El Visitante. Historia Alternativa de la Segunda Guerra Mund

Los Ejércitos del mundo, sus unidades, campañas y batallas. Los aviones, tanques y buques. Churchill, Roosevelt, Hitler, Stalin y sus generales.
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Domper
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Dora, Heinrich menos doce

16 de Mayo de 1941


Los Ju 88 aterrizaron uno a uno. Neumann los contó, y con disgusto vio que faltaba uno, el del Lemann. Esperaba que el sargento y sus hombres hubiesen podido escapar del avión. Los bombardeos de Aqaba estaban retrasando los esfuerzos británicos por reforzarse, pero eran cada vez más costosos. La mitad de los antiaéreos de Oriente Medio estaban desplegados en el puerto, y los cazas enemigos luchaban con ferocidad a pesar de su inferioridad. Casi todos los días se perdía algún avión, y tras tres semanas de combate un tercio de los aviadores no había vuelto.

Después de aterrizar los Junkers se dirigieron a sus áreas de dispersión, mientras las dotaciones de tierra corrían hacía los aviones. Desmontaron el armamento defensivo, lo revisaron y lo volvieron a montar. En cuanto los motores se enfriaron revisaron los niveles de aceite y el estado de desgaste de las piezas, sustituyendo las que estaban en peor estado. Comprobaron la presión y el estado de los neumáticos. Llenaron los tanques de combustible y finalmente cargaron las bombas. A las cuatro de la mañana Neumann, agotado, pudo acostarse en su catre, mientras los bombarderos empezaban a calentar los motores.



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Dora, Heinrich menos diez

16 de Mayo de 1941


El cabo Felix Busch tecleaba a toda prisa textos sin sentido, que la máquina Enigma II convertía en una ristra de letras con menor sentido todavía, que luego tenía que transmitir.

Para el cabo la nueva Enigma II no era extraña, pues se trataba de una modificación de la anterior máquina Enigma, solo que con seis rotores en lugar de cuatro. Había oído decir que no era de fiar del todo y que se estaba desarrollando un nuevo equipo que sería imposible de interferir, pero mientras tenían que seguir con ella. Desde que Inteligencia alertó de la posible inseguridad de la cifra los oficiales vigilaban como lobos la actuación de los radioperadores, obligando a usar grupos de cifras cambiantes, prohibiendo la repetición de títulos honoríficos, saludos al Statthalter, circunloquios y demás. Eso era razonable, pero lo que no le gustaba nada a Busch era al nueva orden de emitir continuamente. Según le había explicado el teniente, era para que los ingleses no supiesen cuando los mensajes eran reales y cuando no. Comprendía las ventajas del sistema, pero era agotador.

Si al menos pudiese trasladarse a las compañías de intercepción… esos lo único que tenían que hacer era escuchar y mover sus diales hasta conseguir localizar los emisores enemigos. Era latoso, pero menos cansado que teclear día y noche.



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Dora, Heinrich menos diez

16 de Mayo de 1941


Hans Meier se asaba dentro de su SdKfz 251/3 mientras giraba con cuidado los diales, intentando distinguir las emisiones enemigas entre el ruido de fondo. Cuando escuchaba alguna emisora, giraba con cuidado la antena rotatoria, hasta descubrir la dirección desde la que la emisora emitía. Entonces anotaba la posición del vehículo, la dirección de la emisora enemiga, la longitud de onda y su potencia estimada. A lo largo del canal vehículos similares realizaban la misma exploración.

Tras detectar varios emisores ingleses el semioruga volvió a Ismailia, donde entregó los resultados de sus intercepciones a un equipo de topógrafos. Tomando como base las diferentes observaciones y triangulándolas, descubrieron dos nuevos emisores al otro lado del Canal, que podrían corresponder a puestos de mando. Un mapa con los nuevos emisores fue entregado a un motorista, que lo llevó a toda prisa a las baterías de artillería pesada.



