaban también por allí también algunos irlandeses del Regimiento Hibernia, con sus casacas rojas y sus tricornios negros. Los pobres, con esa piel tan blanca, con esos ojos tan claros y esos cabellos y bigotes tan pelirrojos, están poniéndose demasiado colorados con el sol del Caribe, algunos parecen cangrejos y otros ya sufren quemaduras, aun así van a pecho descubierto cuando se lo permiten.

Un tal Thomas O´Dali que es el que mejor habla español de todos ellos y parece muy veterano, ha discutido con nosotros sobre cuál es la mejor táctica para rendir la plaza de los ingleses como si fuera un gran estratega. Muchos se han reído de él, pero yo he preferido escuchar. Soy joven y tengo que aprender mucho, no voy a ser tan orgulloso como muchos de estos muchachos que creen saberlo todo con apenas diecinueve o veinte años. Al final nos hemos quedado charlando él y yo solos, mientras los demás seguían dando vueltas por el campamento. Le he preguntado por como son los ingleses y como luchan, por qué salió de su isla y por qué sirve a otro país que no es el suyo, y muchas más cosas. De todas me dio cumplida respuesta, y quede muy satisfecho. Nos hemos despedidos dándonos la mano como si fuéramos amigos de toda la vida. Gente sana estos irlandeses me han parecido.

Cuando ya nos íbamos a nuestra batería, vimos como ardía un edificio cerca de la ciudad de Panzacola, y luego algunos de nuestros barcos se acercaban y lanzaron algunas andanadas en esa misma zona. A lo mejor habían comenzado ya las hostilidades, pero la verdad es que luego volvió la calma para el resto del día.

Hoy ha sucedido una cosa extraña. El General ha mandado formar en batalla a la tropa para que situándose donde pudiera ser vista por un representante inglés, han quedado allí un rato como para pasar revista. Algunos dicen que es para asustar a los ingleses, otros que es por cortesía. Yo no lo sé, solo que me ha parecido extraño. Por lo demás, parece que se ha establecido contacto con el comandante de los herejes para establecer las pautas y las cortesías que van a servir durante los combates. Ya veremos si sirve de algo. Estos piratas no tienen fama de respetar su palabra.
Hace unos minutos hemos visto arder varias casas inmediatas al fuerte Barrancas, y nosotros no hemos sido, así que han debido de ser ellos mismos. Que cosas tan extrañas tiene la guerra.
Por hoy nada más.


En la Isla de Santa Rosa, a 23 de marzo de 1781

Ayer día veintidós, por la mañana apareció el Coronel Ezpeleta con las tropas llegadas desde Mobila en la orilla opuesta a la isla, ya dentro de la bahía. No se hizo esperar nuestro General, que se acercó personalmente a darles la bienvenida con varios centenares de hombres para reforzarlos, y que los recién llegados pudieran descansar algo. Al atardecer volvieron a entrar en la bahía el paquebote y las lanchas que se habían marchado a proteger y facilitar el paso del rio de los Perdidos al oeste de Fuerte Barrancas, a los hombres de Ezpeleta. Con estos soldados y sus armas, tenemos un buen refuerzo.
Desde esta mañana temprano se han apresurado los trabajos para llevar a tierra firme hombres, cañones, tiendas y munición, hasta donde se encuentra el Coronel Ezpeleta con su tropa. También por la mañana se han avistado velas en el horizonte. Era el convoy de Nueva Orleans que llega con refuerzos. Si yo fuera un maldito inglés, me estaría cagando en los pantalones. Se está armando un ejército muy fuerte, y es como para estar orgulloso. El convoy ha cruzado el canal hacia las 4 de la tarde bajo el fuego de las baterías enemigas, pero nada, no han logrado nada en absoluto. Conté dieciséis barcos. Todos a salvo.

Se ha dado la orden de que para mañana la tropa, alguna artillería y numerosos suministros de aquí, en la isla, junto a la tropa embarcada recién llegada, estén dispuestas para pasar a tierra firme donde los de Mobila están acampados. De momento mi batería y yo nos quedamos en la isla. Me fastidia que me pueda perder la lucha, pero un buen soldado ha de obedecer las órdenes.
La verdad es que le estoy cogiendo el gusto a esto de escribir un diario, que además me sirve como crónica de la campaña. Mañana más.


En la Isla de Santa Rosa, a 26 de marzo de 1781

Desde que se marcharon las tropas a tierra firme, los días pasan más despacio. Perdón, me estoy adelantando. El día 24 se produjo el embarque y el paso de los soldados y pertrechos de la isla hasta el otro lado de la bahía, así como el de los refuerzos embarcados. Allí, con las banderas del Regimiento de Navarra o del Hibernia, partían nuestros nuevos amigos, listos para reñir con los herejes. Todos llegaron sin novedad al paraje donde acampaba el resto del ejército, listos para comenzar las obras del sitio de Panzacola y los fuertes ingleses que protegían la ciudad. Tan solo unos pocos hemos quedado en la isla, casi todos soldados de infantería y unos pocos artilleros ocupando una batería en punta Sigüenza, como hemos hecho desde que llegamos aquí.

Tenemos algo de conocimiento de lo que pasa allá gracias a un correo que va y viene en barca entre la isla y el campo del ejército para los más diversos menesteres. Hoy apareció por aquí y nos puso un poco al día. Por lo visto dos marinos ingleses de Barrancas desertaron ayer y le contaron al General la fuerza y el estado del Fuerte. También que ha habido encuentros con los indios, causando algunas desgracias fatales entre los nuestros. Serían las primeras de toda la campaña, si no estoy mal informado, y han causado tristeza entre nuestras fuerzas. Ha sido un mal día, pero así es la guerra por desgracia. Esos malditos salvajes son de lo peor. No los he visto ni he tenido contacto con ellos, pero nos han contado todo tipo de historias de su crueldad y malos modos. Que tengan cuidado ahora, que como cojan a alguno, según decían los soldados, lo van a pasar muy mal.

Hoy se ha puesto en marcha el ejército para acercarse a la plaza, reconocer la zona más cercana a la misma y dar un escarmiento a los salvajes. Por desgracia ha habido una terrible tragedia y en la oscuridad, en la espesura de los bosques, dos grupos de españoles se han creído que eran el enemigo, y se han disparado entre ellos, produciéndose algunos muertos y heridos más. Una gran desgracia…pero así es esto. Algunos dicen aquí que es un mal augurio, pero yo no, no soy supersticioso. Aunque ya llevamos aquí más de dos semanas, esto acaba de comenzar, y a saber cuánto estaremos. Seguro que va a haber más muertos en nuestras filas, solo tenemos que asegurarnos que los de los perros ingleses sean mayores…y claro, el que no me encuentre yo entre los desdichados que sean muertos o heridos.


