Un soldado de cuatro siglos

La guerra en el arte y los medios de comunicación. Libros, cine, prensa, música, TV, videos.
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tercioidiaquez
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por tercioidiaquez »

La compañía de Diego se movió con rapidez, aun siendo de noche.
- ¿A donde nos dirigimos? preguntó.
-Camino del dique de Gertrudenbergh. No está claro lo que ha pasado, pero parece que ha habido un fuerte asalto y se corre el riesgo de rotura del cerco-. No era mucho lo que su Sargento sabía, como nadie, pero eso le contó.
Tras varias horas andando el Capitán ordenó desplegar a las escuadras, formando una línea de vigilancia.
-Estar alerta. Mechas encendidas pero a la espalda. No quiero que se os vea con esta oscuridad. No creo que haya que matar mucho, pero si toca, hacerlo bien, como de costumbre, pero además rápido. No quiero que nadie salga persiguiendo a esos rebeldes. Nuestra misión es aguanta aquí. El botin lo dejaremos cuando amanezca-.
Las órdenes del Capitán fueron breves y cortantes y acto seguido las escuadras se dividieron ocupando el frente de una pradera de la que provenían varios caminos.
Diego colocó en línea a sus hombres, mosquete en ristre, mecha preparada pero sujetada a la espalda, soplando de vez en cuando los dos cabos encendidos y ropera a mano. Comenzaron a esperar. Algunas cosas no cambiaban, fuera en el siglo que fuera, la mayor parte del trabajo del soldado consistía en esperar...


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Mensaje por Gaspacher »

Durante las horas siguientes Ignacio fue desgranando los avatares de los últimos años. Mientras Pedro viajaba a Siberia él continuo con el negocio de relojería durante un tiempo hasta que reunió bastantes beneficios para dedicarse a la que era su verdadera pasión, la construcción naval. Aun construía relojes de tanto en tanto para ganar unos reales, pero su actividad principal estaba ya claramente enfocada al trabajo en los astilleros.

Una vez en el Astillero se había empleado a fondo para llevar a buen puerto sus proyectos de construcción, enfrentándose a la resistencia de los carpinteros de rivera. Por fortuna la plata abre muchas puertas y él era el que pagaba, por lo tanto los carpinteros acabaron dando su brazo a torcer, aceptando las extrañas soluciones y diseños que Ignacio aportaba a su trabajo.

En esa época los buques se fabricaban de forma totalmente artesanal, dando lugar a diferencias entre los buques construidos en el mismo astillero. Esto que era totalmente normal en esta época era totalmente inaceptable para una economía de escala como la que propugnaban ellos. Por lo tanto su trabajo empezó construyendo una maqueta del buque en cuestión a escala, que llegaron a probar en la ría de Solis donde Ignacio construyo una especie de túnel de agua dando esperanzadores resultados. Con la maqueta como modelo los carpinteros empezaron a trabajar en los dos buques que estaban construyendo y que eran prácticamente idénticos, convirtiéndose en buques en serie, algo prácticamente desconocido para la época.

En ese momento Pedro aprovecho para entregar a Ignacio los planos del molino hidráulico que había diseñado. Si construían uno de ellos en el río Solís o el del Carmen, que regaban la localidad del Astillero, podría acelerar de forma sustancial la construcción naval. Era de esperar que los carpinteros protestasen porque les quitaba trabajo, pero Pedro opinaba que explicándoles que lo que haría era especializar aún más su trabajo y con ello subiéndoles los sueldos, sus desavenencias desaparecerían.

Ignacio pronto se dio cuenta que el caudal de agua de aquellos ríos podía ser insuficiente para estos molinos, pero tras pensarlo un poco encontró una posible solución. Si represaban el río aguas arriba, podrían controlar el caudal permitiendo el trabajo en los momentos adecuados. Con ello en mente empezó a diseñar unas presas que pensaba construir en roca y tierra hasta que Pedro le recordó la opción del hormigón romano que ya estaba empleando en el puerto de Valencia. Era un punto que debería investigar con más calma y sopesar los pros y contras de tal medida.

En unos días Pedro embarcaría de nuevo para efectuar las pruebas de mar de aquellos navíos, mientras tanto era hora de poner en orden las cuestiones relativas a la compañía. Pedro calculaba que de momento la resistencia de la Casa de Contratación sería poca, pero iría en aumento en los próximos dos o tres años. De momento tan solo la Zabra Meteoro había regresado y un único bajel no levantaría sospechas más allá de unas pocas protestas, pero ese mismo año debería llegar el galeón Nuestra Señora del Mar, y el año siguiente la urca San Juan. Con una cadencia anual la Casa de Contratación no se estaría quieta, así que acordaron crear una reserva monetaria para llegado el caso limar asperezas y afinar voluntades.