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Dora, Heinrich menos ocho

16 de Mayo de 1941


Al atardecer los zapadores salieron de los refugios en los que habían pasado el día y se dirigieron hacia la orilla. Durante las tres noches anteriores habían estado desmontando sus campos de minas. Lo más rápido hubiese sido volarlos, pero eso hubiese alertado a los ingleses de la inminencia del ataque.

Por lo tanto el soldado Florian Fruest se arrastró hacia la orilla, intentando aprovechar las sombras que los arbustos para evitar que la luz de la luna lo descubriese. Avanzó hasta encontrar el cordel atado a una piqueta que había dejado la noche anterior. Por detrás todo había quedado limpio, al menos eso esperaba. Por delante aun tenía que limpiar veinte metros más hasta llegar a la orilla.

Fruest intentó recordar donde estaban las minas. Tenía un plano que había estado estudiando intensamente, pero no se atrevía a encender su linterna porque podría atraer un disparo enemigo. Recordó que la siguiente mina, una bomba antitanque, estaba a dos metros a la izquierda de la piqueta. Avanzó poco a poco, usando una varilla para explorar, hasta que esta chocó con un objeto. Fruest exploró a su alrededor: aunque en teoría en esa zona no había otras minas, confiar en el plano que habían trazado al tender el campo era jugarse la vida, porque siempre había algún gracioso que ponía una mina donde no debía.

El soldado no encontró nada y siguió avanzando hasta tocar la carga con los dedos. Con suma precaución limpió la tierra que cubría la mina. Era una caja rectangular que contenía por lo menos cinco kilos de explosivos: si estallaba no quedaría nada de él. La palpó con cuidado buscando cables disparadores o de anclaje, que no encontró, y luego revisó la cara superior hasta encontrar el detonador. En teoría esos detonadores solo se activarían si los pisaba algo pesado, como una rueda o la oruga de un tanque, pero vaya usted a saber. Con la mano derecha agarró el disparador, y lo intentó mover poco a poco. Al principio no se movió porque la arena lo debía haber atascado, pero luego empezó a girar. Fruest desenroscó el detonador, lo apartó y marcó el lugar: la mina ya no era peligrosa y a la mañana siguiente sería retirada.

Entonces escuchó un silbido. Fruest preparó su pala de trinchera intentando ver algo, cuando un silbido más corto lo tranquilizó: eran los nadadores italianos que se acercaban a la orilla.



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Dora, Heinrich menos cuatro

17 de Mayo de 1941


Alan Brooke odiaba los hábitos nocturnos de su Primer Ministro. Tenía que trabajar todo el día en el Estado Mayor Imperial, pero el noctámbulo Churchill le obligaba a despachar por la noche. Alan Brooke no solía volver hasta su residencia hasta las tres o las cuatro de la mañana, con apenas tres horas de sueño hasta la siguiente jornada. Eso si podía volver, que esta noche sería imposible.

Londres estaba soportando el peor ataque desde el inicio del Blitz. Los bombarderos alemanes pasaban uno a uno sobre la ciudad lanzando su carga mortal. Las bombas de alto explosivo hacían temblar las paredes, mientras las incendiarias lanzaban destellos como flash de fotografía. Los crecientes incendios iluminaban la ciudad con su luz rojiza, mientras los londinenses, refugiados en túneles del Metro o temblando en sus refugios Anderson, temían la caída de la siguiente bomba. Los reflectores horadaban la noche buscando aviones alemanes, y la artillería antiaérea añadía sus ladridos al estruendo.

El Primer Ministro disponía de un cómodo y seguro refugio, pero había subido a la azotea para observar la incursión, mientras sus ayudantes intentaban que se refugiase, temiendo que cualquier fragmento de metralla acabase con la vida del Premier. Alan Brooke intentaba hacerse escuchar por un entusiasmado Churchill.

