LA FRACTURA

La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
Domper
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Cuando los alemanes descendieron del helicóptero fueron golpeados por el olor a muerte que flotaba sobre el campo.

Un oficial español los condujo hasta el barracón, y en su recorrido tuvieron que pasar junto a una enorme zanja llena de cuerpos, tan esqueléticos que no parecían humanos. Grupos de soldados alemanes, vigilados por españoles provistos de mascarillas, seguían llevando cadáveres a la gran fosa. Finalmente llegaron a una de las cabañas que hasta pocos días antes habían albergado a los “internos”, y que había sido desinsectada previamente. Aun así seguía viéndose lo rústico de su construcción, y en su interior solo había una mesa alargada, construida con tablones apenas desbastados, que estaba flanqueada a ambos lados por sillas desiguales de aspecto pobre. Unos operarios manejaban cámaras de grandes dimensiones.

Al mismo tiempo que los alemanes entraban lo hicieron por otra puerta los aliados, y se acomodaron en un lado de la mesa. En ella había varias banderitas que representaban a todos los países que habían declarado la guerra a Alemania, incluyendo los nuevos aliados hispanoamericanos. También se sentó Goering, cuya presencia se había exigido en la reunión. Se apropió de la silla que le pareció más cómoda e inició una diatriba contra los representantes aliados. Un lingüista tradujo sus palabras.

—El mariscal se siente insultado por el lugar en el que se va a celebrar la reunión.

El ministro Díaz le interrumpió.

—Los aliados hemos creído que la delegación alemana querría experimentar las comodidades con las que hasta hace apenas una semana han agasajado a los prisioneros. Si Bergen-Belsen era bueno para los judíos, también lo será para ustedes.

Goering hizo ademán de levantarse e irse. Pero los aliados permanecieron impasibles, y el alemán, que a pesar de su fatuidad era muy inteligente, comprendió que no tenía otra alternativa que sentarse. Por una parte, sabía que la guerra estaba perdida y que esta vez, contrariamente a la anterior línea temporal, no habría posibilidad de escapar por España o por Italia. Incluso las neutrales Suecia y Suiza habían cerrado sus fronteras. La única posibilidad de sobrevivir sería negociar algún acuerdo que le diese la posibilidad de huir. Por otra, la exhibición aérea española había sido una jugada que le había puesto en un compromiso. Medio Berlín, y a estas alturas gran parte de Alemania, sabía que se habían iniciado conversaciones con los aliados. Si estas se suspendían era probable que muchos alemanes se negasen a seguir empuñando las armas. Para confirmar su impresión el ministro Díaz le dirigió unas palabras, que también fueron traducidas.

—Señor Goering —todos notaron que no había usado su título militar ni tampoco lo reconocía como líder alemán—, le comunico que esta reunión está siendo grabada y se va a difundir por televisión y radio.

El alemán endureció aun más su expresión. Había caído en una encerrona en la que no habría lugar para trapicheos. Permaneció en silencio y fue otro de los delegados, el general Von Greim, el que preguntó por las condiciones que se les ofrecían.

—El partido nazi ha sido derrotado y no puede pedir condiciones —repuso Díaz—. Si estamos aquí es únicamente para que no se sigan perdiendo vidas por una causa perdida. Nos importan no solo las vidas de los aliados sino también los alemanes que ustedes han sacrificado con tanta alegría.

—No aceptaremos un diktat —dijo Von Greim.

—Señor Goering —dijo Díaz dirigiéndose al líder alemán—, no vamos a negociar. Les proponemos el siguiente acuerdo, que es innegociable. Solo podrán aceptarlo o rechazarlo —el español tomó un documento que empezó a leer.

—Punto primero. Las fuerzas armadas alemanas detendrán inmediatamente cualquier acción militar ofensiva o defensiva, y se pondrán a las órdenes de las potencias aliadas. En los territorios ocupados, entregarán sus armas a las autoridades locales, pudiendo conservar únicamente las necesarias para defenderse que serán, en principio, una décima parte de las armas de infantería, no pudiendo conservar ametralladoras, artillería u otro material pesado. En territorio alemán las unidades alemanas podrán conservar sus armas pero bajo control aliado.

Goering tragó saliva. Díaz siguió mientras el lingüista traducía.

—Punto segundo: los soldados alemanes en territorios ocupados serán considerados prisioneros de guerra. Las potencias aliadas se comprometen a facilitar su inmediata vuelta a Alemania. Solo se exceptuarán a los responsables de crímenes de guerra, que serán mantenidos en reclusión a la espera de juicio.

Los alemanes no se movieron. Este punto no les era del todo desfavorable: no se iba a emplear a los soldados germanos como mano de obra esclava.

—Punto tercero. Los aliados asumen el compromiso de defender al pueblo alemán, para el que podrán exigir la colaboración de todas las autoridades civiles y militares alemanas. Las autoridades alemanas, civiles y militares, pondrán a disposición de las potencias aliadas todos los recursos que Alemania conserve, tanto materiales como humanos, hasta que se negocie un acuerdo de paz definitivo.

La expresión de Von Greim mostró su discurso: significaba que Alemania se convertía en un satélite de los aliados, que podrían emplear sus fuerzas armadas como carne de cañón.

—Punto cuarto. No se realizarán destrucciones, ni en territorio alemán ni en el ocupado. Las fuerzas armadas alemanas protegerán las instalaciones civiles y militares, los almacenes de armas, municiones y materias primas, hasta que las autoridades aliadas se hagan cargo. Concretamente, deberán entregarse a los aliados toda la documentación y todas las instalaciones relacionadas con la investigación nuclear. Tampoco deben destruirse documentos de ningún tipo y los archivos deben ser protegidos hasta su entrega. De efectuarse cualquier tipo de destrucción tanto los que las ordenen como los que las realicen serán considerados criminales de guerra.

Los alemanes entendieron lo que significaba: no se podían destruir pruebas. También recordaron una de las últimas noticias llegadas de España: tras un áspero debate, las cámaras españolas habían reinstaurado la pena de muerte, pero únicamente para el genocidio y otros crímenes de lesa humanidad. Es decir, dirigida especialmente contra los nazis.

—Punto quinto —siguió el ministro—. El partido nazi queda disuelto y se prohíbe en lo sucesivo su reconstitución. Queda terminantemente prohibida la exhibición de símbolos nacional socialistas. Los ciudadanos alemanes no podrán conservar símbolos nazis, y deberán entregarlos a las autoridades civiles para su destrucción. Solo podrán conservar las condecoraciones por méritos de guerra, pero no podrán ser ostentadas en público. Se excluyen expresamente las distinciones concedidas por el partido nazi. —Era algo obvio que todos esperaban: no podría haber “tráfico de recuerdos” nazis.

—Punto sexto —prosiguió leyendo el ministro—. Se liberará inmediatamente a todos los prisioneros de guerra y a los presos políticos. Tanto las autoridades civiles como las militares harán los máximos esfuerzos para prestarles asistencia, dándoles prioridad sobre cualquier otra necesidad. Los responsables de crímenes o maltratos se entregarán a las autoridades civiles o militares, que los opondrán a disposición de los tribunales de justicia.

—¿Qué justicia? —interrumpió el general Von Greim— ¿La justicia de los vencedores?

Contestó Díaz—: General, estamos en un lugar de ignominia donde se han cometido actos que son criminales no solo ante la humanidad sino para las leyes alemanas. Los aliados no van a tolerar que los criminales queden impunes. Tampoco habrá farsas judiciales: le adelantamos que se mantendrá la política seguida hasta ahora, y en esos tribunales se aplicarán las leyes de los territorios donde se hayan cometido los delitos. Las potencias aliadas solo actuarán como supervisoras.

Los alemanes asintieron suavemente. Sabían lo que en realidad significaba: la legislación germana era draconiana.

—Punto séptimo —continuó el español—. El presente acuerdo es provisional, hasta que se convoque una conferencia de paz en la que participarán todas las potencias implicadas en el conflicto, y a cuyas decisiones Alemania se someterá. Hasta entonces serán las aliadas las máximas autoridades sobre Alemania.

Los germanos siguieron esperando.

—Punto octavo y final. El presente acuerdo entrará en vigor a las doce de la noche del día actual. Las autoridades alemanas harán los máximos esfuerzos para comunicarlo a sus subordinados tanto civiles como militares.

Goering siguió callado pero miró a Von Greim, que contestó.

—Esas condiciones son inasumibles.

El ministro Díaz dejó que fuese el general García Martín quien siguiese.

—Ustedes han sido derrotados y, como les hemos indicado antes, no tienen capacidad de negociar. Independientemente de lo que ustedes decidan, dentro de doce horas los ejércitos aliados procederán a ocupar el terreno que aun conservan el partido nazi. Los militares aliados no dispararán, y si en alguna región encuentran resistencia, la rodearán y la dejarán abandonada a su suerte. Dado que consideramos que el presente enfrentamiento, que comenzó con un acto de agresión del partido nazi sin previa declaración de guerra, es un conflicto ilegal, aquellos que en lo sucesivo presenten resistencia serán considerados criminales de guerra. Igualmente lo serán aquellos que a partir de este momento cometan más asesinatos. Todos, desde los generales hasta los últimos soldados, serán tratados como delincuentes y perseguidos la justicia.

—Están exigiendo la rendición incondicional —repuso Von Greim.

—Hemos prometido defender a los alemanes. Algo que su régimen no ha hecho. También van a ser repatriados los prisioneros. No se está exigiendo la destrucción de la economía de su país. Son términos mucho más favorables que los que obtuvieron en la anterior línea temporal.

Entonces fue el ministro Díaz el que tomó la palabra—: Señor Goering, los aliados no van a negociar. Ustedes deben aceptar estas condiciones o rechazarlas. La delegación aliada abandonará esta sala y volverá dentro de quince minutos.

Los aliados salieron, seguidos por uno de las cámaras: la televisión daría fe de la inexistencia de negociaciones secretas. Un cuarto de hora después volvieron a entrar. Goering siguió en silencio, pero fue Von Greim el que habló.

—Ja, wir akzeptieren.



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El NH90 recogió a los alemanes y los llevó de nuevo a Tempelhof: el acuerdo que había facilitado la reunión de Bergen-Belsen y la presencia de Goering incluía el compromiso aliado de permitir el regreso de las autoridades germanas. De nuevo los helicópteros fueron escoltados por una gran masa de aviones. Pero ya no cargaban armas (aunque sí otros aparatos que se mantuvieron alejados) sino contenedores con octavillas con la noticia de la paz. Los berlineses que aun no habían escuchado la noticia por las radios aliadas vieron los papeles con una mezcla de tristeza y de alivio.

