El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Desvío

27 de Mayo de 1941


Como todas las tardes, una avioneta aterrizó en una pista abierta junto a Ismailía, y un coche trasladó a su ocupante al Cuartel General. El general Rommel bajó del automóvil, entró en el fresco palacete y se dirigió al baño. El general creía que era una pérdida de tiempo, pero Von Manstein había sido tajante: Rommel tenía el día para hacer lo que quisiese, pero todas las tardes tenía que reunirse con él para analizar las operaciones en curso, cenar y descansar. Von Manstein pensaba que conseguiría más de su impetuoso general si le refrenaba que si le permitía agotarse.

En el Cuartel General todo eran sonrisas de satisfacción. El general Tellera se adelantó a saludar a Rommel y felicitarle por el gran éxito de su ataque. Luego le acompañó a la sala de mapas, donde Von Manstein le esperaba.

—Erwin, veo que no voy a ser el primero en darte la enhorabuena—dijo Von Manstein.

—Gracias, Erich —respondió Rommel—. Pero es una felicitación prematura. La batalla de Suez la hemos ganado pero ahora tenemos que conseguir el fruto de la victoria. Los ingleses están confundidos. Es el momento para seguir presionándoles.

—Claro, Erwin. Pero me ha llamado la atención la conversión que has ordenado a la 7ª Panzer. Según nuestros planes iniciales, la división tenía que dirigirse hacia Aqaba, pero la has desviado hacia Abu Agueila.

—Erich, he cambiado los planes porque he apreciado una buena oportunidad. En el Norte los ingleses están desorganizados, y podemos rodear a los que siguen resistiendo en Jatma. Sin embargo en el Sur tienen fuerzas importantes que aun no han sido derrotadas.

—Erwin, no estoy discutiendo tus decisiones. Tú estabas allí y tú decidiste lo que tenías que hacer, aunque el giro al Norte ha dejado el flanco de la 7ª Panzer al descubierto ¿No crees? No pienses que me preocupa, porque si los ingleses salen otra vez a la carga será más fácil derrotarles. De todas formas creo que sería conveniente que envíes a la 10ª y 20ª motorizadas hacia allí, así mantendrán la presión, mientras sigues atacando por el Norte con la 15ª y la 7ª Panzer. Pero no debemos perder de vista el objetivo principal de la operación. Avanzar por Palestina está muy bien, y estoy seguro que al Statthalter le alegrará que conquistemos a Jerusalén. Pero no olvides que tenemos que atrapar a los ingleses, que solo pueden escapar por el puerto de Aqaba. Por eso se están atrincherando allí.

—Erich, he estado analizando lo de Aqaba, y tomarla no será nada fácil. La ciudad está al otro lado del golfo, que tenemos que rodear para tomarla. Por eso no podremos contar con la sorpresa y no podré hacer como con Le Havre en Francia. Además el puerto está junto a la frontera de Arabia Saudí, y salvo que atravesemos su territorio, a lo que no me atrevo sin autorización directa de Berlín, tendremos que atacar frontalmente las fortificaciones que están preparando los ingleses. Para conquistar Aqaba necesitaría todas mis fuerzas, y eso daría a los ingleses un respiro y les permitiría reagruparse en Gaza. Recuerda que aunque los ingleses estén desorganizados siguen teniendo más tropas que nosotros. Por eso creo que es mejor seguir presionando a los ingleses. No les dejaré momento para recuperarse y así los destruiré.

—Me parece muy bien —dijo Von Manstein—. Tus dos divisiones Panzer pueden seguir persiguiendo a los británicos para impedirles que se atrincheren en Gaza. Tal vez sea mejor no atacar en la costa sino en Beerseba, como hicieron ellos en 1917. Entiendo que Aqaba tenga que esperar. Pero es primordial cortar la navegación por el Golfo de Aqaba. Si no pueden llegar sus barcos poco importará que los ingleses conserven el puerto o no.

—La Luftwaffe podrá hacerlo —dijo Rommel.

—Tal vez, pero la Luftwaffe ya fracasó en Dunkerque. Había pensado en pedirles que minasen el golfo, pero es muy profundo y solo se pueden minar sus orillas. Pero hay sitios donde el golfo es tan estrecho que incluso unos cuantos cañones bastarán para cerrarlo. Además si tomamos posiciones en la costa detectaremos el paso de los barcos y podremos avisar a la Luftwaffe con tiempo. Los reconocimientos aéreos muestran que el Sur de la Península del Sinaí está desguarnecido. Podríamos enviar un grupo de reconocimiento, o mejor algún kampfgruppe de la 5ª ligera, hacia Nuweiba, Dahab y Sharm el Sheikh. Si le agregamos un grupo de artillería desde allí podrán cerrar el acceso hacia Aqaba. También tenemos el batallón paracaidista de Meindl.

—¿Meindl? Ah, sí, el de El Fayum.

—Ese mismo. Creo que Meindl sigue en el hospital, pero su batallón está ya casi listo para el combate. Podríamos lanzarlo sobre Sharm el Sheikh, en el extremo Sur del Sinaí. El Estrecho de Tirán es donde el golfo es menos ancho y sería el sitio ideal para poner nuestros cañones ¿Crees que se podría organizar la operación para que el lanzamiento sea pasado mañana? Solo tendrán que resistir el par de días que les costará llegar a nuestros kampfgruppen. Creo que si atacamos ahora bastarán unos pocos soldados, pero si nos retrasamos los ingleses podrán guarnecerlo con unidades del Ejército de la India y resultará mucho más difícil tomar el estrecho.



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Pánico

28 de Mayo de 1941


Un viajero que llegase a Beerseba procedente del Sinaí se sorprendería al ver, en lugar de un polvoriento corral para caravanas, una recoleta ciudad planificada por arquitectos suizos y alemanes. Calles rectas con hileras de bonitas casas, todas rodeadas por jardincillos, adornaban la ciudad. En 1917 la localidad había sido el baluarte oriental de las defensas turcas de Palestina, sufriendo serios daños cuando fue asaltada por los ingleses de Allenby. Pero posteriormente los británicos la habían reconstruido y habían edificado modernos edificios para su nuevo papel como capital administrativa del desierto del Negev.

Durante la primavera de 1941 Beerseba se preparaba de nuevo para la guerra. Los soldados de la 2ª Brigada Judía habían limpiado las antiguas trincheras turcas, las había profundizado, y habían cavado refugios para ataques aéreos. Algunos edificios mayores fueron convertidos en fortines, demoliendo los techos, para que no pudiesen caer sobre sus ocupantes, y reforzando las paredes. Los huertos que rodeaban la ciudad habían sido sembrados con alambre de espino, y las ametralladoras vigilaban los caminos.

