El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
Domper
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Negativa

26 de Junio de 1941


A mil kilómetros al Norte, en la ciudad balnearia de Vichy, se producía una conversación similar.

—Ministro Laval, me estoy hartando de usted. Ha recuperado su puesto por la imposición de los boches, pero no se crea que tiene vía libre. Si sigue con esa milonga le destituiré.

Pierre Laval no era ministro sino Presidente del Consejo de Ministros, pero prefirió ignorar el desprecio.

—Mi mariscal, es necesario para los intereses de Francia que usted esté presente en Jerusalén. El ministro Seyss-Inquart fue muy claro: en esa conferencia se va a dar forma a una nueva Europa unida y será con Francia o sin ella.

—Ministro, no siga. Ese alemán nos promete mucho, pero lo que pretende es convertirnos en otro de sus protectorados y finalmente en alguna de sus provincias ¿Tiene alguna duda de ello, ministro? ¿Usted se cree las promesas alemanas? ¿Está de nuevo el gobierno en París, como prometió Von Papen? No, seguimos en esta ciudad perdida mientras la Ciudad Eterna sigue hollada por la bota alemana.

—Mi Mariscal, tenemos autorización para reinstalar el gobierno en París…

—¿Autorización dice? ¿No se supone que somos miembros de la Unión Paneuropea? Además ya sabe que no volveré a pisar París mientras siga la ocupación de unos bárbaros que no saben respetar lo que firman. Usted mismo me vino el otro día con que ese otro alemán, Jartenbruno o no sé qué.

—Kaltenbrunner.

—Kaltenbrunner si quiere. Ese bruto quiere que le demos una lista de los ciudadanos franceses de origen judío para su reasentamiento.

—Son los judíos los que nos llevaron a la derrota —replicó Laval.

—Ministro, me parece lamentable que se crea su propia propaganda. No me gustan los judíos, y creo que la sociedad francesa estaría mejor sin ellos, pero fueron la corrupción y el sistema partidista, en los que usted estaba metido hasta las orejas, los que derrotaron a Francia. Será Francia la que decida qué hacer con sus ciudadanos y no un teutónico por muy animal que sea.

—Mariscal…

—Ni una palabra más. Yo no iré a Jerusalén, y le prohíbo que vaya usted. Si se atreve a ir por su cuenta, cuando vuelva será para entrar en esa cárcel de la que le sacaron los boches. Como mucho le autorizo a que envíe a algún subsecretario, si quiere. Pero nada más.



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Precaución

26 de Junio de 1941


—General, informe al Politburó de cuál es la situación militar alemana.

El general Meretskov no celebraba el ascenso. Sabía que su antecesor en la silla había recibido como recompensa una estancia en la prisión de Sujánov y, como premio final, una bala en la nuca. La purga de los Distritos Militares de Kiev y de Bielorrusia había arrastrado a varios de los más prometedores oficiales soviéticos. La defección de una compañía de tanques había atizado la paranoia de Stalin, que había ordenado la disolución de las hacía poco recreadas unidades de tanques, y la detención de sus mandos. Que entre ellos estuviese el recientemente rehabilitado Rokossovsky había hecho que una nueva ola de terror recorriese los cuarteles soviéticos. Los oficiales que habían salido de las chekas habían vuelto, cuando no habían sido ejecutados sumariamente, y miles de oficiales habían sido detenidos por haber tenido alguna relación con los tanques. El general sabía que hombres como Pavlov o Yeriómenko habían sido ejecutados. Temiendo por su destino y por el de su familia Meretskov incluso había pensado en huir de la URSS, pero comprobó que la NKVD de Beria le seguía de cerca, por lo que resolvió intentar sobrevivir plegándose al ego de Stalin. Ya vendrían tiempos mejores.

—Camaradas, las últimas operaciones victoriosas del ejército alemán en Palestina no han mejorado su situación estratégica. Su victoria en Oriente Medio sobre los imperialistas británicos no ha cerrado el teatro de operaciones, sino que simplemente ha trasladado el frente mil kilómetros más lejos. Los alemanes van a tener que enviar muchos refuerzos simplemente para poder mantenerse en Irak. La guerra en Oriente Medio resulta muy favorable para nuestros intereses ya que, si los fascistas pierden, tienen que enviar refuerzos, pero si ganan lo que consiguen es un avance de unos cientos de kilómetros para tener que combatir aun más lejos, en un escenario que necesitará más refuerzos todavía. Considero que la campaña de Irak acabará absorbiendo a una fracción importante del ejército alemán. Además han tenido que enviar otro ejército a Egipto para apoyar a sus lacayos italianos en la lucha por mantener su efímero imperio colonial. En Palestina la ocupación imperialista británica seguida de la conquista fascista ha desencadenado una guerra civil entre árabes, judíos y alemanes que requiere el despliegue de nuevas fuerzas militares, por lo que no solo no han podido retirar fuerzas de ese escenario sino que hemos sabido están llevando dos divisiones de infantería a Palestina y otra a Egipto —todos supusieron cual era la fuente de esas noticias.

Meretskov siguió—. Sus subordinados italianos también están trasladando otras dos divisiones a Egipto. Han enviado divisiones adicionales a Francia, aparentemente para mejorar la protección de sus costas, pero cuya misión real parece ser estar preparadas para intervenir en Francia o España si cualquiera de las dos naciones intenta abandonar la alianza. En Francia y España los trabajadores siguen luchando por la Revolución, a pesar de la represión a la que son sometidos por fascistas y capitalistas.

El Comisario del Pueblo para la Defensa, el Mariscal Timoshenko, mostró su fastidio:

—Camarada general, su relato sobre los movimientos alemanes en Palestina o Francia es sin duda muy interesante, pero el Comisariado del Pueblo de la Unión Soviética está mucho más interesado en una posible agresión alemana ¿Cuál es el dispositivo germano en el Este de Europa?

Meretskov meditó sus palabras pues no sabía que es lo que querrían oír—. Camarada general, camaradas, en las últimas semanas se ha producido un apreciable cambio en el despliegue alemán. Aunque Alemania ha enviado unidades adicionales a Francia, son formaciones de infantería, mientras que las de tanques y de aviones están siendo desplegadas en nuestra frontera, en la antigua Polonia, y en Rumania, donde ya estaban las formaciones acorazadas que participaron en el golpe de estado fascista de Yugoslavia y en la ocupación de Grecia. Han incrementado el nivel de alistamiento y han realizado maniobras en las que algunos de sus tanques llevan banderas zaristas.

—Camarada —preguntó Zhdánov— ¿Cree que esas formaciones pueden estar ensayando un ataque a la Patria?

Meretskov se alegró interiormente. Había intentado que le hiciesen esa pregunta. Si conseguía convencerles de que la Unión Soviética corría peligro, probablemente dejasen de asesinar a sus generales.

—Camarada, creo que es indudable. Las formaciones de tanques están diseñadas para la ofensiva y no para la protección de la patria…

—Camarada general —interrumpió Kaganóvich—. Los tanques son herramientas con la que los capitalistas tratan de compensar la falta de valor de sus soldados, proletarios que solo visten sus uniformes sometidos a amenazas. El Ejército del Pueblo no necesita tanques ni para defenderse ni para atacar.

—Desde luego, camarada. Pero no estoy juzgando la utilidad de los tanques sino como los emplean los fascistas. Cuando han atacado siempre han llevado primero los tanques. La presencia de esas formaciones cerca de nuestra frontera es signo inequívoco de las intenciones agresivas de los fascistas.

—Gracias, camarada general —dijo Stalin—. Camarada Ministro de Asuntos Exteriores ¿Cree que existe ese riesgo?

—Camarada Secretario General, es posible que se esté produciendo esa situación. En las últimas semanas el papel de Von Papen ha disminuido, siendo sustituido por Seyss-Inquart, que está insistiendo para que Finlandia se una a la estructura militar fascista, y sobre todo está presionando a Turquía. La diplomacia alemana está obligando a las naciones europeas subordinadas a que acudan a Jerusalén, donde parece que Goering se va a presentar como líder europeo. Camarada Secretario General, camaradas, los fascistas odian a nuestra patria más aun que los capitalistas. Que se unan resulta muy peligroso.

