El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
Domper
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Montes de Judea

Media tarde


La patrulla resoplaba por las secas colinas. En un primer momento habían pensado en robar algún coche, pero al ver lo estricto de los controles de carreteras lo descartaron. Tomaron su equipo y se dirigieron hacia el interior: esperaban que las ropas árabes que llevaban les hiciesen pasar desapercibidos. La distancia no era excesiva, pero el tener que ocultarse continuamente hizo que tras doce horas de marcha estuviesen todos agotados. Pero ya tenían las primeras colinas de Judea a la vista. Cada poco tiempo oían pasar un avión dirigiéndose al aeropuerto de Lidda, pero volaban demasiado alto como para suponer ninguna amenaza.

Cuando empezaba a oscurecer vieron la alta abadía de Latrún y, poco más allá, la entrada del desfiladero de Bab el Oued. Era allí donde querían preparar la emboscada, pero al acercarse vieron las grandes medidas de seguridad: en Latrún detenían a todos los viandantes, incluso a los campesinos árabes. En los cerros había puestos de observación alemanes, y las patrullas recorrían la carretera continuamente.

Decidieron esperar hasta la noche para acercarse. Estaban escondiéndose bajo unos olivos, cuando oyeron una sinfonía de motores. Miraron al cielo y vieron un gran avión cuatrimotor, pintado de blanco y rojo, al que rodeaban decenas de cazas bimotores.

Goering había llegado a Palestina.



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Registro

Anochece


Se ordenó el desalojo del hotel y cientos de soldados lo rodearon. Los trabajadores eran llevados a una explanada vigilada por centinelas, donde se les identificó uno a uno. También tuvieron que salir e identificarse los alemanes, fuesen soldados o generales. Un coronel cuyo pantalón lucía la raya roja del Estado Mayor trató de protestar, pero tuvo que callar cuando un sargento le apuntó con su pistola.

Los soldados empezaron a registrar el edificio a fondo. Cada habitación fue revisada minuciosamente. Se abrieron los armarios, se inspeccionaron los colchones, se registraron las cisternas, sin resultados. Las despensas sufrieron la inspección más detenida, pero tampoco se encontró nada.

—Dietrich, espero que todo esto no sea una broma. Tengo cosas mejores que hacer —dijo Kesselring.

—Mariscal, es un asunto de seguridad nacional. Deme dos horas más.

—Dos horas. He tenido que avisar para que preparen alojamiento al Statthalter en Latrún, y después del viaje estará con un humor de perros. Voy para allá para explicarle lo que pasa, pero más le vale que no sea una falsa alarma.

Dietrich empezó a pensar ¿Si tuviese que matar a Goering, cómo lo haría? Los terroristas no sabían ni donde se alojaría ni el horario que iba a seguir. Tenían muchos explosivos, y podían usar la fuerza bruta, es decir, derrumbar parte del hotel. En ese caso ¿Dónde podrían estar los explosivos?

Un sargento llegó corriendo—. Señor, hemos encontrado algo.

Dietrich fue con ellos. A unos metros de la entrada del hotel una tapa de alcantarilla estaba abierta. El policía miró y preguntó —¿Qué hay aquí?

—Hemos encontrado una colchoneta y una batería de coche. También hay cables que llegan hasta aquí.

—Este es el lugar desde el que pensaban detonar la bomba ¿han seguido los cables?

—No, señor. Los han metido por una tubería. Hemos intentado pasar una sonda, pero la tubería está cegada con yeso.

—¿Yeso? Volvamos a registrar el hotel.

El registro se concentró en los sótanos: allí sería donde una bomba grane podría causar más daños. Pero tampoco se encontró nada. Dietrich entró en una dependencia llena de sillas y que apestaba a naftalina. La luz mortecina de una bombilla alumbraba ese sótano. Dietrich pensó en su casa de Berlín y su sótano devorado por la humedad… y entonces notó que no había señales de humedad en las paredes. Tocó las paredes y se miró los dedos: la pintura ya no estaba fresca, pero era reciente. Golpeó la pared con sus nudillos, pero sonaba a macizo.

—¡Vengan aquí y empiecen a golpear las paredes!.

Los soldados tomaron palos y golpearon las paredes, hasta que uno dijo—. ¡Aquí hay algo! ¡Suena a hueco!

—Traigan herramientas y tiren abajo ese tabique.

Pocos minutos después el policía vio la sorpresa que escondía el tabique falso: varios bidones llenos de explosivos, con los detonadores unidos a cables que salían de un orificio en el muro.

—¡Desalojen todo y llamen a los artificieros!



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Escala

Medianoche


Diario del Conde Ciano:

“Noche de calor.

Suponía que Bengasi no iba a ser un lugar agradable, pero no esperaba semejante agujero infecto. A primera vista los bonitos edificios coloniales y las casitas de los colonos daban una magnífica impresión. Pero al entrar en ellos el mal olor y el calor sofocante casi nos derriba. Nubes de moscas invadían las habitaciones y costaba hasta respirar. La cena será mejor olvidarla, y en las habitaciones el calor era más opresivo que en el comedor.

