La Pugna Continuación de "El Visitante"

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Mensaje por kaiser-1 »

Un galgo no. Yo soy más de soluciones creativas :twisted: . Cuidado al usar el bidé.


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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Luis M. García
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Mensaje por Luis M. García »

:asombro3: :confuso1:

Jodó, menuda promoción de sádicos se está cociendo en estos hilos...


Qué gran vasallo, si hubiese buen señor...
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Mensaje por Domper »

Tras revisar detenidamente las defensas costeras he pasado a inspeccionar los puntos de esparcimiento de la tropa; tras prepararme dando buena cuenta de un tataki de salmón y de una corvina horneada, voy a comprobar que la labor de las cantineras mantenga su habitual nivel, y a asegurarme de que la calidad de los licores espirituosos que se distribuyen siga siendo la establecida.

Saludos



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Mensaje por kaiser-1 »

¿Sádico yo? ¡Vamos hombre! Si me he limitado ha hundirte la moral con lo del bidé. Este vuecencia tranquilo que las joyas de la familia no corren peligro :alegre:

Retire a sus agentes y yo avisaré a mis técnicos especializados en tareas varias de reparaciones/sabotaje de su cercanía :twisted:

En fin, que viva tiempos interesantes, mi vicealmirante :gc:


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Mensaje por Domper »

Durante la inspección nocturna realizada pude apreciar los nuevos uniformes de paseo distribuidos a la tropa, a la vez vistosos y frescos… aunque no sé donde podrán ponerse las condecoraciones, de merecerlas.

Hoy he estado comprobando las dificultades que puede suponer el desplazamiento de grandes unidades por la geografía ibérica, teniendo en cuenta la obsolescencia y reducida capacidad de las vías de comunicaciones, y las deficiencias de los puntos de aprovisionamiento.

Finalmente, he de decir que las intenciones del Vicealmirante García eran honestas, ya que trataba de advertir al mando de un grave error que había detectado en los planes de futuras operaciones, y que ya ha sido corregido. No será preciso que su Majestad Imperial se exceda en sus actuaciones que, me permito decir, tienen un toque escatológico que no es del agrado del mando.

Saludos



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Mensaje por Domper »


Capítulo 12


Enrique Manera Bassa. El buque en la Armada Española. Ediciones Sílex. Madrid, 1981.

En otoño de 1941 la Armada Española se encontró en una situación inversa a la de 1936, cuando tras el Alzamiento Nacional tenía una potente escuadra de cruceros, pero casi todas las embarcaciones auxiliares habían quedado en manos de la flota roja. En 1941 la Armada tenía un apreciable número de buques de escolta, destacando los destructores clase Churruca, algo gastados pero todavía valiosos. Sin embargo la fuerza de cruceros era casi inservible. Los viejos cruceros ligeros Navarra y Méndez Núñez, que todavía quemaban carbón, solo eran aptos para misiones secundarias. Aunque ambos habían sido asignados a la fuerza anfibia del Pacto de Aquisgrán bajo el mando del almirante italiano Brivonesi, tan solo el Navarra pudo incorporarse, ya que las máquinas del Méndez Núñez necesitaban un recorrido completo. De los tres cruceros ligeros clase Cervera, el Galicia y el Cervantes estaban en tan mal estado que el Estado Mayor de la Armada había decidido que fuesen reconstruidos completamente, pero las obras se habían detenido a causa de la penuria de materiales debida a la guerra. Su gemelo Cervera estaba en mejor estado, pero tras cuatro años de servicios casi ininterrumpidos sus máquinas precisaban también una revisión. El crucero pesado Canarias, el barco más valioso de la flota y que había efectuado varias salidas contra el tráfico inglés, había sufrido daños por la explosión de una mina magnética en la bocana del puerto de Cádiz, y el desembarco inglés en Portugal impedía que fuese trasladado a El Ferrol para ser reparado, por lo que esperaba a la finalización de la reconstrucción del dique seco de Gibraltar. Estando el crucero pesado en el Arsenal de San Fernando el Canarias, fue alcanzado por una bomba inglesa que le produjo daños leves, pero que sumados a los causados por la mina requerirían de dos a cuatro meses de reparaciones.