Una el helicóptero se alejó, Goering se despidió de sus colaboradores. Ya poco tenía que hacer en Berlín, e iba a dejar a sus subordinados que retransmitiesen la mala nueva (dependiendo de cómo se mirase). Mientras, iba a intentar escapar. Con el pretexto de mantener la llama del nacional socialismo, pero los colaboradores de Goering no se engañaban: era un vividor al que nunca le había gustado arrostrar la responsabilidad de sus hechos. Además su inteligencia le permitía entender que Alemania ya no tenía oportunidades. Había ido a Bergen-Belsen pensando que podría negociar una salida, pero no había sido posible. Menos mal que previéndolo, durante los días previos había preparado una ruta de huida. No sería posible ni por el norte, donde Suecia había cerrado las fronteras y Finlandia había roto su alianza con Alemania, ni por el sur, porque tanto Italia como Suiza (esta última, amenazada por los aliados de un cierre de fronteras) eran hostiles. Pero aun tenía amigos en los Balcanes. En Budapest Horty no era de fiar: aunque se declaraba aliado de Alemania, seguramente le alegraría entregar a Goering a los aliados para así salvaguardar su propia cabeza. Pero la Luftwaffe aun operaba en algunos aeródromos en Hungría. En Miskolc le esperaba un Focke Wulf 200 Condor que aligerado y con un depósito adicional podía llegar a Irán, donde el Sah se declaraba aun como amigo de los alemanes. Tampoco se fiaba demasiado del monarca, pero sus agentes en Irán, a los que había enviado fondos ingentes, también habían preparado una salida. Goering desaparecería para vivir como un rico potentado en algún país árabe.

Para poder escapar, iba a dejar que fuesen sus subordinados los que controlasen lo poco que quedaba de Alemania. Aludió a su sentido del deber, prohibiéndoles que se suicidasen. Tras dejar como encargado al general Von Greim, montó en un coche oficial y se fue.

Tras quedarse solos, Sturm tomó aparte a Von Greim, que aun estaba anonadado.

—Vaya desfachatez. Los españoles nos han engañado —dijo cuando se recuperó.

—Robert —respondió Sturm—, si lo piensas, los aliados nos han ofrecido condiciones mejores que las que impusimos a los polacos, a los noruegos o a los holandeses. Y a ellos tampoco les permitimos negociar —repuso Sturm.

—Pero estamos hablando de Alemania. No de un paisucho de tres al cuarto.

—Robert, recuerda lo que hemos visto en ese maldito campo —Von Greim permaneció en silencio mientras Sturm seguía—. Esos malnacidos han dejado el nombre de Alemania por los suelos. Difícilmente podemos darle lecciones a nadie. Además lo de Bergen-Belsen no es el único horror. Los españoles me llevaron a ver ese y otros lugares de ignominia que han manchado a las armas alemanas. Sé que tú no tienes nada que ver con esas aberraciones. Por eso te pido que te unas a nosotros para reconstruir una Alemania digna, lejos de esos malnacidos de camisas pardas.

—Sturm, nunca hubiese pensado que fuese un traidor —dijo Von Greim, que había aparcado la familiaridad—. Jamás escucharé a un traidor.

—Robert, no pienses ni por un momento que puedo fallarle a Alemania. Si no me crees, podrás preguntarle a los camaradas que formaron en tribunal de honor que me autorizó a participar en esta misión. Los españoles nos presentaron pruebas de que se cierne sobre Alemania una catástrofe aun mayor. Más allá de Polonia, la Unión Soviética está reuniendo un ejército enorme que está preparado para caer sobre nuestra nación. Los españoles están dispuestos a luchar por nosotros, pero solo si les ayudamos y si nos sacudimos la basura nazi.

Von Greim, que seguía impresionado por las montañas de cadáveres que había visto, dijo que lo pensaría.

Mientras el coche de Goering llegó a Tegel, el otro campo de aviación de Berlín. Allí lo esperaba un pequeño avión: un Siebel Si 204 con librea civil e insignias de la Cruz Roja. Montó en el pequeño aparato que despegó con rumbo sudeste. Era el primer paso de la huida y tal vez el más peligroso. Por eso no podía perder tiempo. En Irán le esperaba la riqueza y el olvido.



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Esta entrada ya se había colgado,p ero es que se ha modificado. Gracias.

Cuando los alemanes descendieron del helicóptero fueron golpeados por el olor a muerte que flotaba sobre el campo.

Un oficial español los condujo hasta el barracón, y en su recorrido tuvieron que pasar junto a una enorme zanja llena de cuerpos, tan esqueléticos que no parecían humanos. Grupos de soldados alemanes, vigilados por españoles provistos de mascarillas, seguían llevando cadáveres a la gran fosa. Finalmente llegaron a una de las cabañas que hasta pocos días antes habían albergado a los “internos”, y que había sido desinsectada previamente. Aun así seguía viéndose lo rústico de su construcción, y en su interior solo había una mesa alargada, construida con tablones apenas desbastados, que estaba flanqueada a ambos lados por sillas desiguales de aspecto pobre. Unos operarios manejaban cámaras de grandes dimensiones.

Al mismo tiempo que los alemanes entraban lo hicieron por otra puerta los aliados, y se acomodaron en un lado de la mesa. En ella había varias banderitas que representaban a todos los países que habían declarado la guerra a Alemania, incluyendo los nuevos aliados hispanoamericanos. También se sentó Goering, cuya presencia se había exigido en la reunión. Se apropió de la silla que le pareció más cómoda e inició una diatriba contra los representantes aliados. Un lingüista tradujo sus palabras.

—El mariscal se siente insultado por el lugar en el que se va a celebrar la reunión.

El ministro Díaz le interrumpió.

—Los aliados hemos creído que la delegación alemana querría experimentar las comodidades con las que hasta hace apenas una semana han agasajado a los prisioneros. Si Bergen-Belsen era bueno para los judíos, también lo será para ustedes.

Goering hizo ademán de levantarse e irse. Pero los aliados permanecieron impasibles, y el alemán, que a pesar de su fatuidad era muy inteligente, comprendió que no tenía otra alternativa que sentarse. Por una parte, sabía que la guerra estaba perdida y que esta vez, contrariamente a la anterior línea temporal, no habría posibilidad de escapar por España o por Italia. Incluso las neutrales Suecia y Suiza habían cerrado sus fronteras. La única posibilidad de sobrevivir sería negociar algún acuerdo que le diese la posibilidad de huir. Por otra, la exhibición aérea española había sido una jugada que le había puesto en un compromiso. Medio Berlín, y a estas alturas gran parte de Alemania, sabía que se habían iniciado conversaciones con los aliados. Si estas se suspendían era probable que muchos alemanes se negasen a seguir empuñando las armas. Para confirmar su impresión el ministro Díaz le dirigió unas palabras, que también fueron traducidas.

—Señor Goering —todos notaron que no había usado su título militar ni tampoco lo reconocía como líder alemán—, le comunico que esta reunión está siendo grabada y se va a difundir por televisión y radio.

El alemán endureció aun más su expresión. Había caído en una encerrona en la que no habría lugar para trapicheos. Permaneció en silencio y fue otro de los delegados, el general Von Greim, el que preguntó por las condiciones que se les ofrecían.

—El partido nazi ha sido derrotado y no puede pedir condiciones —repuso Díaz—. Si estamos aquí es únicamente para que no se sigan perdiendo vidas por una causa perdida. Nos importan no solo las vidas de los aliados sino también los alemanes que ustedes han sacrificado con tanta alegría.

—No aceptaremos un diktat —dijo Von Greim.

—Señor Goering —dijo Díaz dirigiéndose al líder alemán—, no vamos a negociar. Les proponemos el siguiente acuerdo, que es innegociable. Solo podrán aceptarlo o rechazarlo —el español tomó un documento que empezó a leer.

—Punto primero. Las fuerzas armadas alemanas detendrán inmediatamente cualquier acción militar ofensiva o defensiva, y se pondrán a las órdenes de las potencias aliadas. En los territorios ocupados, entregarán sus armas a las autoridades locales, pudiendo conservar únicamente las necesarias para defenderse que serán, en principio, una décima parte de las armas de infantería, no pudiendo conservar ametralladoras, artillería u otro material pesado. En territorio alemán las unidades alemanas podrán conservar sus armas pero bajo control aliado.

Goering tragó saliva. Díaz siguió mientras el lingüista traducía.

—Punto segundo: los soldados alemanes en territorios ocupados serán considerados prisioneros de guerra. Las potencias aliadas se comprometen a facilitar su inmediata vuelta a Alemania. Solo se exceptuarán a los responsables de crímenes de guerra, que serán mantenidos en reclusión a la espera de juicio.

Los alemanes no se movieron. Este punto no les era del todo desfavorable: no se iba a emplear a los soldados germanos como mano de obra esclava.

—Punto tercero. Los aliados asumen el compromiso de defender al pueblo alemán, para el que podrán exigir la colaboración de todas las autoridades civiles y militares alemanas. Las autoridades alemanas, civiles y militares, pondrán a disposición de las potencias aliadas todos los recursos que Alemania conserve, tanto materiales como humanos, hasta que se negocie un acuerdo de paz definitivo.

La expresión de Von Greim mostró su discurso: significaba que Alemania se convertía en un satélite de los aliados, que podrían emplear sus fuerzas armadas como carne de cañón.

—Punto cuarto. No se realizarán destrucciones, ni en territorio alemán ni en el ocupado. Las fuerzas armadas alemanas protegerán las instalaciones civiles y militares, los almacenes de armas, municiones y materias primas, hasta que las autoridades aliadas se hagan cargo. Concretamente, deberán entregarse a los aliados toda la documentación y todas las instalaciones relacionadas con la investigación nuclear. Tampoco deben destruirse documentos de ningún tipo y los archivos deben ser protegidos hasta su entrega. De efectuarse cualquier tipo de destrucción tanto los que las ordenen como los que las realicen serán considerados criminales de guerra.

Los alemanes entendieron lo que significaba: no se podían destruir pruebas. Además, si en algún momento los responsables de crímenes habían pensado que entregándose a los españoles salvarían la vida (pues a pesar de la crisis España no había reinstaurado la pena de muerte), a estas alturas ya sabían que esa vía estaba cerrada. Tanto políticos como militares hispanos habían declarado que entregarían a los delincuentes a las autoridades locales, y era lo que habían hecho en Francia y Bélgica. También se había anunciado que si era preciso, los criminales permanecerían custodiados hasta que se constituyesen regímenes democráticos que pudiesen juzgarles. Lo que apuntaba directamente contra los nazis germanos.