Los planes iniciales de la compañía pasaban por crear estaciones de avituallamiento en varios puntos de la ruta de las pieles, sin embargo el estallido de la guerra con Inglaterra suponía un problema que ahora ganaba prioridad. Si querían impedir capturas de sus buques deberían primero asegurar la superioridad marítima hispana. Así los planes de Pedro por volver a embarcar hacia oriente quedaban pospuestos un tiempo, posiblemente dos o tres años. Como fuere una vez puestos a punto sus nuevos navíos, el Relámpago y el Rayo, Ignacio iniciaría la construcción de otros dos bajeles idénticos. Con ello cumplirían las condiciones dadas por el Virrey de Valencia que permitían movilizar hasta cuatro buques en corso. Poco imaginaba el Virrey que en lugar de pequeñas zabras o urcas habían construido buques de mil toneladas. Con ellos mientras sus enemigos no reuniesen una flota de una decena de naves no deberían preocuparse.

De todas formas ya iba siendo hora de empezar a construir sus propios buques comerciales para dejar de depender de los galeones y urcas que, aunque cumplían su cometido, eran terriblemente pesados y lentos. Por lo tanto mientras los carpinteros de rivera contratados por ellos continuaban con la construcción de los dos nuevos navíos, Ignacio empezaría el diseño y la construcción de una maqueta a escala. Una vez la tuviesen y hubiesen comprobado sus cualidades en la ría, iniciarían la construcción de estos buques.

Si todo iba bien en dos años o tres años, para cuando Pedro estuviese nuevamente en disposición de viajar a Oriente, estos buques estarían preparados.


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Encontrar una tripulación para los navíos no fue difícil en los puertos del Cantábrico. Unos días después de la reunión y tras enrolar una tripulación y finalizar sus preparativos, Pedro embarco en el primero de aquellos navíos, el Rayo, realizando un corto trayecto de dos semanas por el cantábrico. El navío demostró tener buenas condiciones marineras y logro velocidades de hasta nueve nudos, todo un logro en un navío de aquel tamaño. Su maniobrabilidad aunque buena o incluso excepcional, hacía añorar a la pequeña zabra que había comandado en su viaje a Siberia. En cuanto a la construcción propiamente dicha, el Rayo parecía extraordinariamente resistente, capaz de medirse con los peores temporales imaginables, y tan solo embarcaba un palmo de agua en sentina que era achicado diariamente con las bombas.

Una semana después cerca de Burdeos el Rayo diviso un bajel de pequeñas dimensiones que se dirigía a la ciudad. El Rayo había aparecido desde el norte con el viento a favor y las desconocidas líneas de su buque le dieron suficiente tiempo como para acercase y sorprender al pequeño buque que enarbolo la enseña del Rey de Francia. Sin embargo Pedro desconfió del aspecto del buque pues no se asemejaba a los típicos bajeles de Burdeos, y ordeno al capitán de esta pinaza que se detuviese. La pinaza resulto ser inglesa y traer un cargamento variado a la ciudad, por lo que considerando el estado de guerra entre España e Inglaterra, Pedro decidió capturarlo y llevarlo hasta Santander.

A principios de julio anclo el nuevo buque en Santander y él mismo embarco en el Relámpago para realizar sus pruebas de mar. También este navío demostró tener unas admirables condiciones marineras, prueba de su buen hacer constructivo. En esta ocasión y tras dos semanas de navegación, Pedro se dejó caer hasta la costa sur de Inglaterra, donde permaneció durante una semana logrando capturar dos pequeñas goletas que llevo a su regreso hasta la citada ciudad.

Era hora de alistar aquellos navíos para una buena temporada en el mar.


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tercioidiaquez
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Diego estaba expectante. No podría dormir aunque lo hubiera intentado. La proximidad del combate estaba en el ambiente. De repente se oyó una voz, poco mas que un susurro.
-"Cádiz".
La contraseña era la correcta.
-"Romana". La contestación también. Tres figuras se acercaron con rapidez pero sin hacer ruido.A la vez, desde la retaguardia llegaron dos mas, el Capitán y el Sargento. Los seis se agacharon y los recién llegados del frente comenzaron a informar en voz baja, eran la "centinela perdida".
-"Se acerca un grupo de varios cientos, picas y armas de fuego. Vienen armando demasiada bulla, riendo y hablando. A mí que no esperan encontrarse a nadie. Juraría que incluso alguno va bebido. llegarán en 10 minutos.- Contó un veterano mientras los demás asentían con la cabeza.
-¿Alemanes o flamencos?- preguntó el capitán.
-Ni lo uno ni lo otro. Hablan algo raro.
El capitán asintió y dirigiéndose al Sargento exclamó:" Armas preparadas, gente de rodillas. A mi señal en pie y fuego a discreción 3 disparos sobre la cabeza de la columna. Si intentan desplegar, formamos el escuadrón en ese camino, a la altura del árbol-Se volvió y señalo un solitario sauce unos 25 metros detrás de su posición.- ¿Alguna duda?-Nadie dijo nada.Pues ala, informar a vuestros hombres y listos.
La gente se retiró y Diego con un silbido avisó a su escuadra, les informó y volvieron a desplegar.
No tuvieron que esperar mucho, lo primero que oyeron fueron unas risotadas que cortaron la noche, poco después el sonido de unas picas que se cimbreaban. Lo primero que vieron fue una mancha negra de la que sobresalían las picas y al fondo unas mechas que brillaban en la oscuridad.
Diego aferró con mas fuerza el arma.


