El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Mensaje por Domper »

Algún detalle:

– Va a ser muy difícil bombardear Bletchley Park porque Alemania no conoce su existencia.

– Probablemente la URSS sea hostil e intente derribar aviones alemanes, pero sin control de radar estricto es casi imposible derribar un Ju 86P: el primero que fue derribado sobre Oriente Medio lo fue en 1942. El problema de otros tipos de detección era que no permitían al interceptor despegar a tiempo, ya que ascender a esas alturas consume muchísimo combustible.

– Dudo mucho que un MiG-3 pudiese efectuar una intercepción a más de 10.000 m de altura (probablemente ni eso). Una cosa es techo máximo y otro, el operativo. A 13.000 m probablemente no podría ni girar sin caer en barrena, y fuese más lento que el Junkers.

– Las versiones del Spitfire usadas para interceptar los Ju 86 P eran versiones modificadas con mayor envergadura y motor ajustado para muy alta cota. Del Spitfire normalmente se construían tres versiones de cada tipo: normal, de alta cota, y de baja cota con puntas alares recortadas y sistema simplificado de sobrealimentación.

Saludos



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Mensaje por kaiser-1 »

Agradecido por la aclaración maestro.


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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Motores

Amanecer


El estruendo de los motores despertó a los tarentinos. Un niño llamó a su padre y corrió a la terraza de su casa para ver pasar a los aparatos.

—Babbo, cuantos aviones.

Decenas de aeronaves sobrevolaban el puerto reuniéndose antes de dirigirse hacia el Sur. El padre dejó a su hijo unos viejos prismáticos para que los pudiese identificar.

—Gracias, babbo. Esos aviones ¡son los más modernos! Mire, padre, esos son cazas Macchi 200 ¡Son los mejores del mundo!

—Ya será menos, Delfio —respondió su padre.

—Que sí, babbo. En Malta no vuelan ya ni las gaviotas porque las cazan nuestros Macchi —el niño empezó a saltar con entusiasmo al ver unos grandes aviones— ¡Babbo, esos son Savoia 82 ¡Los aviones más grandes del mundo! ¡Y Savoia 75, los aviones más lujosos del mundo!

El padre contempló con ternura el arrobo con el que su hijo veía pasar la formación de trimotores, alrededor de la cual se arremolinaban los cazas. La gran masa de aviones finalmente se decidió y partió hacia África.

Mucho más al Sur los malteses también se despertaron al oír motores y corrieron hacia los sótanos. En las últimas semanas los habitantes de la isla habían tenido que adoptar hábitos propios de trogloditas: aunque se habían producido pocos ataques masivos, los bombarderos italianos visitaban la isla casi todos los días, sin encontrar respuesta de la RAF o de la antiaérea, que guardaban sus escasas reservas de gasolina y munición. Los habitantes de la martirizada isla se refugiaban en los sótanos en cuanto oían aviones, sonasen las sirenas o no.

Pero esta mañana eran motores ingleses los que sonaban en el aeródromo de Hal Far. En la isla sólo quedaban dos cazas bimotores Beaufighter en condiciones de vuelo, pero los iban a pilotar Yaxley y Riley, los mejores pilotos de cazas pesados que quedaban en la isla. Entre los dos llevaban siete derribos, y esperaban sumar más en esa luminosa mañana.

Los pilotos no sabían cuál era su objetivo, pero suponían que era importante: una perentoria llamada de Londres ordenó interceptar un trimotor que volaría sobre Cefalonia a las nueve de la mañana. Era demasiada distancia para los Hurricane, por lo que los Beaufighter tendrían que ir solos.

Los dos bimotores empezaron a carretear por el aeródromo, esquivando los cráteres de las bombas. Finalmente un soldado les dio paso libre agitando una bandera, y los dos aviones aceleraron y tras una larga carrera, despegaron y se dirigieron hacia el Este.



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Espejo

Temprano


El Mar Mediterráneo volvía a mostrar sus caprichos. La brisa que había agitado las aguas la tarde anterior había cesado, y de nuevo el mar parecía un espejo.

El HMS Sturgeon disminuyó su marcha a la mínima velocidad que permitía mantener la estabilidad, y se elevó hasta cota periscópica.

—Periscopio arriba, con cuidado ¡Stop!