También recordaron una de las últimas noticias llegadas de España: tras un áspero debate, las cámaras españolas habían reinstaurado la pena de muerte, pero únicamente para el genocidio y otros crímenes de lesa humanidad. Es decir, dirigida especialmente contra los nazis.

—Punto quinto —siguió el ministro—. El partido nazi queda disuelto y se prohíbe en lo sucesivo su reconstitución. Queda terminantemente prohibida la exhibición de símbolos nacional socialistas. Los ciudadanos alemanes no podrán conservar símbolos nazis, y deberán entregarlos a las autoridades civiles para su destrucción. Solo podrán conservar las condecoraciones por méritos de guerra, pero no podrán ser ostentadas en público. Se excluyen expresamente las distinciones concedidas por el partido nazi. —Era algo obvio que todos esperaban: no podría haber “tráfico de recuerdos” nazis.

—Punto sexto —prosiguió leyendo el ministro—. Se liberará inmediatamente a todos los prisioneros de guerra y a los presos políticos. Tanto las autoridades civiles como las militares harán los máximos esfuerzos para prestarles asistencia, dándoles prioridad sobre cualquier otra necesidad. Los responsables de crímenes o maltratos se entregarán a las autoridades civiles o militares, que los opondrán a disposición de los tribunales de justicia.

—¿Qué justicia? —interrumpió el general Von Greim— ¿La justicia de los vencedores?

Contestó Díaz—: General, estamos en un lugar de ignominia donde se han cometido actos que son criminales no solo ante la humanidad sino para las leyes alemanas. Los aliados no van a tolerar que los criminales queden impunes. Tampoco habrá farsas judiciales: le adelantamos que se mantendrá la política seguida hasta ahora, y en esos tribunales se aplicarán las leyes de los territorios donde se hayan cometido los delitos. Las potencias aliadas solo actuarán como supervisoras.

Los alemanes asintieron suavemente. Sabían lo que en realidad significaba: la legislación germana era draconiana.

—Punto séptimo —continuó el español—. El presente acuerdo es provisional, hasta que se convoque una conferencia de paz en la que participarán todas las potencias implicadas en el conflicto, y a cuyas decisiones Alemania se someterá. Hasta entonces serán las aliadas las máximas autoridades sobre Alemania.

Los germanos siguieron esperando.

—Punto octavo y final. El presente acuerdo entrará en vigor a las doce de la noche del día actual. Las autoridades alemanas harán los máximos esfuerzos para comunicarlo a sus subordinados tanto civiles como militares.

Goering siguió callado pero miró a Von Greim, que contestó.

—Esas condiciones son inasumibles.

El ministro Díaz dejó que fuese el general García Martín quien siguiese.

—Ustedes han sido derrotados y, como les hemos indicado antes, no tienen capacidad de negociar. Independientemente de lo que ustedes decidan, dentro de doce horas los ejércitos aliados procederán a ocupar el terreno que aun conservan el partido nazi. Los militares aliados no dispararán, y si en alguna región encuentran resistencia, la rodearán y la dejarán abandonada a su suerte. Dado que consideramos que el presente enfrentamiento, que comenzó con un acto de agresión del partido nazi sin previa declaración de guerra, es un conflicto ilegal, aquellos que en lo sucesivo presenten resistencia serán considerados criminales de guerra. Igualmente lo serán aquellos que a partir de este momento cometan más asesinatos. Todos, desde los generales hasta los últimos soldados, serán tratados como delincuentes y perseguidos la justicia.

—Están exigiendo la rendición incondicional —repuso Von Greim.

—Hemos prometido defender a los alemanes. Algo que su régimen no ha hecho. También van a ser repatriados los prisioneros. No se está exigiendo la destrucción de la economía de su país. Son términos mucho más favorables que los que obtuvieron en la anterior línea temporal.

Entonces fue el ministro Díaz el que tomó la palabra—: Señor Goering, los aliados no van a negociar. Ustedes deben aceptar estas condiciones o rechazarlas. La delegación aliada abandonará esta sala y volverá dentro de quince minutos.

Los aliados salieron, seguidos por uno de las cámaras: la televisión daría fe de la inexistencia de negociaciones secretas. Un cuarto de hora después volvieron a entrar. Goering siguió en silencio, pero fue Von Greim el que habló.

—Ja, wir akzeptieren.

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El NH90 recogió a los alemanes y los llevó de nuevo a Tempelhof: el acuerdo que había facilitado la reunión de Bergen-Belsen y la presencia de Goering incluía el compromiso aliado de permitir el regreso de las autoridades germanas. De nuevo los helicópteros fueron escoltados por una gran masa de aviones. Pero ya no cargaban armas (aunque sí otros aparatos que se mantuvieron alejados) sino contenedores con octavillas con la noticia de la paz. Los berlineses que aun no habían escuchado la noticia por las radios aliadas vieron los papeles con una mezcla de tristeza y de alivio.

Una el helicóptero se alejó, Goering se despidió de sus colaboradores. Ya poco tenía que hacer en Berlín, e iba a dejar a sus subordinados que retransmitiesen la mala nueva (dependiendo de cómo se mirase). Mientras, iba a intentar escapar. Con el pretexto de mantener la llama del nacional socialismo, pero los colaboradores de Goering no se engañaban: era un vividor al que nunca le había gustado arrostrar la responsabilidad de sus hechos. Además su inteligencia le permitía entender que Alemania ya no tenía oportunidades. Había ido a Bergen-Belsen pensando que podría negociar una salida, pero no había sido posible. Menos mal que previéndolo, durante los días previos había preparado una ruta de huida. No sería posible ni por el norte, donde Suecia había cerrado las fronteras y Finlandia había roto su alianza con Alemania, ni por el sur, porque tanto Italia como Suiza (esta última, amenazada por los aliados de un cierre de fronteras) eran hostiles. Pero aun tenía amigos en los Balcanes. En Budapest Horty no era de fiar: aunque se declaraba aliado de Alemania, seguramente le alegraría entregar a Goering a los aliados para así salvaguardar su propia cabeza. Pero la Luftwaffe aun operaba en algunos aeródromos en Hungría. En Miskolc le esperaba un Focke Wulf 200 Condor que aligerado y con un depósito adicional podía llegar a Irán, donde el Sah se declaraba aun como amigo de los alemanes. Tampoco se fiaba demasiado del monarca, pero sus agentes en Irán, a los que había enviado fondos ingentes, también habían preparado una salida. Goering desaparecería para vivir como un rico potentado en algún país árabe.

Para poder escapar, iba a dejar que fuesen sus subordinados los que controlasen lo poco que quedaba de Alemania. Aludió a su sentido del deber, prohibiéndoles que se suicidasen. Tras dejar como encargado al general Von Greim, montó en un coche oficial y se fue.

Tras quedarse solos, Sturm tomó aparte a Von Greim, que aun estaba anonadado.

—Vaya desfachatez. Los españoles nos han engañado —dijo cuando se recuperó.

—Robert —respondió Sturm—, si lo piensas, los aliados nos han ofrecido condiciones mejores que las que impusimos a los polacos, a los noruegos o a los holandeses. Y a ellos tampoco les permitimos negociar —repuso Sturm.

—Pero estamos hablando de Alemania. No de un paisucho de tres al cuarto.

—Robert, recuerda lo que hemos visto en ese maldito campo —Von Greim permaneció en silencio mientras Sturm seguía—. Esos malnacidos han dejado el nombre de Alemania por los suelos. Difícilmente podemos darle lecciones a nadie. Además lo de Bergen-Belsen no es el único horror. Los españoles me llevaron a ver ese y otros lugares de ignominia que han manchado a las armas alemanas. Sé que tú no tienes nada que ver con esas aberraciones. Por eso te pido que te unas a nosotros para reconstruir una Alemania digna, lejos de esos malnacidos de camisas pardas.

—Sturm, nunca hubiese pensado que fuese un traidor —dijo Von Greim, que había aparcado la familiaridad—. Jamás escucharé a un traidor.

—Robert, no pienses ni por un momento que puedo fallarle a Alemania. Si no me crees, podrás preguntarle a los camaradas que formaron en tribunal de honor que me autorizó a participar en esta misión. Los españoles nos presentaron pruebas de que se cierne sobre Alemania una catástrofe aun mayor. Más allá de Polonia, la Unión Soviética está reuniendo un ejército enorme que está preparado para caer sobre nuestra nación. Los españoles están dispuestos a luchar por nosotros, pero solo si les ayudamos y si nos sacudimos la basura nazi.

Von Greim, que seguía impresionado por las montañas de cadáveres que había visto, dijo que lo pensaría.

Mientras el coche de Goering llegó a Tegel, el otro campo de aviación de Berlín. Allí lo esperaba un pequeño avión: un Siebel Si 204 con librea civil e insignias de la Cruz Roja. Montó en el pequeño aparato que despegó con rumbo sudeste. Era el primer paso de la huida y tal vez el más peligroso. Por eso no podía perder tiempo. En Irán le esperaba la riqueza y el olvido.



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—Atalaya 3 a Dogo. Un pichón ha levantado el vuelo —dijo el controlador antes de enviar la posición del aparato detectado mediante el enlace de datos.

Los españoles tenían un sano temor era la desbandada de nazis. Era más que probable que intentasen escapar y si lo lograban, sobre todo si Goering lo conseguía, serían acusados de haber acordado su inmunidad. Por tanto, incluso antes de la firma de la rendición en Bergen-Belsen, se había organizado un sistema de vigilancia para atrapar a los fugitivos. Se esperaba que las siguientes horas serían críticas: las noticias de la capitulación harían que se desmoronase lo que quedaba de la Alemania nazi, y en el caos las ratas abandonarían Berlín como barco que se hunde. No tenían demasiados sitios a los que huir: tan solo había dos posibles vías de escape: hacia Noruega, para intentar embarcar en un submarino, o en dirección a los Balcanes.