Según los planes españoles, en caso de guerra con Inglaterra la inmensa superioridad de la Royal Navy sobre la Armada hacía que la confrontación directa fuese muy peligrosa, y por tanto debía ser evitada. Los cruceros españoles, barcos de gran autonomía y velocidad, debían causar los mayores daños posibles a la navegación mercante británica. Durante los últimos meses de 1940 y los primeros de 1941 el Canarias había realizado cuatro incursiones en el Atlántico con gran éxito. Pero la Armada Española no disponía de otros buques de guerra similares, por lo que tuvo que recurrir a la misma solución que en 1936: los cruceros auxiliares. Durante la guerra civil buen número de mercantes habían sido artillados con armamento de circunstancias, procedente de almacenes o de baterías costeras, y habían contribuido al bloqueo de la zona roja. En 1940 se ordenó armar seis barcos mercantes con ayuda alemana; a partir del verano de 1941 una segunda oleada de diez barcos corsarios actuó en mares lejanos a la caza de mercantes ingleses.



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Mensaje por Domper »


Relato del vicealmirante Víctor Loreto Leñanza

No es que me agradase pero, tal como estaba la Armada en el año del señor de 1941, no era cosa de rechazar ningún destino a flote, aunque fuese en un flotador con tirachinas. Además, bien mirado, el Nadir tampoco era lo que se dice un flotador, y los seis cañones del doce que montaba podían hacer más pupa que un tiragomas.

Pero déjeme que me presente. El que suscribe, Víctor Loreto Leñanza, es el último vástago de una gloriosa saga de marinos. Mi madre era hija del almirante Leñanza, que como usted ya sabrá perteneció a una de las familias con mayor tradición en la Armada. La de mi padre tampoco era manca. Mi abuelo había perecido gloriosamente en el Teresa en el 98, y mi padre se había batido el cobre con los moros en Alhucemas. Los galones de contraalmirante que llegó a alcanzar no me vinieron nada mal cuando tuve que someterme a juicio tras pasarme en el 37… veo que voy muy deprisa. En aquél horrible 1936 acababa de salir de la Escuela de Submarinos con destino al B-4, uno de los sumergibles más pequeños y viejos de la Armada, pero que a mí me pareció el mayor fruto del ingenio humano. Esa gran unidad de guerra era en realidad poco más que un tubo de acero en el que nos amontonábamos dos motores diésel, dos eléctricos, diez torpedos y 34 almas, que intentaban moverse sin sacarse los ojos los unos a los otros con los codos. En esas condiciones el trato era mucho más cercano que en otras unidades de la flota más espaciosas, y le debí caer en gracia al contramaestre Mariño, un marino bragado con más veteranía que la Torre de Hércules. El hombre me salvó la vida cuando el 21 de julio la tripulación se amotinó y envió a los demás oficiales al paredón, previo paso por la fortaleza de La Mola. Mariño pasó a mandar el submarino, pero el hombre sabía mucho de motores y tripulantes y poco de navegación, por lo que me mantuvo a bordo para echarle una mano con el sextante y las cartas. A bueno fue a pedir ayuda, porque al servidor de usted nunca se le ha dado muy bien la geometría, que en la Escuela pasé dejando los pelos del bigote en la gatera. La cosa fue que al poco nos dimos un besito con un mercante noruego que pasaba por allí, y el pobre B-4, que ya no estaba para muchas alegrías, quedó tan tocado que hubo que darlo de baja. El comité también quería darme de baja a mí, por lo que dije aquello de pies para qué os quiero y busqué nuevos aires, cosa que, por raro que parezca, tampoco me resultó tan difícil. En el desorden de esos días el mono de los submarinistas valía por un aval, y pude llegarme a Mazarrón. Allí me hice con un botecillo velero, que en Cádiz nos enseñaban a manejar pequeñas embarcaciones, y puse proa a las Baleares. Ya le he dicho que como navegante no soy lo que se dice una joya, pero acertarle a semejante archipiélago era algo a mi alcance, y aunque el Mediterráneo tenga sus humos esos días me dedicó aguas llanas y un buen viento de Poniente que llevó en pocos días a Ibiza.