—Sir Winston, escúcheme, por favor. Estamos casi seguros que los alemanes van a intentar cruzar el Canal. Los alemanes están acumulando una montaña de suministros en su orilla. Los italianos siguen atacando a los australianos en el Delta del Nilo pero con menos espíritu. Creemos que se están preparando para el ataque real.

Churchill siguió mirando— ¡Ahí cae un alemán!

—Primer Ministro, necesito su autorización para retirar a los australianos del Delta y reforzar con ellos las defensas.

—¿No me dijo lo mismo de los sudafricanos? Tuve que suspender la ofensiva en Etiopía, ahora que iba bien, para mandarlos a su dichosa Aqaba. Ese lugar me suena a Lawrence de Arabia

—Los sudafricanos son imprescindibles para defender Aqaba, y además está costando mucho descargar su equipo. Necesito retirar a los australianos para reforzar la escarpa de Suez, y así enviar a la brigada neozelandesa a Aqaba.

—¿Tan importante es ese puerto? —dijo Churchill.

—Es nuestra única vía segura de aprovisionamiento o de retirada.

—¿Retirarnos de Suez? Ni por asomo.

Alan Brooke se resignó. Llevaba semanas diciendo que la posición en Palestina era insostenible. Intentaría otra cosa—. Al menos déjeme retirar a los soldados de Creta. Nuestros destructores de Haifa pueden hacerlo si dejan su material. Pero en Creta están atrapados. Por lo menos me gustaría llevarlos a Chipre.

—Lo tendré en cuenta —dijo Churchill— ¡Mire, cae otro más. Los jerries lo están pagando caro!

Más caro lo pagaban los ingleses, pensó Alan Brooke mientras se retiraba. Iba a hacer planes para retirarse de Palestina le gustase a Churchill o no



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Dora, Heinrich menos dos

17 de Mayo de 1941


El teniente Romani y sus hombres se deslizaron hasta las cálidas aguas del Canal en el que esperaba fuese su último baño en ese lugar. La aproximación ya no fue solitaria: primero se encontró con ingenieros apiñados alrededor de botes, luego con los zapadores limpiando las últimas minas. A su espalda el rumor de motores era más acentuado si cabía. De vez en cuando las bengalas se elevaban desde la orilla inglesa: los tommies se temían algo.

Romani se introdujo en el agua. Esta noche ya solo le acompañaban siete hombres: dos noches antes su unidad se había encontrado con una patrulla británica, y había perdido a la mitad de sus soldados antes de poder escapar. Llevaron sus cargados botes hasta la orilla y empezaron a nadar.

Al llegar a la orilla enemiga se desplegaron, buscando las marcas de anteriores incursiones y, cuando las encontraban, colocaban un petardo unido a una larga mecha. Romani llegó hasta el borde del foso antitanque, donde colocó la carga mayor, y luego se retiró hasta la orilla y se metió en el agua.



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Dora, Heinrich menos uno

17 de Mayo de 1941


Apenas había conseguido dormir por la noche. Hubiese tenido que aprovechar la noche para descansar, porque los días siguientes iban a ser agotadores. Pero harto de dar vueltas en el catre se vistió y se acercó al Mammoth, el magnífico camión de mando que habían capturado a los ingleses tres meses antes. Los oficiales presentes se sobresaltaron, pero volvieron a sus tareas tras reconocer a su jefe, el general Rommel.



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Día Dora Hora Heinrich

17 de Mayo de 1941


A las cuatro y media de la mañana el cielo empezó a clarear hacia el Este. Simultáneamente el cielo se iluminó al Oeste: setecientos cañones alemanes e italianos dispararon simultáneamente. En el Canal el teniente Romani encendió las mechas y se zambulló en el agua, nadando hacia el centro del canal con todas sus fuerzas.

Los bisoños centinelas australianos aun dudaban sobre lo que estaba pasando cuando los proyectiles empezaron a caer.

La batalla del Sinaí había empezado.



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wilhelm
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Bien, empiezan los tiros. :alegre:


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Cañonazos, más bien.