En la Isla de Santa Rosa, a 29 de marzo de 1781

Estos días han servido al General para reconocer otra boquilla de mar más cercana a la plaza de Panzacola, con vistas de establecerse allí el ejército. Nuestras tropas han seguido siendo hostigadas por los indios, tanto en emboscadas a las columnas de marcha como en ataques al campamento. Se han tenido que desembarcar algunos cañones para dar metralla a esos salvajes si volvían. Y no se hicieron esperar, ya que ayer por la tarde una multitud de indios hizo su aparición, pero entre los cañones y las milicias blancas y de color de Nueva Orleans que salieron a su encuentro, se llevaron lo suyo esos salvajes. Pero son insistentes como las moscas en verano, y por la noche volvieron a fastidiar al campamento, haciendo de nuevo algunas bajas entre los nuestros.

Por lo demás, hoy parece que el ejército ha recibido órdenes de prepararse para ocupar la boquilla cercana a la plaza inglesa como nuevo campamento. Seguramente la maniobra se realizará mañana. Parte de la escuadra cargaba material de tierra firme, para moverlo por mar al ser mucho más fácil su traslado por esta vía que por tierra. Dicen que el terreno es muy boscoso e intrincado, además de húmedo e incluso fangoso en algunos lugares.

Nosotros seguimos aquí, vigilantes de Fuerte Barrancas y de si alguna embarcación inglesa intenta entrar o salir por el canal. Como no pasa nada, estamos aburridos y ociosos, pese al empeño de los oficiales de que estemos ocupados en menesteres relativos a la vida militar.

He tenido tiempo de releer este diario, y me he dado cuenta que estoy haciendo más un diario de la campaña que de mi vida y pensamientos. Pero como ya dije en la primera entrada, no sé muy bien cómo se escribe un diario. De momento me parece interesante y digno de plasmarse lo que aquí acontece, y que de una u otra forma estoy viviendo. Aun así, trataré de escribir algo más sobre mis pensamientos y vivencias. Pero hoy no...mañana.


En la Isla de Santa Rosa, a 30 de marzo de 1781

En la isla sigue todo tan aburrido como de costumbre, pero en tierra firme, la situación se ha puesto fiera. Esta noche, al calor de una hoguera y con la bota de vino corriendo, el suboficial que hace de correo nos ha relatado como está la cosa. Aún de madrugada, y con el General a la cabeza, una columna de un millar de hombres ha avanzado para ocupar la playa de la boquilla de mar que tiene reservada para el ejército. Se las han visto con una partida de indios que esperaban emboscarlos, pero a los que han puesto en fuga mediante fuego de cañón… ¡cuánto me hubiese gustado estar allí y poder disparar a esos salvajes!

Por la mañana han ocupado la playa enemiga sin oposición, y que distaba tan solo un tiro largo de cañón del fuerte enemigo, que se llama Fuerte Jorge por lo visto. Entonces se dio aviso para que el Coronel Ezpeleta embarcase y se dirigiera a la playa con el resto de sus hombres a formar el nuevo campo, lo que se ha finalizado sobre la una del mediodía. Por la tarde, un gran número de indios, a los que se han unido algunas tropas ingleses salidas del fuerte, con algunos cañones incluidos haciendo fuego a bala rasa, se han dedicado a ofender el campo español. Pero nuestro General, con gran arrojo, ha contraatacado con algunas compañías y fuego de artillería, puniendo en fuga tanto a los salvajes como a los herejes que han vuelto corriendo a esconderse en el fuerte.

Cuando todo se ha calmado, se ha atrincherado el ejército y se han desembarcado algunas piezas más de artillería para reforzar la posición. En este día no pudieron evitarse algunos muertos y heridos, entre ellos, incluso un Coronel, el del Regimiento del Rey según dicen, pero los ingleses ya saben que vamos en serio y que estamos a sus puertas. Ahora solo toca preparar el sitio y esperar a que se rindan estos malditos piratas.

A veces tengo sensaciones opuestas. Tan pronto estoy entusiasmado por lo que nos cuentan cómo van las cosas en la campaña, y luego al rato, cuando pienso un poco, estoy pesaroso por algunos acontecimientos y sobre todo, por la suerte que puedo correr. Me gusta la idea de estar en la batalla y cubrirme de gloria, pero temo que una bala enemiga me deje lisiado, o un indio me corte la cabellera tras haberme clavado su hacha. Debo controlarme, porque aparte de unos cuantos cañonazos contra un enemigo que no llegó a inquietarnos cuando intercambiamos fuego con los barcos ingleses, no he visto la muerte de cerca, y si finalmente llega el momento de entrar en un combate serio…espero no salir corriendo…bueno, esto creo que no lo debería haber escrito. Esto sí que no lo dejaré que lo lea nadie. Cuando salga bien librado del primer combate, lo tacharé para que se vea que no he tenido miedo ni dudas.


Cerca de Panzacola, a 3 de abril de 1781

Hace un par de días que he llegado a tierra firme junto a Figueroa y un sargento. Nos han traído porque, por lo visto, algún artillero ha sido herido en los combates con los indios y otros han caído enfermos, así que como el General no quiere que sus cañones se queden sin sirvientes, ha mandado traernos para que estén bien servidos y no haya problemas. En parte me alegro, pero reconozco que ahora que he visto a algún herido, escuchado los gritos de los indios y olido la pólvora de los mosquetes más de cerca, también estoy más inquieto.

Los días aquí han pasado entre el perfeccionamiento del atrincheramiento del campo, la limpieza de maleza y arboles cercanos al mismo o el reconocimiento por parte de los mandos de la zona. Ha habido amagos y fintas de los dos ejércitos, dejándose ver el uno al otro, pero aparte de alguna escaramuza, nada serio. Ayer, buena parte del ejército nos mudamos a un nuevo campo, más inmediato al paraje que se había propuesto para establecer nuestras baterías de asedio. Tan solo quedó una pequeña guarnición en el primer campo que creo hoy ya se han unido a nosotros.

También han llegado varios desertores enemigos estos días, y no sé si por su información u otro motivo, pero nuestra escuadra ha apresado varias embarcaciones inglesas en la zona que estaban abandonadas, según he oído. Se rumorea que los desertores han dicho la cantidad de soldados que tienen los herejes de guarnición, entre ellos negros armados, marineros y un buen número de indios, pero entre la tropa nada se sabe de su número, eso es cosa de los Generales y Coroneles.