La diplomacia aliada trabajaba para negarles cualquier refugio. En Europa, Suecia aunque seguía neutral había cerrado sus fronteras, pues si había colaborado con Alemania era solo por la amenaza militar, pues la invasión de Noruega había predispuesto los ánimos contra los alemanes. Suiza había sido un caso más complejo al ser un tradicional refugio. Pero la colaboración de los banqueros suizos con los nazis había puesto al país alpino en una situación espinosa. El Ministerio de Asuntos Exteriores español, pensando ya en la posguerra, quería acabar con el secreto bancario, que en la anterior línea temporal había hecho posible la corrupción, y facilitado las actividades clandestinas. Aprovechando la debacle alemana el embajador español en Berna presentó un ultimátum ante el consejo federal: si el país pretendía mantener sus prácticas bancarias, y si no colaboraba tanto en la persecución de los nazis como en la restitución de los bienes que habían robado, se enfrentaría a un cierre de fronteras. La decisión había sido unilateral, pues Inglaterra deseaba que el secreto bancario perviviese. Todos sabían los motivos de los británicos. Por una parte, más de un político había recibido sustanciosas primas que pensaba esconder en los Alpes. Por otra, la diplomacia inglesa apoyaba a regímenes autoritarios corruptos que favoreciesen los intereses ingleses, y los dictadores de esos países (en buena parte sudamericanos) necesitaban un lugar donde esconder sus mal ganadas riquezas. Sobre todo, el gobierno británico quería que siguiese siendo el centro de la economía sucia, y para eso se necesitaba una caja fuerte donde esconder los fondos. Con todo, los banqueros ingleses ya estaban pensando en crear instituciones que aprovechasen las particulares leyes de algunas islas inglesas, como la de Man, o las del Canal cuando la guarnición alemana se entregase; pero hasta entonces la permanencia del secreto suizo les venía de perlas. También servía para que nadie pudiese acusarles: querían hacer lo mismo que los suizos llevaban lustros practicando.

Pero los países partidarios de acabar con el secreto controlaban las fronteras suizas: Francia había visto desde siempre al país helvético como una sanguijuela, e Italia, deseosa de congraciarse con los españoles, haría lo que les dijesen. Respecto a la frontera con Alemania y Austria, iba a estar bajo control hispano. Además el embajador español sugirió que si Suiza no colaboraba sería considerada una aliada de los nazis, y apoyaría las demandas francesas e italianas de hacerse con los territorios en los que se hablaba su lengua. No era por tanto una amenaza vana, y el Consejo Federal helvético, deseando que Suiza dejase de ser foco de atención durante una temporada, cerró las fronteras.

En los Balcanes la situación era confusa. Los gobernantes autoritarios querían sobrevivir a los nazis o, al menos, lograr algún retiro dorado, y tampoco querían hacerse notar demasiado. Pero en sus países los alemanes aun tenían importantes contingentes militares por lo que podría ser una vía de escape para las ratas.

Habiendo hecho la diplomacia española todo lo posible, era tarea de los militares sellar las fugas. La primera había sido cerrar el Mar de Noruega: la Armada había enviado todo lo que flotaba, y apoyada por las marinas británica y francesa había hundido siete submarinos en los últimos cuatro días. Pero cerrar la ruta balcánica era más complejo.

Sobre Berlín y sus alrededores se había establecido un dispositivo de vigilancia. Tres TR.25 (CRJ 200 equipados con sistemas de observación) orbitaban permanentemente sobre la capital, volando a cotas suficientemente elevadas para no ser fácilmente visibles, pero que no dejasen delatoras estelas. Un TR.24E Atalaya controlaba permanentemente el espacio aéreo, y se habían destinado a la operación la mitad de los C.19C disponibles. Apoyados por los TK.27 (Airbus 330 modificados como cisternas) se mantenían al menos dos aviones en vuelo. La vigilancia se reforzó cuando el helicóptero que llevaba a Goering aterrizó en Tempelhof. Un TR.25 siguió al dictador y a los vehículos estacionados junto al aeropuerto.

Pudo verse un coche probablemente oficial (por su color y su tamaño) que salió de la terminal y se detuvo junto a la estación de Metro más cercana. Algo que se esperaba: no se contaba con poder seguir a Goering por la capital. Pero fue indicio de que la presa había salido de la madriguera. Se envió otro TR.24E, y también despegaron tres escuadrillas de cazas Halcón con configuración aire aire. Cuando apenas hora y media después el Atalaya detectó un despegue desde Tegel, se pensó que podía tratarse de Goering y se enviaron varios aviones contra él

El Siebel volaba lo más bajo posible, deslizándose entre las colinas. Era peligroso mantener una cota tan baja que el pasajero a veces veía las copas de los árboles más altas. Bastaría cualquier error, o algún cable telefónico no registrado en los mapas, para que la carrera de Goering acabase en una hoguera. Pero se temían las capacidades de los radares españoles, y correr ese riesgo era necesario para poder escapar.

Pero los alemanes no sabían que tanto el Atalaya como el C.19C del comandante Félix Marcos contaban con radares de pulsos Doppler, capaces de detectar blancos a muy baja cota como misiles de crucero o helicópteros. El TR.24E dirigió a dos interceptores hasta que localizaron al pequeño aparato. Quedaban más aviones en reserva, por si era un señuelo, pero ese avión no escaparía. Derribarlo hubiese sido fácil, pero se iba a intentar capturarlo. Por eso el comandante Marcos se mantuvo a cierta distancia mientras cuatro cazabombarderos Halcón, también guiados por el T.24E, se pusieron a la cola del aparato alemán.

—Reichsmarschall, tenemos compañía. Cazas españoles a las cinco.

—Es posible que no nos hayan visto. Intente pasar inadvertido ¿No puede volar más bajo?

—Reichsmarschall, se están poniendo a nuestras seis. Vienen a por nosotros y no podré evitarlos —el Si 204, ya de por sí de escasas prestaciones, estaba sobrecargado con el equipaje del dictador.

Un Halcón se puso al lado del Siebel y el piloto le hizo gestos con la mano. Luego le mostró un panel con unos números.

—Nos están indicando una frecuencia de radio.

—No conteste y evítelos.

Pero cuando la avioneta empezó a virar, otro de los aviones españoles lanzó una ráfaga que pasó cerca de la punta del ala. Goering supo que no conseguiría esquivar a los cazas españoles, más veloces y más ágiles. Dio la orden al piloto de aterrizar conde fuese. El piloto desplegó el tren de aterrizaje en cuanto vio un campo de cultivo, pero también fue la señal que necesitó otro español para disparar. Las trazadoras pasaron por debajo y casi alcanzaron al avión. El piloto del Siebel, instintivamente, recogió el tren y dio potencia, haciendo elevarse al aparato.

—Reichsmarschall, tengo que obedecerles.
El dictador intentó tomar los mandos, pero el auxiliar, que estaba pensando en su esposa y sus tres hijos, le mantuvo contra el asiento. El Siebel tomó altura y, siguiendo las indicaciones que le daban por radio, voló hasta un campo cercano a Magdeburgo. Allí los esperaba un blindado que apuntó al aparato con sus ametralladoras. Goering fue el último en descender, con las manos en alto.



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MONTGOMERY (ALABAMA)

Charles estaba contento, su ascenso en Coca Cola, pues la ampliación de las instalaciones había generado puestos de trabajo, le reportaba más ingresos. Y nuevos modelos de botella y latas salían al mercado, casi todos provenientes de diseños de la filial española tras los acuerdos sobre los modelos industriales y las patentes.

Se reía en pensar que lo suyo era sencillo, su hermano que era arquitécto se volvía loco con los nuevos estilos postmoderno, deconstructivismo, sostenible,... de los que se hablaba y que los españoles iban soltando poco a poco, y que suponía por ejemplo que el Congreso hubiera prohibido usar los asbestos por ser nocivos.

Aunque otras sustancias que eran nocivas como el tabaco no se iban a prohibir por la presión de sus lobbies, pero Charles como muchos otros habían dejado de fumar al conocer el peligro real que ahora se corría y que estaba generando una fuerte campaña para su restricción en lugares públicos.

En ese sentido era curioso que los estadounidenses empezaran a copiar modas españolas que según parecía eran en parte modas exportadas por los EE.UU. del siglo XXI, y tras una primera sorpresa las mujeres empezaban a imitar tanto en peinado como en vestido, y los jóvenes se adaptaban con rapidez a la nueva música.

Otras costumbres sociales chocaban más con la sociedad americana e incluso algunos libros y películas se estaban recibiendo con recelo. Ciertamente Titanic había sido un éxito, y su propia mujer había quedado embelesada por su historia de amor. Pero otras no estaban exentas de polémica sobre todo algunas películas sobre la guerra de civil, y le había sorprendido la discursión de un viejo veterano con un agitador al que delante de toda la ciudad le recalcó que le parecía más realista Cold Mountain o cualquier otra de esas películas del futuro que Lo que el Viento se Llevó, pues el no había tenido un maldito esclavo, y que los malditos terratenientes les habían hecho luchar por el Sur pero sin arriesgarse porque podían librarse de ir al frente.

Si, para Charles era curiosa esa inversión de valores, ese final del mito del Sur, de los Westerns Crepusculares que ahora se emitían, de ese Klan que parecía de chiste en una película sobre un pistolero negro.

Y todo ello generaba protestas, los negros estaban boicoteando algunos servicios que los discriminaban, los tribunales federales les daban la razón, y desde el resto del país y la capital parecían empeñados en no pasarles nada a los estados del Sur. Si iba a ser un año caliente este 1942.


Domper
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No fue a las doce de la noche sino a las seis de la mañana del primer día de abril de 1942 cuando las fuerzas aliadas se pusieron en marcha. Primero fueron patrullas en blindados que enarbolaban, como se había convenido, la bandera tricolor que había sido la enseña nacional de la república. Tras comprobar que no se ofrecía resistencia, las columnas se adentraron en Alemania. En esta línea temporal las localidades que atravesaban estaban prácticamente intactas, pues no se habían producido los bombardeos indiscriminados de al anterior línea temporal. Aun así las calles estaban desiertas, y las pocas veces que las patrullas encontraron unidades militares, habían depuesto las armas.

El avance empleó las autopistas que estaban en construcción cuando se inició la guerra y que desde entonces apenas habían sido empleadas. No fue tan rápido como hubiesen permitido los motores de los vehículos, pues se tenía encontrar trampas tendidas por fanáticos. Helicópteros y aviones sobrevolaban las rutas antes que los blindados las recorriesen. Aun así las autopistas, que evitaban las ciudades, permitían la progresión rápida, y a las once de la mañana un Piraña llamado España Cañí se detuvo frente al Reichstag. No acabó ahí el avance: otras columnas se dirigieron hacia Viena, Praga y Varsovia, las principales ciudades que aun controlaban los alemanes.

Pero el avance no fue solo por tierra. Una compañía de infantería de marina helitransportada liberó Oslo, y otra Copenhague. En las primeras veinticuatro horas, llegaron patrullas hasta los rincones más alejados: aun no era mediodía cuando un C-212 se posó en aeródromo de Devau, junto a Könisberg, y un C-295 en el campo de Mokotów, junto a Varsovia. En las horas siguientes aterrizaron aviones en Praga, Munich y Breslau. En Bergen y Trondheim fueron destructores de la marina noruega los que entraron en el puerto. En todos los casos de buques y aviones descendieron grupos de oficiales, acompañados por otros alemanes escogidos de los que se sabía que tenían ideas democráticas. Se hicieron con vehículos y se dirigieron al centro de las ciudades, para controlar tanto la administración civil como la militar.