El periscopio apenas se elevaba medio metro sobre el agua, pero con esa mar tan llana si se alzaba más sería muy fácil distinguirlo. El teniente comandante St. Clair-Ford exploró primero el cielo, buscando aviones enemigos, y luego el horizonte. Al encontrarlo vacío miró hacia el Norte: durante toda la noche al hidrofonista le había parecido escuchar algo en esa dirección. El capitán del submarino pensaba que eran los pesqueros árabes, pero el hidrofonista era un veterano e insistía que por ahí había algo, tal vez un barco. Pero el mar caliente, en contacto con el fresco aire de la mañana, formaba una pequeña capa de niebla que el ausente viento no removía y que impedía ver nada.

—Suba el periscopio otro metro —ordenó el capitán.

El horizonte se amplió cuando la lente asomó por encima de la capa de neblina que flotaba sobre la superficie del mar. El capitán repitió la exploración, y pudo ver un gran barco detenido, a apenas dos mil metros.

—Capitán, es un mercante. Está poniendo en marcha sus motores y recogiendo el ancla —informó el hidrofonista.

El capitán siguió mirando y dijo—: Unas ocho mil toneladas, dos islas. Un petrolero —dijo a sus tripulantes. Todos se alegraron: los petroleros eran barcos muy valiosos, e Inteligencia había informado que los italianos estaban mandando los que les quedaban a Haifa para recoger petróleo de Mosul. Hasta ahora los submarinos de Malta no se habían podido acercar al puerto, pero esta vez al Sturgeon le sonreía la suerte.

—Vamos a atacarlo. Prepare un torpedo. Tiro de velocidad, doce grados de deflexión.

—Tubos de proa preparados.

—¡Fuego el uno!

Un torpedo salió y se dirigió hacia el petrolero a 45 nudos. Desde el Varlaam Avanesoven no lo vieron llegar: los vigías estaban distraídos observando como el comando especial preparaba su equipaje. El capitán Baryshnikov estaba en el puente dirigiendo los preparativos para entrar en Haifa, cuando sintió un brutal golpe bajo sus pies y cayó al suelo. Intentó levantarse pero no pudo: el torpedo había estallado bajo la isla y la onda expansiva, transmitida por el acero, le había roto la espina dorsal.

Desde el Sturgeon vieron como los marinos corrían por la cubierta del barco. Sin embargo el petrolero no se había incendiado, y parecía flotar bien.

—Vamos a rematarlo. Tubos dos y tres, tiro de velocidad, deflexión 11º y 13º, fuego.

Otros dos torpedos salieron. Esta vez los vieron acercarse desde el petrolero soviético, e incluso uno de los comandos les disparó con un fusil ametrallador. Pero las balas eran frenadas por el agua y no llegaron hasta los mortales peces de acero, que segundos después estallaron a proa y popa, abriendo los tanques de combustible. El fuel de Bakú, con un importante componente de fracciones volátiles, se incendió. Veinte segundos después la proa del petrolero estallaba, seguido poco después por los tanques de popa. Desventrado, el petrolero se hundió en un mar de llamas mientras el hierro al rojo siseaba.

—Ha estallado y se hunde —dijo el capitán del submarino—. Abajo el periscopio. Bajamos a veinte metros. Avante a media.

Pero no solo desde el submarino se vio la explosión. La columna de humo alarmó a toda Haifa, y desde el puerto despegó un hidroavión para inspeccionar lo ocurrido. A dos millas al norte otros dos barcos también estaban detenidos: el viejo destructor Missori había sufrido una nueva avería y los maquinistas se afanaban para apañarla al menos lo suficiente como para no tener que sufrir la indignidad de entrar en puerto a remolque.

—Capitán, el petrolero que teníamos al Sur ha explotado y se está hundiendo.

Tenía que ser el submarino del que habían avisado unos días antes. El capitán Cosenz llamó a la sala de máquinas por el tubo acústico.

—Máquinas, necesito potencia cuanto antes ¿Cuánto tardaréis?

—Por lo menos una hora.

—Imposible, tenemos que movernos ya.

—Cinco minutos, pero el eje podría sufrir daños.

—¡Peor para el eje! Quiero potencia en tres minutos ¡Zafarrancho de combate!

Los marinos ocuparon sus puestos de combate y poco a poco el Missori empezó a dirigirse hacia el sur. En la toldilla se quitaba el seguro de las cargas de profundidad. El sonar empezó a explorar, aunque sabían que no sería fácil encontrar a culpable.

Sin embargo ni en el Sturgeon ni en el Missori contaban con una de las características del Mediterráneo oriental: la elevada temperatura y la escasez de nutrientes hacían que casi no hubiese vida microscópica, y sus aguas en lugar de tener la turbidez propia de los océanos eran tan transparentes como las de una piscina. Desde el Missori vieron como el hidroavión que había despegado desde Haifa empezaba a volar en círculos y lanzaba varias bombas.