—Gracias, camarada ministro —agradeció Stalin—. Camarada general —dijo dirigiéndose a Meretskov— ¿Podrá seguir resistiendo Inglaterra?

—Dependerá de sus contradicciones internas, pero militarmente, sí. Su flota sigue protegiendo sus suministros y el ejército alemán no puede desembarcar en Gran Bretaña. Los dominios, las antiguas colonias, están enviando tropas para defender a los imperialistas. Sin embargo su situación interna es menos estable.

—¿Es así, camarada Beria?

—Es así, camarada Secretario General. La posición del opresor Churchill es cada vez más inestable y se empieza a considerar su sustitución por un laborista.

—Un socialtraidor querrá decir, camarada —Kaganóvich siempre recordaba la línea oficial del Partido.

—Un socialtraidor. Pero las bases de su partido están compuestas por trabajadores que admiran nuestra Revolución. Con un primer ministro socialista los campesinos y obreros británicos podrán tomar el poder.

—Y además pueden ser buenos aliados si los alemanes atacan nuestra Patria —dijo Molotov.

—Camarada general —preguntó Kaganóvich—. Si los fascistas alemanes están preparando un ataque ¿Qué medidas recomienda que tome nuestro Ejército?

La pregunta era peligrosa, porque un error significaba la muerte. Pero Meretskov estaba cabalgando en un tigre.

—Camaradas, considero que si los alemanes están preparando una ofensiva contra nosotros la medida más adecuada sería que nos adelantásemos. Si nuestro ejército ataca cuando aun no estén preparados, cuando gran parte de su ejército siga en Oriente, podremos destruirles antes que puedan reaccionar.

—Y la Revolución se adueñará de Europa —dijo Kaganóvich, sin usar el condicional.

—Camarada ¿cuándo cree que atacarán los alemanes? —preguntó Stalin.

—Camarada Secretario General, solo puedo darle una fecha aproximada ya que no dispongo de datos concretos. Parece que su ejército aun no está preparado para la ofensiva. Si no pueden iniciar la agresión en las próximas semanas quedará muy poco tiempo de verano, y se verán obligados a esperar a la próxima primavera. Por eso creo que lo más probable es que ataquen cuando acabe el deshielo, aunque sería recomendable que nuestro ejército adopte disposiciones defensivas durante este verano.

—Gracias, camarada ¿Cuándo podremos atacar nosotros?

—Nuestro ejército aunque siempre está dispuesto aun no tiene planes concretos. También sería conveniente esperar a la próxima primavera pero, ya que el tiempo en Europa central y occidental es menos frío que en la Patria, podríamos atacar a principios de la primavera.

—¿Marzo le parece bien, camarada general? —Meretskov asintió—. De acuerdo. Inicie la planificación de la ofensiva para liberar Europa de los fascistas. La lanzaremos el próximo quince de marzo.



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Mensaje por Gaspacher »

En LTR las advertencias británicas e inclusa las de espías soviéticos como Richard Sorge fueron desoídas por el empecinamiento de Stalin, quien incluso tras la invasión se enroco en la creencia que tan solo era un roce fronterizo, para dar paso a nueve días de parálisis mental por su parte...

¿Aqui ocurre lo mismo? Al menos parece que en esta LTU Stalin si escucha a sus asesores, así que algo le habrá hecho cambiar.

¿Atacar en marzo del 42? Las mejores previsiones rusas no daban a su ejército preparado al menos hasta el 43,

Más allá de eso porque en una LTU puede cambiar, en marzo es la época de recolección del trigo ucraniano. Los rusos tenían costumbre de conceder permisos de siembra y recolección a sus reclutas, por lo que en esas unidades la disponibilidad real de las unidades en esas fechas solía ser muy escasa. Puede alertarse a los mandos, pero una suspensión de permisos de esa magnitud sería sentida hasta en Argentina. Ante la falta de mecanización agraria, suspender los permisos en esa época significa perder toda la cosecha de un año se ataque o no se ataque... si al final la situación política cambia y Stalin decide no atacar, el trigo se habrá perdido igual.

saludos


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Mensaje por Domper »

Esto... ¿recolección de trigo en Ucrania en Marzo? Será cavando en la nieve. En España, con un clima mucho más cálido, la cosecha es en Junio o Julio. En todo caso, se tratará de la siembra del trigo de primavera, pero la siembra es uan labor agrícola que requiere menos manos que la cosecha. Aparte que por esa regla de tres las únicas fechas buenas para campañas militares son las invernales.

Saludos



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urquhart
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Mensaje por urquhart »

Hola a todos,

junio, julio y dependiendo de las zonas incluso los primeros días de agosto. No es baladí, pero la Virgend e Agosto no es más que la adaptación cristiana a la celebración del fin de la cosecha de cereal.

Item más, la Ucrania soviética, junto con el trigo, disponía de enormes extensiones de girasol, el cual se recoge entre fines de agosto y septiembre, e incluso a primeros de octubre, si se deja secar la cabeza en el tallo.

Saludos.


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Mensaje por Gaspacher »

Pues desbroce, pero más o menos en abril empieza la epoca mas dura en el campo que acaba en alla por julio, dependiendo de latitudes y cultivos, claro.

saludos


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Mensaje por Domper »

Respecto a Stalin y sus consejeros, la idea que tengo es que escucharles, les escuchaba, otra cuestión lo que luego ordenase hacer... tanto con las operaciones como con el consejero. Por otra parte no tenemos que ver a Stalin como una persona racional (que lo era, pero a su manera) sino como un sociópata. De hecho algunas de las anécdotas que se cuentan de su juventud (como maltratar cruelmente a animales) cuadran perfectamente con la tipología de un asesino en serie.

La cuestión es que si Iósif Vissariónovich Dzhugashvili se hubiese llamado Joseph Visarionson y hubiese nacido en Illinois, es bastante probable que se hubiese dedicado a asesinar autoestopistas y a enterrarlos en el jardín de su casa. Pero tuvo la oportunidad —y la inteligencia— para alcanzar en el poder, y en él se comportó como un sociópata paranoico, cuyas decisiones estaban influidas únicamente por su ambición personal y por el riesgo que otras personas suponían para su supervivencia.

Las cosechas solo le interesaban —al menos esa es mi impresión— como medio para conseguir apaciguar a otras potencias y evitar riesgos para su país… y para él. La terrible hambruna de Ucrania —el Holodomor— fue causado en parte por la destrucción de lo que él veía como una clase social enemiga —los kulaks o pequeños propietarios— y en parte por las requisas forzadas ya que el escaso grano de la cosecha se usó para ser vendido en el exterior, como forma de conseguir que la URSS fuese aceptable para otras potencias, pero también como forma de financiar la adquisición de maquinaria y armamento.

Si lo que realmente le interesase a Stalin fuesen las cosechas la solución hubiese sido más que sencilla: la misma que en su día aplicó Lenin con NPE, permitiendo que pasasen más tierras al sector privado, y permitiendo su mecanización.

Por otra parte, aunque la tesis de Suvorov (la de “rompehielos”) me parece bastante traída por los pelos, hay algunos aspectos que sí tienen visos de realidad: por ejemplo, que la sucesión de invasiones de países vecinos acabó en Junio de 1940 con la de Moldavia… cuando inesperadamente Hitler consiguió una enorme victoria en el Oeste. El argumento que dice que Stalin estaba esperando una ocasión en la que el ejército alemán estuviese comprometido en el Oeste no me parece tan descabellado, pero los problemas detectados durante la invasión de Finlandia y la inesperada eficiencia de la Wehrmacht hicieron que Stalin se lo pensase dos veces.