El 9 de Mayo la pequeña ciudad volvió a la guerra cuando doce bombarderos italianos bombardearon la estación de ferrocarril. Durante las semanas siguientes los ataques aéreos se repitieron, sin causar excesivos daños, pero recordando a todos que la guerra estaba cerca.

El 17 de Mayo el lejano tronar de los cañones anunció la ofensiva alemana en Suez. Los voluntarios de la brigada judía tomaron los fusiles que les entregaron los ingleses y se apostaron en las trincheras. Los trenes llegaban y trasbordaban sus cargas a columnas de camiones que salían hacia el Este. Pero los camiones que volvían llegaban cargados de heridos que hablaban de duras batallas en el Canal. El día 21 ya no salieron más convoyes hacia el Canal y empezaron a llegar soldados que escapaban de los alemanes. Agotados y sedientos tras días de marcha, intentaban eludir a los oficiales que querían llevarlos de nuevo a las trincheras.

La aviación volvió, pero esta vez ya no eran unos pocos imprecisos trimotores, sino cazabombarderos y bombarderos en picado. Los aviones de reconocimiento sobrevolaban las fortificaciones una y otra vez, guiando a los Stuka. Los reclutas judíos estaban empezando a hablar de desertar cuando llegaron dos batallones de la 11ª división india. Pocas horas después llegaron los primeros alemanes: un pequeño grupo de reconocimiento que intentó rodear la ciudad por el Sur y que se retiró tras perder varios tanques a manos de los cañones de 25 libras hindúes. La confianza subió como la espuma y los antaño temerosos reclutas se veían capaces de todo.

Sin embargo otro grupo de reconocimiento alemán encontró un hueco al Este de Beerseba. La inexperta 1ª División Judía, encargada de la defensa de la línea de Gaza, había mejorado las antiguas defensas turcas, pero el desierto al este de Beerseba estaba casi vacío. Un único batallón, cuyo único armamento antitanque era de solo dos cañones de dos libras y seis fusiles Boys, debía vigilar quince kilómetros de llanura. El grupo de reconocimiento alemán superó sin dificultad las débiles líneas inglesas y llegó a la carretera que unía Beerseba con Hebrón y Jerusalén.

El coronel al mando en Beerseba consideró que tenía que volver a abrir la carretera, y envió para ello a uno de los batallones hindúes. Pero esa decisión, aparentemente lógica, llevó a la derrota. Entre los reclutas de la 2ª Brigada Judía estaba corriendo el rumor de que los alemanes los estaban rodeando. Entonces vieron al batallón del Punjab dejar sus posiciones y dirigirse hacia la retaguardia. Uno a uno los reclutas hebreos empezaron a escapar. El pánico es contagioso y se fue extendiendo al resto de la línea. Cuando horas después los tanques de la 7ª Panzer atacaron al Oeste de Beerseba, encontraron las trincheras vacías. Los tanquistas persiguieron a los soldados judíos, hasta llegar al mar al norte de Gaza, cercando a los pocos defensores que aun no habían huido.



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Refugiada

31 de Mayo de 1941


Extracto de la entrevista de Eduardo Catania a Tamar Kuefer, autora de “Las lágrimas del Kilimanjaro”. Publicada el 11 de Mayo de 1997 en Blanco y Negro, suplemento dominical del diario ABC.

“EC—: Señora Kuefer, su novela habla de la epopeya de los colonos en África Oriental ¿Cómo pudo ser que una refugiada judía llegase a ser representante de Tanganica en el Consejo de la Unión Paneuropea?

TK—: Como usted dice, mi destino no era África. Sin la Guerra de Supremacía yo no hubiese sido sino una pobre campesina que hubiese agotado mis años trabajando las áridas tierras de Palestina. Pero todo cambió cuando el Ejército Alemán derrotó a los ingleses en Suez. Mi padre decidió que mi hermana y yo teníamos que ser evacuadas. Si hubiese sabido las desventuras que nos aguardaban…

EC—: Habla de su padre. En su obra apenas cita a su familia. Tan solo dice que usted vivía en una aldea en Palestina ¿Le importaría contarnos como era su vida allí?

TK—: Desde luego, aunque no sean recuerdos agradables. Mis padres pertenecían a un grupo de judíos rumanos que viajó a Palestina siguiendo las promesas de los sionistas. Compraron tierras a los árabes y fundaron una pequeña aldea, el moshav Kfar Yehoshua ¿Sabe lo que era un moshav? Una especie de cooperativa, parecida a las colonias templarias que también se estaban estableciendo en Palestina en esa época. Las tierras que compraron mis padres eran áridas, y si no llega a ser por la ayuda de la Agencia Judía Internacional, no hubiesen podido prosperar.

EC—: Disculpe, señora Kuefer, pero los lectores tal vez no conozcan lo que fue el sionismo y la Agencia Judía.

TK—: Esas organizaciones parecen muy lejanas en estos tiempos materialistas. El Sionismo fue un movimiento que pretendía recrear el Estado de Israel en Palestina, y que junto a su criatura, la Agencia Judía, fueron prohibidos tras la guerra de supremacía.

EC—: Gracias, señora Kuefer.

TK—: Como le decía, nuestro moshav era pequeño y no muy próspero. Además estaba en una zona pantanosa infestada de mosquitos que transmitían la malaria, enfermedad que mató a mi madre poco después de nacer mi hermana pequeña Geula. Apenas recuerdo a mi madre tomándome en brazos. Mi padre Ari nos crio y nos educó como a muchachos. Aprendimos a cabalgar y a disparar un arma. Era necesario, porque Kfar Yehoshua estaba siempre bajo la amenaza de los poblados árabes vecinos, que querían recuperar sus tierras.

EC—: ¿No decía que sus padres las habían comprado?

TF—: Sí, las habían comprado, pero a sus propietarios, que eran terratenientes que vivían en Beirut. Pero los campesinos árabes que llevaban generaciones trabajando esas tierras las veían como propias. Nos odiaban. Un día una niña de mi edad salió a buscar bayas, y tardaron tres días en encontrarla. La habían violado, le habían cortado la nariz y las orejas y luego la habían degollado.

EC—: Que horrible. Sería una vida difícil.

TF—: Sí, era una vida difícil, especialmente tras la sublevación árabe de 1936. Aunque era una niña, llevaba siempre un revólver, incluso cuando trabajaba en los campos. Los ingleses no solo no nos protegían, sino que cerraban los ojos a los atropellos de los árabes. Solo mandaban a su policía si nuestros hombres se tomaban la justicia por su mano. Imagínese como odiábamos a los ingleses que a pesar de ser un mandato británico, apenas aprendí su lengua. Hablábamos hebreo, rumano y un poco del alemán que nos enseñaron nuestros vecinos templarios, pero no hablábamos inglés.

