Un soldado de cuatro siglos

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reytuerto
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por reytuerto »

Así pues, me puse a buscar. El taladro de arco tan solo me sirve para retirar tejido dentario cariado, pero jamás para tallar un diente, así que un puente quedaba descartado, por lo que tendría que ser una prótesis removible. Con dinero suficiente, podría hacerla con oro a falta de aleaciones de cromo-cobalto. Pero necesitaba tomar impresiones. Lejos de la costa, no podría experimentar con algas marrones, así que el agar-agar y el alginato quedaban igualmente descartados. El yeso solo me serviría para una boca totalmente desdentada. Intentaría con cera.

Pero primero, ir donde un calderero y conseguir una lámina de cobre. Luego de darle una forma redonda la recorte y martillee como para que tuviese más o menos la forma cóncava del paladar, finalmente hice varias decenas de perforaciones que me servirían para retener la cera. Ya tenía mi portaimpresiones!

Los dientes! Que dientes le pondré a Don Gonzalo? Quedaban descartados los de porcelana, en Europa en el S.XVII la cerámica aún era demasiado frágil como para utilizarla en una dentadura. Podrían ser dientes naturales, pero de que animal? Hasta entrado el siglo XX los dientes de morsa e hipopótamo se empleaban en la dentaduras artificiales. Tenía reparos en utilizar dientes humanos, no porque no se pudiesen conseguir, sino porque detestaría tener que dar explicaciones acerca de para que estaba sacando dientes a una calavera. Así que me decidí por una animal que comparte sus hábitos alimenticios con los humanos, el buen Sus scrufa. Una cabeza de cerdo me proporcionaría los dientes que necesitaba, y una piedra de amolar junto con una lima los dejarían del tamaño adecuado.

A los diez días ya tenía los materiales necesarios para dar el primer paso: la impresión y los modelos. Al menos, la higiene de los Martínez de Luna había mejorado un poco. Las encías estaban más firmes y en algunas zonas habían recuperado un saludable color rosado. En el padre, la movilidad había disminuido algo también. Con un caldero con agua caliente atempere la cera de abejas y la coloque en el portaimpresiones. Intente tomar la muestra pero infructuosamente. Los dientes eran demasiado retentivos, muy “cabezones”! Luego de varios intentos fallidos, decidí que solo tomaría la impresión de la parte del paladar. Los ganchos los haría en un segundo tiempo.

La primera parte estaba lista. Tenía el modelo parcial de la boca del paciente. Gracias a Dios supe escuchar a mi padre “protesista que no sabe hacer laboratorio, es esclavo del protésico” y en una época en donde no existían los protésicos, más aun! Con cera y mucha paciencia hice el paladar y luego empecé a enfilar los dientes . Los incisivos inferiores del cerdo no quedaban mal reemplazando los incisivos superiores del humano, quedarían sujetos por una pestaña de oro como las horrorosas coronas fenestradas de inicios del siglo XX o de ser necesario, por un espigo remachado que emergiese adelante, obviamente eso en mi época es estéticamente inaceptable, pero en la Corte de los Austrias, quién sabe? Quizás impondría una moda!

Cuando el patrón de cera estuvo listo, pedí a Álvaro que me llevase con un joyero de confianza, y asi llegue con Lope de Toledo (que bien podría haberse llamado Don Simón Ben Jacob) quien demostró ser un artesano hábil. Manejaba con destreza un soplete de boca que le permitía tener un buen control de la flama, que incluso para estándares modernos, era pequeña. Le hable del colado de la pieza.

“Comprenderéis Don Francisco, que esa placa que queréis llevara una buena cantidad de metal”

“Si, Don Lope, he calculado una onza”

“Os habéis quedado corto, Don Francisco. No habéis calculado la merma. Calculad entre un quinto y una décima parte más”

“Poned una pequeña parte de cobre” -le dije y para quitar suspicacias agregue- “...si no, el oro de gran pureza sería demasiado blando”

“Si, tenéis razón, un adarme estará bien?”

“Mejor algo menos, un par de tomines será más que suficiente. Tampoco deseo que el aparato se me ponga negro. Y por favor, después me daréis los bebederos”. – le respondi, anticipándole así que conocía los pormenores del proceso.

“Si, así será”. Me respondió, aunque pude percibir un lejano dejo de desencanto.

“Don Lope, recordad que esto va para una boca, no para un dedo. Si el oro se encoge demasiado no calzara en la boca de Don Gonzalo. Deberéis agregar algo de arena al yeso para hacer el molde”

“Cómo cuánto?” pregunto con extrañeza, pues el contrarrestar la contracción del yeso es algo que a los orfebres les tiene sin cuidado.

“Por cada 4 partes de yeso, utilizad 3 partes de arena”.

A los tres días, tenía la estructura metálica en mis manos, recupere un bebedero y aunque nunca estaba de más pensar que por algún lado te habían sisado el resultado era satisfactorio: Se veía bien, ahora solo faltaba probarlo. Indudablemente Martínez de Luna estaba interesado y contrariamente a lo que pensaba, se mostró satisfecho de llevar tanto oro dentro de su boca. Cuando calce la estructura metálica, esta se ajustó bien al paladar y a los dientes, pero obviamente, no se sostenía por no tener los ganchos aun, y obviamente, aun no tenía los dientes. Sobre la marcha, cogí algo de cera e hice varios hilos. Lleve directamente los hilos a la boca y más o menos 4 ganchos circunferenciales. Dos abrazaban a los caninos y otros dos a los molares remanentes. Con los patrones de cera envueltos en un paño húmedo, salí como alma perseguida por el diablo hacia el taller de Lope esperando que en el trayecto, el calor no deformase la cera. A la mañana siguiente tenia los 4 ganchos conmigo.

Durante los próximos días estuve “engastando” los dientes a la prótesis. El paciente masticaría sobre el metal, eso estaba cantado, los dientes solo servirían para la parte cosmética. Con un buril y un martillito, fui cerrando las pestañas una por una (bendito sea el oro y su maleabilidad!), en todos quedo bien, excepto en una de las palas. Más trabajo!, dos horas de utilizar el taladro para atravesar el diente de parte a parte y una hora más en adaptar un remache que Lope se encargaría de soldar al resto del aparato.

Para ese entonces, ya almorzaba rutinariamente con los Martínez de Luna, habiendo costado Dios y su ayuda hacerles entender que debían de comer menos carne si no querían padecer de gota. Había más verduras y hortalizas en la mesa diaria, la salsa de berenjenas con ajo y mahonesa había gustado mucho, y fruta, mucha fruta fresca de la estación. Así, al padre le habían disminuido las molestias por exceso de ácido úrico, y ambos, padre e hijo, tenían menos trabajo cuando debían vaciar el vientre. Pero lo que más les sorprendía era mi habilidad en el uso del cuchillo y del tenedor, destreza que un pobre cirujano supuestamente no debía tener. Su perplejidad creció aún más cuando les conté que en la China, hasta los más pobres comían con unos palillos a modo de cubiertos.

Luego de descansar una hora larga, escuchando la siempre interesante charla con las últimas de la Corte, los tres nos poníamos a practicar con la espada.

“Brazo recto, Maese Francisco”

“Si, Vuestra Merced. No estoy acostumbrado a esta guardia”.

“Aprovechad vuestro brazo, no es necesario que lo encojáis, pues la cazoleta protege muy bien la mano. Y recordad que los españoles dividimos la hoja en diez partes”

“Un maestro italiano que me enseño solo la dividía en tres” – replique intentando recordar las clases de esgrima.

“Y por eso los maestros italianos siempre terminan ensartados en la punta de nuestras espadas”

Pero ya estábamos llegando al final del tratamiento. Calce la prótesis y luego puse uno de los ganchos de los caninos en la boca. Lo fije al aparato con cera y con todo el cuidado del mundo retire el conjunto. Luego coloque prótesis con gancho en una cama de yeso, y cuando estuvo fraguado, ir donde el joyero a que pusiese un punto de soldadura. Lo que con materiales modernos hubiese llevado un par de horas, me tomo todo un día… y así para los tres ganchos faltantes.