Saludos



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Capítulo 20. Primer día

23186C

17 de Mayo de 1941. Dora, Heinrich


Me llamo 4.5 INZ HOW MK II TROTYL 23186C, pero los amigos me conocen por 23186C, y soy un proyectil.

Algunos dicen que las obras del hombre son objetos inanimados, que solo se diferencian de las rocas o de la arena por su complejidad. Pero personas mejor informadas saben que las creaciones del hombre son proyecciones del espíritu humano, que llevan consigo un trocito del alma de los seres que les dieron forma.

No sé si tengo alma o si mis recuerdos no son míos sino que están en la mente de los hombres que crearon y me trataron. Pero real o figurado recuerdo cada momento de mi larga vida.

Mis ancestros se remontan a miles de millones de años en el pasado, en el fondo de un enorme mar. Las agitaciones terrestres los expusieron a la corrosiva atmósfera en la que se oxidaron adquiriendo un llamativo color rojizo. Luego los materiales fueron arrastrados y cubiertos por violentos torrentes, para un sueño de eones.

Mi comadrón fue un curtido minero que arrancó las rocas que formarían mi ser y las cargó en una carretilla. Al salir al aire libre pude ver las colinas de mi Cleveland natal en los breves instantes que le costó a la cinta transportadora lanzarme a un vagón de tren, en el que me llevaron a un enorme complejo industrial cerca de Manchester. Entré allí como grava rojiza, pero el calor de toneladas de carbón me hizo expulsar las impurezas para transformarme en un sólido lingote de metal grisáceo. Un nuevo viaje en tren me llevó a la factoría en Leeds donde fui fundido, calentado y enfriado para endurecerme. Luego una fresadora torneó mi cavidad con lo que conseguí mi forma definitiva. Fue entonces cuando percibí la actividad febril que había en la factoría, en la que los operarios murmuraban extrañas palabras como Flandes o Amiens.

Un día, cuando me cargaban junto con cientos de hermanos en un tren, los trabajadores empezaron a gritar y a abrazarse. Ya no decían Arrás sino Paz, Victoria o Volverán a casa. En vez de subirme al tren me llevaron a un almacén donde esperé largo tiempo.

Veintiún años pasaron hasta que otros obreros me sacaron del almacén. Un nuevo viaje en tren me llevó hasta la capital. Llegué a un complejo mezcla de edificios victorianos y almacenes modernos en el que me limpiaron, me pintaron, me llenaron de Trotyl —tal vez a ustedes les resulte más familiar Trinitrotolueno, que es como dicen en el Continente— y me unieron a un cartucho metálico también lleno de explosivo. Un operario me bautizó, pintando con pistola las siglas 4.5 INZ HOW MK II TROTYL 23186C.

Raro me pareció, pero mis hermanos me dijeron que solo 23186C era mi nombre, y que las otras siglas mostraban mi relleno y el cañón para el que había sido destinado, el potente obús de 114 mm de la artillería imperial durante la Primera Guerra Mundial. Me sorprendió que tras tantos años se siguiese usando ese vetusto obús, pero un primo de seis pulgadas me explicó que tras la guerra habían sobrado miles de esos cañones, y que una crisis en Checoslovaquia había obligado a volver al servicio a los viejos veteranos. Un vistazo me permitió ver una hilera de obuses de 114 mm modernizados. Recién pintados y con sus ruedas con neumáticos tenían un aspecto excelente.

Otro viaje en tren ¿cuántos van? me llevó a unos atestados muelles, donde unas grúas recogieron la caja en la que estábamos mis hermanos y yo y la depositaron en la bodega de un gran barco. Apenas se había hecho a la mar cuando me alegré al oír a dos marineros decir la palabra Guerra. Entiéndanme, no es que me guste la guerra, pero para mí la paz son años aburridos en algún arsenal. Aunque los marinos estaban preocupados hablando de Submarinos y de Torpedos, el viaje fue plácido, primero hacia el Sur y luego al Este. Tras varias semanas una grúa me sacó de la bodega y me depositó en un muelle tostado por el sol. Las extrañas vestimentas de la gente y los ecos de la llamada del muecín me mostraron que estaba muy lejos de casa.