EC—: En su libro relata que tuvo que abandonar Palestina como refugiada, pero dice muy poco el viaje.

TF—: Es que el recuerdo aun me despierta por las noches. Como le decía, nuestra aldea estaba sitiada por los vecinos árabes. Mi padre temía que si los ingleses se iban, los fellagha, los bandidos árabes, caerían sobre nosotros y nos matarían. Por eso creyó las promesas de los agentes británicos y nos subió a la caravana de evacuación. Aun recuerdo a mi padre Ari y a mi hermano Ofer cuando nos íbamos. Mi padre tenía semblante adusto, pero Ofer, que era poco más que un niño, apenas podía contener las lágrimas. Yo también lloraba porque sabía que no iba a volver a verlos.

EC—: ¿Volvió a tener contacto con ellos?

TK—: Solo muchos años tras la guerra supe que Ofer vivía en Palestina. Intenté ponerme en contacto con él pero rechazó mis llamadas. Solo recibí una carta en la que me decía que era una traidora a mi pueblo.

EC—: ¿Traidora, usted que tanto ha luchado por los judíos de África?

TK—: Ofer se había unido a un grupo radical que pensaba que el pueblo judío solo podía vivir en Israel. Por eso me llamó traidora, por buscar otros horizontes para nuestro pueblo. Me dijo que había celebrado mi funeral y que para él yo había muerto. Nunca supe más de él o de mi antigua familia.

EC—: ¿Y su hermana?

TK—: La pobre Geula… Era muy pequeña cuando nos evacuaron. Tenía solo siete años y no estaba preparada para resistir todo eso.

EC—: ¿Le importará hablarnos de la evacuación? Se sabe muy poco en España de la Marcha de la Muerte de Aqaba.

TK—: Es triste que se olviden cosas que debieran persistir en la memoria de la humanidad. Como le decía antes, los ingleses nos odiaban, pero decidieron evacuarnos. Tal vez pensaron que sería una forma de deshacerse de los hebreos de Palestina. Mandaron a Kfar Yehoshua media docena de camiones, en las que metieron a todas las mujeres y los niños. Íbamos apretados como sardinas en lata. Yo abrazaba a Geula para impedir que cayese al suelo. Los camiones nos llevaron a Haifa y nos dejaron junto a la estación, a pleno sol, sin comida ni agua. Unos soldados hindúes nos vigilaban y nos golpeaban si les hablábamos. Solo al día siguiente nos dieron un poco de sopa aguada y nos subieron al tren, un tren de carga con vagones que eran plataformas abiertas. Nosotras nos agarrábamos donde podíamos, pero una mujer cayó del vagón y las ruedas la partieron por la mitad. El tren pasó junto a varios poblados árabes desde los que los niños nos apedreaban.

EC—: Tuvo que ser terrible.

TK—: Esa fue la parte mejor del viaje. A las pocas horas llegamos a Jaffa y el tren se detuvo antes de llegar a la estación. No sabíamos que pasaba pero no nos atrevimos a bajar de los vagones. Oímos chasquidos que para mí, que seguía aferrando mi viejo revolver, sonaban a disparos de rifle. Tiré a mi hermana al suelo y me agache sobre ella justo cuando los fellagha empezaron a disparar contra nosotros. Uno se acercó y tiró una bomba de gasolina al vagón que iba después del nuestro. Justo entonces el tren se puso en marcha. Cuando cierro los ojos aun veo a mujeres y niños, envueltos en llamas, saltando del vagón, mientras los árabes que esperaban reían antes de acuchillarles. Poco después llegamos a Jaffa donde nos hicieron bajar de los vagones y nos llevaron como si fuésemos un rebaño atravesando la ciudad vieja. Desde las ventanas nos escupían y nos tiraban verduras podridas y basuras. A un niño le rompieron la cabeza con una maceta, y a nosotras nos tiraron aceite hirviendo ¿ve esta marca? Me la hizo una gota de aceite que me tocó de rebote. A veces grupos de árabes arrastraban a algunas mujeres a los callejones y no las volvíamos a ver.

EC—: ¿Los ingleses no les defendían? ¿Usted no usó su revolver?

TK—: No podíamos defendernos. Si los soldados nos veían armas, nos las quitaban. Incluso ayudaban a los hombres a elegir a las chicas más guapas. Yo manché mi cara para hacerme menos apetecible. Al final nos llevaron a un campo en las afueras de la ciudad. De vez en cuando llegaban más soldados hindúes, creo que eran musulmanes, buscando mujeres. Nosotras podíamos escapar, pero ¿a dónde? Jaffa era una zona de mayoría árabe donde no encontraríamos cobijo. Estuvimos en ese sitio un día y una noche, hasta que llegaron camiones, en los que nos subieron. Nos llevaron por el interior, pasando por Ramla, otra ciudad árabe. Por suerte el comandante británico de esa ciudad era un ser humano y nos protegió. Unos pocos soldados, montados en los camiones, consiguieron que los valientes fellagha no asomasen ni la punta de la nariz ¿no podrían haber hecho lo mismo en Jaffa? No sé cuántos judíos murieron en esa ciudad, pero de Kfar Yeshoshua habíamos salido ciento cincuenta, y en Ramla quedábamos menos de cien.

EC—: Aquí en España también sabemos de la doble moral inglesa.

TK—: Es increíble que personas que se llaman civilizadas puedan dejar cometer esos crímenes. Por lo menos después de pasar por Ramla ya casi no vimos más árabes. La caravana siguió hacia el Sur. Hacía un calor tremendo y apenas teníamos agua. Un niño en nuestro camión estaba con diarrea y al poco todas empezamos a vomitar. Por la noche estaba tan enferma que me desmayé y no desperté hasta que se produjo el ataque de los tanques. Debió ser cerca de Beerseba. Una explosión me despertó. Oí un ruido mecánico y, de repente, un enorme tanque salió de la oscuridad disparando con sus ametralladoras contra el camión que iba delante del nuestro. Las mujeres y los niños caían como bolos. Nuestro camión se paró y nosotras empezamos a gritarle al conductor, hasta que se salió del camino y rodeó la fila de camiones parados. Oímos gritos y notamos como el camión pasaba sobre bultos, pero por suerte no vimos nada.

EC—: Luego llegaron al campo de refugiados de Aqaba.