Al fin! Luego de poco más de dos meses, llego el momento de instalar la prótesis parcial removible de Don Gonzalo Martínez de Luna! Nuevamente calce la prótesis y poco a poco, con una pinza de joyero (en realidad, los protesistas le debemos casi todas las técnicas iniciales de colado, cera perdida, laminado y remachado a los orfebres, después de todo, en los enterramientos los abalorios preceden por muchos milenios a los tratamientos dentales) ajuste poco a poco cada uno de los ganchos. Pedí a mi paciente que sonriese, y el remache de oro destacaba tanto como el diente de Pedro Navaja, le entregue el espejo y se contempló largamente. Cuando bajo el espejo, me miro y me dijo:

“Don Francisco Sánchez de Lima, Sois un hombre de palabra, pues tengo mis dientes en el tiempo que le di. Y la villa y la corte lo deberán saber. No os faltara trabajo, nunca”.


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Mensaje por Gaspacher »

Alicante

Tres hombres permanecían sentados frente a una mesa, observando otros tantos relojes bastante peculiares que había frente a ellos. De pronto un estampido sonó en la lejanía…de inmediato los tres hombres se lanzaron a tomar anotaciones.

—Ocho. —Dijo el primero. —Ocho. —Respondió el segundo. —Ocho con dos. —Afirmo el tercero.

Lejos de allí un equipo de artilleros se afanaba en volver a cargar un cañón con salvas. En unos minutos volverían a disparar mientras aquellos científicos situados a exactamente media legua observaban fijamente en busca del destello del cañón…

Valencia

Un hombre embozado se acercaba lentamente a un hombre de la iglesia que se arrastraba por el suelo gimoteando de terror tras ser derribado de su caballo. A su alrededor varios muertos daban fe de la brutalidad del corto combate, en el que su escolta había sido rápidamente asesinada por aquel demonio que, armado con una extraña arma similar a una pistola pero capaz de realizar varios disparos, había acabado rápidamente con todos.

—¡Horacio Grassi! No traeréis las tinieblas de la superstición a estas tierras. —Dijo el hombre de negro al coger al jesuita desde atrás, doblarle la cabeza hacia abajo y a la derecha para exponer su carótida, y cercenarla con rapidez de un solo tajo con su cuchillo.

De nada sirvieron sus suplicas…


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Mensaje por Gaspacher »

Castellón

Galileo observo el termómetro que descansaba sobre su mesa. Tiempo atrás ya había creado un sistema de medición de temperatura, entonces no llamado termómetro, un nombre que había aparecido una década atrás en Francia de la mano de Jean Leurechon. Ahora sin embargo él había creado un termómetro mucho más fiable y preciso utilizando mercurio. La tarea había sido titánica, pero gracias a los consejos de su valedor, Pedro Llopís, había logrado superar los obstáculos y crear aquel termómetro.

Ahora tan solo restaba crear una escala de medición de temperatura. Pedro había sugerido crear una escala centígrada, tomando los valores del cambio de estado del agua como valores 0 y 100. En esa escala el 0 correspondería a la congelación del agua, y el 100 a su ebullición. Una escala simple y clara que podía ser muy eficaz, así que Galileo se puso a trabajar.

Cuando acabase escribiría a Pedro para darle cuenta de su éxito y esperaría paciente la respuesta. Las discusiones sobre matemáticas con Pedro eran ahora uno de sus placeres. Sus conocimientos en matemáticas, y las ecuaciones que utilizaban le habían abierto a nuevos campos de experimentación y recientemente habían utilizado las apreciaciones de Domingo de Soto para calcular la gravitación de la tierra, de la que ahora él estaba escribiendo una disertación. Menudo hombre aquel Domingo de Soto, a veces hablaba de ello con Pedro y bromeaban sobre cuanto les hubiese gustado vivir en su tiempo y poder conocerlo. De Soto parecía haberlo sabido todo, de hecho era el origen de toda la ciencia moderna que ellos conocían. Quien sabía dónde hubiese llegado de conocer las avanzadas matemáticas que se utilizaban ahora.

De hecho ahora mismo ya estaba trabajando en la mejora de su experimento sobre la velocidad sobre plano inclinado, y ya había llegado a una nueva formulación que mejoraba sus trabajos anteriores. Y eso era solo una muestra de sus trabajos en Castellón. Sus trabajos en astronomía no eran menos y no hubiesen sido posibles sin el “Gran Telescopio” del observatorio de Castellón, lástima que él fuese demasiado viejo para ir a la cima de aquella montaña cercana, el Penyagolosa, para ver el nuevo observatorio que estaban construyendo en la cumbre, tal vez el próximo verano se atreviese a subir, quería verlo al menos una vez...


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Mensaje por Gaspacher »

El soldado del siglo de Oro, del reclutamiento a la tumba (pag 187)
A.P. Rodríguez


…se encontraba en graves problemas a causa de la falta de reclutas. El sistema de “cajas voluntarios” que había nutrido a los tercios durante el siglo anterior estaba dando muestras de agotamiento y eran muchas las compañías que partían hacia Italia sin haber completado más que una pequeña fracción de sus efectivos. Además había existido una progresiva vulgarización de las reclutas, siendo cada vez menos numerosos los hidalgos que seguían la carrera de las armas. Los malos sueldos y las cada vez menores posibilidades de saqueo, unidas a las ya cada vez más espaciadas victorias convirtieron la carrera de las armas en un oficio con pocos atractivos para los hidalgos o las personas pudientes.

Estos problemas fueron tenidos en cuenta durante la reforma del ejército de los años 30 del siglo XVII, y se pusieron todos los esfuerzos en combatirlos. Para ello se subió el sueldo a los soldados y sobre todo, se pusieron todos los medios para pagarles a tiempo, estableciendo un sistema de bancos reales en grandes ciudades como Barcelona, Nápoles, Milán, o Bruselas. Además se instauro una carrera militar en la que los reclutas podían firmar por veinte años de servicio, al término de los cuales recibían como premio de licencia diez jornales de terreno (1) en el Nuevo Mundo. Incluso en el caso de reengancharse o haber participado en hechos de armas destacados podían recibir una prima de hasta cinco jornales cada uno.

Con estas medidas se trataba de atraer tanto al vulgo, que aspiraba a convertirse en propietario de grandes extensiones de terreno. Estas medidas tuvieron mucho éxito y entre 1633 y 1645 se dio un repunte del reclutamiento de tropas, sin embargo seguía procediendo principalmente de los estratos más pobres de la sociedad, en muchos casos siendo campesinos que abandonaban sus casas a causa de las malas cosechas de esos años (2).

En primavera de 1633 el Rey Felipe IV, ávido lector y traductor de textos clásicos, propuso a los generales encargados de la reforma del ejército (Espinola y Llopis), instaurar un “cursus honorum” en España, para así atraer a los hidalgos a la carrera de las armas. a finales de junio el Rey se reunió con Llopis, quien poco después escribió a Espinola (3) que en aquellas fechas estaba en Milán, reunido con el cardenal infante sobre el asunto.

Espínola y Llopis recogieron el guante ofrecido por su majestad, y en los años siguientes diseñaron un sistema que…

  • Aproximadamente 4.360m² cada jornal
  • La pequeña edad del hielo en España. Ed Planeta, 2001.
  • Apéndice 7



Apendice 7
Carta de Pedro Llopis a Espinola, archivo Militar de Valencia

…Como bien sabéis, gracias a las medidas que hemos logrado implementar en los últimos tiempos, hemos logrado revertir parcialmente los problemas de reclutamiento de los ejércitos de Su Majestad. Sin embargo sigue existiendo el problema de convertir la carrera de las armas en una opción atractiva para los nobles e hidalgos, que de un tiempo a esta parte han abandonado la carrera de las armas para concentrarse en la corte. Su Majestad que no es ajeno a estos problemas, me intercepto ayer mismo para proponerme una medida que solventase tal problema.

