Diario de una Bandera.

La Historia Militar española desde la antiguedad hasta hoy. Los Tercios, la Conquista, la Armada Invencible, las guerras coloniales y de Africa.
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tuareg
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Diario de una Bandera.

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Diario de una Bandera.
Comandante Franco.
10 Edición en papel. 1922 . 10 Edición Electrónica. Abril 1997. Fernando
Franco

Ofrenda

A los muertos por España en las filas del Tercio de Extranjeros.



Al Comandante Franco le vi por vez primera en Valdemoro, habíamos ido allí a
un curso de tiro; me nombraron entre todos los compañeros encargado de hacer
la Memoria y busqué, entre los que allí había, quiénes me habían de ayudar
en tan ardua labor, y entre ellos y por natural impulso, por simpatía
personal tan sólo, invité, entre otros, a Franco, de aquí nace nuestra
amistad y el alto concepto que tengo de este Jefe.
Cuando hube de organizar la Legión, pensé cómo habían de ser mis
legionarios, y habían de ser lo que hoy son; después pensé quiénes serían
los Jefes que me ayudasen en esta empresa y designé a Franco el primero, le
telegrafié ofreciéndole el puesto de lugarteniente, aceptó en seguida y
henos aquí trabajando para crear la Legión; los Oficiales los elegí en la
misma forma y así llegaron Arredondo, el primer Capitán, Olavide, el primer
Teniente y todos los demás.
El Comandante Franco es conocido de España y del mundo entero por sus
propios méritos y las características que ha de reunir todo buen militar,
que son: valor, inteligencia, espíritu militar, entusiasmo, amor al trabajo,
espíritu de sacrificio y vida virtuosa, las reúne por completo el Comandante
Franco. Pasad a leer su libro y aunque él con sentida modestia no se nombra
a sí mismo, ni hace del libro coro de interesadas alabanzas de sus
compañeros, de la lectura iréis obteniendo quién es Franco y quiénes son los
legionarios y los Oficiales de la Legión.
El Teniente Coronel Primer Jefe de la Legión Extranjera,
JOSÉ MILLÁN-ASTRAY


Primera Parte: El territorio de Tetuán


I - La organización

Octubre 1920

Al embarcar en Algeciras, se apiñan en las barcazas, al costado del barco,
un centenar de hombres de distintos aspectos; al lado de los trajes azules
de mahón, blanquean los sombreros de paja, trajes claros, rostros morenos
curtidos por el sol, hombres rubios de aspecto extranjero y jóvenes
mozalbetes de espíritu aventurero. Silenciosos, dirigen su mirada enigmática
al barco que les ha de conducir a Ceuta y momentos después desfilan rápidos
por las escalinatas, dirigidos por una clase.
En el barco, en franca camaradería, comienzan las bromas y distracciones,
forman un corro sobre la cubierta, el juego del paso se generaliza y pronto
españoles y extranjeros saltan y ríen dando al olvido su vida anterior.
Parece que vuelven a ser niños; pero los fuertes vaivenes del barco imponen
la formalidad y mientras unos se tumban, otros en pie dirigen su vista hacia
la costa, adonde les lleva su nuevo destino.
Estos son los futuros legionarios; muchos de ellos han escrito con su sangre
las páginas de este libro y yo les contemplo con la simpatía de los que van
a encaminar sus vidas juntos.
Al llegar a Ceuta, una gasolinera se acerca rápida; en ella se distingue la
silueta de nuestro Teniente Coronel Millán Astray, que, con gesto enérgico,
agita su gorro en el aire; en el muelle nos abrazamos (Ya estamos juntos!
Allí está el Jefe, y en el barco llega el material para la obra.
En minutos, desembarcan y forman los futuros legionarios, la gente se
agrupa, se hace silencio y la voz enérgica del primer Jefe da la bienvenida
a sus nuevos soldados que desfilan hacia la población. Se alejan en silencio
profundo, con las cabezas erguidas y el paso firme, como aquellos que están
poseídos de lo que significa ser soldado. Presenciando el desfile, la
emoción nubla nuestros ojos, (es nuestro sentimiento legionario que alborea!
Entra en el cuartel la expedición, a su paso se agrupan los llegados en días
anteriores, deseosos de saludar a los nuevos camaradas; pero éstos son
conducidos a un pequeño patio donde ha de hablarles nuestro Teniente
Coronel; con palabra elocuente les dice el compromiso que van a contraer; la
Legión les abre sus puertas, les ofrece olvido, honores, Gloria; se
enorgullecerán de ser legionarios; recibirán sus cuotas y percibirán los
haberes prometidos; podrán ganar galones, alcanzar estrellas; pero a cambio
de esto, los sacrificios han de ser constantes, los puestos más duros y de
más peligro serán para ellos, combatirán siempre, morirán muchos, quizá
todos...
Los futuros soldados le miran fijos, parecen sentir sus palabras, y en
algunos de los ojos de aquellos curtidos rostros se ve brillar la emoción;
pero aún es tiempo, con una sola palabra pueden volver a sus puntos de
origen; les basta con decir al médico que les duele la garganta, cuando les
pasen el último y definitivo reconocimiento. No es necesario; en forma
solemne y con las gorras y sombreros en alto, juran morir por la Legión.
Salen de filas los extranjeros; entre ellos se adelanta un alemán, antiguo
oficial de la Guardia; otro italiano, aviador en su país, dos franceses,
cuatro portugueses y un maltés; todos ellos con acento firme y en voz alta
responden a las preguntas que les dirige el Jefe; avanzan luego los que han
servido en el Ejército con anterioridad; guardias civiles y carabineros
licenciados, antiguos soldados y clases del Ejército, el militar de
profesión, el que sólo ha nacido para ser soldado.
Horas después, el reconocimiento médico ha apartado de este contingente una
veintena, entre enfermos crónicos y hombres agotados o poco resistentes, sin
salud para ser legionarios, y había que contemplar a aquellos náufragos de
la vida suplicar y aun llorar para ser enganchados.
Entre ellos se distingue, por su interés en quedarse, un joven de aspecto
enfermizo cuyos ojos lloran:
-(Señor, déjeme ser legionario! -dice suplicante-, que yo le prometo ser muy
buen soldado. Mire usted que es una penitencia.
Y refiere cómo abandonó el convento en que iba a hacer sus votos atraído por
el mundo, luego arrepentido quiso volver a él, y el Prior le puso, como
penitencia para recibirle, que probase su vocación sirviendo como voluntario
en la Legión Extranjera; si pasados cuatro años seguía con este pensamiento,
podría reingresar en el convento.
El Jefe le mira, hubiera querido complacerle, pero su aspecto es tan débil
que no podría resistir la vida de la Legión. No es posible, volverán a sus
hogares. Los declarados útiles entran de lleno en la vida del cuartel.

EN LA POSICIÓN A, a tres kilómetros de la Plaza, empieza la organización de
las primeras unidades de legionarios, cobran las cuotas de enganche, que
alegremente gastan en la población, y en unos días de orgía se despiden de
los placeres y atractivos de la vida ciudadana.
El 16 de octubre se ordena marchen a Riffien las tres primeras compañías
organizadas, que pasan a constituir la primera Bandera de la Legión. Este
lugar ha de ser en lo sucesivo cuartel de legionarios.
La instrucción comienza; en las explanadas los pelotones de legionarios se
instruyen bajo la dirección de los oficiales, otros al pie del monte
efectúan sus primeros ejercicios de tiro, pues muy pronto las necesidades de
la campaña les han de llevar a un puesto de vanguardia.
Un grupo de cuarenta de estos soldados reciben orden para salir como
acemileros a las operaciones de Xauen; los compañeros les ven marchar con
sana envidia; todos ansían la ocasión de demostrar sus entusiasmos; y
aquéllos, felices, alcanzan el honor.
La novela de la Legión empieza a tejerse. La vida ha reunido en sus filas
hombres tan distintos que, perdidas en el mundo sus vidas, hoy se relacionan
y unen; aquí se encuentran hermanos separados desde hace muchos años; cada
día que pasa salen a la luz más detalles de su interesante historia. Hoy es
un legionario de edad madura y aspecto de hombre cansado el que cruza la
calle; lleva la cabeza alta como los legionarios, pero su paso es algo
perezoso, la plata de los años blanquea sobre sus sienes y salpica su barba
descuidada; al pasar ante un oficial del Ejército, levanta su brazo para
saludarle; el oficial se detiene se miran unos segundos y se abrazan
llorando... Este oficial era su hijo... (Por qué distintos caminos les
empujó la vida!
Otro día es el Teniente Coronel el que nos relata una anécdota de un
legionario. En la puerta de su casa, un soldado alto, de barba rubia y
rostro curtido, con aspecto de hombre de mar, permanece firme; con su mano
derecha suspende un enorme pescado: *Mi teniente coronel -dice-, me he
pasado la noche pescando este pescado para usía y aquí se lo traigo.'' Lo
que había cogido por la noche era una Amerluza@ que aún le duraba y había
pernoctado fuera del campamento.
En la vida del cuartel se registran sucedidos curiosos; soldados que al ir a
cobrar las sobras se olvidan del nombre que han dado al filiarse y tienen
que acudir a mirar una nota escrita que llevan en el bolsillo. Otro
legionario llega retrasado cuando se pagan las sobras (recibe este nombre el
dinero que diariamente recibe en mano el soldado), se presenta al oficial y
éste le pregunta: )qué quieres, las sobras? -Lo que deseo es lo lícito, no
quiero sobras, contesta el interrogado dolido.
Así se van sucediendo mil episodios de la vida de estos hombres que bajo las
Banderas de la Legión se sienten caballeros.

UNA LLAMADA al teléfono pone en conmoción al campamento; el Teniente Coronel
da aviso de que un General inglés nos va hacer el honor de visitarnos, las
órdenes para la información se suceden y un rato antes, al formar las
compañías, se dice a los soldados que va a revistarnos un General
extranjero.
Las unidades esperan formadas en orden de parada; un cornetín señala con sus
notas agudas la llegada del visitante, suenan la Marcha Real inglesa y
española y los legionarios firmes, inmóviles, como estatuas, se presentan en
su primera revista. La música interpreta el Tipperary y con la alegre marcha
inglesa revista la fuerza, seguido de nuestro Teniente Coronel, el veterano
General de los campos de Europa.
Momentos después desfilan los legionarios. Es la primera vez que marchan
reunidos; contados fueron sus días de instrucción; pero sus espíritus
despiertos lo hacen todo, y poniendo sobre el hombro las armas, marchan con
la gallardía y soltura de viejos soldados. La felicitación del general
inglés fue el más alto honor para nosotros. Se iba satisfecho de su visita;
el tiempo vino a ratificarlo; recientes están aún sus palabras en la prensa
inglesa en defensa de la Legión Extranjera española, que conoció en sus
albores.
Unos días después y en el llano del Tarajal se celebra la Jura de la Bandera
de los legionarios alistados. A la hora señalada concurren en el llano las
tres primeras Banderas en organización, y formados en tres extensas líneas,
presentan las armas al paso de la sagrada Bandera; el Teniente Coronel les
dirige breves palabras y les toma el juramento de fidelidad; a sus frases
responden los legionarios con el gorro en alto jurando morir por la Legión,
y besando la sagrada enseña desfilan marciales oficiales y soldados.
A los acordes de la Marcha Real se aleja por la carretera la Bandera en que
prestaron su juramento los soldados, la vemos alejarse con emoción pero sin
pena, (no es nuestra propia Bandera, que aún tenemos que ganar...!


II - De Riffien a Uad-Lau
El día 2 de noviembre llega al campamento la orden de salida para Uad-Lau;
el campamento hervía, la noticia era comentada, todos se disponían a
preparar su marcha. Se entregan los equipos y los nuevos correajes *Mills+
de lona inglesa; los oficiales les explican la manera de ajustarlos y
atienden a los mil preparativos de una tropa que, al moverse por vez
primera, verifican con aturdimiento.
En la extensa explanada, al ruido del trajineo, se mezclan las órdenes y
voces de mando. La llegada del nuevo ganado viene a aumentar el trabajo, se
nombran los nuevos acemileros, se recoge el material y ultiman las
disposiciones para la próxima partida.
El toque de silencio no pone fin al trabajo en esta noche; la luz de los
faroles se ve ir y venir, y mientras la tropa, rendida, se entrega al
descanso, siguen los oficiales y clases su tarea. Es ya muy tarde cuando el
campamento duerme.
El amanecer del nuevo día coge a los legionarios levantadosla Babel del
campamento se pone en movimiento, nadie está ocioso, todos trabajan para
preparar la salida; una caravana de moros sube la calle principal del
campamento; les conduce un oficial de policía; son los indígenas que han de
ayudar a llevar la impedimenta.
Al toque de corneta forman las unidades, llega la hora de partida y a los
compases de las cornetas desfilan los legionarios por la calle del poblado;
detrás, perezosamente, marchan los mulos de la impedimenta.
La marcha se hace sin incidentes, la tropa camina a buen paso, las canciones
se elevan de entre las filas y con los cantos regionales al ternan algunas
de las canciones legionarias, las canciones de los soldados, las que ellos
mismos han compuesto.
El sol se pone cuando damos vista al poblado del Rincón, término de la
marcha. A la derecha de la carretera, las lagunas del Sir relucen como un
lado de plata bajo los negros crestones de la sierra de Antera, y en la
rinconada formada por el cabo Negro, inmediatas a la playa, blanquean las
casas del poblado muerto, al reducir su guarnición se acabó el tráfico que a
su calor VIVIR y las cantinas, con sus grandes letreros, permanecen
cerradas. Este es el fin de muchos de los lugares donde se estabilizan las
columnas; a su abrigo se van formando pueblos que luego languidecen y casi
mueren al alejarse los soldados.
Los cantos siguen y el estribillo de la canción legionaria persiste en la
columna:
Legionario, legionario soy,
Y mi niña, dice, cuando a verla voy,
(Niño mío!, yo quiero ser la primera
Que se abrace a la Bandera Ganada por la Legión...

Sólo detrás, en la retaguardia, se escuchan los juramentos de los acemileros
en lucha con los mulos. Varias cargas tiradas por tierra retienen a su
inmediación a los soldados de la retaguardia con su oficial, servicio éste
de lo más penoso en campaña; no ha de dejar nada tras de sí, debe entrar el
último en el vivac. Así llega, ya entrada la noche, al campamento, en busca
del merecido descanso, la sufrida sección de este servicio.

AL DÍA SIGUIENTE se reanuda la marcha a Tetuán. Raya el alba cuando se
alinea, sobre la carretera polvorienta, la Bandera con su impedimenta, y
pronto se rompe la marcha en dirección a Tetuán; a la salida del desfiladero
el calor se hace sentir, no obstante ser esta época la del clima más
agradable en esta zona, y los soldados recorren la recta carretera esperando
dar vista a la ciudad de las mezquitas. Las conversaciones se animan; un
cabo, antiguo oficial del Ejército, cuenta a otros sus operaciones en
aquellos campos; vivió en Tetuán donde tiene amigos y amigas y su escuadra
lo pasará bien; otro explica a los camaradas inmediatos la situación, a la
derecha, de la finca Ruiz Albert, donde se produjo la agresión, comienzo de
la campaña; un cabo habla de Alarcón y de la descripción que hace de la
ciudad, y todos esperan contemplar la paloma dormida.
Un grito de alegría parte de la vanguardia, (Ya se ve Tetuán!, las siluetas
de sus torres se dibujan en el horizonte y el griterío recorre las filas; al
final de las huertas, majestuosa Y blanca, se alza la ciudad; la alcazaba
destaca sus murallones ocres sobre las albas casas y a su píe, como ropa
tendida, blanquean las sepulturas y azulejos de los cementerios.
Las huertas de la vega han recobrado su antigua paz; la guerra se ha alejado
de aquellos lugares y sus torres blancas y cerradas sirven de recreo a los
ricos de la ciudad, a cuyos muros nos aproximamos.
En la Puerta de la Reina se detiene la columna; ante nuestros ojos se
presenta la parte más bella de la huerta tetuaní, 1 as casitas blancas
duermen entre el verde arbolado y en el fondo del valle de Kitzan, sobre una
pequeña colina de espesos olivos, se levanta la torre del Morabo.
Por esta puerta, entran en la ciudad gentes del campo: moras sucias y
desgreñadas, cargadas con haces de leña; burros enanos que se tambalean con
su pesada carga y moritos chicos de caras sucias, que miran con curiosidad a
los nuevos soldados, -(Paisa, trai pirra! -es su saludo favorito, y algunos
espléndidos les arrojan alguna moneda que se disputan, mientras otros, más
prácticos, les contestan con dichos y bromas.
Después de un pequeño alto, desfilan por la plaza de España, ante nuestro
general en jefe, los legionarios; la gente se apiña a su paso. Y es ante el
desfile de estos recios soldados cuando se sienten las grandezas de la raza.
A la caída de la tarde Y después de un largo descanso, llega a las lomas de
Beni-Madan la Bandera en marcha. Una hora antes había salido la impedimenta
con una sección de protección y guías indígenas.
El sol se pone cuando se trata de establecer el vivac, pero los acemileros y
moros no aparecen, se han perdido de vista; sin duda, han tomado otro camino
Y les habrá sorprendido la caída de la tarde; se sube a las alturas, se mira
el horizonte, pero la noche va tendiendo su velo, las sombras se confunden,
el vivac se establece y el convoy no llega.
Aunque la región está pacificada, se hace necesario buscar la impedimenta,
saber donde acampan, y varios policías salen en busca de la unidad perdida.
El alférez Montero manda el convoy; son sus primeros pasos en África. La
noche cierra y todos pensamos en la Apapeleta@ del joven alférez perdido
durante su primera noche en los montes africanos.
La ausencia del convoy nos priva de los víveres e impedimenta, pero unos
mulos que, rezagados en la marcha, siguieron nuestro camino, nos permiten
condimentar una sopa, y en el poblado cercano se compra un toro para
preparar un asado; esta es la comida improvisada del soldado. Nuestro menú
no tiene variación del anterior y con la sopa tomamos unos trozos de
solomillo asado que saben a lamparilla de iglesia y que en aquellos momentos
nos parecen sabrosísimos.
Al acostarnos aquella noche, sin mantas, sobre la dura lona de las camillas,
nos hacemos todos la misma pregunta: )qué será del convoy? )qué hará
Monterito?
El galopar de unos caballos nos despiertan; son los policías que salieron en
busca del convoy; no han encontrado nada, han recorrido los caminos, han
gritado inútilmente. Hay que esperar la mañana.

