LA FRACTURA

La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
cornes
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Mensaje por cornes »

Londres

- Coinciden perfectamente, señor, nuestras pruebas metalúrgicas con las armas y municiones de muestra entregadas por los españoles se corresponden con gran exactitud con las características de algunos lotes y muestras recibidos de los Estados Unidos. Y coinciden exactamente con las que nosotros mismos habíamos incautado en las Falklands, no hay duda alguna.

- ¿Coinciden exactamente con los resultados que aportan los españoles?.

- Digamos que podemos aproximar conclusiones, Mr Churchill, nosotros no podemos hacer las pruebas de los españoles, parte de sus resultados parecen obtenidos mediante mágia para nosotros, muchos de los resultados que aportan resultan de pruebas a nivel atómico, incluso con recuentos de proporciones de isótopos específicos de elementos en la composición atómica del material, e incluso análisis a escala atómica de su estructura.

- ¿Nosotros no podemos reproducir esas pruebas?.

- Primer Ministro, estamos muy lejos siquiera de comprender los fundamentos teóricos de los instrumentos y procedimientos que utilizan para poder "ver" los elementos a escala atómica.

- Bien, no importa. Podemos concluír, sin embargo, que los materiales han sido fabricados con casi total seguridad en los Estados Unidos y Canadá y que la información que los españoles nos proporcionan es fidedigna, al menos en ese aspecto, ¿no es así?.

- Así es, señor Primer Ministro.

- Bien, pues no querría estar en las ruedas de mi buen amigo Teddy en este momento.


Washington
Departamento de estado

- El presidente está muy disgustado.

- Es normal, y creame, la cosa se complicará más.

- ¿Puede enredarse más?.

- ¡Oh si!, precisamente debo mostrarle este cable, los británicos se interesan por nuestra producción de estos dos tipos de armas...

- Pues sí que estamos bien, fabricantes, calibres y números de serie, así que las han incautado en "Suelo Británico".

- Eso dicen, sí.

- ¿Hasta donde llegará esto, Harry?.


- No lo sé, señor Hull, pero nunca hemos querido prestar mucha atención a las actividades de nuestros hombres de negocios en América, hay quien cree que es nuestra administración la responsable última.

- Vamos a estar muy ocupados, eso seguro.


Domper
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Mensaje por Domper »


Un día reunieron a la escuadrilla de Santamaría para una operación especial. El régimen nazi parecía que, por fin, se estaba descomponiendo, y cada gerifalte quería hacerse con unas migajas de poder. En el caos resultó que Bohemia, es decir, Chequia, era uno de los pocos reductos que aun no se habían sumido en la anarquía. Desde allí el gobernante alemán, el repugnante Reinhard Heydrich, trataba de hacerse con el control de Baviera. Contrariamente a Hitler, Heydrich había preferido no esconderse en un túnel dónde podía ser cazado como una rata. Al contrario, había mantenido su residencia en el precioso castillo de Praga, pensando que los españoles no se atreverían a destruirlo.

Acabar con Heydrich bien valía una buena bomba aunque hubiese que reconstruir algún monumento; pero al mando le repugnaba bombardear Praga, una joya arquitectónica que en la anterior línea temporal se había librado por poco de la destrucción. Eso no quiere decir que Heydrich se fuese a librar, pues se tenía mucha información sobre las costumbres del personaje: por una parte, había guías turísticas del castillo en las que se decía cuál era el aposento que había empleado en la anterior línea temporal. Por otra, un sirviente del castillo había confirmado a la resistencia checa que Heydrich seguía empleando el mismo despacho. Se podía intentar un ataque que causase daños aceptables en el castillo.

Para preparar la operación se había infiltrado un equipo en Praga. Los checos habían buscado un alojamiento en una colina desde la que se dominaba el casco antiguo y se podían ver las ventanas del despacho; el equipo llegó con un potente telescopio y con un iluminador láser. Cuando se confirmase que Heydrich estaba allí, los Alfanje acabarían con él con misiles Tordo.

A Ramírez le preocupó el empleo de esos misiles. Se había enamorado de la ciudad tras visitarla poco antes de la Fractura, y temía los efectos que pudieran tener los 120 kg de explosivo de su cabeza. Pero se le dijo que para esa misión iban a emplear una versión del Tordo 2 con cabeza de combate reducida, con cabeza de combate de solo 20 kg, diseñada para evitar “daños colaterales”: se esperaba que su explosión hiciese un buen agujero en la fachada y no dejase un cristal sano en todo el palacio; pero no lo demolería.
Los cuatro Alfanje salieron al amanecer con destino a Praga. Dos de ellos llevaban dos misiles cada uno y depósitos adicionales, y los otros dos estaban armados con bombas guiadas de 250 kg, por si se presentaba algún blanco de oportunidad sustancioso o por si se localizaba a Heydrich en otro lugar. Una pareja de C.19C (que también se estaban probando en combate) espantaría a cualquier loco de la Luftwaffe, y el circo se completaba con un TK.27 (un A330 de reabastecimiento), un radar aéreo T.24E y un T.24I que actuaría como puesto de mando volante.

Tras repostar los aviones se acercaron a Praga, aunque manteniéndose a varias decenas de kilómetros de la ciudad, distancia suficiente para que no se les pudiese ver ni escuchar. El T.24I contactó con el equipo de tierra, pero este indicó que no se había confirmado la presencia de Heydrich. Los aviones se mantuvieron en vuelo durante cuatro horas, repostando varias veces, hasta que se anuló la misión. Al día siguiente se volvió a intentar y también resultó un fracaso. Luego el mal tiempo obligó a retrasar cuatro días el siguiente intento.

Era la tercera vez que Santamaría volvía sobre Chequia. Desde seis mil metros de altura, suficiente para que resultase difícil ver los aviones pero no tanto que se creasen estelas de condensación, el capitán no podía apreciar que en Praga hacía una mañana primaveral. En el castillo se escuchaban los cantos de los pájaros y Heydrich abrió la ventana para disfrutarlos: hasta los peores nazis sabía disfrutar de los placeres sencillos.
Desde el observatorio situado a tres kilómetros, un español vigilaba continuamente; para facilitar la guardia tenía una Tablet conectada al potente telescopio. Pudo ver que las ventanas se abrían y que tras ellas había alguien con uniforme negro. Capturó la imagen y la amplió.
—Altura a Pico uno, tenemos confirmación, el objetivo está a la vista. Ataquen.
El láser apuntó al alféizar bajo la ventana del nazi. Fue Entrena Klett, el líder del vuelo, el primero en atacar. El avión se acercó hacia Praga hasta que el receptor en el misil captó el reflejo del láser, y entonces Entrena disparó. El arma voló a velocidad supersónica hacia el castillo. Pero justo entonces un joven resistente, entusiasmado con la idea de acabar con el nazi, palmeó el hombro del español que manejaba el iluminador, diciendo:

— Jak dobře budete zabíjet prase (Qué bien que vais a matar al cerdo).

La palmada la dio con fuerza e involuntariamente el operador golpeó el trípode. El rayo láser se desvió, y para evitar que el misil causase daños, hubo que cerrar el diafragma del láser. Al no recibir la señal el Tordo se autodestruyó. Mientras el sonido volaba hacia el despacho, el iluminador volvió a iluminar el alféizar. Ahora o nunca.
—Altura a Pico dos, es su turno.
Heydrich oyó la lejana explosión y, sin pensarlo, se acercó a la ventana. Un ayudante corrió hacia él para ponerlo a resguardo, pero el nazi ya estaba encandilado, mirando un punto blanco que se acercaba. El ayudante saltó sobre él para tirarlo al suelo donde el grueso muro le resguardase. Décimas de segundos después la carga hueca estalló al otro lado de la pared, y un chorro de gas y metal al rojo atravesó la pared de ladrillo y luego los dos cuerpos. Luego los escombros salieron proyectados barriendo la dependencia, que ardió furiosamente. Más adelante solo se encontró de Heydrich la insignia del partido, retorcida y medio fundida.



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Domper
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Mensaje por Domper »


—Jilguero a Dorada, estoy en territorio indio— se informó desde el BR.28B al entrar en espacio aéreo hostil.

No es que realmente lo fuese. No había estado de guerra entre España y la Unión Soviética, e incluso había llegado a Madrid un encargado de negocios ruso. Vigilado muy de cerca, pues no se olvidaba cual había sido la principal misión de los “diplomáticos” soviéticos en la anterior línea temporal. Pero al menos existía un canal abierto con el que comunicarse con Moscú.

Pero ambas partes sabían que eran enemigas. Para los españoles, la Unión Soviética era uno de los estados totalitarios que habían convertido el siglo XX en el más sangriento de la historia humana, y que había puesto al mundo al borde de la aniquilación. En Moscú se sabía que en la anterior línea temporal la Unión Soviética había fracasado y el imperio había quedado disuelto ante la pujanza de la economía libre, y la España llegada desde el futuro era como las letras escritas en la pared.

Para el presidente Samitier, además, acabar con la Unión Soviética era prioritario. Era una persona formada por lo que no se creía la propaganda de los medios de la derecha más rancia, según la cual la URSS era el anticristo, ni tampoco a los ultraliberales cuando acusaban a los rusos hasta del mal tiempo. Pero Samitier estaba convencido de que sin la anuencia de la Unión Soviética, Hitler no hubiese atacado a los polacos, o al menos, se lo hubiese pensado. También pensaba que había sido la política estaliniana la que en la anterior línea temporal había iniciado la Guerra Fría que por poco no había llegado a ser abrasadora.

Así pues una de las primeras medidas de Samitier había sido ordenar la muerte de Stalin. Defender tal medida no había sido fácil, pero, por una parte, era el peor dictador del siglo XX y con diferencia, y sobre su conciencia (suponiendo que la tuviese) ya pesaban millones de víctimas. Por otra, había claros indicios de que el dictador genocida estaba preparando otra terrible purga: el gobierno se había encontrado en una situación muy delicada: si actuaba, se le acusaría de magnicidio, pero si no lo hacía, de genocidio por inacción. Fue fácil decidir que la muerte de Stalin ahorraría muchas vidas. Pero había un tercer motivo: Samitier estaba convencido de que Stalin hubiese aprovechado el previsible hundimiento alemán para atacar a su antaño aliado y oprimir media Europa; la sucesión del dictador le había dado unos meses de tiempo. La consecuencia se había pagado en Cartagena: las investigaciones habían demostrado que habían sido los servicios secretos soviéticos los que habían perpetrado el atentado. Pero se habían mantenido en secreto las pruebas, e incluso se habían hecho correr rumores que apuntaban a Alemania; siempre era bueno tener un “casus belli” en la manga.

El plazo comprado con la muerte de Stalin se acababa. Las intercepciones radiofónicas mostraban que la URSS estaba acumulando millones de hombres en su lado de la frontera. Aunque se había intentado asustar a los soviéticos con los hallazgos de Morón, se trataba de un bluff: el salto temporal se había producido cuando Estados Unidos ya no tenía armas nucleares en España; al menos, no en ese momento. Por desgracia ningún barco estadounidense estaba en la base cuando se produjo el salto, y los búnkeres para materiales especiales (cuya apertura fue de las primeras medidas tomadas por el gobierno) estaban vacíos. A pesar de haberse montado la escena con todo cuidado, incluyendo el situar algo de material fisible, parecía que los rusos no se la habían creído; probablemente se debía a que algún desertor español había llevado documentos en los que se decía que USA ya no tenía nucleares en España.