Un nuevo viaje en tren me permitió disfrutar del espectacular Nilo, y luego del desierto del Norte de África… para ser de nuevo encerrado en un almacén.

Meses pasaron hasta que unos preocupados soldados vestidos de caqui me cargaron en un camión y me depositaron junto a una batería de obuses. Alguien me roscó la espoleta, y entendí que había llegado mi hora. Pero antes de realizar mi sueño los soldados que me llevaban me dejaron caer al suelo, se alejaron de los cañones y se sentaron, esperando a otros soldados que hablaban una lengua desconocida.

Pensaba que era mi fin, sabiendo que el destino de la munición capturada era ser desmantelada y fundida o, más ignominiosamente, ser usada para construir trampas explosivas a la espera de la pisada de algún niño. Lo que no esperaba era que me cargasen de nuevo. Volví a cruzar el Nilo, esta vez en camión, y fui depositado en una gran pila. Los alemanes —porque así se llamaban mis nuevos dueños— habían decidido usarme para su ofensiva de Suez.

Esta vez la espera no fue demasiado larga. Una madrugada un artillero me tomó en brazos y me introdujo en la recámara de un obús: iba a ser el primero de mis hermanos en ser disparado. Segundos después otro soldado tiró del tirafrictor. Ni un instante había pasado cuando el percutor golpeó una pequeña cápsula de fulminante. El golpe descompuso la inestable mezcla, que ardió inflamando a su vez un cilindro de pólvora negra, que a su vez incendió la cordita del cartucho.

Noté el brutal empuje de los gases a presión producidos al arder la cordita. Mi banda de forzamiento tomó las estrías del tubo, y empecé a girar a gran velocidad, como una peonza enloquecida. En un suspiro salí disparado del tubo y noté el chasquido que produjeron los seguros de la espoleta al armarse.

Mientras ascendía en la noche descubrí con satisfacción que mi artillero se había adelantado, y que era el primer proyectil de los miles que empezaron a cruzar el cielo. Pero el corto tubo del obús me daba corto alcance, por lo que muy pronto apunté hacia tierra, hacia una trinchera rodeada de alambres de espino, entre los que me enterré. En los milisegundos que le costó activarse a la espoleta intenté enviar mi historia hacia las almas que se escondían en mis cercanías.

23186C no era sino el primero de los miles de proyectiles que empezaron a caer sobre las líneas británicas del Canal de Suez. El Panzergruppe Afrika y el 10º Ejército italiano habían destinado casi toda su artillería para la operación, dejando solo en el Alto Nilo los cañones justos para sostener el frente. Asimismo se habían emplazado cuatro grupos de artillería de campaña alemanes y uno italiano, llegados en las últimas semanas, y se había desplegado también el gran número de cañones capturados a los ingleses en Mersa Matruh, que servían artilleros alemanes enviados apresuradamente. También se unieron al concierto los potentes lanzacohetes Nebelwerfer, armas imprecisas y de corto alcance pero con potentísima carga explosiva. En total setecientos cañones de todos los calibres dispararon a la vez contra las líneas inglesas al sur de los Lagos Amargos, en un diluvio de fuego superior al que había aplastado Gibraltar.