—Timonel, rumbo a 200 grados. Vamos a ver que han visto allí. Máquinas, avante toda —ordenó Cosenz por el tubo acústico:

—Capitán, si doy más potencia el eje puede dañarse —respondió el jefe de máquinas.

—¡Avante toda y a la mierda con el eje! —replicó Cosenz. El destructor atravesó la mancha que había dejado el petrolero, abriéndose paso entre maderas quemadas. Un serviola vio algo negro que flotaba, y se horrorizó al reconocer que era un torso humano abrasado. Pero tenía algo más importante en que pensar. Volvió la vista al frente y le pareció ver algo en el agua. Tomó los prismáticos y gritó:

—Periscopio a diez grados a babor, distancia 1.200 metros.

—Timonel, diez grados a babor ¡Preparen las cargas!

Una de las bombas lanzadas por el hidro había caído cerca del submarino y uno de los tubos lanzatorpedos de proa se estaba inundando. El Sturgeon había sacado el periscopio para ver si podían emerger, cuando vieron al destructor acercarse como un tren expreso— ¡Inmersión de emergencia! —ordenó su capitán.

Era tarde. La proa del Missori aplastó la torre de mando y el Sturgeon se escoró violentamente mientras el agua lo invadía. Segundos después ocho cargas de profundidad estallaron partiendo su casco. La proa del submarino afloró de las aguas unos segundos antes de hundirse.

El Missori paró sus máquinas y vigiló la zona durante dos horas, pero no encontró supervivientes de ninguna de las dos embarcaciones. Pero no pudo volver a puerto por sus medios: la corta carrera había agarrotado los cojinetes y el eje de la hélice de babor se había desalineado. La turbina de estribor estaba deshecha. La proa había quedado aplastada, el agua se filtraba por los mamparos, y una ondulación en la cubierta indicaba que la colisión había doblado la quilla del Missori. El capitán Cosenz se despidió mentalmente de su viejo barco, que seguramente ya no volvería al mar. Pero cuando el destructor entró en el puerto atoado por un remolcador, todos los barcos del puerto hicieron sonar sus sirenas: el último servicio del viejo destructor había sido glorioso.



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Recuerdos

Media mañana


El oberst Adolf Raegener había reunido a sus oficiales en el antiguo comedor de oficiales de los cuarteles Allenby, donde estaba alojado el regimiento. Los oficiales presentes formaban lo más granado de la aristocracia prusiana y de su tradición de servicio a la patria. Por ello al coronel le extrañaba que su regimiento, una unidad selecta, hubiese sido enviado a realizar tareas de ocupación. Raegener había oído que había sido el propio Von Manstein el que había pedido que se enviase a la 23ª División a Jerusalén. Tal vez contase con ella para una futura ofensiva hacia la India. Al menos el regimiento iba a poder lucirse formando la guardia de honor del Statthalter. Pero el mensaje de la mañana había trastocado todos los planes.

—Caballeros, he recibido un aviso urgente del cuartel general. Nuestro calendario ha sido modificado. El Statthalter va a adelantar su visita y se espera que esta noche llegue a Palestina.

El mayor Von Boehmer dijo—. Coronel, esperábamos tener tres días para prepararnos.

—Sé que esto supone un gran trastorno, pero nuestro deber es estar preparado para todo. He recibido instrucciones desde la división. Algunas no les gustarán, pero órdenes son órdenes.

Los presentes prestaron atención al coronel mientras este seguía.

—En primer lugar, tenemos que hacer esta mañana las inspecciones que teníamos previsto realizar los próximos dos días. No va a haber tiempo que perder: cuando finalice la reunión el capitán Von den Bussche-Streithorst les entregará una lista con los objetivos que tienen que revisar esta mañana. Dividan sus tropas si es necesario, aunque sea por escuadras, pero a las 14:00 tienen que haber terminado. En segundo lugar, ustedes tendrán que revisar los sectores que ayer les asigné para la vigilancia. Vayan a mediodía, estúdienlos, y piensen como lo haría un terrorista: busquen sitios desde los que se pueda atacar, y luego ideen como custodiarlos para evitar intromisiones. Deben conocer sus sectores como la palma de su mano.

Los oficiales asintieron. El coronel se detuvo unos segundos antes de seguir con la instrucción que habían recibido y que tanto le repugnaba transmitir.