Por otra parte, no sé si creerme que el Ejército no iba a estar preparado hasta 1943, o cuando fuese. No por las declaraciones que hubiese, sino porque las purgas en el ejército solo acabaron cuando Hitler atacó, es decir, su efecto deletéreo se hubiese mantenido, y porque en temas de armamento siempre hay motivos para esperar: en 1941 había que reorganizar los cuerpos mecanizados, sustituir sus T-26 y BT por T-34 y KV-1, reemplazar los SB-2, I-153 e I-16 por modelos más modernos… pero en 1943 hubiese pasado lo mismo, solo que ahora los anticuados serían los MiG-3, LaGG y T-34, y habría que sustituirlos por Yakovlev o T-34M. De la misma forma, he visto por ahí argumentaciones que decían que las purgas, al ir dirigidas sobre todo contra altos oficiales, la mayoría de más de cuarenta años, permitieron sustituirlos por un cuerpo de oficiales adicto al régimen y, de paso, dejar que apareciesen nuevos talentos. Desde luego que las purgas tuvieron un efecto mucho peor, pero no creo que fuese tanto por ignorancia de los oficiales (al fin y al cabo la mayor parte de los conocimientos teóricos de un oficial se adquieren en la Academia, antes de recibir el nombramiento de teniente) sino por la adherencia rígida a las órdenes.

En todo caso la estrategia defensiva soviética hasta 1941 era ofensiva, se suponía que respondería a la agresión (real o no) con un ataque al territorio enemigo, con operaciones sucesivas hasta destruir al enemigo. Recordemos que en esta LTU Goering y Schellenberg se dedican a jugar con fuego: para anular el riesgo que supone el Ejército Rojo buscan desencadenar otra gran purga, y para ello simulan que la Wehrmacht se prepara para luchar en una guerra civil rusa ¿eso no podría ser visto como una amenaza inminente? La respuesta de la estrategia oficial soviética de la época era el ataque. Hubiese cosechas, o no.

Para acabar: según un familiar (que es agricultor y trabajó en la época que se araba con caballerías) aunque la sementera suponga mucho trabajo, lo crítico es la cosecha, porque hay que hacerla en un plazo muy corto y es lo que realmente requiere todas las manos. No pasa nada por sembrar quince días antes o después, sí que pasa por retrasar la cosecha.

Saludos



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Confianza

28 de Junio de 1941


—Ha sido más fácil que quitarle un caramelo a un niño —el Primer Ministro Churchill exultaba—. Mira que había oído discursos estúpidos en el Parlamento, pero nunca había oído semejante sarta de rebuznos en boca de un honorable asno. Los demás honorables jumentos, por una vez, han sabido ver la luz entre tanta burrada y han votado en contra.

El Primer Ministro tomaba una copa con su amigo Max Aitken, ministro de Armamentos. Por la mañana se había votado la moción de no confianza presentada por Wardlaw-Milne. El parlamentario había pronunciado un discurso aun más absurdo de los que solía decir, y había conseguido enajenarse a la mayoría de la Cámara de los Comunes. Aun así todos los liberales, veintitrés laboristas y nada menos que cuarenta conservadores habían votado en contra del Primer Ministro, que había ganado la votación con bastante menos amplitud de la que esperaba.

—Winston, has ganado una batalla pero no la guerra. En nuestro partido hay escorpiones que solo desean tu caída. Me he enterado que Duff Cooper anda cuchicheando con los liberales e incluso con los laboristas.

—¿Duff? Otro desagradecido. Ya me encargaré de él.

—Recuerda que te lo he advertido.

—Gracias por el aviso. Pero estamos a punto de derrotar a los italianos de Etiopía. Cuando lo consigamos haré que desfilen delante de las cámaras y proyectaré la película en todos los cines del Imperio. Haré que suenen las campanas por la primera pero no última gran victoria de la guerra.

—Winston, otro problema lo puedes tener con esa conferencia de Jerusalén. Goering anda presionando a todos sus esbirros para que le monten un coro de testas coronadas en Jerusalén para que le aclame.

—Que disfrute mientras pueda —dijo Churchill.

—No desprecies el poder de la propaganda. Ellos también tienen cineastas. Tampoco te extrañe que aprueben una declaración altisonante que convierta a Goering en emperador de Europa.

—¿Ese gordo? ¡Si la corona se le atascará en la grasa!

Sonó un teléfono. Churchill al principio lo ignora pero al final termina por cogerlo.

—Al habla el Primer Ministro ¿Sí? ¿Cómo? ¿Está seguro? Gracias. —Churchill colgó con expresión cariacontecida—. Max, volvemos al ruedo. Sinclair, el del Partido Liberal, va a presentar una moción de no confianza. Cría cuervos y te sacarán los ojos —Sinclair había sido amigo y protegido de Churchill—. Pero agárrate, que falta lo peor: dicen que van a pedir que sea el laborista Atlee el que me sustituya, y que se le concedan poderes especiales de guerra. Si dejamos que esa propuesta salga adelante, será el fin del Imperio, al menos tal y como lo conocemos.



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Relevo

29 de Junio de 1941


—Me voy, Erwin. Tengo órdenes de Berlín. Tengo que volver inmediatamente y cederte el mando del ejército hasta que llegue el Mariscal Kesselring. Tengo que tomar el avión mañana. No me van a dejar ni despedirme de las tropas —se lamentó Von Manstein.

El general Rommel asintió. Ambos sabían lo que iba a ocurrir. Cuando se enteró de lo ocurrido en Gaza el mariscal olvidó todas las precauciones y ordenó que se detuviese a los miembros del Einsatzgruppe. Aunque el oficial al mando intentó esgrimir unos documentos que avalaban su actuación, los asesinos fueron arrestados y enviados a una unidad de castigo en el frente de Aqaba. Pero la noticia había llegado a Berlín, que había respondido con la destitución fulminante del mariscal.

—Lamentaré tu marcha —dijo Rommel.

—Supongo que tú me seguirás enseguida. Por de pronto no han confirmado tu ascenso. Me imagino que Kesselring llegará en seguida, y no creo que quieran tenerte por aquí, ya que te significaste demasiado en Gaza. Pero ya que yo voy a ser el chivo expiatorio, cargaré una culpa más. Toma —entregó a Rommel una orden escrita.

—¿Qué es esto?

—Como todavía no has recibido ninguna notificación sigues estando bajo mis órdenes y tienes que acatarlas. Según este documento estás obligado a hacer cumplir las leyes de la guerra, y tienes que proteger a los civiles de Palestina de las bandas de saqueadores.

—Eso significa que…

—Entiéndelo como quieras. Buena suerte —Von Manstein abrazó a Rommel con fuerza.

Cuando el mariscal salía le interrumpió un oficial de Estado Mayor.

—Mariscal Von Manstein…

—Coronel Von Tresckow, en lo sucesivo y hasta que llegue el mariscal Kesselring será el general Rommel quien dirija el ejército alemán en Palestina.

—Mariscal, llevo con usted año y medio ¿Podría acompañarle?

—Henning, no te lo recomiendo. No sé si me enviarán a instruir reclutas, si me mandarán a casa, o incluso algo peor. No será nada bueno para tu carrera. Sin embargo aquí tienes tu oportunidad. Kesselring va a necesitar gente experimentada. El Statthalter quiere celebrar su victoria aquí, en Jerusalén, dentro de quince días. Kesselring va a estar tan ocupado con los preparativos que necesitará ayuda. Aquí te espera un ascenso. En Alemania, quien sabe.

—¿Goering va a venir a Palestina dentro de dos semanas?

—Henning, sé un poco más respetuoso con el Statthalter. Pero has oído bien: quédate, prepáralo todo, y tu carrera subirá como la espuma.

—Mariscal, lamentaría dejarle…

—Te lo voy a hacer más fácil. Aun soy tu superior. Te ordeno que te quedes aquí e inicies los preparativos para recibir al Statthalter Goering.

—Lo haré lo mejor que pueda. A tus órdenes.