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"SANTIAGO". La palabra resonó en la noche y como un solo hombre, los poco mas de 50 soldados se pusieron en pie, encararon el arma y dispararon.
La descarga hizo pararse a la columna, cuando la mayoría de los proyectiles impactaron en la parte delantera. Varios cuerpos cayeron al suelo golpeados por varios proyectiles. Un gemido recorrió la mancha, deteniéndose de inmediato y convirtiéndose en un grupo de hombres que repentinamente perdieron las ganas de seguir andando.
Alguien comenzó a vomitar órdenes, en un idioma que los españoles no entendían, pero antes de que la columna se convirtiera en una línea parecida a una formación de combate, otra descarga la golpeó. Esta vez no fue tan concentrada, y a la mayor parte la siguió un número de disparos sueltos. Mas quejidos y algún grito recorrieron la noche cuando mas cuerpos cayeron al suelo.
Diego cargaba con celeridad, un disparo mas y debían salir corriendo al punto de reunión. Cargaba de pie, sin mirar al enemigo, concentrado en su arma. "Menos pólvora, que te vas a matar tu solo" dijo en voz baja tirando el "apostol" vació al suelo.
Llevo su arma a la cara y apunto. En un segundo vio ahora una línea de gente. Las picas eran inconfundibles al contrastar con el cielo claro a pesar de la oscuridad. Estaban en el centro mientras a sus flancos los tiradores aprestaban sus armas.
Sin pensarlo disparó y sin saber si había dado a alguien. Se dió la vuelta y gritó a su escuadra. "Agua, que ahora les toca a ellos". Sus compañeros se dieron la vuelta y echaron a correr en la dirección del árbol cuando unos cuantos disparos sueltos vinieron esta vez de las filas enemigas, impactando en uno de los componentes de su escuadra. Diego se paró y le agarró por el brazo. Comenzó a tirar de él arrastrándole por el suelo, sin hacer caso de sus gritos. Otro hombre hizo lo propio con la otra mano y entre los dos le llevaron a rastras. El herido no paraba de quejarse, no por la herida sino por la situación -"Soltadme majaderos, estoy bien, esos alcahuetes me han dado en el cul*". Diego no estaba para tonterías ni para pararse a comprobarlo, así que lo llevaron hasta que se encontraron con el resto de la compañía. Allí lo soltaron como un paquete. -"Estás bien". "Ya os lo he dicho. Esos bellacos me han dado en salva sea la parte, como les coja les hago tragarse la espada". Y llevándose la mano a dicha parte, se la mostró llena de sangre.


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Valencia julio de 1625

Joan Vicent Peris cogió las tenazas para doblar la patilla de hierro a la que había dado forma a martillazos poco antes. A continuación se separó dos pasos de la mesa de trabajo y observo su obra casi terminada.

Sobre la mesa descansaba un artefacto de metal y aspecto extraño. Una especie de olla de latón y pequeño tamaño casi cerrada en su parte superior, en cuyo centro descansaba un soporte para una mecha en un quemador. De los laterales del recipiente salían dos barras de latón que se unían en la parte superior formando un soporte. A su vez de este soporte salía un asa de alambre que permitiría colgarlo o llevarlo de la mano. Para que estuviese acabado tan solo restaba conseguir una campana de cristal para apantallar el quemador.

Joan llevaba meses trabajando para la Compañía Comercial de Nuestra Señora del Carmen, o simplemente “La compañía o la Cece” como herrero. De hecho la idea de construir este aparato había surgido en una conversación con su patrón, Pedro Llopis, cuando discutían sobre la forma de mejorar los sistemas de iluminación de los bajeles de la cece.

Mientras Joan y Pedro discutían sobre la formas de mejorar las lámparas de aceite actuales, Pedro se dedicó más a escuchar que a otra cosa. Sin embargo cuando tomó la decisión varios días después le describió un aparato con tanta precisión que casi pareciera que lo estaba viendo o que lo conociese desde antiguo. El mismo aparato que él había tratado de recrear con tanto acierto como era capaz y que ahora descansaba sobre la mesa.

El recipiente inferior debía llenarse de alcohol y no de aceite como era normal. A continuación se sumergía una mecha de algodón que quedaba sumergida a excepción de un pequeño extremo que quedaba sujeta con un tornillo dentro del quemador. De esta forma cuando se prendiese fuego sería el alcohol que empapaba la mecha el que ardería iluminando con luz blanca las tinieblas. Un soporte para una pantalla de cristal y un asa completaban el artefacto por el que Pedro le había prometido un premio de mil ducados si lograba acabarlo.