Aquí estoy más ocupado y apenas tengo rato para el ocio. Aún no he recuperado el dinero que me ganó el malnacido de Figueroa, pero al menos está conmigo y no tardaré mucho en limpiarlo, antes de que comencemos a dar cañonazos a los ingleses. Por lo demás, estamos ocupados en trabajos de transporte de las piezas y su limpieza y mantenimiento, pero también nos emplean en mejorar las defensas del campo. Estaba tan cansado que no me he decidido a escribir nada hasta hoy. Veremos a ver que nos reserva el día de mañana.


Cerca de Panzacola, a 5 de abril de 1781

La cosa todavía no está clara sobre nuestro destino, el de Figueroa y el mío me refiero. De momento nos tienen ocupados en las más diversas tareas, desde cavar trincheras o cortar árboles, hasta transportar suministros desde la playa al campo. No sé si se habrán enterado de que somos los reemplazos de los artilleros heridos, aunque siempre que podemos lo decimos a los superiores. Supongo que es normal un poco de desorganización con todo el ejército en movimiento y tal, pero espero que se arregle pronto y no nos mareen tanto. Ayer y hoy hemos estados atareados sobre todo con el desmonte del bosque cercano al campo. También se están construyendo dos reductos en el arroyo de la boquilla que llega al campo, para proteger las lanchas del fuego de fusilería de los indios.

Ayer estuvo el Coronel Ezpeleta reconociendo la loma sobre la que se piensa asentar la batería para atacar Fuerte Jorge. Con él iba el Cuartel-Maestre y algunos oficiales y suboficiales artilleros, que han sido los que nos lo han contado, además de una pequeña fuerza para darles protección, que no se sabe nunca de donde van a salir esos malditos indios.

Y hablando de indios, nos han dicho que ahora algunos de ellos van a trabajar para nosotros suministrándonos carne fresca, pero no seré yo quien me la coma, al menos hasta que no vea que no está envenenada y se la coman los oficiales.

Ya es casi medianoche, y pese al cansancio, estoy en vela…coñ*… ¡Otra vez los indios!, hay que joderse…


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Relatos batallas históricas

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...

Cerca de Panzacola, a 8 de abril de 1781

Aquí seguimos. Todavía sin destino. Esto empieza a cansarme. Un oficial nos ha dicho que de momento somos necesarios en lo que hacemos y que no nos quejemos, que ya tendremos tiempo de disparar a los ingleses, pero que hay cosas más importantes que hacer. De momento hemos cambiado de talar árboles a transportar suministros y munición desde la playa al campamento, como tarea principal. Al menos vemos como algunos soldados de los diversos regimientos hacen igual. Es gracioso ver a los irlandeses con su piel tan blanca como se ponen morenos cargando fardos bajo este sol de justicia.

Por lo demás, la novedad consiste en que algunos indios parece que se están retirando y dedicándose más al pillaje y a quemar casas de los lugareños que a otra cosa. También nos han dicho algunos marineros que una fragata inglesa ha preferido quemarse antes de que la apresáramos. La situación parece cada vez más favorable. Además, han llegado algunas reses que nos han traído los indios “buenos”, y se comenta que estos están intentando convencer a los indios “malos” de que dejen de molestarnos al menos. Espero que así sea, la verdad es que son un incordio y un peligro constante esos salvajes.


Cerca de Panzacola, a 10 de abril de 1781

Hoy hemos asistido a una cosa muy desagradable. Por lo visto, un soldado del Regimiento de la Luisiana, desertó por la mañana temprano, y quizás porque la presión sobre los mandos para mantener la disciplina era muy fuerte por parte de los altos oficiales como consecuencia de ese episodio, un soldado del Regimiento del Rey ha sido pasado por las armas por haber faltado a la subordinación a su sargento. Es triste ver como un compatriota muere por balas de otros españoles. Así es la guerra y el ejército. Hay que saber con quién se juega los cuartos cada uno. De todas maneras, este Regimiento tiene mala suerte, primero su Coronel y ahora un fusilamiento por insubordinación.

A parte de este triste episodio, solo señalar más que se han terminado los reductos, de a cuatro cañones cada uno, pero su guarnición ha quedado a cargo de la marina.

Hoy he notado como la moral ha flojeado algo. Siempre hay días malos, pero no pienso que sea nada serio. Mañana se habrá olvidado casi todo. Ya hace un mes que estamos aquí.


Cerca de Panzacola, a 12 de abril de 1781

Por fin tengo un destino...y válgame Dios que se ha terminado la rutina y los trabajos tediosos. Ayer nos destinaron a mi y a Figueroa a la dotación de un cañón de a ocho pulgadas, a él como atacador y a mi de apuntador. Esta mañana nos hemos vuelto a mudar de campo, a un lugar cercano a desde donde se planea hacer fuego con la artillería de sitio contra los ingleses. Pronto se han iniciado las labores de atrincheramiento y de construcción de un refugio para proteger el campo, y así ha sido toda la mañana sin ser molestados, hasta que hacia mediodía, han comenzado a dispararnos por elevación algunos cañonazos desde el fuerte Jorge, sin mayor peligro.

Yo he estado con mi pieza y su dotación, transportándola y ocupándonos de que estuviera a punto por si se presentaban problemas. Y vaya si se presentaron. A las cuatro de la tarde, han salido del fuerte varias columnas de soldados ingleses, y una buena partida de indios se les ha unido. Pronto han chocado con nuestra tropa desplegada al frente. El General ha mandado refuerzos y han sostenido durante un buen rato al enemigo, pero como la ventaja en los bosques es de los indios, ha ordenado retirarse a los soldados al resguardo de las baterías de artillería.

Y allí estaba yo con mi cañón. El enemigo atacaba por varios lados a la vez, y hemos comenzado a disparar botes de metralla para mantenerlos a raya. Entonces, ha aparecido por allí el propio General Gálvez, haciendo gala de gran valentía para todo un General. Por desgracia, mientras reconocía el terreno y daba ordenes, ha recibido una bala que le ha alcanzado en una mano y le ha rozado el vientre, según me pareció ver. Sus ayudantes lo han sacado rápidamente de allí para llevarlo a que lo atendiesen los cirujanos,quedando el Coronel Ezpeleta al cargo desde entonces.

