Ucronia España vs EE.UU., Duelo de aguilas

[Gaspacher]

Hombre, puestos a cambiar la historia mejor evitar uno de los grandes contaminantes del siglo XX.

Saludos.

[Domper]

Hombre, puestos a cambiar la historia mejor evitar uno de los grandes contaminantes del siglo XX.

Desde luego, que todavía están las cercanías de las carreteras llenas de metales pesados (queridos amigos, nunca coman setas recogidas al lado de una carretera). Sin embargo, hablo de cuestiones tecnológicas. Si se empezó por los compuestos de plomo, supongo que sería por su facilidad de empleo. Ahora bien, repito que es un campo que conozco muy someramente.

Saludos

[Urbano Calleja]

Llego tarde....donde se pueden leer los avances?

[Vesspa]

https://eltiempoquenoes.wordpress.com/home/

[Urbano Calleja]

Muchisimas gracias!

[Domper]

Algunos comentarios sobre la «bala mágica».

El concepto de «bala mágica» es de Paul Ehrlich, Premio Nobel de Medicina y Fisiología de 1908 por su descubrimiento de la Arsfenamina (Salvarsán), el primer antimicrobiano de síntesis.

La historia se remonta a Colón. Al parecer fue en su primer viaje. Aunque la evidencia es contradictoria, lo cierto es que el primer brote se produjo en 1493 entre las tropas francesas que asediaban Nápoles (de ahí lo de «mal francés» o «morbo gallico»), y se ha constatado que estaba en Nápoles un marinero que había viajado con Colón y que, por lo que parece, se divirtió más de la cuenta en alguna isla.

Fue una sorpresa tan grande como lo había sido la peste en época de Galeno, o la Peste Negra, con la diferencia que se trataba de una enfermedad completamente diferente a las conocidas, pues fue la primera enfermedad de transmisión sexual (antes, venéreas) que se difundió ampliamente. Como fue en el Renacimiento, aunque había muchos que estaban redescubriendo a Galeno, también había quien probaba por su cuenta, y se descubrió que las aplicaciones de mercurio o de arsénico tenían algún efecto, aunque con algunos desagradables efectos secundarios. Como la gente prefería padecer sífilis a morir por envenenamiento por mercurio, la cosa no pasó de ahí.

En el siglo XVIII, sin embargo, se produjo un descubrimiento revolucionario: el «Polvo de jesuitas», es decir, la corteza del quino, que luego se llamó Quinina. Un compuesto que era muy eficaz contra las fiebres periódicas (ahora llamadas malaria o paludismo) y que fu eel origen del Gin tonic, pues los anglos en la India, para intentar disimular el amarguísimo sabor de la Quinina, la tomaban con un bien pelotazo de ginebra.

Sabiendo que había un medicamento útil contra una enfermedad infecciosa ¿Por qué no más? Sin embargo, las investigaciones en este sentido se retrasaron tras los trabajos de Lenner y de Pasteur (con las vacunas de la viruela, y de varias enfermedades, incluyendo la rabia). Parecía que la solución a las enfermedades infecciosas, que por entonces empezaban a ser conocidas, eran las vacunas. Aunque pronto se vio que era difícil hacerlas para muchas. Entre otras, la sífilis, que se sabía que era bacteriana (se habían visto un tipo de bacterias llamadas espiroquetas con microscopio), pero que no se conseguían ni cultivar en laboratorio, ni atenuar para fabrcar vacunas.

Un investigador germano, Paul Ehrlich, estaba buscando un antimalárico que no tuviera los inconvenientes de la Quinina (que es bastante tóxica), y emprendió una búsqueda sistemática. Era un trabajo de enanos: implicaba sintetizar suficiente, administrarlo a animales infectados, y luego emplear dosis crecientes para ver la toxicidad. Finalmente, en 1906, en su ensayo número 606 encontró un agente que parecía eficaz. Entonces se dio la primera casualidad (buena) de esta historia.

Justo antes del descubrimiento del agente 606 (Arsfenamina), dos bacteriólogos alemanes habían descubierto la espiroqueta que causaba la sífilis (que llamaron Treponema pallidum) y Ehrlich decidió ensayarlo. No he dicho que la sífilis no es un catarro: de cada cien enfermos, treinta se curan tras la lesión inicial (sífilis primaria), otros treinta tienen una recaída (sífilis secundaria), y treinta acabarán desarrollando la sífilis terciaria, que puede afectar a muchos órganos y suele acabar siendo mortal. La neurosífilis era causa frecuente de demencia en jóvenes en la era preantibiótica.

Ehrlich ensayó su compuesto 606 en conejos infectados, pero le pareció que no era efectivo, y entonces se produjo la segunda casualidad: tenía un discípulo aventajado (Sahachiro Hata, que no recibió el Nobel no sé si por japonés o por tener demasiadas haches) que revisó el experimento y descubrió que bastaba una dosis de Arsfenamina para curar a un animal infectado. Por primera vez, un estudio científico sistemático había encontrado un tratamiento efectivo para una enfermedad infecciosa (no es lo mismo tratar al enfermo, que vacunar al sano para prevenir). La Arsfenamina se comercializó con Salvarsán en 1910, pero tenía bastantes inconvenientes. Ehrlich siguió investigando y poco después encontró que el compuesto 914 era igualmente efectivo y menos tóxico: el Neosalvarsán. De ahí que los protagonistas bromeen sobre repetir un experimento 606 o 914 veces.