—Cuando finalicen, asarán revista a sus hombres. Tienen que aprovechar para quitar el cerrojo de las armas de la tropa que vaya a formar la guardia de honor. Los oficiales también tendremos que entregar el percutor de nuestras pistolas.

—¿Cómo? —dijo Von Boehmer—. Disculpe mi interrupción, coronel, pero esto es inusitado.

—Lo sé, Hasso, pero esa es la orden que he recibido. En Berlín recelan de nuestros hombres tanto o más que del enemigo, y no quieren que se repitan los sucesos de París. No quieren que a nadie se le ocurra alguna idea rara.

Los oficiales miraron a su coronel: habían oído rumores, pero nadie sabía a ciencia cierta lo ocurrido en la ópera parisina. Según la versión oficial, Himmler y Heydrich habían utilizado a un terrorista francés pero, tras escuchar al oberst, dudaron ¿habrían sido soldados alemanes los asesinos de Hitler?

El mayor Von Boehmer rompió el tenso silencio—. Coronel, desarmar a mis hombres será un ultraje. Puedo responder por ellos.

—No esperaba que dijese otra cosa pero, sinceramente ¿tanto los conoce?

El mayor prefirió no responder a la pregunta, y dijo—. Además, si los soldados no están armados ¿De qué servirá su presencia?

—La gente no sabrá que sus armas están desmontadas. Además tampoco tendrán las municiones lejos. Cada compañía designará a un teniente que custodiará la munición y los percutores, para suministrarlos si hay problemas.

—Pero…

—Mayor, ya le dije que no le gustaría, pero es una orden ¿Alguna pregunta más? Caballeros, el teniente Von den Bussche les entregará las listas con sus objetivos.

Los oficiales fueron recibiendo una hoja. Cuando el teniente se encontró con el capitán Von der Schulenburg le sonrió y le dijo —Fritz, sé cómo te gusta el saber, y te he reservado la inspección de la Universidad.

Nadie hubiese dudado que el capitán Fritz-Dietlof von der Schulenburg fuese un aristócrata. Era un hombre fornido y decidido, que ostentaba la cicatriz producto de un duelo sables como si fuese una medalla. Su expresión de desagrado mostraba lo que pensaba de la inaudita orden que había transmitido el coronel. El capitán tomó la nota: tenía que revisar el laboratorio de la Universidad Hebrea para confiscar todo lo que sirviese para fabricar explosivos. Iba a salir cuando Von den Bussche le dijo—: Fritz, no he olvidado que eres de letras, por eso te han asignado al subteniente Von Oppen. Es estudiante de química y sabrá diferenciar entre explosivos y gaseosa —y le guiñó el ojo.

El capitán asintió y se dirigió a su compañía, pensando en las extrañas vueltas que daba la vida. Tras los sucesos de París su regimiento había sido trasladado a Berlín, donde la vida había transcurrido plácidamente. La guerra apenas se notaba, y el ambiente hasta parecía menos opresivo. Una tarde se encontró con su antiguo médico, un judío al que le habían obligado a abandonar la profesión, que le había dicho que había vuelto a abrir la consulta, y que estaría encantado en tenerle como cliente.

Pero algo se había torcido en las últimas semanas. Un se encontró la consulta cerrada. Los vecinos solo pudieron decirle que había venido una patrulla por la noche y se había llevado al médico. El capitán intentó usar su carné del partido para conseguir liberarlo, pero entonces recibió esa extraña visita.

No pudo identificar al desconocido que había llamado a su puerta esa tarde, pero sus ademanes le mostraron que era un hombre de mundo. Exigió que le dejase pasar mostrando una chapa de policía, y revisó el apartamento para comprobar que estuviesen solos, y que no hubiese dispositivos de escucha. El desconocido se aposentó en un sillón, tomó un cigarrillo, y empezó a hablar con el capitán como si le conociese de toda la vida:

—Buenas tardes, Fritz ¿o prefieres otro nombre? ¿el conde rojo? ¿o te gusta más el color pardo? —el capitán entendió que el policía estaba haciendo referencia a su pasado: había pasado del partido socialista al nazi, aunque estaba pensando en abandonarlo.

—Si tanto me conoce, ya sabrá que aunque me dejase engañar por los nazis no tengo nada en común con ellos.

—Ya lo sé. Aunque no nos conociésemos tenemos un amigo en común que me habló de ti. Ahora está en Jerusalén.

—¿Qué quiere usted?

—¿Qué quiero? Mucho más de lo que puedas pensar. Pero por ahora me contentaré con darte esto —le entregó un grueso sobre.