TK—: Aun tardamos un día y una noche. Los soldados nos dieron un poco de agua, pero nosotras vomitábamos todo lo que nos daban. Al final llegamos a Aqaba. Vimos el pequeño puerto y el mar lleno de barcos, pero los camiones no nos llevaron allí, sino hacia el interior, donde nos descargaron como fardos y nos dejaron al sol. No había árabes, pero estaba lleno de serpientes que picaron a algunos pobres niños. Tuvimos que hacer una cola larguísima esperando a que un oficial nos anotase en una lista y nos diese una tarjeta con un número. Mi hermana Geula seguía vomitando y ya no se tenía en pie. Al verla caer el oficial dio unos gritos y unos camilleros la cogieron y la llevaron a un almacén mugriento. Yo grité y pataleé, pero nos separaron y nunca supe más de ella. Me llevaban a rastras cuando intenté sacar mi revolver, pero entonces me dieron un culatazo y perdí el conocimiento. Me debieron dejar allí tirada. Eso me salvó la vida, porque poco después llegaron los aviones. Me desperté con las sirenas…

EC—: ¿Las sirenas?

TK—: Las sirenas que anunciaban la llegada de los bombarderos. Yo no sabía que pasaba, pero todo el mundo miraba al cielo. Oí el estruendo de los cañones y vi unas nubecitas de humo negro, y entre ellas unos pequeños aviones de plata, que tras pasar sobre nosotros soltaron una ristra de puntitos negros. Los puntitos eran bombas que silbaban mientras caían y explotaban en medio del campamento. Entonces no sabía que los aviones tenían órdenes de bombardear a los refugiados.

EC—: Las investigaciones no han confirmado que existiese esa orden.

TK—: No sé si existiría esa orden, pero yo estaba allí y lo vi. Los aviones pasaban sobre los barcos y el puerto pero no tiraban sus bombas hasta que no veían a los refugiados. Luego bajaban a ametrallar a los que escapaban hacia el desierto. Estaba todavía un poco atontada por el culatazo y, en lugar de juntarme con los demás me dirigí hacia el puerto. Un centinela me detuvo y me exigió mi tarjeta, que alguien me había quitado mientras estaba inconsciente. El centinela no me quería dejar pasar, pero debí caerle en gracia a un marinero. Me tomó de la mano y me llevó a un bote, y de él me subieron a un barco de guerra, un destructor. Los destructores son barcos pequeños, pero a mí me pareció un leviatán erizado de cañones. En el barco me dejaron en la cubierta, bajo un toldo, y me dieron agua, sopa y pan. Fue lo primero que no vomité en dos días.

EC—: ¿Y los demás refugiados?

TK—: Nunca supe nada de los de Kfar Yehoshua. No sé si los mataron las bombas, si se perdieron en el desierto, si se ahogaron en la evacuación, si llegaron a la India o si volvieron a la aldea. Vi miles de judíos esperando en el muelle, mientras los centinelas daban paso a las familias británicas. Supongo que algunos judíos acabarían subiendo a algún barco, pero eso tampoco les serviría de mucho. Los barcos formaron un pequeño convoy que mi destructor precedía, pero unas horas después, cuando nos acercábamos al mar abierto, empezaron a dispararnos desde la orilla. Mi destructor aceleró y empezó a virar enloquecidamente y a disparar, pero los mercantes, mucho más lentos, no podían esquivar los cañonazos. Vi a un gran barco estremecerse y empezar a arder. Otro intentó escapar de los disparos acercándose a la costa contraria, pero entonces se produjo una gran explosión, y el barco dio la voltereta y se hundió: me dijeron que era el Empress of Asia, y que se había hundido por culpa de una mina. Dicen que llevaba cinco mil personas ¿Se imagina? Cinco mil muertes en dos o tres minutos. Como si no fuese suficiente, llegaron los aviones para destruir lo que quedaba del convoy. Por suerte a nosotros solo nos tiraron una bomba que, aunque cayó cerca, no debió causar muchos daños. Pero los barcos grandes eran atacados una y otra vez hasta que se incendiaban o se hundían. Mi destructor acabó separándose del convoy. Tres días más tarde llegamos a Adén, donde subí a otro barco que me llevó a Zanzíbar. Allí fue donde empezó mi nueva vida.”



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Capítulo 26. Gris oscuro

Remate

5 de Junio de 1941


—¡Nos vamos a Jerusalén! — el general Von Funk anunció la nueva misión de la División Fantasma.

La 7ª Panzer se había ganado ese sobrenombre en el Norte de Francia, cuando dirigida por Rommel había penetrado en la retaguardia aliada, apareciendo en los lugares más insospechados. En el Sinaí había hecho honor a su apodo: aunque no había podido participar en la primera fase de la batalla, había sido su ataque el que había roto el frente inglés, y sus movimientos habían cerrado las bolsas de Jatma y de Gaza. La división había capturado más de 30.000 prisioneros, y eso sin detenerse a reducir las bolsas que dejaba atrás, misión encomendada al Ejército italiano.

Tras la victoria de Beerseba los tanquistas alemanes estaban ansiosos por seguir hacia el Norte, pero fue necesaria una parada de dos días para repostar y para proporcionar el necesario mantenimiento a las máquinas. Pero por fin la División Fantasma estaba ya lista.

El general Von Funk siguió informando a sus oficiales de la nueva misión

—En Palestina apenas quedan unidades organizadas inglesas, salvo las que están intentando retirarse hacia Aqaba —dijo el general—. Originalmente nosotros y la 15ª Panzer hubiésemos tenido que dirigirnos hacia allí, para atrapar de revés a los británicos, y los italianos iban a proseguir hacia el Norte…

—¿Íbamos a dejar a los espaguetis conquistar Jerusalén? —preguntó el coronel Rothenburg.

—Suponiendo que pudiesen. Nos iba a tocar bailar con la más fea, y a los italianos agitar las banderas. Pero el general Rommel ha decidido que es mejor dejar a los ingleses de Aqaba para nuestros compañeros de la 10ª y la 20ª. La 15ª Panzer y nosotros vamos a ir al Norte. La 15ª seguirá por la costa, hacia Haifa y la frontera libanesa. Nosotros les acompañaremos por el interior hacia Jaffa y luego nos dirigiremos a Jerusalén. Después de tomar la ciudad tenemos que llegar al Jordán, cruzarlo, y seguir hacia Amman, la capital de Transjordania.

—¿Transqué?

—Transjordania. Yo tampoco sabía ni que existiese. Es uno de esos reinos títeres que organizaron los británicos con los restos del imperio turco.

—Disculpe, general, pero por lo que dice una vez lleguemos a Jaffa vamos a abrir una gran brecha entre nosotros y la 15ª Panzer ¿No será peligroso?