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Capítulo 29. De Jerusalén a Berlín

Milicias

2 de Julio de 1941


Toda Palestina estaba en ebullición, con los árabes atacando los escasos asentamientos judíos, que resistían con la fuerza que da la desesperación. Pero en los poblados árabes también había estallado la violencia, ya que los clanes familiares rivales peleaban por conseguir más poder.

Uno de los clanes con mayor influencia era el de los Husseini. Tradicionalmente uno de sus miembros había sido Gran Muftí de Jerusalén, cargo religioso y judicial que proporcionaba gran ascendiente sobre la comunidad musulmana. El actual líder del clan, Amin al-Husseini, había accedido al puesto de Muftí con el apoyo inglés: aunque obtuvo el menor número de votos en la elección el comisionado inglés deseaba que el clan Husseini equilibrase el poder del clan Nashashibi y apoyó la designación de Amín. Sin embargo el recién nombrado Muftí estaba influido por el panarabismo y era ferozmente antisionista, y se distanció de sus amos ingleses cuando no expulsaron a los inmigrantes judíos de Palestina. El Muftí agitó la rivalidad religiosa entre judíos y árabes en el Muro de las Lamentaciones. La tensión llevó a la violencia y finalmente desembocó en el motín de 1929, durante el cual perdieron la vida centenares de árabes y judíos. Aunque los ingleses sospechaban del papel de Amin, el Muftí no fue acusado y prosiguió con sus actividades.

Sin embargo los avatares de la política en Palestina hicieron que el clan de los Husseini perdiese poder en los primeros años treinta. Como respuesta Amin usó los fondos religiosos que controlaba para financiar organizaciones secretas vinculadas a su clan, que organizaron en 1936 una huelga general que degeneró en una sublevación armada. La revuelta no fue sofocada hasta tres años después y costó miles de vidas. Amin al-Husseini tuvo que escapar al Líbano y luego a Siria mientras su sobrino Abdelkader al-Husseini atacaba a los británicos y a los judíos pero, sobre todo, a otros árabes: casi un millar de palestinos, pertenecientes a clanes rivales, fueron asesinados durante la revuelta. Mientras estaba exiliado en el Líbano Amin al-Husseini mantuvo contactos con fascistas italianos y con representantes nazis, hasta que los franceses animaron a su incómodo huésped a cambiar de aires. Al-Husseini escapó a Irak, donde se reunió con su sobrino Abdelkader, que había tenido que huir de la policía inglesa.

El triunfo alemán en Suez y la ocupación de Palestina podía ser la ocasión para que el clan Husseini consiguiese la primacía, pero solo si actuaba deprisa. Tenía que encabezar el movimiento árabe palestino antes que algún otro clan rival lo liderase. Si eso ocurría serían los Husseini los que tendrían que escapar de la venganza de sus rivales. Amin y Abdelkader se reunieron con sus seguidores, exiliados en Irak como ellos, y contrataron a unos cientos de bandoleros, a los que llamaron Ejército de la Guerra Santa. Abdelkader se autotituló general del Ejército Santo.

El Ejército Santo comenzó su viaje a Palestina saqueando a los cristianos de Nínive, consiguiendo un botín que permitió pagar las primeras soldadas de los mercenarios y hacerse con una pléyade de vehículos de todo tipo. La abigarrada caravana siguió la carretera del oleoducto Mosul – Haifa, dejando atrás los cadáveres de refugiados que intentaban reunirse con el ejército británico de Mesopotamia y que tuvieron la mala fortuna de toparse con la columna. Los mercenarios se regodeaban especialmente cuando los prisioneros eran europeos, seleccionando a las mujeres rubias para divertir a los bandoleros antes de matarlas.

Cuatro días y cientos de violaciones después el Ejército Santo cruzó el río Jordán y entró en Palestina. Para los Husseini era crucial llegar cuanto antes a Jerusalén, pero también urgía conseguir alguna victoria contra los odiados judíos como las que ya habían conseguido otros clanes árabes. Aunque lo más fácil parecía ser atacar alguna colonia cercana a la Ciudad Santa, donde la familia Husseini tenía más fuerza, el Muftí había oído que los alemanes estaban desarmando a las milicias árabes y prefirió no arriesgar a su pequeño ejército. Finalmente resolvió dirigirse a Jerusalén con algunos de sus seguidores, y que su sobrino Abdelkader conquistase una colonia judía en Galilea.

Abdelkader se dirigió a Safed, pero cuando llegó los árabes locales habían expulsado al millar de judíos ortodoxos que la habitaban, y solo pudo robar y matar a algunos de los rezagados. Cerca estaba Tiberiades, pero la ciudad albergaba a varios miles de hebreos armados y era un hueso demasiado duro de roer. Finalmente se resolvió por atacar Degania. Era una pequeña aldea situada a orillas del lago Tiberiades que no ofrecería demasiadas dificultades para sus rudos mercenarios. Además Degania tenía valor simbólico: había sido el primer kibutz fundado en Palestina y su destrucción simbolizaría el fin de la colonización judía en tierra árabe. El coronel se puso en contacto con Hassan Salameh, uno de sus compañeros de las luchas de 1937, que reclutó a varios cientos de árabes ansiosos por hacerse con botín, y ambos se dirigieron hacia Degania.

Degania estaba formada por tres asentamientos y había crecido hasta los tres mil habitantes al refugiarse en ella los habitantes de las pequeñas colonias cercanas. Estaban dirigidas por un capitán, que había sido el primer niño nacido en Degania, llamado Moshe Dayán. Moshe era un veterano de la Haganá, la organización militar judía, lo que le había llevado a una prisión británica. De ella había salido para engrosar las filas de la Primera División Judía. Había vivido el desastre de Beerseba, cuando la 7ª División Panzer había roto las filas británicas, pero al contrario que muchos de sus compañeros la unidad de Dayán había escapado del cerco y se había retirado hacia Galilea con las tropas de Auchinleck. Durante la huida Dayán descubrió el rastro de horror que había dejado la evacuación de los civiles. Por eso cuando Auchinleck rindió su ejército Dayán se hizo con unos camiones y los cargó de armas y municiones, reunió a sus soldados y se dirigió hacia su aldea natal. El capitán Moshe Dayán no huiría más.

Sin embargo la desesperación no había restado ni un gramo a la experiencia del joven capitán que, en lugar de encerrarse a esperar la muerte, prefirió combatir a sus enemigos en el terreno que eligiese. Como Degania no tenía obstáculos naturales que la protegieran, solo dejó en la aldea unos pocos milicianos para guardarla. Con los camiones que tenía organizó una columna para luchar el mismo tipo de guerra móvil que habían practicado los alemanes. La población drusa actuaría como la red de vigilancia que le avisaría de los movimientos árabes.

Dos noches antes un druso había llegado diciendo que el coronel Abdelkader al-Husseini había reunido un ejército en Nazaret para destruir Degania. Casi al mismo tiempo varios árabes de localidades vecinas que preferían la amistad a la guerra confirmaron la alerta. Dayán organizó su pequeña columna y se dirigió hacia el Oeste.

El Ejército de la Guerra Santa había llegado a Nazaret tres días antes, pero los indisciplinados iraquíes se negaron a moverse más hasta que no recibiesen su soldada. Abdelkader despreciaba a los cristianos casi tanto como a los hebreos, y no le molestó secuestrar a los cristianos más ricos de la ciudad, obligándoles a cederle sus riquezas a cambio de la vida. Una vez obtenidos los fondos el coronel pensó que las promesas hechas a los politeístas no tenían valor, y ordenó matar a los cristianos y saquear sus casas. Sus tropas se dedicaron a perseguir a las mujeres cristianas hasta que al final la ciudad de Nazaret sobornó al coronel con veinte mil libras esterlinas para que se marchase.