El capitán lo abrió y lo ojeó. Había un documento y un fajo de fotos. Las sacó y se horrorizó —¿Qué es esto? ¿Un montaje?

—Es repugnante pero no es ningún montaje. Esa foto —una playa llena de cadáveres hinchados— es de Jaffa. Es una ciudad de Palestina, cerca de Suez ¿No sabes lo que pasó allí? No es del dominio público pero si preguntas un poco lo sabrás. Esas otras son fotos de lo que quedó de los campos de refugiados judíos en Aqaba ¿Sabes que la Luftwaffe los bombardeó? Esa otra —mostraba a un hombre con un uniforme de rayas colgando de una cuerda— se hizo más cerca. Está tomada en Dachau, cerca de Múnich ¿tampoco conoces ese lugar? Podrías preguntar un poco pero, pensándolo bien, no sería muy bueno para tu salud. Mira la foto de cerca —ordenó el desconocido.

El capitán la inspeccionó: el ahorcado era su médico—¡Dios mío!

—Dios no tiene nada que ver con esto. Es cosa de los hombres. De hombres malos. Capitán, te dejo, pero por ahora tal vez sea mejor que no preguntes. Lee lo que te he traído, medita sobre eso, y prepárate para el viaje.

—¿Qué viaje?

—¿Tampoco lo sabes? Supongo que mañana te lo dirán. Ve haciendo tus maletas, que te vas para Jerusalén.

Al día siguiente recibió un aviso urgente: el regimiento iba a ser trasladado a la Ciudad Santa. Fue el comienzo de una semana de locos: hubo que empaquetar todo el equipo pesado, que fue cargado en trenes con destino a Grecia y, una vez allí, embarcado en un carguero italiano. Las tropas fueron trasladadas en ferrocarril, pero en lugar de dirigirse al Sur los convoyes recorrieron la famosa ruta del ferrocarril de Bagdad. Al llegar a Turquía un inspector comprobó que los “turistas” no estuviesen armados, y el tren siguió hasta Estambul. Tras cruzar el Bósforo los trenes siguieron hasta Aleppo, en la Siria francesa, y luego tomaron el ramal que los llevó hasta Damasco. Durante el viaje tuvo tiempo sobrado para pensar en lo que había visto y había leído, y para hablar con sus amigos del regimiento.

Una vez en Damasco subieron a camiones que tras unas horas de viaje les dejaron en Palestina. Al capitán, acostumbrado a las largas marchas a pie que había tenido que hacer en Polonia y en Francia, le sorprendió que el ejército alemán estuviese gastando tal cantidad de su preciada gasolina, pero al llegar a Haifa pudo ver la refinería trabajando a máximo rendimiento, procesando el crudo que por fin llegaba desde Mosul. Por fin se acababan las penurias, pensó. Pero ¿era eso bueno, o permitiría que el Mal se extendiese por el mundo?

Al llegar a Jerusalén quiso visitar la ciudad, pero se encontró un viejo amigo que le pidió que le acompañase. Salieron hacia el sur, hasta llegar a las ruinas de un villorrio llamado Ramat Rachel. Si necesitaba la confirmación de que aun quedaba maldad en la tierra, las ruinas ennegrecidas se la dieron.

Un carraspeo hizo volver al capitán Von der Schulenburg a la realidad.

—Capitán, se presenta el teniente Von Oppen. A sus órdenes —dijo un joven oficial a la vez que se cuadraba.

—Sígame, teniente.

Los dos oficiales llegaron al patio, donde los esperaba una columna de camiones, cada uno de ellos con un pelotón de soldados. El capitán fue asignando los diferentes objetivos, pero de repente el teniente le interrumpió —Capitán, el teniente Von den Bussche me ha pedido que le diga que sería mejor que fuésemos nosotros quienes revisemos el laboratorio.

La columna salió del cuartel. Circuló por la parte nueva de Jerusalén y atravesó el barrio árabe de Sheikh Jarrah, mientras ascendían al Monte Scopus, donde se situaba la Universidad Hebrea de Jerusalén. Una vez allí el capitán impartió las últimas instrucciones a sus hombres.

—Revisadlo todo pero con cuidado. Si encontráis armas las confiscáis, pero no rompáis nada ni le toquéis ni un pelo a nadie.

Von der Schulenburg y Von Oppen se dirigieron hacia los laboratorios. Pronto encontraron su objetivo: varios recipientes de productos químicos puros, varios de ellos marcados con carteles que indicaban “Danger” o “Poison”. Von Oppen dijo—: Capitán, tenga cuidado, que estos productos son muy peligrosos. Sería arriesgado dejarlos aquí.