Unos asistentes extendieron mosquiteras que nos defendieron de los insectos, pero no hacían nada contra el bochorno. Los ventiladores del techo no funcionaban, y todo lo que pudimos conseguir fue un pequeño ventilador eléctrico para la habitación del Duce. De todas formas ninguno íbamos a poder conciliar el sueño, tan entusiasmados como estábamos: al día siguiente volaríamos hasta El Cairo, donde el Duce iba a presidir el desfile triunfal. Todo el mundo comprendería la magnificencia del nuevo Imperio Romano.

Ya imaginaba la escena: los soldados con uniformes de gala, flanqueando la avenida por la que desfilan los valientes bersaglieri, los potentes autocañones y los pesados tanques. Las multitudes aclamando a los soldados victoriosos, y el rey de Egipto esperando para recibir al nuevo Africano. Encabeza el desfile el Duce, de pie en un auto descubierto, simbolizando la majestad de las armas italianas.

A todos nos hubiese gustado más que el Duce desfilase a caballo, y habíamos preparado un magnífico ejemplar. Pero un avión inglés de patrulla ha derribado al aeroplano que llevaba al pobre animal a Egipto.”



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Mensaje por kaiser-1 »

Alguien me ha soplado que la PETA va a denunciar a Churchill por lo del caballo :twisted:


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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UlisesII
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Mensaje por UlisesII »

Hola amigos:
Pobre bicho... :alegre: :alegre: :alegre: :alegre: :alegre: :alegre: :alegre: :alegre: Ten cuidado no vaya a haber alguno de la protectora de animales :guino:
Hasta otra. ><>


Dios con nosotros ¿Quién contra nosotros? (Romanos 8:31)
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Mensaje por APVid »

La cara que debe haber puesto Churchill:

-Hemos abatido el objetivo señor Primer Ministro.
-Gran trabajo, voy a anunciar inmediatamente ese éxito al país.
-Esto .... Ultra nos acaba de indicar que en el avión no iba Mussolinni.
-¡¡¡Qué!!! ,.........., al menos irían altos cargos del gobierno o de las fuerzas armadas italianas.
-No, señor Primer Ministro, según Ultra a bordo viajaba con nombre en clave .... , su caballo.
-¡¡¿¿Hemos derribado un caballo??!!


Domper
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Mensaje por Domper »

Capítulo 35. La vida tiene sorpresas

De madrugada

23 de Julio de 1941


Walter Schellenberg. “Diario de Guerra”. Data Becker GMBH. Berlín, 1957.

“La partida precipitada del Statthalter Goering hacia Jerusalén me hace temer por su seguridad. Dietrich, mi hombre en Jerusalén, hace lo que puede, pero parece que hay varias conspiraciones contra nuestro líder, y ayer mismo descubrió que un grupo terrorista judío había escondido una bomba enorme en los sótanos del hotel donde se iba a alojar el Statthalter.

Los informes de Dietrich me hicieron recomendar que se retrasase la conferencia de la Unión Paneuropea unos pocos días, aduciendo cualquier pretexto: que estaba prevista una tormenta de arena, que la depuradora de aguas de Jerusalén no funcionaba, o qué sé yo. Cualquier cosa menos exponer a nuestro guía a un atentado con repercusiones terribles. Dietrich decía en su mensaje de ayer que todavía no había conseguido descabezar todos los complots. Pero la jugada de Mussolini ha trastocado todos nuestros planes y ha obligado al Statthalter a adelantar su viaje.

Puedo entender el ansia de gloria de los italianos, pero ellos deben comprender que el pilar de la Unión Paneuropea debe ser la amistad germanoitaliana, y nuestra política fruto del consenso. Que unidos el Statthalter y el Duce reciban en Jerusalén a los enviados de las potencias europeas, mostrará nuestra alianza sin fisuras, impedirá las veleidades de los miembros renuentes de la Unión Paneuropea y desalentará a nuestros enemigos, declarados o no. Pero ahí no caben los juegos pueriles. Mussolini se creerá un nuevo César desfilando en Egipto, pero quien le ha sacado del atolladero ha sido el ejército alemán.

Lo realmente grave es que el Statthalter se ha visto obligado a viajar a Jerusalén para ser él quien reciba al Duce y no a la inversa. Pero esos inútiles italianos han estado parloteando como comadres sobre el viaje de Mussolini por la radio, y hasta los monos saben que nuestros líderes viajan a Jerusalén. Ayer mismo los ingleses atacaron los aviones que llevaban parte del séquito de Mussolini.

No es que me importe mucho lo que le ocurra a Mussolini, al que considero un ideólogo inepto que está llevando su país a la ruina. Anteayer leí un informe de Speer sobre la industria italiana que era para tirarse de los pelos. Pero lo que me preocupa es la seguridad del Statthalter. Dietrich hace lo que puede, y el ejército está cooperando magníficamente. Pero no recibimos ayuda de la Gestapo. El inútil de Muller solo se ha preocupado de empacar y enviar a Jerusalén medio hotel Excelsior, pensando que eso agradará a nuestro líder. Ahora mismo está volando hacia Jerusalén la mitad de la bodega del hotel. Ese imbécil no sabe lo que el calor del verano y las vibraciones van a hacerle a los vinos. Como solo bebe cerveza y schnapss… Pero lo que me preocupa no es que se agrie el vino que se sirva en la conferencia, sino que en lugar de todos esos camareros y cocineros yo hubiese enviado a Jerusalén a la mitad de la policía del Reich.”