Continuo por un rato más el ataque de los indios y los herejes, apoyados también por algo de artillería, pero al final se retiraron. Creo que les hemos hecho muchas bajas. Los botes de metralla de mi cañón estoy seguro que han matado a más de una docena de indios y puede que a algún inglés. Ha sido muy intenso. El primer combate donde oigo silbar las balas cerca de mi cabeza y veo al enemigo bien cerca. Reconozco que antes de comenzar he podido tener algo de miedo, y las tripas revueltas, pero una vez en el berenjenal, todo se olvida y vas a lo tuyo. Al final estaba casi eufórico y me abrace a Figueroa y a los otros soldados de la dotación. Habíamos vencido y sobre todo, estábamos vivos. Otros no han tenido tanta suerte, y tenemos que lamentar la perdida de un soldado de infantería y varios heridos más.

Tras un día como hoy, estoy agotado, pero necesitaba escribir estos renglones para decir como me siento y que no se me olvidara nada.


Cerca de Panzacola, a 14 de abril de 1781

Las cosas han estado más tranquilas desde los combates del otro día. Ayer se destinó de nuevo buena parte de la tropa a desmontar el bosque circundante al campo, a trabajar en la fortificación del reducto y transportar los efectos que habían quedado en el anterior campo. Hoy han salido temprano unos centenares de soldados a hacer fajina y traer ramajes y troncos para fortalecer la protección del campo. Nosotros, los artilleros hemos comenzado a escavar lo que será un almacén de pólvora.
Han seguido llegando desertores ingleses. La verdad es que en esto, les ganamos por mucho a esos piratas, ya que no pasa un día sin que acudan a nosotros uno o dos, mientras que de los nuestros apenas se va nadie.

Hace poco que ha escampado una buena tormenta. La tempestad de agua, viento y truenos se ha llevado por delante a la mayoría de tiendas y ha inutilizado la munición de los soldados, por lo que se ha ordenado calar bayonetas en caso de que apareciese el enemigo. Todos nos hemos mojado hasta los huesos, pero los que lo han pasado peor han sido los heridos ya que incluso la tienda del hospital se vino abajo, y a algunos de esos hombres, la humedad no les viene nada bien, quizás incluso puedan morir. Recemos por que no sea así.

Aunque hay agua y humedad por todas partes, ahora ya hemos logrado volver a montar la tienda, pero como vuelva a caer otra tormenta esta noche, la vamos a pasar peor todavía. Por lo pronto voy a dejar de escribir y a ver si puedo dormir algo.


Cerca de Panzacola, a 15 de abril de 1781

Esta mañana hemos estado enjugando nuestras ropas y tiendas, a la vez que poníamos a punto nuestras armas, por lo que el trabajo se suspendió.

Dicen que han llegado, aunque yo no los he visto, una partida de indios “buenos” o de los nuestros, y que han acampado cerca de aquí. Esperemos que no haya confusiones, porque yo al menos no se diferenciar uno de otro, y como vea uno cerca, primero le dispararé y luego ya veremos.
Ha llegado otro desertor inglés y se ha corrido el rumor que la mayoría de ellos estaría dispuesto a seguirlo si pudieran, por lo que si eso es verdad, su moral debe ser muy baja. Desde luego prefiero ser el sitiador al que está encerrado allí.

Esta noche he recuperado lo que perdí con Figueroa hace unos días jugando a los naipes, y es que estando yo sobrio no es rival para mi. Hoy se lo tomó mejor, solo me amenazó con clavarme una bayoneta en el vientre en vez de atarme a la boca del cañón y disparar una bala de a veinticuatro. Este muchacho cada día me cae mejor.


Cerca de Panzacola, a 18 de abril de 1781

Ayer nuestro nuevo amigo, el navarro José Arreda, fue el héroe del campo. Resulta que estaba de partida con un pequeño destacamento de soldados de su regimiento, vigilando los movimientos de un grupo de indios que habían sido vistos cerca, cuando se topó y capturó a un correo inglés con correspondencia oficial y personal para el comandante de Fuerte Barrancas. Rápidamente las cartas fueron llevadas a la superioridad para su estudio. Nosotros, simples soldados no sabemos nada de lo que dicen, claro. Pero estamos contentos por Arreda. Hubo parabienes de sus oficiales y suboficiales, y muchos compañeros y amigos le felicitamos también. Es un hombre cabal y serio, pero tras ese espeso bigote que luce, se le veía contento.

Por lo demás, el día continúo de nuevo con todo tipo de trabajos, aunque nosotros tuvimos guardia en los cañones por si volvían a atacarnos. Gracias a Dios todo estuvo tranquilo.

Hoy nos ha dicho uno de los ingenieros que conocemos, que han salido a reconocer el fortín de la media luna, un puesto de avanzada del Fuerte Jorge llamado así por su forma, y que los herejes no se han enterado de su presencia. Los datos seguro que nos valen más adelante. Dicho fortín ocupa un lugar elevado que domina todo la zona y a simple vista, parece de gran importancia para la defensa inglesa.
Llegó también hoy un par de barcos procedente de la Havana con víveres, y trajeron la buena nueva de que el Presidente de Guatemala, que a la sazón es el padre de nuestro General, había arrojado a los ingleses del castillo de Nicaragua, por lo que para celebrarlo, mandó nuestro comandante hacer tres salvas de artillería en su honor.

En lo más personal, hace un rato me he encontrado con Juan Onoro, un viejo conocido de la infancia, al que no veía desde hacía al menos cuatro o cinco años, y que ahora está con las milicias de pardos de la Havana. No había crecido mucho, pero seguía siendo un joven valeroso y decidido. Con su guerrera roja y su fusil, casi tan largo como él, tenían un aspecto curioso. Nos pusimos a recordar viejas correrías por las estrechas calles de la Havana, y lo que había sido de nuestras vidas desde entonces, donde estaban nuestros amigos …cago en, otra vez los puñeteros indios…


Cerca de Panzacola, a 20 de abril de 1781

Creo que no estoy haciendo esto del diario bien, aunque me da bastante lo mismo. Debería escribir cada día algo, pero entre el cansancio que llevo a cuesta algunos días, y que en otros no pasa nada digno de mención, prefiero escribir cuando pueda y me apetezca. Es algo para mí, y para recordar estos días dentro de muchos años, y como lo llevo haciendo hasta ahora ya me basta.