La columna se puso en marcha casi a media mañana. Varias decenas de camiones tan sobrecargados que sus cajas casi tocaban las ruedas, y eran seguidos por una turba armada con escopetas de caza, pistolas y cuchillos. El Ejército Santo rodeó el Monte Tabor por el Norte y se acercó a las ruinas humeantes de Kfar Tavor. Abdelkader envió una patrulla para inspeccionar la aldea, en la que solo halló ruinas y cadáveres en descomposición. La columna siguió y atravesó el poblado circasiano de Kama, cuyos habitantes se encerraron en sus casas. Luego sería su turno, pensó Abdelkader, pero primero tenía que aplastar a los judíos. La carretera ascendió las suaves lomas que les separaban del valle del Jordán, y empezó a descender por el fondo de un barranco. Abdelkader pensó que era el lugar ideal para una emboscada y envió patrullas para reconocer la carretera. Una hora después volvieron.

—Coronel, la carretera está libre.

—¿Y la aldea hebrea? —preguntó Abdelkader.

—No hemos visto a nadie. Hay una barricada en la entrada pero hay banderas blancas.

El coronel puso gesto de frustración: había pensado que Yavne’el sería un buen aperitivo para sus hombres, que podrían tomarla, solazarse durante la noche, y seguir hacia Degania la mañana siguiente. De todas formas valdría la pena pasar la noche ahí y saquear las casas: seguro que habría cosas de valor con las que contentar a sus hombres. Con suerte encontrarían algunas mujeres escondidas si no en las casas, en los campos cercanos.

La columna se puso en marcha y empezó a descender por la carretera, que tras una lazada atravesó un puentecito y pasó al otro lado del barranco. Siguió bajando por la ladera y finalmente llegó a un zigzag tras el cual estaba la colonia judía. El coronel miró con sus prismáticos y vio unos pocos maderos que obstruían la carretera, y varias banderas blancas en las casas, pero no observó movimiento.

Por desgracia el coronel Abdelkader sabía mucho de insurrección, pero su experiencia militar era limitada. No había ordenado que los camiones estuviesen separados y por ello cuando el vehículo de cabeza se detuvo los siguientes se fueron apelotonando tras él. Pocos metros por encima un joven, casi un niño, temblaba aferrando la bomba de mano. Estaba en un pozo de tirador cavado en una terraza de cultivo sobre la carretera. Una malla de cañas cubierta de ramas ocultaba la posición.

—Espera un poco más —le dijo un hombre que vestía un uniforme británico adornado con la estrella de David.

Dayán pensaba que su pequeña fuerza no podría resistir indefinidamente a la muy superior fuerza árabe, por lo que había pensado propinar un golpe tan duro que a los supervivientes no les quedasen ni ganas ni fuerza para volver a intentarlo. Cuantos más árabes entrasen en la trampa, mejor.

Los camiones siguieron cruzando el puentecito y adentrándose en el barranco, mientras la cabeza de la columna seguía detenida. Finalmente el coche de cabeza empezó a moverse. Dayán pensó que había llegado el momento. Tomó una bomba de mano y la lanzó al camión que tenía debajo. Quedó corta y rodó bajo el vehículo.

La explosión retumbó en todo el valle. El chasis del camión protegió a sus ocupantes de parte de la metralla, pero poco importó: el depósito de combustible estalló y cubrió la caja de gasolina ardiendo. Los árabes empezaron a saltar con la ropa en llamas mientras otras bombas de mano estallaban entre ellos.

A lo largo de toda la ladera los judíos levantaban la cubierta de sus pozos y tiraban granadas y bombas de gasolina a la carretera. Por detrás una carga explosiva destruía el pequeño puente. El coche de cabeza aceleró para tratar de escapar, pero pisó una mina antitanque que lo deshizo. A retaguardia de la columna dos ametralladoras Vickers empezaron a disparar. Emplazadas en lo alto del barranco, una disparaba contra la carretera y los camiones. Otra cubría el talud sobre el cual estaban las posiciones hebreas, barriendo a los pocos árabes que trataban de contraatacar. Las Vickers, ametralladoras refrigeradas por agua, eran armas pesadas y de aspecto obsoleto, pero podían lanzar una lluvia continua de proyectiles, y es lo que estaban haciendo. Uno tras otro los camiones se incendiaban atrapando a los árabes que trataban de refugiarse en ellos. Los mercenarios que saltaban eran víctimas de las granadas y de las ametralladoras. Finalmente los combatientes el Ejército de la Guerra Santa comprendieron que quien se quedase en la carretera era hombre muerto, e intentaron escapar por la ladera contraria. Saltaron de la carretera hacia el barranco… que era un laberinto de alambre de espino sembrado de minas. Los pocos árabes que conseguían cruzar fueron blancos sencillos para los fusileros hebreos.

Durante veinte minutos las armas siguieron disparando hasta que los judíos, hartos de matar, fueron deteniendo el fuego. Los árabes supervivientes tiraron las armas y levantaron las manos. Los hombres de Dayán bajaron a la carretera con expresión torva: habían visto lo ocurrido en Jaffa, y demasiados amigos y familiares habían perecido en Safed y Tavor. Los prisioneros eran registrados y los que estaban desarmados eran liberados tras marcarlos a cuchillo, advirtiéndoles que si volvían les matarían. Pero a los que se resistían, a los que no parecían palestinos, a los que escondían armas o a los que se les encontraban objetos producto del saqueo se les llevaba al barranco y se les ultimaba de un disparo.

El coronel Abdelkader yacía en los restos de su coche, sangrando por una herida en el abdomen. A lado suyo estaba el cadáver decapitado de Salameh. Un judío lo apuntó con su fusil, le obligó a arrastrarse fuera y a apoyarse en los restos de su coche.

El coronel dijo en inglés—. Soy el coronel al-Husseini.

El soldado judío le golpeó con el cañón del fusil—. ¡Calla, basura! —El judío le seguía apuntando mientras otro le registraba. Primero encontró un ejemplar del Corán manoseado y luego una bolsa que cayó al suelo, se abrió y dejó escapar un fajo de billetes.

—¡Capitán, mira lo que lleva este tipo!

Dayán se acercó al herido y vio que el herido llevaba un uniforme extraño hecho jirones, con estrellas en las hombreras—. Así que tú eres el asesino de Nazaret. Aquí sabemos tratar a los de tu calaña —dijo. Uno de los milicianos lo arrastró hacia el barranco.
Última edición por Domper el 05 Feb 2015, 15:03, editado 1 vez en total.



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Mensaje por JLVassallo »

Que relatos por favor. Un excelente grado de detalle, mostrando el lado mas oscuro y real del hombre en la guerra.
Saludos.


Domper
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Mensaje por Domper »

Gracias inmerecidas. Realmente en la guerra se cometieron salvajadas mucho peores que las que mal que bien intento contar.

Saludos



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Mensaje por Domper »

Tirán

3 de Julio de 1941


El Cuerpo de Ejército sudafricano, mandado por el general De Villiers, seguía atrapado en Aqaba. La Royal Navy no podía asistir a su destrucción sin intentar rescatarlo. Iba a tener que volverse a exponer a los Stuka.

Los cazas Fulmar del nuevo portaaviones HMS Formidable proporcionaron protección a una flota compuesta por los acorazados Valiant y Barham y seis cruceros. Sus cañones pesados acallaron la batería alemana de Sharm el Sheikh el tiempo suficiente para que desembarcase un batallón de la 2ª División Canadiense, mientras otro de Royal Marines desembarcaba en la isla de Tirán. Inmediatamente la flota británica se retiró: estaba demasiado cerca de los aeródromos del Valle del Nilo. Los dos batallones británicos tomaron posiciones: su misión no era reconquistar el Sinaí, sino mantener abierto el estrecho de Tirán mientras los destructores ingleses evacuaban a los soldados atrapados.