—No si nos movemos deprisa. Hemos noqueado a los ingleses. Aunque les quedan muchos soldados no saben ni por donde les da el aire. Haremos como en Francia: no les dejaremos recuperarse y, cuando empiecen a despertar, estaremos encima de ellos. Caballeros, reúnanse con sus hombres. Saldremos dentro de seis horas. Pero antes… —un ayudante del general sacó una botella de petaca y unos vasitos, los llenó y los distribuyó entre los oficiales, que brindaron— ¡A Jerusalén! ¡Por el Reich!



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Rey David

10 de Junio de 1941


El mariscal Von Manstein entró en el Hotel Rey David. El lujoso hotel, residencia de reyes y potentados, había albergado la Comandancia Militar británica. Ahora iba a ser la sede del cuartel general alemán. Los zapadores habían revisado el edificio buscando trampas, y las unidades de inteligencia habían recogido los documentos y los equipos de comunicaciones abandonados por los ingleses cuando escaparon. Como la mayor parte de los empleados de origen judío no se habían presentado habían tenido que reclutar sirvientes entre los árabes cristianos.

El Mariscal cruzó los lujosos salones y se dirigió al despacho de su predecesor, el general Auchinleck. Por lo que sabía Auchinleck no había llegado ni a sentarse en él, y ahora debía estar con los británicos que se retiraban desordenadamente hacia Galilea. La 15ª Panzer, tras entrar en Jaffa, donde la población árabe la había recibido con flores, había rodeado la ciudad hebrea de Tel Aviv y había seguido hacia el Norte, tomando Netanya el 7 de Junio. Tras rodear el Monte Carmelo por el interior había entrado en Haifa el día 9. Los barcos de la Royal Navy habían escapado de Haifa dirigiéndose hacia Chipre, pero en cuanto cayó Acre toda la costa del Mediterráneo quedó limpia de británicos.

Pero las miradas del mundo estuvieron centradas en la 7ª Panzer. Había avanzado tan rápidamente por el interior de la llanura costera que se había adelantado a la 15ª Panzer, ocupando Ramla y Lidda a última hora del día 6 de Junio. Luego se había lanzado hacia Jerusalén, cruzando el desfiladero de Bab el Oued. El Mariscal, al recorrer la ruta seguida por la 7ª y ver el Monasterio trapense de Latrún encaramado en un risco, pensó en lo sencillo que hubiese sido resistir ahí. Pero los ingleses ya solo pensaban en escapar, y los tanques alemanes habían pasado sin dificultad. A las nueve de la mañana del día 8 de Junio de 1941 un SdKfz 222 del 37º Batallón de reconocimiento había sido el primer vehículo alemán en entrar en la Ciudad Santa.

La 7ª apenas se había detenido el tiempo suficiente para capturar la comandancia británica y había seguido hacia el Este. Jericó, la ciudad más antigua del mundo, cayó al atardecer del mismo día, y la mañana del día 9 había visto a los Panzer llegando al Jordán muy cerca de donde, según la tradición, Juan el Bautista había bautizado a Jesús.

La llegada de los alemanes al Jordán fue demasiado para el voluble rey Abdallah. El monarca hachemita gobernaba un pequeño reino creado para su familia por el entonces Ministro de Colonias británico Churchill allá por 1921, y desde entonces había actuado como un perro fiel. Su Legión Árabe, encuadrada y dirigida por oficiales británicos, había encabezado la ofensiva británica en Irak que había conseguido expulsar a los rebeldes de Rashid Alí de Bagdad. Pero con los tanques de Rommel a solo 20 kilómetros del palacio real Abdallah pensó que era mejor cambiar de bando. Siguiendo planes cuidadosamente preparados los beduinos del rey habían desarmado y detenido a sus jefes británicos. En Irak la Legión Árabe se había pasado a los rebeldes iraquíes, acorralados en Mosul, dándoles el respiro que les permitiría esperar el socorro alemán. En el Jordán un árabe vestido de blanco se había presentado ante el general Von Funk y, ceremoniosamente, le había entregado las llaves del reino.

Poco quedaba por hacer en Palestina. En Gaza la 1ª División Judía se había entregado a los italianos tras obtener garantías para sus soldados hebreos. En Tel Aviv la milicia hebrea mantenía a los árabes fuera de la ciudad, pero no era enemigo para Alemania. En el Norte de Galilea y en el Alto Valle del Jordán los últimos ingleses de Auchinleck habían quedado atrapados por la traición del rey Abdalah y solo quedaba aceptar su rendición. Solo seguían los combates en Aqaba, donde dos divisiones inglesas mantenían una resistencia sin esperanza.



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Celebración

12 de Junio de 1941


El general Rommel se reunió con el general italiano Tellera en el vestíbulo del Hotel Rey David. Un ayudante les acompañó hasta las dependencias de Von Manstein, donde les esperaban el mariscal y sus ayudantes. Pero esta vez la mesa no estaba cubierta de mapas, sino de copas. Ya no era tiempo de planes sino de celebración.

El Mariscal Von Manstein se adelantó y abrazó al general Rommel.

—Se acabó, Erwin. Hemos vencido. La guerra en Oriente Medio está acabada. Ayer los últimos australianos cruzaron la frontera de Siria y se rindieron a los franceses. Hemos conquistado el centro del mundo para Alemania ¿quién hubiera podido imaginar hace nueve meses que íbamos a estar aquí haciendo Historia? Sí, Historia con mayúsculas. El ejército alemán, nuestro ejército, ha coronado el sueño del emperador Barbarroja.

Von Manstein ofreció a los generales un güisqui seleccionado de la bodega del gobernador británico y propuso un brindis.

—General Tellera —dijo Von Manstein—, esto no es una celebración alemana sino del Pacto de Aquisgrán y especialmente de Italia y Alemania. Sin la ayuda de su ejército no hubiésemos roto el frente inglés en Suez, y fueron valientes soldados italianos los que rindieron a los ingleses de Gaza. Por favor, brinde con nosotros ¡Por Italia y Alemania! ¡Por su amistad eterna!

Las felicitaciones y los brindis se sucedieron, aunque Von Manstein vio que Rommel intentaba beber poco alcohol. Algo le preocupaba. El mariscal decidió hablar con el general en privado en cuanto pudiese. Poco después un camarero les avisó que la cena estaba servida.

Los oficiales saborearon la opípara cena preparada con las exquisiteces de la despensa de la comandancia militar británica. Luego pasaron al salón de fumadores. Asistentes alemanes sustituyeron a los camareros árabes y vigilaron las puertas. Cuando estuvo seguro de que no había oídos indiscretos, el Mariscal tomó la palabra.