EL TOQUE DE DIANA anima el campamento, pero mucho tiempo antes se siente el
pasear de los legionarios. El frío les ha levantado del suelo. La ausencia
de los equipajes nos iguala en confort, y amanecemos sentados al lado de las
cocinas, esperando una sopa que la falta de café nos impone; y con esto y
una lata de mermelada encontrada en el morral de un asistente, organizamos
nuestro desayuno.
Antes de emprender la marcha hacia Misa, mandamos por nuestra derecha en
busca del convoy, que se nos une al poco tiempo. Llegan rotos y negros, como
si hubiesen pasado la noche entre carbón. Unos y otros se miran y ríen entre
bromas y chascarrillos.
Hacemos un descanso en la marcha y sentados en una choza de la playa Sla
(cafetín de pescadores), el alférez Montero nos refiere ante unos vasos de
rico té su primer episodio de la campaña.
Les sorprendió la noche, los guías les habían llevado por otro camino y al
notar que el sol se ponía sin ver venir a la columna, quiso Montero buscar
un sitio a propósito para el vivac, y en una calva del monte se estableció
sin notar que ocupaba una parcela quemada que fue lo que les tiznó cual
carboneros. La noche la pasaron en silencio profundo, temiendo ser
sorprendidos; desconocían la fidelidad de los moros de estos aduares y por
esto callaron cuando se oían llamar por los indígenas que pasaron a muy
pocos pasos de ellos. (La montiru!, acemileros, creían entender. Por esto no
durmieron aquella noche.
El camino que seguimos serpentea a lo largo de la costa y después de
remontar uno de los espolones de la montaña, coronado con una torreta, damos
vista a un reducido y pintoresco vallecito rematado por extensa y tendida
playa; en el centro del valle se alza, en una pequeña colina, la casa
oficina del puesto de policía, y en la orilla del mar, cual delgadas
piraguas, se mecen las barcas de los pescadores al efectuar el tendido de
las redes, que más tarde retiran, en larga fila, una veintena de indígenas
con paso rítmico.
En este valle y a la orilla del mar establecemos nuestro campamento; el
martilleo de los pequeños mazos sobre los piquetes se hace sentir y,
simétricas, se van alzando las lonas kaki de las tiendas individuales;
delante, en las tiendas de los oficiales, ondean, con vivos colores, los
banderines de las compañías.
El cielo está nublado, la tormenta se avecina y en pocos minutos una lluvia
torrencial hace correr a los soldados a guarecerse bajo las lonas, otros,
más prácticos, se instalan en los cafetines morunos, que ganan en unas horas
lo que no han ganado en muchos meses. Allí sirven la pequeña sardina a la
usanza del país, que salan y asan sobre las brasas; sardinas que, con el
consabido té moruno, nos compensan de la vigilia de la noche anterior.
La lluvia pasa pronto y los legionarios empiezan los juegos. En la plaza
corre el balón y, entre bromas y canciones, pasa la tarde.
El sol se pone, las cornetas rasgan el espacio, suena la oración, los
soldados, firmes, saludan en silencio y en estos instantes de mudez y
recogimiento parece que como un torbellino recorre el pensamiento la ola del
recuerdo.
Al morir el día, el campamento torna al descanso y en la noche fría y
nublada sólo se siente el chisporrotear de las hogueras y los pasos
tranquilos de los centinelas.

LA ULTIMA JORNADA se hace penosísima; la lluvia sigue persistente, y el
barro dificulta la marcha de la Bandera por el pendiente y resbaladizo
camino que, después de cruzar grandes barrancadas, remonta los más altos
espolones de la montaña. En las inmediaciones de un bosquecillo encontramos
dos moros armados; saludan al paso; son una pareja de policías del aduar
cercano; en otra revuelta del camino, unos moritos chicos corren asustados
hacia el aduar, y recorriendo este apartado y pintoresco camino respiramos
la paz de esta comarca pacificada sin posiciones militares; y en la que se
desconoce la agresión.
Remontando los últimos montes damos vista al alegre valle del Lau, donde se
asienta nuestro futuro campamento; la presencia del mar alegra el paisaje, y
libres de la lluvia, descendemos por el pendiente y pedregoso camino de los
aduares. Hay trozos en que los peñascos, formando grandes escalones, hacen
el paso peligroso, pero nuestros caballos, entre equilibrios y resbalones,
llegan al fondo de la barrancada por donde hemos de seguir la marcha, A
derecha e izquierda, las laderas cubiertas del espeso bosque impiden todo
flanqueo y ofrecen el lugar más apropiado para la emboscada; a la salida de
esta larga cañada, el camino se ensancha siguiendo fácil hasta el
campamento.
Unas descargas de los Regulares anuncian la llegada, las cornetas baten
marcha y, en correcta formación, hacemos nuestra entrada; en la plazoleta
nos esperan los oficiales, que nos abrazan con el cariño de hermanos,
hermandad que habíamos de confirmar un día en el combate.
Muchos de nuestros oficiales reciben la visita y demostraciones de afecto de
moros de Regulares y policías que sirvieron a sus órdenes en época pasada, y
tras los interminables saludos, les van recordando los hechos de aquellos
que gloriosamente dieron su vida por España.
Y entre el recuerdo de nuestra campaña anterior y la solicitud y afecto de
nuestros compañeros, comienza alegre nuestra vida en Uad-Lau; mientras, en
el pequeño zoco del campamento, moros y legionarios fraternizan también bajo
las pardas lonas de los lóbregos cafetines morunos.


III - Seis meses en Uad-Lau

Antes de amanecer han salido los Regulares; la Bandera queda guarneciendo el
puesto días antes ocupado por un tabor y dos compañías de infantería. El
campo está en aparente paz y podrán completar su instrucción nuestros
soldados.
En contados días, al descuido en limpieza de los indígenas, sustituye una
era de policía; el zoco de cafetines y sus mugrientas tiendas se aleja a
retaguardia, y las explanadas y calles del campamento brillan bajo el sol.
La limpieza y policía es la característica de los campamentos legionarios.
La posición se encuentra situada a dos kilómetros de la playa, sobre una
pequeña altura que avanza en el valle, en cuyo fondo corren las plateadas
aguas del Lau; al sur, los montes de Gomara cierran el horizonte con su
negro macizo; al oeste, entre las cresterías de la sierra de Beni Hassan,
blanquea la cumbre elevada del famoso Kelti, y, cerrando el valle, como
guardián de la puerta del desfiladero a Xauen, en una pequeña colina, se
distinguen las tiendas de campaña de un campamento español. Hacia la playa,
las verdes manchas de las chumberas que rodean los aduares ponen una nota de
color en la monotonía de las tierras labradas, pero las cruza un estrecho
camino que muere en la costa junto al bosque de olivos del cementerio moro.
El campamento es un conjunto de pequeñas y ruinosas edificaciones morunas,
antigua residencia de la mehalla del Raisuni, en medio de las cuales se alza
coquetona y blanca la casa oficina de la policía; a su inmediación, unos
pequeños barracones sirven de alojamiento a los moros, y entre las
edificaciones se levantan las tiendas de los legionarios. A retaguardia del
campamento se encuentran diseminados el hospitalillo, cuadras, parque de
Intendencia y estación radiográfica.
Este es el primer campamento de la Legión y en él se han de preparar para la
guerra los legionarios de la primera Bandera.

LA VIDA EN Uad-Lau es de gran actividad; la proximidad del río permite que
después del desayuno atiendan los soldados a su limpieza.
Momentos después comienza la vida militar en la explanada principal,
dirigidos por un capitán, los legionarios, en mangas de camisa, efectúan sus
ejercicios gimnásticos, que terminan con juegos de Asport@. En la
instrucción, los ejercicios de combate son muy frecuentes, y en ellos, las
explicaciones teóricas se unen a la práctica del ejercicio.
Después de un descanso bien ganado, da comienzo la diaria instrucción
teórica; es breve; en ella se cultiva el credo legionario, y los oficiales
se extreman en ir formando la moral de sus soldados. Los capitanes y
oficiales veteranos explican la guerra como la practicaron en Marruecos; los
jóvenes reemplazan la experiencia de sus superiores con el recuerdo de sus
cursos académicos y, poco a poco, en aquella agrupación de hombres, se van
forjando y disciplinando los nuevos soldados.
El tiro es objeto de atención preferente con él se procura encariñar al
legionario y se celebran concursos con premios en metálico a los mejores
tiradores. En el concurso de campeonato, un suizo y un español se disputan
el primer puesto; el español pierde un tiro y queda el suizo campeón.
La tarde es igualmente absorbida por la instrucción o el tiro; y al toque de
oración, cuando muere la vida militar, empieza la de los legionarios en las
cantinas y cafetines; a esta hora los Capitanes son solicitados para firmar
vales para vino; el exceso de borracheras hizo que en estos primeros meses
hubiese que limitar este consumo.
La vida militar de los Oficiales no acaba aquí; la administración de las
unidades requiere tiempo y como las prácticas militares ocupan el día,
durante la noche trabaja el Capitán, ayudado por sus oficiales o reparte los
haberes a la tropa.
Algunos días, a estas horas de la noche, se reúnen los Oficiales y se
ofrecen esas sencillas explicaciones sobre la guerra de Marruecos y la
adaptación a ella de nuestros reglamentos, dictando normas para las
prácticas de días sucesivos; pero se acaba pronto; otro día se seguirá, que
bien merecido tienen el descanso

LA NOCHE NO es para todos de reposo en la campaña, la tropa que descansa
tiene que atender a su seguridad y la compañía nombrada de servicio reparte
sus puestos avanzados, y las patrullas recorren el campamento, donde de
tarde en tarde se escucha el (alto! de los centinelas. El servicio de noche
se hace a punta de lanza; nadie duerme, y un oficial, constantemente
levantado y fuera de su alojamiento, recorre los puestos y cumple su
servicio. Esta es la vida virtuosa y activa de los oficiales de la Legión.

CON EL DOMINGO llega el descanso de la semana. Es ya muy tarde cuando la
primera corneta rompe el silencio, y en este día sólo por la tarde los
juegos y el Asport@ animan el campamento; se establecen pequeños premios y
hay luchas, boxeo, Afoot-ball@ etc. Otros oficiales pasean a caballo o se
organizan fantásticas cacerías de perros en las que se va dando cuenta de
los muchísimos perros salvajes que invaden el campamento.

EL JUEGO ESTA prohibido en la Legión. Los oficiales dan en ello ejemplo
saludable y sólo en algún rincón de las barrancadas, próximas al campamento,
un pequeño corro de soldados denuncia la presencia de alguna timba, que
pronto es disuelta; estas faltas en la Legión se evitan pero no se castigan.
La prohibición del juego hace que los oficiales se extremen en buscar
distracción para el soldado, y los Amatchs@ de boxeo y los saltos y
concursos se generalizan.
Entre los boxeadores ocupa un buen lugar el descuidado William Brown, negro
norteamericano, que ya es conocido por sus puños en los poblados cercanos;
en sus paseos, los primeros días, los indígenas le creían moro, pero él,
haciendo uso de su práctica en el boxeo, les hacía ver su origen
norteamericano; su abandono en el vestir es característico y nadie conoce a
William más que sucio y derrotado.

EL CAMPAMENTO va tomando su aspecto legionario; el ingenioso austríaco
Werner ha construido para el edificio más alto una curiosa veleta que
representa a un oficial saludando. El viento la mueve, y cada vez que ésta
recorre cinco metros, levanta y baja el sable el fantástico muñeco. Los
naturales se paran al paso y miran curiosos la veleta, y los soldados,
burlones, les imitan: )tu visor muñico estar diablo?
Gamoneda, el notable clown AKuku@ de los circos españoles, entretiene a los
otros con sus chistes y ocurrencias.
Un legionario, en los descansos, ofrece cinco duros al que le venza en
lucha; otro, desafía en ejercicios de fuerza a distintos compañeros, y los
días transcurren lentos y tranquilos.

UN PEQUEÑO barco hace la travesía a Ceuta y es el portador del convoy y del
correo; sus visitas se ven limitadas por los constantes temporales y la
falta de embarcadero; su llegada lleva de paseo hacia la playa a muchos
soldados; una veintena de hombres se desnuda para efectuar las faenas de la
descarga; el oleaje les moja hasta la mitad del pecho; pero, incansables,
siguen su tarea durante varias horas.
La llegada del cartero con los encargos ha llevado también hacia la playa a
muchos oficiales; allí les reparten la esperada correspondencia y sentados
sobre la arena, leyendo sus cartas, sienten pasar esos momentos de
melancolía que engendra el recuerdo.

OTRO DÍA, la presencia de un cañonero embarga la atención del campamento.
Las rayas blancas de la chimenea nos dicen que es nuestro barco, así
llamamos al cañonero Bonifaz que, mandado por el culto y experto capitán de
fragata don Juan Cervera, vigila esta costa. El día es espléndido. )Se
decidirán a visitarnos?...
Al saludo e invitación hecha por nuestra estación radiográfica, responde el
barco con otro saludo; el comandante y varios oficiales bajarán a
visitarnos.
Cuando llegamos a la playa, se acerca a la orilla la canoa del Comandante;
desembarcan a hombros de los marineros y juntos emprendemos a caballo el
camino del campamento.
En la explanada principal esperan formados los legionarios, que son
revistados por nuestros visitantes; después de la revista, la Bandera
efectúa algunas evoluciones; las ametralladoras, con rapidez y precisión,
ejecutan un breve ejercicio de tiro y, rotas las filas, vuelve el campamento
a su vida ordinaria.
Recorremos la posición y, después de enseñarles lo poco que el campamento
tiene, nos hacen el honor de acompañarnos a la mesa. Los momentos
transcurren para nosotros tan agradables que con sentimiento vemos llegar la
hora de su marcha. (Alegran tanto las visitas en estos campamentos
apartados!
A pie emprendemos el regreso de la playa; visitamos el bosque sagrado del
cementerio moro y nos despedimos de los marinos que con su visita han roto
la monotonía de nuestro campamento.


LA VIDA EN Uad-Lau tiene pocas distracciones, y sólo en los paseos hacia la
playa, la presencia, alrededor de los pozos, de las moras de los poblados,
pone una nota alegre en la calma de la tarde. Los legionarios toman estos
lugares como paseo favorito, y al caer el día son muchos los que se
encaminan hacia la costa donde la vista se recrea con la presencia de
moritas jóvenes que, ante la aparición de algún moro, aparentan huir como
pajarillos asustados por la presencia del cristiano; algunos decididos las
cortejan y los añosos olivos del bosque sagrado han sido muchas veces mudos
testigos de la galantería legionaria.

LAS RIÑAS no existen y los que pretenden reñir son separados por sus
compañeros y llevados a presencia del oficial, que, entregándoles los
guantes de boxeo, les permite que diriman sus querellas entre las bromas de
los camaradas, desahogados los nervios y reconociendo su falta, acaban
dándose la mano y, amigos, se separan.

LAS NOCHES SON tranquilas. Una de ellas, el sonido de un disparo se siente
en dirección al servicio. Nos dirigimos a visitar los puestos y nos detiene
un Ahalt qen vife@, con marcado acento alemán; es el viejo cabo Gustavo Hort
(antiguo suboficial bávaro) el que nos recibe. Nos indica que fue del puesto
inmediato de donde partió el disparo y al separarnos del veterano, sentimos,
como los soldados de su escuadra, gran simpatía por el fiel cabo Gustavo,
que un día de caffard desapareció del campamento. Nadie creyó en su
deserción, (era tan buen soldado!
Llegamos al puesto del disparo. El cabo explica cómo el centinela, medroso,
disparó su arma, creyendo ver algo, y para que el caso no se repita se le
ordena dejar el fusil y que, armado de machete, lleve a la orilla del río un
pequeño cajón, que recogerá la descubierta al día siguiente.
En la oscuridad de la noche vemos perderse la sombra del centinela; más
tarde, el ruido de un disparo en dirección al río pone al puesto en marcha
hacia allí, A los pocos pasos aparece el soldado que, libre del peso,
regresa a seguir su servicio. Al día siguiente, el cajón estaba en la orilla
del río.
El día de Nochebuena se celebró con espléndida cena por los legionarios; el
vino corre y, entre cantos y alegrías, pasan hermanados la fiesta de Pascua.
Los alemanes han pedido autorización para reunirse, y un árbol de Noel, con
sus múltiples luces, señala el sitio de su fiesta. Los oficiales les
colgamos de las ramas botellas de cerveza alemana y ellos, afectuosos, nos
brindan con canciones de su país, y al entonar su canción de guerra, las
frentes se entristecen y vemos llorar los ojos de un viejo veterano.
La fiesta dura hasta el amanecer en que el campamento quedó en calma; ha
corrido el vino y ni un solo incidente se registra. Los legionarios, para
beber, no necesitan receta.

LA NOTICIA DE que en Gomara se concentra fuerte harca para atacar nuestras
posiciones, hace aumentar las defensas del campamento; se colocan alambradas
en los puestos avanzados y las prevenciones para el caso de ataque se
multiplican. Nadie ha de disparar sus armas en el interior del campamento,
las unidades marcharán en silencio por el camino más corto a su puesto en
combate, las ametralladoras quedan apuntadas durante la noche, los vados del
río son vigilados con pequeños puestos de policía; pero los entusiasmos
bélicos de nuestros soldados se ven esta vez defraudados; no somos atacados,
que de haberlo sido, empeñada y gloriosa había de ser la empresa de defender
este extenso y abierto campamento (a 45 kilómetros de la Plaza) del ataque
de la harca numerosa que anunciaban. Hay que esperar otra ocasión; ya nos
llegará el día.

UN SUCESO desgraciado llena de dolor nuestro campamento. Unos soldados
legionarios conducen a un moro ligeramente herido en la cabeza. En su
oficina, tendido en tierra, yace gravemente herido el bravo teniente de
policía. Un soldado indígena había disparado su arma sobre el oficial,
causándole heridas gravísimas y dándose a la fuga. Dos legionarios que
trabajaban en una obra inmediata, sin más arma que el palustre, le persiguen
en su huida y, no obstante hacerles el indígena varios disparos, le alcanzan
y derriban después de golpearle en la cabeza.
Al día siguiente es castigada la cobarde traición y legionarios y policías
desfilan marciales ante él cadáver del moro asesino. Una noche de dolor pasó
por el campamento con la pérdida del teniente Malagón, excelso militar
bondadoso y justo.
Unos días más tarde, otro legionario, Marcelino Maquivar, salva de la muerte
en el río, con exposición de su vida, a dos moras enemigas que arrastraba la
corriente.

UNA PEQUEÑA agresión alarma en la noche el campamento. A los primeros
disparos nos arrojamos de la cama y sale hacia los puestos la sección de
retén; se repiten los disparos, y una nueva sección va a rodear la
barrancada. Al dirigirnos a los puestos avanzados oímos una voz que pide una
camilla; en la agresión ha habido algún herido. Subiendo al puesto,
encontramos a un joven legionario que yace tendido en tierra; está herido en
una pierna y otra bala enemiga le ha destrozado la mano. Estaba arrestado y
marchaba acompañando a la patrulla que llevaba el café a los puestos de
servicio, cuando se vieron sorprendidos por las descargas enemigas. Se
arrojaron al suelo rechazando la agresión y en la oscuridad de la noche
dispararon sus fusiles sobre los fogonazos enemigos, al parecer sin
resultado.
Las secciones regresaron al amanecer sin haber encontrado a nadie.
El herido fue trasladado al hospitalillo donde, después de una dolorosa
cura, preguntaba preocupado si su comandante le perdonaría por encontrarse
arrestado.
A su lado permanece el viejo cabo practicante Monsieur Colbert: ACugagás -le
dice- le comandant a donné son pardón@, y con amorosa solicitud le cuida
como a un hijo. Este es el viejo Colbert, uno de los más extravagantes tipos
legionarios. Cuenta fantásticas historias de su esplendor pasado y se llama
a sí mismo el Doctor Colbert, cuyo nombre explota para sus conquistas
amorosas.