Sin embargo, aunque los norteamericanos no hubiesen dejado armas atómicas en España, eso no quería decir que no las hubiese. Pues al encontrar los búnkeres de Rota y Morón vacíos, la segunda medida del gobierno (a pesar de estar en funciones) había sido convertir a España en una potencia nuclear. El problema no había sido de conocimientos, pues diseñar un arma atómica, sin ser trivial, tampoco resultaba demasiado difícil para los científicos del siglo XXI.

El problema había sido de ingeniería. Antes de la Fractura España no era una potencia nuclear pero disponía de grandes instalaciones; pero algunas de las más importantes se habían desmantelados o estaban en Francia por motivos económicos. Por tanto, hubo que reproducirlas a toda prisa.

Desde el primer momento el programa de armas nucleares fue dividido en varios proyectos que se encomendaron a diferentes equipos, para así acortar plazos. Uno, el que reclamó más recursos, había sido el encargado de proporcionar el material fisible. Las centrales nucleares españolas no eran adecuadas para esta tarea, y tras valorar el reconstruir la de Santa María de Garoña (que tampoco era ideal) se decidió partir de cero, construyendo un nuevo reactor aprovechando la central inacabada de Lemóniz, a pesar de las protestas que se produjeron. El reactor se trataba de un equipo moderado por grafito y enfriado por gas, de baja potencia, pues su finalidad no era producir energía, sino irradiar las barras de combustible para transformar el Uranio en Plutonio en ciclos muy cortos. Para ello se había diseñado de tal manera que las barras pudieran reemplazarse sin apagar el reactor.

Pero el reactor necesitaba combustible. Hubo que reabrir las minas de uranio a pesar de no ser de alto rendimiento, y construir una planta (en Soria) encargada de enriquecerlo. Otra planta, también en Soria estaba encargada de separar el Plutonio de las barras irradiadas, y una tercera se empleaba para construir nuevas barras, destinadas a las centrales nucleares comerciales. Una cuarta planta estaba encargada de manipular el Plutonio (un metal muy reactivo y de toxicidad elevadísima) para construir los núcleos fisibles, que luego se recubrían de una capa de Uranio natural y otra de Berilio.

Un segundo equipo tuvo que diseñar el “detonador”, es decir, los componentes no nucleares de la bomba. Se escogió un diseño “intermedio”: una bomba de implosión intensificada por fisión. De nuevo se precisó adentrarse en terrenos conocidos solo de oídas: fue preciso fabricar dos tipos de explosivos, así como detonadores de muy alta velocidad, aprovechando que aun se conservaban los restos de uno encontrado en Palomares. Finalmente se reprodujeron los Sprytrones para producir la energía necesaria. Para intensificar la explosión, se diseñó un dispositivo (externo al núcleo) que inyectaba en la cavidad unos gramos de Tritio, y otro que enviaba un pulso de neutrones. Al mismo tiempo se diseñó un sistema de seguridad: la cavidad estaba llena de una cadena de metal rico en Cadmio: su presencia debía impedir que el núcleo se comprimiese, y el Cadmio absorbería los neutrones. Un pequeño motor eléctrico recogería la cadena momentos antes de la detonación. Los “detonadores”, fabricados en Ciudad Real, fueron probados varias veces con núcleos inertes.

Al mismo tiempo los geólogos habían buscado un lugar adecuado para la prueba nuclear. De nuevo, pudieron basarse en los estudios realizados en los años sesenta de la anterior línea temporal para encontrar una zona geológicamente estable situada al sur de Bir Lehlou, un pequeño asentamiento nómada en la zona nororiental. Allí se desplazó un equipo de prospección geológica que excavó un pozo de mil metros de profundidad, cuya parte final era curva, para que la inimaginable presión lo sellase e impidiese la salida de residuos nucleares a la atmósfera. Ahí ya estaba la primera bomba atómica española preparada para ser colocada.

Pero tener bombas atómicas es solo parte del problema. Era preciso demostrar que podían ser lanzadas, y esa era la misión del BR.28B.
Última edición por Domper el 29 Nov 2016, 01:22, editado 1 vez en total.



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Mensaje por kaiser-1 »

El M-24 Ordaz (llamado así en honor al militar del siglo XVI, Diego de Ordaz) fue un potente cañón autopropulsado de gran alcance, que se desplegó en un número bastante elevado (trescientas veinte unidades) en varios GACA cuando ante el temor de que la artillería soviética se mostrase superior en alcance, y en algunos casos, en potencia de fuego, a las piezas autopropulsadas españolas si se llevaba a cabo un programa de adaptación de piezas de calibre naval (especialmente en el caso del M46 de 130mm capaz de unos 30 km de alcance con munición normal y se temían desarrollos similares en el caso de piezas de 152 y 180 mm), a excepción de los SB de 155mm.
Tomando como base el M110 norteamericano de la Prefractura, se empezó a diseñar un nuevo cañón, basado en el M201A1 de 203mm que poseía un alcance, sin proyectiles RAP o BB de más de 40 km. Se intentó automatizar en la media de lo posible en mecanismo de recarga, pero las propias exigencias del montaje retrasado del tubo, sólo permitieron una mejora de 15 segundos en el proceso de recarga, que se redujo a 20-25 segundos, es decir, 5 disparos cada dos minutos en manos de una dotación muy entrenada.

Empleando chasis del Farnesio en proceso de reconstrucción o reparación mayor que llegaban del frente, y el tubo de uno de los M110A2 conservado como ornamento en el Museo Histórico Militar de Cartagena, SBS tardó varias semanas en perfilar todo el proceso de montaje y mejora. Para llevar las municiones necesarias (el Ordaz sólo llevaba ocho proyectiles con su carga de proyección) se empleaban vehículos de transporte de municiones M548, obtenidos de los M113 dañados que regresaban a España para su reparación. La primera pieza, modificada hasta tener una longitud de 56'2 calibres (11,40 m) estuvo lista para sus pruebas de fuego en marzo de 1943, logrando alcances de más de 42km.

Mientras se desarrollaban proyectiles asistidos por cohete y los de culote rellenable, las primeras veinte unidades fueron enviadas al GACA X para su evaluación operativa.


- “El sueño de la razón produce monstruos”. Francisco de Goya.
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Mensaje por Domper »


Jilguero, el BR.28B, era uno de los aparatos que debían mostrar a los soviéticos que en su territorio no había rincones seguros.

Jilguero era una reciente incorporación al Ejército del Aire, fruto de los planes de racionalización. La emergencia de la fractura había obligado a militarizar a casi todo lo que tenía alas, pero ahora, con la derrota alemana a la vista y las factorías aeronáuticas trabajando a pleno rendimiento, se había decidido retirar de las operaciones a los aviones menos adecuados, y destinarlos a la aviación civil, que se estaba resintiendo de la carencia de aviones de línea. Especialmente la economía de las islas, tanto las baleares como las Canarias, estaba sufriendo una gravísima crisis al faltar no solo los turistas europeos (desaparecidos con el cambio temporal) sino también los nacionales.

Por de pronto, buen número de “rara avis” iban a desaparecer. Entre ellos, los Boeing 747, 767 y 777. Simplemente, eran demasiado pocos para que mereciese la pena fabricar repuestos. Se había operado con ellos hasta que la falta de piezas los hizo peligrosos, y luego habían quedado arrumbados en el aeropuerto de Teruel, que junto con el de Ciudad Real se estaban convirtiendo en un museo a la aviación anterior a la Fractura.

La retirada afectó sobre todo a los Airbus A320 y A321. No todos habían llegado a ser militarizados, pues se precisaban algunos para mantener los enlaces con las islas canarias, y además los aparatos no se habían adaptado bien a las operaciones militares: su construcción ligera, con gran proporción de materiales compuestos (no en vano se les apodaba “Plastibús”) no permitía giros a g elevada, que por otra parte el autopiloto no autorizaba. Por tanto, las compañías aéreas españolas habían recibido un buen número de aparatos que en su mayoría iban a ser destinados a los enlaces con las islas. También fue retirada la flota de Embraer 195 (que también podía operar en esa línea) y algunos CRJ y ATR-72 que quedarían para líneas interiores, aunque en ese mercado el tren les hacía una dura competencia. Tan solo los Airbus A319 de mayor autonomía iban a seguir operando con la cruz de San Andrés, como radares volantes o como aviones de mando e inteligencia electrónica.

Otro motivo para retirar los Airbus de pasillo único era que se había decidido que iba a ser uno de los modelos que se iban a mantener en producción, junto con el Airbus 330 de fuselaje ancho. Sin embargo, la gran demanda que tenía CASA de encargos militares, así como la carencia de componentes que no se fabricaban en España, obligaría a que los CASA 320 y 330 tuviesen que esperar a que se acabase la nueva factoría de Ciudad Real. Aunque al menos se producirían piezas de repuesto. De la misma manera, Nova había recibido el encargo de diseñar un reactor de pasillo estrecho de la categoría del Embraer 195, y de producir piezas para los aparatos existentes; el nuevo avión no estaría disponible antes de cinco años (como mínimo) pero junto con los mayores 320 y 330 debía formar el esqueleto de la aviación civil española.

Sin embargo los Boeing 373 no iban a volver a la aviación civil. Por una parte, no se producían en España y no tenía sentido copiarlos existiendo aviones de la misma categoría. Por otra, habían dado tan buen resultado que se había dado la orden de retirar todos los 737-800 para su conversión en aviones de patrulla marítima (Tritón) o en bombarderos (Perico). Los demás 737 seguirían operando como bombarderos auxiliares, aunque buen número iban a quedar en reserva o como fuente de repuestos.

También iban a ser retenidos los Airbus 330. Por una parte, eran demasiado pocos por lo que serían los menores 320 los que recibirían prioridad en el reinicio de la producción. Por otra, al ser aparatos excelentes, casi nuevos, y con gran alcance, habían sido convertidos en su mayoría en cisternas. Cuando la producción del A320 ya se hubiese reiniciado se pensaba trabajar en la del A330, aunque eso no ocurriría hasta dentro de tres o cuatro años como mínimo.

Curiosamente, los A340 iban a seguir en el EdA, a pesar de ser aviones menos satisfactorios. Como sus primos A330, eran pocos y la prioridad sería para los A320. Además, el gran alcance de los aviones tenía gran utilidad para las operaciones militares. Los A340-600, que estaban recién revisados, iban a seguir tal cual, es decir, operando como bombarderos improvisados de largo alcance, pero también como aviones de transporte y de representación. Los más antiguos A340-300, que apenas habían operado durante el enfrentamiento con Alemania, estaban siendo sometidos a una reforma a fondo en las instalaciones de Iberia. De los siete aviones, los cuatro en peor estado habían quedado como fuente de repuestos, y los tres mejores habían recibido una conversión a fondo. La transformación más importante había sido la instalación de un mamparo resistente a la presión que aislaba el cuarto anterior de la cabina; así solo se presurizaría esa sección durante las operaciones más peligrosas, haciendo al avión menos vulnerable. En la bodega se habían instalado depósitos de combustible adicionales, y el aparato también llevaba equipos de navegación mejorados y cámaras fotográficas. En el exterior había dos cambios visibles: en la raíz alar se habían hecho dos huecos para llevar grandes contenedores semiencastrados, que podían ser sustituidos por armamento lanzable. Además habían sido pintados de color blanco brillante, que hacía a los aviones más visibles, pero que protegía contra el destello de las explosiones nucleares.