Según parece Su Majestad tuvo la idea mientras traducía unos textos latinos como acostumbra a hacer durante las tardes. Así que me propuso que instaurásemos una suerte de “cursus honorum” en España. Comento que algo como ello ya se ha instaurado en el Reino de Valencia, y que allí se ha vivido un aumento de la recluta de caballeros en la Armada y la Milicia efectiva de un 300% aproximadamente, pasando de servir unos pocos cientos de caballeros en ellas a más de tres mil.

La idea me ha parecido muy buena, y prometí a su majestad que buscaríamos la forma de llevarla a buen término, para lo que Su Majestad el Rey nos ha dejado manos libres. Espero ansioso el regreso de vuesa merced a España con el fin de debatir la mejor forma de crear dicho sistema. Si para cuando regreséis hubiese partido a la campaña del Mediterráneo, dejare en el archivo los primeros bocetos de dicho sistema y podemos debatirlos junto a vuestras ideas a mi regreso...


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Mensaje por reytuerto »

David Henderson y Victor Steffel
PROTESIS PARCIAL REMOVIBLE según Mc Cracken

Capítulo 3
Clasificación de los arcos parcialmente desdentados
La clasificación de un arco parcialmente desdentado tiene que satisfacer los siguientes requisitos:
1. Permitir visualizar inmediatamente el tipo de arco parcialmente desdentado que está siendo considerado.
2. Permitir la diferenciación inmediata y clara entre la prótesis parcial removible dento-soportada y mucodento-soportada.
3. Ser aceptable universalmente.

Clasificación de Sánchez de Lima
Este fue el primer método sistematizado de clasificación de los arcos parcialmente desdentados y fue propuesto por el cirujano de la corte y dentista personal del Rey Felipe IV de España, Francisco Sánchez de Lima 1626, teniendo en cuenta que la forma del arco sugiera ciertos principios de diseño para una situación clínica determinada.

Sánchez de Lima dividió los arcos parcialmente desdentados en 4 tipos principales, dependiendo de la zona en donde se ubican las brechas edéntulas. De existir brechas edéntulas adicionales, estas son consideradas como “espacios modificadores”. La clasificación es la siguiente:

Clase I: Extremo libre (zonas edentulas posteriores a los dientes naturales remanentes) bilateral.
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Clase II: Extremo libre unilateral.
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Clase III: Brecha edentula unilateral posterior, con dientes naturales remanentes anteriores y posteriores a ella.
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Clase IV: Brecha edentula anterior, zonda desdentada única , bilateral (cruza la línea media), con dientes naturales remanentes posteriores a ella.
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Una de las principales ventajas de este método de clasificación, pese a los siglos transcurridos, es que permite una inmediata visualización del arco parcialemnte desdentado. Los odontólogos familiarizados con su uso y con los principios de diseño pueden centralizar rápidamente su pensamiento con respecto al tipo de aparato protésico que será empleado.


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Mensaje por reytuerto »

Había complacido a un paciente notable e influyente. Era un peldaño importante, en una escalera que no sabía a donde me llevaría. Fui generosamente pagado, una cantidad de escudos muy por encima de lo que pedí como honorarios. Ademas, habia caido en gracia, pues me consideraban un habitual de la familia y se prodigaban en darme consejos. Asi pues, casi en seguida me dijo que pusiese en orden mis papeles, que próximamente debería ir a pedir mi privilegio de invención.

Gracias a Dios, hace algún tiempo había podido encargar al calderero de Ávila el prototipo de una olla de presión con una válvula de seguridad que funcionaba por el simple peso de una tapita de obturación que se meneaba en el extremo de un tubo que emergía de la tapa cuando el agua empezaba a hervir, Todo de cobre grueso y la tapa una vez roscada, que todo hay que decirlo, perdía vapor. Sin embargo, con sus más y sus menos, funcionaba. Estaba más pensada como autoclave pero a la que termine llamando “olla para cocinar potajes rápidamente”. Me había ayudado a terminar con la dudosa esterilización por ebullición de mi instrumental.

Con premura, pase en limpio los bosquejos que tenía terminados: termómetro de mercurio al que llamaba “medidor de fiebres”, , las “orejas de San Lucas” que eran un par de estetoscopios uno con membrana y el otro de campana, un ingenioso barómetro al que llamaba “El obsequio de Santa Bárbara que avisa de tormentas” y finalmente, un pararrayos que al terminar en cinco puntas de cobre en el extremo de una vara de fierro, di por llamar la “mano de Santa Bárbara”.

Acudí con Don Gonzalo a pedir las patentes, o como en ese entonces se denominaban, privilegios de invención. Considere que debía presentar el barómetro primero, pues suponía que sería de gran ayuda a la incierta navegación de la época, mas guiada por la experiencia y las corazonadas de los pilotos. Grande fue mi sorpresa cuando me responde uno de los funcionarios.

“Este privilegio os será negado”.

“Por favor, VM reconsidere mi petición “ - y agregué con convicción - “las naves de nuestra Católica Majestad navegarían con más seguridad con el obsequio de Santa bárbara”.

“Conocemos las ventajas de su invento, VM. Pero se os negara el privilegio de invención, pues ya ha sido concedido a un navegante, Pedro Llopis, que lo solicito el año o el anteaño pasado”.

“Por el mismo invento?”- pregunte intrigado.

“Por el mismo invento!, al que llamo “predictor de tormentas”, también eran tubos de vidrio y azogue”

Ahora si estaba perplejo. Carajo! Quién diablos puede ser Pedro Llopis? Acababa de adelantarse más de 20 años a Torricelli!

Seguí presentando mis instrumentos. Ni los estetoscopios, ni el termometro generaron interés. En tanto por la olla de presión me concedieron un modesto privilegio de 250 escudos. Cuando presente la “Mano de Santa Barbara”, nuevamente encuentro a Pedro Llopis atravesado:

“El navegante Pedro Llopis también ha presentado, no hace mucho, una vara para evitar que caigan los rayos”.

“Decidme buen hombre, el privilegio ya ha sido concedido?” – tercio Don Gonzalo a mi favor?

“No, aun no, VM”.

“Entonces eso es algo que puede ser arreglado. Decidme, cuanto ha solicitado?”

“2000 escudos”

“2000 escudos!, Válgame el Cielo!, Aquí el cirujano Sánchez de Lima pide 1500 escudos!

El funcionario se sintió intimidado y respondió tímidamente:

“VM, veré que puedo hacer”.

“Y tendréis la gratitud de la Casa Martínez de Luna”.

Ah! Le había birlado 2000 escudos a Llopis gracias al buen árbol al que me apoyaba (en algún momento debía de hacerle llegar al buen hombre un buen vino). Debía conocer a este tipo, dos invenciones al hilo no se ven todos los días, menos en el Siglo XVII. Con un dejo de preocupación le pregunte a Martínez de Luna como tomaría el inventor este “robo intelectual”. Me explico que no todos los privilegios son concedidos, que algunos demoran años en concederse y que de vez en cuando, dos inventos muy parecidos son presentados, y agrego con una sonrisa socarrona:

“Y veréis Francisco, así es como se arreglan las cosas en estos casos. Mucho ayudara a vuestra causa, que tengáis una Mano de Santa Bárbara en lo alto de la torre de alguna iglesia”.

En buen ánimo, llegamos al palacete de mi benefactor, cuando toque un tema que me estaba preocupando:

“Don Gonzalo, he de viajar. Debo encontrar donde cultivar mis plantas medicinales”.

“Dejaos de tantos misterios, que pensáis cultivar?”

“Adormidera”

“Donde pensáis ir?”

“Al sotomonte, tal vez en la sierra de Granada”

“Conocéis Aragón? Tengo tierras en Barbastro, que casualmente quedan al pie de monte.

“Deberé ir a Barbastro entonces. El problema no acaba ahí, Don Gonzalo. Esas tierras deben estar tapiadas”.

“Con lo que habéis ganado, podéis vallarla vos, pero de cuanto estamos hablando?”.