EN LOS PRIMEROS días de abril empieza el bloqueo de Gomara. Se dice que se
operará pronto pero, incrédulos, a todos nos parece que tarda la hora de
salir de Uad-Lau; estamos cansados de la paz en que vivimos y la Bandera
está perfectamente instruida y en espera de que la empleen. Los legionarios
sueñan con ir a Xauen remontando el valle del Lau para unir la costa con la
misteriosa ciudad.
Al campamento llega la noticia de que el coronel Castro Girona vendrá pronto
a Uad-Lau y, en espera del avance que tarda, se nos hacen interminables los
primeros días del mes de abril.
Por fin, el 16 se confirma la noticia de la próxima expedición; al día
siguiente ha de llegar una numerosa columna para efectuar la proyectada
operación sobre Gomara; en ella van a tener un puesto los legionarios.
Las compañías empiezan sus preparativos para la próxima salida. Los seis
meses de estancia en Uad-Lau han acumulado una serie de elementos y material
regimental, inútil en el momento de la salida. Los carpinteros construyen
embalajes, y cajones para almacenar el material y los capitanes revistan las
unidades y elementos que han de tomar parte en la salida.
El día 17, por la mañana, desembarca en Uad Lau el coronel Castro Girona.
Viene acompañado de su Jefe de Estado Mayor y varios moros. Los jefes de
todos los poblados esperan en la playa y, a la llegada del coronel, unos le
besan la mano y otros la estrechan con muestras de respetuoso cariño; entre
ellos se encuentran varios jefes de los vecinos poblados de Gomara; el
coronel monta a caballo y, tras él, sube toda la comitiva.
El campamento va revistiendo gran animación. Al mediodía se espera la
llegada del Teniente Coronel de la Legión, que viene mandando la columna.
Entra en la explanada un tabor de Regulares seguido de su inexplicable
impedimenta. Todos tienen señalado su puesto para acampar y en una hora las
blancas explanadas aparecen ocupadas por las tiendas y el material.
El movimiento dura hasta media tarde, en que, instaladas ya las tropas, nos
reunimos los oficiales a cambiar impresiones. Allí se encuentra la
oficialidad de los tabores de Regulares de Tetuán y Ceuta, Mehalla
Xerifiana, Cazadores, Artilleros y Legión, todos los que van a constituir la
nueva columna.
En medio del campamento de la policía, en una bonita tienda de campaña de
construcción moruna rematada por una reluciente bola, se encuentra el
coronel Castro Girona, rodeado de los notables de Gomara; los moros escuchan
sus palabras como el credo de los xerifes; el té corre y, en aquella
pacífica reunión, se ocupa la costa de Gomara.
Esta noche el coronel nos recibe y nos entera del objetivo de la operación.
La punta de Targa, que tanto tiempo hemos contemplado desde nuestro
tranquilo campamento, va a ser ocupada y en el vecino poblado de Kasares se
colocará otro pequeño campamento, )Habrá resistencia? Se confía que no. El
ascendiente del coronel Castro es muy grande entre los jefes de Gomara.
Esta última noche duermen poco los legionarios, la alegría reina y la
invasión de los cantineros con sus explosivas bombonas nos ocasiona
abundantes borracheras. Hay que atajar el mal: anochecido, se cierran las
cantinas y se decomisa el aguardiente; pero el campamento no descansa;
mientras unos cantan, otros sueñan en la nueva empresa con fantásticas
hazañas.

IV - Operaciones en Gomara

Antes de amanecer ya está formada la columna. Sin toque previo se han
levantado las unidades y al rayar el alba las fuerzas se ponen en
movimiento. La columna es toda de tropas escogidas; ocupamos nuestro puesto
en el grueso y emprendemos lentamente el camino hacia el vado del Lau.
Al paso del río el aspecto de la columna es pintoresco; un escuadrón de
caballería indígena abreva los caballos agua arriba del paso; los soldados
se meten decididos en el agua, que les llega por encima de la rodilla, y
unos acemileros luchan con un mulo que, retozón, ha arrojado su carga en la
corriente.
Pasado el vado se acorta la marcha, las unidades se reúnen y, siguiendo la
costa, llegamos a la rinconada de Kasares; descansamos junto a unos
arbolados mientras los Regulares e Ingenieros suben la cuesta del poblado y
empiezan los trabajos de la nueva posición.
La marcha sigue en dirección a Targa; el estrecho camino va remontando el
espolón del monte; a 1a izquierda, un profundo cortado cae al mar. Los
barcos de la escuadra, muy próximos a la costa, siguen a la columna y las
nuevas gasolineras recorren la orilla cual rápidas flechas. Delante, hacia
la vanguardia, alcanzando el collado, se divisa la pintoresca caravana de
los jinetes moros.
Por fin, después de un pequeño alto, damos vista al valle de Targa en cuya
concha de mar azul echan el ancla los cañoneros de nuestra marina. Las
casitas blancas, entre los huertos verdes que rodean la mezquita, permanecen
en paz; algunas ostentan banderitas blancas y, en medio, coronado de la
extensa playa, un enorme peñón de antiguo castillo, se alza dominante,
mientras a su pie, como pequeñas hormigas, se ven llegar los jinetes de
nuestra vanguardia.
Descendemos por el pedregoso camino que recorren las huertas y llegamos a la
arena. A la sombra del peñón conversa el coronel con los notables. Unas
gasolineras se acercan a la orilla. Empieza el desembarco de material, y la
playa, antes desierta, toma extraordinaria animación con la llegada de las
tropas.
Por la tarde, al desembarcar el Alto Comisario, son los legionarios los
encargados de rendirle honores y, después de revistarnos, obtenemos, con su
felicitación, la promesa de darnos la alternativa en las operaciones sobre
Beni-Aros.
Este primer avance se hizo en plena paz. Los indígenas nos vienen a vender
huevos y gallinas y nos transportan cargas de agua. Durante la noche ni un
solo tiro turba nuestro descanso.

EL OBJETIVO DE la segunda jornada es la ocupación de Tiguisas, pero el
camino de la costa está tan malo, que se decide la marcha por el interior, y
al amanecer del día 19 nos internamos por el estrecho valle, entre los
huertos de floridos naranjos.
Dejamos atrás el valle de Targa y remontando los altos montes que forman la
divisoria, conseguimos dar vista al precioso valle de Tiguisas. La playa
blanquea a lo lejos y en el fondo del valle, entre los plateados lazos que
forma el río, se elevan los crecidos álamos que dan nombre a la ensenada. El
verde valle se halla salpicado de casitas blancas que se pierden medio
ocultas entre el arbolado.
La columna desciende hasta la orilla del río, donde toma el ancho camino de
la vega y, después de atravesar los bosques sagrados dé espesos olivos,
llegamos a la playa.
Próximo a la desembocadura del río Tiguisas, se instala el campamento; las
tiendas se pierden entre el color de la arena y sólo los banderines de las
compañías y los grandes coros de ganado se destacan sobre la extensa playa.
Los barcos se acercan a la costa y empieza el desembarco del material y
víveres; por la tarde, el levante intenta presentarse y, ante el peligro de
no poder hacer la descarga, se efectúa ésta durante la noche,
correspondiendo a los legionarios la penosa tarea.
La tienda del coronel Castro ofrece extraordinaria animación. Unos 40 moros
esperan sentados en los alrededores de la puerta el momento de saludarle.
Allí vemos al fiel Y simpático Kaid Ali, que siente por Castro verdadera
adoración. Kaides viejos de barbas grises, montañeses curtidos, de aspecto
guerrero, todos hacen su sumisión en este día; sólo uno no se ha presentado:
el que habita aquella hermosa casa hacia el fondo del valle; pertenece a la
familia de los prestigiosos Xerifes de Uazan y el coronel sufre con esto una
pequeña contrariedad; pero a la mañana siguiente tiene la compensación:
llega el notable Jefe, sus criados son portadores de un centenar de gallinas
y numerosos huevos, que traen como presente al caudillo español.

EL KAID ALI DESEA invitar a comer en su casa a la oficialidad de la columna;
el coronel acepta la invitación y un grupo de jefes y oficiales, con los
comandantes de los cañoneros de la Marina, componen la caravana; cruzan el
río y escoltados por montañeses armados siguen el camino alto a la casa del
Kaid. En la ladera del monte, entre los árboles, se encuentra la casa; desde
ella se divisa un precioso panorama; el campamento apenas se distingue; en
el mar, los barcos de nuestra escuadra aparecen como pequeñas barquichuelas
y a nuestros pies los preciosos huertos de naranjos nos envían su delicado
perfume.
El Kaid Ali y sus familiares se extreman en las atenciones y nos sirven
espléndida y bien condimentada comida, y son tan agradables el lugar y la
paz de este campo, que las horas pasan y a nadie le apura la vuelta al
campamento, (se está tan bien en la casa del Jefe moro!
Antes de caer la tarde emprende nuestra caravana el regreso por el camino de
la vega, entre los floridos huertos de azahares.
En estos días de estancia en Tiguisas los legionarios no permanecen ociosos
y mientras unos rivalizan con los ingenieros en la construcción de
barracones, otros arreglan el camino de la costa que hemos de recorrer a
nuestra vuelta.

VOLANDO PASARON estos cuatro días de estancia en Tiguisas y el día 24 se
recibe la orden de salida para Uad-Lau.
En esta noche, mientras el campamento duerme, una gasolinera, con las luces
apagadas, parte de la playa; en ella embarcan contadas personas; una es el
coronel Castro, que marcha al campo enemigo a conversar con los prestigiosos
Kaides de la zona rebelde. Muy pocos conocen la excursión; sólo nuestro
teniente coronel espera en la tienda, intranquilo, su llegada. Antes de
amanecer regresa la gasolinera; el coronel Castro vuelve satisfecho de su
visita.
El regreso a Uad-Lau se efectúa en una jornada y, después de un alto central
en la playa de Targa, que aprovechamos para comer, entra la columna, ya
caída la tarde, en nuestro antiguo campamento. Todos regresan satisfechos
del importante avance.


V - A Xauen

Cuatro días de descanso en Uad-Lau nos permiten levantar definitivamente
nuestro campamento y el 30 de abril, formando parte de la columna Castro,
avanza la Legión por el valle del Lau a efectuar la soñada unión con Xauen.
El objetivo del primer día es la ocupación de Tagsut, a la salida del
desfiladero. La marcha en la primera parte se hace fácil; el camino recorre
el extenso llano y al abandonar éste empieza el estrecho desfiladero.
Dejamos atrás la posición de Kobba-Darsa, guarnecida por policías. El camino
sigue por la derecha del tajo en que aparece cortada la alta montaña, por
cuyo fondo corren las aguas del Lau, con bastante caudal en todas las épocas
del año.
Las interrupciones en la marcha son constantes; muchos mulos caen, otros se
despeñan e impiden la marcha de las siguientes unidades. En algunos lugares
del recorrido el valle se ensancha un poco y, entonces, entre los altos y
rocosos picos de Beni-Hassan y Beni-Ziat, separados por el río, vemos
alegres y pintorescos poblados colgados, como nidos de águila, de la
crestería rocosa.
El paso de la columna por unas esponjas de peñascos produce una detención
mayor; los mulos de los ingenieros ruedan con sus grandes mazos de estacas y
las tablas de los blocaos se encuentran diseminadas por tierra. Se hace
preciSO ayudarles a cargar dejando expedito el camino, y los legionarios,
con su espíritu de trabajo, van levantando los sufridos mulos caídos en el
fondo de las barrancadas. El sol nos castiga con sus ardientes rayos y hace
más fatigosa la jornada.
Durante el trayecto, en los lugares previamente señalados se establecen
blocaos para puestos de policía y con los ingenieros quedan tropas nuestras
encargadas de protegerles y ayudarles en los trabajos; de este modo, vamos
dejando perdidas en el monte varias secciones de nuestras compañías.
Un arroyo cristalino que afluye al Lau nos ofrece en la marcha descanso y
alivio, los soldados lo cruzan y llenan en él sus cantimploras, consumidas
va en la primera parte de la penosa jornada. Después de un breve descanso,
sigue la Bandera entre los frondosos bosques y peñascales, que, coronados
por nevados y altos picos asemejan este paraje a los rincones de nuestra
montaña norteña.
El camino tuerce a la izquierda bajo grandes acantílados y, dejando atrás el
Lau, que corre rápido y espumoso cortando la montaña, llegamos a la orilla
del Talambó, que, cristalino, salta entre las peñas. La temperatura es tan
fresca al pie de estos acantilados y la fatiga de la marcha tanta, que damos
a la tropa un prolongado descanso antes de cruzar el río y subir la empinada
cuesta de los poblados.
Por un puente romano, algo deteriorado por la acción del tiempo, cruzamos el
río Talambó y empezarnos la subida del pendiente camino.
Extensos aduares, con su mezquita de elevada torre, cruzamos al paso. Los
chicos rodean curiosos a los soldados, mientras los perros, ariscos, nos
ladran enseñando sus afilados colmillos. Unos moros salen a nuestro paso con
cántaros de agua con que obsequian a nuestros soldados. Y a la derecha,
entre un espeso bosque de olivos, un bonito morabo de tejado rojo guarda los
restos del milagroso santón de estos lugares.
Una gran hondonada, salpicada de fuertes olivos, es el lugar del nuevo
campamento; próximo a él corre un pequeño arroyo que nos ha de facilitar la
aguada; los caballos de nuestros jinetes se agrupan alrededor de los árboles
y bajo un olivo mayor el coronel Castro conferencia con los caídes moros.
Cae ya la tarde cuando la Bandera entra en el Campamento, pero las tiendas
faltan y el convoy todavía viene muy retrasado. Durante la noche van
llegando los mulos. Unos acemileros montados han salido a su encuentro con
un oficial consiguiendo reemplazar los mulos despeñados y recoger lo
utilizable de su carga.
Los ranchos se toman cerca del amanecer y son las tres y media de la
madrugada cuando 1legan a Tagsut las secciones dejadas con los blocaos a
retaguardia.
Durante la noche, legionarios e ingenieros establecen otro pequeño blocao en
el collado vecino y al amanecer emprende de nuevo su marcha la columna en
dirección al Kala.
La operación transcurre sin incidentes. La harca amiga ha coronado durante
la noche los altos picos y por ello la resistencia es escasa. Nos detenemos
dando vista al extenso poblado del Kala, hasta que, enviados los elementos
de fortificación y víveres a la rocosa altura, se sigue la marcha a Xauen.
A lo lejos, por la derecha, se ve avanzar la vanguardia de la columna de Dar
Akoba; en ella forman los legionarios de las otras dos Banderas a las
órdenes de nuestro Teniente Coronel, y con ellos nos cruzamos momentos antes
de seguir la marcha.
La jornada, en esta segunda parte, se hace in terminable; el camino recorre
la falda del gigantesco monte cruzando verdes prados y pequeños arroyos, en
que sacian su sed nuestros soldados.
La preciosa huerta de Garuzin es lo primero que se ofrece a nuestra vista;
sobre ella, las tiendas de la posición de Muratahar aparecen medio ocultas
por los altos parapetos de tierra, y a nuestro pie, y en medio del arbolado,
unos pequeños barracones grises señalan la presencia del campamento
indígena. Al volver una curva del camino, bajo los gigantescos y cortados
picos, las torres de las mezquitas nos revelan la ciudad oculta casi tras
los negros paredones de las murallas.
Conforme nos acercamos al campamento se escuchan claramente los tiros de los
blocaos del río que el enemigo hostiliza desde las espesas arboledas; los
<> retumban en la barrancada y alguna bala armoniosa y alta silba
sobre nuestras cabezas.
El campamento queda establecido entre las huertas, próximo a los barracones
de los Regulares.

A NUESTRA LLEGADA visitamos la misteriosa ciudad. Tiene la paz de los
poblados magrebíes. Calles empinadas y estrechas forman la parte alta del
pueblo, donde los olivos asoman entre los pendientes y rojizos tejados; una
muralla alta y aspillerada rodea la ciudad dándole parecido con nuestros
pintorescos pueblos andaluces y en el centro de la población se alzan los
murallones de la Alcazaba, en cuyo torreón principal, cubierto de espesa
hiedra, ondean las banderas mora y española.
La parte baja de la población es más interesante. La calle de la Sueca, con
sus tiendas como cajones, ofrece a la venta con las telas de la ciudad las
chilabas de rica lana, confeccionadas en sus telares primitivos. Las
chilabas de Xauen son apreciadas en todo el Norte de Marruecos, en el que
tienen gran mercado.
Los babucheros abundan, aunque en más pequeña escala, y sus babuchas forman
altas columnas en estos n ichos de las tiendas moras.
Al sur de la ciudad, el Barrio de los Molinos constituye uno de sus más
bonitos rincones. El río salta entre los peñascos moviendo las ruedas de los
molinos y, en medio de los frondosos árboles, corre por los canales
descubiertos la cristalina agua de la ciudad.
El agua es el tesoro de este pueblo: debajo de los altos cortados del Magot,
brota abundante y cristalina, surte la ciudad, riega la huerta y muere en el
Lau después de haber movido los molinos.
La Plaza de España, abierta en medio del poblado, es la plazuela fea de un
pueblecito español; en ella, los blanqueos fuertes de una mezquita resaltan
al lado de los negros murallones de la Alcazaba y, a corta distancia,
aparecen dominantes los cortados grises del pedregoso monte, desde donde el
conocido "Paco Peña" hostilizaba hasta hace dos días a sus habitantes.
DURANTE LOS DIAS 2 y 3 de mayo se concentran en Xauen las tropas que han de
constituir las nuevas columnas. Con nuestro Teniente Coronel llegan las
otras Banderas de la Legión y por primera vez nos vemos reunidos todos los
legionarios.
El día 3 en los momentos en que nuestro primer jefe revista sus unidades,
una orden urgente de salida aleja de nosotros a nuestra segunda Bandera.
Debe regresar a su puesto en el Zoco del Arba, donde las agresiones enemigas
requieren su presencia. Así, se separan de nosotros en aquel día los
legionarios de la Bandera hermana; marchan honrados con la confianza, pero
resignados y tristes por perder la expedición, a seguir desempeñando su
penosa e ingrata tarea.
La salida a operaciones ha sido señalada para el amanecer del día 4. Una
Bandera va con cada columna y a nosotros nos corresponde el puesto en la del
heroico general Sanjurjo.
Antes de amanecer nos encontramos formados y un ayudante señala nuestro
puesto en el grueso. Nuestra contrariedad es grande. Los soldados cuya moral
fue hecha para días duros, se descorazonan con la espera y los oficiales,
que han servido en su mayoría en tropas indígenas, se sienten postergados
dentro del cajón de la columna.
El objetivo de la operación es la colocación de unos blocaos en la salida de
las huertas de Garuzin que eviten las incursiones enemigas hasta los muros
de la plaza. Despliegan las vanguardias y, suenan algunos disparos; el fuego
se hace más nutrido.
Cuando llegamos al lugar en que ha de colocarse el blocao, una orden llega
para las ametralladoras y momentos después escuchamos su tableteo. Una
compañía ayudará a los trabajos de fortificación, mientras las otras
unidades permanecen sentadas cara al sol.
Al mediodía recibimos orden de que la Bandera vaya a otro puesto de la línea
donde se piensa establecer un blocao en un espolón sobre el río y allí nos
encaminamos a construir un alto paredón tras el que puedan trabajar los
ingenieros. El combate está en aparente calma; cuando los legionarios dejan
las armas y cargados con piedras se adelanta al lugar ocupado por las
guerrillas de Regulares, un nutrido tiroteo parte de la gaba (monte bajo)
del otro lado del río; las balas silban próximas y los legionarios
encantados bailan de alegría con sus piedras, (Viva España!(Viva la Legión!
, gritan entusiasmados; dos de ellos caen heridos por el plomo enemigo. Se
recibe orden, por lo adelantado del día, de suspender el trabajo y
retirarnos. Los legionarios se alejan contentos de haberlas oído silbar
cerca.
El día 5, y formando parte de la misma columna, sale la primera Bandera a
ocupar un puesto análogo al del día anterior. Nos concentramos al abrigo del
blocao de Miskrela y con sana envidia vemos trepar hacia el monte las
guerrillas moras de los Regulares; de cerca seguimos su marcha; hay poco
enemigo y tampoco parece que intervengamos.
El espíritu de trabajo de nuestra tropa hace que nos empleen como
ingenieros, y allá van dos secciones a ayudar a la construcción de los
blocaos, mientras los demás nos impacientamos con tanto reposo, tumbados
sobre las ardientes peñas.
Unas horas más tarde, la situación del frente hace avanzar a la segunda
compañía a reforzar la guerrilla de Regulares, ocupando los legionarios una
línea de peñascos en la izquierda del frente, El fuego de los indígenas en
aquel punto es muy grande; sin embargo, los legionarios permanecen sin
gastar cartuchos. )Cómo no tiráis vosotros? , le pregunto en mi visita al
fiel cabo austríaco Herben.
-Mi comandante -dice-, hay enemigo, pero está oculto en la barrancada y como
no vamos a hacerle nada, preferimos no tirar.
La compañía efectúa más tarde su retirada sin haber tenido bajas.
La jornada había sido buena. La columna del coronel Castro, descolgando su
Mehalla desde los altos picos del Magot, había caído por la espalda sobre la
posición de Miskrela, poniendo al enemigo en huida y facilitando nuestro
avance; sólo unos moros de esta columna, con la ambición de la *razzia+, se
adelantaron hasta el vecino poblado de donde no habían de volver.
Las posiciones quedan guarnecidas por los legionarios y es ya de noche
cuando llegamos bajo los muros de la ciudad del Monte.
DOS DIAS DE descanso siguieron a estas operaciones; descongestionado Xauen
con las posiciones últimamente ocupadas, marchan los Regulares a descansar
durante su Pascua y quedan guarneciendo Xauen la primera y tercera Banderas
de la Legión.
En estos días efectuamos la colocación de varios blocaos en la orilla del
río y lomas de Muratahar. La característica de estas operaciones es el
sigilo con que se llevan a cabo, sin llamar la atención del enemigo con la
aparición de grandes masas de tropas; y, sin casi hostilidad, se construyen
en varias mañanas los distintos blocaos.