Seguirá

[Domper]

Una vez descubierto un medicamento eficaz contra la sífilis, todo el mundo recordó que solo había tres números que no fueran absurdos: cero (no hay nada), uno (el Único), o infinito; pero no hay dos sin tres o sin treinta y siete. Así que todo el mundo se lanzó a por otra «bala mágica», es decir, la que mara al germen pero no al huésped. Por cierto, Ehrlich también la llamó «poción mágica», pero como no queremos meter a Panoramix en el asunto, seguiremos con las balas.

En esa época las enfermedades infecciosas eran las asesinas. Una de las peores, en neumococo (Streptococcus pneumoniae) que causaba la neumonía lobar, que en personas jóvenes y sanas tenía una letalidad del 10%. Había otros malos bichos: el Streptococcus pyogenes, el causante de la amigdalitis y de la escarlatina, de la que ahora nos reímos, pero que podía matar a un joven (entre sus víctimas destacan la emperatriz Josefina o Beth, la de Mujercitas). Era causa de la fiebre reumática, que se saldaba con daños cardiacos. No se olvide al Staphilococcus aureus, agente por excelencia de enfermedades con pus, que pueden ir desde una osteomielitis (infección del hueso) a endocarditis (mortal entonces) a un absceso, pasando por neumonías necrotizantes; el estafilococo sigue siendo un visitante no deseado de nuestros cuerpos. Tanto el estreptococo como el estafilococo infectaban heridas y causaban «envenenamiento de la sangre», mejor dicho sepsis, que mataban a los heridos. Tanto neumococo como estreptococo o estafilococo son «Gram positivos», es decir, que se tiñen con la tinción de Gram, y que tiene importancia terapéutica.

Se empezaron a emplear todo tipo de agentes, destacando los derivados de la quinina y de la crisoidina (un colorante). Pronto se encontraron agentes que mataban al neumococo pero que eran muy tóxicos. Entonces comenzó la Primera Guerra Mundial y los laboratorios se dedicaron a fabricar otros venenos, pero esta vez para gentes, como el gas mostaza o el fosgeno. Gaspacher, con muy buen criterio, ha decidido que en España no se gaste ni una perra en eso, quedando los laboratorios libres para otros menesteres.

Se siguieron las investigaciones en la posguerra, pero se sucedieron los fracasos (incluyendo el de Fleming) y los investigadores empezaron a desesperar, pensando que el metabolismo bacteriano era tan parecido al humano que la «bala mágica» no existía. Aun así, hubo quien siguió trabajando, especialmente en colorantes azoicos. Klarer y Mietzsch descubrieron la Sulfamidocrisoidina (luego comercializada como Prontosil); pero ahora llegan la casualidad mala… y la buena.

La mala era que la Sulfamidocrisoidina parecía curar ratones enfermos, pero no funcionaba in vitro (lo siento, Gaspacher, te lo soplé al revés), cuestión que retrasó diez años el desarrollo de los antimicrobianos. La buena (que pudo ser muy mala) fue que Gehrard Domagk, un antiguo ayudante de Ehrlich y fututo Premio Nobel de 1939, tenía una hija que enfermó gravemente de una infección estreptocócica, a la que iban a amputar un brazo. Domagk había seguido haciendo ensayos y dijo aquello «de perdidos, al río», y ensayó el medicamento en su hija, que se curó rápidamente y sin secuelas.

Posteriormente se vio que las Sulfamidas eran muy activas contar infecciones contra Gram positivos, y algo contar Gram negativos. Su papel fue superado poco después por la Penicilina, ya que dos investigadores (Florey y Chaim, a los que realmente corresponde el mérito) reiniciaron las investigaciones tras el éxito de Domagk. Lo demás es historia.

Lo llamativo es que la historia de las Sulfamidas fue la de las casualidades. Unas, buenas, permitieron que se descubrieran, y abrieron paso a los antibióticos. Pero la mala, la ineficacia in vitro de la Sulfamidocrisoidina, ya que se trata de un «profármaco» y solo tras ser metabolizado es activo. Si solo se hubieran investigado compuestos efectivos in vitro, aun estaríamos sin antibióticos y muriéndonos de flemones dentarios (25% de las muertes en época preantibiótica).

[Gaspacher]

la Sulfamidocrisoidina parecía curar ratones enfermos, pero no funcionaba in vitro (lo siento, Gaspacher, te lo soplé al revés),

Oído cocina

[von Scheer]

En el último pots, en lo que Austria Hungría se refiere, parece que falta alguna cosa en el texto:

"Aparte de aquel 1er ejército enviado a Mesopotamia el único ejército que también se dirigía a un frente era el 3º, en este caso al frente francés. El resto del ejército por fin pudo descansar y prepararse para hacer

Aunque la guerra continuaba y el ejército aún debía hacer frente a varias amenazas, era el momento de afrontar el mayor peligro al que se enfrentaban para ese momento."

Un saludo