—General Tellera, General Rommel, tengo el placer de anunciarles que he recibido un mensaje personal del Statthalter. Generaloberst Rommel —Von Manstein subrayó el nuevo grado disfrutando de la sorpresa de su subordinado—, tendrás que cambiar las insignias del uniforme otra vez. Supongo que tu sastre estará ya fatigado con tanto ascenso. General Tellera, el Statthalter va a condecorarle con la Cruz de Caballero, que le impondrá personalmente cuando visite Jerusalén. No se sorprendan, caballeros: el Statthalter me pide que inicie los preparativos para una conferencia que se celebrará en esta ciudad y que le reunirá con el Duce. —Fue ahora Tellera el sorprendido.

—Supongo que les extrañaría que nuestros líderes no visitasen en El Cairo, pero se debió a la cercanía del frente y al riesgo que suponía la aviación inglesa. Ahora el Mediterráneo es un lago alemán, y Malta, Creta y Chipre solo esperan su turno. Mientras les pido que se preparen para las futuras operaciones. General Tellera, su XXI cuerpo de ejército será enviado al Alto Egipto, acompañado de un cuerpo de ejército Panzer, con la misión de romper el cerco al que está sometida la colonia de Abisinia. Mariscal Rommel, su misión será liberar Mesopotamia del yugo británico —Von Manstein reservó la sorpresa para el final—. Yo aquí he terminado. Pronto volveré a Berlín.

—¿Quién te va a sustituir? —preguntó Rommel.

—El Mariscal Albert Kesselring, de la Luftwaffe. No sé si lo conoces, pero harás buenas migas con él.

Cuando ya se retiraban el mariscal Von Manstein tomó del brazo a Rommel, que se dejó conducir a una salita.

—Erwin, tengo otro encargo personal. El general Schellenberg llegará a Jerusalén dentro de un par de días para preparar la visita del Statthalter. Ya sabes que Schellenberg es el director de los servicios de inteligencia, pero además el general es una persona muy cercana a Goering y te conviene mantener con él buenas relaciones. Deja lo de Aqaba por ahora, que tu Estado Mayor podrá encargarse, y prepárale un buen recibimiento. Enséñale Jerusalén, pero llévalo también de visita por Suez y por Mitla, enséñale los tanques ingleses destruidos, todo eso. Que sepa que la guerra no es trazar unas flechas en el mapa sino algo mucho más duro. Aunque el general Schellenberg sea una persona muy capaz le vendrá muy bien tener un poco de contacto con la realidad. Además a tu carrera no le perjudicará tener un contacto en Berlín.

—Gracias, Eric —dijo Rommel.

—De nada. Erwin. Pero te he visto que estás un poco retraído ¿te preocupa algo?

—Eric ¿has dado alguna orden sin informarme?

Von Manstein se extrañó—: Claro que no. No es mi costumbre desautorizar a mis subordinados, y menos sin decírselo ¿Estás molesto porque te dijese que no atacases Aqaba? Es que no quiero malgastar ni una vida alemana en ese puerto mugriento. Prefiero que llevemos allí toda la artillería que podamos allí y los bombardeemos hasta que no puedan más.

—Claro que no me importó lo de Aqaba, Eric. Yo tampoco quería comprometerme en una batalla sin importancia. Tan solo pensé que la 10ª podía tomar un par de colinas desde las que se domina el puerto. Pero mientras preparaba la operación descubrí que la Luftwaffe había recibido órdenes especiales ¿Fuiste tú?

—No sé nada de eso ¿De qué se trataba?

—Es que estuve hablando con el coronel Dinort ¿lo recuerdas? Es el jefe de los Stuka. Quería señalarle los objetivos que tenía que atacar. Dinort se alegró, y me dijo que quería bombardear soldados y que estaba harto de matar refugiados. Que entendía que tirarles alguna bomba podía desmoralizar a los defensores, pero que seguir ensañándose con los civiles no solo era contrario al espíritu alemán, sino ineficaz militarmente. Yo no le ordené atacar a esos pobres refugiados ¿Fuiste tú?

—Desde luego que no ¿Le preguntaste a Dinort de donde le había llegado la orden?

—Claro, pero me salió con evasivas y luego cambió de tema. Preferí no insistir por si era cosa tuya.

—Pues te repito que no he tenido nada que ver. Dinort habrá malinterpretado alguna indicación.

—¿Dinort? Lo dudo. Es uno de los oficiales más capaces que conozco.

Von Manstein pensó unos momentos y cortó la discusión—: No te preocupes por eso, Erwin. Ya descubriré quien dio esa orden y se las tendrá que ver conmigo. Pero por si acaso, ni una palabra de esto a nadie.



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Mensaje por wilhelm »

Interesante la nueva trama de las órdenes misteriosas, ¿quizás del topo que pudiera estar en la fuerza aérea alemana para dejar en mal lugar a sus ejércitos?

Me ha gustado esta subtrama.

Saludos.


Domper
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Mensaje por Domper »

No va a ser una subtrama.

Saludos



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Mensaje por Gaspacher »

Bombardear un objetivo naval era licito menos si llevaba la bandera de la cruz roja, y esos buques que evacuaban a los refugiados seguramente habían hecho el viaje de ida llenos de refuerzos, armas y municiones, así que para los alemanes seria necesario destruir los buques tan pronto como fuese posible para evitar nuevos viajes. Incluso entraría dentro de lo posible que el Alto Mando desconociese que aquellos buques transportaban refugiados.

saludos


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Mensaje por Domper »

Creo que lo que quedaba claro en la historia era que se habían bombardeado los campamentos de refugiados. Atacar un convoy es lícito.

Saludos



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Mensaje por Gaspacher »

A eso me refería, ya debatimos algo similar cuando hablamos sobre el alcance de los cazas para bombardear ese puerto y los buques que navegaban por aquellas aguas.

En cuanto al bombardeo de los campos de refugiados propiamente dicho, muy raro me parece. Es cierto que un campo de refugiados no se diferencia en nada de un campamento militar desde el aire, pero atacar campamentos cuando hay todo un puerto con buques en él a unos kilómetros de distancia se me antoja raro, y más aun cuando se hace con ordenes que desconocen los mandos operativos...

Además, los aviones escogidos son Stukas, que debido a su uso táctico durante las batallas en curso difícilmente podrían disponer de tiempo para ello. ¿Se supone entonces que los Stuka dejan de apoyar a las tropas del frente para atacar esos campamentos de forma habitual? Sin duda Rommel lo notaria a las primeras de cambio :confuso:

saludos


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Mensaje por Domper »

Por eso se quejaba ¿Por qué alguien querría bombardear campos de refugiados judíos?