En un primer momento una lluvia de proyectiles cayó sobre las posiciones inglesas detectadas junto a la orilla. Luego los cañones de mayor calibre cambiaron de objetivo. Los cañones alemanes de 170 y 150 mm dispararon sobre las posiciones conocidas de la artillería inglesa y sobre los puestos de mando, mientras que los cañones italianos de 149 mm, menos precisos, hicieron fuego de interdicción sobre las vías de comunicación y sobre el Norte el Canal para dificultar los movimientos británicos. Mientras los cañones de menor calibre italianos mantuvieron su fuego sobre las posiciones inglesas, especialmente sobre las fortificaciones que dominaban los puntos de cruce elegidos, que habían recibido los nombres de “El Reducto”, “El Castillo”, “El Fuerte” y “El Bastión”, cada una de las cuales recibió también una andanada de cohetes. Mientras los cañones alemanes comenzaban un fuego de barrera destinado a destruir los campos de minas, a romper las alambradas y a cubrir a los grupos de zapadores que empezaban a cruzar en Canal.



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Caza

Dora, Hans + 0:30


Al mismo tiempo que la artillería abría fuego cientos de aviones se elevaban desde los campos de aviación de Egipto. La primera en despegar fue una escuadrilla de cazas bimotores Bf 110 armados con contenedores de bombas SD-2, que volando a baja altura y a máxima velocidad se dirigieron hacia las bases aéreas inglesas en el Sinaí y en el sur de Palestina. Fueron seguidos por cazas Bf 109 que debían asegurar su protección. Luego despegaron los bombarderos, Ju 88 y He 111 alemanes, CANT Z.1007 y Savoia Marchetti SM-79 y SM.84. Los pesados aviones se elevaron para agruparse mientras despegaban a su vez las decenas de aviones de caza Bf 109, Bf 110, Macchi C.200 y Fiat CR.42. Finalmente fueron los famosos Junkers Ju 87 Stuka los que se elevaron y se dirigieron hacia el Este.

Las alarmas habían empezado a sonar en el aeródromo de El Arish. Los coches llevaban a los pilotos hacia sus Hurricane cuando una pareja de aviones bimotores sobrevolaron la base sin dar tiempo a que los antiaéreos disparasen. Los aviones lanzaron una especie de bidones que se abrieron, dejando caer pequeñas bombas que estallaron como tracas abriendo pequeños socavones en las pistas. Entonces llegó una segunda pareja de bimotores, pero esta vez la artillería antiaérea estaba alerta y los Bf 110 se encontraron volando entre una nube de proyectiles. Uno soltó sus contenedores y escapó, pero el segundo empezó a echar humo e hizo un aterrizaje forzoso al final del campo.

El líder de la formación, el Oberleutnant Hans-Joachim Jabs, vio con satisfacción que los tripulantes habían podido abandonar el aparato dañado, y siguió sobrevolando el campo aunque a mayor altura: el daño que las bombetas SD-2 podían causar en las pistas era pequeño y los aviones ingleses estaban protegidos por sacos terreros, por lo que solo un improbable impacto directo podría destruirlos. Vio media docena de bombarderos Douglas Boston en el tarmac, pero resistió la tentación de atacarlos: su objetivo era mantener a los aviones en tierra hasta que llegasen los bombarderos. Entonces divisó al otro extremo del campo un par de aviones que empezaban a moverse. Movió las alas para alertar a su piloto de escolta, dio gases y picó. Mientras descendía vio que uno de los dos cazas ingleses rompía su tren y se deslizaba por la pista, probablemente a causa de algún socavón. Jabs apuntó al otro y le lanzó una larga ráfaga, que lo hizo estallar.

El alemán se elevó y miró a su alrededor, y vio que una nube de aviones se acercaba desde el Oeste. Esos eran los pesados, pensó, y decidió abrirles paso. Viró hacia el aeródromo sin acercarse demasiado, hasta ver como un cañón automático empezaba a disparar contra él. De nuevo dio gases y descendió, pero esta vez virando suavemente a la izquierda y pisando con fuerza el timón a la derecha, para conseguir que el avión se deslizase hacia un lado confundiendo la puntería de los artilleros. Cuando le separaban menos de mil metros alineó el avión y empezó a disparar contra el cañón, alrededor del cual se elevaron surtidores de polvo. Luego una nube de humo mostró el estallido de una caja de municiones.