Ayer fue un buen día para nuestro ejército. A mediodía se mandó avisó al General de que se habían avistado un buen número de barcos y que no se sabía de quien eran las banderas que ondeaban en sus mástiles. La noticia corrió como la pólvora el campo. No se esperaban refuerzos y se sabía que los ingleses habían mandado pedirlos, así que por un rato nos temimos lo peor, pero al atardecer, todo se averiguo. Era una importante escuadra española con más barcos de guerra y de transporte, que llevaban en sus bodegas a más de un millar de soldados de refuerzo, víveres y munición.

Hoy han llegado los comandantes de la expedición y han desembarcado para hablar con el General Gálvez. Poco después han comenzado los trabajos de desembarco, en especial de artillería y munición. Se nos ha dicho, que parte de los marineros y los cañones de los barcos españoles, y algunos franceses que los acompañan, se nos unirán en tierra para reforzarnos y para que de esta forma tengan parte en la gloria de la toma de Panzacola. Me gusta la idea, a ver qué tal se sienten esos arrogantes marineros en tierra firme luchando contra los indios y viendo el relucir de las bayonetas enemigas tan de cerca.


Cerca de Panzacola, a 23 de abril de 1781

En estos días se ha seguido con el reconocimiento del fortín de la media luna, y que tan importante para la defensa inglesa parece ser. También se ha proseguido con el desembarco de la tropa llegada con la escuadra de refuerzo, que fondeó como a media legua de la costa, entre ellos, algunos cazadores franceses con artillería de la misma nación. Nos han comunicado que el General ha ordenado formar el ejército en cuatro brigadas españolas, la última con marineros e infantes de marina, y una francesa.

A parte de algún intercambio de disparos cerca de la media luna, no hubo más combates en estos días. Parece que los indios se están calmando. A lo mejor las noticias sobre que se estaban retirando eran ciertas. Quién sabe. Reconozco que una de las peores cosas de la guerra, es la ignorancia en que vivimos la tropa. Ningún mando cree oportuno que sepamos casi nada, y todo se hace a través de segundas o terceras personas, rumores o correveidiles, así que uno ya no sabe que creer y al final no haces caso de nada que no te lo diga tu propio sargento u oficial.


Cerca de Panzacola, a 25 de abril de 1781

Leyendo la última entrada de mi diario, veo que hable demasiado pronto. Los indios “malos” no se han ido. Ayer, tanto por la mañana como por la tarde, hubo un fuerte intercambio de disparos entre los cazadores españoles y los indios, con apoyo de los ingleses, bien cerca del fortín de la media luna, bien en las cercanías de nuestro campo. Tuvimos varios heridos por la dureza de la refriega, entre ellos algunos irlandeses, pero mi amigo Thomas no estaba entre ellos porque lo vi cerca del hospital auxiliando a alguno de sus pelirrojos compañeros.

Al toque de oración, comenzaron los ingleses a hacer salva de artillería así como descargas de fusilería desde el Fuerte Jorge y el fortín de la media luna. No tenemos ni idea del motivo de tanto alborozo.
Hoy volvieron los intercambios de disparos con el enemigo cuando se reconocía el emplazamiento desde donde se prevé batir el fortín de la media luna, y yo mismo vi llegar a una delegación inglesa para parlamentar con el General Gálvez. Dudo que sea para rendirse. Es muy pronto, todavía no les hemos disparado ni una sola bala de cañón contra sus posiciones.

Esta noche, ante la ausencia de indios, los del regimiento Navarra nos han invitado a unos cuantos a cenar. Habían cazado algunos bichos, que prefiero no saber que eran, y los han asado con especias. Estaban muy buenos de sabor, y luego el vino ha corrido con generosidad. Vinieron algunos irlandeses algo decaídos por la bajas que tuvieron ayer, y creo que les ha servido para levantar el ánimo. Al final nos hemos quedado Figueroa, Arreda y Thomas, charlando animadamente. Se han metido conmigo por escribir un diario. Dicen que soy un intelectual. Los muy cabrones…

Como sabe que me gustan las historias de aventuras y exploraciones, al final el irlandés me prestó un libro, se titula “La Florida del Inca”, de un tal Garcilaso de la Vega, y me ha dicho que cuenta la historia de uno de los primeros conquistadores españoles que visitó estas tierras hace ya más de doscientos años. Espero tener tiempo entre mis muchas obligaciones para poder leerlo.


Cerca de Panzacola, a 26 de abril de 1781

Hoy ha sido un día un día complicado. Esta tarde salimos con un par de cañones, granaderos y cazadores para escoltar a otra partida de reconocimiento cerca del fortín de la media luna, y trazar la trinchera que se debe construir para llegar a donde se va a dar fuego a los herejes. Pero cuando estábamos a medias, y ocultos por la espesura de los bosques, un enjambre de indios y algunos centenares de ingleses han comenzado a hacernos fuego. Nosotros hemos respondido, y cuando hemos correspondido con el tronar de nuestros dos cañones, el enemigo ha buscado refugio en la media luna. Entonces han comenzado a importunarnos desde allí con su artillería y hemos tenido que alejarnos y regresar al campo, pero habiendo dejado medianamente claro por donde debe ir la trinchera.

Puedo decir que hoy si he visto la muerte de cerca. Cuando ya estaba el enemigo retirándose, una pequeña partida de indios, no más de cuatro o cinco, acometió por sorpresa a la dotación de mi cañón. Gritando y pintados como demonios, más parecían criaturas del inframundo que personas. Apenas pude agarrar mi machete y hacer frente a los salvajes que nos venían encima con hachas y cuchillos. Figueroa le pegó a uno con su atacador en el costalar y lo dejó baldado, pero otro logró herirlo con su hacha. Yo le lancé tajos a uno de ellos, pero apenas sabemos cómo combatir cuerpo a cuerpo, así que di gracias a Dios cuando unos granaderos aparecieron y se llevaron por delante a los indios que quedaban. Al irnos, llevamos a Figueroa a la tienda del hospital. Por suerte la herida no es muy profunda, y en un par de días volverá a estar con nosotros. Se ha librado de una buena… y yo también.

Esta noche, los trabajadores, escoltados por casi mil soldados, han marchado en silencio para iniciar los trabajos. Ahora deben estar en ello. Nosotros nos hemos quedado ya que los cañones harían mucho ruido y serían de poca ayuda.

Están cayendo algunos aguaceros y los truenos y relámpagos auguran tormenta. Prefiero haberme quedado en el campo esta noche.