Saludos



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Templarios

13 de Junio de 1941


El coronel Walther visitaba el asentamiento templario de Bethelem. Los templarios eran una secta protestante alemana que preconizaba la vuelta a las raíces cristianas y que había apoyado la emigración a Palestina, donde habían establecido varias colonias. Sin embargo durante los años treinta los inmigrantes alemanes templarios se habían afiliado masivamente al Partido Nazi, por lo que los ingleses los había internado en Bethelem al empezar la guerra. Cuando llegaron los tanques alemanes sus dotaciones se sorprendieron al ser recibidas por niñitos rubios que agitaban banderas nazis.

El coronel estaba admirando la casa de oración cuando el pastor de la comunidad le pidió hablar con él.

—Coronel, unos amigos nuestros necesitan su ayuda.

El pastor acompañó al coronel a la sala comunal, donde esperaban varios ancianos árabes. El pastor, actuando como traductor, explicó al coronel que los ancianos eran los notables de las aldeas vecinas, y que necesitaban la ayuda alemana. Walther les preguntó sobre sus necesidades ¿querían alimentos o agua? ¿sufrían algún problema sanitario? Pero no era eso lo que deseaban los ancianos. Querían la ayuda alemana para destruir Kfar Yeshoshua.

Los notables le explicaron que los judíos les habían expulsado de sus tierras, esgrimiendo contratos firmados en Beirut con los propietarios absentistas de las tierras. Les habían robado el ganado y les habían arrebatado los pozos que necesitaban para regar sus pobres huertos. Los notables dijeron que habían intentado hablar con ellos, pero los colonos judíos estaban armados hasta los dientes y les habían recibido a tiros, enarbolando la bandera inglesa. Finalmente dijeron que si Alemania quería la amistad palestina tenía que destruir Kfar Yeshoshua.

Walther pensó que Alemania podía prescindir de la amistad de esos pordioseros envueltos en túnicas, pero el pastor le dijo que los colonos judíos también les habían disparado a ellos. El coronel resolvió acercarse a investigar.

El moshav estaba cerca, y con el coche fue cosa de minutos llegar a la entrada. Una barricada obstruía el camino y desde ella le dieron el alto en una lengua que no conocía.

El coronel descendió del coche y se acercó cuando un disparo sonó a su espalda. Desde la barricada respondieron al fuego y Walther oyó silbar una bala junto a su cabeza. Se tiró al suelo y se retiró, oyendo como los proyectiles golpeaban su flamante Mercedes.

Se reunió con sus ayudantes tras un muro de piedras y empezó a gritar:

—¡Quién ha sido el imbécil que ha disparado!

—No lo sé, mi coronel —respondió un teniente—. Fue desde detrás nuestro, creo que un árabe ¿Quiere que intente acercarme para hablar con ellos?

—No, teniente. No me importa quien haya empezado, porque ahora esos judíos están disparando contra la bandera de Reich. Llame a la compañía del teniente Nadel para que venga, y avise también a Waetcher para que traiga sus cañones.

Tres horas después los cañones estaban emplazados. Un sIG 33 destruyó la barricada con sus pesados proyectiles de 15 cm. Luego disparó contra la torre de observación. Las ametralladoras ladraron cubriendo el avance de los soldados. Durante unos minutos sonaron en la aldea disparos aislados, luego la explosión de bombas de mano. Finalmente, silencio.

El coronel entró en el poblado. Varias casas ardían. Unos pocos cadáveres estaban en las calles. Los judíos supervivientes estaban sentados en el suelo y eran vigilados por los soldados alemanes.

—¿Muchas bajas, Naedel?

—No, solo un par de heridos. Ellos han tenido quince o veinte muertos, y hemos capturado a estos otros.

—Muchos muertos.

—Es que no querían rendirse y hemos tenido que sacarlos de las casas a bombazos. Por suerte no sabían luchar, porque valor no les faltaba y… —se oyeron disparos cercanos y los dos alemanes se tiraron al suelo. Sonaron más tiros.

—¿Qué está pasando? Naedel, entérese.
Entonces vieron llegar al pastor acompañado por dos árabes sonrientes. Uno empuñaba una pistola. El otro llevaba en una mano un cuchillo curvo y en la otra unos objetos sanguinolentos que enseñó al coronel: orejas recién cortadas. El árabe de la pistola se acercó a un prisionero y le descerrajó un tiro en la cabeza. Luego el de la daga se lanzó sobre el cadáver y, con la rapidez que da la experiencia, le cortó las orejas, la nariz y lo emasculó.

Un soldado se volvió y vomitó. El teniente Nadel apenas podía contener las náuseas. El coronel se sacudió el polvo, y miró la escena. Pausadamente sacó su pistola y disparó a los dos árabes en la tripa. El pastor empezó a protestar mientras los árabes caían al suelo aullando.

—¡Coronel, no puede hacer eso! los árabes son nuestros amigos —gritó el pastor.

—¿Esos son los amigos de Alemania? ¿Cobardes que asesinan prisioneros más valientes que ellos? Nadel, reúna a los árabes y póngalos a cavar tumbas, y cuando acaben, échelos a patadas. Si alguno le toca el pelo a algún prisionero, si encuentra saqueadores, si ve que meten la mano donde no deben, si se hurgan la nariz ¡Mátelos! ¡Sáqueles las tripas para que sufran como estos dos!

—Coronel, el Partido tendrá noticias suyas —dijo el pastor, mirando a los dos árabes que seguían gimiendo.

El coronel Walther levantó su pistola, la amartilló y la apoyó en la frente del pastor, diciendo—: Pastor, haga lo que quiera. Pero le recuerdo que la guerra es muy peligrosa ¿verdad, muchachos? —Los soldados que los rodeaban asintieron, mientras apuntaban con sus fusiles—. No sé qué clase de iglesia es la suya —siguió el coronel— pero la mía se avergonzaría de tenerle en su seno. Quítese de mi vista y cierre la boca, si sabe lo que le conviene.

En cien rincones de Palestina las armas volvieron a hablar cuando los árabes buscaron venganza contra sus vecinos judíos.



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Mensaje por Domper »

Incógnito

15 de Junio de 1941


El Focke Wulf Condor aterrizó en el aeródromo de Lidda y se acercó a la terminal. Una camioneta acercó una escalerilla donde aun se veían las siglas BOAC. Por ella descendió un hombre con ropa civil, cargado con una gran maleta, que montó en un Austin de los capturados a los ingleses, que lo llevaba distintivos.

Dentro del coche el general Schellenberg se encontró con el todavía general Rommel, pues su ascenso todavía no era público.

—Bienvenido a Palestina —saludó Rommel—. Como usted indicó que quería que la visita fuese reservada he preferido no hacerme notar.