Mi paso por el bando nacional tampoco empezó con buen pie, porque los de la isla se empeñaron en pensar que si me había salvado de lo Mahón tenía que ser más rojo que un tomate, y si no me apiolaron fue de chiripa. Pero al bendito comandante de la plaza se le ocurrió pensar que si yo hubiese sido tan republicano ¿por qué me había escapado en un cascarón? Además me dediqué a pregonar que lo del abordaje entre el B-4 y el mercantón nórdico era cosa mía. Supongo que también pesó mi apellido, y el que en la zona nacional los alféreces de fragata en paro eran más raros que los perros verdes con manchas rosas. Al final me empaquetaron en el Koenisberg, un crucero alemán de los de la Patrulla de no Intervención, que me entregó en Cádiz. De allí al Ferrol y al abuelo, ya que el mando pensó que para ponerme a prueba no era cosa de meterme en un barco pequeño donde pudiera hacer lo que me apeteciese, y me plantificó en lo más grande que encontró, el viejo acorazado España, más conocido como “el abuelo”. El vejete tenía que patrullar la costa cantábrica haciendo de todo, lo mismo bombardeaba algún objetivo terrestre que hacía de guardacostas o perseguía a algún mercante inglés de los que trataban de burlar el bloqueo, que ya se sabe, bloqueo significa dinero y siempre hay arriesgados capaces de jugarse el tipo por unas pesetas, sobre todo si luego si pueden llamar a la Royal Navy para que les saque las castañas del fuego. En una de esas me rehabilité, mandando la dotación de presa de un mercante al que su tripulación había abierto los Kingston, es decir, las válvulas de inundación, y además le había prendido fuego antes de salir zumbando. Tuve que jugármela para cerrar las válvulas entre vaharadas de humo y de vapor. El comandante me propuso para una medalla, pero en Burgos pensaron que lo uno por lo otro, olvidaron mis “servicios” en el B-4 y me declararon limpio de polvo y paja.

No mucho después el España se comió una mina junto a Santander, y el abuelo se fue para el fondo de cansado que estaba. Al menos el pobre España se portó, y se hundió despacito y por derechas, sin volteretas ni otras malas jugadas, y el valiente Alsedo pudo rescatarnos a todos. El destructor nos desembarcó en El Ferrol, y el mando, en vez de lamerse las heridas, pensó en buscarnos algún trabajillo. El mío fue bastante comprometido... pero sigue siendo secreto y solo puedo decir que tuve que viajar y que experimenté un tercer naufragio de lo más sonado. De vuelta en El Ferrol y como nuestra gloriosa Armada estaba un tanto disminuida me embarcaron en el Mar Cantábrico, otro mercante apresado que hacía de crucero auxiliar, en el que vi bastante más acción que muchos almirantes. Esta vez debí pillar al gafe despistado, porque por una vez no acabé a remojo.

Acabada la guerra me mandaron otra vez a la Escuela, para ver si podían meterme en la cabezota las artes necesarias para mandar un barco, y entonces los britones nos hicieron la jugada del Bellver. Ya que no sobraban oficiales me vi otra vez a flote, esta vez en el cañonero Eolo, un barco gafado donde los haya: hubo que acabarlo a toda prisa, y en su primera salida de pruebas, gracias a la excelente calidad de los materiales usados, un tubo de alta se rompió, quedándose el cañonero al garete. Al comandante no se le ocurrió que tenía a bordo a un alférez, es decir, al menda, que ya llevaba tres naufragios a cuestas e iba a por el cuarto, y no atrevió a usar la radio por temor a los submarinos ingleses. Como si hiciese falta, porque uno de esos cabrones nos tenía ya en su periscopio. Un torpedo partió al cañonero por la mitad, y las dos partes se fueron al fondo como piedras. Dos docenas de náufragos quedamos chapoteando agarrados a una balsa que se había desprendido. Mejor no cuento lo que fue aquello, baste decir que cuando el Gravina nos encontró cuatro días después ya solo quedábamos cinco.

Por suerte a mí no me pasaba nada que no se remediase con unos cuartillos de vino, y esta vez, recordando mis peripecias en el Mar Cantábrico, me sugirieron que podría presentarme voluntario para el crucero auxiliar Nadir, que estaba siendo armado en San Fernando. Usted se imaginará que esas sugerencias no son como para desatenderlas, y me presenté en el crucero ante el caballero laureado capitán de corbeta Don Alfredo Lostau Santos, que había ganado la preciada condecoración cuando llevó hasta El Ferrol al ya citado Mar Cantábrico, que estaba cargado de municiones hasta la regala y tenía a bordo un incendio que no pudieron sofocar. Baste eso para que conozcan el valor y la iniciativa de Don Alfredo.