Bien, acabado estaba, pero como su patrón no regresaría hasta finales de otoño o quizá incluso hasta el invierno tenía tiempo para probarlo y solucionar los problemas que pudiesen surgir, algo que había aprendido también de su patrón que no dejaba de decir una y otra vez “ensayo y error, ensayo y error, solo así avanza el mundo”…


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El Capitán comenzó a ladrar órdenes mientras los soldados se recomponían.-"Sargentos, Cabos, a mí".
Llegaron todos a la carrera. El capitán miró buscando a sus dos sargentos y al solo ver a uno preguntó: -"Miguel ¿Donde está Pedro?
-"En el camino, un disparo le alcanzó la cara, ya no volverá a ganarme a las cartas" contestó alguien. El Capitán no lo dudó:-"Miguel, con tus escuadrasm una manga a la izquierda de la bandera. Diego, ya eres Sargento, con la otra mitad a la derecha. A mi señal Miguel escaramuceas contra esos perros. Diego preparado para relevar a Miguel."
Todos asintieron y se dirigieron corriendo. Diego observó que en el centro del despliegue ahora se encontraba el Alférez, bien cubierto de metal y una espada en la mano y en la otra, ondeando la cruz de San Andrés, a su lado y rodeándolo la escuadra del Capitán, todos peinando canas en pelo y barba. Sabían que lo mas probable era que no llegaran a intervenir, pero si lo hacían estaban todos jodidos, pues significaría que el enemigo estaba lo suficientemente cerca de la bandera.

Diego escupió las órdenes a su escuadra y a sus nuevos subordinados, un total de 25 hombres: " Una manga, 6 de frente y cuatro de fondo, no empezamos el baile, prestos para sustituir al otro flanco."
Los soldados comenzaron a colocarse, como marcaba la Ordenanza (y la tradición) el primero que llegaba en primera fila y los demás por orden de llegada.

Diego se puso al costado y recordó a su gente que revisaran las armas, aunque no hacía falta. Se dio cuenta que empezaba a clarear.
Entonces un grito salió de la formación enemiga a unos 500 metros, ahora una larga fila, con un centro de picas y dos alas de armas de fuego.
"For the King and the country".

Los soldados se miraron sorprendidos al oir un idioma que no les sonaba.
_"Tiene narices, pensó Diego, en el ejército recordándonos que estudiáramos inglés y al final me va a servir para esto". Y al soldado de su lado-"Acércate al Capitán y le informas que los de enfrente son ingleses".
En ese momento la formación enemiga comenzó a andar, y a la vez, aunque Diego no pudo oir si hubo orden o no, la manga del otro flanco avanzó hacia ellos.


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Puesto de caza número 3, desembocadura del río Amur, mayo de 1625.

Ángel escupió la bala en la boca de su fusil y la ataco con la baqueta empujándola hasta el fondo del cañón. A continuación se llevó el fusil a su cara y con su mano derecha cogió el martillo para echarlo atrás hasta que lo retuvo el fiador. Para entonces ya estaba siguiendo con su fusil a otro de los atacantes. Segundos más tarde aquel hombre yacía en el suelo y él había apoyado la culata del fusil en el suelo al tiempo que echaba la mano a su zurrón para sacar otro cartucho. Un papel que envolvía la pólvora necesaria para cebar la cazoleta, cargar el fusil, y la propia bala que dispararía segundos más tarde.

— ¡Se retiran —Sonó una voz cercana. — ¡Ya han tenido bastante! —por la forma de hablar debía ser Oscar, el de Murcia.

—Solo van a reorganizarse, volverán. —Trono la voz de Valente. —¡Cabos, informad de las bajas, el resto aprovechad para rearmaros, comer un poco y descansad! —Ordeno con decisión.

Al menos casi todos los integrantes de la expedición eran veteranos y los que no lo eran, eran cazadores avezados aun antes de integrarse en la expedición en la que a mayores habían sido entrenados a conciencia…más valía que ese entrenamiento y su magnífico armamento fuesen suficientes.


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El primer año de los puestos de caza siberianos fue bastante placido, al menos tanto como lo permitía el hostil clima al que se enfrentaban. Al menos se estaban adaptando con relativa facilidad. Ya durante el viaje habían recibido una descripción completa de los peligros que les esperaban en el viaje y las condiciones en las que trabajarían, acompañadas de instrucciones precisas de cómo enfrentarse a las duras condiciones climáticas en las que se moverían.