El Bf 110 empezó a elevarse cuando el piloto sintió como si su avión atravesase una nube de granizo

El artillero Wexler le alertó por el interfono—. Teniente, nos han dado los antiaéreos.

Jabs miró y vio que el motor izquierdo echaba humo y comenzaban a verse llamas. El avión respondía a los mandos aunque pesadamente. Apagó el motor izquierdo y puso la hélice en bandera.

—¡Wexler!— gritó al artillero — ¿Ves más daños?

—El timón derecho casi ha desaparecido, pero no veo nada más —respondió.

Afortunadamente menos de 100 kilómetros le separaban de la base, y mucho más cerca estaban sus propias líneas—. Wexler, vamos a intentar volver —dijo a su artillero, mientras dirigía su lisiado avión hacia el Oeste.



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Llave

Dora, Heinrich + 0:50


Los cuarenta zapadores del teniente Sander salieron de las trincheras en las que habían esperado durante la noche y corrieron hacia el canal llevando sus botes plegables, protegidos por el alud de fuego que lanzaba la artillería del Pacto. Al llegar a la orilla botaron sus lanchas, montaron en ellas y empezaron a remar, mientras miraban con recelo los proyectiles que estallaban en la orilla contraria. Los zapadores sabían que un soldado tiene más posibilidades de sobrevivir si se arrima lo más posible a la barrera de artillería, para poder asaltar la posición enemiga sin dar tiempo a sus defensores de prepararse. Era mejor sufrir bajas por acercarse demasiado al fuego propio que permitir al contrario organizar al defensa. Pero siempre aterraba acercarse a una cortina de fuego de artillería, temiendo que un proyectil cayese corto.

Al acercarse a la orilla Sander lanzó dos bengalas de color verde. Pocos segundos después las explosiones se alejaron de la orilla y se desplazaron hacia el interior, uniéndose a la artillería italiana en el chaparrón de acero que caía sobre la posición australiana bautizada como “el Castillo”. Los morteros lanzaron proyectiles fumígenos para enmascarar el desembarco, y las frágiles embarcaciones llegaron a la orilla opuesta en medio de una nube de irritante humo químico.

Sin perder un momento los sargentos ordenaron a los soldados que abriesen camino con torpedos Bangalore: eran tubos de acero con asas a los lados, que estaban rellenos de explosivo. Los zapadores los situaban ante ellos, encendían las mechas y se refugiaban, y al estallar hacían detonar por simpatía las pocas minas que los nadadores de Romani o la barrera artillera habían dejado incólumes. Aunque no todas las minas habían sido destruidas, y allí sufrió la sección sus primeras tres bajas.
Otros torpedos Bangalore, introducidos bajo las alambradas, abrieron paso al foso. Tras abrirse paso en él de la misma forma los zapadores lo cruzaron unos segundos después de que la artillería alargase sus fuegos, y se internaron en la posición. Una andanada de Nebelwerfer había convertido el lugar en algo parecido a la Luna, con cráteres en los que asomaban restos de alambre y de armas. Los ingenieros de combate llegaron hasta los blocaos supervivientes justo cuando empezaban a asomar las armas australianas, y empezaron a lanzar cargas explosivas por las troneras. Tras unas pocas explosiones los soldados enemigos salieron por la parte trasera de sus fortines con sus brazos en alto.

En los siguientes treinta minutos los zapadores redujeron las otras posiciones de los australianos. Entonces Sanders lanzó una bengala amarilla: el paso estaba expedito.



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KL Albrecht Achilles
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Mensaje por KL Albrecht Achilles »

Domper escribió:...Me llamo 4.5 INZ HOW MK II TROTYL 23186C, pero los amigos me conocen por 23186C, y soy un proyectil.