Cerca de Panzacola, a 27 de abril de 1781

Al final anoche no se pudo comenzar las tareas de abrir la trinchera. Hoy ha seguido todo el día con los combates en torno a esa posición y al fortín de la media luna, donde cerca los herejes están limpiando arboles haciendo nuevas barricadas y parapetos para protegerlo mejor. Hoy no hemos ido los de mi pieza, si no otras dos. Al final se ha retirado la tropa y hemos tenido varias bajas, sobre todo por el fuego de artillería que les llegaba desde el fortín, pero al menos los ingenieros han conseguido trazar la línea de la trinchera.

Esto del asedio es algo que hay que tomarse con paciencia, pero tengo ya muchas ganas de poder asentar nuestros cañones de asedio y bombardear a esos malnacidos, veremos a ver cuánto duran entonces.

Esta tarde han vuelto a desertar de nuestro campo algunos soldados del Regimiento de la Luisiana. Definitivamente, ese regimiento tiene un problema. Espero que los cojan y les den lo suyo.
He estado hace un rato con Figueroa en el hospital. Va bien el muchacho, seguramente le darán de alta mañana, mas cuando han llegado hoy varios heridos nuevos, más graves que él. También estuvo a verle el navarro Arreda y Thomas, cuando volvieron de los combates de por la mañana. Son buena gente.
Por último debo anotar que nos han asignado a un nuevo oficial. Se llama Felipe Rueca, es veterano y peninsular. Ya veremos a ver de qué pie cojea.


Cerca de Panzacola, a 29 de abril de 1781

En estos dos días se ha avanzado bastante en la construcción de la trinchera y en el emplazamiento de donde debe ir la batería para batir al Fuerte Jorge y al de la media luna. Ayer la cosa estuvo tranquila, apenas hubo tiros, pero hoy se han producido combates muy agrios. Han acosado a los nuestros con algunas partidas de soldados y fuego de artillería, pero han sido rechazados. A esta hora de la noche, se escuchan los cañonazos allá por donde deben estar trabajando los nuestros en la batería.

Un nuevo soldado de la Luisiana ha desertado, otra vez, pero también un par de irlandeses, compañeros de Thomas. Él nos había dicho que la moral era algo baja tras los combates del otro día, pero no para tanto. A lo mejor tuvieron otras razones, pero de todas formas, que no los encuentren los nuestros porque lo van a pasar muy mal.

Ya tenemos a Figueroa con nosotros, y estamos contentos. Le cae bien a todo el mundo. Bueno, a todos no. Al nuevo oficial no. El tal Rueca es un pejiguera, muy severo y estricto con las ordenanzas. Nos obliga a llevar la guerrera abrochada y el tricornio puesto todo el día, pese al calor y la humedad que hace. No sonríe nunca y parece que tenga un palo clavado en el cul* siempre. Además la ha tomado con el pobre Figueroa por su palabrería y gusto por meterse en todo, aunque lo haga con buenas intenciones. Esperemos que no nos de más problemas.

Por lo demás, ya he comenzado a leer el libro que me dejó Thomas, y resulta muy interesante. Como me hubiese gustado a mí ser uno de esos descubridores que anduvieron por estas tierras hace años. Aunque todavía seguro que hay zonas del mundo por explorar, y yo estaré allí para descubrirlas, y esas vivencias las escribiré en este mismo diario.


Cerca de Panzacola, a 2 de mayo de 1781

Hace un rato que ha sido el toque de oración y por fin hemos parado. Estoy reventado, así que no escribiré mucho esta noche.

En los últimos días, y pese a los intentos de estos piratas con casacas rojas, la obra del camino protegido por la trinchera y la propia batería se ha acelerado mucho. Tanto, que anoche se colocaron en la batería seis cañones de a veinticuatro, municionados con todo lo necesario, para unirse a los cuatro morteros que allí se encontraban desde un día antes. También están casi terminado los reductos fortificados que han de dar seguridad a la batería contra ataques por parte de la infantería o los indios enemigos.

A mí y a Figueroa nos han vuelto a llevar para servir en uno de esos cañones de a veinticuatro, como lo hacíamos en la Isla Santa Rosa y en la Havana. Parece que nuestros destinos están unidos. Ha sido una suerte porque nos hemos alejado de la mala bestia del Capitán Rueca, pero también nos ha puesto más en peligro, porque ahora estamos en primera línea. No es que me queje. Ya me he probado en combate, he visto la muerte de cerca y tenía ganas de cañonear a esos perros herejes, pero esto es agotador y peligroso. Hemos estado todo el día disparando sobre sus posiciones, así como ellos sobre las nuestras. Y válgame Dios que es peligroso oír silbar los proyectiles enemigos a tu lado, ver como levantan la tierra cerca de ti, o incluso disparar tanta pólvora con un cañón recalentado…y cansado también, que por falta de dotación en estas piezas por las bajas habidas, incluso con el apoyo de los marineros en algunas, he hecho de todo, desde apuntar como bien dicta mi puesto, hasta traer munición o colocar el cañón en posición tras cada disparo.

Al final no ha sucedido ninguna desgracia ni hemos sufrido perdida alguna. Me he dado el gusto de apuntar a los muros de las fortificaciones inglesas y causar muchos destrozos. Seguro que ahora no son tan fanfarrones a la hora de salir a disputarnos el terreno, pero hay que tener cuidado con estos malnacidos y con sus indios. No hay que fiarse nunca. Ahora ya hemos cesado con el intercambio de disparos y estamos sentados sobre nuestras piezas de artillería, cansados y comiendo o bebiendo algo. Yo apenas tengo fuerza para sostener la pluma y tengo sentimientos extraños otra vez, mezcla de euforia por estar vivo y haber disparado al enemigo, y de miedo por estar tan cerca el peligro. Por lo que he hablado con otros, es normal sentirse así, por lo que no lo pensaré más. Ahora voy a descansar lo que pueda y a comer algo. Mañana será otro día…espero que mejor.


Cerca de Panzacola, a 4 de mayo de 1781

De nuevo todo el día 3, desde la mañana temprano, hasta el toque de Oración, mantuvimos un duro combate artillero con las fuertes ingleses, incluido el circular o de en medio, uno nuevo que han construido entre el de la media luna y Fuerte Jorge. Los oficiales, creo que para animarnos, nos hicieron saber cierta información recibida a través de un desertor, que dice que nuestras bombas estaban causando grandes desgracias entre los herejes. También nuestros disparos sirvieron para cubrir a la tropa y a los trabajadores que estaban haciendo una nueva trinchera hasta un paraje llamado la loma del pino, donde se planeaba construir una nueva batería para bombardear desde una posición de ventaja el fortín de la media luna.