—Nos los llevaremos. Usted deberá indicarme como transportarlos y almacenarlos.



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Mensaje por UlisesII »

Hola amigos:
¿Von de Busche?¿"Amigo" de Stauffenberg?¿El que estaba previsto que se volara al lado de Adolf el d 6 de junio del 44? Chico.... que trabajo de investigacion. Como decia el clasico: Me descubro el craneo.
Hasta otra.


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Mensaje por Domper »

Ya he dicho por ahí que la mayor parte de los personajes son reales. No los cabos y soldados (hasta ahí no llego) pero lo son todos los capitanes (y de ahí para arriba) y muchos tenientes. Tambien son reales todos los capitanes de barco, todos los aviadores, etcétera.

San Google.

Saludos
Última edición por Domper el 04 May 2015, 21:33, editado 1 vez en total.



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Mensaje por Gaspacher »

Digno final para un viejo destructor...


Te cargas el complot ruso y metes otro alemán :pena: :pena: :pena:

Si la memoria no me falla ahora hay uno británico, uno palestino, uno hebreo, y ahora otro alemán...


...falta uno español y otro italiano :risa2: :risa2: :risa2:


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Mensaje por UlisesII »

Hola amigos:
Vista la leccion sobre la nitro que nos ha dado el Maestro Domper... ¿A que el Rey David vuela antes de llegar Hermann? A los moros los secuestran/cargan los britanicos, que con el retraso logran que la carga de los camiones explosione antes. De paso se organiza el gran follon y se cargan a los conspiradores alemanes, mientras Hermann y Benito salen zumbando y a Winston y Pepito les da un telele.... Espero no haberte chafado la historia, pero a que mola.
Hasta otra.><>
P.D.-Vista la escolta de caza no doy un euro por los Bristol.


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Mensaje por Gaspacher »

Demasiados complots superpuestos para saber que pasara,

En cuanto al avión, los Bristol tienen su oportunidad de derribar los transportes, no así de sobrevivir. Por las características de los aviones de pasajeros que no estarán presurizados, la formación italiana tendrá que volar por debajo de los 4.000 metros. Eso debería permitir a los Bristol localizar a los italianos desde arriba y colocarse con el sol a su espalda para atacar. Así que una pasada ametrallando a los aviones principales, y luego a tratar de correr... aunque ahí si que no doy un duro por ellos :twisted:


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Mensaje por UlisesII »

El problema es la cantidad de trimotores. En el caso Yamamoto eran dos Mitshubisi y era relativamente simple derribar ambos, porque ademas eran mas de dos P-38 los atacantes. La tactica que indicas es la que deben seguir, per mucha punteria y mucha suerte necesitaran para lograr sus VC a titulo postumo.
En cuanto a mi... gracieta, la unica parte verosimil que puede que el Maestro Domper incluya es la explosion prematura de la dinamita en el Rey David, mas que nada por las explicaciones sobre la nitro y la dinamita que ha incluido, pero claro es solo un suponer. A esperar las siguientes entregas con impaciencia.
Hasta otra.><>


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Picado

Mediodía


Los dos pilotos no esperaban encontrar nada, porque la intercepción en alta mar era casi imposible sin un radar que les guiase. Sin embargo al acercarse a la costa griega el teniente Riley agitó las alas de su avión. Yaxley miró y vio un gran número de aviones que volaban por debajo de él. Una mirada más atenta le mostró que solo unos cuantos eran transportes, y el resto parecían cazas de escolta. El piloto se encogió de hombros: cualquiera de los defensores de Malta sabía que le quedaban pocos días de vida, y tanto daba caer sobre Cefalonia que sobre La Valetta.

Los dos aviones aceleraron sus motores e iniciaron un suave picado. Cada uno eligió un trimotor y se lanzó a por él. Yaxley armó sus cañones. Vio como los monomotores reaccionaban y se volvían contra ellos: los habían visto. Pero el Beaufighter, aunque era demasiado lento y pesado para enfrentarse con los cazas alemanes, podía batirse con los más lentos cazas italianos. Notó como su avión se estremecía y que el ametrallador empezaba a disparar. Un vistazo por el retrovisor mostró que por lo menos dos italianos se habían pegado a su cola. Pero el caza inglés, aunque pesado y poco ágil, era tremendamente resistente, y podía aguantar las ráfagas de los ligeramente armados aviones italianos. El trimotor que se había fijado como objetivo se fue aproximando. Yaxley miró a su alrededor y vio que el avión de Riley perdía altura con el motor izquierdo humeando. Todo dependía de él. Las trazadoras volvieron a rodear al avión y Yaxley oyó un grito por el interfono. El ametrallador dejó de disparar y el piloto se supuso lo peor. Notó otro fuerte golpe seguido de un dolor agudo en el costado.