EN NUESTRA VIDA de Xauen nos llegan los ecos de España. El país vive
apartado de la acción del Protectorado y se mira con indiferencia la
actuación y sacrificio del Ejército y de esta oficialidad abnegada que un
día y otro paga su tributo de sangre entre los ardientes peñascales.
(Cuánta insensibilidad! Así vemos disminuir poco a poco la interior
satisfacción de una oficialidad que, en época no lejana, se disputaba los
puestos de las unidades de choque.
Llega en estos días nuestra revista profesional con proyectos ideológicos de
organización de este Ejército, sobre la base de una oficialidad colonial;
esto es, sentencia a los de Africa de no regresar a España, privar al
Ejército peninsular de su mejor escuela práctica, y seguridad en la
oficialidad de la Península de no venir a Marruecos. La lectura de estos
estudios y la peligrosísima decadencia del entusiasmo militar me dictó
entonces las siguientes líneas, que, remitidas a nuestra revista
profesional, no llegaron a ver la luz, no obstante la buena acogida que
tuvieron por parte de su Director, a quien debo por ello gratitud. Fueron
escritas en Xauen, el mes de mayo del pasado año, y decían así:

EL MERITO EN CAMPAÑA
*Constantemente es debatida por los infantes la solución que debe darse a
los problemas del Ejército de Africa, y en las páginas de esta Revista se
publicaron trabajos encaminados a resolverlos, sin que la buena voluntad de
los autores acertase con una solución en armonía con la futura vida de
nuestro Protectorado y que no tendiese a destruir su espíritu militar y,
como consecuencia, la buena marcha de nuestra acción. Los infantes en
Marruecos leyeron nuestra Revista con la pena de que esos escritos no podían
satisfacer a los que aquí trabajan y luchan.
+No pretendo yo resolver estos problemas, pues su solución se encuentra en
lo ya constituido y en las personas que con prestigios justos y autoridad en
el Protectorado encaminan éste a un rápido y definitivo término; mi deseo es
sólo presentar a los infantes el peligro que encierra para el Ejército y
para la acción militar, el querer solucionar estos problemas a distancia,
sin que en la balanza, llamada de la Justicia, se sepan pesar las
penalidades y sufrimientos de una campaña ingrata y el gran número de
oficiales que gloriosamente mueren por la Patria acrecentando con su
comportamiento las glorias de la Infantería (Ellos son los que hacen Patria!
+El problema militar marroquí es, en general, obra de infantes; ellos forman
el núcleo principal de este Ejército y con los jinetes, en número
proporcionado, nutren las filas de las tropas de primera línea. Infantes son
los que en las heladas y tormentosas noches velan el sueño de los
campamentos, escalan bajo el fuego las más altas crestas, y luchan y mueren,
sin que su sacrificio voluntario obtenga el justo premio al heroísmo.
+En las recientes operaciones, las dolorosas bajas habidas hablan con más
elocuencia que lo que estas líneas pueden decir. Allí murieron capitanes y
tenientes de los gloriosos Regulares, oficiales entusiastas que llevaban
varios años de campaña con estas tropa, a donde les llevó su gran entusiasmo
militar y esa esperanza de encontrar un día el justo premio al sacrificio.
+El premio es el punto sobre que giran artículos y proyectos y se habla de
oficialidad colonial como si el porvenir de nuestro Protectorado fuese el
sostener aquí un numeroso Ejército y en la creencia también de que el
oficial que con entusiasmo trabaja y se especializa en la práctica de esta
guerra, aceptaría renunciar para siempre a su puesto en el Ejército
peninsular.
+La campaña de Africa es la mejor escuela práctica, por no decir la única de
nuestro Ejército, y en ella se contrastan valores y méritos positivos, y
esta oficialidad de espíritu elevado que en Africa combate ha de ser un día
el nervio y el alma del Ejército peninsular, pero para no destruir ese
entusiasmo, para no matar ese espíritu que debemos guardar como preciada
joya, es preciso, indispensable, que se otorgue el justo premio al mérito en
campaña; de otro modo se destruirá para siempre ese estímulo de los
entusiasmos, que morirían abogados por el peso de un escalafón en la
perezosa vida de las guarniciones.
+Para nuestra acción africa
Última edición por tuareg el 07 Sep 2003, 01:12, editado 1 vez en total.


tuareg
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Mensaje por tuareg »

+Para nuestra acción africana, a nadie puede ocultarse que, de persistir
esas ideas, se acabará el espíritu de nuestras tropas de choque, que si
antes tenían numerosos aspirantes a figurar en sus cuadros, hoy se
encuentran sin poder cubrir sus bajas de sangre, pues el horizonte que ve el
infante es sólo esa gloriosa muerte que poco a poco va alcanzando a los que
aquí persisten.
+Midan, pues, los infantes sus pasos, vuelvan la vista a estos campos
marroquíes, fijen su atención en estos modestos cementerios que cobijan los
restos de tantos infantes gloriosos y no se les ocultará la necesidad, para
la Infantería, de que su unión en apretado abrazo sirva para que sin
regateos injustos se otorgue el justo y anhelado premio al mérito en
campaña. (Así habremos hecho Patria!+
----------------

HASTA EL 24 DE junio continúa en Xauen la primera Bandera; los paseos
militares se repiten y el servicio de descubierta hacia el río se convierte,
por lo extenso y accidentado del terreno, en una constante escuela de
combate; y sin una agresión van transcurriendo los días de nuestra estancia
en Xauen.
Una epidemia de fiebres tifoideas se presenta con caracteres alarmantes;
muchos de nuestros soldados han pasado al Hospital; se toman enérgicas
medidas sobre el suministro de agua y una activa campaña sanitaria parece
disminuir el peligro, pero al salir el día 24 para el Zoco del Arba, nos
vamos con el dolor de dejar en Xauen gravemente enfermo a nuestro querido
médico Valdecasas, a quien no habíamos de volver a ver.


VI - Operaciones en Beni-Lait

Cuando llegamos al campamento del Zoco del Arba, reina gran animación; las
cantinas Y establecimientos inmediatos a la carretera se ven concurridísimos
con la llegada de las columnas, Los Regulares y policías se agrupan junto a
los cafetines moros, y los claros y laderas del campamento se ven
interceptados por carruajes y cañones de nuestra artillería.
Interminable se hace nuestro paso por enmedio de estas tropas, para llegar
al pequeño y apartado campamento de la Segunda Bandera, donde se reúne la
Legión a las órdenes de nuestro primer Jefe.
El día 25 salimos, a las órdenes del Teniente Coronel, formando parte de la
columna Sanjurjo, a la ocupación de Ait-el-Gaba. Seguimos con el puesto en
el grueso de la columna; nuestra esperanza de al ternar en las vanguardias
se va viendo defraudada y los oficiales marchan tristes y pensativos. Hemos
educado a nuestros soldados para ir en los puestos más peligrosos y para
ello también se reunió bajo estas banderas una oficialidad entusiasta y
decidida. Los soldados parecen participar de nuestra contrariedad y
silenciosos ascienden por las laderas de Beni-Lait, hasta entonces refugio
de los tiradores enemigos.
Durante la marcha, y cuando llegamos a una cumbre, nos asomamos a un
collado; la presencia de unos altos y bien colocados montones de piedras
llama nuestra atención; un soldado de Regulares, rezagado en la marcha, se
acerca a colocar una piedra sobre uno de ellos. La curiosidad me hace
preguntarle. Son los montones que forman los peregrinos de Muley Abd
es-selam, cada vez que en su camino distinguen el santuario sagrado. Este
día aumentan de tamaño: todos los Regulares han colocado su piedra.
Durante la primera parte de la operación seguimos formados en nuestro
puesto, La caballería ha coronado las alturas y con poca resistencia
llegamos a la posición, Los aeroplanos vuelan sobre nuestras cabezas
bombardeando y una de sus bombas cae a pocos metros de nuestras secciones
sin hacerle daño. El enemigo es poco numeroso y sólo la policía en el
poblado y los Regulares delante de la posición sostienen él combate. En
enervante espera, pasamos la mañana.
Al mediodía nos destacan en ayuda de la otra columna; cuando llegamos, el
auxilio no es necesario, y al regresar aquella noche al campamento,
escuchamos la copla que la ironía hace cantar a los soldados:
)Quiénes son esos soldados
de tan bonitos sombreros?
El Tercio de Legionarios
que llena sacos terreros...

-Esto es demasiado; para esto no hemos ve nido por segunda vez a
Marruecos -dice un oficial. Nadie está satisfecho; en el semblante de
nuestro Jefe se nota también gran contrariedad; aconseja templanza; ya
llegará el día; pero interiormente todos nos descorazonamos ) Qué será de
nuestro Credo?
El espíritu del legionario no por esto decae; los soldados siguen, con su
espíritu de trabajo y sacrificio, llenando pacientes lo innumerables sacos
terreros.
EL DIA 27, después de un día intermedio de descanso, sale la Legión con la
columna a la operación de Salah. Nuestro puesto no varía, conforme pasan los
días nuestra contrariedad es mayor, y en nuestras conversaciones
respetuosamente rogamos al General un puesto de honor, ir algún día en la
vanguardia.
Aquella tarde, y para la colocación de un blocao, el General me concede un
puesto más avanzado; pero para ir allí tengo que prometer no tener bajas.
Con esa promesa, me separo de mi Teniente Coronel y, haciendo milagros,
cruzamos la zona enfilada y nos unimos a los Regulares; el enemigo es poco y
nuestro apoyo no es preciso, pero nos dispararon unos tiros y nos silbaron
unas balas.
EN LA OPERACION de Muñoz Crespo, llevada a cabo el día 29, parece variar la
suerte de la Legión. Marchamos en nuestro puesto de la columna, cuando una
reacción de las gentes del Sucan nos obliga a intervenir en el combate y,
mientras en las alturas de la izquierda la segunda compañía tiene a raya al
enemigo, avanza la primera en el frente rechazando a los harqueños, y
consiguiendo retirar los policías caídos en la ladera. Varios soldados caen
heridos, con el heroico capitán de la primera compañía don Pablo Arredondo.
Los balazos que, atravesando sus piernas, parecen no tener gravedad, le
retienen al año sin curarse; no quiere retirarse, pero sus piernas no le
tienen en pie y casi a la fuerza se echa en la camilla.
El fuego sigue intenso durante todo el día y la Legión va alcanzando su
nombre. En Buharratz, aquella misma tarde, escribe la tercera Bandera una de
las páginas gloriosas de la Legión.
Es ya de noche cuando nos retiramos. A nuestro paso tropezamos varias
camillas; una de ellas descansa en tierra, y en ella vemos al joven teniente
García y García de la Torre, del grupo de Regulares. Este pobre chico,
herido en el vientre, se ha caído dos veces de la artola, matándose el mulo
que lo conducía, y le llevan ahora en la camilla dos moros pequeños y poco
resistentes que se cansan de su pesada carga. Nos paramos a su lado; el
teniente coronel González Tablas, allí presente, le dirige palabras de
consuelo:
-No es nada, adelante; dentro de un mes está usted paseando con el
Aguayabo@.
-Yo no veré más al *guayabo+; el mulo me ha tirado dos veces; mi herida es
mortal, pero no importa -dice el muchacho con su sonrisa triste.
Le animamos un poco y encargamos de su conducción a cuatro legionarios
fuertes; un sargento con otros ocho escoltan al herido, y en las sombras de
la noche vemos perderse la camilla con la preciosa carga.
Hacia el fondo del valle las hogueras de los poblados en llamas alumbran
nuestro camino y bajando la interminable cuesta, al recordar al héroe que
marcha en la camilla, pensamos en el dolor del Aguayabo@ que le espera.



VII - En territorio de Larache

El día primero de julio, después de dos días de descanso, sale para el
Fondak la primera Bandera; allí se reúne con la tercera Y el día 2 siguen
juntas la marcha al Zoco del Telata en donde se concentra la columna que ha
de efectuar las próximas operaciones.
A las doce de la mañana del día 5, bajo el ardiente sol, salimos a pernoctar
en Kudia Umeras; el calor es sofocante y la menor chispa produce grandes
incendios en los campos dorados.
El campamento se establece al pie de la Posición después de haber talado los
numerosos cardos; la brisa de la noche parece querer compensarnos del
sofocante día.
EN LA OPERACION del día 6 la resistencia enemiga no es grande; a la Legión
le corresponde, con los Regulares de Tetuán, un puesto en el flanco derecho,
y al amanecer avanzamos hasta la loma del arbolito, relevando a los
Regulares de las distintas posiciones ocupadas en el flanco y sosteniendo
durante el día fuego con el enemigo, que nos hace tres heridos.
En el frente, la columna principal mantiene combate más duro y a lo lejos
vemos cargar a los escuadrones por las laderas de la loma del Trébol.
En nuestro frente se establece un blocao que queda guarnecido por los
legionarios.
Durante la mañana se observa, desde nuestros puestos, una incursión de los
moros de los poblados amigos por el frente de la derecha, que alejan al
enemigo e incendian sus poblados; momentos después, densas columnas de humo
se elevan de los aduares en llamas y hacemos la retirada a Umeras y
Tasarutan sin ser hostilizados.
En este último campamento hemos de sufrir durante cuatro días un calor
sofocante; los soldados se pasan el día metidos en el río o tumbados a la
sombra de los grandes olivos; un fuego repentino y violento pone al
campamento en peligro de ser quemado; una ola de fuego avanza sobre nuestras
tiendas y es necesaria toda la actividad de los legionarios para, armados de
ramaje, atajar el incendio y desviar el fuego; sólo unas tiendas se han
perdido. Este día trasladamos nuestro campamento a la zona quemada.
EN ROKBA Gosal, pernoctamos el día 10. En la hondonada anterior a la
posición se establece un enorme campamento; en el centro, el ganado de las
unidades se encuentra formando grandes círculos. Las tiendas cónicas,
alineadas en cuadro, señalan la situación de las fuerzas peninsulares, y los
Regulares y Legión, con sus pequeñas tiendas kaki, se pierden en medio del
terreno sembrado. En un verde, al fondo de la hondonada, entre los almiares
de paja, se ven salir, cargados como pequeñas hormigas, una porción de
puntos negros; son los soldados de la columna que preparan sus camas.
En la tarde de este día el General reúne a los Jefes y desde la posición
explica la finalidad de la operación y misión en ella de las distintas
unidades; enfocamos nuestros gemelos a las lejanas colinas, que se pierden
en las brumas de la tarde, y enterados de nuestra misión, descendemos al
campamento, que, con sus luces, nos parece un pequeño pueblo.
Cuando salimos, al amanecer del día 11, nos cruzamos con la columna del
coronel Serrano, que, con la caballería, ha de cubrir nuestro flanco
izquierdo y construir en él unos blocaos. El puesto que ocupamos en la
columna tampoco es para nosotros satisfactorio, pero la experiencia nos dice
que si hay mucho enemigo habrá tiros para todos.
Salimos como sostén de los Regulares y les seguimos tan de cerca que nuestra
gente, entusiasmada, desea intervenir.
Unos disparos nos ocasionan varias bajas; el enemigo se ha declarado en
huida y la columna efectúa sus saltos con gran rapidez. En una de las
últimas lomas el enemigo resiste atrincherado; nuestra artillería de montaña
coloca allí sus proyectiles sin conseguir ahuyentar al enemigo, pero está
cerca la infantería de los Regulares que lo desaloja, poniendo fin a la
resistencia.
En los barracones se recogen al paso varios cadáveres; dos legionarios sacan
de entre unas matas un moro, ya anciano, herido; sus barbas blancas, como
las de un apóstol, inspiran compasión; se le cura y retira en una camilla, y
muere en el traslado.
El avance sigue y nuestras tropas van a intervenir en la acción; la Bandera
despliega sobre Bab Es-Sor y mantiene fuego con el enemigo que hostiliza
desde las barrancadas y peñascos próximos.
En el collado queda establecida nuestra guerrilla mientras se llevan a cabo
las obras de fortificación.
En el barranco, unos legionarios han encontrado en el hueco de un árbol una
mora del enemigo. La traen a nuestra presencia y nos encontramos con una
mujer tuerta y fea que desmiente al bello sexo; (que se la lleven al
General!, dice nuestro Teniente Coronel volviendo rápido la cabeza, (vaya
una aparición para un combate! A las tres se emprende la retirada, quedando
una de nuestras compañías en la importante altura, desde la que se ven, a lo
lejos, como una pequeña mancha blanca, las casas del poblado de Tazarut.
Al regresar al campamento lo encontramos invadido de ovejas; durante la
operación, un ganado ha llegado al pie del campamento; los rancheros y
enfermos se lo han repartido, y a la vuelta de la jornada, al bullicio de
los soldados se unen los balidos de los innumerables borregos.
LOS DIAS SIGUIENTES, hasta el 15, en que se concentra de nuevo la columna,
son empleados en aprovisionar las posiciones y arreglar los pasos para las
baterías, y aquel día, por la tarde, atravesando el llano entre los
espigados trigales, vamos a pernoctar a Bab Es-Sor para emprender la marcha
al día siguiente sobre el Zoco el Jemis.
Al amanecer hemos ocupado nuestro puesto en la columna y, después de una
gran espera, en que las baterías preparan el avance de las tropas de
Larache, nos adelantamos sin resistencia siguiendo el curso del río.
En el camino atravesamos un aduar entre un precioso bosque. Es el poblado de
los locos y de los gatos. En la puerta de las casas se encuentran algunos
moros; unos nos dirigen miradas recelosas y otros ríen a nuestro paso con
risas de idiotas; varios gatos duermen indolentes, tendidos en la puerta, y
todos permanecen pacíficos bajo los frondosos olivos. (Viven de la caridad
y los indígenas les miran con cierto respeto religioso! Nadie se mete con
ellos; por eso permanecen tranquilos a nuestro paso y neutrales en la
contienda. Varios moros, especies de frailes, les rigen y este día, al paso
de la columna, recogen muchas monedas. En la guerra se practica también la
caridad. El avance por el llano se hace tranquilo, y sólo en la vanguardia
se oyen los tiros de los montañeses.
La columna hace alto al acercarse a las lomas que rematan por la derecha el
llano y entonces vemos uno de los movimientos más bonitos de la caballería;
el enemigo resiste en los poblados de nuestro frente y los indígenas de la
columna se ven detenidos en el avance; los jinetes caracolean y disparan sus
armas sin decidirse a avanzar, y es entonces cuando vemos hacia el fondo
unos caballos moros que, en rápido galope, avanzan por el flanco sobre el
enemigo. Son los famosos jinetes del grupo de Larache. Sin detenerse, ocupan
por la espalda los poblados que los moros defienden, haciéndoles huir por el
fondo de las barrancadas.
En toda la tarde no se nos borra el grandioso espectáculo de aquella
caballería decidida, que puso la más bonita nota en el avance.
Terminada nuestra lenta espera, una orden nos lleva en dirección de las
posiciones ocupadas; ascendemos por la empinada cuesta y cruzamos el típico
poblado. Todo está en desorden. Los libros árabes aparecen tirados y
deshojados por la ladera; en los patios se encuentran molinos de mano
construidos con grandes piedras, cacharros de barro, lana, granos, esteras
sucias, todo lo que constituye el ajuar de estos modestos aduares.
Una estrecha senda nos lleva a la loma de las guerrillas, donde hemos de
ocupar un puesto en el combate, pero el enemigo es poco y sólo sostenemos
ligero tiroteo.
Regresamos a Bab Es-Sor ya entrada la noche, y al amanecer del día siguiente
salimos a efectuar una rectificación de posiciones y colocar unos blocaos de
enlace; el enemigo no nos hostiliza y a media tarde emprendemos la retirada
a nuestro campamento de Rokba Gozal en que pernoctamos.
Durante el descanso del siguiente día nuestras conversaciones giran sobre el
mismo tema... )Iremos a Tazarut? Creemos que sí. Los últimos avances han
dado su fruto, se han efectuado muchas sumisiones y la situación política
mejora notablemente. Esta noche ha de llegar el General en Jefe y nos
acostamos con la esperanza de entrar pronto en las casitas blancas que vimos
a lo lejos.