Schellenberg estaba empezando a utilizar su diario como un seguro personal. Era demasiado prudente como para poner por escrito sus opiniones, sobre todo desde que comprobó que su diario era inspeccionado regularmente. Entonces decidió convertirlo en una muestra de adhesión a Goering. Que el gordo lo leyese si quería: solo encontraría alabanzas y expresiones de admiración.

De todas formas Schellenberg temía los resultados del intempestivo viaje a Jerusalén de Goering. Mal que bien había podido convencerlo para suavizar algunas de las medidas antisemitas, pero una cosa era dejar libre a algún sastre infeliz, otra ver una ciudad en la que decenas de miles de judíos vivían y prosperaban.

Según lo que decía Dietrich, la bomba del hotel Rey David de Jerusalén la había colocado una facción extremista judía, pero que otros judíos los habían delatado. Al menos en Jerusalén había alguien con sentido común ¿Es que esos terroristas no habían pensado en lo que ocurriría si una bomba suya mataba a Goering? La judería palestina sería exterminada, aunque el atentado fuese obra de unos pocos locos.

Lo malo es que Goering ya estaba en Palestina, y ahí no había ninguna voz sensata para contenerle ¿Cómo reaccionaría cuando supiese que unos judíos habían intentado matarle?



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Mensaje por cesar cardenas »

...pues nada y deja con la correa suelta a los arios infelices esos a que arrasen con todo lo que no sea aleman, estúpidos extremistas.

Soberbio relato Domper, ya sabemos que de alguna forma la SGM fue buena para Alemania a la cabeza de la UP ¿pero fue de manos del gordito? ¿encontrara el éxito alguno de los complots en contra de Goring, o el caído sera el duce?... es que algo me huele a que al ultimo fue al que van a evaporar con el consiguiente beneficio para Alemania que entraría a controlar a Italia, la única forma de que puedan aguantar el ataque ingles desde mesopotamia y al tiempo prepararse bien para darse con los rusos.

Saludos.

PD: ¿vamos a ver una arma atomica alemana?


Para sobrevivir moralmente a una guerra se debe combatir con honor y humanidad - Gustav Roedel
Domper
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Mensaje por Domper »

Varias cuestiones.

En lo posible, he intentado que la “historia ucrónica” sea relativamente fiel a la original. Aun así, como nadie sabe que pudo haber ocurrido de ser asesinado Hitler en el verano de 1940, me concedo bastantes licencias, propias del conocimiento a posteriori de la historia.

Una, la más problemática (creo yo) es el “tempo”. Como ya he explicado en algún otro mensaje por ahí, yo creo que Alemania tuvo seis meses de “gracia” tras la victoria sobre Francia en 1940. En la realidad, a finales de 1940 se empezaron a torcer las cosas para Alemania con la derrota italiana en África. No porque fuese tan grave, porque en la realidad el dominio o no de Libia tenía escaso valor para el curso de la guerra (que se decidió en Rusia), pero complicó mucho la “estrategia mediterránea”, que es la que intenta desarrollar esta historia, y que yo pienso que se trata de tal vez la única posibilidad para Alemania de ganar la guerra.

Tras la derrota italiana en Libia todo se complicó: Italia perdió un enorme ejército, incluyendo gran cantidad de oficiales y suboficiales, muchos de ellos veteranos de España: un aspecto al que apenas se le ha dado importancia pero que explicaría (en parte) el mediocre comportamiento de algunas unidades italianas. También transmitió a los italianos una sensación de “si vamos nosotros solos por nuestra cuenta nos van a dar un par de sopapos”.

Pero también tuvo otras repercusiones. Implicó que la guerra en el África Oriental Italiana estuvo perdida, al poder llevar los británicos refuerzos. Significó que los ingleses pudiesen causar daños graves a la marina italiana, y comprometerla. Implicó que Yugoslavia se uniese a los aliados, con las consecuencias que todos conocemos, incluyendo el (posible) retraso de Barbarroja.

Eso me ha llevado a forzar un poco la historia: Goering se consolida en el poder a toda prisa (de ahí lo del fracasado golpe de Estado de Himmler) y modifica la estrategia a seguir. En esto último, mi impresión (no sé si acertada) es que Goering escuchaba más a sus ayudantes, que dependía menos de los “dinosaurios” del OKW, y que probablemente no se hubiese ni empecinado con la invasión a Inglaterra, ni con la invasión a la URSS.

También hay otras licencias: nosotros sabemos que había cuestiones técnicas que pasaron desapercibidas en Alemania. Por ejemplo, el magnetrón de cavidad resonante. En 1940, y al contrario de lo que la gente cree, Alemania iba por delante de Inglaterra en electrónica, pero casualmente se descubrió ese equipo, que permitió la construcción de equipos potentes y de dimensiones reducidas. Pero ese equipo ya había sido descubierto antes (no solo en la URSS, y publicado en revistas técnicas, sino que incluso hubo técnicos alemanes que juguetearon con él). Hubo desarrollos similares a los que no se les hizo mucho caso, como los transistores (inventados en Austria, pero como una curiosidad de laboratorio). De ahí que me invente ese departamento de “relectura de prensa científica” dirigido por Speer.