A lo largo de los siguientes cinco días las patrullas motorizadas o transportadas en helicópteros recorrieron prácticamente todo lo que quedaba de Alemania. Los incidentes armados fueron escasos pero no ausentes. El peor se produjo el día tres en Elbing. El gauleiter de Danzing, Albert Foster había hecho correr el rumor según el cual Prusia Oriental y Pomerania iban a ser entregadas a Polonia y sus habitantes alemanes, expulsados cuando no asesinados; para apoyar sus afirmaciones tenía un opúsculo llevado por un desertor español que relataba la catástrofe humanitaria vivida por esas regiones en 1945. Foster consiguió reunir dos batallones del Volkssturm, que emboscaron a una patrulla montada en un VAMTAC. Murieron dos españoles y el teniente alemán que les acompañaba, y se remató a dos heridos, uno español y otro alemán. Los demás blindados se mantuvieron a distancia y mediante megáfonos y lanzando octavillas exigieron la rendición, dando un plazo de veinticuatro horas. Cuando no se produjo se dio otro plazo, esta vez de doce horas, para que la población civil evacuase la localidad, y posteriormente comenzó un intenso bombardeo aéreo y artillero. Lo que quedaba de la ciudad se rindió a la mañana siguiente. Los oficiales Los oficiales fueron detenidos y llevados a prisiones militares por haber violado el acuerdo de paz. Foster no fue encontrado: el napalm había hecho arder su puesto de mando hasta hacer los restos irreconocibles.

Con la llegada de las patrullas aliadas, más de un oficial alemán se llevó la sorpresa de su vida.



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Domper
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El oficial contemplaba el interior de la Nikolaikirche. Aunque fuese católico, no podía dejar de admirar el juego de luces que las vidrieras y las altas columnas creaban en el severo y al mismo tiempo magnífico interior del templo luterano.

—Piense que al menos podremos dejar este legado a los hijos de Alemania.

El general asintió. Sabía que en la anterior línea temporal la iglesia había sido arrasada, junto con el resto de Hamburgo, en una operación terrible en la que la RAF había asesinado a decenas de miles de hamburgueses. Pero en esta línea temporal la ciudad se había salvado y sus casas medievales seguían adornando el puerto.

—Usted sabe lo que pasó en 1943 en este lugar. Fueron los británicos los que lo arrasaron, pero también habrá escuchado el dicho de quien siembra vientos recoge tempestades, y Hitler cosechó el peor huracán de la historia.

El general permaneció en silencio mientras meditaba en lo ocurrido en los últimos meses. Apenas supo del salto temporal cuando un grupo de perros de la Gestapo, que ni militares eran, lo detuvieron y lo internaron en el campo de Dachau. Tardó meses en conocer las acusaciones: según parecía, en la anterior línea temporal se había visto implicado en una conspiración contra Hitler, y le habían obligado a suicidarse. Algunos desertores españoles habían llevado a Alemania una historia con lo sucedido antes de la Fractura, y el dictador alemán se había apresurado a ordenar la detención y muchas veces el asesinato de los conspiradores. Rommel sabía que no solo él había acabado en ese infernal campo: en otro barracón apenas habían conseguido sobrevivir su esposa, su hijo y su sobrina, y si se habían salvado era por la piedad demostrada por sus compañeras de reclusión.

La sorpresa fue cuando en enero, tras los desastres de Francia y Bélgica, se le había liberado. Le habían llevado al hotel Grünwald, donde se había reunido con su familia. Luego un sastre le había tomado medidas: sus antiguos uniformes le hubiesen colgado como pijamas. El ver a sus allegados y el disfrutar de algunas buenas comidas le había levantado el ánimo. Dos días después, ya con su nueva vestimenta, había viajado a Berlín. En tren y con frecuentes interrupciones pues muchos puentes habían sido destruidos, y porque nadie en su sano juicio volaba sorbe Alemania, a la vista de las estelas que dejaban los aviones cohete. Una vez en la capital el mismísimo Führer lo había recibido y se había disculpado por lo ocurrido: según le había dicho, se le había detenido porque la documentación llevada por los desertores le acusaba, pero una investigación a fondo había demostrado que se trataba de declaraciones falsas conseguidas por el excesivo celo de los interrogadores. Alemania necesitaba al mejor de sus soldados, y como minúscula compensación por lo sucedido, la familia Rommel iba a ser alojada en el lujoso hotel Adlón, y el general sería ascendido a generalleutnant. Con ese grado iba a mandar un cuerpo de ejércitos que se estaba reuniendo para combatir a los invasores de la patria.

Rommel no había respondido. Sabía que sus familiares iban a ser invitados y al mismo tiempo rehenes del dictador. Un dictador al que en otro momento había admirado, pero del que el año que había permanecido en Dachau le había enseñado la maldad que escondía. Habían sido algunos de esos subhombres que Hitler quería hacer desaparecer los que habían salvado a su hijo, reservándole parte de sus magras raciones, o ahorrándole los trabajos más pesados. Mientras Hitler aludía al deber con Alemania del general, el general pensaba que la mejor forma de servirla era liquidar al genocida con sus manos. Pero igual que en la anterior línea temporal se había suicidado por su familia, en esta lucharía por ellos. Además, si él no dirigía a los soldados, lo haría algún incompetente de camisa negra. Además, tras saber lo ocurrido con su patria en la anterior línea temporal, pensaba que tenía unas cuentas que saldar con los británicos.

En un par de acciones había tenido el placer de sorprender a las avanzadas británicas, en Osnabrück y en Oldenburg, rodeando a sus regimientos de vanguardia y causándoles muchas bajas. Casi todas, prisioneros, porque los soldados ingleses habían demostrado tener una moral asombrosamente baja, y ante la primera amenaza o escapaban, o se rendían: habían decidido que la guerra no iba con ellos y no querían perecer en una operación marginal lanzada para mayor gloria de Montgomery y Churchill.

Pero los bombardeos aéreos le habían dejado sin vehículos y, amenazado de cerco por el avance español, se había tenido que replegar. En Bremen había sabido de la muerte de Hitler, y en Hamburgo, de la capitulación. Pero el oficial español que se había reunido con él le había pedido —no exigido— que le acompañase a conocer la ciudad. Hablaba un buen alemán, según dijo porque sus padres habían emigrado a Alemania en los años sesenta, residiendo precisamente en Hamburgo.

—Yo era muy pequeño cuando volvimos a España, y apenas recuerdo nada de la ciudad. Pero he visto las fotos y no se parece en nada, como podrá imaginar.

—Comandante Enríquez, no me venga con monsergas. Sé que ustedes han destruido Pforzheim.

—Cierto. Pero ¿Sabe por qué? ¿Ha oído hablar de Fougères-sur-Bièvre?

—Supongo que será algún villorrio francés.

—Se equivoca. Ya no es sino “era” una aldea francesa. La división Das Reich de las SS lo arrasó como represalia por haber sido derrotada. Las SS sobre todo, pero también el ejército alemán, han dejado su honor en Francia y Bélgica. España no podía tolerar que se repitiesen semejantes atrocidades, y se escogió la desgraciada ciudad para mostrar lo que podría ocurrir en el resto de Alemania. Espero que quien le enseñó las fotos de las ruinas le dijese también que avisamos tres días antes para que la población fuese evacuada.

—El ejército alemán no ha cometido los crímenes a los que se refiere. Habrán sido los asesinos de camisas pardas.

—No voy a discutir con usted, pero si lo desea le presentaré más pruebas. Pero supongo que los dos coincidiremos en algo: todo esto es fruto de Hitler y su demoniaca ideología. A un antiguo interno de Dachau no será preciso decirle mucho más.

Rommel calló mientras el español seguía.

—General, hemos acabado con los nazis pero no con Alemania. Históricamente su patria y la mía han sido aliadas ¿Por qué querríamos destruirla? España quiere que Alemania renazca como una potencia democrática, y está dispuesta a prestarle todo su apoyo. Pero esa nueva Alemania necesitará un ejército ¿estará dispuesto a servir en él?



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Abril de 1942


La noticia había caído como una bomba en las redacciones, centradas como estaban en los grandes temas de interés informativo como el armisticio, la liberación de los países ocupados, la ocupación de Alemania y la finalización de las operaciones militares, las anodinas conversaciones diplomáticas para actualizar algunos convenios bilaterales habían pasado casi desapercibidas.

Y sin embargo ahora el alcance de aquellas negociaciones se descubría como una auténtica demostración por todo lo alto de la firmeza de la voluntad de España, o al menos de su gobierno, de aplicar y llevar a la práctica mediante el ejemplo la política de relaciones internacionales basada en el respeto a las leyes que pregonaba y que en muchas cancillerías se consideraba hasta entonces simple palabrería cínica e interesada, que sería convenientemente olvidada entre las bambalinas de la política internacional en función de los intereses coyunturales de cada momento.

Algunos analistas exaltados se atrevían a comparar, en su respectivo ámbito, el alcance de las repercusiones internacionales con los de una prueba nuclear atmosférica, puesto que, de múltiples maneras, argumentaban que el efecto internacional de semejante demostración de compromiso con los acuerdos suscritos y de respeto estricto a la legalidad del país solicitante por parte de la que, actualmente era vista como la primera superpotencia planetaria no sería menor a la hora de condicionar las relaciones internacionales a partir de entonces, por cuanto suponía una continuidad clara e inequívoca de la política seguida hasta entonces de entregar a los criminales capturados en Europa a la justicia de los países en los que habían cometido sus delitos de acuerdo a la legislación vigente en los mismos, como por la confirmación y el salto cuantitativo que suponía la entrega de ciudadanos Españoles a la justicia de un país extranjero, con el efecto multiplicador que suponía el que dichos ciudadanos formaban parte de las élites económicas y empresariales del España.

La detención y extradición a Uruguay de 41 altos directivos de algunas de las mayores empresas y conglomerados de España estaba desatando un verdadero terremoto de alcance mundial, pues nadie parecía haberse imaginado que el gobierno español estuviera dispuesto a extraditar al extranjero a ciudadanos con acceso a los círculos de poder y que en algunos de los casos estaban en disposición de capitanear algunos de los más poderosos grupos de presión del país, por muy vinculados que estos estuviesen en acciones ilegales contra otros estados. Había quedado claro que se equivocaban quienes creían lo contrario y las repercusiones iban a ser difíciles de calcular, pues en los delitos cometidos contra Uruguay por los que se extraditaba a esos nacionales españoles, estaban implicados también destacados ciudadanos de otros países.