—Una decisión prudente —dijo Schellenberg—. Me gustaría que mi visita a Palestina sea discreta.

—Supongo que estará fatigado tras el viaje. Le he preparado unas habitaciones en la Hospedería de Notre Dame de France, en el centro de Jerusalén. Está regentada por unos monjes y le será más fácil mantener la reserva que si vamos al Hotel Rey David.

—¿Está muy lejos? Llevo dos días en el avión y estoy agotado.

—Apenas una hora.

El coche salió hacia Jerusalén. Rommel empezó a mostrarle a Schellenberg los lugares por los que pasaban, pero Schellenberg se durmió en seguida. Rommel tuvo que despertarlo cuando llegaron a su destino.

—Enviaré un coche a recogerle mañana a las siete ¿Le parece bien? Aquí es mejor madrugar porque a mediodía el calor es agobiante.

A la mañana siguiente un coche recogió al general, que seguía vistiendo ropas civiles, y lo condujo al Hotel Rey David. Schellenberg entró en el lujoso vestíbulo del hotel y presentó sus credenciales de periodista. El oficial de guardia miró el documento y exigió a Schellenberg su documentación personal, que examinó detenidamente, aunque resultaba claro que no se trataba de minuciosidad sino de una forma de mostrar su desprecio al civil. Schellenberg estuvo tentado de revelar su identidad real, pero podía ver como en el vestíbulo había varios trabajadores árabes de lealtad dudosa, y prefirió reservarse.

El oficial de guardia hizo una llamada por teléfono, y tras confirmar que se esperaba al “periodista” le ordenó que esperase sin ofrecerle una silla. Schellenberg pensó que igual hubiese sido mejor prescindir del incógnito. Por fin un ayudante le llamó y le condujo hacia una escalera profusamente ornamentada. Típico de los ingleses: muchas molduras pero ni un mal ascensor. En el primer piso encontraron el despacho del Mariscal Von Manstein. El asistente franqueó la entrada y cerró la puerta tras él.

El Mariscal se levantó para saludar a Schellenberg: aunque el grado militar del recién llegado fuese muy inferior, sabía el lugar real que ocupaba en la jerarquía nazi.

—Me alegro de recibirle, general Schellenberg. Ante todo, le ruego que disculpe al oficial de guardia. Tenía instrucciones de mostrarse un poco rudo y de hacerle esperar. No me fío ni un pelo de los trabajadores del hotel y, cuando pueda, los sustituiré por personal de confianza. Ya estoy lamentando haber elegido este edificio, pero si lo hice fue por el efecto que tiene sobre los palestinos ver nuestra bandera donde estuvo la británica.

—Ese oficial tendría que haberse dedicado al teatro. Cuando subía por las escaleras estaba pensando a qué inmundo lugar se le podría mandar.

Von Manstein y Schellenberg rieron. Siguieron unos pocos minutos de conversación intrascendente, más para hacer tiempo que otra cosa. Luego el mariscal le preguntó a Schellenberg si estaba interesado en algo en especial.

—Desde luego, me gustaría visitar la Ciudad Vieja y los lugares sagrados ¿sería extraño no hacerlo, no le parece? Luego creo que ha planificado un viaje por los campos de batalla con el mejor cicerone que pueda uno tener ¿no me había preparado algo así? —a Schellenberg le gustaba mostrar de vez en cuando que estaba bien informado—. Desde luego, si usted me pudiese acompañar en alguna excursión me sentiría muy satisfecho. —Schellenberg señaló su oído y luego las paredes, y Von Manstein asintió.

En ese momento un par de explosiones lejanas hicieron retumbar los cristales.

—¿No habían acabado los combates? —Preguntó el general.

—Qué más quisiera. Los británicos han sido derrotados, pero los árabes se han echado encima de las colonias judías. Eso creo que es en Ramat Rachel, una especie de granja colectiva judía que está cerca de aquí.

—¿Sería seguro visitarla?

—No lo sé. Le pediré al coronel Von Tresckow que le acompañe y que vele por su seguridad.



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Ramat Rachel

15 de Junio de 1941


Cuando el coche oficial llegó a la granja los disparos ya habían cesado. El automóvil apenas podía avanzar, porque estaba rodeado de una multitud de árabes que con sacos y cestos corrían a saquear los restos. El coronel vio a un joven teniente de la Feldgendarmerie, que todavía estaba blanco como el papel, y le preguntó por lo sucedido.

—Mi coronel, unos árabes me dijeron que en esta granja quedaban todavía soldados ingleses. Traje a mi sección para aceptar su rendición y me recibieron a tiros. Tuve que pedir un par de morteros, y aun así costó mucho someterles. Pero cuando entramos por fin en el kibutz, que es así como llaman los judíos a estas granjas, llegó una turba de árabes. Rodearon a mis hombres y los arrinconaron, y se lanzaron sobre los judíos que quedaban vivos.

Se oyeron los gritos de una mujer en el almacén de al lado. El coronel desenfundó su pistola y entró, pero ya era tarde: una docena de mujeres yacían en el suelo, sangrando por el cuello y por las ingles. Más allá encontró otros cadáveres. Todos habían sido degollados, y habían introducido en la horrible herida sus genitales cortados. Las moscas empezaban a llegar en enjambres mientras los fellaghas aullaban de alegría. Dos de ellos levantaban la mano mostrando sus puñales, mientras la sangre les corría por las mangas de sus ropas, mientras otros campesinos danzaban a su alrededor.

—General Schellenberg, aquí ya no tenemos nada que hacer —dijo el coronel—. Vámonos.

Los dos hombres volvieron hacia el coche, sufriendo los empujones de la multitud de saqueadores que se llevaban todo lo que podía moverse, y hasta lo que no: vieron a dos hombres que se llevaban las tuberías que habían arrancado de la pared. Un fellagha cubierto de mugre los detuvo para enseñarles sus trofeos: en un cuenco llevaba unas bolas ensangrentadas, que al principio Schellenberg no reconoció, hasta que vio en una de las bolas una pupila que le miraba fijamente. El general hizo ademán de llevar su mano al bolsillo, pero el coronel Von Treschow lo contuvo.

—Ni lo intente, mi general. Si levantamos un dedo la muchedumbre nos despedazará. Felicite a ese cabrón y larguémonos de una vez.

Durante el trayecto de vuelta Schellenberg musitaba algo que el coronel no entendió. Pero cuando el coche se detuvo ante el hotel, Schellenberg le dijo a Von Tresckow antes de bajar—: Coronel, tenemos muchas cosas de las que hablar. Un día de estos quiero tener una conversación con usted, en privado.

Schellenberg bajó del coche, mientras Von Tresckow palidecía.



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