VIII - Camino de Melilla

Son las dos de la mañana. En el silencio de la noche escucho la voz del
Teniente Coronel que ordena que llamen al Comandante Franco. No era preciso;
salía de la tienda y me uní a él.
-)Sucede algo? )Hay que salir? -le pregunto.
-Tiene que partir lo antes posible una Bandera para el Fondak; como no
sabemos para qué es ni adónde va, sortead entre vosotros. Lo mismo podéis ir
a una empresa guerrera que a guarnecer preventivamente cualquier puesto de
retaguardia.
En el sorteo corresponde salir a la primera Bandera. Acto seguido se llama a
la gente y, a las cuatro de la mañana emprendemos la marcha. En el Fondak
recibiré nuevas instrucciones.
Un misterio inexplicable rodea nuestra salida. Nadie sabe adónde nos
encaminamos. Unos creen que se trata de efectuar una operación en Benider,
otros que vamos nuevamente a las costas de Gomara; yo, sin saber por qué,
pienso en Melilla. Hace días que se dijo en el campamento que las cosas no
iban allí muy bien; pero lo cierto es que nadie sabía nada.
La marcha fue dividida en dos jornadas; a mitad del camino descansaremos en
unos bosques próximos a Al-Yhudi en que el río nos facilitará la aguada y
podrá bañarse la tropa. La marcha se lleva descansada con altos frecuentes
que nos permiten llegar, ya avanzada la mañana, al lugar señalado para el
reposo; bajo los árboles se condimentan los ranchos en caliente; los
legionarios se bañan y después de una pequeña siesta sale la Bandera, a las
tres, camino del Fondak.
La falta de guías hace que nuestra vanguardia tome por la pista y es ya
anochecido y el Fondak no se ve. Un auto ligero pasa y nos explica que
llevamos el camino largo de la pista y que aún tenemos varias horas de
marcha. Nos tenemos que resignar a seguir el largo camino. Acortamos el aire
de marcha; los descansos son más frecuentes y por fin vemos a lo lejos la
luz del Fondak. Hacia ella caminamos sin llegar. Parece la lucecita de los
cuentos infantiles que siempre se aleja. La cuesta se hace interminable. El
viento sopla de cara en forma huracanada y son las once de la noche cuando
llegamos a los muros del Fondak.
La tropa, rendida, permanece sentada a los costados de la carretera; la
jornada ha sido terrible y necesita largo reposo; después de mil vueltas
aparece el oficial que se adelantó con las cocinas y el convoy; los ranchos
todavía tienen que condimentarse y, en la posición, las tiendas nos esperan
sin armar; no las utilizamos; la tropa vivaquea y a los pocos momentos
duerme tendida en las cunetas.
Durante la noche, el teléfono suena persistentemente: es preciso seguir a
Tetuán, llegar al amanecer, (No es posible! La gente no puede más y necesita
descanso, se quedaría media Bandera reventada en el camino. Llegaré lo antes
posible; a las diez de la mañana estaré en Tetuán.
A las tres y media se toca diana, hay que despertar uno por uno a los
soldados que, rendidos, permanecen sordos a la corneta y antes de amanecer
descendemos por el desfiladero.
Nos han comunicado que vamos a Melilla, pero ignoramos lo sucedido. Pensamos
sólo en una intensificación de las operaciones en aquella zona y que nos
lleven como refuerzo. Oficiales y tropa marchan contentos olvidando los
kilómetros que llevan de recorrido y a las diez menos cuarto desfilan los
legionarios por las calles de Tetuán. Al formar la tropa en la entrada de la
ciudad, un paisano nos da la terrible noticia: Aen Melilla ocurrió un
desastre y el General Silvestre se ha suicidado@. Nuestra indignación es
grande al oír estas palabras y obligamos a callar al caballero, que dando
explicaciones se aleja, asegurando que se lo han dicho la noche anterior en
el Casino Militar de Ceuta.
Minutos más tarde, en la estación, nos confirman la noticia; ya no es
posible la duda; la oímos de labios muy autorizados. Sin embargo, creemos en
la posible exageración. Tenemos que esperar hora y media antes de efectuar
el embarque. Horas interminables, pues ya desearíamos estar en Melilla,
conocer la verdad, ser útiles.
Por Ceuta pasamos rápidos; sólo nos detenemos el tiempo necesario para
reparar las pequeñas faltas, consecuencia del período activo de operaciones
y para dar tiempo al embarque del material y ganado; y al atardecer, con
unos aires españoles, desfilamos por la población camino del puerto, donde
nos espera el ACiudad de Cádiz@.
Las noticias que recibimos antes de la salida son muy pocas. Se sabe que ha
habido un gran desastre, que del General Silvestre no se tienen noticias y
que el General Navarro organiza la retirada; (Ya no se supo más! La música
toca la Marcha de Infantes, el Comandante General llega y con emoción
escuchamos las palabras y cariñosos consejos del veterano soldado, y
estrechando nuestras manos se despide el ilustre General, a quien tanta
gratitud debe nuestra Legión.
El General Sanjurjo viene con nosotros como Jefe de la expedición, pues
aquella noche han de embarcar también para Melilla dos tabores de Regulares
de Ceuta y tres baterías de montaña con abundantes pertrechos.
La sirena del barco anuncia la salida, las músicas lanzan al aire las notas
de sus himnos, los soldados, entusiasmados, cantan y los vivas a España se
pierden al alejarse el barco había Melilla.
Por fin llega para nuestros soldados el descanso tan necesario. Llevaban dos
noches sin dormir apenas y en día y medio habían recorrido más de cien
kilómetros.
A la hora de la cena nos sentamos juntos, el General preside nuestra mesa,
las conversaciones giran sobre el mismo tema, (Melilla! ; pero ninguno
supone las proporciones del desastre; sentimos en nuestros corazones la
presión del dolor patrio y nos parece que pasan lentas las horas que nos
separan de nuestro destino.


tuareg
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Mensaje por tuareg »

Segunda Parte: El territorio de Melilla

I - La llegada

El cansancio de los días anteriores contribuye a nuestro descanso y está muy
avanzada la mañana cuando salimos de nuestro camarote; la travesía es
hermosa, el barco no se mueve y nuestro pensamiento vuelve a girar sobre el
mismo tema: )llegaremos a tiempo?... )repararemos lo sucedido?
Sobre la cubierta damos los buenos días al General. Este ha recibido más
noticias; los radiogramas recogidos por el barco durante la noche dicen poco
más de lo que sabemos, pero se acaba de recibir un radio del Alto Comisario
que manda: Aforzar la marcha todo lo posible@, y pregunta: A)cuándo
llegaremos?@. Vamos a toda máquina y se llegará a eso de las dos.
Pasamos el tiempo sentados sobre la cubierta pensando en nuestra llegada;
cogeremos el tren para ir a las líneas avanzadas, y hacemos cálculos sobre
los lugares probables donde se habrá rehecho la columna. Es día festivo y
nos avisan para la Misa; a ella asistimos, pero nuestro pensamiento vuela
lejos, detrás de la columna que se retira.
Un nuevo telegrama para que vayamos más aprisa nos inquieta
grandemente; )qué situación es la de esta zona que por minutos se requiere
nuestra llegada? El capitán del barco nos dice que no puede andar más. Vamos
a toda marcha; remontamos el cabo de Tres Forcas y pasamos cerca de la costa
arenosa y cortada. Ni un árbol pone en ella una nota de vida, sólo a lo
lejos blanquean al sol las casas de la ciudad vieja.
La muralla del puerto aparece llena de gente; la ciudad alta se ve también
coronada de pequeños puntos blancos. Ya se distinguen las figuras; una nube
de pañuelos se agita al aire como aleteo de palomas blancas, y conforme el
barco se acerca vemos claramente la aglomeración de la muchedumbre.
Una sección de carabineros y una música se encuentran en el desembarcadero.
Un oficial joven, con una banderita española, parece dirigir una agrupación
de paisanos, y la música bate marcha. Los legionarios, que desde que se ve
la ciudad están sobre cubierta, audaces han trepado a los palos del buque y
otros en los cabos y escalas aparecen encaramados como grandes racimos. Las
banderas y banderines se agitan en lo alto; nuestra música entona la
AMadelón@ y los legionarios cantan poniendo toda el alma en la canción.
Una gasolinera se acerca al barco; sube un ayudante del Alto Comisario y nos
da la terrible noticia: ADe la Comandancia General de Melilla no queda nada;
el Ejército, derrotado; la plaza abierta y la ciudad loca, presa del pánico;
de la columna de Navarro no se tienen noticias, hace falta levantar la moral
del pueblo, traerle confianza que le falta y todas las fantasías serán
pocas.@
El dolor nubla nuestros ojos, pero hay que reír, que cantar las canciones
brotan y entre vivas a España el pueblo aplaude loco, frenético, nuestra
entrada.
Jamás impresión más intensa embargó nuestros corazones; a la emoción
dolorosa del desastre se une la impresión de la emoción del pueblo traducida
en vítores y aplausos. El corazón sangra, pero los legionarios cantan y en
el pueblo renace la esperanza muerta.
El Teniente Coronel, subido en la borda del barco, saluda al pueblo de
Melilla y le dice con palabras vibrantes y entusiastas que les llevamos la
tranquilidad perdida, que allí está el heroico Sanjurjo que es la mejor
garantía de éxito de la empresa, y sus palabras se acogen con clamorosas
ovaciones, los vivas se suceden y el pueblo se desborda en entusiasmo.
En el mayor silencio desembarcan los legionarios, y con la música y Banderas
en cabeza, desfilan los peludos de Beni Aros y en columna concentrada
recorren el pueblo entre los vítores de la muchedumbre. Los balcones se
llenan, los aplausos se repiten y las mujeres lloran abrazando a los
legionarios.
Al paso de las Banderas se escuchan mil comentarios: Ahí va Millán Astray,
miradlo qué joven. Estos son soldados; qué negros y qué peludos vienen.
Mirad a los oficiales, qué descuidados, con sus trajes descoloridos; huelen
a guerra. (Estos nos vengarán!
Una madre, llorando, pide que le busquen a un hijo que tiene en el campo, y
al paso por los barrios se desborda el entusiasmo popular, cigarros, frutas,
refrescos, todo es para los legionarios.
Las Banderas se separan a guardar la Plaza; la segunda sube la cuesta de
Rostrogordo, y la nuestra emprende el camino de los Lavaderos.
Horas después llegan los Regulares a las órdenes del heroico González
Tablas; el recibimiento es algo frío; la gente ignora el mérito de estos
soldados que pelean por España; la mal llamada traición de los Regulares de
Melilla hace que inspiren desconfianza; muy pronto prueban lo contrario.
Estos días habíamos de recibir las emociones más grandes de la vida militar,
y nuestros corazones lloran la derrota; los fugitivos, a su llegada, nos
relatan los tristes momentos de la retirada; las tropas en huida, las
cobardías, los hechos heroicos, todo lo que constituye la dolorosa tragedia;
Silvestre, abandonado; Morales, muerto; soldados que llegan sin armas a la
Plaza; Zeluan se defiende, Nador también. Son las noticias que traen estos
hombres, en los que el terror ha dilatado las pupilas, y que nos hablan con
espanto de carreras, de moros que les persiguen, de moras que rematan a los
heridos, de lo espantoso del desastre. Llegan desnudos, en camisa,
inconscientes, como pobres locos.
La noche pasa tranquila; sólo el servicio avanzado ha ido recogiendo a los
fugitivos.


II - Los primeros días

Al amanecer, un automóvil se adelanta por la carretera; el servicio no puede
detenerlo; en él va el General Sanjurjo. En la Segunda Caseta conferencia
con los moros de los poblados, a los cuales sorprende la inesperada visita.
A su regreso, se detiene breves momentos en el campamento y marcha a
conferenciar con el General Berenguer para la operación de aquel día.
Al mediodía, una columna compuesta de Legionarios y Regulares asciende por
las laderas de Taguel Manin y Ait Aisa. Con ella marchan los indígenas de
los poblados próximos a la Plaza. Mientras establecen las posiciones, los
moros esperan recelosos; sus mujeres y ganados han sido internados en el
Gurugú, pero antes de retirar nos les vemos regresar a los aduares. Las
posiciones se establecieron muy rápidas y en ellas quedan dos compañías de
la Legión.
Al mismo tiempo que se ocupan estas posiciones, una sección avanza
cautelosa por la cuneta de la carretera y ocupa, sin ser vista, el fortín de
Sidi Musa.
Al regresar esta noche, cruzamos por la población Regulares y Legionarios;
los Jefes en cabe za juntos y los soldados uniendo sus filas han constituido
una gran columna de a ocho. Así des filan ante el pueblo los que hermanados
combaten.

EN LOS PRIMEROS días han llegado a la Plaza algunos batallones; el de la
Corona y un tabor de Regulares se encuentran desde el primer día en el Zoco
del Had; el fiel Abd el-Kader había pedido el auxilio de tropas para evitar
el levantamiento de sus gentes. Todos sentimos gratitud hacia el noble caid,
nuestro enemigo leal el año 9, que en momentos difíciles ha confirmado su
fidelidad.

EL DIA 26 AVANZAMOS LA columna de Regulares y Legionarios, ya mermada con
los destacamentos, en dirección a Sidi-Hamed-el Hach y el Atalayón.
Rápidamente y sin disparar un tiro, la columna se posesiona de las antiguas
posiciones. Los legionarios ocupan la loma que de Sidi-Hamed se extiende
hacia Nador y los Regulares, en el flanco derecho, dan vista al Gurugú.
Recibimos la orden terminante de no alejarnos y de permanecer en esta loma
cubriendo el servicio mientras se fortifica Sidi-Hamed. Desde ella se ve
perfectamente el poblado de Nador. Numerosos grupos rodean la Iglesia; el
pueblo arde; de la Fábrica de tabacos y Estación se levantan densas columnas
de humo; otras casas han sido pasto de las llamas, y por los caminos del
llano se alejan con el botín los mulos cargados.
En una casa, algo más alta y próxima al mar, vemos brillar un heliógrafo.
Avanzamos hasta el extremo de la loma. La orden de no alejarnos nos detiene,
(pero estamos tan cerca! Pediremos irnos repiten la orden de no avanzar más,
de aguantarnos mientras se termina la fortificación.
En la posición hablamos con el General. Con él está nuestro Teniente
Coronel, le pedimos ir al poblado, llevar un socorro a los que se defienden,
El General participa de nuestra emoción; también él desea ir a Nador, pero
hace falta guardar la Plaza, defenderla y estamos solos. ( En la guerra hay
que sacrificar el corazón!
El Teniente Coronel me lleva a un lado:
-He pedido -me dice-, ya que no podemos ir a Nador, mandar una Compañía; una
Sección; algo que les dé ánimos y no puede ser; tengo esperanzas de que
permitan enviarles ocho hombres con unos moros del vecino poblado a
llevarles víveres y medicamentos. )Habrá muchos voluntarios para la empresa?
-Desde luego, muchísimos -le contesto- Preguntaremos a los que están aquí
sin desplegar. Nos acercamos a los sostenes, se aproximan los soldados y el
Teniente Coronel les habla:
-Allí están sitiados los defensores de Nador; hemos pedido ir en su socorro,
pero las necesidades de la campaña no lo permiten; he pedido, sin resultado,
mandar una Compañía; una Seccion, algo de que les dé ánimos y olivio. Lo
único que nos conceden es que vayan unos cuantos soldados con dos moros a
llevarles víveres y quedarse allí; la empresa es arriesgada; los que vayan
seguramente no llegarán; tal vez mueran todos; si hay algunos de vosotros
que desee ser de la empresa, que dé un paso al frente.
No terminó la frase. Los soldados han dado todos un paso hacia adelante...
-( Gracias! ( Gracias!... -El Teniente Coronel se abraza al más próximo;
sentimos honda emoción-. ( Así queremos a los legionarios!
La empresa, por fin, no se lleva a cabo; los moros del poblado no se atreven
a ir, creen que no podrán llegar, y a los legionarios solos no les dejan.
En Sidi-Hamed ha quedado destacada la quinta Compañía; las fuerzas de la
Legión se reducen esta noche a una Compañía de Infantería, otra de
ametralladoras y la Compañía de Depósito.