Pero la desgracia ha sucedido hoy. En la loma del pino, con la batería y los reductos que la protegen a medio construir, con algunos cañones en su sitio, y tras toda la mañana de soportar un fortísimo bombardeo, varias tropas inglesas que habían salido de la media luna sin ser observadas, han atacado la colina con gran violencia. Los hombres del regimiento de Mallorca y los irlandeses del Hibernía han luchado bien, pero la temprana perdida de varios oficiales, muertos y heridos, ha llevado a la tropa a retirarse a un segundo reducto perseguido por los herejes con arma blanca. Allí se ha podido contener al enemigo, que regresó a la loma, donde incendió la trinchera y la batería, clavó los cañones de campaña allí plantados y se llevó a los oficiales heridos. Ha sido un gran descalabro para nuestra tropa, y entre muertos y heridos, dicen que las bajas ascienden a algunas docenas.

Por suerte, la situación se ha revocado con celeridad. Esta tarde, con los refuerzos enviados por el General se ha vuelto a retomar la loma del pino, y poco después, pese al renovado bombardeo inglés en ese paraje, se había recompuesto la trinchera, la batería y otros cuatro cañones volvían a estar en posición. Espero que mañana no vuelvan a intentarlo los herejes, y si es así, ahora que estamos prevenidos, les deberíamos zurrar duro. En fin, la verdad es que me alegro que no me hayan destinado a esa batería porque es posible que ahora estuviese muerto o herido, y no me hace ninguna gracia.
En nuestra batería hemos vuelto a tener un día ocupado cañoneando a esos piratas. Aunque muy cansado, ya comienzo a acostumbrarme a esto. Ahora intentaré descansar y dormir un poco, pero antes voy a acudir al puesto de primeros auxilios a ver si puedo ayudar en algo.

…Vuelvo a escribir para expresar la desolación que siento ahora mismo…mi nuevo amigo, el irlandés Thomas O´Dali se encuentra entre los que han perdido la vida en la colina del pino…pobre hombre. Con el pecho destrozado por una bala enemiga, y aun así se le veía sereno y en paz. Mira que venir a morir a una tierra lejana bajo una bandera que no era la suya…que terrible y extraña es la guerra.


Cerca de Panzacola, a 7 de mayo de 1781

Estos han sido días de mucho ajetreo y cansancio. Se han continuado los trabajos en los reductos y para crear un espaldón donde colocar una nueva batería en la loma del pino, a lo cual el enemigo, pese a no haber realizado ninguna nueva salida contra nuestras posiciones, nos ha causado varias bajas con un fuego muy vivo de sus cañones, obuses y morteros. Nosotros hemos dado cumplida respuesta y les hemos causado grandes destrozos en sus fortificaciones, pero también han caído alguno de nuestros artilleros. Luchamos de sol a sol, y el esfuerzo es tremendo, apenas hay pausas durante todo el día, y el comandante de la artillería, el Teniente Coronel Vicente Risel, ha dispuesto dotaciones de relevo para las piezas que ha podido. El uso continuado ha causado que algún cañón se dañe y quede inservible, pero nuestra cantidad de fuego sobre el enemigo apenas se ha visto reducido gracias a una buena organización por parte del comandante.

El otro día, ya oscurecido, volvió a caer una nueva tempestad que hizo nuestra vida más penosa todavía, pero al menos se repartió una ración de aguardiente entre la tropa al día siguiente por orden del General, y eso siempre ayuda a calmar los ánimos y a calentar el espíritu.

Esta pasada madrugada se iba a intentar un ataque contra el fortín de la media luna, pero debido al largo recorrido que debían tomar las tropas para no ser descubiertos, ha llegado el alba sin alcanzar sus posiciones de salida, por lo que el Coronel Ezpeleta se ha visto obligado a cancelar el ataque, ya que a la luz del día, el ataque hubiera sido una sangría para nuestros soldados. Creo que el Coronel y el General acertaron con esa decisión. Supongo que mañana lo volverán a intentar.

Pese a lo ocupado que he estado, no se me ha olvidado el desdichado destino de mi amigo Thomas, el irlandés. Todavía lo veo con el pecho ensangrentado y los ojos cerrado. Reconozco que he tenido malos sueños, donde me veía a mí en su lugar. Como ya he escrito, no soy supersticioso, pero me dan mal fario esos sueños. Figueroa intentó que jugáramos de nuevo a los naipes esta noche, supongo que quiere volver a recuperar sus reales, pero no estoy para mandangas. Ya habrá tiempo cuando esto termine. Y ahora voy a dormir, si puedo, que estoy reventado y mucho he escrito ya por hoy.


Cerca de Panzacola, a 8 de mayo de 1781

¡Bandera blanca, esos herejes han izado bandera blanca en el día de hoy! Sin duda es un gran día, el mejor de todos desde que zarpamos de la Havana. Por fin hemos vencido y obligado a rendirse a los perros ingleses. Estoy muy contento, a la vez que aliviado por haber salido vivo de esta empresa.
Todo parecía que este iba a ser otro día igual que los anteriores, pero ya bien temprano, una granada de uno de nuestros obuses situados en la loma del pino logró acertar en el almacén de pólvora del fortín de la media luna. Unos dicen que ha sido un disparo afortunado, otros que ha sido siguiendo las indicaciones de un desertor del fortín. Sea como fuere, la explosión ha sido de órdago. Ha arrasado la posición inglesa y su onda expansiva ha llegado hasta nosotros. Cuando nos hemos levantado para verlo, no quedaba nada en pie. La matanza ha debido ser horrible. Desde esta distancia solo se veían los restos de los muros y parapetos, venidos abajo, pero más de cerca seguro que se podrían apreciar los cadáveres de los fallecidos y los aullidos de los heridos. El olor a quemado y a pólvora sí que llegaba a nuestras narices.

Visto esto, el Coronel Ezpeleta, con algunas compañías de cazadores y gente de la trinchera, se ha adelantado rápidamente a tomar lo que quedaba del fortín enemigo, a la vez que mandaba llamar a una columna de tropas del campo para reforzarlos y ocupar el terreno. Desde el fortín de en medio, que algunos han bautizado como el sombrero, se ha comenzado a hostigar a nuestros soldados en la media luna con fuego de artillería y fusilería, pero los nuestros han correspondido vivamente parapetados en las ruinas, y también con algunas piezas de campaña que habían adelantado.