“Había pensado en 4 fanegas”

“Medio cahiz, podemos hablar de un arrendamiento cómodo”.

“El tapial es porque nadie ha de conocer lo que se cultiva ahí”.

“Francisco, eso es más difícil, acaso pensáis que vuestras plantas se cultivaran solas?”.

“No, Don Gonzalo, había pensado en las hermanas jerónimas, he de procurarles alojamientos dignos”.

“No tendréis cultivos baratos, cirujano, si es que deseáis hacer un convento”.

“No, solo una casa para media docena de monjas”.

“Casa, refectorio, capilla, alacena… “

“Pero es mejor que cualquier hijo de vecino sepa cultivarla. No quiero convertirme en el Viejo de la Montana” – y agregue con convicción – “en malas manos, la adormidera puede convertirse en un don del Diablo”.


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Mensaje por Gaspacher »

Guerra de la Casa

Se denomina guerra de la “casa” a una serie de conflictos políticos de origen comercial que se vivieron en las primeras décadas del siglo XVII en la España de Felipe IV.

Origen

Desde el descubrimiento de América, el comercio con las Indias Orientales y Occidentales había estado monopolizado por La Casa de Contratación de Sevilla. Esto cambio en 1623, cuando una Compañía Mercantil Valenciana abrió una nueva ruta para establecerse en Siberia y comerciar con los indígenas y el Imperio Chino. La Casa de Contratación, que era uno de los mayores poderes económicos del Imperio Español, con derecho a organizar una flota de hasta veintisiete galeones para mantener seguras sus rutas, contraataco reclamando esa ruta para sí mismo. Aunque se habla de una guerra, pueden diferenciarse claramente tres periodos de conflicto en ella, el primer conflicto de 1624 a 1629, el segundo de 1633 a 1635, y el tercero y último en 1639.

Historia
Primera guerra comercial


El primero, de tensa calma, entre 1624 y 1629, en el que la Casa de Contratación maniobro para que Olivares cerrase la ruta valenciana y que esta pasase a depender de Sevilla. La compañía del Carmen (1) contraataco reclamando ser valenciana y no estar sujeta a la justicia castellana, pero finalmente tuvo que acceder y pasar a operar desde un puerto castellano. En un principio fue Sevilla, pero el accionista mayoritario de la compañía, D Pedro Llopis, logro que el Rey Felipe IV que en aquellos momentos trataba de ganarse el favor de las Cortes valencianas para el proyecto de la Unión de Armas, accediese a que operase finalmente desde el puerto de Vigo.

Con ello logro socavar por primera vez el monopolio sevillano y puso en marcha los mecanismos que acabaron por romper el monopolio de la Casa de Contratación años más tarde.

Segunda guerra comercial

Durante los años siguientes el valor de las mercancías que llegaban a Vigo no dejo de aumentar. A diferencia de la Casa de Contratación, la Lonja de Vigo no limitaba el comercio por medio de un sistema de flotas anuales, así que el número de mercantes que hacían aquella ruta no dejo de crecer. Si en 1630 llegaron dos galeones cargados con porcelanas, sedas y pieles por valor de siete millones de reales, solo tres años después, en 1633, fueron nueve los galeones cargados con mercancías por valor de dieciocho millones de reales, igualando así el valor de las flotas de Indias (1).

La evidente pujanza económica del puerto de Vigo, que empezó a fortificar su entrada en 1632, atrajo las envidias de la Casa de Contratación de Sevilla que una vez más volvió a maniobrar para atraer aquel comercio a Sevilla. Durante tres años se sucedieron los choques políticos y los abundantes sobornos en la corte (2), e incluso tal vez, asesinatos (3), mientras las facciones sevillana y viguesa trataban de atraer apoyos entre la aristocracia y el propio monarca.

Finalmente y pese a que Olivares, antiguo valido logro recuperar su puesto tras sanar de las heridas sufridas años atrás, Pedro Llopis que gracias a sus acciones militares había logrado ser nombrado Marques del Puerto, logro no solo mantener las rutas siberianas en Vigo, sino también romper el monopolio americano de la Casa de Contratación. En opinión de M. Thomas, en la decisión final de Felipe IV pareció pesar mucho la gran cantidad de impuestos que recaudaba gracias al comercio vigués (4).

Tercera guerra Comercial

Vigo prosperaba gracias a las grandes cantidades de bienes que recibía desde Siberia y América, con la que los comerciantes podían ahora comerciar libremente. Pronto empezaron a llegar a la ciudad productos hasta entonces desconocidos como Nitrato de Chile, Castilla elástica, y otros conocidos pero con poco uso como el algodón y el tabaco. Además la nueva política de asentamientos en América del Norte (5) trajo consigo el aumento del comercio de pieles cuyo valor se duplico para finales de la década. Con ello las mercancías que se descargaban en Vigo pronto alcanzaron los treinta millones de reales anuales, con una clara tendencia al aumento.

Sevilla había quedado limitada al comercio de metales preciosos por medio de flotas bien defendidas, pero en 1639 era evidente que había perdido la batalla y muchos de los comerciantes ahora buscaban operar desde Vigo, puerto desde el que podían operar sin cortapisas en detrimento de Sevilla. Finalmente el Marques del Puerto realizo una dura maniobra contra la Casa de Contratación en 1639. El Galeón de Manila pasó de estar limitado a un galeón anual a depender única y exclusivamente de la capacidad mercantil de la ciudad. Esto unido al aumento de la capacidad comercial de varios otros puertos como Lisboa, o Valencia, donde estaba naciendo un emporio industrial que por sí mismo aportaba casi tanto como el comercio de materias primas con las Indias, destruyó de forma definitiva el monopolio sevillano, abriendo el comercio con las Indias a cualquier puerto español que dispusiese de Lonja.

Felipe IV que había visto como los ingresos por impuestos del comercio con las Indias se duplicaban en tan solo diez años, accedió sin demasiados aspavientos. Fue el fin del monopolio de Sevilla en el comercio de Indias, si bien la ciudad, recobro cierto protagonismo gracias a su excelente situación geográfica, ahora ya sin limitar artificialmente el comercio con un anticuado sistema de flotas.

  1. La Compañía Comercial Nuestra Señora del Carmen, cuatro siglos de comercio, Vicente de Andrade, 1946.
  2. T. Beevor habla de veinte millones de ducados en moneda y reparto de acciones.
  3. La utilización de asesinos en estos conflictos ha sido objeto de controversia, ver “La política del asesinato” de Alfredo Luna, 1983.
  4. El siglo de Oro en la economía, J. Payne, 1991.
  5. “La colonización española en America del Norte” Peres de Castro, S.


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Casino Cultural

Los casinos culturales o recreativos son un tipo de sociedad de recreo surgida en España durante el siglo XVII. Son clubes privados, abiertos solo a sus socios, inicialmente la burguesía y las clases más altas

Origen

Los casinos recreativos fueron creados en España por impulso de una pujante burguesía que buscaba un espacio de solaz y tranquilidad, alejado de las preocupaciones. Por ello en los casinos contaron con amplios jardines y edificios en los que los caballeros podían realizar actividades dignas de su posición. Desde juegos a actividades como la esgrima o la hípica. El primer casino se fundó en Valencia en 1632, y desde allí se expandió rápidamente por las principales ciudades mercantiles de España como Castellón (1634), Alicante y Estoril (1635), Madrid (1636), Sevilla y Vigo (1639) o Barcelona (1641).

El nacimiento de los casinos culturales y recreativos en España tuvo lugar durante la transición económica mercantilista española. Emergía la necesidad de espacio de sociabilidad y comunicación entre los elementos de las nuevas clases poderosas, burguesía y aristocracia. Las actividades más frecuentes entre sus socios eran la lectura, conciertos, bailes y juegos permitidos como el Mallo, el dominó, los naipes, y por encima de todos, el ajedrez, así como actividades de caballeros como la esgrima y la equitación. Por el contrario hablar de política estuvo prohibido de oficio a partir de 1646 y por reglamento desde 1690 hasta la ley de asociaciones de 1810.