De hecho, un temor de los aliados fue que el brusco “apagón” en la literatura científica sobre radiación y fisión nuclear indicase a Alemania que algo se estaba cociendo. Pero, por desgracia (para esta historia; por suerte para el mundo) el arma atómica alemana lo tenía muy difícil: Alemania tenía menos científicos de primera fila (no me parece fácil recuperar a Lisa Meitser ni a Enrico Fermi, por ejemplo), y se empecinaron en una vía errónea (los reactores moderados por agua pesada, cuando era mucho más fácil trabajar con grafito). De hecho los estudios alemanes sobre armas nucleares indican su gran retraso: El famoso diagrama de la bomba atómica alemana.

No hubiese funcionado, porque técnicamente construir una bomba atómica “de cañón” que use Plutonio es tremendamente difícil.

Respecto a Mussolini: si hubiese caído en 1940, sin que Italia hubiese sufrido derrotas ¿cómo iba a hacerse Alemania con el control de Italia? Lo que hubiese pasado sería una de dos: o el Partido Fascista hubiese encontrado un sucesor, o el rey Víctor Manuel hubiese encontrado la forma de deshacerse de los fascistas para imponer algún gobierno parecido al Directorio Militar de Primo de Rivera, que le hubiese sido más fiel.

Saludos



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Mensaje por zaptor »

Buenos días

Siempre me ha parecido interesante evaluar, como what-if, que hubiese supuesto una postura neutral, o no-beligerante, de Italia en la SGM.
Por una parte, el Mediterráneo hubiese sido un mar 100% aliado [salvo incursiones esporádicas], pero no hubiese sido un flanco "tan abierto", ni hubiese absorbido recursos germanos; igualmente, no habría habido, probablemente, invasión germana de Yugoslavia/GRecia, ni ese lapso de semanas y desgaste material previo a Barbaroja.
Son una serie de variables que habrían cambiado el rumbo de la historia unos grados, que a saber a donde habrían conducido el devenir de los hechos.

Dicho esto, esperando estamos a ver quien hace estallar algo en Jerusalen....


Domper
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Mensaje por Domper »

Marcha nocturna

Poco antes del amanecer


Solo la excelente forma física de los comandos les había permitido resistir. Al observar que la zona de Latrún estaba muy vigilada, el teniente O’Flaherty decidió rodearla por el Sur. La patrulla avanzó cuidadosamente entre la carretera y los cerros, evitando acercarse a la pequeña aldea de Beit Susin para que los perros no los delatasen. Pero los seis kilómetros del rodeo, que en Escocia hubiesen recorrido en menos de una hora, se convirtieron en un calvario cuando la noche sin luna ocultó el relieve. La montaña era un laberinto de pequeños bancales, rocas y arbustos espinosos. Apuntaba ya el amanecer cuando el teniente encontró un lugar adecuado para la emboscada.

En un primer momento se había dirigido hacia la entrada del desfiladero del Bab el Oued, que hubiese sido el lugar ideal, pero una luz desveló la presencia de un control alemán de carreteras. Rodearlo para organizar la emboscada más allá, en pleno desfiladero, hubiese requerido unas horas que no tenían. O'Flaherty tuvo que decidirse por un punto bastante menos favorable, entre Latrún y Bab el Oued, justo bajo el poblado de Deir Aiyub. Estaba demasiado cerca de los puestos alemanes, pero era la única opción si querían intentar el atentado al día siguiente: era probable que los grandes aviones que les habían sobrevolado llevasen al dictador, y cualquier retraso conllevase el fracaso de la misión.

En el punto que había elegido la carretera tenía al sur unas colinas suaves que permitirían escapar a los comandos. La ruta describía una curva suave, y un bosquecillo prestaría alguna protección. O’Flaherty situó un observador más allá de la curva, escondido bajo un arbusto: cuando viese el coche de Goering avisaría mostrando un panel blanco. El teniente dividió al resto de sus hombres en dos grupos. Uno estaría al final de la corta recta que seguía a la curva, y tendría dos ametralladoras Bren y dos fusiles antitanque Boys. El otro estaría escondido en el bosquecillo junto a la carretera y llevaría minas antitanque, subfusiles Thomson y bombas de mano. Una vez preparada la trampa, ordenó a sus soldados que se quitasen las ropas árabes y vistiesen sus uniformes, y que se preparasen para una larga espera.



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Morosos

Primeras luces


Esos perros infieles se la habían querido jugar, pero no sabían quién era Abu Mahmud.

La noche anterior un submarino le había obligado a embarcar a unos mercenarios infieles. Durante su travesía hasta la costa los perros le habían dicho que los alemanes querían convertir la Cúpula de la Roca en una iglesia y luego marchar hacia la Meca para destruir al Islam, y que ellos venían a ayudar a los nobles árabes. Abu no los había creído, porque ya sabía que los descreídos eran unos mentirosos, pero había aceptado las monedas de oro otomanas que le ofrecieron, con la promesa de recibir más oro por su silencio si volvía la noche siguiente al mar.