Aunque el Nadir no fuese un barco de guerra era precioso. Había nacido como SS Afric Star en 1926, y había sido capturado por el Canarias en noviembre del año anterior tras el combate de las Azores. Se trataba de un barco mixto de pasaje y carga, de 7.500 toneladas netas, al que cuatro calderas Palmers con turbinas de vapor movían a quince nudos. Muy espacioso, en buen estado, el Afric Star, llamado ahora Castillo de Monzón, había pasado a ser uno de los barcos más modernos de la flota mercante nacional y, aunque se estuvo considerando usarlo como burlador del bloqueo, finalmente fue seleccionado para su transformación en crucero auxiliar. Aunque volverle a cambiar el nombre era invitación al mal fario se le puso Nadir, nombre falso que había llevado el crucero auxiliar Ciudad de Valencia en sus correrías del año 38 por las costas inglesas, y que esperábamos despistase a los britones.

Como en los arsenales de la armada no sobraba el material Don Alfredo tuvo que arramblar con lo que encontró, y se hizo con seis cañones del doce que iban a ser destinados a los destructores Álava y Liniers, cuyas obras estaban paralizadas mientras se decidía sobre su destino. También llevábamos dos cañones antiaéreos del siete y medio, cuatro ametralladoras de tres con siete y otras cuatro de dos centímetros. La guinda del pastel la ponían los cuatro tubos lanzatorpedos, dos por banda, y los raíles para lanzamiento de minas. En el arsenal no solo instalaron todo ese armamento, sino que colocaron paneles que lo ocultaban y que podían ser bajados rápidamente, y además mejoraron los alojamientos, ya que el Nadir iba a llevar una tripulación muy numerosa. Puede parecer extraño que se necesitase tanto marinero, porque los mercantes están concebidos como máquinas de hacer dinero y cuantos menos tripulantes lleven, mejor. El Nadir precisaba poco personal de máquinas, y la artillería tampoco necesitaba un regimiento para servirla. Pero es que la misión del Nadir no solo iba a ser dar caza a los mercantes enemigos.

Supongo que usted conoce lo angustioso que fue el invierno del 40 en España. Faltaba de todo: no había ni qué comer, ni con qué cocinarlo, ni con qué calentarse. Cuando me daba un paseo por las calles de la cercana capital gaditana se me caía el alma a los pies: ni siquiera se oían las guitarras en las tascas, y la gente tenía aspecto mustio, más gris que las ropas raídas que llevaban. Mala solución tenía eso porque España dependía de los mares para vivir, cerrados por obra y gracia de Su Graciosa Majestad y la Royal Navy. El Canarias hacía lo que podía, y un buen par de sustos les pegó a los hijos de la pérfida. Fue la captura de unos cuantos mercantes cargados de las gollerías que faltaban en la Patria lo que le dio la idea al mando. Durante la guerra civil los cruceros auxiliares capturaron a los republicanos decenas de barcos cargados de valiosos materiales ¿no podríamos hacer lo mismo ahora? Los cruceros auxiliares germanos, que campaban a sus anchas por los océanos, podían dedicarse a hundir a sus presas, más que nada porque era improbable que pudiesen volver a Alemania salvando el bloqueo inglés, aunque alguna llegaba a nuestros puertos. Pero las costas españolas no podían ser bloqueadas, y teníamos bastantes barcos muertos de risa en los puertos porque los britones nos impedían traer incluso los alimentos que necesitábamos. Haciendo de la necesidad virtud se decidió armar nuevos cruceros auxiliares para que fuesen a buscar lo que tanto se necesitaba en España.



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Mensaje por kaiser-1 »

De acuerdo. Moderaré mis intervenciones. El vicealmirante tiene vía libre.


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Mensaje por zaptor »

Buenos días!
Supongo que una de las fuentes bibliográficas para el capítulo de Corsarios es "Corsarios alemanes en la Segunda Guerra Mundial", de Luis de la Sierra.
No he encontrado otro libro similar; si sabéis de más fuentes, lo agradezco de antemano por lo poco habitual y especializado de la materia.
Un saludo


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Mensaje por Thomas Pullings »

Si ese Leñanza es quien creo, su saga familiar se remonta mucho más allá del 98, no? :guino: :guino: :guino:

Y aún más si es más bien grandote... Excelente guiño.

Sigo con expectación cada entrega. Un saludo.


efemeridesnavales.blogspot.com
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Mensaje por Domper »

No es el único guiño.