Desde un primer momento los británicos comprendieron que mantener sus posiciones en Sharm el Sheikh no iba a resultar sencillo. Al menos las pésimas comunicaciones del sur del Sinaí impidieron que los alemanes pudiesen llevar una fuerza mecanizada importante, pero desde el primer día los bombarderos alemanes e italianos bombardearon con impunidad las posiciones inglesas. Inicialmente se había pensado en limpiar una pista en la que basar cazas para la protección de la flota, pero los bombardeos continuos impidieron desembarcar el equipo pesado necesario. Cuarenta y ocho horas después a los ataques aéreos se unió la artillería de largo alcance. Aunque las fuerzas del Pacto no estaban intentando echar a los canadienses de sus posiciones, estos a lo más que podían aspirar era a impedir que la artillería enemiga volviese a establecerse en el estrecho, y para ello tenían que vivir una vida de trogloditas, escondidos en los refugios que tuvieron que cavar en el suelo pedregoso.

El 16 de Junio se efectuó la primera misión de evacuación. La flota del Mar Rojo llegó hasta la altura del puerto saudí de Yambo. Seis destructores se situaron ochenta millas hacia el Norte, esperando al ocaso. Entonces pusieron sus máquinas a toda potencia dirigiéndose hacia el estrecho de Tirán y luego hacia Aqaba, llegando a la una de la madrugada. Durante dos horas cargaron cuatrocientos hombres en cada buque, y luego salieron hacia el Sur a toda máquina. El amanecer los descubrió poco después de entrar en el Mar Rojo, mientras el cielo seguía vacío. Solo dos horas después un hidroavión italiano los descubrió, pero fue ahuyentado por los cazas del Formidable. Los destructores siguieron hasta Port Sudán, donde descargaron a los soldados. La primera misión había sido un éxito.

El 20 de Junio se repitió la operación. Cinco destructores evacuaron a otros dos mil hombres, pero al pasar por el estrecho de Tirán el HMS Eclipse quedó al garete tras hacer estallar una mina flotante. El HMAS Vampire lo tomó a remolque, pero a la mañana siguiente los dos destructores fueron atacados y hundidos por bombarderos en picado cuando estaban a 30 millas del estrecho de Tirán. Se perdieron cuatrocientos hombres entre soldados y marinos. El almirante Cunningham decidió repetir la operación, pero a partir de entonces cualquier buque averiado a la vista de la costa sería abandonado.

La tercera expedición se efectuó la noche del 25 de Junio, participando seis destructores británicos y dos australianos. Cuando se acercaban a los estrechos fueron atacados por cinco lanchas MAS, las responsables de lanzar las minas flotantes. La agrupación rechazó las lanchas rápidas, hundiendo la MAS-531 y dañando al resto, pero el combate retrasó la entrada en el Golfo de Aqaba y el almirante Cunningham ordenó suspender la operación. La noche siguiente solo tres destructores británicos y los dos australianos entraron en el golfo y evacuaron dos mil soldados. Los otros tres destructores repostaron en el mar y llegaron hasta Aqaba la noche del 27 de Junio, pero la artillería alemana estaba advertida y su bombardeo retrasó el embarque. A la mañana siguiente los tres destructores estaban aun dentro del Golfo de Aqaba. Atacados repetidamente por bombarderos en picado Ju-87, el viejo destructor HMS Anthony se hundió, y los mucho más modernos Laforey y Javelin tuvieron que ser embarrancados. La mayor parte de las tropas se salvaron y se incorporaron a los defensores de Sharm el Sheikh, pero se habían perdido tres valiosos destructores más.

El almirante Cunningham sabía que las pérdidas iban a ser todavía peores, pero se resignó a repetir la operación. La flota del Mar Rojo se acercó durante la noche al Sinaí para que los cazas del Formidable pudiesen proteger durante su retirada a los nueve destructores que intentarían llegar a Aqaba. Los destructores llegaron al puerto sin incidente y embarcaron a tres mil quinientos soldados, emprendiendo el regreso a las dos y media de la mañana. Al amanecer dejaron atrás la isla de Tirán y se dirigieron hacia mar abierto.

Sin embargo tanto ir y venir había alertado a los alemanes. Durante la semana previa habían trasladado un grupo de cazas monomotores y dos de bombarderos Ju-87 al aeródromo de Hurgada, una pista situada en una localidad costera del Mar Rojo enfrente de la punta de la Península del Sinaí. A los hidros italianos de reconocimiento se unió un grupo de Junkers 88 que operaban desde las bases aéreas del Canal. Estos aparatos, gracias a su velocidad, podían eludir con facilidad a los cazas navales ingleses. Además los cielos permanentemente despejados y la estrechez del Mar Rojo dificultaban eludir el reconocimiento aéreo. Durante toda la noche los mecánicos habían trabajado poniendo a punto y cargando las bombas en los bombarderos en picado. A las siete y media de la mañana uno de los Junkers 88 descubrió un grupo de barcos a apenas 150 kilómetros de la base.

Eran las nueve de la mañana cuando el radar tipo 79 del portaaviones Formidable detectó un gran número de aviones acercándose. Por desgracia el tipo 79 era un radar de modelo antiguo cuya capacidad de discriminar blancos era reducida, por lo que no sabían que la formación de cabeza era de cazas. El Formidable lanzó ocho cazas Fairey Fulmar para reunirse con los seis que ya estaban en el aire, pero estaban tomando todavía altura cuando llegaron los aviones alemanes.

El teniente Marseille aun estaba adaptándose a su nuevo caza Messerschmitt Bf 109 F-2/Trop. El Bf-109F “Friedrich” era más veloz y ágil que su antiguo Bf-109 “Emil”, pero su ligero armamento lo hacía mucho más exigente para su piloto. A cambio el avión ascendía y giraba que daba gusto, y Marseille sabía que con él podía superar a cualquier caza aliado.

—Teniente, estelas a las once —dijo su piloto de escolta. Marseille miró hacia allí y vio no solo las estelas de una gran flota, sino unos puntitos que ascendían.

—Cazas a las once y abajo. Ataco —Marseille aceleró el motor y efectuó un amplio giro para rodear a la flota inglesa, cuyos cañones empezaban a disparar contra los intrusos. Una vez con el sol a la espalda picó hacia los cazas que veía tras él. Una rápida mirada le confirmó que los otros tres pilotos le seguían. El avión descendió aumentando la velocidad, por lo que Marseille disminuyó los gases para no rebasar a los enemigos. Vio que eran aviones monomotores, es decir, cazas. Apuntó al último avión de la formación y cuando la distancia cayó a 150 metros lanzó una ráfaga. Vio como se desprendían trozos del fuselaje de su enemigo y como saltaba la capota. Una segunda ráfaga dañó el plano izquierdo, y los tripulantes saltaron en paracaídas: era su vigésimo derribo.

—¡Hans, rompe a la derecha!

Al recibir el aviso Marseille tiró de la palanca de dirección, mientras pisaba con fuerza el pedal del timón. El avión giró y se deslizó en el aire, y Marseille pudo ver las trazadoras pasando por debajo. Por el retrovisor vio un caza enemigo iba directamente a por él. El teniente dio gases al máximo y tiro aun más de la palanca. El friedrich se elevó como una centella, y el mucho más pesado Fulmar no pudo seguirlo.

El piloto miró a su alrededor y vio otros dos Fulmar que se ascendían poco a poco. Picó hacia ellos, pero esta vez no gozaba de la ventaja de la sorpresa, y los Fulmar empezaron a girar. Eso hubiese bastado para eludir a otro piloto, pero no al hábil Marseille: calculó la trayectoria de uno de los cazas, apuntó por delante y disparó. Los disparos volaron y se encontraron con el Fulmar, que empezó a echar humo y descender. El teniente elevó su avión para hacerle perder velocidad, viró y se lanzó de nuevo contra el Fulmar averiado. Otra ráfaga alcanzó al caza británico que tuvo que hacer un amerizaje forzoso.

Marseille vio que estaba casi a nivel del mar. La principal ventaja del Bf-109 estaba en el combate de energía, es decir, ascendiendo y picando, por lo que combatir a cota tan baja era suicida: si trataba de tomar altura perdería velocidad, y el Bf-109 era un avión ideal para combatir a altas velocidades. Sin embargo, volando despacio y a baja cota, sin poder eludir un ataque picando, sería presa fácil para los maniobreros cazas británicos. Era el momento de retirarse para poder combatir otro día. El teniente miró a su alrededor para asegurarse que nadie le seguía y se dirigió hacia el Oeste, hacia su base.