Y no solo eso, pues incluso los propios métodos utilizados estaban en la picota, la actuación por medio de sociedades pantalla a través de países interpuestos, sistema derivado de los desarrollados en el siglo XIX en los Estados Unidos por las viejas compañías monopolísticas para mantener fraudulentamente sus posiciones privilegiadas por medio de empresas formalmente independientes... Si los españoles del siglo XXI conocían la sofisticación que el "apantallamiento" societario había alcanzado en su época, los ciudadanos norteamericanos de 1942 todavía tenían frescos los grandes procesos antimonopolio.

El mensaje estaba siendo captado también con suma atención en Europa, y si para los alemanes la noticia no hacía sino confirmar la firmeza de las advertencias que se les habían reiterado, potencias coloniales aliadas como Francia y Reino Unido intentaban sacar sus propias conclusiones... al mismo tiempo que autócratas como Horthy se interesaban por las leyes internacionales que al parecer estaban vigentes para los españoles en el momento de su FRACTURA y que "generosamente" estos habían hecho llegar mediante copias oficiales a muchas cancillerías mientras, en la URSS, la noticia solo aumentaba la preocupación ante la actitud española respecto a Polonia y las repúblicas bálticas.


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La prensa española, en los días posteriores a la extradición de los detenidos, rápidamente bautizados por la inventiva popular como la banda de "El Jefe y los 40 Cabro***", dedicó, junto a los temas de actualidad relativos a la guerra en Europa, amplios reportajes dedicados a la situación que el asunto planteaba y, sobre todo, gran cantidad de artículos relativos a la historia de latinoamérica tras la Segunda Guerra Mundial.

Así, se dedicaron amplios reportajes en prensa escrita, radio y televisión a asuntos que cobraban gran interés dada la situación destapada en Uruguay, así, temas como "La Escuela de las Américas", la "Operación Cóndor", los "Archivos del Terror", los "Vuelos de la Muerte", el "Batallón 601", el "Batallón 316", los "Escuadrones de la Muerte", la "Contra", las invasiones e intervenciones en países latinoamericanos y la proliferación durante décadas de gobiernos dictatoriales, los golpes de estado sangrientos como el de Chile, que incluía el asesinato de políticos actualmente en activo como Allende, los abusos del Banco Mundial y los "experimentos" económicos... etc, ocuparon gran parte de la actualidad informativa junto a la guerra europea.

Tal despliegue informativo se reprodujo en los medios internacionales, a remolque de los españoles, que encontraron un auténtico filón que atrapó a los lectores y oyentes de sus países, pero que provocó gran aprensión, sobre todo en la administración estadounidense, puesto que a pesar de ser hechos que no habían ocurrido todavía en "su tiempo", señalaban con el dedo a su país y a su ya larga tradición intervencionista en el que consideraban "Su Continente".

Evidentemente, la administración española no puso freno alguno a ese despliegue de los medios, pues en las semanas anteriores se estaba apreciando una falta de voluntad de colaboración cada vez más evidente en algunas administraciones estatales estadounidenses respecto a las investigaciones en curso en suelo norteamericano.

En las administraciones británica y francesa, siempre atentas a la actualidad de España, se analizaban también con gran atención hasta la última línea publicada.


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Astilleros Armón Vigo.
Mayo de 1942


Esa mañana se echaba al agua desde la grada cubierta el resultado de la primera fase de los siete últimos meses de trabajo en el proyecto, tal vez muy ambicioso pero iniciado con gran entusiasmo a partir de la concesión por parte del Ministerio de un 3% de las horas de trabajo adjudicadas a cada astillero para proyectos y desarrollos propios de utilidad potencial.

Y a ello se pusieron en cuanto la presión del primer año tras la Fractura comenzó a aflojar y permitió respirar por fin a unos departamentos de ingeniería que, en esos meses de altísima carga, se habían puesto en forma. De alguna manera, tras los primeros meses sopesando opciones en busca de proyectos en los que volcar ese capital, algunos departamentos técnicos de distintos astilleros y empresas auxiliares comenzaron a intercambiar impresiones y solicitudes de colaboración, lo que, a la postre, terminó por unirlos en el proyecto, puesto que por separado apenas tenían capacidad para realizar algún proyecto realmente productivo.

Así, los astilleros, Armón, Barreras, Vulcano, La Naval, Armada, Nodosa, Cardama, Freire, Rodman, Metalships..., acabaron sumando al proyecto a Exide-Tudor, a Guascor, Indar, Ingeteam, ABB, Carburos Metálicos, Air liquide, Kaeser, Jafer... y a toda la industria auxiliar del naval para intentar construir los prototipos de una serie de submarinos convencionales diesel-eléctricos, de construcción modular y coste moderado.

La oportunidad era evidente, el momento era propicio, no existían verdaderos submarinos más allá de los que poseía la Armada Española de la FRACTURA, y las conversiones al "estilo" GUPPY que los españoles habían realizado y entregado a los norteamericanos sobre los Balao, eran poco más que apaños que permitían convertir esos sumergibles en buques de transición.

Con toda probabilidad en pocos años comenzarían a producirse en varios países nuevos sumergibles y submarinos de cascos modernos hidrodinámicos e incluso en forma de lágrima, pero ahora mismo y durante un tiempo, salvo en España con la fabricación de los S-80, no se estaban construyendo verdaderos submarinos convencionales modernos en ningún lugar, salvo por las adaptaciones de los sumergibles proporcionadas por los norteamericanos y que estos estaban reproduciendo en sus astilleros, pero que estaban todavía muy por debajo de lo que podía construirse en los astilleros españoles, sin embargo, esa ventaja no sería eterna y este tren no pasaría dos veces, en el peor de los casos, la experiencia industrial que pudiera adquirirse sería invaluable.

Por ello, por una parte se imponía la lógica de aprovechar los recursos en un proyecto que pudiera ser útil a corto y medio plazo tanto a la Armada como a todo el sector naval e industrial español, pues aunque no se estuviesen dedicando más recursos por la carestía y la mayor necesidad de otros sistemas, era obvio que en el escenario de los años 40, se necesitaba un tipo de buque intermedio entre los sofisticados y carísimos S-80 y los sumergibles adaptados GUPPY, que pudiesen complementar y llegado el caso sustituir dignamente a los ya gastados S-70 y S-60, cuya copia directa no era recomendable al ser de diseños de patente francesa, además de proporcionar una opción de coste moderado exportable a países amigos en el futuro y que ayude a mantener las capacidades del sector naval civil en niveles capaces de continuar acometiendo proyectos de categoría militar.

Puesto que, aún uniendo a más de 60 empresas los recursos que podían emplearse no permitían grandes alegrías, los equipos de ingenieros navales lo tuvieron bastante claro desde muy pronto, no era necesario perder meses o años en complicados diseños y cálculos para desarrollar un casco en un remedo de reinvención de la rueda, puesto que los diseños basados directamente en los revolucionarios Tipo XXI alemanes de la línea temporal de la Fractura, como los Whiskey, Romeo y Foxtrot resultaron tan buenos que continuaron en primera línea durante décadas, decenas de submarinos clase Romeo, que eran prácticamente una copia con pocas modificaciones del Tipo XXI seguían en servicio en el momento de la Fractura, la verdadera madre del cordero iba a estar en la propulsión y la habitabilidad del buque.

Evidentemente no se disponía de ejemplares que examinar, pero no era necesario, se conocía lo suficiente de las características básicas del diseño como para poder reproducirlo, aprender de él y mejorarlo sin problema alguno, así que siete meses atrás, partiendo de un diseño inicial basado en las dimensiones y desplazamiento de los tipos XXI, Whiskey y Romeo se realizó y calculó rápidamente un diseño por secciones y los cascos resistentes de los prototipos comenzaron a ser construídos inmediatamente por las cilindradoras de Armón y Vulcano mientras los equipos de ingeniería se afanaban en diseñar y preparar los sistemas de propulsión y auxiliares.

CONTINUARÁ


Domper
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Error de hilo, lo siento



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Buenos Aires
Central de la Policía de Estado
Buenos Aires.

Samuel Díaz había sido, por fín, llamado a la sede policial argentina, se imaginaba que se le interrogaría para poner fin a la investigación del incidente, por incómodo que pudiera ser, llevaba semanas deseando que todo terminase, la espera en esa especie de arresto domiciliario al que estaba sometido era insoportable y deseaba pasar el trago lo antes posible.

- Pase, Teniente Díaz. - Indicó un cabo uniformado que que esperaba a los agentes que le acompañaban, franqueandole la puerta de un despacho -

Los agentes y el cabo que acababa de abrirle la puerta, la cerraron quedandose fuera, Díaz se sorprendió, sentados alrededor de una mesa estaban nada menos que el Presidente Ortíz, el Ministro de Interior Culaciati y el Ministro de Guerra Márquez.

- Tome asiento, Teniente. - Indicó el Presidente Ortíz.

- Exelencias, no podía imaginarme que fueran a interrogarme ustedes.

- No hay ninguna razón para interrogarle de nuevo, Teniente, ya ha hablado con sus colegas y sus informes son lo suficientemente detallados, no está aquí para eso. - Respondió el Ministro de Interior -

- Ya sabe que la jurisdicción sobre su caso pertenece a las autoridades de la República Argentina. - Indicó el presidente Ortíz -

- Sí, Excelencia.

- Pues debe saber ahora, que la investigación ha concluído. No se ha hallado causa alguna de sanción, su actuación y la de todos los hombres bajo su mando ha sido estimada como correcta, la desgracia ocurrida no ha tenido más culpables que el propio riesgo de un enfrentamiento contra una fuerza armada.

El presidente y sus ministros mantuvieron un incómodo silencio esperando la reacción de Díaz.

- Perdonenme, pero no estoy muy seguro de saber qué es lo que debo esperar de esa conclusión.

- Como sabe, la Guardia Civil Española le ha suspendido durante la investigación en reconocimiento a la soberanía y jurisdicción argentina, si se reincorporase a su cuerpo, según el reglamento estaría obligado a pasar por una nueva investigación. - Indicó el Ministro del Interior -

- Sí, lo se.

- Es por ello que le ofrecemos la integración, con carácter inmediato en la Gendarmería Nacional Argentina. - Indicó el Ministro de Guerra -

- No sé que decir. - Acertó a decir Díaz tras un silencio -

- Se integraría en la Gendarmería con el grado de Comandante, y estaría los primeros meses en comisión de servicio en la Policía para participar en el equipo asesor que debe crear la Policía Federal Argentina. - Indicó el Ministro de Guerra -

- No me malinterpreten, excelencias, pero no estoy seguro de que mis superiores acepten algo así.

- Comandante Díaz, - Dijo el Presidente Ortíz - sus superiores ya han dado el plácet, incluso le permitirán mantener su equipo destacado en Argentina e integrar a los agentes a la Gendarmería en comisión de servicio si lo desea, pero la decisión es suya.