Jilguero era el segundo BR-28B y el primero que iba a efectuar una misión de demostración. Tras despegar de Mallorca, debía recorrer el Mediterráneo y el Mar Rojo para luego sobrevolar Transcaucasia. Luego se desviaría hacia el noroeste, hacia Novosibirsk, pasando sobre Kazajistán. Una vez allí volvería hacia Moscú donde realizaría dos pasadas, y finalmente vuelta a Mallorca. Volando a gran altura, se dejaría una llamativa estela blanca en los cielos: los mandatarios sabrían que no habría rincón seguro en su territorio. Pero de paso, se visitarían los lugares en los que en la línea temporal anterior habían existido instalaciones nucleares rusas. Las minas de Uranio no iban a irse a ninguna parte, y podría verse el estado de los preparativos, si existían.



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Quiroga
Casa Cuartel de la Guardia Civil


Adolfo Villescas Gomez, que había sido detenido ostentando la identidad de Rogelio Vidal Muñoz en un control de carretera, mataba el tiempo en el pequeño "despacho" de la casa cuartel, una pequeña habitación con una mesa y tres sillas además de un gastado sofá de hospital en una de las esquinas, no había visto a sus dos compañeros desde que les habían separado al llegar, hacía ya muchas horas, que no podía deteminar, el tiempo pasaba muy despacio.

- Buenos días. - Dijo uno de los guardias abriendo repentinamente la puerta - Tiene usted una visita.

- Ya me han interrogado dos veces, no sé que más puedo decirles.

- Este señor no va a interrogarle formalmente - En ese momento Pedro entró en la habitación -

- Buenos días, Adolfo, Villescas, Gomez, por lo que veo - Dijo Pedro ojeando una carpetilla abierta entre sus manos -

- Sí, señor.

- ¿Me recuerda?.

- Sí, le recuerdo, y le recuerdo bien.

- Mejor, porque quiero tener una conversación privada con usted. - Dijo Pedro mientras se giraba hacia el guardia, que se dio por aludido y abandonó la pequeña habitación cerrando la puerta - Le importe o no, voy a grabarla, me gusta registrar las cosas, me sirve para repasar despues.

- Pues usted dirá, los guardias de este puesto ya me han preguntado muchas cosas, que como es que tenía un DNI en vigor de un fallecido, que a donde iba, de donde venía, que por qué mis huellas coincidían con las de un muerto en los Pirineos...

- ¿Sabe que dos de los hombres que iban con usted aquella noche en Burgos se suicidaron tras ser detenidos?.

- Claro, ¿qué se cree usted que me espera a mi?.

- ¿Por qué?.

- ¿Que por qué?, pues porque la cosa funciona así, ¿se cree que me ofrecí voluntario para esto por la paga o las vacaciones?.

- No se por qué lo hizo, para eso estoy aquí.

- Pues le voy a defraudar un poco, no hay una historia novelesca detrás, me apunté porque no me quedó otra.

- ¿Y como es eso?.

- No voy a darle detalles, señor, me contactaron, me ofrecieron un trato que no podía rechazar y aquí estoy.

- Bien, ha respondido usted a muchas preguntas, ha indicado con cierto detalle como ocurrió el accidente donde se le dió por muerto, como le proporcionaron su nueva identidad, algunas de las tareas que ha realizado en el último año... pero se sigue negando a proporcionar información sobre quién y como le contactó y "contrató", como y quién le asignaba sus trabajos, quien les supervisaba...

- Mire, el trato era muy sencillo, y las condiciones estaban muy claras, elegí no morir en aquel accidente aceptandolas.

- Bueno, ¿qué me diría si le aseguro que podemos garantizar la seguridad de su familia?... y además podemos "olvidarnos" de lo del seguro de vida.

- Le diría que no pueden garantizar eso, y en cuanto al seguro, si estoy igualmente muerto poco importará que quieran olvidarse o no.

- Está usted muy seguro de eso.

- Mire, yo no he ido al extranjero a hacer sabe Dios qué, a mi me han tenido por este país haciendo trabajillos, puede creerme si le digo que se de lo que hablo y ni la Policía ni la Guarcia Civil pueden protejer un carajo, ¿o no recuerda que nos paseábamos por ahí con uniformes y armados a plena luz del día?... no tienen ni puñetera idea.

- Si, si, eso ya lo sabemos, mire, hemos desmantelado parte del chiringuito, señor Villescas, ¿o prefiere Adolfo?.

- Prefiero Adolfo... y desmantelado, permitame que lo dude.

- Bien, pues no lo dude, hemos desmantelado parte del tenderete, puede estar seguro, pero resulta que hemos empezado a desmontar la tienda por arriba y nos falta completar el organigrama por abajo.

- No está hablando en serio...

- Claro que sí.

- Mire, señor, yo me gané la vida durante un tiempo haciendo hablar de lo que no quería a gente muy dura, dura de verdad, gente acostumbrada a la muerte al sufrimiento y a la miseria y a vivir donde la vida de una persona vale menos que la de un perro entre nosotros...

- Ya sabemos donde estuvo, Adolfo, y lo que hacía.

- Pues en ese caso, comprenderá que me parezca usted un simple aficionado.

- Como quiera, le daré unos minutos para que eche un vistazo a este papeleo y a estas imágenes, convenzase usted mismo, no tengo necesidad de ser agresivo, ya le he dicho que esto no es un interrogatorio, sino una conversación - Pedro abrió una de las carpetillas y se la colocó delante a Adolfo, que comenzó a hojear algunos de los papeles -

Tras unos pocos minutos, en los que Pedro abandonó la pequeña habitación en busca de un café, cuando volvió, Adolfo había revisado una parte de los documentos y fotografías.

- ¿En serio han han entrado en estos sitios y han detenido a esa gente?.

- Puedo mostrarle los videos de los operativos que han realizado algunas de las detenciones.

- ¿Quienes son ustedes?.

- Adolfo, España ya no está en enero de 2016, estamos en 1942, las cosas son distintas, no tenemos por qué consentir ciertas formas de hacer las cosas que dieron forma a nuestro mundo.

- A ver, me está diciendo que han desmantelado la mayor parte de la organización, entonces ¿qué quiere de mi?.

- Usted es una persona con gran experiencia y estamos seguros de que ha prestado atención a detalles interesantes, nos interesan por encima de cualquier otra cosa, todos los detalles que recuerde sobre su "reclutamiento" y la organización y coordinación de los "grupos de trabajo" que utilizaban.

- Vamos a ver, ¿qué garantías tengo?.

- Su familia estará bien, por lo de pronto y como medida preventiva, se les ha trasladado a una zona residencial militar donde se le ha ofrecido un trabajo a su viuda, aquí tiene los detalles y algunas imágenes y puede dedicar unos minutos a ver los vídeos de este reproductor.

- Vaya. - Dijo Adolfo hojeando los documentos y las fotografías, antes de dedicar 10 minutos a ver unos cortos videos de vigilancia de su familia -

- Así que, puede empezar por el principio.

- Bueno, ya saben donde estaba, en el ejército de tierra al final del invierno en los Pirineos, ganando una porquería de sueldo y congelandome, cuando aparecieron un brigada y un teniente salidos de alguna parte que nos hicieron una "oferta" a algunos militares.

- Sería buena la oferta.

- Me está juzgando, señor, no debería hacerlo.

- Continúe.

- Vale, la oferta, a mi al menos, nos la hicieron justo antes de salir a un recorrido, en mi grupo solo me la hicieron a mi y a un sargento.

- Y aceptaron.

- El sargento no quería aceptar, yo tampoco, hasta que llegó el momento del accidente y entonces las dudas se terminaron.

- A ver, ¿como es lo del accidente?.

- A ver como le explico... La oferta consistía en; "Este trayecto va a terminar en un accidente, podeis morir en él, o podeis seguir vivos dejando un buen seguro de vida y cambiar de empleador".

- ¿Y no pensó en denunciar a los "reclutadores"?.

- ¿En medio de la montaña en el cul* del mundo, con un montón de armas cargadas por todas partes?, ¿sabe a cuantas horas estábamos de cualquier sitio?, ¿a donde iría, al capitán?, ¿yo, un cabo, a quejarme de un brigada y un teniente?... ¿me cree tan estúpido?.

- Bueno, parece razonable, ¿como fue lo del accidente?.

- Vale, pues de madrugada se cargaban los todoterrenos, y se hacía un viaje hasta cerca de los puestos de observación, muchos estaban al final de caminos de cabras, y se les llevaban cosas, munición, raciones, ropa, calcetines, pastillas de fuego...

- Ya, eso lo sabemos.

- Bien, pues a nuestro coche cuando nos desviamos al puesto que nos tocaba visitar, lo detuvieron un grupo de soldados, llevaban uniformes normales pero yo reconocí los chalecos tácticos que la empresa usaba en Afganistán, allí fue donde me olí la chamusquina.

- No se guarde los detalles.

- No hay muchos detalles que dar, cuando estuvieron a nuestro lado nos bajaron del todoterreno, al chavalín que conducía le partieron la cara, lo volvieron a meter en coche y lo prepararon para despeñarlo, a nosotros dos nos volvieron a ofrecer el trato, o aceptar el trabajo haciendonos pasar por muertos dejando un buen seguro de vida a nuestras familias o despeñarnos en el coche.

- ¿Y los cadáveres?.

- Aquellos tios se lo curraron mucho, desconozco cómo lo hacían, pero traían fiambres alemanes recientes desde el otro lado de las líneas, era ponerles nuestra ropa, nuestas identificaciones y nuestros efectos personales encima y despeñarlos en el coche con el desgraciado del conductor, despues ya se encargarían de que no se esforzasen mucho por identificar los cadáveres, un vistazo a las chapas y listo.

- ¿Por qué está seguro de que eran alemanes?.

- Nos quedamos por allí unos días, y días despues colaboré en otra sesión de reclutamiento, nos tocó transportar a un cadáver que nos habían traído desde la montaña, era un soldado alemán, y pesaba como un muerto, nunca mejor dicho, nos tocó a nosotros deshacernos de su uniforme y de las pocas cosas que no le habían quitado ya antes de entregarnoslo, y le puedo garantizar que era un fiambre alemán genuino.

- En aquel momento no habían empezado los combates...

- Hacía semanas que en los puestos de observación había habido rifirrafes con reconocimientos alemanes, la montaña era muy grande y solitaria, también hubo alguna desaparición de españoles, pero no recuerdo ninguna en los puestos de nuestra zona.

- Ya, por cierto ¿Sabe que su capitán murió al poco de empezar la ofensiva?.

- Claro que sí, de eso también puedo darle detalles, unos meses despues nos encontramos el sargento y yo en un trabajo, me contó que él se había encargado, así que ya ve, habíamos tomado la decisión correcta al no denunciar nada a nuestro capitán, el cabrón se habría encargado de enterrarnos él mismo.