Nueve Fulmar habían sido derribados por los cazas alemanes, que solo perdieron tres de los suyos. Pero lo más importante era que los cazas ingleses supervivientes luchaban por su vida a nivel del mar, dejando el cielo libre para los Stuka. Desde la flota inglesa vieron a los Junkers iniciar la danza mortal tantas veces vista en el Mediterráneo: los aviones atravesaron la barrera de explosiones de la artillería antiaérea y sobrevolaron la flota a algo más de 3.000 de altura. Desde allí eligieron su presa, hicieron resbalar un ala, y cayeron hacia su blanco en grupos de dos o tres. Los “Pom pom”, cañones automáticos de 40 mm, dispararon contra los atacantes, pero el techo efectivo de esos cañones era bajo y solo podían alcanzar a los bombarderos cuando ya había lanzado sus bombas. Además la cordita que usaban se había deteriorado con el calor tropical, y las armas sufrían interrupciones constantes. Aun así la flota derribó siete de los aviones atacantes. Pero quedaban mucho más.

El primer buque atacado fue, como era de esperar, el portaaviones Formidable. Seis Stuka picaron hacia él alcanzándolo con tres bombas. Afortunadamente los alemanes no esperaban encontrarse con acorazados o con el portaaviones blindado, sino solo con cruceros o destructores, y los Junkers estaban armados con bombas semiperforantes. Dos de ellas se aplastaron contra la cubierta blindada. La tercera atravesó la cubierta de vuelo a popa y estalló contra el costado, dañando la hélice exterior de estribor y el timón del mismo lado. El portaaviones empezó a describir círculos y, aunque no corría peligro inminente no podía lanzar ni recoger aviones.

El siguiente fue el crucero Enterprise. El viejo buque, uno de los más antiguos de la Royal Navy, había sido relegado a realizar misiones de patrulla pero la urgente necesidad de buques lo expuso a un ataque contra el que no estaba preparado. Dos bombas de 500 kg lo dejaron sin propulsión y escorándose a babor.

El almirante Cunningham vio como otros tres Stuka se descolgaban cayendo hacia su barco. El Valiant era un barco antiguo pero había sido ampliamente reformado unos años antes, y tenía la artillería antiaérea más poderosa de la flota. Una nube de acero se elevó hacia los atacantes, uno de los cuales estalló en el aire y otro perdió el control. El tercero, sin embargo, lanzó su bomba, que con gran precisión alcanzó al acorazado en la torre B. La fuerte coraza detuvo la bomba, que no llegó a dañar la torre, pero un huracán de metralla barrió las superestructuras y el puente. El almirante notó un golpe en el costado y sintió como se mareaba. Solo despertaría dos días después cuando el Valiant se acercaba a Adén.

El Capitán de navío Morgan, comandante del Valiant, que tomó el mando tras ser evacuado Cunningham, viendo los siguientes ataques se sintió como una presa fascinada por los ojos de una serpiente. Los Stuka seguían sobrevolando la flota escogiendo sus objetivos. El crucero pesado Devonshire fue el siguiente en ser atacado, pero se libró de las bombas por escasos metros, aunque las explosiones cercanas causaron varias vías de agua. El novísimo crucero antiaéreo Hermione fue alcanzado por una bomba que estalló tras el puente derribando el mástil de proa. Otros dos bombarderos se lanzaron de nuevo contra el Formidable, estallando una bomba contra la cubierta blindada que derribó el ascensor de proa. Finalmente el crucero australiano Sidney recibió el ataque de cuatro Stukas. Desde el destrozado puente del Valiant vieron como una de las bombas alcanzaba al crucero entre las dos torres proeles, y segundos después una gran llamarada, más alta que los palos, se elevó del malhadado crucero. Las explosiones se sucedieron a lo largo del barco mientras sus tripulantes saltaban por la borda. En apenas cuatro minutos el crucero se hundió, dejando solo un puñado de supervivientes en el agua.

La explosión del Sidney marcó el fin del primer ataque. El capitán Morgan ordenó a la flota retirarse. El Formidable consiguió destrabar su timón y alcanzar los 18 nudos, pero iba a precisar una reparación que no podía hacerse en las bases del Océano Índico. Mientras los destructores atravesaron el estrecho de Tirán sin ser molestados, ya que sus hermanos mayores habían absorbido el ataque.

A mediodía los aviones alemanes partieron de nuevo a la búsqueda de blancos. En primer lugar encontraron al tullido Enterprise, al que un destructor intentaba tomar a remolque. Seis bombas acabaron con los dos barcos. Poco después encontraron al Formidable, que se retiraba protegido por cuatro destructores y por el novísimo crucero antiaéreo Dido. Los Stuka picaron mientras el Formidable zigzagueaba como podía. El timón volvió a atorarse y el portaaviones empezó a describir círculos. Desde el Dido dieron al Formidable por perdido cuando al salir de entre los piques de las bombas el portaaviones ardía en pompa. Pero los daños eran mucho menores de lo esperado: la tensión y la fatiga de los pilotos alemanes había pasado factura y solo cuatro bombas alcanzaron al portaaviones, estallando contra la cubierta blindada sin afectar al hangar. Sin embargo la explosión provocó el incendio de varias cajas de urgencia de los cañones antiaéreos, causando un gran incendio que costó tres horas controlar pero que no llegó a amenazar la integridad del barco. El portaaviones tuvo que detenerse para no avivar las llamas. Aun recibiría dos bombas más en un tercer ataque al atardecer: una atravesó la cubierta de vuelo en la proa y se hundió en el mar sin estallar, pero otra estalló en el puente, matando a la mayor parte de los oficiales e hiriendo al capitán La Touche Bisset, el comandante del buque. Sin embargo los nuevos daños no afectaron a la propulsión del barco, que pudo reemprender el rumbo hacia el sur.

Una vez fuera del alcance de la aviación el capitán Morgan destacó a los lisiados Formidable y Hermione hacia Adén y luego a Mombasa, donde fueron parcheados. Los daños del Formidable eran tan importantes que partió hacia el arsenal norteamericano de Brooklyn para ser reparado, aunque tardaría muchos meses en volver al servicio. El resto de la flota permaneció en el Mar Rojo, pero Morgan sabía que sus buques no sobrevivirían a otro ataque similar. Comunicó a Londres que se iba a retirar. Las dos noches siguientes envió a sus destructores a recoger la guarnición del Estrecho de Tirán, y el segundo día de Julio salió del Mar Rojo para no volver.

Al día siguiente el general De Villiers pidió condiciones de rendición.



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Mensaje por Hereje »

Debo decir que me ha gustado el giro nazi que ha pegado Alemania. No por simpatias hacia el nazismo obviamente, pero me chirriaba un poco que de repente pareciese que los simpatizantes del nazismo (que fueron unos cuantos) hiciesen como si este nunca hubiese existido. Asi me parece bastante coherente.


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Mensaje por Domper »

Crujir de dientes

4 de Julio de 1941


El general Rommel había salido hacia Aqaba para supervisar la rendición de los quince mil supervivientes del cuerpo de ejército sudafricano, dejando al coronel Von Tresckow el dudoso placer de tratar con ese árabe presuntuoso con larga túnica y alto tocado, que gritaba enfurecido sin que el coronel entendiese nada.

—¡Cállese de una vez! —el palestino debió entender algo porque enmudeció unos segundos. El coronel aprovechó para preguntarle al Doctor Wagner, Burgermeister de la comunidad templaria alemana en Palestina, quién era ese palestino que se atrevía a gritarle a un oficial alemán.