Gracias a estas instrucciones nada más llegar a la zona construyeron fuertes en zona costera. Estos fuertes tenían la doble finalidad de aislarlos del crudo invierno y ser su refugio en caso de ataque de los indígenas de la zona. Por fortuna los indígenas aunque suspicaces no pusieron demasiadas trabas a comerciar con ellos, pues desde el principio tenían órdenes de no excederse con ellos y tratarlos como a posibles clientes. Pronto y tras superar mínimamente las dificultades del idioma pudieron empezar a comerciar con ellos, vendiéndoles utensilios de buen acero a cambio de pieles.

Cuando la Zabra que los había llevado hasta allí partió con el primer cargamento de pieles quedaron prácticamente aislados. Por fortuna no mucho después arribaría a aquellas aguas un bajel procedente de filipinas con alimentos y bebidas. Aun mejor sería la llegada a finales de verano del Galeón Nuestra Señora del Rosario, procedente de España. Este Galeón pertenecía a la compañía y traía otros dos centenares de cazadores, unas cincuenta mujeres, y alimentos, bebidas, y más enseres para comerciar. Para ese entonces Oscar ya se había amancebado con una mujer de la zona. Una china según creía, pues la barrera del idioma suponía un serio problema para todos, aunque estaban haciendo grandes esfuerzos por superarla.

El nuevo invierno fue tan duro como el anterior, aunque pudieron sobrevivir refugiándose en los fuertes una vez más sin más bajas que unos pocos hombres que enfermaron y un par de accidentes. Para ese momento los fuertes eran ya florecientes centros de comercio y por lo que sabía en los Puestos de caza 1 y 2 ya estaban preparándose para adentrarse en el territorio siguiendo los cursos de los ríos. Esto se haría en la primavera verano de 1625, pues no querían agotar los recursos de caza de la zona en la que habitaban. Por su parte el puesto de caza numero 3 situado en el río Amur que era en el que Oscar servía, debía mejorar sus defensas y concentrar sus esfuerzos en enviar expediciones de caza a unas islas cercanas. Para ello ese verano llegaría un bergantín que serviría tanto para esto último como para conectar los tres puestos de caza entre sí en caso necesario.

Fue precisamente ese verano de 1625 cuando todo se torció para el puesto de caza número 3. Durante una de las pocas expediciones de caza que desarrollaron hacia el interior del continente se encontraron con una partida de guerreros a caballo armados con arcos y flechas principalmente. De inmediato el sargento Nuño ordeno desplegarse a los hombres, que se ocultaron y prepararon sus armas, mientras Nuño trataba de dialogar con ellos. Por desgracia a diferencia de los pueblos con los que habían contactado en los otros puestos de caza estos parecían ser bastante belicosos y respondieron atacando sin mediar provocación, viéndose obligados a defenderse disparando sobre ellos y poniéndolos en fuga.

Desgraciadamente días después detectaron una gran partida con cientos de guerreros a caballo dirigiéndose a la zona. Sin duda los jinetes que habían logrado huir habían solicitado refuerzos para acabar con los extranjeros…no tuvieron más remedio que acuartelarse y preparar sus defensas.


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— ¡Ya vuelven, prepárense! —trono una voz cercana avisándoles de un nuevo ataque entre gritos de “al arma”. De inmediato Oscar salió al exterior con su fusil situándose tras uno de los merlones hechos de troncos con los que habían construido las torres de defensa. Para tranquilidad de Oscar detrás de aquel grueso merlón se estaba relativamente seguro a menos que el enemigo trajese artillería o que a él se le ocurriese arriesgarse en demasía asomándose al espacio descubierto entre merlones. Un punto que Francisco, un salmantino alto y desgarbado había comprobado por las malas en el ataque anterior, cuando recibió una flecha en el pecho.

Por enésima vez Oscar se repitió a si mismo que debía permanecer tras el merlón y disparar en diagonal por sus laterales, sin asomarse nunca. Era lo que su patrón había llamado sectores de fuego, y aseguraban la máxima protección del tirador junto a una gran capacidad mortal al superponerse los sectores de fuego de unos con los de otros… lo único malo que tenían era que el tirador debía confiar ciegamente en sus compañeros para que protegiesen la única parte débil que tenía el sistema, que era precisamente el frontal del merlón en el que uno se refugiaba y que no podía ver. Si uno no confiaba en sus compañeros y sacaba la cabeza…bueno, ahí estaba Francisco para demostrar las consecuencias.

—¡Vienen a pie! —Sonó un grito cercano, posiblemente el de Zaragozá, un andaluz de nombre José Antonio muy dicharachero y amigable que había llegado con el segundo contingente de cazadores.

—Deben haber aprendido que no pueden atacar estos muros a caballo. —Dijo el sargento Nuño a quien un prieto vendaje cubría la cabeza y parte del rostro desde el primer encuentro con aquellos jinetes. Se refería claro está al resultado de los dos primeros ataques que habían rechazado. En el primero los caballos habían tropezado con las piedras semienterradas alrededor del fuerte. Un truco que su patrón había dicho ya utilizaban los antiguos pobladores de España antes de la llegada de los romanos. Los equinos con las patas rotas cayeron arrastrando a sus jinetes con ellos, y pocos fueron los que lograron huir cuando los tiradores los acribillaron desde el fuerte.