- Así que estaba implicado.

- Claro, implicado no se, pero untado seguro, el sargento Moreno me contó que se tomó su tiempo y se cobró bien cobradas las muertes de los chavales, sobre todo de nuestro conductor, le tenía cariño al chaval, supongo que por eso le enviaron a él, no se iba a rajar.

- ¿Y cómo infiltraron al sargento Moreno en la montaña en vísperas de una ofensiva militar?.

- ¿Infiltrar?... Moreno se quedó en la montaña, pasando por soldados y Guardias Civiles tenían toda la cordillera para ellos, no se fue hasta mucho despues de terminar la batalla de los Pirineos... en realidad si le encuentran, tal vez él pueda contarles más sobre como conseguían los fiambres alemanes antes de declararse la guerra... yo no quise preguntarle, pero me dió la impresión de que había visto como funcionaba el asunto.



La conversación acababa de empezar, y seguiría durante horas, y también durante los días siguientes, Adolfo Villescas Gomez tenía mucho que contar...


Domper
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Los cambios no solo habían afectado a los aviones civiles militarizados, pues la racionalización también había llegado al resto de la fuerza aérea.

Igual que la marina con sus F-100, el Ejército del Aire se había obligado a dar de baja a la mayor parte de su flota de EF-18 y de Typhoon. Tan solo una escuadrilla seguiría en activo de cada modelo, manteniendo una operatividad reducida pues se tenía que recurrir a canibalizar los demás aparatos. La intención era reservarlos para operaciones puntuales de gran importancia (como el ataque al refugio de Hitler) o para la defensa del territorio nacional. Los pilotos habían soñado con el reinicio de la producción de esos aparatos, pero el Ministerio de Defensa les había aguado las ilusiones. El EF-18 era polivalente y relativamente sencillo, pero empleaba motores que no se iban a fabricar y sería preciso un rediseño de la célula para acomodar los EJ200. El Typhoon hubiese sido muy deseable, pero muchos componentes clave no se producían en España y costaría años copiarlos. Además no se necesitaba un aparato tan complejo para mantener la superioridad aérea. Se iba a seguir trabajando en el avión pero como proyecto a medio plazo; mientras CASA estaba trabajando en un aparato relacionado aerodinámicamente con el F-5 y el F-18 con motores EJ200, que tendría que operar también desde los portaaviones de la Armada. Inicialmente se habían considerado dos opciones, una bimotor y otra más ligera monomotor, siendo finalmente escogida esta última. El prototipo del CASA C.121 Miura, un aparato de la categoría del F-16 original, estaba bastante avanzado y se esperaba que volase en unos meses. Mientras, se seguiría con los C.19 Flecha, tanto los A y B muy parecidos al F-5 original, como los más avanzados C y D. Los F-5M supervivientes volverían a la escuela de reactores, junto con algunos C.19B.

Otro reactor, el C-101 Aviojet, también iba a ser retirado de primera línea. Siendo un aparato nacido como entrenador, no había dado buen resultado como avión de combate: no solo era demasiado vulnerable a los daños, sino que su velocidad máxima, incluso en la versión EE con ala de menor perfil, estaba limitada. En un incidente bochornoso, un Me 109 alemán (pilotado por el famoso as Adolf Galland) había derribado dos C-101EE. Cierto que lo había logrado por sorpresa y cuando iban cargados de armas. Pero el C-101 era un entrenador, no un avión de combate, y debía volver a su misión. Los 128 aparatos supervivientes (entre los del modelo AA anterior a la Fractura y los nuevos EE) pasarían de nuevo a la escuela. Además los aviones de la versión AA, que ya estaban muy gastados, irían siendo sustituidos por los nuevos Nova Milano.

Otro aparato que iba a abandonar el Ejército del Aire iba a ser el Nova N20 Gladio. Nunca había interesado, y si se había construido una serie era como medida de emergencia y ante las posibles necesidades de la Armada. En total se habían producido sesenta ejemplares, de los que cuarenta estaban preparados para operar desde portaaviones, aunque aun no los hubiese. A medida que fuesen sustituidos por C.19 los Gladio iban a ser entregados a la marina, que pensaba emplearlos para el adiestramiento. Mejor fortuna estaba corriendo el Nova N21 Spatha, la versión de exportación con motores J4 (desarrollo de los J35 norteamericanos). Francia, por ejemplo, había pedido nada menos que trescientos ejemplares del aparato más la licencia de producción. Además Grumman estaba iniciando la producción del F7F Swordcat, la versión norteamericana del Spatha, de la que la US Navy había solicitado ya dos mil ejemplares.

Otro reactor con los días contados en el Ejército del Aire era el Nova N40 Alfanje. Las pruebas habían sido satisfactorias, pero el futuro Nova Estral parecía mucho más prometedor como avión de apoyo táctico. Además Nova estaba sobrecargada y hasta que trasladase la producción del reactor a Pamplona, los Alfanje se fabricarían a ritmo muy reducido. El EdA pensaba incorporarlos para acompañar a los Flecha en las misiones de apoyo táctico, pero en cuanto estuviese disponible el Estral los aparatos supervivientes serían entregados a la Armada o cedidos a los aliados hispanoamericanos. De hecho, estos habían mostrado gran interés en el aparato, que aun siendo subsónico tenía prestaciones espectaculares, mejores que las del P-86 Sabre norteamericano, un avión del que ya había volado un prototipo que era realmente un F-86 de Cuatro Vientos reconstruido.

La Armada, por su parte, no estaba demasiado satisfecha. Sus Harrier también habían pasado a la reserva y tenía que operar con los obsoletos Tornado y Avenger (estos últimos, norteamericanos). Los Tornado eran buenos aparatos para tratarse de cazas de motores de émbolos, pero no tendrían nada que hacer contra los Swordcat. Hasta que no entrase en servicio el CASA C-103 Aguilucho no se tendría un avión de prestaciones razonables, pero seguramente aun quedaba un año hasta que el aparato estuviese disponible. Respecto a los dos grandes portaaviones en construcción, se esperaba que cuando fuesen finalizados ya se estuviese produciendo el C-121 Miura; solo se pensaba emplear los Gladio y los Alfanje para la instrucción.

El recorte también había llegado a los “triplanos”, como apodaban a los aviones de hélice. Los Air Tractor supervivientes habían vuelto a sus tareas agrícolas y de extinción en las que eran muy necesarios. Los Texán se iban a mantener en servicio como controladores aéreos avanzados y para facilitar la transición al Halcón, aunque se esperaba que, como tantos otros tipos, fuesen descartados cuando entrase en servicio el Estral. Asimismo, también el CASA C-222 Águila iba a pasar al baúl de los recuerdos. Era un buen aparato, tan bueno o mejor que el Halcón, pero su lento desarrollo lo había perjudicado: a fin de cuentas, era un diseño de emergencia, pero cuando CASA empezó a entregar los primeros ejemplares la producción del inmensamente superior C.19 había tomado ritmo. Los ejemplares fabricados habían sido empleado casi exclusivamente como escolta de helicópteros, y ahora iban a ser vendidos a México, que se había mostrado interesado. Solo algunos ejemplares quedarían en el CLAEX y en los museos.

Mejor suerte iba a correr el Nova N10 Halcón. A pesar de tener las limitaciones propias de un avión de hélice, se había revelado como un excelente avión de ataque. En el Ejército del Aire iba a permanecer en servicio hasta que fuese sustituido por el Nova Estral, y además había pedidos exteriores enormes, que ya sumaban más de dos mil ejemplares: todo el mundo quería sustituir sus biplanos o sus Hurricane por el avión de Nova. Más aun, había nacido un sucesor al que se le auguraba larga vida: el Nova N11 Milano. Se trataba de un entrenador avanzado basado en la célula del Halcón, con tren triciclo delantero y propulsado por un motor turbohélice. El primer prototipo se había perdido en un accidente, pero el segundo estaba mostrando buenas maneras. El Milano, además, tenía muchas ventajas: no solo sería más barato que el C-101, sino que podría ser muy interesante para la exportación. De paso CASA podría emplear la línea de producción del C-101 para el C-103 Aguilucho, el cazabombardero con motor Pegasus.

Respecto a la aviación de transporte, se había tenido que renunciar, al menos por ahora, al A400, demasiado ambicioso para CASA. Se mantendrían en funcionamiento las ocho unidades disponibles pero no se construirían más, al menos a medio plazo. Iban a ser acompañadas por los Hércules mientras durasen, aunque la mitad de la flota ya estaba aparcada en Zaragoza sirviendo como fuente de repuestos. El avión principal iba a tener que ser el C-295, cuya producción había adquirido buen ritmo, acompañado por los más pequeños C-212, que se estaban volviendo a fabricar. A medida que se recibiesen ejemplares, los C-54 y los Dakotas de origen norteamericano serían vendidos. Solo se pensaba mantener durante algún tiempo a los Fantasmas (C-47 equipados como cañoneros) aunque había proyectos para construir una variante especializada del C-295.

Con todo, entre las demandas del Ejército del Aire, de las compañías aéreas y de los aliados, las industrias aeronáuticas estaban creciendo como setas. No solo las ya presentes en Sevilla (donde no solo estaba CASA sino que Alestis daba sus últimos toques al Centella, su avión antisubmarino embarcado), en Albacete donde se construían helicópteros, o en Zamudio, donde ITP y Nova tenían sus factorías. En Valladolid y Pamplona las antiguas factorías de vehículos habían sido convertidas para la producción aeronáutica; tener que trasladar a los aparatos hasta los aeropuertos cercanos era un incordio, pero había permitido aprovechar las maquinarias existentes, y ya se había iniciado la construcción de pistas al lado de las fábricas. Además por toda España se producían componentes, siendo la industria aeroespacial la más floreciente de la España post Fractura.



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Domper, L; Auset A; Bistuer M. Historia de la Fractura. HRM Ediciones. Zaragoza (2016 dF)

Misiles de la Fractura

El salto temporal situó a España en un conflicto para el que no estaba preparada. A principios del siglo XXI los enfrentamientos bélicos eran habitualmente asimétricos e implicaban fuerzas de tamaño relativamente pequeño pero altamente tecnificadas. Sin embargo, ahora las fuerzas armadas españolas iban a luchar contra un enemigo tecnológicamente muy inferior pero muy numeroso, que superaba en diez o veinte a uno a las reducidas fuerzas hispanas.

Este problema afectaba especialmente al Ejército del Aire. Tenía pocos aviones y además era previsible que la carencia de repuestos redujese aun más su número; además su arsenal, pensado para combatir a enemigos del siglo XXI, era muy tecnificado pero escaso: por ejemplo, había más aviones enemigos que misiles aire aire. En algunos casos concretos lo sofisticado de las armas jugaba en su contra: las bombas de guiado GPS eran inútiles hasta que se diseñó un sistema que sustituía la señal, y los misiles antirradiación no eran capaces de atacar a los primitivos radiotelémetros de longitud de onda métrica empleados por los alemanes.

Dado que el armamento guiado era la herramienta que permitía compensar la abrumadora inferioridad numérica, se decidió dar prioridad máxima a la producción de misiles y armas guiadas de todo tipo.