EL DIA 28, SE lleva el convoy a Ait Aisa, y Taguel Manin, sosteniendo fuego
con el enemigo, y son relevadas las compañías que guarnecen es tas
posiciones.
En este día, ha sido atacada la posición de Sidi-Hamed por el enemigo, y han
sido heridos muy graves el teniente Marcos, de ametralladoras, el sargento
alemán Heine y un soldado. Un convoy con dos escuadras, que había bajado a
la plaza desde la posición, fue atacado igualmente por el enemigo causándole
varias bajas.
Al día siguiente sale de nuevo la columna a Sidi-Hamed, para la colocación
de unos blocaos y evacuar los heridos.
Los puestos ocupados son los mismos que los del día de la toma de la
posición; nuestras guerrillas se extienden hacia Nador, entablando combate
con el enemigo
En lo alto de las lomas de Nador se ve movimiento de moros; de allí se
destaca un núcleo de jinetes que, en correcta formación, parecen venir hacia
el combate; nuestras ametralladoras, preparadas, esperan en silencio, y
cuando han entrado en la zona eficaz de tiro, rompen el fuego sobre ellos y
en pocos minutos el fantasioso escuadrón se deshace y huye a la desbandada
en dirección a los barrancos, El fuego continúa y nuestra Compañía de
Depósito se porta bravamente.


III - Sidi Amarán, Frajana y convoyes...

Mes de agosto.
La retirada la efectuamos al abrigo de las posiciones, ligeramente
hostilizados.

DURANTE EL MES de agosto las salidas son casi diarias y el aprovisionamiento
de las distintas posiciones requiere la presencia de la columna y librar
combate con el enemigo.
Los Regulares y la Legión, sirviendo de van guardias a las distintas
columnas, trepan por los peñascales de las vertientes del Gurugú y en ellos
se sostiene empeñada lucha. Como en un chorreo van disminuyendo los
efectivos de nuestras unidades.
La posición de Sidi-Hamed es constantemente atacada por el enemigo. Al fuego
de fusilería se une el de cañón que le dirigen desde las lomas de Nador y
picos del Gurugú; una compañía de legionarios y otra de línea guarnecen la
posición y es jefe de la misma el comandante Arias, del batallón de Toledo.
Sólo alabanzas hemos oído de las cualidades militares y dotes de mando de
este jefe que defendió la posición de Sidi-Hamed de los intensos bombardeos
y duros ataques enemigos. El mando, atendiendo a sus cualidades relevantes,
le mantuvo en este puesto hasta la toma de Nador.
Todas las unidades de la Legión pasaron por este destacamento y muchísimos
son los legionarios que se distinguieron en su defensa; un día es al
extinguir el incendio del depósito de municiones, alcanzado por las granadas
enemigas; otro al salir a recoger el material de los mulos muertos a la
entrada de la posición y enfilados por los moros. Hoy a un soldado le lleva
la cabeza un proyectil, mañana otro herido no quiere evacuarse.
Un corneta, en el parapeto, avisa con un punto los disparos de la artillería
enemiga y al momento todos se guarecen en los abrigos.
Así se vive en Sidi-Hamed con el agua tasada y el convoy cada tres días.
Sólo Manolo, el valiente cantinero, visita a diario la posición; los
legionarios le conocen. Él les lleva el correo y las frescas sandías con qué
aliviar la sed; es portador de encargos, y a menudo atraviesa las zonas
enfiladas para llegar a la posición. Una tarde le hieren gravemente al
compañero, otro día le matan la caballería, pero él visita los puestos
avanzados y ni un solo día les falta su correo.
En uno de los convoyes a Sidi-Hamed el enemigo nos prepara una fuerte
emboscada. Es el día 8 de agosto. Al efectuar el paso por la segunda Caseta
y cuanto toda la Legión ha entrado en el camino, una nutrida descarga hecha
sobre nuestros caballos nos sorprende. Al momento, la fuerza se ha tendido y
rompe el fuego sobre las peñas y chumberas de la barrancada; los legionarios
y Regulares escalan rápidos las laderas, y el enemigo huye escarmentado; el
fuego ha sido intenso, pero milagrosamente sólo nos han matado un perrito.

A LAS CUATRO DE la mañana del día 15 la columna del General Sanjurjo se
concentra sobre la carretera de Hidun. Los escuadrones de Húsares marchan en
la vanguardia. Después de media hora en que esperamos la concentración,
subimos la carretera de la posición. Desde ésta, el general nos explica el
objetivo de la operación y la misión de cada uno y los escuadrones
despliegan ocupan do las lomas a la izquierda de Ismoar adonde nos dirigimos
. Un tabor de Regulares, saliendo del Zoco del Had, ha de avanzar por la
izquierda hacia Sidi Amarán, mientras nosotros nos concentramos a
vanguardia, detrás de la cortina de protección de la caballería.
Al llegar a las lomas de Ismoar, la caballería, pie a tierra, se encuentra
desplegada; llevamos orden de esperar a colocar las baterías junto a la
posición para reanudar el avance.
A la izquierda vemos avanzar a los Regulares sobre unos grupos de chumberas;
detrás de la cerca que las rodea, se oculta numeroso enemigo; establecemos
nuestras ametralladoras para apoyarles; los Regulares se adelantan y, sin
esperar a las baterías, nos lanzamos al frente, desbordan do al enemigo y
ayudándolos. Los moros huyen y dejan en nuestro poder algunos muertos.
El avance resultó precioso. Como si se tratase de un ejercicio, avanzaron
por las dilatadas lo mas las guerrillas seguidas de cerca por sus sostenes,
coronaron la línea de altura y, formando un extenso arco, se estableció la
línea del Garet al mar.
El enemigo hostiliza en todo el frente, pero en unas ruinas en el extremo
derecho de la línea, el combate es más empeñado; el terreno es muy quebrado
Y los moros están próximos. Hacia las once de la mañana, el enemigo,
aprovechando lo quebrado del terreno y oculto en unas casas que hemos dejado
a retaguardia, efectúa enérgica re acción por el flanco de nuestras
ametralladoras, llegando hasta pocos metros de las máquinas, los
ametralladores se defienden valientemente, el enemigo es rechazado, pero
sobre una de las máquinas fuere gloriosamente el bravo teniente Valero; dos
muertos y ocho heridos se encuentran caídos entre las ruinas Y tres de los
enemigos han que dado cara al sol -entre los peñascos.
La situación durante el día es buena en todo el frente.
Al mediodía consigo autorización del General para castigar los poblados de
que partió la reacción y desde los que el enemigo nos hostiliza. La empresa
es difícil; a nuestra derecha el terreno desciende en forma quebrada hasta
la playa y al pie se encuentra una extensa faja de pequeños aduares.
Mientras una sección, rompiendo el fuego sobre las casas, protege la
maniobra, se des cuelga otra por un pequeño cortado y rodean do los
poblados, impone castigo a sus habitantes; las llamas se levantan de los
techos de las viviendas y los legionarios persiguen a sus moradores.
El enemigo trata de molestar la retirada; dos soldados, entretenidos en la
Arazzia@, se quedan alejados del grueso de la tropa, que se aleja a
retaguardia; de pronto se encuentran entre los fue gos de los dos bandos;
ocultos entre la arena se 1ibran de sus efectos, pero cada vez que intentan
levantarse, moros y legionarios les dibujan con sus disparos; desde arriba
les vemos perfectamente y sólo cuando nuestro corneta, tocando el alto el
fuego, consigue llamar la atención de la sección de Arazzia@, se pueden
retirar los dos sol dados.
El repliegue general de la Legión se efectúa en completo orden; a los
últimos soldados que se retiran les envuelve una descarga de nuestras
baterías; sólo uno de ellos es ligeramente herido, siguen con calma y al
terminar la operación obtenemos la felicitación del General en Jefe.

EL DIA 23 ya se había incorporado nuestro Teniente Coronel y formando parte
de la columna Sanjurjo, se efectúa una operación en el barranco de Frajana,
sobre las inmediaciones del Zoco del Had. Cuando nos acercamos, se hace
sentir el paqueo enemigo; las baterías ligeras se establecen y al estampido
de los cañones siguen las explosiones de los proyectiles, en la barrancada
los arbolados se cubren de velloncitos blancos y los Regulares se pierden
por el pendiente sendero del poblado.
Los tiros de uno y otro bando se multiplican; barranco arriba vemos
desplazarse la bandera española que tremola en la vanguardia, en las manos
de uno de los moros Regulares, pero muy pronto desaparece del campo de
nuestros gemelos.
En el fondo del barranco se destaca un caballo blanco. Es el del Teniente
Coronel de Regulares, que avanza con sus unidades. Por la cuesta sube
perezosamente una camilla. Con los gemelos, distinguimos las botas de
oficial. Al acercarnos, se detiene; el alférez Sánchez Guerra viene en ella,
herido; al preguntarle por la herida se levanta y, rígido, nos saluda. (Qué
madera de militar la de este alférez de complemento, que voluntariamente
combate a las órdenes de González Tablas!
Ya le corresponde el puesto a la Legión; una compañía cruza el barranco y se
pierde entre los árboles del arroyo; un rato después corona la próxima
meseta; sus uniformes kaki se pierden entre las piedras de las lomas ocres.
Al cruzar la barrancada, un paso difícil detiene a las acémilas; en pocos
minutos la sección de zapadores ha arreglado el camino y pronto truenan en
la meseta los disparos de las ametralladoras. El enemigo se mantiene
alejado, hostilizando débilmente.

EN EL CONVOY a Sidi-Hamed el Hach, el día 28, toma parte un tren blindado;
el enemigo se presenta, como en días anteriores, hostilizando vivamente a
las fuerzas de protección; de Nador se acercan bastantes jarqueños, cuando
siguiendo la vía se adelanta el tren con precaución; a su paso levanta
numeroso enemigo, que es batido por nuestras ametralladoras que,
preventivamente, han enfilado los pasos. La sorpresa causada ha sido grande
y las bajas enemigas muchas.
El día transcurre sin episodios. El convoy ha entrado en la posición y se
mantiene a raya al enemigo; sólo hacia Nador la presencia del tren blindado
ha llevado numerosos grupos.
Al recibir la orden de la retirada, la compañía más avanzada adelanta unos
soldados en dirección al tren para que se retire; éste empieza su retroceso
y la unidad se repliega al abrigo de la tercera Caseta.
Esperamos unos minutos y el tren no llega, )habrá tenido avería, o le habrán
levantado la vía a su retaguardia?... Las lomas antes ocupadas por nuestras
tropas se coronan de enemigo y las balas silban; al galope sale un ordenanza
a detener la retirada.
El enemigo se ha metido entre el tren y nosotros. Unos ordenanzas salen por
la playa. El fuego enemigo les mata los caballos y tumbados en tierra se
defienden a tiros. Del Atalayón avisan que por la carretera de Nador se
acerca una fuerte jarca. A unos ciento y pico de metros los moros aparecen
en las cunetas de la carretera; los fogonazos de los disparos se suceden, y
una sección nuestra, parapetada en el terraplén de la vía, avanza sin ser
vista sobre ellos. Sólo les se paran breves pasos. Los legionarios se
arrojan bravamente sobre el enemigo que, sorprendido, huye y el tren que
llega rompe sobre ellos su nutrido fuego. La sección sube en el tren y la
masa negra y acerada aparece en la tercera Caseta.
El enemigo sigue hostilizando, pero se ve detenido por el fuego de nuestras
posiciones, mientras nosotros, por la orilla del mar, nos retiramos rápidos.
Al día siguiente, unos prisioneros evadidos nos confirman nuestros cálculos
sobre las bajas enemigas; se pasaron la noche con los moros buscan do con
faroles los muertos en el combate y cuan do regresaron a Nador, cerca del
amanecer, golpearon a los prisioneros que allí había.


IV - Los blocaos
Las noches pasan tranquilas en el sector de nuestro servicio. El enemigo no
hostiliza nuestros puestos y sólo a lo lejos escuchamos el cañón del Gurugú
y los pegajosos Apacos@ de los blocaos.
En la noche del 30 de agosto el Apacul@ retumba constante en dirección a
Taguel Manin; algún blocao o posición debe de ser atacado. Al acercarnos al
extremo de nuestros servicios, el fuego sigue con la misma intensidad; a los
sonoros Apacos@ suceden descargas de fusilería. Los reflectores, a lo lejos,
alumbran el monte enfocando las vertientes del Gurugú y el blocao Mezquita;
al fuego de fusilería se unen las detonaciones de las bombas de mano, unos
tiros sueltos; a esto sucede un período de calma.
Cuando intentamos dormirnos, se recrudece el ataque; son las tres de la
mañana, las descargas vuelven a repetirse y los disparos del enemigo se
suceden largo rato; unos disparos más y la no che vuelve a su silencio.
Nuestro Teniente Coronel habla con el General y a las cuatro de la mañana
nos encontramos formados en el frente de Mezquita; allí nos reunimos con los
Regulares y, organizada la columna, ascendemos por las pendientes laderas de
Taguel Manin.
El enemigo, desde el poblado, nos dirige algunos disparos; la columna sigue
por el pie de la posición en dirección al blocao. Cruzamos la van guardia
por encima del aduar y cuando, atravesando una casa mora, salimos cerca del
blocao, nos reciben con un descarga, (No tirar!(eh!, gritamos avanzando. Por
un agujero del parapeto un grupo de moros se arroja barranco abajo y es
perseguido de cerca por los legionarios.
En el blocao reina el mayor desorden. Dos cadáveres, de un sargento y un
soldado, yacen apuñalados entre los sacos; un reloj colgado en la pared
marca la hora; municiones, libros, panecillos, víveres, una botella de
coñac; todo está revuelto en el reducido espacio entre los sacos; una maleta
ostenta en un costado el nombre de un oficial. En la salida encontramos un
soldado muerto caído sobre las alambradas; más tarde, otros tres cadáveres
aparecen en dirección a la posición. El doloroso cuadro nos lo explica todo.
)Qué será del oficial, qué suerte les habrá cabido a los otros defensores?
Reconocemos los alrededores sin resultado, preguntamos a la posición y allí
les encontramos.
El oficial baja a ver al general; trae el traje roto, de su paso por la
alambrada. Inconsciente, cuenta a todos su trágica noche. El general le
interroga; le vemos alejarse y, sentado sobre una piedra, con la cabeza
baja, empieza su confesión. Cuando se levanta, el general está muy
contrariado. (Desgraciado!, exclama.
Cuando abandonaron el blocao quedaban en él el sargento herido y un soldado
de cuota; se han portado muy bien, dice; ninguno de los dos quiso retirarse.
Una ola de pánico había, sin duda, pasado por aquellos hombres que corrieron
más peligro al abandonar el blocao que habiendo extremado su defensa; días
más tarde, este oficial puso fin trágico a su vida.
Se ha fantaseado tanto sobre este hecho, que sólo por ello inserto en este
capítulo el triste episodio de que fui testigo.
El fuego dura casi todo el día; las compañías sostienen intenso tiroteo y,
arreglado el blocao por los ingenieros, queda desde este día guarnecido por
un cabo y quince legionarios.
En el avance y luego durante el día, tuvimos un soldado muerto y seis
heridos.

ESTE BLOCAO, conocido desde entonces por el Blocao de la Muerte, ha sido en
las siguientes noches objeto de los ataques enemigos; su situación molestaba
tanto a los moros durante el día, que trataron de obligar a su abandono.
Aprovechando la oscuridad de la noche y lo difícil del terreno, les
arrojaban granadas de mano intimidándoles al abandono; (que dejaran los
fusiles y les permitirían salir! les chillaban; la techumbre iba quedando
destruida y entre el montón de sacos los legionarios se defendían. Todas las
mañanas se reedificaba el blocao y su guarnición era relevada.
Tales relevos son indispensables en estos pues tos avanzados, donde lo
reducido de las guarniciones mantiene sin descanso al soldado, que, después
de la tensión nerviosa del combate, necesita la tranquilidad reparadora; de
este modo, tal vez se evitaría, en algún caso, que entrase el desaliento
entre los defensores, pues saben que con el nuevo día les llegará el relevo.
Otra medida a estudiar es la de dotar a estos blocaos de doble número de
fusiles y evitar los recalentamientos tan frecuentes del armamento en los
momentos culminantes del ataque. Las granadas de fusil, desconocidas en esta
campa ña, son también el mejor complemento para la defensa del blocao y
posiciones.
Los ataques al Blocao Mezquita sólo cesaron cuando lo defendió el cabo
austríaco Herben, hombre valiente e ingenioso, confeccionó, con latas y
dinamita y balas, unas rústicas granadas de mano, y en la noche, cuando el
enemigo se reunía en el lugar desenfilado de la barrancada para atacarle,
sale, arrastrándose con su granada prendida y próxima a explosionar, la
arroja en medio de los atacantes. Un gran estampido seguido de enorme
griterío y maldiciones fue el epílogo de los ataques al Blocao Mezquita.
No es sólo el blocao que, defendido por legionarios, es objeto de
preferencia en los ataques enemigos; desde el primer día, bautizaron los
soldados al blocao de Dar Hamed con el sobrenombre de Ael Malo@; su
situación, debajo de las laderas rocosas del Gurugú, molesta a los moros en
sus agresiones y la mayoría de las noches es atacado, siendo grande el
número de soldados heridos en su defensa o aprovisionamiento.

EL 14 DE SEPTIEMBRE fue relevado el blocao y guarnecido por un oficial con
tropas del Disciplinario y en la noche del 15 al 16 es de nuevo atacado.
En la tarde de este día, el enemigo ha roto sobre él su fuego de cañón desde
las laderas del Gurugú; un cañonazo ha caído en el blocao y su oficial es
herido; el fuego de fusilería es, al mismo tiempo, muy intenso, el enemigo
lo rodea y espera conquistarlo.
De la Segunda Caseta avisan al Atalayón que el blocao tiene herido al
oficial y necesita auxilio. El teniente Agulla, que manda las fuerzas de la
Legión destacadas en este último punto, quiere ir en su socorro; no se lo
permiten; sus hombres son necesarios en la defensa de su posición. Entonces
reúne a la tropa y pide voluntarios para ir con un cabo a reforzar el blocao
durante la noche. Todos se pelean por ir, entre ellos escoge a un cabo y
catorce legionarios que ve más decididos, es él cabo Suceso Terrero, cuyo
nombre ha de figurar con letras de oro en el Libro de la Legión. Saben que
van a morir, antes de marchar, algunos soldados hacen sus últimas
recomendaciones; uno de ellos, Lorenzo Camps, había cobrado días antes la
cuota y no había tenido ocasión de gastarla; hace entrega de las 250 pesetas
al oficial, diciéndole:
-Mi teniente, como vamos a una muerte segura, )quiere usted entregarle en mi
nombre este dinero a la Cruz Roja?
Anochece cuando llegan al blocao; el enemigo lo ataca furiosamente y dos
soldados caen heridos antes de cruzar las alambradas, pero son recogidos;
cuando entran en el blocao encuentran al oficial gravemente herido y otros
soldados están ya muertos.
La noche ha cerrado y el enemigo ataca más vivamente; un enorme fogonazo
ilumina la posición y un estampido hace caer a tierra a varios de sus
defensores; los moros habían acercado sus cañones y bombardeaban el blocao
furiosamente; en pocos momentos Ael Malo@ había desaparecido, y sus
defensores quedaban sepultados bajo los escombros, (Así se defiende una
posición!(Así mueren los legionarios por España!