El trimotor italiano ya estaba muy cerca. El inglés armó los cañones y disparó. Las trazadoras alcanzaron a su blanco, y el inglés pudo ver como se desprendían pedazos del fuselaje. Yaxley llevó su avión a un ascenso pronunciado para atacar de nuevo, pero notó que los motores perdían potencia y que perdía el control de su avión. Abrió la cabina y saltó. Mientras descendía en paracaídas pudo ver como el ala del trimotor al que había atacado se incendiaba y se desprendía.



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Confidencias

Sobremesa


Para Rabin había sido una de las decisiones más difíciles de su vida. Denunciar a un judío ante los alemanes le repugnaba, pero si no hacía nada esos locos del Leji se las apañarían para destruir a la Yishuv, la comunidad hebrea en Palestina. Rabin había sabido que los terroristas del Irgún y del Stern estaban preparando una operación conjunta para matar a Goering. No es que la vida del dictador le importase mucho: rezaba todas las noches para que una enfermedad, a ser posible muy dolorosa, lo llevase al infierno que merecía. Pero una cosa es que lo hiciese Dios y otra, que lo matasen los judíos. Si eso sucediese, Rabin estaba seguro de que la venganza alemana acabaría con los tres mil años de historia hebrea en Israel.

El alemán encargado de la seguridad, ese tal Dietrich, le había dicho como ponerse en contacto con él. Rabin se acercó a una tienda en el barrio armenio y se puso a admirar un precioso samovar. El dueño se acercó, solícito.

—¿Le gusta? Sería el orgullo de cualquier casa.

—Me gusta el té, pero disfruto más del café.

El tendero miró a su interlocutor y dijo—: Venga conmigo, tengo un servicio de café de alpaca que le maravillará.

El tendero cerró la puerta del establecimiento y condujo a le condujo a la trastienda.

—Dígame, señor Rabin ¿Tiene algo para mi jefe?

—Tengo que hablar con él, cuanto antes.

—Mi jefe no quiere que le vean con usted. Tome –dijo entregándole un paquete y un papel—. Salga ahora de la tienda por si alguien le sigue. Luego póngase la ropa que le doy y acuda a esa dirección.

Rabin salió de la tienda mientras el tendero tomaba el teléfono y pedía al operador que le pusiese con un almacén de la parte nueva.

—Por favor, necesito hablar con el señor Meyer. Soy Agatan Vanlian.

—Le escucho —el armenio reconoció la voz de Dietrich.

—Tengo que llevarle un paquete al almacén grande. Esta tarde a las cinco.

—Allí estaré.

Dietrich salió inmediatamente, porque el mensaje significaba que la cita era a las cuatro. Llegó a un cafetín en el barrio árabe de Katamon. No mucho después entró un árabe de aspecto acaudalado al que Dietrich reconoció. Pidió que le acompañasen a una habitación, y dijo sin ceremonias—: Buenas tardes, Rabin ¿qué tiene para mí?

El judío tampoco tenía tiempo que perder—. El grupo Stern está preparando un atentado en Jerusalén.

Dietrich se mostró escéptico: estaban planeando atentados los Stern, los árabes, y todo el mundo. Si todos los que querían matar a Goering se pusiesen en fila la cola llegaría hasta Londres.

—Escúcheme, que se trata de un asunto muy grave. Lo del Stern no es una conspiración más. He podido saber que han conseguido meter explosivos en el Hotel Rey David.

—¿Cómo?

—Lo que oye. Hay una bomba preparada para estallar cuando llegue Goering.

—¿Cómo lo ha sabido?

—El encargado de transportar los explosivos me tiene más fidelidad a mí que a sus jefes. Ha estado llevando al hotel cincuenta kilos de explosivos cada día durante una semana.

—¿Cómo ha podido hacerlo?

—Escondiéndolos en sacos de harina —Rabin tampoco quería decir todo lo que sabía.

El comisario quiso conseguir más detalles, pero Rabin se negó. NI sabía todo lo que tramaban los del Stern, ni quería decir a los alemanes una palabra más de las imprescindibles. Dietrich acabó dándose por satisfecho, y dijo—: Gracias, Rabin. Registraré el hotel de arriba abajo.

—Dietrich, cuando atrape a los terroristas recuerde que la Yishuv no ha tenido nada que ver con esto.