En una primera fase los diseñadores se enfrentaron a la carencia de microprocesadores, lo que obligó a diseñar equipos buscadores basados en el “estado sólido” de los años ochenta y noventa del siglo XX (es decir, con transistores) y a renunciar a algunas de las características más avanzadas. Un segundo problema, no menos importante, era el escaso tiempo disponible.

Para agilizar la entrada en servicio de los nuevos misiles se tomaron varias medidas que, aunque supusieron un coste muy superior al de un programa convencional, permitieron que en pocos meses se iniciase la producción de varios sistemas de armas.

– Se decidió prescindir de varios tipos de armas que, aunque fuesen convenientes, no eran imprescindible, y centrarse en unas pocas. Por ello se renunció (inicialmente) a los misiles antibuque, antirradiación, de crucero o aire aire de largo alcance. En una primera fase solo se autorizaron programas de producción de misiles aire aire de corto alcance (de las categorías del Mistral francés y del Sidewinder norteamericano), aire tierra equivalentes al Spike israelí (aunque simplificado) y al Maverick norteamericano, y bombas de diferentes sistemas de guiado. En una segunda fase se desarrollaron misiles aire aire de mayor alcance (sobre todo por la necesidad de la Armada de un misil antiaéreo) y de crucero con capacidad antibuque.
– Se dio libertad a los equipos técnicos, interfiriendo lo menos posible en su actividad, y proporcionándoles los recursos técnicos y humanos que solicitasen.

– El desarrollo de cada parte de las armas se encomendó a diferentes equipos que trabajaron en paralelo. Por ejemplo, el en misil Banderilla (copia del Sidewinder), hubo diferentes equipos encargados del desarrollo del motor cohete, de la célula y el sistema de control de vuelo, de la cabeza buscadora, del sistema de guiado y de la cabeza explosiva. Cuando era posible, se intentaba que las partes fuesen intercambiables: el misil Estoque I (desarrollo del Mistral) y el Banderilla I compartían la cabeza buscadora.

– Se permitió que se empleasen patentes ajenas, creando una junta arbitral que resolvió los conflictos entre las partes. De hecho, se recomendó que se empleasen soluciones ya conocidas, aunque estuviesen patentadas, en lugar de buscar otras nuevas que mejorasen los beneficios.

– Se autorizó el desarrollo paralelo de varias armas de tipo similar. Un ejemplo fue el misil Banderilla: en poco tiempo entraron en servicio la versión I (con cabeza buscadora de estado sólido) y la II (apodada “Frankie”) cuya cabeza buscadora empleaba elementos procedentes de la electrónica civil y que tuvo un excelente rendimiento.

– Se insistió a los diseñadores en que lo prioritario era acortar los plazos, siendo secundaria la complejidad, el coste, e incluso la tasa de fallos: en los Banderilla I cerca de un 30% de los misiles de las primeras series fallaron, pero se aceptó dicha tasa para conseguir que el arma estuviese en servicio antes de un año.

– A sabiendas que los equipos producidos por los programas de emergencia serían poco eficaces y muy caros, también se emprendió el desarrollo de las “versiones definitivas” que solucionasen las deficiencias de las primeras series.

Como se ha dicho, el coste del programa fue muy elevado y absorbió buena parte de los recursos de la industria aeroespacial española, pero proporcionó el elevado número de armas guiadas preciso para derrotar a Alemania.



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Domper, L; Auset A; Bistuer M. Historia de la Fractura. HRM Ediciones. Zaragoza (2016 dF)

Misiles aire aire y antiaéreos

Banderilla/Rezón

El misil Banderilla era una copia del añejo misil Sidewinder norteamericano. La selección de dicho misil como modelo, en lugar del más avanzado Iris-T, se hizo por la sencillez de las primeras series (del Sidewinder original se decía que tenía menos piezas electrónicas que una radio, y menos piezas móviles que una máquina de coser). Sin embargo, no se intentaron copiar las primeras versiones del arma sino que se pasó a los modelos intermedios (serie J, aun en servicio en el Ejército del Aire). Una diferencia clave fue el diámetro del misil, que en lugar de ser de 127 mm como el original pasó a 160 mm. Ello implicó mayor peso y menor agilidad (y paradójicamente, también menor alcance aunque con más aceleración) pero facilitó la integración de los componentes, especialmente de la cabeza buscadora. Otro motivo para elegir el mayor diámetro era la intención de emplear el misil como arma de defensa de punto en los buques de la flota: el mayor diámetro permitía que el motor fuese más potente, aunque el aumento de peso y la resistencia aerodinámica redujesen el alcance efectivo.

Banderilla I: Versión inicial con componentes de estado sólido. Limitado a ataques por la cola y con alcance máximo eficaz de dos mil metros. El apresurado desarrollo del arma produjo una tasa de fallos muy elevada, que en las pruebas de la serie inicial llegaron al 40%. Se consideró el abandono del programa, pero la falta de alternativas obligó a proseguir con él. Los misiles fabricados estuvieron en servicio un corto tiempo y no llegaron a ser empleados en combate, siendo posteriormente enviados a la factoría para su reconstrucción.

Banderilla Ia: Los fallos del Banderilla I hicieron que el misil fuese revisado a fondo, realizándose ciento veinte cambios. El más importante fue la sustitución del motor, que en la versión anterior quemaba irregularmente disminuyendo el alcance. El Banderilla Ia tenía un alcance eficaz de tres mil metros, pero la baja sensibilidad del receptor limitaba a los ataques por la cola; cuando se disparaba contra aviones de motor de combustión interna monomotores, cuyo fuselaje ocultaba la señal infrarroja, la tasa de éxitos fue muy reducida, inferior al 40%. En ataques frontales, el retraso de la espoleta hacía que los misiles estallasen inofensivamente más allá del objetivo, hasta que se modificó la programación para que en ataques frontales la espoleta actuase instantáneamente, mejorando la eficiencia contra monomotores hasta el 60%.

Banderilla Ib: misiles Banderilla I revisados. Conservaban el motor original pero se habían solucionado los fallos de los componentes electrónicos. Tanto el Banderilla Ia como el Ib eran atraídos por el sol o por reflejos y eran sensibles a los señuelos de infrarrojos (bengalas. Cuando la Luftwaffe empezó a emplearlos, la tasa de éxitos bajo al 30%.

Rezón I: misiles Banderilla Ia en montajes navales. La baja efectividad contra ataques frontales hizo que pocos misiles de esta versión fuesen adquiridos. Se montaron en unidades de escolta y no llegaron a ser disparados en combate.

Banderilla II/Rezón II “Frankie”: apodado así por el monstruo de Frankenstein, recibió ese nombre por haberse construido su sistema de guiado con componentes comerciales. Al disponer de un receptor de sensibilidad mucho mayor y de un sistema de guiado “inteligente” (basado en microprocesadores originariamente destinados a la telefonía móvil) era un arma de gran efectividad que podía ser empleada en ataques frontales. Tenía un sensor con ángulo de visión reducido por lo que el misil tenía que apuntar a su blanco cuando se disparaba, y hacía que el arma siguiese trayectorias menos eficaces que las de otros modelos (que usaban la del “guiado incremental) reduciendo el alcance y la tasa de éxitos. Otro problema del Frankie fue que había pocos componentes almacenados y solo pudieron fabricarse dos mil ejemplares. Casi todos fueron entregados a la Armada: actuando en misiones de defensa, el reducido ángulo de visión no era un inconveniente, y la capacidad de ataque frontal resultaba muy deseable. El Rezón Ii equipó a la mayor parte de los escoltas durante la guerra con Alemania, aunque la gran superioridad aeronaval aliada hizo que muy pocos fuesen disparados, consiguiendo tasas de impacto del 60% (por disparo).

Banderilla III: la última versión desarrollada antes del inicio de la guerra. Similar al Ia pero con mayor sensibilidad y alcance. Fue el arma principal empleada por los cazas C.19, ya que los Iris T fueron reservados para los Typhoon y EF-18.

Banderilla IIIa/Rezón III: incorporaba un enlace de datos y un sistema inercial que permitía apuntar el arma mediante una cámara en el casco del piloto y dispararlo contra blancos apartados del eje del avión; el sensor adquiría el blanco una vez disparado el misil. Además tenía un sistema de filtros para ignorar los señuelos. Entró en servicio en marzo de 1942 cuando la Luftwaffe prácticamente había desaparecido. Aun así resultó un arma de gran efectividad y en las escasas ocasiones que se empleó tuvo una tasa de victorias del 82%. El Rezón III era la versión naval, en la que la capacidad de recibir datos del buque disminuyó el tiempo de reacción e hizo que no fuera preciso que el lanzador apuntase directamente al blanco.

Banderilla IV/Rezón IV: la primera versión (aparte del Frankie) con microprocesadores. Combinaba las características del Banderilla IIIa con la capacidad de ataque desde cualquier dirección del Frankie. No llegó a tiempo para los combates con Alemania, pero se convirtió en el misil principal del Ejército del Aire. El Rezón IV era similar pero con mayor longitud para llevar un motor más potente; la primera parte de su vuelo era mediante guiado inercial para luego adquirir el blanco con el sensor, consiguiendo alcances superiores a los 25.000 m. El inconveniente de este modo era que no podía distinguir entre aparatos enemigos o propios.
Banderilla V: misiles Ia, Ib y III actualizados con el sistema de guiado del IV.

Banderilla VI: versión de exportación. Era un Banderilla I con el procesador de la versión IV aunque sin el sistema de interferencias y con software “degradado”. Se seleccionó esta versión porque al llevar un microprocesador resultaba mucho más difícil de copiar. El Banderilla VI fue fabricado también por los países aliados aunque con sistemas de guiado proporcionados por España.

Estoque/Puntilla

El misil Estoque era paralelo al Mistral francés. Fue empleado por cazabombarderos de motor de hélice (Halcón y Águila). El Puntilla fue la versión empleada por la Armada y el Ejército de tierra como arma antiaérea.

Estoque I/Puntilla I: tenía la cabeza buscadora del Banderilla I. No tuvo la tasa de fallos del Banderilla, pero era poco eficaz en ataques frontales. No disponía de IFF por lo que no fue distribuido al Ejército de Tierra.

Estoque II/Puntilla II: equivalente al Banderilla IIIa, aunque más sensible a las contramedidas. Disponía de IFF. Fue el arma principal del cazabombardero Halcón y aunque su tasa de éxitos fue baja (apenas un 30%), al obligar a los cazas enemigos a maniobrar para evitarlos los convertía en presa fácil para los aviones españoles.

Estoque III/Puntilla III: con sensor mejorado y microprocesadores, se consideraba equivalente a los Stinger de las primeras series. Empezó a distribuirse cuando la Luftwaffe había sido ya derrotada.

Rejón/Gavilán

El Gavilán (la denominación Rejón solo fue empleada durante el desarrollo, debido a la posible confusión con el misil Rezón) fue un equivalente al Aspide italiano. La necesidad de la Armada un sistema de defensa de área con capacidad para atacar a bombarderos con armas guiadas llevó al desarrollo del misil incluso antes que el primer Banderilla saliese de la cadena de montaje. Sin embargo, al no poder ser lanzado por los cazas Flecha C.19A, fue empleado casi exclusivamente como arma antiaérea durante la guerra con Alemania. Solo unas pocas unidades fueron llevadas por cazas C.19C, y parece que no llegaron a ser empleadas en combate. Hubo dos variantes, de lanzamiento aéreo o naval (la terrestre era la misma que la naval).