Cumpliendo las instrucciones el pescador había salido al mar, pero tras esperar toda la noche el submarino de los perros ingleses no se había presentado. Abu se encogió de hombros: si los ingleses no pagaban, él tampoco tenía obligación de respetar lo pactado, aunque le hubiesen obligado a jurar por el Profeta (bendito sea). Los descreídos no sabían que los juramentos solo eran válidos si se hacían poniendo a Allah (que siempre sea alabado) por testigo.

Abu amarró su barquichuelo y corrió a buscar a un europeo con uniforme.

—Effendi, los perros ingleses me han secuestrado y me han obligado a traerlos hasta la costa.

—Pietro ¿Entiendes lo que dice este negro?

—Ni una palabra. Estará pidiendo tabaco. El sargento nos dijo que tenemos que ser amables con estos guarros.

El italiano le ofreció unos cigarrillos, pero el árabe los tiró al suelo y siguió gritando en su lengua.

—¿Te parece normal que haya despreciado mis cigarrillos? ¡Largo de aquí! —dijo Pietro, empujándolo.

Los italianos quisieron seguir, pero el árabe los aferró por las ropas.

—Este moro quiere dormir a la sombra. Vamos, Mojamé —dijo mientras empuñaba el fusil y le apuntaba—. Ven con nosotros al puesto de guardia.

Cuatro horas después un sargento entró y empezó a gritar—¡Zito, Milanesi! ¡Venid enseguida, par de cabrones!

—A sus órdenes, mi sargento ¿Qué desea su señoría?

—Teníais que ser vosotros, los más tontos del batallón. Decidme de donde habéis sacado a ese moro que tenéis en el calabozo.

—Mi sargento, se nos agarró en el puerto y quería gresca —dijo Pietro— pero como tenemos que ser amables con los civiles, en vez de darle una paliza nos lo trajimos aquí a que durmiese la mona.

—¿Os pareció que estaba borracho? ¿Habéis visto muchos moros borrachos?

—No, mi sargento.

—¿Entendéis árabe?

—No, mi sargento.

—O sea que no entendisteis ni papa de lo que os decía.

—No, mi sargento.

—¿No se os pasó por vuestras cabezas de alcornoque buscar al traductor? ¿O avisar al oficial de guardia? ¿Por qué leches no me llamasteis?

—No quisimos molestarle, mi sargento.

—¡Vosotros sí que vais a estar bien molestos cuando terminéis de cavar las letrinas! ¡Marchando!

Cuando los dos soldados salieron el sargento volvió al puesto de guardia donde lo esperaba el teniente—: Esos dos imbéciles encontraron al pescador en el puerto que quería decirles algo, y van y lo arrestan y lo meten en el calabozo. Por lo menos no le echaron a patadas, que entonces sí que les hubiese puesto el cul* como un mapa.

—Hemos perdido un tiempo precioso. Póngame con la comandancia.

Momentos después el teniente, un veterano de Libia que conocía algo de árabe, hablaba por teléfono—: ¿Capitán? Soy el teniente Toscani, a sus órdenes. Tengo aquí un árabe que dice que la noche pasada mientras pescaba se encontró con un submarino que le detuvo y le obligó a traer a un comando británico hasta la costa.

–––

—Sí, ya sé lo del submarino que ha hundido el Missori. Por eso creo que lo que me ha dicho el moro es cierto.

–––

—No me ha dicho porque no los había denunciado hasta ahora, pero supongo que los ingleses le habrán pagado y no le parecerá bastante, y querrá sacar algo más delatándolos.

–––

—No se preocupe, capitán, mantendré al moro encerrado. Voy a enviar a mis hombres a buscar a los otros tripulantes del pesquero, y cuando sepa algo más concreto, me pondré inmediatamente en contacto con usted.

–––

—Desde luego, mi capitán, hasta que no estemos seguros no diré nada a los alemanes, no vaya a ser todo una falsa alarma.

–––

—A sus órdenes, mi capitán ¡Viva el Duce! ¡Viva Italia!



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Aviso urgente

Media mañana


—Comisario Dietrich, le está esperando una mujer que dice que viene de parte de Meister.

—¿Cómo? ¿Ha dicho que de parte de Meister? ¿No di órdenes de que me localizasen si alguien citaba ese nombre?

—Perdone, comisario, pero usted estaba ocupado y no quise molestarle…

—Que le hagan pasar inmediatamente.

La mujer era una rubia entrada en carnes, que llevaba un vestido largo que se le había quedado estrecho, haciendo abultar las lorzas del abdomen y las caderas. El tufo que la acompañaba mostró al comisario que entre las prácticas de los templarios no se incluía el baño regular.

—Señora, me dicen que le envía Meister —dijo Dietrich.

—Sí, señoría. Vivo con él pero no piense mal, señoría, soy su prima. Esta mañana han venido a casa dos árabes y se lo han llevado.

—¿A la fuerza?

—No, señoría, mi primo se fue de buen grado, pero los árabes no le perdieron ojo. Le acompañaron a recoger sus cosas y no le dejaron hablar con nadie. Ni siquiera pudo despedirse de mí.