Respecto a fuentes, no os perdáis este:

http://www.casadellibro.com/libro-corsarios-alemanes-en-la-gran-guerra-1914-1918/9788426121479/269199

Saludos



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Mensaje por Domper »


Nos hicimos a la mar con la pleamar de la tarde del día 25 de Julio, día de Santiago, patrón de España, y pusimos rumbo al estrecho. Sabíamos que esa era la fase más difícil del viaje, aunque la lejanía de las bases de submarinos inglesas nos daba algún respiro. Nos pegamos lo más posible a la costa, mientras un bou nos guiaba entre los campos de minas, y solo cuando llegamos a Barbate, ya de noche, pusimos rumbo sur y nos dirigimos hacia la vecina costa africana. El amanecer nos sorprendió rebasado ya Arcila y rumbo a Larache, donde pusimos rumbo a Poniente para adentrarnos en el océano, esperando que nuestra maniobra no solo nos permitiese evitar la posible vigilancia inglesa, sino que hiciese creer a cualquiera de las decenas de mirones pagados que los ingleses tenían en Andalucía que nos dirigíamos hacia el Mediterráneo.

Seguimos a toda máquina, mientras nos hacíamos pasar por el Wyoming, un vapor que, como su nombre claramente indicaba, enarbolaba bandera francesa. Nosotros nos paseábamos por cubierta presumiendo de nuestros conocimientos de gabacho mientras saludábamos al personal diciendo “comment allez vous” y respondiendo “ça va bien, merci”. El alférez Fernández, que estaba hasta el gorro de nuestras chanzas, ya que el pobre era de los desafortunados que solo había estudiado inglés, nos soltó un “¡cierra la fenetre pa quel viento no penetre!” mientras los demás nos partíamos de risa. Don Alfredo nos permitía esas bromas mientras no quitásemos ojo del horizonte, ya que dudaba que el pabellón francés nos protegiese de la Royal. Pero el océano estaba desierto, y tuvimos una plácida travesía mientras nos dirigíamos hacia el este, dando un amplio resguardo a Madeira. Fue entonces cuando Don Alfredo nos reunió para informarnos del atentado de Jerusalén. Lo lamentamos, porque el Statthalter Goering y el Duce Mussolini habían demostrado ser firmes amigos de España. Ya sin más bromas intentábamos que nuestra mirada penetrase más allá del horizonte, buscando esas pobres islas Canarias que muy al sur de nuestra posición lloraban bajo la bota inglesa.

Una vez en medio del Atlántico volvimos a cambiar de bandera. Esta vez seríamos el Marina Raskova, un vapor, esta vez soviético, con el que teníamos algún parecido. El simpático de siempre empezó a decir algo de “tovarich” pero una mirada del capitán lo dejó helado. Nuestra guerra civil estaba demasiado cerca y bastantes de nuestros marineros habían saludado en otros tiempos con el puño en alto.

Sin más incidencias cambiamos el rumbo hacia el austro. El mar seguía desierto porque intentábamos mantenernos lo más lejos posible de las rutas de navegación. Solo el calendario marcaba nuestros movimientos. Atravesamos la región de las calmas, y por fin Don Alfredo ordenó rumbo este sureste: nos íbamos a acercar a las costas africanas, para interceptar la ruta que llevaba desde Ciudad del Cabo hasta Freetown. Los informes de los submarinos alemanes indicaban que los barcos ingleses navegaban independientemente por esa ruta, que iba a ser nuestro nuevo territorio de caza. Pero los informes dirían lo que fuese, pero el mar seguía vacío. Finalmente el primero de septiembre el capitán se casó de malgastar fuel y puso rumbo sur: aunque no encontrásemos a nadie por el camino, teníamos otra forma de dejar un recuerdo a los hijos de la pérfida.