Gavilán I: cuando se desarrolló se habían superado los problemas que afligieron al Banderilla I y su fiabilidad fue muy superior. Con guiado por radar pasivo y electrónica de estado sólido, tenía un alcance de 25.000 m y un techo de 7.000 m. Empleado exclusivamente en buques de escolta y para defensa de las mayores ciudades.

Gavilán II: similar al Gavilán I, de lanzamiento aéreo. El desarrollo fue suspendido debido a sus prestaciones mediocres.

Gavilán III: similar al I pero con microprocesadores en lugar de transistores y con un motor de mayor potencia, con mayor precisión y alcance. Equipó a lanzadores antiaéreos, a las corbetas Descubierta y a los destructores Lángara.

Gavilán IV: Empleado exclusivamente por la Armada en los destructores clase Lángara, era una versión de lanzamiento vertical, con la aerodinámica del ESSM. Tenía una primera etapa aceleradora, y tenía un sistema de guiado inercial con búsqueda terminal por radar activo. Con un alcance de 40 km y un techo de 15.000 m podía batir cualquier amenaza presente o del futuro cercano.

Gavilán V: aerodinámicamente similar al Gavilán III pero con el sistema de guiado del Gavilán IV. Permitió doblar el alcance del Gavilán II al seguir una trayectoria más eficiente. Fue la primera versión aerotransportada, aunque el gran tamaño del arma resultó un problema para los cazas C.19C, de ala baja.

Gavilán VI: inicialmente iba a ser un misil equivalente a los Sparrow M, con motor de gran potencia, sistema de guiado inercial y terminal por radar activo, y enlace de datos para actualización de trayectoria. Dicho enlace permitía que los misiles fuesen dirigidos no solo por el avión lanzador, sino por los radares aerotransportados Atalaya II. Pero se consideró que el misil era excesivamente grande y que la mejora de prestaciones no justificaba el elevado precio del arma por lo que fue descartado. Se desarrolló una versión simplificada (Alcaudón) antirradar.

Gavilán VII o Súper Gavilán: incorporaba las características del Gavilán VI en un fuselaje de menores dimensiones, similar al del AIM-120, y con las superficies aerodinámicas y de control del Gavilán IV. Con su gran alcance y elevado porcentaje de aciertos, se convirtió en el arma principal de los cazas Flecha, Aguilucho y Miura.



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A noventa y siete kilómetros al noroeste de la pequeña aldea de Bir Lehlu, una señal eléctrica puso en marcha un cronómetro en el fondo de una galería excavada en el basalto emitido por un volcán, desaparecido millones de años antes.

En ella había un artefacto de forme ahusada. En su interior estaba una esfera explosiva hueca, en cuyo interior estaba otra esfera metálica también hueca, de poco más de tres kilos de peso. El Plutonio 239 del que estaba confeccionada decaía emitiendo neutrones, y alguno golpeaba otro átomo de Plutonio, dividiéndolo y generando más neutrones. Pero la mayoría de los neutrones se perdían sin golpear más átomos. Muchos llegaban a la cavidad, que no estaba caía sino que la llenaba un ovillo de una aleación rica en cadmio, un metal absorbente de neutrones. Los que escapaban hacia el exterior no eran demasiados, aunque una permanencia prolongada junto al ingenio podría ser peligrosa. Pero no había nadie en miles de metros a la redonda. El cronómetro iba a cambiarlo todo.

Al activarse el cronómetro un pequeño motor eléctrico activado por una batería de litio empezó a arrollar el cable que rellenaba la cavidad dentro de la esfera de plutonio, hasta que la bomba quedó armada. Treinta segundos después el reloj marcó las 7:00, la Hora Cero. Una batería empezó a cargar un capacitor. Una vez el cable se había recogido, un detonador encendió una pequeña carga pirotécnica que vacío una botella que contenía Deuterio y Tritio, y que rellenó la cavidad dejada por el cable.

Una décima de segundo después el capacitor se descargó lanzando una descarga de alto voltaje hasta un conjunto de kritrones, unos interruptores de muy alta velocidad y de gran exactitud. Al activarse el primero lanzó una descarga de gran potencia por unos cables iguales hasta la décima de milímetro, hasta los 64 detonadores de hilo. Estos detonaron simultáneamente haciendo estallar el explosivo al que estaban adosados. Las ondas de compresión se unieron hasta llegar a los bloques del interior, con un explosivo de combustión más lenta. La onda de presión se hizo concéntrica y golpeó la bola de metal con enorme fuerza. A media que la onda seguía moviéndose hacia el centro, el acero de la envuelta comprimió la capa de aluminio interior, luego otra de uranio natural, y finalmente otra de plutonio 239. El metal, convertido en plasma, se aceleró en el vacío que lo separaba de la esfera interior a la que golpeó con enorme potencia, con una onda de presión que comenzó a comprimir el metal.
La esfera de plutonio, sobre todo Pu239 pero parte de Pu240, empezó a comprimirse, aplastando también el hueco donde estaba el gas que llegó a hacerse tan denso como el acero. La bola interior ya tenía una densidad doscientas veces superior a la del agua cuando la descarga emitida por un segundo kritrón llegó a otro dispositivo con forma de caracol que aceleró una pequeña cantidad de deuterio contra un blanco de berilio. En ese momento, apenas dos nanosegundos después de la explosión, la parte exterior del arma aun no se había visto afectada.

Cuando el plutonio se comprimió disminuyó el espacio entre los núcleos, por lo que cada vez más neutrones empezaron a golpear otros núcleos, que se rompían liberando más neutrones. Entonces el deuterio golpeó el blanco de berilio liberando una enorme cantidad de neutrones que alcanzaron el centro geométrico del artefacto. Miles de millones de átomos se dividieron lanzando un flujo de neutrones que dividió un número mayor de átomos. Cada vez se dividían más átomos aumentando la presión y la temperatura hasta niveles propios del núcleo de una estrella, comprimiendo el deuterio y el tritio de lo que antes había sido una cavidad, hasta que se fusionaron emitiendo tantos neutrones como el resto del núcleo. Esos neutrones dividieron los átomos de plutonio que quedaban haciendo la reacción mucho más energética. La bola de plasma vaporizó la roca, pero también comprimió el túnel curvo sellándolo. Se formó una burbuja de gas en expansión, que fracturó la roca de los alrededores en cientos de metros.

En el puesto de control, situado a doce mil metros, los testigos notaron como el suelo se sacudía, como golpeado por un mazo. En la superficie el terreno osciló y las torres de perforación se derrumbaron. Décimas de segundo después llegaron las ondas de choque de otros dos artefactos que habían detonado en el mismo milisegundo, formando una línea de seis mil metros. Pero no salió gas a la atmósfera y los detectores de radiación permanecieron mudos. Horas después, cuando la bola de gas se enfrió y disminuyó la presión, el techo de la cámara creada se derrumbó. En la superficie solo se formó un pequeño cráter de subsidencia; los otros dos derrumbamientos solo fueron detectados por los sismógrafos.

A las 7:00:10 del primero de abril de 1942 España había creado el club nuclear.



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Mientras los espectadores observaban el “espectáculo” desde el búnker de control, o mejor dicho, lo poco que había que ver, en un centro cercano los científicos estudiaban los resultados de las pruebas.

Los seis ingenios, nombrados con las primeras letras del alfabeto griego, habían sido similares; la única diferencia era que los tres últimos habían tenido núcleos de “plutonio natural”, es decir, el obtenido de las barras de combustible de centrales comerciales. Pero cada test había tenido sus particularidades.

Los dispositivos se habían emplazado en túneles a mil quinientos metros de profundidad, en la zona nororiental del Sáhara español. Se habían excavado galerías verticales que luego formaban una espiral en la última parte del recorrido: se esperaba que la detonación las aplastase, sellando la cavidad. Un tapón de hormigón de cuarenta toneladas proporcionaba seguridad adicional. Las galerías se habían excavado formando una línea recta que apuntaba hacia el este, hacia la cercana Argelia francesa. La elección del lugar, a cien kilómetros de la frontera, no era la ideal, pero por una parte la colonia española formaba una franja y no había emplazamientos suficientemente lejanos. Por otra, al ser explosiones subterráneas se esperaba que tampoco hubiese mucho que ver. Además la zona elegida era la más estable geológicamente, y no había acuíferos subterráneos cercanos. Para asegurar la detonación simultánea habían sido controlados mediante una red de cables de fibra óptica. Con todo, la detonación no había sido simultánea: se habían separado por unos milisegundos, aunque no los suficientes para que llegase la onda de choque. El primero en detonar, adelantándose en un milisegundo a Alga, había sido Gamma.

Aunque las bombas eran iguales los parámetros no. Se trataba de dispositivos operacionales, preparados para ser utilizados en combate, y que tenían características que permitían ajustar la potencia. Alfa, el ingenio situado más al este, había funcionado “en seco”, es decir, sin inyección de Deuterio y Tritio, y con potencia reducida del iniciador de neutrones. Había alcanzado un rendimiento de cuatro kilotones, un 82% del previsto. Beta, la siguiente bomba, había sido intensificada con gas pero se había mantenido bajo el flujo de neutrones, a pesar de lo cual había tenido un rendimiento de diecisiete kilotones, un 8% superior al esperado. Gamma, el más potente, había funcionado con plena intensificación y su rendimiento había sido impresionante para un arma de fisión con núcleo tan pequeño: setenta kilotones.

Delta, Épsilon y Zeta habían sido también pruebas exitosas. Tenían el núcleo de plutonio procedente de barras de combustible nuclear. Este contenía una cantidad indeseable de Plutonio 240, isótopo que sufría fisiones espontáneas con frecuencia muy superior al 239, lo que lo hacía tan explosivo que las bombas construidas con ese material eran excesivamente propensas a los fiascos (también llamados, de forma muy gráfica, “gatillazos”). Al tener una tasa de fisión espontánea elevada producía tantos neutrones que la detonación podía producirse cuando la compresión aun no era suficiente. La energía destruía el núcleo y el rendimiento era pequeño. Aunque en los años sesenta se habían probado dispositivos con ese material, y el plutonio procedente de centrales era mucho más barato, las bombas eran difíciles de fabricar al requerir lentes explosivas de gran potencia que consiguiesen comprimir el núcleo antes que se dispersase. Además el plutonio procedente de las centrales, debido a su contenido de plutonio 240, emitía radiación de neutrones, difícil de escudar, haciendo que el almacenamiento o la manipulación de esas armas fuese peligrosa. Pero precisamente la tendencia a la explosión prematura nacía esos núcleos ideales para lo que se quería hacer: pruebas de seguridad. Si se quería un arma nuclear práctica tenía que ser segura en caso de accidentes que afectasen a la cubierta explosiva.