Historia

Tras la fundación del Casino de Valencia, estas sociedades alcanzaron una enorme popularidad y se extendieron por toda España excediendo el ámbito urbano. Solo se podía acudir al casino siendo socio de pleno derecho o bajo invitación de uno de los socios, y para lograr hacerse socio era necesario ser invitado por el presidente y defendido por tres socios del casino y pasar un periodo de prueba que iba de tres a diez años dependiendo del casino.

En 1643 su Majestad el Rey Felipe IV creo el reglamento de casinos, que les otorgo unos criterios básicos comunes bajo los que regirse. Curiosamente esto tuvo una importancia decisiva en el declive y la desaparición de la Inquisición Española…


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Armada Real de Valencia

La armada del reino de Valencia, conocida como Real Armada valenciana, fue una armada de breve existencia durante el reinado de Felipe IV de España, Felipe III de Valencia, entre los años 1628 y 1641.

Historia

Durante las cortes de monzón de 1628 el Rey Felipe IV accedió a conceder al Reino de Valencia el permiso para que reuniesen una flota para la defensa del reino, que en aquellos momentos experimentaba un gran crecimiento económico. Su primer almirante y organizador fue el Almirante Pedro Llopís, que abandonó su cargo solo dos años después de su creación, tras haber realizado una gran campaña anfibia en la que destruyo numerosas bases de las potencias en disputa con España, como Argel, Túnez, y Marsella. Esto puso los cimientos al poder español en el Mediterráneo de las décadas siguientes.

Su siguiente comandante el almirante Urquiza continuó presionando a berberiscos y otomanos en los años siguientes. Sus navíos se adentraron cada vez más en el Mediterráneo oriental, y en 1631 destruiría una flota otomana cerca de Trípoli, y al año siguiente se adentraría por primera vez en el Egeo, destruyendo una flota de veinte galeras otomanas a la vista de la isla de Esciro.

La estrategia anfibia, 1633 a 1636

La preeminencia naval lograda por la Armada real en los años anteriores que había servido para arrinconar a los otomanos, permitieron realizar las campañas anfibias de 1633 a 1636 contra los puertos berberiscos del norte de África. En esta campaña participaron por primera vez los tercios de la Guardia, siendo su bautismo de fuego.

En 1633 un ejército de once mil hombres desembarco cerca de Trípoli, ciudad a la que pusieron cerco y asaltaron tras reducir sus defensas, liberando a tres mil esclavos cristianos y capturando más de cinco mil moros. Durante el asedio que duro más de treinta días, el regimiento de carabineros destruyo doce aldeas cercanas, aumentando así la destrucción y rescatando aún más cristianos. La csampaña anfibia se extendio los años siguientes, presionando una y otra vez los puertos y poblaciones costeras del Norte de África.

En 1637 la flota del reino de Valencia apoyaría las operaciones del ejército en la campaña de Tánger, cuando las tropas, operando desde Ceuta trataron de ampliar la zona de seguridad de la ciudad expulsando a las tribus de las cercanías de la ciudad. Logrado su objetivo y bajo el mando de su tercer y último almirante, Don Alejandro de Siracusa, la flota Real continúo las campañas navales en el Mediterráneo y el Egeo hasta la disolución de la flota en 1639.

El fin

El 12 de abril de 1639 el Rey Felipe IV firmaba en las cortes de Valencia la orden de disolución de la flota Real que marco el fin de esta flota dos años más tarde. Durante su efímera vida la flota real valenciana había asegurado el dominio del Mediterráneo para las armas españolas, destruyendo los principales puertos berberiscos del norte de África, causando daños a otras tantas ciudades como Tolón. Sus navíos pese a su escaso número habían demostrado ser muy agresivos, capturando ocho galeones, tres pinazas, veintidós caramuzales, treinta y siete saetías, más de cincuenta galeras de diversos tipos y al menos veinte bajeles de tipo indeterminado.

Los beneficios que el Reino de Valencia gano gracias a estas acciones fueron muy numerosos. Los libros de cuentas introducidos en la Real Hacienda de Valencia en 1629 permiten saber que tras la campaña de 1629 se desembarcaron el equivalente a ocho millones de ducados que ingresaron en la hacienda real. Esto significaría que se llegaron a obtener cerca de veinte millones de ducados ese año, en gran parte gracias a los saqueos de la mercantil ciudad de Marsella y de los puertos berberiscos de Argel y Túnez. El resto de años se lograron recaudar en el puerto entre dos y tres millones de ducados de media por el mismo concepto, por lo que podrían haber capturado presas por valor de entre cinco y diez millones anuales.

Durante este mismo periodo se lograría liberar a más de cincuenta mil esclavos cristianos de las ciudades del Norte de África, además de cortar totalmente el suministro de esclavos cristianos al acabar con los piratas que los capturaban. Otros seis mil esclavos cristianos serían intercambiados por caudillos berberiscos capturados, lo que supuso un descenso sustancial de la esclavitud cristiana. Cerca del 18% de esos esclavos liberados se asentaría finalmente en el reino de Valencia, que recupero así una pequeña parte del capital humano perdido con la expulsión de los moriscos.


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reytuerto
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Así pues, tuve que viajar a Barbastro. Me llamo la atención su activo comercio, que no imaginaba tan activo para una villa de su tamaño. Los terrenos de los Martínez de Luna quedaban en Güell a la vera del rio Isabena. Era una comarca que tenía tierra fértil, pero lo que era más importante es la riqueza hidráulica agua abundante y buenos desniveles que serían sin duda aprovechables. Si se pudiese instalar un telar, se obtendría un excelente beneficio del ganado lanar que bajaba de los Pirineos, además desde siempre, uno de los principales bienes que se comerciaban en Barbastro eran los textiles.

Escogí una finca en terreno llano, con varias edificaciones anexas y mande tapiar 5 fanegas, una más de lo que pedí, pero consideraba que las monjas deberían tener un terreno para sus propias hortalizas. Un terreno cercado llamaba la atención, pero la familia dueña del terreno era lo suficientemente poderosa como para que los curiosos se mordiesen la lengua. También encargue que acondicionasen la casa más grande como vivienda principal para una decena de personas. En medio año, las construcciones estarían listas.

Lo siguiente fue buscar la planta adecuada. Debía encontrar amapolas, pero no cualquier amapola. No me servían las de flores rojas o lilas, tampoco los ababoles de flor más abierta, necesitaba las flores blancas o blancas con el centro liliáceo. Las encontré no muy lejos de allí, creciendo inocentemente como una hierba silvestre. Intente trasplantarlos lo mejor que pude, cruzando los dedos para que echasen raíces. De todos modos, tendría que esperar algunos meses, pues la floración era a fines de primavera.

Al regresar a Madrid, supe que el buen Don Gonzalo había hablado con la orden de los Jerónimos, que tenía bastante ascendiente sobre la corona, después de todo, eran los que habitaban El Escorial. Las Jerónimas instalarían una pequeña comunidad de entre 6 y 8 religiosas en Barbastro. Con ellas tendría suficiente “personal” para la primera plantación de adormidera con fines farmacológicos de la Península.

Sin embargo, apenas llegado a la Villa, mis preocupaciones estaban focalizadas en otro lado, en la Mano de Santa Bárbara. Afortunadamente, no había dejado mi practica en el Buen Suceso, así que nuevamente acudí con Don Anselmo y le pedí la autorización para instalar en la cruz de la cúpula, el punto más alto de toda la iglesia, el pararrayos. Luego de un prolongado tira y afloja, accedió, pero con la condición que toda la obra fuese a costa de mi bolsillo, para variar me podía meter con el cura, pero no con la sacristía! Empezamos por lo más difícil, bajar desde lo alto de la cúpula una varilla de cobre de un dedo gordo de espesor y hacerle una protección de piedra y ladrillo para evitar accidentes. Después fue relativamente fácil disimular los “dedos” de cobre y el mástil de hierro en la cruz, que resultaban invisibles desde el suelo. Terminamos a mediados de la primavera, justo antes de las tormentas de verano. Así el día de San Juan del Año de Nuestro Señor de 1624, la Mano de Santa Bárbara de la Iglesia del Buen Suceso de Madrid, en medio de un chaparrón con un impresionante aparato eléctrico, capturó el primer rayo de la historia conocida, para terror de los parroquianos y pasmo de los religiosos y notables. Sus efectos a corto plazo no se hicieron notar, esa misma tarde tenia encargos de más de 50 iglesias para hacer ingenios semejantes: a 100 escudos cada Mano, era una ganga en comparación con la reconstrucción de un campanario.