La precisión de sus disparos con aquellos modernos fusiles, tan diferentes a los mosquetes y arcabuces de mecha utilizados en los tercios, unidos a los dos cañones que regaron de metralla la zona les dieron la victoria en los primeros ataques. De pronto uno de los cañones trono con un seco estampido, siendo secundado poco después por el otro cañón con el que contaban. El enemigo acababa de entrar en rango de cañón y faltaba poco para que entrase en el de sus fusiles.


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Cuando mediaba una distancia de 100 metros la manga de españoles se paró y comenzaron los disparos. La primera fila descargó sus armas, y un par de enemigos cayó al suelo impactados por las balas. Nada mas disparar recogieron sus armas y retrocedieron a la última fila, mientra que los que ahora se encontraban los primeros repitieron la operación.

Diego veía como el fuego constante español iba desgastando poco a poco a los ingleses que alternaban el avance con las paradas para que sus arcabuceros dispararan sus armas. Su efectividad era menor pero su mayor numero compensaba el mayor número de bajas que les infligian los hispanos.

la manga retrocedía a la vez que disparaba manteniendo la distancia con sus enemigos, pero cuando cada hombre había disparado 6 veces se replegaron en buen orden, dejando 6 compañeros caídos en el suelo, alguno sin hacer movimiento ninguno.

Era el momento de Diego: "Adelante, nos toca". Los soldados, bien instruidos avanzaron y al llegar a unos 50 metros repitieron la operación. Diego se mantenía siempre al lado de la primera fila, atendiendo mas al avance enemigo que a disparar, aunque cuando lo hacía siempre impactaba en un enemigo.

Un simple vistazo le hizo dar cuenta que con el peso del número los ingleses acabarían con ellos, aunque les hicieran mayor número de bajas. Entonces se fijó en el jefe enemigo. Comenzaba a clarear y pudo verle claramente. Barba afilada, una chaqueta acuchillada y con arabescos y una llamativa banda roja que discurría desde su hombro a la cadera. No cejaba de animar a sus hombres, espada en mano, señalando a la delgada línea española.
Cuando Diego vio que habían disparado ya 6 veces cada uno de sus hombres ordenó la retirada, el peligro de accidente por el calentamiento del cañón era real.

A medida que se retiraban vio la otra manga acercarse a hacer lo propio pero ocurrió algo extraño. De entre las líneas inglesas salieron corriendo 5 hombres. Aparentemente iban desarmados lo que hizo que los españoles perdieran tiempo en dispararles, extrañados de su actitud. Cuando se encontraban a unos 20 metros el Sargento ordenó el disparo tirando por suelo a 3 de ellos, pero los otros 2 continuaron su carrera. En el mismo momento en que la primera fila retrocedía y la segunda ocupaba su lugar, los 2 ingleses se encontraban a unos 10 metros, hicieron palanca con el brazo y arrojaron un pequeño objeto que despedía una llama. Los objetos cayeron entre los españoles, que rápidamente vieron de lo que se trataba, pero no tuvieron tiempo de dispersarse.

Las granadas explosionaron descargando la metralla hiriendo a casi toda la manga. Mas de la mitad de los soldados rodaron por el suelo, algunos con evidentes destrozos en la carne y otros profiriendo quejidos que deberían oírse en Amberes.
El Sargento había caído por lo que los supervivientes retrocedieron, algunos arrastrando o sujetando a compañeros que no podían hacerlo solos.

El Capitán puso mala cara y dirigiéndose a Diego y a los veteranos que le rodeaban: "Me parece que vienen mal dadas, mañana el barrachel abrirá nuestros testamentos". Los soldados de la escuadra del Capitán siguieron imperturbables, aunque alguno de los mas jóvenes soldados de Diego reflejó en su cara la aprensión por una futura y cercana muerte.

Un grito resonó en la fila inglesa, que había reanudado el avance. Su jefe gesticulaba señalando a los españoles, animando, sin necesidad a sus compatriotas. La victoria les parecía cercana y los españoles aprestaron sus armas.


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Los ingleses se encontraban a unos 200 metros cuando Diego supo que tenía que hacer algo.
"Con su permiso Capitán" y se adelantó unos 10 metros de sus compañeros. Habiendo pedido permiso nadie podría acusarle de abandonar la fila. Rapidamente se tiró al suelo, estiró la pierna izquierda, encogió la derecha y la apoyó sobre la rodilla izquierda. Colocó el mosquete apoyando la boca en el hueco del tobillo. Y de esa guisa abrió fuego.