Luego se sucedió el asalto al fortín del sombrero. Allí se han podido ver con sus banderas y sus uniformes a los bravos granaderos del regimiento Navarra, a las milicias pardas de la Havana, a los irlandeses del Hibernia e incluso a los franceses. Todos han asaltado con furia la posición enemiga, viendo que era ahora o nunca, y pese a la enconada resistencia inglesa, nuestros soldados tenían hambre de victoria, la tenían tan cerca que no iban a renunciar a ella. Ha habido muertos y heridos en nuestras filas, pero el resultado estaba claro desde el principio. No han desfallecido ni cejado en su empeño los soldados de su Católica Majestad hasta conquistar el fortín.

A la vez que todo esto sucedía, se estaba transportando artillería más pesada para hacer fuego desde las ruinas de la media luna, y en cuanto se ha comenzado a hacer fuego desde allí, el General inglés ha debido comprender que su situación ha pasado de desesperada a insostenible, y hacia las tres de la tarde puso bandera blanca en el Fuerte Jorge. Al verlo, toda la tropa incluido los artilleros que en la distancia veíamos lo que ocurría mientras no habíamos dejado de disparar, irrumpimos en gritos a favor de nuestro Rey y el General, blasfemias contra el enemigo y vivas a España. Hemos saltado, nos hemos abrazado y hemos bebido de las botas de vino que a mano teníamos. Ha sido un momento que no olvidaré en mi vida. A algunos hombres que tenía por fuertes han soltado alguna que otra lagrima de alegría. Figueroa se me ha abrazado y besado en las mejillas, lo que me ha producido gran apuro, pero creo que nadie se ha dado cuenta. Este muchacho a veces se pasa de efusivo, pero supongo que en un momento así, casi todo está permitido, así que no le he regañado.

A esta hora de la noche, ya todo más tranquilo, y tras haber comido y bebido como si fuera día grande, sabemos que el emisario inglés está negociando los términos de la capitulación con el General Gálvez. A mí me toca guardia, pero tengo una sensación de regocijo tan grande que incluso eso no me importa. Las únicas punzadas que siento en mi pecho es por la suerte de mis allegados, el navarro José Arreda y mi viejo amigo Juan Honoro, que sin duda han tomado parte en los combates de hoy. En cuanto pueda me escapo para averiguar de su suerte.


Cerca de Panzacola, a 10 de mayo de 1781

Tras la firma de la capitulación por ambas partes el día de ayer, hoy se ha celebrado, según las ceremonias acostumbradas, la rendición de las armas por parte del enemigo. Han salido del Fuerte Jorge, y entre nuestras tropas formadas a las afueras del fuerte, han entregado armas y banderas. Rápidamente han pasado a ocupar algunas tropas de granaderos el Fuerte Jorge. Han sido más de mil hombres los prisioneros tomados, más todas las bajas que han tenido, los desertores y la gran cantidad de indios a los que nos hemos enfrentado durante muchos días, hacen de nuestra victoria una gesta más gloriosa todavía. El significado e importancia que tiene esta batalla no alcanzo a comprenderlo del todo como mero soldado, pero dicen que hemos conseguido arrebatar a los herejes toda la Florida y que es de gran importancia para nuestras colonias aquí en América. La victoria ha sido total y un gran descalabro para los estos piratas herejes.

Estoy muy contento. Nuestros oficiales, aunque siguen intentando mantener la disciplina, nos tratan mejor estos días y todo son caras alegres. Además, he visto con mis propios ojos como Arreda era uno de los que formaba a la salida de los ingleses de Fuerte Jorge, y a Juan Honoro lo vi en la tienda del hospital, pero tan solo con algunos rasguños, a los que sin duda se repondrá pronto. Dicen que le van a dar una medalla por ser uno de los primeros en entrar en el fortín del sombrero y por su valerosa actuación.


Cerca de Panzacola, a 11 de mayo de 1781

Hoy se ha ocupado el Fuerte de las Barancas Rojas en la entrada del canal, y con el que nuestros barcos han tenido que vérselas muchas veces. También se ha dado orden para que estemos en prevenga para reembarcarnos hacia la Havana en cuanto se de la orden. Parece que el General no quiere que se quede la isla desguarnecida más de lo necesario, quizás temiendo alguna traición por parte del enemigo, o quizás, según se rumorea, para embarcarnos en una nueva campaña en las Bahamas o Jamaica, para arrebatárselas a los ingleses.

Yo he solicitado al Teniente Coronel Risel el traslado a la compañía de artillería de la Luisiana. Mi intención es quedarme a vivir en el continente, para cuando termine la guerra y me licencie, ir a la alta California. Se dice que es una tierra con gran futuro. Se entregan grandes extensiones de tierra para que se colonicen, y para el ganado es muy buena. Yo no tengo ni idea de ganado, pero me gusta la idea de tener una tierra de mi propiedad. Desde hace unos años se han fundado numerosas misiones y cada vez se dirige allí más personas en busca de fortuna. Se dice también que es tierra peligrosa por la cantidad de indios que la habitan y que algunos son hostiles, incluso que hay grandes zonas al norte que siguen sin ser exploradas. Siguiendo la costa se puede alcanzar parajes tan lejanos y remotos como Alaska, donde los ingleses y los rusos intentan disputar a su Católica Majestad la propiedad de aquellas tierras, que todos sabemos pertenecen a la corona española. Son lugares para alguien como yo, con ganas de aventuras, de descubrir lejanos lugares y de enriquecerse también si se tercia, que a nadie hace mal unos cuantos reales de sobra.

Espero que antes de volver a embarcarnos, me responda satisfactoriamente a mi petición el Teniente Coronel, y así comenzar una nueva aventura en mi vida. Por si acaso, me he despedido de Arreda y de Juan, incluso de Figueroa, que sigue insistiendo en tomar revancha a los naipes para recuperar su dinero, pero voy a necesitar hasta el último real, por lo que no puedo satisfacerle.

Creo que he de cerrar esta parte del diario en el día de hoy. Han sido unos meses muy duros, el trabajo, el riesgo, la muerte y la victoria. A todas estas cosas las he visto de cerca y ya no soy el mismo que salió de la Havana a finales de febrero. Soy diferente, creo que he madurado y mejorado en ciertos aspectos, pero también he visto el lado oscuro, extraño y desolador de las personas. Sea como fuere, ya tendré tiempo de escribir más reflexiones sobre esta campaña en semanas venideras. Ahora solo me queda esperar que el futuro me depare lo mejor y no cejaré en el empeño de forjarme un gran porvenir. El nombre de Mateo Arnal ha de ser recordado durante mucho tiempo.


"Si usted no tiene libertad de pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor" - José Luís Sampedro
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