Esa noche era para celebrar, por lo que salí de copas con Álvaro, quien no escarmentaba pese a la quijada rota y parchada. Esta vez fuimos a la Calle del Mentidero, llena de tabernas de todas las cataduras. Entramos a la mejor y pedimos medio azumbre de vino, conejo empanado con tocino y pan candeal. La velada prometía, cuando desde el fondo una voz pastosa se hizo oir:

“Ah, aquí estáis vos! Sois sacamuelas pero no sois barbero, tiradientes que no hacéis doler, cirujano que no hacéis sangrías, tenéis los dientes blancos y no os enfermáis nunca, invocáis demonios cuando preparáis vuestros brebajes y demonios son los que atrapan los rayos para vos, tocáis la flauta como los infieles, sois el besaculos de los Martínez de Luna, y el bujarrón al que no se le conoce mujer…”

Ante esta descarga inesperada, Martínez de Luna busco el pomo de su espada. Lo retuve con la mano, y pregunte:
“Y vos quien sois?”

“Gabriel Bocangel”

“Es el hijo del médico del rey, ese bellaco es un pobre cantamañanas”, agrego Álvaro sonriendo.

“Vive Dios! , sabia que el matasanos de vuestro padre tendría un vástago canijo, pero veo su retoño es candongo y tiñoso, vos!”

Toda la taberna celebro mi salida, pues el Bocangel era un impertinente. Otra voz se levantó:

“Callaos Bocangel, vuestra voz solo sirve para mal imitar a Don Luis”, aunque se notaba a la legua que el tratamiento de Don en este caso más que de respeto, era de burla.

De inmediato capte la figura altiva en su cojera, y aguda en su miopía, de Francisco de Quevedo, y que el Don Luis en cuestión no podía ser otro que Góngora.

“Ah, sois discípulo del cura jugador! Decidle que en las cagarrutas de la escritura de los infieles, hay mas claridad que en sus “Soledades”! Y vos tenéis el desparpajo de llamarme bujarrón… amigo sois de Don Luis, y seguro también lo fuisteis del Conde, dad gracias al cielo que no acompañasteis a los otros cinco a la hoguera…”

Bocangel, fuera de sí (seguramente había tocado algún punto sensible: en Madrid aún se comentaba el “pecado nefando” del Conde de Villamedina, el proceso y ejecución de los 5 compañeros sexuales y la muerte en extrañas circunstancias del mismo conde), salió del local gritándome: “os veo mañana a las 6 en el Pasadizo de San Gines!”.

Me habían retado a un duelo delante de todo el Mentidero! El implicado era hijo del médico del mismísimo Rey y tenía a todo el círculo de poetas culteranos apoyándolo. Estaba en un problema: era aún un espadachín incipiente, y los cortesanos aprenden a usar la ropera desde la infancia. Y no podía dejar de ir, era un reto de honor que demasiada gente atestiguo: me habían acusado de hereje, vividor y homosexual, solo me faltaba judío y cornudo para tener encima a los 5 insultos dignos de querella en el Siglo de Oro!

Así pues, al día siguiente debí acudir al pasadizo (que lucía raro sin churros, ni estantes), fui sin jubón, solo con capa, calzas, camisa, medias y zapatos cómodos… y mi bordón; muchos esfuerzos vanos hizo Álvaro intentando convencerme de ir con mi magnifica ropera, pero fui con el bordón, el arma con el que me sentía cómodo. Cuando Bocangel me vio, no pudo dejar de reír y me espetó: “villano sois y como villano moriréis”.

El fresno pulido se deslizaba fácilmente en mis manos, y dos remates de bronce reforzaban los extremos… y tenía la ventaja del alcance. Incluso una ropera larga, no tendría más de un metro a un metro diez de hoja, en cambio el humilde palo rebasaba el metro ochenta. Y aunque Bocangel ciertamente debía haber practicado en contra de picas, moharras o lanzas, nada lo había preparado contra un bo.

Le entregue la capa a Álvaro que me había acompañado al lance, en tanto Bocangel ni siquiera intento ponerse cómodo en su jubón negro y aparatosa lechuguilla, ni siquiera dejo de beber el vino fortificado que sus criados le alcanzaron, ni siquiera se paró a estudiar a su rival cuando ataco a fondo con su ropera.

Pero no estaba acostumbrado a pelear con tanta desventaja en la distancia, jamás la punta de su espada estuvo a menos de 30 centímetros de mi cuerpo. Era mi turno de atacar, y no fue al cuerpo ni a la cabeza. En uno de sus intentos de estoquearme Bocangel dejo la pierna adelantada y allí, justo en el empeine fue a caer mi golpe. Sonó claramente a hueso machacado y mi rival grito conforme caía.

“Queréis seguir, o habéis tenido suficiente?”

“Maldito indio hereje!”

“Falacia: indio, pero creyente”

Bocangel cojeaba y había perdido muchísima rapidez, podía golpear a mi gusto, y así lo hice. Vi otra vez la pierna adelantada y le entro un golpe a la tibia, justo allí donde duele. Y luego un varazo al hombro, otro a las costillas y finalmente uno en el codo que lo desarmo.

“Habéis tenido suficiente?”

“Perro, os matare”

“Eso no será hoy, gafo. Id y refugiaos bajo la capa de vuestro padre!”

El atrevido muchacho nuevamente perdió su temple ante la pulla. Cogió su espada e intento atacarme vanamente, pues a esa altura del duelo, sus movimientos eran predecibles y lentos. Pare el golpe con facilidad, y devolví dos: uno que le partió todos los incisivos superiores y otro en la región temporal que lo puso a dormir.

“Llevadlo a su padre. Decidle que el Cirujano Francisco Sánchez de Lima no mata mozalbetes imberbes por vanidad”.

“Pudisteis haber acabado con el con vuestra espada” - me dijo Álvaro sonriendo ampliamente – “no conservo la sangre fría ni un momento. Aunque nunca había visto usar el bastón así”

“Así se lucha en Cipango, mas allá de la China. El Santo Francisco Javier predico en esas tierras. Y adivino que pronto nuestros hermanos bautizados vivirán momentos difíciles allá” – y le pregunte con aire preocupado – “Decidme Álvaro, es lo que dijo ayer Bocangel lo que la gente piensa de mí? Sed sincero”.

“La gente habla mucho y de vos nada se conoce. Y lo que no conocen, lo inventan. Y lo de tiradientes y sacamuelas lo debe haber escuchado de su padre, pues toda la corte conoce ya los dientes de oro del mio. Sois de porte raro, sois más alto que yo que soy alabardero de la Guardia Amarilla, nadie sabe dónde habéis nacido ni como habeis llegado, sois generoso con la limosna pero vivís mas austeramente que un lego dominico, habláis con un acento raro que no es ni extremeño, ni andaluz, ni aragonés, ni castellano, peleáis con un palo, no habéis pasado por Salamanca pero sabéis más que un facultativo salido de ahí, habláis la lengua de los herejes y la de los franceses, habéis viajado mucho, inventáis cosas raras, sabéis matemáticas, sabéis más de la historia de Aníbal y Cesar que el finado Duque de Alba, cocináis y coméis comida de pobres pero jamás enfermáis, sabéis de música, nunca os emborracháis, nunca se os ha visto galantear a una dama, y yo sé que preferís dormir colgado de la pared!”

“Y vos y vuestro padre me habéis brindado su amistad y protección” – agregué sonriendo.