—¿No dice que tiene un recado suyo?

—Señoría —dijo la mujer— mi primo me dijo ayer que tal vez viniesen a buscarle sin darle tiempo a dejar ningún aviso. Que si eso ocurría tenía que venir a buscarle a usted para decirle que aquello ya estaba en marcha. No entiendo nada, señoría ¿está mi primo metido en algo malo?

—No se preocupe, señora, que su primo es un héroe del Reich. Vaya a su casa y espere, pero no diga nada de esto a nadie. Absolutamente a nadie. Ni siquiera al pastor de su iglesia.

—No tenga cuidado, señoría.

Una vez salió la mujer el comisario corrió al teléfono

—Póngame con el general Von Wiktorin. Es urgente.

Pocos minutos después conseguía la conexión.

—¿General Von Wiktorin? Soy Dietrich. Los árabes se están moviendo. Un contacto me ha dicho que han salido a la calle. Llevan camiones Bedford con nuestras marcas. Diga a sus hombres que se anden con cuidado.



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Ejército secreto

Mediodía


—Albert —decía Goering al mariscal Kesselring—, me estás diciendo que en Jerusalén habéis detenido a unos judíos que habían preparado una bomba para matarme.

Kesselring sudaba no solo por el calor, sino por el apuro que pasaba ante el Statthalter y sus ministros. Especialmente no perdía ojo a Muller, jefe de la Gestapo, que lo miraba torvamente.

—No es del todo exacto, Statthalter. Un grupo de judíos había conseguido meter una bomba en el Hotel Rey David, donde tenemos nuestro centro de mando, pero usted no corría peligro porque no iba a alojarse en esa parte. El comisario Dietrich ha conseguido encontrar el artefacto pero no ha podido detener todavía a los terroristas, aunque tenemos a varios sospechosos.

—¿Sospechosos? ¿Siguen vivos esos malnacidos? —preguntó Muller —. No se preocupe, Statthalter, que yo sabré hacerlos hablar.

—Statthalter —dijo Seyss-Inquart—. Eso es lo que ocurre con la tolerancia a los judíos. Son ratas que muerden la mano que les alimenta.

Kesselring temía que entre los dos provocasen a Goering para que actuasen contra los hebreos, e intentó calmarlo un poco—. Statthalter, disculpe mi interrupción, pero Dietrich me ha indicado que ha sido el Haganá, el ejército secreto judío, el que ha denunciado a los terroristas.

Al ver que el rostro de Goering enrojecía Kesselring comprendió que se había equivocado citando al Haganá. El dictador empezó a hablar quedamente y los que lo conocían esperaron una reacción explosiva.

—Albert, a ver si he entendido bien tus palabras ¿Me estás diciendo que los judíos de Palestina tienen un ejército debajo de nuestras narices? ¿Y tú lo toleras?

—Statthalter, el ejército judío no es más que un grupo de milicianos que nos está ayudando a mantener el orden…

Goering explotó— ¡Judíos armados ayudando a nuestro ejército! ¡Querrás decir manchándolo! ¡Contaminándolo! ¿En algún momento te he autorizado para que armes a los judíos? Mira para lo que están utilizando tus armas ¡Me quieren matar! Quieren matar al guía de Alemania, al sucesor de nuestro amado Führer, con las armas que tú, Albertito, les entregas ¡Lo prohíbo terminantemente! ¿Me oyes? Ya arreglaremos cuentas tú y yo, pero primero voy a resolver lo de los judíos ¡Arthur!

—A sus órdenes, Statthalter —dijo Seyss-Inquart.

—Ves que no me puedo fiar ni de mi Luftwaffe. Heinrich y tú os vais a adelantar a Jerusalén. Heinrich —dijo a Muller —tú te asegurarás de que Jerusalén sea más segura que Karinhall. Utiliza los medios que consideres necesarios —Muller sonrió, disfrutando por adelantado de los interrogatorios que practicaría—. Arthur, por ahora solo quiero que investigues el problema judío de Jerusalén y Palestina. Después de la conferencia estudiaremos una solución definitiva. Aunque lo primero que vamos a hacer es hacer un escarmiento ¡Albert!

Kesselring se cuadró— ¿Qué ordena, Statthalter?

—Ante todo ¿Se puede ir ya a Jerusalén?

El mariscal no quiso reconocer ninguna debilidad—. La conspiración ha sido desmantelada. Puede viajar a Jerusalén sin riesgos.

—Bien. Otra cosa. Tú que llevas días por aquí ¿Hay alguna ciudad judía donde no haya árabes ni cristianos?

—Ciudades grandes no. Incluso en Tel Aviv, que es de mayoría judía, hay barrios árabes.

—Pues algún poblado, aldea, lo que sea.

—Excelencia, en Galilea, al Norte de Jerusalén, hay algunas colonias exclusivamente judías que además se han enfrentado con los árabes en varias ocasiones.

—¿Tenemos aquí bombarderos?

—Desde luego, Statthalter ¿Debo ordenar una misión de castigo?

—Todavía no, Albert. Voy a pedir que traigan de Berlín un arma especial. El castigo que voy a aplicar se recordará durante generaciones.