Nos estábamos acercando a Walvis Bay, nuestro primer objetivo, donde pensábamos aligerarnos de la peligrosa carga que llevábamos en nuestras bodegas: dos docenas de minas de orinque. Ya casi estábamos a la vista de la costa cuando desde la cofa se dio la voz de buque a la vista, y nos aprestamos a vigilar el horizonte con nuestros prismáticos. Solo se veía una columna de humo, pero al acercarnos pudimos divisar a la que sería nuestra primera presa: un herrumbroso vapor al que identificamos como el Aegeon, un barco de cinco mil toneladas. Nos acercamos a él como quien no quiere la cosa, y el pobre tipo no debió sospechar nada: me imagino la cara que pondrían en su puente cuando bajamos los paneles y les apuntamos con todos nuestros cañones. Yo estaba al mando de los cañones del tres con siete, preparado para barrer el puente en cuanto el capitán diese la orden. Pero no fue necesario, ya que el Aegeon arrió la bandera y nos permitió abordarlo. Tuvimos la satisfacción de comprobar que el barco llevaba un poco de todo, desde pacas de lana australiana hasta bidones de fuel. Aunque ese cascarón oxidado no valiese un pimiento, su carga sí, y una dotación de presa lo marinó hacia Cádiz mientras sus tripulantes pasaban a nuestro sollado. Como el barco no había dado la alerta seguimos hacia Walvis Bay, y esa misma noche les dejamos nuestros regalos casi debajo de las baterías costeras. Al amanecer estábamos lejos de la costa, a la búsqueda de más presas, y rezando para que las minas hiciesen su función. Tardaríamos en saber que resultaron un fracaso: para desgracia de sus tripulantes, un barquito de pesca se topó con una. Alertados, los ingleses cerraron el puerto hasta que llegaron los dragaminas, y mandaron varios barcos en nuestra búsqueda. Pero fueron tan indiscretos con la radio que supimos que teníamos demasiados admiradores detrás de nosotros, y nos despedimos a la francesa de esas aguas.

Seguimos hacia el sur, a ver si encontrábamos algún despistado, y no hay como buscar para encontrar: esta vez era un mercante pequeño pero moderno, el Alcedo, con pabellón panameño. Le ordenamos detenerse y lo inspeccionamos: resultó llevar un valiosísimo cargamento de caucho con destino a Bristol. El capitán lo declaró buena presa y tras mandar otra dotación de presa lo envió hacia nuestros puertos. Tuvimos una agradable sorpresa cuando la mayor parte de los marineros del Alcedo, que eran venezolanos, colombianos y panameños, nos pidieron permanecer en el barco y trabajar para nosotros.

Eran buenas aguas, como nos confirmó la captura del Ripley un par de días después. Pero esta vez el condenado se puso a usar la radio como loco e incluso nos intentó combatir con su cañón de cubierta. Un par de andanadas de nuestros cañones del doce lo desanimaron, pero había dado la alerta. Lo correcto hubiese sido salir a escape, pero el Ripley era otro premio gordo: no solo era un barco nuevo, de solo cinco años, sino que llevaba aceite de palma, caucho y bastantes toneladas de caoba. Otro que salió rumbo a España mientras nosotros nos internábamos en el Antártico. Un par de semanitas aguantando olas y cuando los ingleses se cansaron de perseguirnos, lo que se notaba por la disminución de su parloteo radiotelegráfico, nos acercamos a la costa sudafricana, echando a pique a un par de pesqueros antes de desaparecer rumbo este. Era una jugada atrevida porque nos exponía a las patrullas inglesas, e incluso escuchamos el ruido de un avión, que no nos vio por poco. Pero así aparentamos que nos metíamos en el Índico justo cuando Don Alfredo había decidido volver al Atlántico. Esta vez nuestro destino fue el Río de la Plata, donde había un intenso tráfico mercante. Íbamos a intentar atrapar un par de barcos antes de intentar volvernos para la Patria: el fuel empezaba a escasear y si no conseguíamos más nos quedaríamos al garete. Sabíamos que los alemanes habían creado una red de abastecedores para sus corsarios, pero España era bastante más pobretona y nos las tendríamos que arreglar con lo que capturásemos.

Rumbo a Buenos Aires estábamos cuando atrapamos a nuestra cuarta presa, que era un viejo carbonero, el King Edward, que a pesar de su pomposo nombre era un cascajo que apenas se arrastraba por los mares. Además consumía carbón, requiriendo una dotación numerosa, y no era cuestión. Aprovechamos para hacer un ejercicio de tiro que hizo que las olas se tragasen al barco inglés. La siguiente presa no fue mucho mejor, el viejo Irene Maria, de bandera británica, que navegaba en lastre hacia Montevideo. Tras llevarnos las provisiones una carga de explosivos lo hizo desaparecer de las aguas. Estábamos un poco hartos de porquerías flotantes, ya que nuestro objetivo no era tanto hundir barcos ingleses como solucionar las penurias de la Patria en esa especie de mercado marítimo. Pero tanto va el cántaro a la fuente… no tardando mucho vimos una columna de humo. Cuando nos divisaron cambiaron de rumbo e intentaron escapar, mientras gritaban al éter que les perseguía un crucero auxiliar. La caza duró seis horas, hasta que nuestros proyectiles empezaron a rodearle. Solo entonces se detuvo el Jersey City, un vapor inglés que no hubiese tenido nada destacable si no fuese por su carga de lingotes de cobre chileno. Nueva dotación de presa, y marchando para casa, esta vez en nuestra compañía.