“Hoy habéis hecho enemigos poderosos. Los Bocangel están bien colocados en la Corte y ya sabéis, la envidia hace que el pellejo les escueza” - y mirándome fijamente agrego – “pero debéis ser visto con mujeres, porque la mala fama de bujarron nos ensucia a todos”.


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Error de hilo



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Mensaje por Gaspacher »

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Don Juan de Cereceda miro por la ventana para observar el puerto en el que descansaban los cuatro navíos de línea, tres zabras y cuatro galeones bajo su mando. Esa vista calmo sus ánimos como siempre hacia. Aunque fuese cierto que él carecía de un cargo oficial como el que se estaba creando en la Armada Española, si gozaba del cargo de comandante de los buques de la compañía en los mares del sur, lo que a la postre lo convertía en el máximo mando naval de aquellos mares. Además, su sueldo era muy superior al de los integrantes en la Armada, y D Pedro le había dado la seguridad de que en unos años podría trasladarlo a ella manteniendo el rango de almirante. En fin, en el peor de los casos podría solicitar el traslado en unos años, de momento tenía suficiente con enfrentarse a la ingente tarea que tenía frente a sí, por lo tanto volvió su atención a los papeles que se acumulaban sobre su mesa y empezó a revisarlos.

Las tareas de construcción del puerto continuaban a buen ritmo. Los trabajadores indígenas estaban levantando tres fortines en la entrada de la bahía, construidos de piedra y hormigón conforme a las nuevas técnicas aprendidas o recuperadas de los antiguos romanos por los maestros de obra españoles. Dentro de la propia bahía se estaba levantando un muelle con un pequeño dique para efectuar carenas y reparaciones, además se había despejado una zona relativamente amplia y se estaban creando almacenes y viviendas como la que él ocupaba en esos momentos. Por supuesto todo ello rodeado por una fortificación de campaña.

Dentro de aquel pequeño fuerte descansaban los trabajadores y marinos con sus familias y podían diferenciarse dos zonas claramente diferenciadas. La más cercana a los muelles era la zona de paso, que alojaba a las tripulaciones encargadas de hacer la ruta con España. Era por lo tanto una zona de transeúntes, de vicio, pendenciera y dura en la que los marineros buscaban alojamiento y calmar sus bajos instintos, en la que las peleas eran el pan de cada día. La zona más alejada del puerto por el contrario estaba compuesta de viviendas permanentes de las familias de artesanos y campesinos asentados aquí y también alojaba a las familias de los marinos que se habían establecido aquí de forma permanente y ahora estaban encargados de las cortas rutas de cabotaje, y era mucho más tranquila.

En el agua descansaban todos sus bajeles a la espera del fin de la temporada de ciclones que llegaría en unas semanas. Cuando eso ocurriese las zabras volverían a partir en misión de exploración de los mares circundantes, levantando planos de sus islas, y buscando los mejores puertos de abrigo y los pueblos indígenas menos agresivos para en un futuro poder buscar nuevas tierras.

Mientras tanto los galeones volverían a servir para comerciar con los países e islas cercanas, llevando suministros a los puestos de caza en el norte y trayendo a ese puerto mercancías de gran valor que posteriormente serían enviadas a España en los nuevos mercantes construidos para cruzar los océanos, mucho más resistentes, marineros y con mayor capacidad de carga.

En cuanto a sus cuatro navíos, su labor era la misma de siempre, proteger a los mercantes de la compañía, especialmente cuando atravesasen el peligroso estrecho de Sonda junto a las bases de holandesas. Precisamente los holandeses eran su mayor preocupación. Nada más llegar había tenido algunos enfrentamientos con ellos, aunque en todas las ocasiones los herejes lograron retirarse a tiempo. Esto acabo cuando les llegaron las noticias de la tregua de diez años, pero era claro que el paréntesis tan solo era temporal, así que empleaba su tiempo en ir recabando información de sus posibles enemigos para así decidir un curso de acción a seguir en caso de guerra.

Y como no podía ser de otra manera, su curso de acción sería atacar sus posesiones cercanas, en Formosa y en Java…


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KL Albrecht Achilles
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reytuerto
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Mensaje por reytuerto »

Así pues, salí bien librado la primera vez que mi vida estuvo en peligro en el Madrid de los Austrias. Y por lo visto, al día siguiente estaba en boca de todos los chismosos de la villa. Los Martínez de Luna entre risas, me hicieron saber en el almuerzo uno de los sonetos que narraba el duelo en el Pasadizo de San Ginés:

“Voy a contaros las últimas de la villa,
La historia de Francisco el cirujano
para jalar dientes tiene buena mano,
Oh! Mejor cierro la boca sino me los pilla.

Bocángel insulto haciendo mucha bulla,
hijo del matasanos de oropel mundano
no distingue un tiñoso de su hermano,
Ah! Francisco le devolvió bien la pulla.

Tizona contra palo mal negocio parecía,
pero el cirujano toda estocada paraba
y el bastón como aspas de molino movía.

Golpe en el pie! Bocángel ahora renqueaba,
Cojo y manco, hueco luce donde palas había,
Francisco con buena maña, su vida perdonaba.”


“Vaya Don Gonzalo, menudo soneto se han largado” dije riendo de buena gana, “Sabéis quien ha sido el autor? Tal vez Lope o Quevedo?”

“No Francisco, por Dios! Estáis demente si pensáis que estos 14 versos de pacotilla los ha hecho un vate consagrado. No, esto del Mentidero mismo ha salido, tal vez un borrachín de taberna”.

“Pero Padre, ciertamente ninguno de los seguidores de Góngora!”

“No, no. No son versos culteranos! Ved y contad las silabas, no están parejas. Y falta sutileza. Habéis escuchado a un labriego galanteando dandose influlas de culto ? Pues eso!” Dijo riendo el noble, haciendo notar su ahora conocida dentadura de oro, pero enseguida endureció la mirada y me dijo: “La próxima semana habéis de ir a un Corral de Comedias. Y follareis a la cómica que mejor os parezca. Pero no entrareis en mi casa sin haberla follado”.

“Descuidad, Don Gonzalo. Cumpliré gustoso lasu mandato”.

Un condón! Necesito urgentemente un condón! Si me iba a lanzar en pos de una vagina publica antes de los antibióticos, necesitaba un condón, pues la sífilis y la gonorrea eran males endémicos. Sabía que Falopio, si el de las trompas, había descrito el uso de preservativos un siglo antes, pero debía de buscar la tripa adecuada y ver como hacía para mantenerla en su sitio.

Así que fui al mercado y busque las tripas de cordero y de cerdo. El ciego de oveja me pareció la una buena opción, pues al ser cerrado en un extremo, me evitaba tener que hacer nudo o costura, pero también probaría con yeyuno íleon porcino, que era más resistente. No invente nada, utilice el procedimiento habitual para las tripas de embutido, limpiar toda la caquita, sacar la grasa y la mucosa, alternando varias veces las tripas en baños de agua caliente y fría, luego a una olla tibia con salmuera por un día.

Ya tenía el material básico. Ahora vienen los detalles importantes. La tripa de cerdo se adaptaba bien, pero el nudo terminal era incomodo si es que quedaba hacia adentro, así que forzosamente iría hacia afuera. El ciego era un tanto más irregular y no quedaba tan bien centrado, pero era todo en una sola pieza. Los sujetaría con cintas de seda, y si Lope de Toledo se apuraba, podría hacerle un buen obsequio a Álvaro para el próximo fin de semana!

Efectivamente mientras los incipientes condones reposaban en aceite de oliva infusionado con flores de azahar, acudí donde el orfebre.

“Maestro orfebre, podéis hacerme un par de anillos”.

“Maestro cirujano, sabéis que os he hecho cosas más difíciles”

“Cierto es, pero pueden estar listos mañana?”

“Si el pago es apropiado, hasta hoy mismo estarán”.

“Fijaos, esta es la longitud es una circunferencia, divididla entre 3 y tendréis el diámetro. Hacedme un anillo de media cana para ese diámetro”

“Pues Maestro Francisco, vuestros cálculos están errados, ese no es ancho de dedo sino de miembro viril”.