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Domper
General de Ejército
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España

El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Mensaje por Domper »

Alarma

Sobremesa


—Capitán Von Schulenburg ¿Dónde se había metido? Llevo buscándolo media hora.

—Perdone, mi coronel. Estaba con el teniente Von Oppen. Ayer encontramos en la Universidad productos químicos muy peligrosos y los hemos trasladado aquí, para que estén seguros.

—Bien hecho, capitán. Pero ahora necesito sus servicios, ya que he recibido un aviso de la división. Parece que un grupo de árabes ha pintado algunos camiones para que se parezcan a los nuestros. No sé qué intenciones tendrán, pero supongo que querrán atacar algún barrio judío haciendo que parezca que hemos sido nosotros.

—¿Debo alertar a mis hombres? —preguntó el capitán.

—Desde luego. Pero también necesito que forme una patrulla. La policía va a detener al árabe que ha organizado todo esto pero temen que se resista. Bastará con una sección de infantería, pero llévese algunos semiorugas y algún cañón, que impone mucho.

—Como ordene ¿A quién debo presentarme?

—Al comisario Dietrich, que les espera en el Rey David.

El capitán reunió la sección, consiguió los vehículos del parque, y partió hacia el hotel. Cruzó la ciudad nueva y llegó a uno de los controles del “Fuerte Kesselring”, donde la policía militar comprobó sus identidades, la orden que les permitía el acceso al recinto, e incluso revisó los vehículos: la seguridad se había incrementado ante la próxima visita del dictador. La columna siguió hasta el hotel, donde los esperaba Dietrich con un grupo de policías. El comisario distribuyó a los policías entre los semiorugas y montó en el del capitán. Cuando iban a salir el comisario vio un grupo de camiones detenidos en el control de acceso del otro lado del recinto

—¿Capitán?

—Capitán Von Schulenburg a sus órdenes.

—Gracias, capitán ¿sabe de qué tipo son esos camiones?

—Desde tan lejos no es fácil. Espere un momento —el capitán tomó sus prismáticos y miró—. Me parece que son de los que hemos capturado a los ingleses.

Dietrich se alarmó—: ¿Camiones ingleses? ¡Capitán, alerte a la barrera de la puerta!

En el control un feldgendarme revisaba la documentación del conductor del primer vehículo.

—Cabo, tendrá que esperar un momento —el salvoconducto era correcto pero faltaba la orden que permitiese el acceso.

—Esperaré.

Al gendarme le extrañó el acento del acento del conductor, que no supo reconocer. Volvió a mirarlo y le pareció que había algo raro: aunque los dos hombres de la cabina parecían germánicos, sus uniformes les caían demasiado bien, como si estuviesen cortados a medida, estaban limpios, y además las insignias no eran del todo correctas ¿De dónde habrían sacado esos uniformes nuevos? Además el conductor estaba muy nervioso y su ayudante escondía las manos.

—Desciendan del camión —ordenó al conductor y el ayudante.

El conductor no bajó, mientras el gendarme se impacientaba. El ayudante bajó del camión y se dirigió hacia la parte de atrás. Cuando el conductor se vio libre del ayudante saltó de la cabina, gritando— ¡Policía, hay una bomba en el camión!

Fawzi el-Kutub acababa de activar el temporizador cuando oyó gritar a Meister, y vio que unos soldados que se acercaban. El terrorista sacó su pistola y disparó al gendarme y a Meister. Luego se echó a correr, pero no llegó lejos: otro policía del puesto de guardia ametralló con su subfusil a el-Kutub, que cayó al suelo. Los conductores de los otros dos camiones saltaron pero también fueron abatidos a los pocos metros. El policía se acercó y apartó la pistola de el-Kutub un puntapié.

—¿Qué hay en los camiones? —preguntó al herido.

El Kutub miró al policía y dijo—. ¡Mi pasaporte al paraíso, perro infiel!

El árabe movió la mano hacia su herido abdomen, pero el policía pensó que estaba buscando una granada y lo remató de una ráfaga. Luego se dirigió a inspeccionar el camión, pero la carga estaba cubierta por una lona. Subió a la caja y apartó la lona, viendo que el camión llevaba una especie de bidones con unos tubos que entraban en ellos. El policía intentó levantar la tapa de uno de esos bidones, pero le fue imposible.

Otros soldados se arremolinaban alrededor del puesto de control cuando el policía comprendió cual era la carga de los bidones— ¡Apártense, hay una bomba a punto de estallar!

Los soldados aun corrían cuando las dos manecillas del cronómetro contactaron. Una corriente eléctrica llegó al detonador eléctrico, que a su vez inició la mecha rápida. Diez segundos la llama llegó al detonador del primer bidón, que estalló, y la explosión se comunicó por los tubos a los restantes bidones. Los detonadores también explotaron, produciendo una onda de presión que hizo que el inestable ácido pícrico se descompusiese. La tremenda onda de presión alcanzó a la mezcla de combustible y fertilizante, que reaccionó a su vez, aumentando todavía más la potencia de la explosión. Finalmente tres toneladas de explosivos se descompusieron en gases con terrible violencia. Décimas de segundo después la carga de los otros dos camiones también estalló, multiplicando la potencia de la explosión.