El disparo alcanzó al capitán enemigo en el pecho, cayendo hacia atrás, aunque no llegó a tocar suelo al ser sujetado por sus compañeros. La fila inglesa se paró. Mucha casualidad que a esa distancia un disparo aislado diera a su jefe.Ahora el grito surgió de las gargantas españolas y el Capitán decidió que había que aprovechar la ocasión. Los españoles restantes avanzaron y reanudaron el fuego. Los ingleses comenzaron a flaquear en el mismo momento que su jefe era sacado del campo de batalla a rastras y con la cara blanca por la falta de sangre y el pecho rojo por exceso del mismo líquido.

Sus compañeros felicitaron a Diego al llegar a su altura, pero no pudo celebrarlo mucho. Mientras los ingleses se retiraban, una descarga precipitada para ganar tiempo y poner distancia con los españoles, hizo que uno de sus proyectiles golpearan en el brazo derecho. El dolor fue intenso pero con alivió vió como había entrado y salido, haciendo manar sangre pero sin haber golpeado el hueso.

Días después se enterarían quien era el jefe inglés.

"...esta carta es para mostraros que estoy bien. La vanguardia atacó bajo el mando del Lord, General Vere. Nuestra nación no perdió el honor, pero muchos valientes caballeros si sus vidas. Mi abanderado, Stanhope murió en su puesto. El capitán Cromwell está gravemente herido. Luchamos mientras nos duró la munición y yo estoy herido en el pecho..."

El señor Henry de Vere, 18º Earl de Oxford murío a la noche siguiente, tras escribirle una carta a su mujer tranquilizándola.


“…Las piezas de campaña se perdieron; bandera de español ninguna…” Duque de Alba tras la batalla de Heiligerlee.
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Un soldado de cuatro siglos

Mensaje por Gaspacher »

—¡Don Carlos, me parece escuchar el sonido de disparos procedente de tierra!—Grito uno de los vigías llamando al Maestre del galeón San Sebastián.

—¿Esta vuesa merced seguro, Don Jesús? —Respondió el maestre.

—Aún estamos muy lejos, Don Carlos, pero juraría que así es.

—Gracias, Don Jesús, continúe vuesa merced con su trabajo. —Respondió Carlos mientras ordenaba a su grumete que reuniese a los hombres de guerra que viajaban con él en cubierta. A continuación cuando los más de ochenta hombres se hubieron reunido en cubierta les comunico. —Caballeros, estamos a punto de llegar a nuestro destino, sin embargo debo advertirles que nuestros vigías creen haber escuchado el sonido de disparos procedentes de tierra. Por lo tanto deben saber que es posible que nos esperen problemas, así que sera mejor que vuesas mercedes se preparen.

De inmediato los hombres corrieron al interior del galeón, donde empezaron a equiparse preparando sus espadas, pistolas, y fusiles, para volver a cubierta a continuación. Para ese entonces ya se escuchaba claramente el fragor de la lejana batalla y los esporádicos disparos de cañón, por lo que el Maestre Don Carlos ordenó zafarrancho de combate.

Por fin el San Sebastián doblo la punta que llamaban de Santa Ana para adentrarse en el río, rumbo al puesto de caza. Ahora sin ningún obstáculo enfrente podían ver el puesto de caza situado en un pequeño recodo del río al que se acercaban con rapidez. A su alrededor parecía estar librándose un duro combate. A su alrededor parecía estar librándose un duro combate. decenas de guerreros a pie trataban de asaltar los muros del fuerte que era sometido a una lluvia de flecha, mientras desde detrás de los muros de troncos los españoles disparaban sin cesar sobre sus atacantes a los que causaban fuertes bajas.


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Mensaje por Gaspacher »

Valencia, primeros de junio de 1625

En Valencia el comercio se había revitalizado alrededor de la Compañía, y aun en ausencia de Pedro los negocios continuaban. La producción de espejos necesitaba salida y uno de los principales mercados al que había recurrido la compañía era a la exportación, donde con la ayuda de mercaderes genoveses estaban logrando un considerable boom de negocios. Considerando que los mayores espejos venecianos apenas alcanzaban una vara de tamaño, los grandes espejos de cuerpo entero aportaban un valor desconocido hasta ese momento y no tenían rival en el mundo. Por desgracia eran un producto para potentados únicamente al alcance de la aristocracia o la alta burguesía, pero eso suponía la entrada de ingentes cantidades de dinero en el reino de Valencia.

Pero no todo era la exportación de espejos, también había ganado terreno la importación, especialmente de hierro, pues la compañía precisaba de grandes cantidades de armas para equipar a sus cazadores. Sin embargo la cantidad de hierro que había ordenado importar excedía en mucho las necesidades de un ejército, y se estaban creando muchos negocios adicionales a su alrededor. Las grandes cocinas de hierro fundido que llamaban económicas, en un principio hechas para dar mayor seguridad al cocinar a bordo de los navíos, habían empezado a ser vendidas a particulares y se estaban extendiendo por todo el reino. De hecho algunos comerciantes habían solicitado una reunión con los directivos de la compañía con el fin de lograr permiso para exportarlas al resto de España, siendo un objeto muy apetecible.