V - A Tizza y Casabona

Sigue la columna la carretera de Hidum, deja atrás la posición de Sidi
Amarán y extendiendo sus guerrillas por las peladas lomas llega al Garet,
posición ocupada por una compañía y batería y desde donde se domina el
camino de Tizza.
Los jarqueños hostilizan desde las lomas próximas y legionarios y Regulares
se encargan de ocupar las alturas y aduares para proteger el paso del
convoy. Los barrancos y cañadas son perfectamente vigilados, las balas
silban y el convoy entra sin novedad en Tizza.
Durante el estacionamiento y tiroteo con el enemigo hemos tenido herido al
alférez Villalba, de la Segunda Bandera.
A la izquierda, en dirección al Zoco el Had, se escucha un vivo cañoneo; con
auxilio de los gemelos distinguimos el convoy de Casabona; sus mulos forman
una larga reata que se acerca a la posición; en unos minutos las balas han
tumbado a muchos de ellos; los vemos detenerse, vacilar y correr los
conductores a acogerse a la posición y poco a poco desaparecen del campo de
nuestros gemelos los mulos del convoy; sólo dos o tres bestias galopan por
la meseta arrastrando su carga.
Hacia la izquierda, en dirección al Zoco, se ve ir y venir como un hormigueo
las guerrillas peninsulares. El movimiento de tropas nos indica lo que
ocurre y para allí salimos en socorro una Bandera y una batería. Atravesamos
Río de Oro, subimos la pendiente loma del Blocao de la Corona y una compañía
de legionarios, descolgándose por el valle, avanza en dirección del lugar
del convoy. Cuando llegan, las tropas se han retirado; recogen un mulo
abandonado en la ladera y sigue la marcha en retirada hacia Melilla.
Este día no habíamos combatido sólo en este frente; una sección de
legionarios quedó en el campamento encargada de efectuar el relevo del
Blocao Mezquita, hostilizado por el enemigo; es herido el teniente Salgado
que la mandaba.
En el campamento habían quedado con los enfermos los asistentes y rancheros.
Al mediodía ven que la posición de Ait Aisa es bombardeada por el enemigo,
que le dirige, también fuego de fusilería. En la posición se observa
movimiento; unos soldados corren por la ladera. La posición peligra.
El capitán Malagón toca llamada y reuniendo a los soldados enfermos y
rancheros, sale rápido en socorro de la posición; dos oficiales llegados
aquel día le acompañan en la empresa y pronto escalan los peñascos
inmediatos al Barranco del Lobo y llevan a la posición el nuevo aliento. El
capitán Malagón es herido muy grave de dos balazos y el alférez Cisneros
levemente; la tropa ha tenido un muerto y tres heridos.
Este mismo día, la primera compañía, destacada en Sidi Hamed El Hach, sufre
los efectos del intenso bombardeo enemigo y es herido el capitán Franco y
cuatro soldados.
En un mismo día la Legión se ha batido y ha derramado su sangre en cuatro
frentes.
Frente al Zoco del Had y adelantada en la meseta se encuentra la posición de
Casabona. El camino que a ella conduce recorre la estrecha meseta que cae
por la derecho al valle de Río de Oro y por la izquierda termina en las
pedregosas y cubiertas barrancadas del Gurugú. Este ha sido el lugar donde
el brillante batallón de la Corona escribió una de las páginas más gloriosas
de su historia militar.
El paso a aquella posición hace ya días que se ha hecho muy difícil. Los
moros, fuertemente atrincherados durante la noche en el flanco iZquierdo del
camino, obligan para llevar el convoy a sostener duro combate.
El día 8 de septiembre la Legión y Regulares se trasladan al Zoco del Had
para constituir la vanguardia de la columna del General Neila y proteger el
convoy a Casabona.
Desde la posición del Zoco, rodeado de espeso muro de sacos, se domina el
terreno en que se ha de desarrollar la acción; en las trincheras enemigas se
ve el movimiento de los moros detrás de los parapetos; una tierra removida
señala la situación de una nueva trinchera, Las órdenes para el avance están
dadas, y un tabor de Regulares, a las órdenes del comandante Ferrer, se
separa de nosotros para seguir por el borde de la barrancada de la izquierda
en dirección a las trincheras, mientras el otro tabor y la Legión,
descendiendo por el valle de Río de Oro, abordarán la posición por el flanco
derecho.
Establecida una batería en el Blocao de la corona, para desde allí proteger
el avance de nuestras tropas, nos concentramos sin ser vistos en la cañada
por donde hemos de abordar al enemigo. Este, parapetado en las cercas y
trincheras de las viñas, no ha advertido nuestra proximidad. Una pequeña
casa a retaguardia del primer parapeto parece formar un reducto central y
detrás de la misma nuevas trincheras constituyen la tercera línea de
resistencia.
Los Regulares, por la izquierda, buscan el contacto con su tabor, y la
Legión, por la derecha, ha de ocupar las cercas y casas en que se encuentra
al enemigo.
Las olas de asalto están preparadas, y a una señal de nuestro Teniente
Coronel los legionarios se lanzan rápidos y alcanzan la primera cerca, y
mientras unos se corren por los costados a coger de flanco la segunda,
otros, saltando el parapeto, consiguen llegar a la casa central, arrojando
de ella a los moros defensores. Los sostenes que siguen próximos a las
guerrillas entran también en el cercado, y con los sombreros en alto, los
vivas a la Legión se repiten y la bandera negra y amarilla ondea sobre la
pequeña casa mora.
Los moros en su huida han abandonado sus muertos, y desde las trincheras y
casas del barranco hostilizan, queriendo recuperar la línea perdida; sus
empeños son vanos; muchos caen, y varios moros, cara al sol, yacen tendidos
delante de nuestros parapetos. El camión blindado, que fue inutilizado días
antes, se encuentra a pocos metros, ocupado igualmente por el enemigo, que
desde él nos dirige certeros disparos.
Una sección de la quinta compañía, a las órdenes del teniente Sanz Prieto,
saltando la segunda cerca, gana un parapeto, avanzando unos quince metros.
Una estrecha trinchera le enlaza con la línea por la Legión ocupada; pero se
encuentra tan cerca de las troneras enemigas, que van cayendo muertos y
heridos la mayoría de sus soldados.
La segunda compañía refuerza este punto. Las reacciones enemigas son
contenidas y el combate sigue empeñado a muy corta distancia. Los muertos y
heridos se multiplican y las bajas del pequeño parapeto avanzado son muy
difíciles de retirar. Nuestros agentes de enlace toman parte activa en este
empeño; pero el terreno está tan enfilado y el fuego es tanto, que el
momento contemplamos a nuestros pies moribundo al bravo Blanes, el
aristócrata granadino, abanderado de la primera Bandera.
-(Viva España, viva la Legión! -dice cuando le llevan.
Los muertos y heridos se van amontonando detrás del pequeño parapeto; los
balazos en la cabeza abundan, y el joven médico del Río se multiplica para
curarles:
-A éstos ponedles el sombrero -dice.
Son los que con el cráneo destrozado no necesitan auxilio; y a los gritos de
AViva España@ y AViva la Legión@ muere a nuestros pies lo más florido de
nuestras compañías.
Una voz grita: A(el teniente!, (el teniente!, le han herido@.
Rápidos saltan dos el parapeto y con la cara ensangrentada retiran al
teniente Sanz Prieto; la sangre afluye de su boca destrozada, pero, animoso,
grita: AViva la Legión, viva la Le...!@. no puede decir más.
El médico le coge, y pronto unas niqueladas pinzas penden de la boca
ensangrentada. Un rato antes había avanzado animoso con su pequeño acordeón
que le servía de mascota.
El teniente Vila también ha sido herido en los brazos. Un sargento retrocede
de los primeros puestos con la cara roja de sangre; al pie del camión fue
herido en la cabeza; alegre exclama: A(me ha herido, pero le he matado!@
Se retiran las cajas del parapeto avanzado, y, por último, llegan un cabo y
un soldado cargados con los fusiles. Los otros soldados les abrazan. (Se
había retirado todo!
Se levantan los parapetos y el combate sigue empeñado durante todo el día;
del Gurugú bajan grandes refuerzos para el enemigo, y éste intenta varias
veces reaccionar sobre nuestras líneas, pero se les ve caer y los vivas y
ovaciones se repiten.
A la izquierda, los Regulares tienen muy empeñado el combate. El tabor del
comandante Ferrer ha sido castigadísimo; el enemigo ha defendido el terreno
palmo a palmo. González Tablas acaba de ser herido. Nuestro Teniente
Coronel, que no se ha separado de nosotros ni un momento, toma entonces el
mando de toda la línea; no vemos a otro Jefe.
El fuego sigue, y el teniente Penche, que por muerte de los apuntadores
dirige el fuego de una de sus máquinas, recibe un balazo en la cabeza. Se le
recoge muerto; sólo un hilo de sangre brota de su frente: sus
presentimientos se cumplían.
El teniente Manso ha sido también herido.
Para retirar las bajas nos auxilian con gran espíritu un practicante y
varios soldados del Regimiento de Sevilla, que varias veces acudieron a las
guerrillas, ayudando a nuestros camilleros en la sufrida y difícil tarea.
El convoy había llegado sin novedad a Casabona, y a retaguardia, hacia el
Zoco del Had, se activa la construcción de un blocao.
Momentos antes de la retirada empiezan a caer en el cercado los proyectiles
de los cañones enemigos.
Declina la tarde cuando nos retiramos. Los moros intentan reaccionar, pero
las últimas secciones les mantienen a raya, y con facilidad nos apartamos
del lugar del combate.
El General Sanjurjo sale a recibirnos. Nos abraza con emoción; había perdido
doscientos de sus mejores soldados. Las bajas de la Legión pasan de noventa;
la tercera parte de los hombres que habíamos llevado al combate.
La orden general del Ejército del día 10 de septiembre, en Melilla, dice
así:
AEn la operación del día 8 sobre Casabona, tuvieron ocasión, el Tercio de
Extranjeros y las Fuerzas Regulares de Ceuta, número 3, de cubrirse, una vez
más, de gloria.
Con su indomable valor, con su admirable amor patrio, con su incomparable
pericia, lograron asestar al enemigo uno de los mayores golpes que ha
sufrido en todas nuestras campañas, ocasionándole bajas numerosísimas.
Todos cuantos integran esos cuerpos modelo alcanzan tales virtudes
militares, que es difícil señalar distinciones entre ellos, y éste es el
mayor galardón que puede ostentar una Corporación.
En nombre de todos vuestros compañeros del Ejército de África, que se
enorgullecen de vosotros, os felicito efusivamente y os ratifico nuestra
absoluta confianza.
Debéis sentiros satisfechos por ello y por haberos hecho dignos de la
admiración de nuestra querida España.
Lo que de orden de S, E. se publica en la General de este día para
conocimiento y satisfacción.
El Coronel Jefe de E. M., F G. Jordana.-Rubricado, -Hay un sello en tinta
que dice: Alta Comisaría de España en Marruecos, -Ejército de Operaciones.@


tuareg
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Mensaje por tuareg »

VI - Nador y Tahuima

Muchos días hace que se anuncia el esperado avance a Nador. La falta de
número de proyectiles de artillería ha retrasado la fecha y, por fin, el día
16 se ordena la salida para el 17.
Las confidencias hacen elevar a varios miles el número de moros enemigos que
atrincherados en el poblado y lomas que lo dominan, nos cerrarán el paso. Se
espera que el combate sea empeñado y a todos se nos hacen lentos los
momentos que nos separan del camino de la reconquista.
A las cuatro de la mañana del día 17 se concentra la Bandera sobre la
carretera, y a las siete se encuentra la columna reunida en la tercera
Caseta.
Las gasolineras cruzan rápidas por Mar Chica, vigilando la costa, y el
tableteo de sus ametralladoras es respondido con constantes y sonoros pacos.
El globo cautivo elevado sobre nosotros vigila el campo, y tumbados al
costado de la carretera esperamos que llegue la hora señalada del avance.
Un nutrido fuego de artillería parece ser la señal para el movimiento, El
poblado, lomas y barrancadas, se coronan de pequeños humos blancos. Los
barcos de la escuadra ponen en lo alto de los parapetos enemigos sus negras
explosiones y las baterías flotantes enfilan con sus Shrapnells los largos y
profundos barrancos, mientras Regulares y legionarios avanzan sobre la
extensa loma que de Sidi Hamed baja hacia Nador.
Nuestras guerrillas, parapetadas en los montones de piedra de la loma,
entablan combate con el enemigo, y a su abrigo se establecen las
ametralladoras y piezas de montaña que han de pre parar el nuevo asalto. Los
moros, ocultos en los poblados y peñas del barranco del Amadi, hostilizan
vivamente; los cañones del Gurugú dirigen a la columna sus disparos, y el
cañoneo de nuestra artillería y barcos de guerra sigue con la misma
intensidad.
El paso de la barrancada y avance sobre las lomas de Nador está difícil; por
ello avanza nuestro Teniente Coronel hasta las guerrillas a dominar el campo
v dar las últimas disposiciones para el ataque; el enemigo dirige su certero
fuego, y cuando el Teniente Coronel me señala el puesto que debemos ocupar
en el asalto, el chasquido característico del balazo derriba en tierra a
nuestro querido Jefe, Abundante sangre mana de su pecho; ha recibido en él
una grave herida, y mientras le retiramos para que se efectúe su primera
cura, el Coronel Castro llega a ordenar la acción.
Los legionarios avanzan decididos, corriendo por la barrancada; dejan atrás
a los caídos, que camilleros incansables retiran a los espacios
desenfilados. Unos camilleros conducen a un soldado herido; cae alcanzado
uno de ellos por el plomo enemigo, y el otro, activo, lo desenfila en una
cuneta; ya lo recogerán los que vienen detrás. Otro, moribundo, quiere
hablarnos al paso; nos detenemos unos segundos, pero no puede, expira en el
esfuerzo. Un soldado, con un balazo en el pecho, corre animoso a nuestro
lado; sigue combatiendo; desfallecido v sin fuerzas es llevado más tarde a
la ambulancia.
El avance sigue impetuoso y se corona la primera loma. (Viva la Legión! - El
enemigo huye delante de nosotros, y es un dolor que, por ir tomando todos
los objetivos, vayamos dejando la fuerza repartida v nos encontremos sin
reservas en los momentos de activar la persecución,
El Coronel Castro marcha a nuestro lado. Desde hace dos días viene de Jefe
de vanguardia.
-)Vamos a Monte Arbós? -dice.
-Al momento.
Y sin esperar a las otras unidades avanzamos rápidos, antes de que el
enemigo se rehaga, coronando el último objetivo. En el camino encontramos
varios moros muertos.
Una joven y bonita mora yace tendida en tierra. Sus vestiduras blancas
tienen sobre el corazón una enorme mancha roja; su frente todavía conserva
calor. (Pobre niña muerta, víctima de la guerra! Los legionarios la miran
con amoroso respeto; entran en Monte Arbós y persiguen al enemigo que huye
por el llano.
A la derecha, y dentro de un morabo, el enemigo dirige algunos disparos; se
retira cuando avanzan sobre él nuestros soldados.
Paños bordados cubren el sepulcro del santón y una capa pluvial de la
Iglesia de Nador adorna también la blanqueada sepultura. Del techo penden
tornasoladas bolas de cristal de distintos colores: son los votos de los
indígenas en su devoción al santo.
El día transcurre con relativa tranquilidad, y es de noche cuando nos
retiramos, dejando en Monte Arbós destacada una compañía.
En la oscuridad atravesamos el pueblo; los corros de ganado y abundantes
escombros detienen a cada momento nuestra marcha en dirección al reducto,
lugar en que se encuentra el nuevo campamento.
Nuestras bajas este día habían sido ocho muertos y veinticinco heridos, y
herido grave nuestro Teniente Coronel.

UN OLOR INSOPORTABLE invade el poblado; los muertos se amontonan en las
casas y patios, v en todas partes se encuentran serios vestigios de la cruel
rapiña. El pueblo ha sido convertido en un enorme cementerio, y sólo en
nuestro campamento, apartado de las edificaciones, se respira a gusto. Aquí
nos habíamos de estacionar hasta la ocupación de Segangan.
Desde el primer día la tropa se extiende por los alrededores, y en los
aduares recogen objetos diversos: camas cogidas en el saqueo por los moros,
máquinas de coser, sillas, mesas, carros, pequeños volquetes. Todo se va
amontonando en el campamento. Las planchas de cinc, puertas y ventanas,
abundan, y con todo ello los legionarios construyen las pequeñas chozas que
les han de abrigar de las inclemencias del tiempo. Algunos se alejan por el
llano y son tiroteados por el enemigo, que nos causa algún herido, e impone
el establecimiento de una vigilancia en las huertas que limite las
incursiones de los legionarios.
La limpieza del poblado adelanta, los muertos son enterrados, pero es tanto
lo que hay acumulado, que se necesita tiempo para higienizar este enorme
cementerio.
La vida es tranquila; los legionarios descansan un poco de la actividad
anterior y guarnecen de noche el sector de las huertas.
Hasta el 23 dura nuestro descanso. Este día se ha de efectuar una pequeña
operación en que la altura de Tahuima, la Cuarta Caseta y el Aeródromo son
los objetivos.
Tahuima, a cuatro kilómetros de Nador, es el lugar adonde se han de dirigir
los legionarios; nuestros soldados llegaron en sus excursiones de estos días
hasta su pie sin notar la presencia del enemigo.
Antes de amanecer ya está el Coronel Castro Girona a nuestro frente. Los
Regulares de Ceuta efectuarán una marcha de flanco por la vía, y nosotros de
frente abordaremos la posición. La caballería, por la izquierda, y
desbordando este flanco, debe en el avance amenazar la retaguardia enemiga.
Cruzamos las huertas y salimos al extenso llano en que el montículo de
Tahuima aparece coronado por pequeña torre que le da aspecto de antigua
fortaleza. Sólo unos tiros suenan hacia la derecha; las guerrillas se han
adelantado sin resistencia y rebasan la posición; el enemigo a lo lejos
hostiliza débilmente y los montes de Benibu-Ifrur aparecen coronados de
numerosos moros que dispersa nuestra artillería.
La caballería se ha echado tanto al costado izquierdo, que se encuentra
cerca de Mar Chica; cuando se incorpora, le ordenan efectuar un raid por el
llano.
En formación concentrada la vemos alejarse al galope. Varios jinetes
enemigos caracolean a su frente huyendo en dirección al monte, como
queriendo arrastrarlos a aquel terreno. El fuego aumenta, y cuando tememos
que les ocasione importantes bajas, se alejan al galope hacia el medio del
llano.
Pasados unos minutos, el Coronel Castro nos da la orden de avance; los
escuadrones en el llano han empeñado combate y solicitan ayuda.
A paso ligero avanzan la primera y segunda compañía con una sección de
ametralladoras en la dirección señalada por el núcleo de caballos Nos
adelantamos al galope; un grupo de dos escuadrones permanece con su coronel
en el centro del llano; delante está el escuadrón empeñado en fuego;
seguimos hacia aquel lugar y próximo a la vía hallamos el grupo de caballos,
delante de los cuales y pie a tierra se encuentran los soldados; a lo lejos
aparecen las siluetas de unos fantasiosos jinetes moros, que caracoleando
disparan sus armas. Silban algunas balas.
El capitán nos explica su situación frente al enemigo, que le hostiliza cada
vez que intenta retirarse, y al poco rato llegan las guerrillas de nuestras
unidades, que corriendo por el llano alejan a los jinetes enemigos. Se
retiran los escuadrones, y con entera calma nos replegamos a nuestra línea;
en toda la maniobra hemos tenido un herido leve.
A las dos de la tarde se ha empezado el repliegue, pero durante él nos vemos
detenidos por la presencia frente al aeródromo de grupos enemigos que
dificultan la retirada de algunas pequeñas fracciones de la otra columna,
empeñadas en combate.
Allí se dirige la Segunda Bandera, y la Primera avanza de nuevo con el
Batallón de Toledo, para rechazar a los grupos enemigos que empiezan a
filtrarse por las grietas del llano. Mientras tanto, y a nuestra
retaguardia, entra en Nador, procedente de los Pozos de Aograz, la columna
Cabanellas.
De noche, al volver al campamento, nos enteramos de la grave herida del
bravo capitán García Martínez, de los Regulares; lleva diez años sirviendo
en estas fuerzas y su propuesta de ascenso se halla pendiente de la
resolución de las Cortes.
Cuando se retiraba, después de cumplida su misión y al colocar sus máquinas
para prestar auxilios a las fracciones de la otra columna, una bala,
atravesando sus gemelos, le hace sufrir en la cabeza una herida gravísima.
Todos sentimos verdadero dolor por la grave herida de este oficial, a quien
los médicos desconfían de salvar, y que desde hace dos años debía ser
comandante.