Delta había detonado sin iniciador de neutrones, y había sido un fracaso parcial pues había desarrollado una potencia de cincuenta toneladas. Muy poco pero incluso una explosión tan poco potente tiene un radio letal debido a la radiación de varios centenares de metros. Con todo, los cálculos indicaban que el artefacto probablemente no hubiese detonado de haberse confeccionado con plutonio de concentración militar. Épsilon había funcionado mejor: se había producido una detonación de la cubierta explosiva en los sesenta y cuatro detonadores (como en Delta) pero sin retirar la cadena interior de cadmio. Esta había absorbido gran parte de los neutrones, había impedido la intensificación, y no había permitido que el núcleo se comprimiese. Aun así había tenido una potencia de una tonelada y los detectores de radiación habían detectado un pico de emisión de rayos gamma y de neutrones. En este caso se tenía seguridad casi total de que de haber estado el núcleo hecho con plutonio de grado militar no hubiese detonado. Además era muy improbable una explosión accidental que causase la activación simultánea de los detonadores. Zeta había sido un éxito total: había sido una detonación iniciada en un único punto (como ocurría en un accidente), y los detectores no habían detectado pulso de radiación. Significaba que la bomba desarrollada no solo era práctica sino también segura.

No solo los científicos españoles estaban estudiando sus instrumentos. A doscientos kilómetros de distancia, ya en la colonia francesa, un grupo internacional había instalado a toda prisa sus detectores. Había norteamericanos, británicos, y una gran delegación francesa encabezada por los Joliot Curie. Habían quedado frustrados: en superficie no se había visto nada, ni tampoco desde los aviones que orbitaban a alta cota. Los registros de los sismógrafos eran un galimatías, pues la señal era muy diferente a la que se esperaba. Tardaron muchos meses en comprender que se había tratado de una prueba múltiple con la línea apuntando precisamente hacia la colonia gala.



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Para los espectadores la demostración no había sido demasiado llamativa. A pesar de haberse refugiado en un aparatoso búnker, y de protegerse la vista, apenas hubo nada que ver: tan solo como se elevaba algo de polvo. Luego, revisando las filmaciones tomadas con teleobjetivo (algo previamente prohibido, nadie en su sano juicio mira hacia una prueba nuclear con lentes convergentes), vieron como se había sacudido el terreno lo que había causado la caída de algunas torres. No sabían que se habían dejado en precario para maximizar los efectos. Desde luego, todos habían apreciado la sacudida bajo sus pies, pero no había sido especialmente impresionante, sobre todo para el delegado italiano y el norteamericano, pues ambos ya habían sentido varias veces pequeños terremotos en su patria. Sin embargo, los observadores estaban impresionados. Porque sabían lo que habían presenciado y entendían sus implicaciones.

Los observadores permanecieron varias horas refugiados en el búnker mientras los medidores comprobaban que no había escape de radiación. Nadie se acercó al punto de la prueba: aunque permanecer en superficie era seguro desde el punto de vista radiológico, y normalmente transcurren horas o incluso días entre la detonación y la formación de un cráter de subsidencia por hundimiento de la cavidad, dando un plazo que permite realizar inspecciones, los norteamericanos habían sufrido un accidente en los años ochenta (de la línea temporal anterior) cuando se produjo un hundimiento antes de lo previsto; por ello solo se emplearían durante varios días equipos teledirigidos. El cráter de Gamma, finalmente, se formó durante la noche siguiente, sin que se produjesen daños ni escapes de radiación a la atmósfera. Pero entonces ya no estaban allí los visitantes: una caravana de vehículos todoterreno los había llevado hasta un aeródromo construido para las pruebas. Un ATR 72 procedente de Gando los recogió y los devolvió a las Canarias, donde trasbordaron a los reactores que los trasladaron a Washington, Londres, París o Roma.

Hubo otros dos espectadores que no se habían unido a la delegación internacional. Habían llevado uniformes españoles y habían estado en otro búnker; además no salieron de él hasta que los observadores “oficiales” se hubiesen ido. Ni siquiera se les permitió estar en contacto entre ellos, ni saber de su existencia. Una vez el ATR 72 se había ido, se les llevó, cada uno por separado, al mismo aeródromo; un C-47 llevó a uno de los dos hasta Larache, donde montó en un C-212 con rumbo a Lisboa.

Durante el vuelo un español preguntó al invitado—: ¿Le ha parecido interesante la demostración? Habrá visto que nuestros juguetes son de verdad y funcionan bastante bien.

Pavel Sudoplatov contestó banalidades. Pues su mente seguía absorta en lo que no había visto pero si sentido y aun más imaginado. Nada más descender corrió a la embajada soviética donde redactó un mensaje que recibió máxima prioridad.

El último observador fue trasladado en helicóptero hasta El Aaiún, donde lo esperaba un CRJ que voló hasta Nancy. Luego volvió a montar en otro helicóptero, siguiendo el ya largo viaje hasta llegar a las líneas alemanas cercanas a Hamburgo.



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Hacía más de un año que el general Sturm no se reunía con el líder nazi, y le sorprendió lo desmejorado de su aspecto. Una máscara de preocupación había reemplazado a la sonrisa satisfecha, y hasta había perdido peso. Tampoco esperaba la cordialidad con la que el Reichsmarschall Goering lo había recibido. En realidad, el favor de su antiguo jefe poco le importaba al general de paracaidistas, que en los últimos meses había cambiado su forma de ver el mundo.

—Me alegra recibir al defensor de Carcasona —dijo el nazi—. No, no se lamente por haber sido derrotado: sé que defendió la ciudad hasta el límite de lo humanamente posible. Mantener la defensa solo hubiese llevado a que valiosos jóvenes alemanes entregasen sus vidas por nada. El tristemente fallecido Führer tuvo una impresión equivocada de su capitulación, pero yo valoro tanto su tenacidad como su criterio al salvaguardar a sus hombres.

Sturm asintió mientras Goering seguía.

—Pero bueno, estoy siendo tremendamente descortés. Le ruego que tome asiento. —Goering hizo un gesto y un ayudante acercó una bandeja con dos copas y una botella de Armañac. El mismísimo mariscal sirvió el licor y ofreció la bebida a su invitado. Sturm pensó que lo útimo que esperaba era ser agasajado; más bien pensaba que a esas horas estaría siendo torturado por la Gestapo. Saboreando el licor, pensó que su antiguo jefe sabía cómo vivir. Aunque fuese en un acabaña de lo más profundo del bosque (pues ningún mando en su juicio se atrevía a acercarse a una residencia oficial), siempre sabía rodearse de lujo. Gozar del favor de Goering podía ser muy agradable. Solo había que saber cerrar los ojos.

—Mi Reichsmarschall, los españoles me han liberado con el encargo de traerle un mensaje…

—Lo esperaba. Yo mismo llevo días intentando contactar con ellos, pero tras la muerte de nuestro líder ha habido muchos seguidores fanáticos que equivocadamente pensaban servir a la patria manteniendo la resistencia a ultranza. Hasta tal punto que me vigilaban para interceptar a mis enviados. Muchos de esos locos estaban dirigidos por Heydrich, que los empleaba para hacerse con el poder. Pero me parece que nuestro llorado Reinhardt tiene ahora otras preocupaciones, y el ambiente está menos tenso. Ahora estoy empezando a recuperar el acceso a nuestros servicios diplomáticos, y mi intención era enviar a alguien de confianza. Pero resulta mucho más agradable recibir a un héroe como usted.

Goering tomó la carta que Sturm le ofrecía y la dejó en una mesita, sin abrir.

—Antes de leer la nota preferiría que fuese usted quien me contase todo lo ocurrido desde que fue apresado. Por favor, no se deje nada. Me interesa mucho saber qué ha sido de mis paracaidistas.

Sturm tomó un sorbo del licor antes de desgranar su historia. Relató la defensa desesperada de la ciudad francesa, y como su cuerpo de ejército había sido aniquilado por fuerzas muy superiores que además dominaban las tácticas de combate urbano. Tras la capitulación había sido conducido a un campo de prisioneros en el centro de España que, según le contaron sus vigilantes, había sido una urbanización cuyo desarrollo había abortado, y que ahora se empleaba para albergar una miríada de alemanes. Tantos que Sturm había tenido que compartir su alojamiento, un apartamento pequeño pero cómodo, con otros doce hombres. Todos, generales de mayor o menor grado.

Dos semanas antes la dirección del campo le había llamado para hacerle una oferta: se le devolvería a Alemania, con solo dos condiciones. Una, que entregase una nota al mariscal Goering. Otra, que presenciase un pequeño experimento. El general había conferenciado con sus compañeros de reclusión, que le recomendaron aceptar la propuesta, ya que la consideraban más un servicio que una traición a la patria. Tras aceptar le habían llevado al desierto del Sáhara, y por el camino se le habían entregado unos documentos para que los estudiase: explicaban de manera bastante sucinta el funcionamiento de una bomba atómica. El general le dijo al dictador que había creído que era solo propaganda, hasta que había presenciado la demostración.

—¿Quiere decir que los españoles han construido una bomba atómica y la han probado en el desierto? ¿Está seguro de lo que dice?

—Por completo, mi Reichsmarschall. Lamento decirle que no pude ver la explosión: la detonación fue subterránea pues los españoles no querían envenenar la atmósfera con los restos. Los documentos que me dejaron leer decían que una explosión atómica produce partículas de enorme toxicidad que permanecen en el ambiente para siempre. Haciendo estallar las bombas bajo tierra impedían que la radioactividad, que era así como la llamaron a ese veneno, saliese al aire.

—Pero podría haber sido todo un montaje.

—No, mi Reichsmarschall. Yo estuve allí y soy testigo. Como le he dicho, la explosión fue subterránea y poco espectacular. Pero eso no quiere decir que no sintiésemos lo que ocurrió. Todo el desierto tembló, como el suelo saltase en el aire…

—Podría haber sido una carga explosiva que hubiesen escondido debajo de ustedes.

—Siento contradecirle, mi Reichsmarschall. Soy un soldado, conozco los explosivos y viví la Gran Guerra. Lo que sentí recordó más a un terremoto, como uno que sentí durante mi servicio en los Alpes italianos, aunque lo del Sáhara no fue un pequeño movimiento sino más bien como una fuerte coz. Por todos los alrededores se elevaron nubes de polvo o hubo pequeños derrumbamientos, algo que no hubiese ocurrido de haber sido una carga que estallase bajo nosotros. Tampoco le he hablado del ruido, un rugido más que un estampido, como si toda la planicie fuese un gran tambor. Mi Reichsmarschall, ni todos los explosivos que tiene Alemania, estallando a la vez, causarían ese efecto.

Goering asintió. Solo había pedido la opinión a Sturm por si había notado algo raro, pero ya había sido informado que sismógrafos por toda Alemania habían registrado una extraña sacudida. No sismo normal sino como una explosión, cuyo foco estaba en África noroccidental. El cálculo de la energía necesaria para producir esa sacudida era asombroso: como mínimo, cien veces más que la liberada por la explosión que había deshecho el refugio del Führer.

—Eso quiere decir que nuestros enemigos le han soltado para que me contase lo de la bomba y me entregase la carta.

—Así es, mi Reichsmarschall —dijo Sturm—. Desde el Sáhara me llevaron a Nancy, donde han construido una enorme base aérea. No me taparon los ojos, ni me metieron en coches sin ventanillas: me imagino que querían que viese la base. Estaba atestada, conté por lo menos ochenta aviones cohete del modelo que llaman Flecha, y muchos más cazabombarderos de hélice. Espero que no le moleste que le diga que según los desertores, los españoles solo tenían dos docenas de ese tipo de avión, y ningún cazabombardero. No tengo duda de que están construyendo aviones en grandes cantidades.