Junto al hierro otros materiales como el latón para envases de comida en los bajeles, y madera, cordajes, velas y todo lo necesario para sostener la flota comercial que empezaban a tener, ganaba terreno día tras día. Eran por lo tanto muchos los artesanos de todo tipo que se estaban dirigiendo a Valencia desde el resto de España e incluso desde algunos puertos del extranjero como Nápoles o Génova, donde las noticias habían llegado con rapidez junto a los buques procedentes de Valencia. Muchos de estos artesanos, una vez llegados a Valencia se instalaban en el Grao de Valencia, donde la población no dejaba de crecer dando más trabajo a arquitectos y obreros que seguían expandiendo el sistema de alcantarillado para dar servicio a la nueva población.
Sin embargo en los últimos tiempos una duda se había apoderado de los comerciantes locales. Recientemente la compañía había empezado a importar tres productos en grandes cantidades y no eran pocos los que se preguntaban a qué se debía este hecho que podía dar lugar a buenas oportunidades de trabajo si lograban averiguar su uso.

El primero de los materiales era el cobre, y lo único que se sabía era que Pedro había dejado caer a los herreros de la ciudad que quería reunirse con ellos en cuanto regresase de su actual viaje. Los herreros suponían que Pedro quería que fabricasen para él tubos de este material con el que ya habían hecho algunas pruebas durante su estancia en la ciudad. Los tubos de este cobre fundido eran mucho menores que los cañones de bronce y tenían abiertos ambos extremos, por lo que suponían que no serían para fabricar armas. Además los extremos de los tubos eran trabajados en lo que Pedro había denominado un extremo macho y otro hembra, de forma que dos o más tubos pudiesen conectarse los unos con los otros para formar un tubo más largo.

El segundo producto importado era una tierra negra que había mandado buscar expresamente por todo el reino de España. Esta extraña tierra había sido finalmente hallada en la zona de Segovia y Toledo, y Pedro había ordenado adquirir aquellas zonas derechos de minería para este material, por lo que era un material que debía tener un interés para ellos desconocido. Durante la búsqueda de este material también habían “encontrado” carbón mineral en Teruel y Asturias, y aunque Pedro había demostrado interés en su uso, este parecía haber sido aparcado de momento.

Por último se había ordenado traer a Valencia aceite de roca, un material utilizado principalmente por alquimistas y producido principalmente en el oriente, alrededor de Tierra Santa. Sus usos eran muchos, pero muy minoritarios incluso teniendo en cuenta que Pedro lo utilizaba para sanear las zonas de aguas estancadas que rodeaban la ciudad, y no justificaban cantidades tan grandes.
Si los comerciantes y artesanos lograban averiguar a qué se debían esas compras tal vez pudiesen obtener buenas oportunidades de negocio.


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Mensaje por Gaspacher »

Las más importantes de las tareas que Pedro llevo a cabo en Santander era el reclutar nuevas tripulaciones para sus dos bajeles. Por fortuna tenía dinero y tiempo, lo que le permitía mantener unos altos estándares de reclutamiento, especialmente en cuanto se refería a la oficialidad de los bajeles. Por ello busco gente con amplia experiencia, principalmente hombres de mar que hubiesen servido en los galeones de Indias o en alguna flota corsaria o de pesca en altura. Día tras día decenas de personas acudían a la casona en la que había alquilado una habitación, situada en las afueras de la ciudad lejos de los malos olores que emanaban de las calles. Allí presentaban sus credenciales si las tenían por haber servido en algún bajel de importancia, y si estas convencían a Pedro, eran inmediatamente contratados.

—Tiene vuesa merced un historial de servicios impresionante, Don Fernando. —Dijo Pedro al oficial que se había presentado ante él, tras leer detenidamente su hoja de servicio en los galeones de Indias. —Seis años sirviendo en los galeones de la carrera de Indias, el último de ellos como contramaestre, y otros dos años en un galeón bajo el mando del Almirante Don Antonio de Oquendo. A fe mía que tenéis buen historial, Don Fernando. Para mi será un honor y un orgullo contarlo en mi tripulación.

— ¡Don Pedro! —Lo interrumpió la voz de su secretario. El hombre del que os hable está aquí.

—Oh, por supuesto, muchas gracias Don Benito, encárguese vuesa merced de los tramites con Don Fernando, recibiré al invitado en mi recamara privada. Don Fernando, discúlpeme, ahora me despido de vuesa merced, pero espero verlo pronto a bordo del Rayo. —Tras despedirse del contramaestre se dirigió a la habitación en la que había instalado su despacho privado, donde poco después era llevado Don Juan de Cereceda, el hombre que esperaba se convirtiese en el comandante del segundo de sus navíos, el Relámpago.


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