Otra vez quedaron los mares desiertos, pero Don Alfredo iba a intentar una última jugada: el Caribe. A la altura de Cabo Verde nos despedimos del Jersey City y nos acercamos hacia Trinidad. No es que fuésemos a meternos en las barbas inglesas, sino que nos mantuvimos a unas prudentes ochocientas millas, recorriendo la ruta de los petroleros que en solitario intentaban llegar a Inglaterra. No tardó mucho en caer el premio gordo del viaje: el J.A. Mowinckel, un moderno petrolero fruto de los astilleros italianos de Montfalcone que, otra vez, llevaba pabellón panameño. La documentación del barco parecía en regla, pero su comandante tenía un acento inglés que se caía de espaldas. Discretamente el teniente Junquera ofreció al segundo, que ese sí parecía latino, quedarse con el contenido de la caja fuerte del barco. El dinero hace milagros, y enseguida apareció la documentación que demostraba que el Mowinckel había sido fletado por nuestros enemigos. El barco, además llevaba gasolina de alto octanaje, producto de la refinería de Curaçao, y estaba seguro que haría las delicias de nuestra aviación.

Rumbo a casa nos cruzamos con la que iba a ser la penúltima presa de este viaje: el carguero canadiense Jasper Park, que estaba finalizando su largo viaje desde Extremo Oriente con una carga de yute, té, tabaco y, sobre todo, dos mil toneladas de leche en polvo neozelandesa. Buen regalo para los niños españoles.



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Mensaje por Gaspacher »

Me cuesta imaginar que en un puerto como ese hubiese pesqueros de suficiente calado como para chocar con una mina de orinque, la imagen que tengo de la pesca en la zona es la de pesca artesanal desde chalupas o incluso redes desde la orilla, no de pesqueros de bajura.



Una lástima que el corsario Castillo de Monzón/Nadir no se haya dedicado a la caza del ballenero (posiblemente por las fechas en las que permanece en aquellas aguas en compañía del Penguin si lograba comunicarse con él). La grasa de ballena hubiese dado para mucha margarina con la que alimentar a los españoles, y los arponeros podían ser transformados con facilidad en escoltas cazasubmarinos lo que mejoraría mucho la protección de las costas españolas para el próximo año.


saludos


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
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Mensaje por Domper »

Pues imaginas mal, porque Walvis Bay era un puerto de pesca industrial, para aprovechar la corriente fría de las agujas, desde el que operaban buques de buen porte. Además que incluso un bote puede activar una mina de contacto con sus redes.

Respecto a los balleneros, estando ya el Penguin dedicado a tal menester, meter otro buque en la misma zona, de diferente nacionalidad, distintos códigos de reconocimiento, etcétera, puede ser la mejor forma de conseguir un duelo fraticida. Aparte que en este escenario España dispone de la importante flota de pesqueros de altura del Cantábrico, que no pueden operar lejos de sus puertos a causa de los ingleses (un factor más que agrava la desnutrición) y que pueden ser convertidos con relativa facilidad en buques de escolta. Más que en antisubmarinos, tarea que les viene un poco grande, en patrulleros o dragaminas. Para eso la porrada de buques de madera que había en la época podrían venir más que bien (se construían de casco de madera hasta la reconversión del sector pesquero).

Saludos



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Mensaje por APVid »

Domper escribió:Aparte que en este escenario España dispone de la importante flota de pesqueros de altura del Cantábrico, que no pueden operar lejos de sus puertos a causa de los ingleses (un factor más que agrava la desnutrición) y que pueden ser convertidos con relativa facilidad en buques de escolta.

Los bous, que durante la guerra civil tuvieron un importante papel.

Armar alguno de esos pesqueros de altura del Gran Sol y Terranova puede dar buen resultado. Es más podrían enviar alguno a la costa de Terranova y Groenlandia, que la conocen muy bien, para actuar de buque de suministros para los submarinos alemanes.

No olvidemos que esa zona era el Air Gap, a donde no llegaban los aviones de reconocimiento basados en Gran Bretaña, Islandia y Terranova no llegan.


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