—Tiene razón, general. Se cometió un gravísimo error de cálculo que ya han pagado los responsables. Pero ahora preferiría que siguiese con su relato.

—Ya queda poco. Desde Nancy una de esas aeronaves de despegue vertical, un helicóptero, me llevó hasta las cercanías de Hamburgo, y luego una patrulla con bandera blanca me guio hasta nuestras líneas, hasta un sector defendido por nuestro ejército regular y no por las SS.

Goering asintió. Las SS se estaban dedicando más que a combatir a los españoles a perseguir a aquellos de sus compatriotas que mostrasen signos de debilidad.

—Ha sido una suerte, desde luego —dijo.

Sturm no respondió, porque estaba pensando en lo que no había relatado. Durante su estancia en España había visto más cosas. Le habían presentado pruebas de crímenes tan bárbaros que ensuciaban el nombre de Alemania. Sturm ahora sabía que el hombre que tenía al frente, además de ser un drogadicto ávido de dinero y lujos, había ordenado el asesinato de decenas de miles de personas. Antes de viajar al Sáhara, se le había llevado primero a Francia, a un lugar llamado Oradour, y luego a la misma Alemania, a un campo cercano a Celle. Ese lugar, le explicaron los españoles, había sido construido para albergar las masas de prisioneros españoles que se esperaba capturar, pero cuando el ejército alemán fue derrotado, se convirtió en un campo de concentración donde se amontonaron miles de judíos para morir de hambre y de enfermedades. Sturm había visto las fosas llenas de capas y capas de cadáveres esqueléticos, de hombres, mujeres y niños, y sintió como todo su ser abominaba de los autores de esa barbarie. El general se consideraba un militar y un caballero; había admirado al partido nazi porque prometía el resurgir de su patria, pero ahora sabía que tras tanta fanfarria se escondía la maldad pura.

Un español, al verle tan afectado, le había hecho la propuesta que ahora le llevaba a Berlín. Sturm había insistido en que nunca sería un traidor; no por los nazis sino por sus compañeros de armas. Pero el español no le pidió nada impropio; tan solo que aceptase actuar como mensajero, pero sin olvidar lo que había visto. Ahora el general estaba sentado frente a Goering, alguien a quien había aprendido a repugnar, que le obsequiaba con una delicia robada a sus legítimos dueños.

Goering no supo interpretar el silencio de su subordinado, y creyó que se debía al cansancio. Intentando parecer comprensivo, le dijo.

—Le estoy fatigando, pero solo le pediré una cosa más ¿conoce el contenido de esta carta?

—No estoy cansado, mi Reichsmarschall, sino preocupado. Claro que sé lo que pone. Los españoles me la mostraron. Dice que ellos están tan cansados de la guerra como nosotros y no quieren perder más vidas de sus soldados. Por eso le convocan a una reunión en un lugar cercano a Celle dentro de tres días. Si usted no acepta considerarán que quiere seguir resistiendo, y harán otra demostración atómica. Pero esta vez, sobre Alemania.



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El segundo cuerpo mecanizado español, desplegado al este del Elba, estaba preparado para la ofensiva final. Su artillería autopropulsada ya se había situado en posición y estaba presta a iniciar el bombardeo artillero que abriría camino hacia la capital. Pero se habían recibido órdenes de suspender las operaciones ofensivas. Los tanquistas, que estaban aliviados porque sabían que la de Berlín sería una batalla difícil, pero también con ganas de acabar por fin con la guerra, vieron pasar una gran masa de aviones.

Estaba encabezada por una escuadrilla de los nuevos C.19C Flecha de timón doble, que en pocos minutos recorrieron la corta distancia que quedaba hasta la capital germana. Una vez sobre Berlín empezaron a realizar pasadas a velocidad supersónica mientras la artillería antiaérea permanecía en silencio. Poco después los C.19C se elevaron para repostar, siendo sustituidos por dos escuadrillas de cazas C.19A, que también atronaron los cielos de la ciudad. Los cañones alemanes siguieron en silencio y ningún aparato germano despegó.

El ruido de los reactores no permitió que los berlineses escuchasen la llegada de otra masa de aviones: una fuerza de ochenta cazabombarderos Halcón. Iban cargados con bombas, cohetes y contenedores de napalm, pero de nuevo permanecieron orbitando sobre la ciudad mientras se acercaba el cuarto componente de la demostración. Era más pequeño: una escuadrilla de cazas Águila protegían a dos helicópteros NH90, también escoltados por seis de los nuevos helicópteros de ataque HA.35 Avispa. Estos últimos también estaban armados con cohetes y misiles, y se posicionaron en la periferia del aeródromo de Tempelhof. Los dos NH90 se posaron junto a una gran cruz cercana a la terminal y que había sido apresuradamente pintada.

Con los helicópteros en tierra siguió la demostración aérea: un grupo de cazabombarderos Spatha de ala recta, y cuatro Alfanje de ala en flecha.

Los oficiales alemanes que esperaban no necesitaron de muchas reflexiones para comprender el propósito de la exhibición. Ya se sabía que cada avión cohete español podía cargar más bombas que cualquier bombardero alemán. Los aviones de hélice habían sido empleados con profusión contra las tropas germanas. Respecto a los helicópteros, eran temidos por las tropas alemanas casi tanto como los cazabombarderos. Los doscientos aparatos españoles que estaban participando en la demostración podían causar terribles daños.

Los expertos en aviación, y los oficiales que estaban en Tempelhof lo eran, también entendieron la otra parte del mensaje. Todos los aviones que habían desfilado eran nuevos. Solo los Flecha existían antes del salto temporal, pero en número muy reducido. Los aviones a hélice, o los otros tipos de reactores, eran diseños nuevos, como también los helicópteros, nunca vistos sobre Alemania. España estaba mostrando como en algo menos de dos años había diseñado y construido una gran fuerza aérea.

Los berlineses entendieron la tercera parte del mensaje. La formación se mantuvo sobre los cielos sin disparar ni un tiro, y las baterías antiaéreas tampoco contestaron. Había una tregua, que con los panzer españoles a setenta kilómetros de la capital solo podía significar que se habían iniciado algún tipo de conversaciones.

Del edificio de la terminal de Tempelhof salieron varios oficiales: uno de ello, corpulento y con un abrigo de especial corte, pudo ser reconocido como Goering. Un tripulante que había descendido de uno de los aparatos los guio y, una vez en la aeronave, les ayudó a colocarse arneses y auriculares. Al verla de cerca notaron que se trataba de una mujer; también lo era la piloto del NH90, como descubrieron al notar el timbre de su voz. Como era la primera vez que los alemanes subían a un helicóptero (salvo el general Sturm) observaron con curiosidad la cabina, descubriendo por todas partes pequeñas maravillas. Como esos auriculares que aislaban casi por completo del ruido y transmitían la voz de la piloto con una nitidez inalcanzable para cualquier equipo alemán.

Los dos NH90 (uno de ellos solo actuaba como reserva) despegaron y se dirigieron hacia el oeste, rodeados por los Avispa y escoltados por los Águila. Para los alemanes, varios de ellos antiguos pilotos, no fue difícil orientarse. Pudieron ver el Elba y a su izquierda, Magdeburgo y luego Brunswick. Antes de llegar a Hannover se dirigieron hacia un campamento con barracones alineados, posándose en una extensión abierta. Entonces la piloto se volvió a dirigir a los pasajeros, en un alemán de fuerte acento pero reconocible:

—Wilkommen in Bergen-Belsen.



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En uno de los barracones, que había sido limpiado y desinfectado, esperaba la delegación española. Estaba encabezada por el general García Martín, jefe de las fuerzas expedicionarias aliada en Europa, y por el ministro de asuntos exteriores Díaz. También estaban varios representantes aliados: los generales De Guingaud, Leclerc y Maczek, y los civiles Anthony Eden, Pierre Mendès France y Władysław Raczkiewicz. No había sitio para más y por eso no había delegados de otras naciones que se habían unido a la guerra contra los nazis. Tampoco había jefes de gobierno: los alemanes iban a tener que tratar con subordinados. De primer nivel, pero subordinados. Ningún jefe de una nación se rebajaría a unirse con ellos. En esto, tanto el rey de España como el presidente del gobierno Samitier habían sido tajantes, por mucho que Churchill o De Gaulle hubiesen deseado estar en esa reunión histórica.

No había sido fácil llegar a un acuerdo entre los aliados. Los negociadores de las naciones que más habían sufrido la invasión pedían que Alemania fuese destruida. Los polacos habían llegado a demandar un tratado que arrebatase a Alemania grandes territorios, hasta la línea del Óder-Neisse, aunque sin renunciar a los territorios orientales invadidos por la URSS. También exigían una descomunal reparación de guerra, la ocupación de su vecino durante cincuenta años, el desarme, y el desmantelamiento de la industria pesada. Los franceses tampoco se habían quedado cortos y querían desmembrar Alemania convirtiéndola en varios estados agrícolas desarmados. Hasta a los británicos, normalmente más ecuánimes pero habían peleado dos veces con Alemania en veinticinco años, les agradó el plan de dividir el país en varios estados grosso modo similares a los existentes a principios del siglo XIX.

Los españoles se opusieron. Por una parte, pensaban que exigencias tan duras llevarían a los alemanes a resistir hasta el final. Quedaban amplias zonas en poder germano y en ellas habría que luchar por cada palmo. Además, la fragmentación del país llevaría con seguridad a un ánimo de reunificación y a posteriores conflictos, cuando lo que se trataba era de evitar nuevas guerras que en época atómica Europa no podía permitirse. Con la perspectiva que daba el tiempo, la delegación española quería llegar a algún acuerdo que tuviese validez para varias generaciones. Además los españoles recordaron a sus aliados que al otro lado de la frontera oriental la Unión Soviética estaba reuniendo sus enormes ejércitos. Se esperaba que la demostración nuclear la contuviese; pero si el conflicto se alargaba era posible que la URSS declarase la guerra a los nazis y ocupase buena parte del país. Aunque en esta ocasión no llegase a Berlín, se haría con Polonia, Prusia y seguramente buena parte de los Balcanes, creando otra vez esa Europa dividida que casi llevó al mundo a la destrucción nuclear en la anterior línea temporal.

Como, eran las fuerzas armadas españolas las que habían derrotado a los nazis, se pudo imponer el criterio hispano. La propuesta, además, no era definitiva haciéndola más fácil de aceptar. Inicialmente solo Austria sería escindida de Alemania. El país sería ocupado por los aliados que establecerían una administración militar, buscando la colaboración de los sectores alemanes democráticos. Mientras, se convocaría una gran conferencia de paz, similar a la de Viena de siglo y pico antes. La referencia fue porque, a pesar de sus defectos, el Congreso de Viena consiguió convertir el siglo XIX en un siglo de paz, con rifirrafes ocasionales, pero sin las grandes guerras generalizadas que desde el siglo XVI venían ensangrentando Europa.

Con esas premisas se recibió a la delegación alemana: se iba a permitir temporalmente la supervivencia de Alemania. Pero no la de los nazis.



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