—Coronel, este hombre es el Haj Amin al-Husseini, Gran Muftí de Jerusalén y una de los árabes más respetables. Haj es un prefijo que quiere decir que ha viajado a La Meca, lo cual es signo de gran devoción, y…

—Doctor, le aseguro que me importa muy poco que este hombre haya viajado a La Meca o se haya montado en la noria del parque ¿Qué es eso de Mifti?

El árabe empezó a gritar de nuevo pero el Burgermeister empezó a hablarle en árabe, consiguiendo que callase. Luego respondió al coronel.

—Coronel, Muftí es un cargo judicial y religioso. Sabrá usted que en el Islam no hay separación entre la religión y la sociedad civil y…

—Abrevie, doctor, que no tengo todo el día.

—Como desee, Coronel: este hombre tiene uno de los cargos más importantes de Palestina, controla los fondos que se recogen en las mezquitas, y además es el líder del clan Husseini, el principal de Jerusalén. Hará bien en escucharle.

—¿El líder de los Husseini? Tenía que hablar con él, pero le escucharé solo si se calma. Si vuelve a gritarme le echaré a patadas —dijo Von Tresckow.

—¿No querrá que le diga eso? —Dijo Wagner—. Se ofenderá y se irá.

—Que se atreva. Si supiera lo que me importaría propinarle un buen puntapié… Dígale lo que quiera, pero que se calme.

El doctor Wagner habló unos minutos con el religioso, que le respondió con su lengua gutural. Finalmente tradujo al coronel sus demandas.

—Coronel Von Tresckow, el Gran Muftí viene a pedirle que haga justicia. Me dice que los judíos han asesinado a su sobrino más querido cuando viajaba por Galilea. Su sobrino tenía gran admiración al Führer por lo que había tenido que huir a Irak, y volvía a Palestina para celebrar la liberación de los perros ingleses. Cuando pasaba por el kibutz de Degania los judíos lo mataron. Coronel, un kibutz es una especie de granja colectiva judía que…

—Doctor, ya sé lo que es un kibutz —dijo el coronel, recordando las escenas de horror de Ramat Rachel—. Pregúntele al Mufí, Peptí, Bufón o como se diga que es lo que le pasó a su querido sobrino.

Wagner tradujo sus palabras al palestino, que largó otra parrafada cada vez más inflamada—. Coronel, el Muftí me dice que su sobrino y algunos de sus seguidores iban en una caravana de coches cuando un grupo de judíos sionistas armados los detuvieron, los llevaron a su aldea, los torturaron y los mataron. Coronel, es aberrante que el ejército alemán tolere que haya subhombres que porten armas. Yo esperaba que el ejército alemán pusiese a esos miserables en su sitio. Su misión es destruirlos y cumplir los designios del Führer, y si no lo hace tendré que hablar con el Partido.

Von Tresckow no estaba de humor como para recibir instrucciones de un elemento como Wagner, por mucho carné del NSDAP que ostentase.

—Doctor, usted no es quién para decirme lo que el ejército alemán debe o no debe hacer. Este ejército ha derramado su sangre mientras usted estaba sentado tan ricamente en su despacho, colaborando con esos ingleses que ahora desprecia. El ejército sabe muy bien cuál es su misión ¿Me ha entendido?

Wagner se guardó la respuesta mientras asentía. Von Tresckow siguió—. Coronel, pregunte a este árabe si su sobrino llevaba armas.

—Coronel, el Gran Muftí me dice que ni su sobrino Abdelkader ni sus amigos llevaban armas, sino que solo el amor y la paz empujaba sus espíritus.

—Entiendo. Doctor, tal vez podría preguntarle al Gran Muftí sobre unos sucesos que han ocurrido en Transjordania y Galilea. Según estos informes —el coronel mostró unos papeles— una columna armada, mejor dicho un grupo de bandoleros, ha entrado en Galilea desde Irak dejando un rastro de sangre. Esos bandidos han violado y asesinado a decenas de mujeres, esposas de oficiales y funcionarios británicos en Palestina, y se han entretenido en matar a sus hijos. Incluso han asesinado a cuatro mujeres alemanas, nacidas en el Reich, que por motivos familiares acompañaban a los refugiados…

El doctor Wagner comprendió que la entrevista no iba por buen derrotero y trató de excusar al árabe—. Mi coronel, estoy seguro que esos informes son exageraciones que han propalado los sucios judíos.

—Es posible, doctor Wagner. Pero también tengo informes que dicen que esa banda de rufianes entró en Nazaret, donde se dedicó a asesinar y a robar a los árabes cristianos, violando mujeres indefensas y asesinando niños, y que cuando se cansó de cometer tropelías se fue a la buscar más víctimas y más botín, y entonces fue cuando cayó en una emboscada que no hubiera engañado ni a un cadete de primer año.

—Coronel, estoy seguro que lo de Nazaret son exageraciones.

—Si usted lo dice tendrá razón, doctor. Pero también podría preguntarle sobre las actividades de los Husseini en Jerusalén. Según mis informes el Mugí o como se diga llegó hace tres días con una escolta de mercenarios. Tras instalarse en un palacete sus hombres han estado eliminando a notables de la familia Nashashibi. Ayer mismo unos pistoleros sacaron de su casa a Raghib al-Nashashibi. Hoy ha aparecido en una cuneta con dos balas en la cabeza.

—¿Raghib al-Nashashibi? —se sorprendió Wagner.

—Veo que lo conoce. El ejército alemán había pensado que Raghib, el antiguo alcalde musulmán de Jerusalén, podría haber sido el candidato para presidir una república palestina, bajo control alemán, por supuesto. Pero esos pistoleros que lo han matado causando un grave daño a los intereses alemanes ¿Querrá preguntarle si tiene algo que ver con eso? Hágalo todo lo educadamente que quiera, pero exíjale una respuesta.

Tras otro parloteo Wagner tradujo la respuesta—. Coronel, el Gran Muftí niega tener cualquier relación con esos asesinatos. El Islam es una religión de paz y amor, y no de muerte. Dice que Raghib al-Nashashibi era un infiel que buscaba la guerra y el mal para los creyentes, y que Alá ha levantado el corazón de los fieles contra el traidor. Me dice también que si el ejército alemán no le ayuda va a tener que pronunciar un sermón en la mezquita este próximo viernes que no le gustará.

Von Tresckow pensó un momento—. No es que tenga miedo al Fefí. Si de mí dependiese, dejaría que ese imán de pacotilla agitase a las turbas contra nosotros, para que los árabes conociesen el poder de las armas, pero de las alemanas. Pero tengo el encargo expreso de pacificar la ciudad de Jerusalén por motivos que no puedo decirle —Von Tresckow sonrió burlonamente mientras seguía—. He decidido que la primera medida que voy a tomar va a ser apresar a este clérigo de andar por casa e iniciar una investigación, y si se descubre que está relacionado con el asesinato de Raghib recibirá el castigo que merece un asesino ¡Guardias! —Gritó el coronel—. Arresten a ese hombre.

Dos soldados entraron y aferraron los brazos del Muftí, que no comprendía lo que ocurría. El doctor Wagner protestó—: Coronel, usted no sabe lo que está haciendo.

—Claro que lo sé. He ordenado detener a un revolucionario que quería organizar una guerra civil en Palestina para encumbrar a su clan.

Wagner siguió insistiendo—: ¿No va a hacer nada con Degania? Es intolerable que haya judíos armados.

—Doctor, usted sabe cuál es la doctrina del partido. Los judíos no serán molestados si no atacan al pueblo alemán. No sé lo que pensará usted, pero yo creo que acabar con una banda de violadores y asesinos no es un ataque a Alemania sino todo lo contrario. Si pudiese iría y les pondría una condecoración.

—Coronel, nada más salir de aquí llamaré a Berlín y…

—Doctor Wagner, haga lo que le pase por las narices. Yo también voy a confeccionar un informe sobre usted, diciendo que se ha unido a un enemigo del Reich que ha ordenado asesinar a una autoridad nombrada por el gobernador militar. Eso es traición ¿Quiere que siga?



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