—Lo recordaré.

Rabin salió del cafetín, mientras Dietrich aguardaba a su segunda cita de la tarde. Odiaba tener que esperar tras recibir semejante aviso, pero su agente le había jurado que era algo muy serio. A la media hora entró en el reservado un hombre con ropas árabes pero con rasgos occidentales.

—¿Tiene algo para mí, Meister?

El hombre respondió en perfecto alemán—: Señor, le recuerdo su promesa.

Dietrich respondió un poco fastidiado—. Cuenta primero lo que sabes y ya veremos lo que pasa con tu hermano.

—Señor, Franz es un buen hombre que se dejó seducir por los comunistas. Si sigue en esa cárcel morirá.

—Primero desembucha, y luego veré qué puedo hacer por tu hermano.

Meister se decidió a hablar—. Señor, usted me pidió que vigilase a los templarios, pero no fue necesario: fue el doctor Wagner quien me buscó y me dijo que un árabe me necesitaba para un trabajo.

—¿Wagner? Vaya con el doctor ¿Quién era ese árabe y qué trabajo le ofreció?

—No conocía al árabe, pero todo el mundo en Jerusalén sabe cuál es la vivienda de los Husseini, que es a donde Wagner me envió.

—¿Y el trabajo?

—No me lo dijeron, señor —respondió Meister—. Pero me enseñaron un camión inglés y me preguntaron si sabía conducirlo.

—¿Reconoció el camión?

—Era un Bedford como los que tienen los ingleses en su ejército y que ahora usan ustedes. Tenían otros dos en un almacén.

—¿Y qué más le dijeron?

—Un sastre me tomó medidas y luego me hicieron fotos —respondió Meister.

—¿Medidas?

—Sí, como si fuesen a hacerme un traje.

—Meister, no me vengas con cuentos raros —dijo Dietrich.

—Señor, espere. No sé para qué me tomaban medidas, pero estuvieron parloteando entre ellos. Pensaban que no les entendía ¡Yo, que me he criado en Jerusalén! El sastre empezó a pedir tela gris verdoso…

Dietrich empezó a prestar atención.

—Gris verdoso como la del uniforme alemán —siguió Meister.

—¿Les entendiste algo sobre los uniformes?

—No señor, tampoco lo entendí todo —dijo Meister—, pero me tomaron medidas hasta de la cabeza. Además cuando me enseñaron el camión oí a otro que murmuraba “ese es el infiel tonto que tanto daño va a hacer a su gente”.

Dietrich pensó un poco y dijo—: Quiero saber qué se traen esos tipos entre manos. Cuando sepas más me lo dices, y es posible que consigas la libertad de tu hermano.

Meister salió. Al poco salió Dietrich por la puerta trasera del local y se apresuró hacia la comisaría de policía, donde había establecido su puesto de mando. Mientras caminaba pensaba para qué querrían los árabes a un templario alemán. Cuando estaba a punto de llegar a la comisaría, se detuvo para dejar pasar a un convoy de camiones que venían desde la parte norte. Entonces lo entendió. Corrió a su despacho y ordenó que le pusiesen con Von Wiktorin.

—¡General, está a punto de pasar algo muy grave!

—Serénese.

—No, mi general, no me voy a serenar. El Muftí está reclutando alemanes que sepan conducir camiones y los está disfrazando de soldados.

—¿Qué quiere decir?

—Que si ese árabe quiere colar camiones delante de nuestras narices, no creo que para nada bueno.



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El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Mensaje por Gaspacher »

¿Y Rommel que dice de lo de los cerrojos de sus soldados?

Al fin y al cabo hablamos del mismo Rommel que se negó a que las SS formasen frente a su regimiento durante una visita de Hitler con motivo de su visita a su regimiento.

PD Veo que los complots están acabando de forma más o menos abrupta... faltara saber si Yaxley ha cazado a Benito. :thumbs:


A todo hombre tarde o temprano le llega la muerte ¿Y cómo puede morir mejor un hombre que afrontando temibles opciones, defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?" T. M.
Domper
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Mensaje por Domper »

Rommel supongo que estará encantado de todo esto, sobre todo tras echarle un vistazo a la Directiva 31c. Pero lo de los cerrojos no es tan demencial, porque eso del gobernante asesinado en un desfile por los desfilantes no es tan raro: recordemos a Sadat. Respecto a la fiabilidad de los guardaespaldas, Indira Ghandi también podría contar algo.

Por otra parte, habrá que ver qué ha cazado Yaxley.

Saludos



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