- Necesito tiempo para pensar, excelencias, no es una decision fácil y me gustaría poder hablar con mis hombres también.

- Descanse unos días y reúnase con sus hombres, cuando esté listo comuníquelo a su oficial de enlace, deseamos contar con usted, Díaz.


APVid
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MINISTERIO DE EXTERIORES (MADRID).
...
-Pasemos ahora a la situación en el Asia Sudoriental.

-Bueno, señor secretario, con la finalización de la guerra en Europa los últimos informes indican que el Partido Nacional del Congreso le va a dar un ultimatum a los británicos; los sij, hindúes y musulmanes han acordado proclamar la República Federal del Indostán para 1942 y ya están elaborando una Constitución. Algunos como Chandra Bose han señalado que será por las buenas o por las malas.

-Y que piensan en Reino Unido.

-Están nerviosos, han trasladado parte de su flota al Índico alegando la situación de Japón, e intentan ofrecerles ser un Dominio, pero ya es tarde para eso. El problema es Churchill y los conservadores, quieren aferrarse a las colonias.

-Como era la frase que había dicho,...,: "No he llegado a primer ministro del rey para presidir la liquidación del Imperio Británico". Me temo que puede haber problemas en la zona si la cosa se enquista. Y ¿Vietnam?

-Indochina, bueno hemos recibido una delegación tailandesa, quieren que mediemos respecto a la guerra de 1941 con Francia; es un país acostumbrado a tratar de sobrevivir en estas situaciones, quizás podamos incitarles a reducir el papel de la corona, aunque su dictador será un inconveniente. En la Indochina francesa por ahora no se mueve nada, el movimiento nacionalista está dudando , sin un apoyo claro desde China aún no pueden alzarse en armas y convertirse dictaduras comunistas ha frenado a los nacionalistas moderados y a los líderes campesinos. Por otro lado los franceses tampoco están seguros y han insinuado retirar algunas unidades de la legión que trajeron a Europa para mandarlas allí.

Pero el problema es Japón.

-Si será un asunto grave. ¿como están actuando?

-Han replegado el grueso de las fuerzas en Indochina salvo las mínimas para asegurar las bases autorizadas por Vichy y los recursos que precisan, aunque indirectamente han sugerido que si hay problemas no podrían garantizar sus depósitos de armas y que estas caigan en manos de los nacionalistas. También se han retirado de varias posiciones en el sur de China para acortar sus líneas de comunicaciones y han entregado el control parcial al gobierno filojaponés de Nankin para que combata a los nacionalistas de Chiang.

-¿Han avanzado mucho?

-No lo parece, los trabajos en reactores, energía nuclear están muy atrás,... si bien han mejorado en armas de infantería con armamento anticarro y más ametralladoras, incluso sus prototipos de AK. Hay rumores de que están fortificando parte de sus islas territoriales, y han reclutado a coreanos y taiwaneses para el servicio activo.

-¿Y el resto de la zona?

-De Tibet no sabemos mucho, solo que sigue con su teocracia feudal, que a pesar de su buena propaganda en nuestra época realmente no era muy buena para el pueblo. En Indonesia todo en calma por ahora y lo mismo en Filipinas, si bien aquí crece cierto movimiento proindependentista.
Australia ha recibido con recelo nuestra recomendación sobre los indígenas australianos, siguen bastante reacios aunque varias asociaciones pro derechos civiles están presionando.

...


Domper
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LA FRACTURA

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Aunque estaba un tanto alejado de la actual zona de operaciones, el general García Martín había mantenido en Nancy la comandancia del Grupo de Ejércitos Europa. A fin de cuentas la ciudad francesa tenía ventajas: al estar lo suficientemente lejos de París y de Londres no había que aguantar las intromisiones constantes de ególatras como Churchill o De Gaulle, y las comunicaciones con España eran buenas. Además en las bases aéreas de la ciudad y de sus alrededores se seguía concentrando gran parte de la aviación táctica española.

El general conservaba las dos gorras. La de jefe de las fuerzas aliadas, papel ya menos importante una vez derrotado Hitler, y la de comandante de las fuerzas armadas españolas en Europa. Como tal había convocado la reunión extraoficial, para no tener que invitar a los oficiales de enlace aliados.

—El espectáculo debió ser de lo más interesante. Si algo lamento de mi puesto es perderme esos saraos —dijo García Martín.

—Tiene usted razón, mi general.

—Pero no se limite a asentir y cuénteme como fue el sainete.

—Pues más o menos lo que usted había previsto. La ocupación de Prusia Oriental fue coser y cantar, pues las unidades alemanas se pusieron a nuestras órdenes, y me parece que muchos de sus oficiales se quedaron más que satisfechos al saber que no solo no iban a ser disueltas, sino que podrían conservar sus armas.

—Menos mal. Si algo me temía era que se crease el caos en el oriente alemán. Sería la ocasión ideal para que se plantasen allí invitados indeseados.

—Ya puede decirlo, mi general. Por suerte lo miso ha pasado en Checoslovaquia. Los checos tienen muchas cualidades y una es saber olisquear de dónde viene el viento. Respecto a los eslovacos, se alegraron de sacudirse tanto el dominio germano como el checo y han proclamado la república.

—Mientras sigan manteniendo sus posiciones en el este, como si proclaman la primavera. Tan solo habrá que tener cuidado con los Sudetes. Nada de persecuciones contra alemanes. Tampoco es que le vea mucho futuro a la colonia germana después de significarse tanto, pero por ahora me parece crítico que se mantenga el control de la región. Luego, ya veremos.

—Desde luego, mi general. Más problema está siendo lo de Polonia. Los polacos les tienen ganas a los germanos y con razón, lo malo de tratar a la gente como si fuese basura es que después te lo agradecen a su modo. La cuestión es que Polonia es un caos. Los polacos se han lanzado a la caza del alemán y los soldados germanos se defienden como pueden.

—Eso tiene que terminar. Inmediatamente.

—Hacemos lo que podemos pero entenderá que es un problema difícil.

—Intente concentrar a las unidades alemanas en enclaves para luego evacuarlas, aunque sea abandonando su material, que no vendrá nada mal a nuestros queridos aliados de Varsovia —respondió García Martín—. Pero no me deje con las ganas. Cuénteme lo que pasó en la capital.

—Lo que nos esperábamos. Polonia tiene muchos novios y todos se han presentado con un ramito de flores. Los de Londres ya sabe, siguen a la greña con su ficción de gobierno democrático, que no es sino un grupo de facciones que en su día apoyaron al dictador Pilsudski. Raczkiewicz sigue llamándose a sí mismo presidente, pero se lleva a matar con Sikorski que ya le ha intentado montar un golpe de estado.

—El primer acto de la comedia.

—Y usted que lo diga, mi general. Imagine el espectáculo, con una compañía de lanceros, pero todos a pie porque los ingleses no les han dado ni bicicletas, queriendo tomar la embajada, y un par de bobbies diciéndoles que de qué van, que les enseñen los documentos y que la calle está cerrada, señores. Al final cada facción ha decidido salir hacia Varsovia por su cuenta. A Raczkiewicz le apoya Churchill que le ha prestado un DC-4 precioso que le habían entregado los primos de Washington, pero Sikorski no se ha quedado corto y ha echado mano de un Stirling de una escuadrilla polaca. La idea era llegar a Varsovia los primeros para luego recibir a los demás, a ser posible con grilletes. Pero la fiesta tenía más invitados, y al mismo tiempo que llegaban el DC-4 y el Stirling, se presentaba un Lisunov, ya sabe, una copia rusa del DC-3, que llevaba a representantes del Comité Polaco de Liberación Nacional.

—Que los prosoviéticos se llamen a sí mismo liberadores tiene su guasa.

—Sí, pero cualquiera se lo dice.

—Ya tiene razón, a esos comunistones no les sobra sentido del humor —dijo el general.

—La cuestión es que fueron llegando las delegaciones, aterrizando sin pedir permiso, como Pedro por su casa, y ha sido bajar del avión y empezar a dar órdenes a gritos. Lo malo era que llegaban tarde. Les esperaban los hombres de Maczek, que muy educadamente los han conducido a las residencias que habían preparado, diciéndoles que su legitimidad era más o menos tan valiosa como un billete de tres złoty. Osóbka-Morawski, el comunista, es el que más ha protestado, diciendo que era el garante de la soberanía popular. Los otros se han callado pero no sé si es porque se resignan o si están tramando algo.

—Como si cantan misa —dijo García Martin—. Menos mal que nos lo imaginamos —la liberación de Varsovia por unidades polacas encuadradas con los españoles se había preparado incluso antes de la muerte de Hitler, e inmediatamente tras la capitulación alemana se había iniciado un puente aéreo. Ahora Varsovia estaba ocupada por los paracaidistas Sosabowski, acompañados por la Almogávares por si precisaban mayores argumentos. Polonia se iba a librar de medio siglo de sometimiento.



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Domper
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La escuadrilla de cazabombarderos Alfanje había sido trasladada a la base aérea de Świdnik, junto a Lublin. Santamaría no podía menos que pensar en cuántas cosas habían cambiado en poco más de un año. Cuando se había reincorporado al Ejército del Aire, este apenas podía mantener en vuelo los EF-18 y Typhoon, y había tenido que construir a toda prisa los Chirris, es decir, los cazabombarderos Halcón, más propios del siglo anterior que del XXI. Aunque a fin de cuentas, habían vuelto al XX ¿no era así? Lo malo de semejante baile es que nadie se ponía de acuerdo con los cumpleaños.

El año anterior sobraban pilotos. Había varios para cazabombardero, pero faltaban piezas, y tras las primeras batallas habían tenido que ser los Chirris, los Aviojet —que como cazabombarderos no gustaban a nadie— y un puñado de F-5 los que habían tenido que llevar el peso de las operaciones. Más los aviones de transporte convertidos, que habían realizado un papel bastante bueno en operaciones estratégicas e incluso tácticas. Pero todo había cambiado. La operatividad de los EF-18 y de los Typhoon era ínfima, y solo quedaban unos pocos aviones en vuelo; el resto había sido almacenados a la espera de tiempos mejores que probablemente no llegasen nunca. Pero los Flecha, los aviones basados en el sufrido Northrop F-5, habían tomado el relevo. En las bases aéreas se estacionaban decenas de flamantes C.19A y B, y cada vez se veían más C.19C e incluso algún C.19D. En Varsovia el capitán había visto un par, que estaban aparcados en un rincón; según rumores tenían capacidad nuclear. El número producido era un secreto militar, pero Radio Macuto hablaba de trescientos Flecha A, y más de un centenar de Flecha C. Los Aviojet ya habían sido retirados, pero a cambio se tenía buen número de Gladio y unos cuantos Alfanje como el de Santamaría. Con tanto reactor ahora faltaban pilotos y, aunque el programa de entrenamiento iba a toda marcha —empleando obsoletos Texán y algunos Aviojet, se esperaba que con la vuelta de los C-101 a las escuelas hubiese menos alumnos que fracasasen— había sido necesario incorporar a las unidades gran número de voluntarios tanto europeos como hispanoamericanos. Ahora en Świdnik estaba el grupo Teniente Contreras, con pilotos chilenos, argentinos —que se zurraban unos a otros día sí y día también en la cantina—, venezolanos y un par de cubanos. Santamaría, que había participado en indirectamente en el bautizo del grupo —aun le escocía la reprimenda y si no llega a ser por lo de Himmler ahora estaría pilotando escobas—, los veía con simpatía, aunque rezaba porque tuviesen tiempo para aprender un poco mejor los trucos del oficio.