Desde el semioruga el comisario y el capitán Von Schulenburg habían visto el alboroto en el control, y cuando vieron que todos salían corriendo, ordenaron a los soldados y policías que se refugiasen. Acababan de situarse tras el semioruga cuando vieron un relámpago blanco y como estallaban todas las ventanas del hotel, mientras el semioruga se estremecía. Dos tremendas detonaciones se sucedieron y segundos después empezaron a caer los escombros.

Cuando el capitán juzgó que ya no había riesgo miró hacia el control y vio un panorama de desolación. De los camiones y de la caseta del puesto de guardia no quedaba nada, tan solo cráteres en la calle. Gran parte de las alambradas habían desaparecido. Dietrich se levantó también y pudo ver como del StuG situado junto al puesto de guardia salía una llamarada. El lateral del semioruga expuesto a la explosión estaba quemado y abollado.

—Capitán, reúna a sus hombres. Vamos a ajustar cuentas —dijo el comisario.

La columna salió del recinto y se dirigió hacia la ciudad vieja, bordeando sus murallas. Al llegar a la Puerta de Damasco giraron hacia el Norte y pronto llegaron frente a la “Casa de Oriente", residencia del clan Husseini. El edificio era un bonito palacete de dos plantas, con una puerta flanqueada por dos escaleras que daban acceso a la planta superior.

El comisario y el capitán se dirigieron hacia la verja de entrada, pero un sirviente les negó el acceso.

—Comisario, el guardia dice que el Muftí está meditando y que no se puede pasar —dijo el traductor.

Dietrich desenfundó su pistola y apuntó a la cabeza del árabe, que seguía sin abrir la puerta. Amartilló el arma y entonces el árabe empezó a suplicar.

—Dice que le disculpe, pero que son órdenes del Muftí y no puede desobedecerlas.

—Dígale que voy a contar hasta tres. Si no abre tiraremos abajo la puerta. Uno —el árabe siguió protestando—, dos, tres —se oyó un disparo y un policía cayó al suelo.

Dietrich disparó contra el guardián y corrió a refugiarse. Desde las ventanas de la casa varios tiradores disparaban contra los policías alemanes, cayendo dos más antes de poder esconderse.

—Comisario, déjeme hacer —dijo Von Schulenburg— ¡Pónganse a cubierto y emplacen el cañón! ¡Sargento, que su ametralladora suprima esos fusiles!

La ametralladora de uno de los semiorugas empezó a barrer las ventanas de la casa, uniéndose luego al fuego otra ametralladora y las armas de los soldados. Los cristales de las ventanas volaron y cayeron grandes desconchones de las paredes al recibir la granizada de balas. El fuego desde la casa se hizo esporádico, pero cuando un soldado se acercó a la puerta un disparo lo derribó.

—Sargento, no exponga a sus hombres. Usaremos el cañón.

Segundos después el cañón de infantería disparó contra el edificio. El proyectil reventó contra el grueso muro, sin causar daños. Un segundo proyectil entró por la ventana y estalló en el interior, haciendo saltar los pocos cristales que quedaban. Por las ventanas empezó a salir humo. El cañón siguió disparando y metiendo sus proyectiles dentro del edificio. Dos árabes que intentaron escapar fueron segados por una ametralladora.

—Tiren abajo la puerta —ordenó el capitán.

El cañón disparó contra la puerta principal, mientras uno de los semiorugas aplastaba la verja de entrada. Los soldados seguían disparando contra las ventanas. Cubiertos por el fuego de sus compañeros dos hombres subieron por las escaleras y lanzaron bombas de mano al interior. Tras la explosión saltaron por las ventanas, siendo seguidos por otros soldados. El capitán y el comisario corrieron tras ellos.

El interior de la casa estaba devastado. Las explosiones habían reducido a astillas los ricos muebles que habían adornado el edificio, y una cortina, hecha jirones, empezaba a arder. Varios cadáveres yacían en el suelo, como montones de harapos sanguinolentos, y había restos humanos que cubrían las paredes. Los soldados siguieron registrando el interior, lanzando bombas de mano en las habitaciones. Los árabes empezaron a salir con las manos en alto.

—¡Alto el fuego! —ordenó el capitán— ¡Lleven a los prisioneros al exterior!

Los soldados sacaron a los prisioneros a empujones. En el interior se oían disparos aislados cuando los policías ultimaban a los heridos. Dietrich inspeccionó a los árabes, y reconoció a uno de ellos, que le sostenía la mirada con arrogancia.

—Traductor ¿este es el Muftí? —el traductor asintió—. Dígale que le prometí que sería yo quien le matase personalmente —cuando el traductor terminó Dietrich tomó su pistola y disparó tres veces contra el abdomen del clérigo, que cayó al suelo aullando.

—Capitán —dijo Sepp Dietrich—, estos hombres son terroristas y los hemos atrapado con las armas en la mano. Fusílenlos.

Tras alinear a los prisioneros contra el muro, una ametralladora disparó. Detrás de los cuerpos las llamas se adueñaban de la Casa de Oriente, en la que el malherido Muftí seguía gritando.



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