La prosa esta sencillamente genial. :thumbs:

Saludos :cool2:


It matters not how strait the gate. How charged with punishments the scroll.
I am the master of my fate: I am the captain of my soul. - From "Invictus", poem by William Ernest Henley
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Picado

Dora, Heinrich + 1:20


El Oberst Oskar Dinort conducía su ala de bombarderos en picado sobre el desierto del Sinaí.

El berlinés Dinort había iniciado su carrera militar en el Freikorps, la milicia que había intentado mantener la estabilidad de Alemania tras la derrota de 1918, y luego se había integrado en el ejército de la República de Weimar. Pero desde joven se había convertido en un entusiasta piloto de planeadores, que había llegado a batir el récord mundial de duración. Por ello fue trasladado a la fuerza aérea que se reconstruía clandestinamente y más adelante asignado a las unidades de bombarderos en picado Stuka. Dirigiendo el Sturzkampfgeschwader 2 (StG 2) Immelmann, se había distinguido en Polonia, en Francia, sobre Dunkerque, en Gibraltar y en los Balcanes. Allí había inventado un artilugio, el disco de Dinort, que hacía que las bombas estallasen sin enterrarse, lo que aumentaba sus efectos.

Sus Junkers habían tenido que esperar mientras los cazas y bombarderos atacaban las bases aéreas enemigas, abriendo el camino al temido Stuka, que ahora iba a mostrar su especialidad: el ataque de precisión. Los Ju 87 tenían como objetivo la infraestructura y especialmente las posiciones artilleras inglesas a lo largo del canal. Varias avionetas Fieseler Fi 156 “Cigüeña” sobrevolaban el territorio enemigo intentando distinguir las posiciones británicas mientras otros dirigían el fuego de la artillería. Los ligeros aviones, desprovistos de blindaje, tenían una tarea peligrosa, pero los soldados ingleses pronto aprendieron a no molestarlas, ya si les disparaban atraían los mortales ataques de los Stuka.

Una de las Cigüeñas detectó unos cañones disparando y avisó a Dinort, que condujo uno de los Gruppen sobre ellos, manteniendo los otros dos a la espera. En coronel vio las nubes de polvo levantadas por los cañones y se dirigió contra ellas. Ordenó que solo tres aviones atacasen cada posición, confiando en que el terror de los ataques fuese tan efectivo como las bombas. Cuando faltaban pocos segundos Dinort preparó su bombardero: armó la bomba SC250, extendió los frenos de picado, ajustó el paso de la hélice, desconectó el acelerador, cerró los radiadores de agua y de aceite, y ajustó el autopiloto que permitía al Stuka recuperarse del picado aunque el piloto perdiese la conciencia. Luego se colocó tapones de algodón en los oídos para evitar los dolores que causaba el aumento de la presión atmosférica al descender rápidamente.

Entonces giró a la izquierda y cayó en un picado de 70°, repitiendo la maniobra que había efectuado decenas de veces. Los Stuka eran capaces de acertarle a un tanque o a un camión gracias al gran entrenamiento de sus dotaciones, pero también gracias a sus nervios de acero. Dinort vio como la tierra se acercaba cada vez más deprisa mientras las agujas del altímetro giraban rápidamente y las alas del avión se estremecían. Corrigió levemente el picado y cuando estaba a cuatrocientos metros de altura soltó la bomba de 250 kilos contra su blanco, un cañón pesado. Aligerado, el bombardero saltó en el aire mientras el piloto estiraba con fuerza de la palanca. Sintió que su visión se ennegrecía durante unos instantes, y al despejarse vio cómo había recuperado parte de la altura. La posición artillera estaba cubierta de llamas y humo, por lo que buscó un nuevo blanco para sus bombas de 50 kilos, que pronto encontró: una columna de camiones. Luego se elevó para seguir dirigiendo el ataque.

De tres en tres los noventa aviones de la StG 2 siguieron machacando la retaguardia británica. Tras veinte minutos se retiraron, para dejar paso a un grupo de aviones de asalto Breda Ba.65.



Tu regere imperio fluctus Hispane memento
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