El papel de los Halcones, de precisarse, sería el de siempre: la labranza, es decir, sembrar de bombas los campos de la pobre Europa. Apoyados por los Alfanje que tenían que proporcionarles cobertura. Santamaría imaginaba lo que tenía que ser volar esos ágiles cazas contra los Yakovlev y Lavokhin; por lo que decía el oficial de información, los de enfrente aun seguían con esos trastos y se estaban volviendo locos para conseguir que sus motores funcionasen medianamente bien. La misión original de sus aviones, el apoyo táctico, tendría que esperar a que hubiese más, aunque a cambio realizarían misiones de interdicción de largo alcance contra objetivos de gran valor, complementando a los aviones de línea —linebomber empezaban a llamarlos— y a los Flecha B y D.

Pero por ahora el paisaje estaba bastante calmado y los ruskis seguían en su casa, poniéndose morados de patatas y vodka o de lo que fuese. Pero eso no significaba que la escuadrilla pudiese dedicarse a la vagancia, porque mientras no hubiese tiros a los Alfanje les había caído otra: les habían colocado un contenedor y estaban haciendo misiones de reconocimiento táctico, penetrando en el espacio aéreo soviético a baja cota. Santamaría pensaba que los CR.19A lo harían mucho mejor, pero nanay. El argumento era que había que probar los contenedores pues la marina quería saber si se apañaría con los cazabombarderos o si necesitaría una versión especializada para el reconocimiento. Así que tocaba jugarse el pellejo volando a pocos cientos de metros, mientras los vecinos, lógicamente molestos, les tiraban hasta las cisternas de los inodoros. Y eso que se suponía que estaban en paz. Algo de lo que dudar viendo las “carreteras” (por llamarlo de alguna manera) que convergían en la frontera. Los aviones de la escuadrilla habían fotografiado larguísimas columnas de tanques y camiones. Incluyendo un buen número de T-34 y de KV-3, un engendro que venía a ser un chasis de KV alargado con un larguísimo cañón de 107 mm; lento, pero peligroso incluso para un tanque Lince. Ya se sabe que a los ruskis se les dan mejor los cañones que la mantequilla.

La última misión había tenido su punto de emoción. A priori la única dificultad que tenía era el alcance que les obligaría a repostar en vuelo. Luego debían sobrevolar los alrededores de Minsk que, además de ser la capital de Bielorrusia, era un gran nudo ferroviario. Por tanto, fuertemente defendido: por eso debían volar a seis mil quinientos pies: lejos del alcance de las ametralladoras antiaéreas, pero tan bajo que resultaba imposible ser seguidos por los cañones pesados. Esa altura, en las operaciones contra Alemania, se había revelado segura. El único problema era que obligaba a volar bajo y podían ser sorprendidos desde arriba; pero poco miedo daban los Yak o los MiG, que a lo sumo alcanzaban la velocidad de los Alfanje. Tenían órdenes estrictas de no disparar ni para defenderse y por eso no llevaban misiles, aunque sí la munición para los cañones; que los ruskis tenían que ser como hermanos, pero nada se dijo de hacer el primo.

La primera broma del día vino con el parte meteorológico. Había una capa de nubes entre los seis mil y los veinte mil pies. No era malo: podrían volar tan ricamente por encima de las nubes y luego, cuando tocase hacer la pasada, atravesarlas y pasar tocando las panzas de los nubarrones; así nadie podría sorprenderles desde arriba. Suponiendo que los meteos anduviesen fino, que ya era mucho suponer, pues seguían sin satélites y los aviones de reconocimiento meteorológico, aunque hacían lo que podían, no eran lo mismo.

Los Alfanje habían despegado de Świdnik —Santamaría no entendía como era que los polacos no se tragasen la lengua intentando pronunciar esos palabros— y tras subir a veintisiete mil pies habían repostado de un Airbus 330 (TK.27 para los amigos). Una vez rebosando keroseno, tiraron hacia el oeste. Por encima de las nubes, que brillaban al sol, el cielo estaba vacío, pero de vez en cuando se veían torres de nubes que indicaban que había fuertes corrientes ascendentes y que los de debajo estaban disfrutando de una buena ducha. Así hasta la vertical de Minsk, o donde se suponía que estuviese. Los aviones se separaron y se metieron en la capa blanca —al principio, luego gris— y empezaron a sacudirse. Llegaron a los seis mil pies pero seguía sin verse un pimiento. El capitán Entrena, que lideraba la misión —volaban el capitán y Santamaría— le había informado:

—Si no salimos de este puré a los tres mil pies nos volvemos.

Pero justo a los cuatro mil se hizo la luz… o lo que fuese, que caía agua a mares. Al menos había bastante visibilidad, aunque de vez en cuando encontraban desplomes —es decir, zonas en las que ya no es que lloviese sino que diluviaba— en los que no se veía ni para jurar. Pero los trastos de navegación andaban finos y encontraron la ciudad y por tanto, a la derecha tenía que estar el objetivo.

—Perico, yo voy a bajar. Tú cuídame el trasero.

—Descuida Miguel, pero no te la juegues.

Mientras el Alfanje de Entrena seguía descendiendo, Santamaría se mantuvo rozando la capa de nubes para que nadie pudiese caerle desde lo alto. Entrena iba mil quinientos metros por delante, algo a la derecha y seiscientos pies por debajo. Entrena vigilaba las posibles posiciones de la antiaérea, y Santamaría los moscones. Le había parecido ver algo a la derecha.

—Ruskis a las tres y abajo.

Una formación de cuatro aviones formando una uve, a tres mil metros de distancia. Nada amenazante; lástima de tener instrucciones estrictas de ser educados porque serían como patos sentados. Entonces Santamaría vio un destello.

—¡Miguel, rompe a la derecha!

Reaccionando instintivamente Miguel Entrena había tirado de los mandos y dado gases a tope, encendiendo los posquemadores. El ágil aparato saltó en el aire y viró y se elevó a la vez, esquivando un chorro de trazadoras disparado por un pequeño avión con forma de torpedo. El capitán supuso que esa cosa era mucho más interesante que nada que hubiese haber cerca de Minsk, y se lanzó contra el minúsculo aparato, que seguía encelado con el avión de Entrena. Vanamente porque el Alfanje, ascendiendo a toda potencia, se perdió en las nubes. Mientras Santamaría, picando, pudo ponerse a sus seis y abajo sin que el ruski se enterase. Hubiese podido derribarlo —jugándose la carrera— pero en su lugar, le había hecho unas cuantas fotos con una camarita digital que el capitán llevaba en plan safari fotográfico. Luego había roto y se había elevado para reunirse con Entrena más arriba de las nubes. Lo malo era que el breve encuentro les había hecho gastar una porrada de combustible.

—Perico, voy justo de fuel. Vámonos p’a casa.

Los dos aparatos habían vuelto hacia el oeste hasta encontrar al TK.27 y luego aterrizar en Świdnik. Las fotos tomadas por Santamaría habían sido analizadas y al día siguiente el oficial de inteligencia informó a la escuadrilla.

—Ya sabíais que los ruskis nos ven venir. Han debido montar una red de observadores con teléfonos, pero solo les sirve con buen tiempo. Sin embargo también nos detectan cuando hace malo. Eso significa radar, y un A319I lo ha confirmado, pues ha detectado emisiones similares a las de los Würzburg alemanes. Unos trastos fáciles de cegar y aun más de destruir, pero significa que los nazis culminaron sus desmanes pasándoles su tecnología a los ruskis. Lo de ayer resulta aun más preocupante. Según las fotos de Perico —al capitán Pedro Santamaría nunca le había gustado el apodo, pero estaba condenado a ostentarlo hasta el fin de su carrera— es un avión cohete. En la anterior línea temporal los rusos probaron un avioncito que resultó muy problemático, pero lo han debido perfeccionar. Miren.

El oficial mostró las imágenes. Unas eran dibujos en color, procedentes de kits de modelismo, que muchas veces son tremendamente fieles. Las otras, las fotografías del día anterior. El aparato era parecido: un fuselaje que parecía un torpedo, con una cabina convencional; en las fotos de Santamaría se veía más adelantada y aplanada y probablemente resultaba más aerodinámica. Pero las principales diferencias estaban en los planos: las alas eran más cortas, de planta rectangular y de escaso alargamiento; los de cola eran ahusados.

—En la anterior línea temporal, los ingenieros Berezniak e Isayev desarrollaron el BI, que era un aparatito delicioso que por ejemplo tenía la manía de salpicar con ácido nítrico a los mecánicos. Mejor todavía era que aunque corría que se las pelaba, se veía afectado por el fenómeno de compresibilidad siendo inestable a velocidades transónicas, vamos, que un piloto de pruebas perdió el control y se estampó, y decidieron dejar el avión cohete para otro día. Pero este aparato, aunque parece derivado del BI, tiene ala y planos de cola de aspecto moderno. Otro detalle es que el fuselaje es más grueso, y la tobera del cohete algo mayor; creemos que debe llevar un Walter de origen alemán. Además ya habéis escuchado a Entrena y Santamaría y parece que el avioncito no vuela mal del todo. No sabemos sus características pero podemos suponer que serán como poco las del Messerschmitt 163, es decir, que pueda alcanzar velocidad transónica y mantenerla unos minutos. Estará armado suponemos que con cañones del veinte; cuidado porque a los ruskis lo de los cañones se les da bien. No sabemos si esos trastos podrán alcanzar las cotas de los linebomber, pero van a ser una seria amenaza para los cazabombarderos. Imaginen que ese bicho es como un misil tripulado, de corto alcance pero letal. No descarten que busquen choques premeditados: en la anterior línea temporal los rusos emplearon esa táctica, que llamaron “taran”. En resumen, que tengan cuidado ahí fuera.



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