“Pues mal encaminado no anda, Don Lope!” - Dije riendo por el buen ojo del joyero- “Tenedlos listos mañana!”.

Lope cumplió, los anillos estuvieron listos. Ahora había que probarlos. Primero conmigo, y luego con Álvaro. Primero se ponía el condón de tripa, bastante flexible en su baño de aceite tibio, luego se amarraban las cintas, y finalmente el anillo del pene se insertaba con el miembro aún entre flácido y erecto, la idea de este último era que sirviese tanto como retén para el preservativo, como en su función ad hoc de juguete sexual. Al menos sin jaleo, funcionaba. Le explique su uso al Martínez de Luna joven, que entendió sin reservas, pues aunque su miedo a la enfermedad era grande, su afición a las mujeres era aun mayor y este artilugio le llegaba como mana del Cielo.

El sábado por la tarde fue el gran día. Con Álvaro fuimos al Corral del Príncipe, pero ni en la “tertulia” reservada a los clérigos, ni al “aposento de Madrid” que eran las plazas de los corregidores o del alcalde, menos en la “cazuela” de las mujeres, no; alquilamos una “reja” en una casa contigua, reja que además de las butacas para ver el espectáculo, disponía de un recibo y dos alcobas para el “descanso” de los espectadores.

Ya desde la reja, pudimos apreciar la belleza de algunas cómicas, en especial de María de Córdoba “la sultana Amarilis”, que había dejado a su compañía para establecerse en Madrid, ante los requerimientos de la Corte. No solo era bonita, también cantaba, bailaba y tenía genio sobre las tablas.

"Que se dice en la Corte, Alvaro?"

"Pues ha llegado a Valencia un navío cargado de tesoros de las Indias!"

"A Valencia? Ese no es puerto de la Casa de Contratación".

"Cierto es lo que decís, el navío no es de la Casa, es de un navegante particular".

"Quien sera?"

"Nada mas que Pedro Llopis! Recordáis? Las manos de ese cristiano parecen las del Rey Midas, lo que tocan se convierte en oro!" Respondió Alvaro pensativo, pero casi de inmediato cambio de talante “Que os parece la Sultana, Francisco?”

“Pues la veo bien, pero sabéis si la moza está casada?”

“Casada esta! Pero a fe mía, que casada con cornudo, carbón y proxeneta!” –Respondió Álvaro entre risas – “Si largáis bien los escudos, la mata entre sus piernas será vuestra!”

“Y vos, también queréis yacer con ella?”

“Ni lo dudéis un momento, cirujano!”

“Entonces deberemos hacer como en la obra de Lope, mi amigo!”

“Cómo es eso?”

“Fuenteovejuna, Álvaro, Fuenteovejuna!: todos a una!! Dejadle paso a mis años, que voy de primero!”

Demás está decir que esa noche, los condones y anillos funcionaron a la perfección!


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tercioidiaquez
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Mensaje por tercioidiaquez »

Recapitulando, habíamos dejado a Diego entrevistándose con Wallenstein que le había encomendado una misión "especial".
Retomamos.
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Diego pisoteó la nieve para hacer circular la sangre de los pies y poder entrar en calor. El capote, que como toda su compañía portaba, había sido fabricado en buen paño valenciano, y se agradecía, pero el frío era intenso.
Sus hombres habían montado un perímetro custodiando los restos quemados semanas hacia, de una granja.
Bela, su compañero ya desde hacía varios años permanecía a su lado. Había engordado y ganado dinero en la misma proporción, su cintura y el grueso collar de oro que adornaba su cuello así lo atestiguaba. Aún así pocos se atrevían a hacer frente en combate al gigante magiar.
Un grupo a caballo se acercó a su posición. Figuras embozadas que no se podían reconocer, pero si el estandarte de dragones de la escolta de Wallenstein que marchaba al lado.
Diego vio al jefe, un inglés, Walter no se qué, acompañando a unos hombres que se les veía recelosos, mirando hacia todas las direcciones. El inglés hizo un gesto con la cabeza y Diego asintió sin impedirle el paso.
"Curioso" comentó el húngaro.
"¿El qué? Nuestro jefe suele hablar con mucha gente".
"No, eso no" respondió con su vozarrón de húsar cuando el grupo les había sobrepasado y se dirigía a la granja donde Wallenstein les esperaba. "Nadie de la escolta del Mariscal es alemán. Ingleses, españoles, húngaros, y sobre todo bohemios, como él...curioso".
Diego no se había dado cuenta del detalle. ¿Sería importante?

Horas después se encontraban ya de nuevo en el pueblo que utilizaban como acantonamiento. Wallenstein se había mostrado extrañamente hablador. Ni siquiera había mandado matar a ningún paisano al cruzarse con él y no saludarle con presteza.
Diego notaba un cosquilleó en la nuca que no le hacía presagiar nada nuevo.
Mandó a sus hombres a descansar cuando su ordenanza, un rapaz huerfano que había adoptado al comenzar a servir como mercenario se acercó y le entregó un papel doblado.
En una cuidada caligrafía alemana le pedían si por favor podía acercarse a la posada a hablar con un antiguo compañero de armas de Flandes.
Obviamente era mentira, ningún compañero le escribiría en alemán y por eso mismo acudió.

La posada estaba llena de parroquianos, ninguno de la localidad, todos soldados del ejército de Wallenstein, ebrios o a punto de estarlo, y todos manoseando a las camareras que se deslizaban con mayor rapidez que un escuadrón de caballería entre las mesas, por suelo lleno de serrín, vómito y charcos de cerveza y vino.
En una esquina, dos figuras desentonaban, no por su ropa, similar a la de los soldados, pero aunque tenían jarras en la mano, su mirada estaba concentrada en la puerta.
Diego se sentó, uno de ellos, el mas mayor le agradeció su presencia y comenzó a dorarle la píldora en un idioma mezcla de italiano-español y algo mas.
"No exageréis, mi fama no ha llegado tan lejos como afirmáis".
"Al contrario D. Diego, os conocemos como buen soldado, con buenos amigos en la corte española y en el consejo de la Guerra. Alguno de vuestros valedores son algunos de los principales consejeros del Rey Planeta, su católica Majestad".
El cosquilleo aumentó.
"No me cabe duda, que sabéis de los fraternales lazos que unen a nuestras monarquías, en un tiempo unidas y ahora separadas pero con un mismo fin, el impedir que los herejes se extiendan".
"Claro, y que los súbditos paguen sus impuestos aunque sean luteranos" Contestó Diego.
Sin hacer caso de la pulla el desconocido prosiguió.
"Estoy seguro que si servís bien a nuestro Emperador, vuestros servicios también serán conocidos y reconocidos por su Católica Majestad".
"¿Y que servicios serían esos?"
"Sabéis que nuestro Capitán General lleva meses sin plantar batalla a los sajones y suecos, por el contrario, los rumores sobre encuentros con emisarios enemigos son abundantes. Infundados la mayoría sin duda, pero...si alguno fuera cierto..." su voz se redujo a un susurro..."la causa imperial estaría en peligro". "Y la española" completó el otro personaje participando por primera vez.
"Repitos, ¿Qué servicios serían?".
"Nada que vaya contra el honor de vuestra Nación, eso os lo aseguro".
"¿Y contra el mío?"
"El honor de las personas puede supeditarse al de las Naciones"
Diego hizo memoria y respondió:
"Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios".
"Vuestro honor estará a salvo" respondió tras un momento de duda el segundo personaje, de barba oscura y afinada. Diego se fijó en sus manos, limpias, sin callos, y con un buen par de anillos, uno de ellos con un águila bicéfala.
"Tan solo" completó el otro "deberéis no hacer nada cuando llegue el momento".
"¿Cuando llegará ese "momento"? Contestó con rentintín.
"Lo sabréis cuando llegue"
"Y también lo sabrá vuestro Rey" contestó el del anillo.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.

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