VII - Sebt y Ulad-Dau

En la tarde del día primero de octubre se encuentran los jefes de unidad en
las Tetas de Nador. Desde allí se domina el llano que se extiende hasta
Sebt. En el fondo Atlaten se alza en el horizonte con su negro y cortado
espolón, y a la izquierda, entre los montes de Beni-fu-Ifrur, el Uisan
destaca su pico cubierto de nubes. En el límite de este llano, entre la
mancha verde de las chumberas, aparece como una fortaleza la altura rocosa
de la casa de los Chorfas, a cuyo pie se pierde la cinta blanca de la
carretera. De los montes del Gurugú, a la derecha, bajan enormes
torrenteras, que cruzan la llanada cual enormes trincheras.
Este es el escenario del próximo combate, donde ha de recibir un serio golpe
la harca enemiga.
El General nos explica los objetivos de la operación y la misión que a cada
uno corresponde en el combate. En Monte Arbós se concentrará la masa de
artillería, mientras con las columnas marcharán las baterías de montaña.
El objetivo señalado a la columna Sanjurjo es, rebasado Sebt por la derecha,
ir a ocupar la antigua posición de Ulad-Dau, en la meseta del mismo nombre.
La columna Berenguer abordará la posición de Sebt de frente, y la de
Cabanellas, a la izquierda, vigilará los pasos de Beni-bu-Ifrur.
Al regreso al campamento circulan las órdenes; a las dos y media han de
formar las unidades para concentrarse a la derecha de la posición de Monte
Arbós; las tropas formarán sin toque previo.
Esta noche apenas dormimos. Son las once cuando nos acostamos, y a la una y
media nos despierta el oficial de servicio. El campamento aparece lleno de
pequeñas luces. Las unidades van formando, y los acemileros se desesperan en
lucha con sus cargas.
Tenemos que atravesar Nador, operación difícil en la noche; las calles están
interceptadas por las otras unidades de las distintas columnas que este día
se ponen en marcha, y la extensa alambrada que rodea el poblado limita los
movimientos; pero por fin conseguimos llegar a la salida del pueblo y entrar
en el camino de Monte Arbós.
Los escuadrones nos preceden y, después de frecuentes detenciones, ocupamos,
a la tres y media, nuestro puesto en la concentración.
Empieza a alborear cuando llega el Cuartel General. Desde hace un rato se
encuentra con nosotros el Coronel Castro; los Regulares se han concentrado a
nuestra derecha, y a retaguardia se alinean las baterías con el resto de la
columna; pero hay que esperar más; la columna de Berenguer ha de salir antes
y su concentración aún no ha terminado.
Con los gemelos distinguimos muy bien el campo. En la posición de Sebt y
chumberas próximas aparece numeroso enemigo; de allí se destacan unos
grandes guerrillones, que en aparente descubierta ocupan los barrancos y
trincheras; otros grupos numerosos se descubren en las faldas del Gurugú y
de Ulad-Dau El día promete ser movido.
La columna se pone en marcha Los legionarios desfilan cantando la Madelón.
Las compañías adoptan la formación en la línea de a cuatro, con sus
secciones separadas y los primeros soldados despliegan A su frente marcha
animoso y alegre el teniente Agulla.
Con la segunda compañía desfilan como agentes de enlace del capitán dos
legionarios, antiguos oficiales alemanes, incorporados el día anterior; a su
llegada pidieron un puesto en el frente; tienen aspecto aristocrático y sus
rostros blancos se destacan entre los curtidos de los demás soldados.
Tan pronto salen las guerrillas de los cercos de chumberas, al pie de Monte
Arbós, el combate se entabla. Los Regulares avanzan por la derecha y los
legionarios al frente se lanzan a tomar la línea primera del barranco,
ocupada por el enemigo. Otras unidades refuerzan la guerrilla y el avance
sigue impetuoso.
En los espacios desenfilados de las barrancas se van agrupando los heridos.
La artillería de Monte Arbós concentra sus fuegos sobre la izquierda del
frente de combate, mientras las baterías gallegas siguen de cerca la marcha
de las guerrillas.
El enemigo se defiende bravamente en las barrancadas y trincheras, en una de
las cuales es herido gravísimamente, al frente de sus legionarios, el
teniente Agulla.
En la segunda barrancada, un legionario alto y pálido aparece muerto, es uno
de los oficiales alemanes; su compañero se bate en la guerrilla bravamente.
El teniente Urzáiz, herido en el vientre, pasa en una camilla cantando:
-(No es nada, muchachos!, (viva la Legión!- les dice al paso a los
legionarios.
El capitán Franco, de la primera compañía, es herido también en el avance.
Hay momentos en que el fuego de nuestros soldados se suspende; una guerrilla
de moros con traje kaki sale de una trinchera próxima.
-(No tiréis, que son Regulares! -ordena el oficial.
Desde unas piedras se vuelven y hacen una descarga, (eran enemigos!
Nuestras ametralladoras, desde el pie de Monte Arbós, acompañan a brazo a
las guerrillas en sus asaltos. Ahora dirigen su fuego contra la última
trinchera, a la derecha de las chumberas, donde el enemigo extrema la
resistencia. Los legionarios de dos compañías avanzan sobre ellas, y cuando
vamos a alcanzarla, la artillería de Monte Arbós les envuelve en el humo de
sus disparos; caen varios soldados heridos con el teniente España, pero la
trinchera se ha ocupado.
Este avance nos ha costado más de cien bajas y el enemigo ha abandonado a
sus muertos en las barrancadas.
Por la derecha, los Regulares han encontrado la misma resistencia, y, cuando
me acerco a ellos para armonizar el avance, veo caer herido al teniente
coronel Mola, que los manda en ausencia de González Tablas.
Cumplida la primera parte del objetivo, reanudamos el avance sobre Ulad-Dau.
Antes de que el enemigo en huida se apreste a su defensa, nuestras
guerrillas trepan por la pendiente de la loma. En la vanguardia, un
legionario y un regular se disputan la entrada en el pequeño aduar, una
herida grave, recibida por el moro en el vientre, deja el campo libre al
legionario, que encuentra ocasión de poder vengarle.
Los legionarios ocupan el frente de la posición y avanzadilla, y los
Regulares suben a las peñas del borde de la meseta, donde son más tarde
reforzados por nuestra quinta compañía.
El enemigo hostiliza desde las huertas y barrancadas, y el antipático sonido
de la Aarbaia@ enemiga se hace sentir.
Al pie de Ulad-Dau, junto al morabo, ha quedado una sección de la primera
compañía; a los pocos momentos avisan que ha sido herido de dos balazos
Calvacho, que la mandaba.
Después de una fatigosa ascensión, llegan a Ulad-Dau nuestras secciones de
ametralladoras, y cuando ocupan a la derecha de las casas importante
posición de fuegos, el teniente Montero recibe gravísima herida en la
cabeza. Todos le creen muerto; y con la cabeza envuelta en un saco terrero
vemos que lo retiran hacia la ambulancia. Nuestra sorpresa fue grande al
encontrarle a los pocos días en el hospital, y hoy curado de su grave
herida.
El combate durante el día se mantiene duro, especialmente en las peñas
ocupadas por los Regulares, y la retirada de éstos se avecina difícil.
Cuando fortificada la posición llega el momento del repliegue, el enemigo,
que está muy cerca, aparece a pocos pasos de los Regulares. Sólo un
mortífero fuego de nuestra fusilería y la oportuna intervención de una de
las admirables baterías de montaña del Grupo gallego, colocando en medio sus
explosiones, detiene en su avance a los montañeses y facilita la retirada de
los valientes Regulares.
En esta retirada es herido grave en la cabeza el teniente De la Cruz.
El día había sido muy duro. La Legión había tenido 143 bajas de tropa y
siete de oficiales, los soldados habían luchado incansables y nuestras
ametralladoras acreditaron, una vez más, su valor y resistencia.
El día 3 acompaña la Primera Bandera el convoy a Ulad-Dau para retirar los
heridos y aprovisionar las posiciones.


VIII - Atlaten

La columna del General Sanjurjo se concentra el día 5 de octubre al pie de
Ulad-Dau para la operación de Atlaten. Un extenso cortado hace que esta
posición sea sólo abordable por la derecha, y una rocosa loma, intermedia
entre Ulad-Dau y el cortado, nos ofrece lugar apropiado para proteger la
salida.
Desde los primeros momentos el enemigo, oculto en las huertas, nos dirige
sus disparos; despliegan las guerrillas y cruzando entre las casas del
poblado ascienden a la loma intermedia; a su abrigo se reúnen las otras
unidades, y, establecidas en ellas las ametralladoras, se empeña el combate.
Pronto descienden por las rápidas pendientes de la barrancada las secciones
de vanguardia, y, pasada ésta, efectúan la penosa ascensión por entre los
peñascos de la cañada; aquí se han de concentrar las unidades de la Legión
para preparar el asalto de la posición principal.
Marcha en vanguardia la quinta compañía de la Segunda Bandera, que con
rapidez asombrosa va subiendo la gradería de peñascos del acantilado. Cuando
se asoman a la meseta las primeras fracciones, entablan empeñada lucha con
el enemigo, mientras las demás compañías van cruzando el barranco y
concentrándose en lo alto de la cañada.
Al llegar a la cresta, unos soldados conducen el cuerpo inanimado de un
oficial. Es el teniente Ochoa; una bala enemiga le había herido en el
corazón. (Pobre Ochoíta, muerto gloriosamente en plena juventud!
Unos proyectiles de nuestra propia artillería explosionan a pocos metros; el
comandante de la Segunda Bandera queda envuelto en humo, al disiparse éste,
Fontanes se encuentra tumbado en tierra; acudo solícito a su lado y con
alegría veo que es únicamente la conmoción producida por la explosión; tiene
sólo ligeras contusiones, pero a su lado yace, con una pierna destrozada, un
viejo legionario.
Después de momentáneo descanso avanzan la primera y segunda compañía a
reforzar a la quinta para el asalto; de la guerrilla se retira el teniente
Navarrete, herido de dos balazos en el cuello y pierna; viene suspendido
entre dos soldados:
-(No he podido llegar, me han herido, me han herido! -nos dice.
El asalto se efectúa, y entran en el fortín central los primeros
legionarios; pronto las banderas de las dos Banderas ondean en lo alto de la
derruida fortaleza; al pie de ellas un negro y atlético legionario de la
segunda compañía se encuentra agonizando; mientras tanto, por los caminos de
Uixan y valle del Maxin, se alejan numerosos harqueños.
Atlaten es un precioso mirador rodeado de enorme acantilado: desde él se
domina medio Beni-bu-Ifrur y se divisan a lo lejos las antiguas posiciones
españolas.
Establecidas las ametralladoras y baterías, persiguen con sus fuegos los
grupos enemigos.
Tomado Atlaten, la calma reina en todo el campo; sólo en la posición, sobre
un parapeto, los ojos vidriosos de unos muertos nos recuerdan el horror de
la guerra; son los últimos defensores de Atlaten, los que nos ocasionaron
las más sensibles bajas.
Desde Ulad-Dau apoyaron nuestro avance los Regulares de Ceuta; es su última
acción en este territorio, días después había de reembarcarse aquel puñado
de magníficos indígenas. Estos tabores habían perdido en dos meses la
mayoría de sus soldados, Con dolor vemos marchar a los queridos compañeros,
algunos de los cuales habían de encontrar en la otra zona muerte gloriosa.

OCUPADO ATLATEN en un paseo militar, se conviene la ocupación del antiguo
campamento de Segangan. La Primera Bandera, que ha quedado destacada en
Atlaten, descuelga unas secciones a ocupar los fortines, y la columna entra
en el poblado sin ser hostilizada; sólo delante, hacia el servicio de
protección de los blocaos en construcción, suena algún paco.
A la media hora de encontrarnos en este campamento, una enorme explosión se
deja oír hacia las laderas de Uixan; una gran columna de humo y tierra se
eleva en el espacio nublando el horizonte. El polvorín de las minas había
sido volado por los moros; habían, sin duda, calculado lo que tardaríamos en
subir la ladera, pero nuestra permanencia en Segangan les había hecho
fracasar en el intento.
El campamento y poblado se encuentran destrozados, los edificios, sin
puertas ni ventanas, están llenos de escombros, y en algunos barracones ha
sido quemada la techumbre.
El poblado de San Juan de las Minas parece haber sido respetado las pequeñas
y bonitas barriadas de obreros se ven blancas y alineadas, pero al
acercarnos comprobamos el destrozo causado por el enemigo; las puertas y
ventanas habían sido arrancadas, destrozando las paredes, y algunos de los
pequeños árboles de sus calles estaban cortados.
Los legionarios, desde su llegada, se han extendido por los poblados, de los
que traen mil baratijas; platos, cucharas, sillas, todo lo que los moros
habían anteriormente saqueado; un sinnúmero de puertas y ventanas son
conducidas al campamento, y con ellas se van tapando los huecos de los
barracones.



IX - Taxuda 1. (Gurugú)
El día 10 de octubre es glorioso en la historia de la Legión. Mientras
varias columnas, desde la plaza, escalarán el Gurugú, la columna Sanjurjo,
saliendo de Segangan, debe cortar el paso al enemigo en Taxuda.
La empresa se creía fácil. La harca había abandonado los picos del Gurugú y
las confidencias señalaban su presencia en la meseta de Telat y de Ras
Medua; los poblados parecían inclinarse a nuestro lado y se esperaba que la
resistencia fuera escasa.
La noche anterior a la operación se tuvieron noticias más concretas. El Alto
Comisario comunicaba que la harca se concentraba en el Telat y que tal vez
tuviéramos un serio encuentro con el enemigo; la actitud de los poblados era
dudosa.
En la oscuridad de la noche y en el mayor silencio se concentra la columna
en las huertas de Segangan y media hora más tarde la vanguardia se reunía
delante del Blocao de Atlaten.
El día empieza a clarear. Con los gemelos se observa un gran movimiento de
moros en las esponjas de peñas que forman horizonte y que debemos ocupar, Y
en la larga espera que precede a la concentración de la columna, los
comentarios giran alrededor del próximo encuentro.
Lo estrecho del camino y la oscuridad de la noche retrasan un poco las
llegadas de las baterías, y ya el sol lucía cuando, establecidas éstas, el
Coronel Castro nos ordena el avance. El General Sanjurjo, con su típico
pijama a rayas, presencia a caballo el desfile de la columna.
La Legión avanza en columna doble, Las banderas marchan inmediatas. Sus
vanguardias han desplegado y muy alto se escucha el maullido de las primeras
balas.
En dirección a Telat se ve bastante enemigo, pero en las esponjas del frente
el movimiento de moros ha desaparecido; sólo alguna cabeza asoma entre las
peñas de la izquierda y desaparecen después de dirigirnos sus disparos.
La cuesta que tenemos que subir es muy penosa. Un crestón o esponja
intermedia facilita nuestra reunión antes de dar el asalto a la esponja alta
y peñas del frente. En estos momentos el enemigo hostiliza poco, y con gran
facilidad se han ocupado los objetivos; los moros se han retirado, pero al
llegar a las crestas el fuego que nos hacen es muy intenso.
Conforme van llegando las unidades se refuerzan los distintos puntos del
frente; las ametralladoras se establecen; el fuego se intensifica y las
camillas van y vienen de las guerrillas al puesto de socorro. El combate se
empieza a poner serio. El enemigo ocupa un extenso anfiteatro, donde las
cresterías de peñas le ofrecen un abrigo natural. La meseta de Taxuda, a
nuestra derecha y a tiro de fusil, nos domina un poco, está cortada a pico
por este lado y el acceso a ella está al Norte, por una estrecha senda.
A la llegada de los batallones, el Coronel Castro ordena el relevo de
nuestro flanco izquierdo, con objeto de reunir la Legión por si se continúa
el avance; fuerzas de tres batallones ocupan posiciones en este flanco,
compañías de la Legión reciben orden de reunirse a retaguardia. Una de ellas
no llega a cumplimentarla, porque el enemigo arrecia en el ataque, y en
aquel preciso momento se recibe noticia de que las fuerzas peninsulares
necesitan apoyo.
)Se ha de seguir avanzando; subiremos a Taxuda? Nosotros estamos preparados.
YO recordaba en estos momentos mi visita el año 12 a las ruinas romanas de
la meseta y el estrecho sendero por el que desmontados tuvimos que subir. El
camino de la meseta no es por este lado, pero está bajo el fuego de nuestros
fusiles.
Un aeroplano, volando sobre las tropas, arroja un parte con gallardete rojo,
que cae a nuestro lado; avisa Ala presencia de numeroso enemigo en el frente
y flanco izquierdo, al que no puede batir nuestra artillería, por ocultarse
tras las esponjas rocosas@. A los pocos momentos las bombas de los
aeroplanos suenan en la barrancada y su negro humo asoma detrás de los
peñascos.
El Gurugú ha sido tomado sin resistencia y la harca está entretenida en
combate duro El general Sanjurjo ha llenado cumplidamente su misión y el
Alto Comisario aprueba que no se avance más y se mantengan las posiciones
ocupadas hasta que esté el Gurugú fortificado.
Las bajas se multiplican. El Batallón de la Princesa ha perdido en los
primeros momentos a muchos de sus oficiales. El capitán Cobos, de la Legión,
cae herido muy grave: Ano es nada@, nos dice, Aun balazo en el vientre@,
(Pobre as de las ametralladoras! Su herida le había de causar la muerte.
Al pie del cortado de la izquierda, y a cubierto de los fuegos enemigos, un
capellán de un Cuerpo auxilia a los heridos. A su lado se detienen breves
momentos las camillas y se agrupan los guerreros ensangrentados, que reciben
la absolución, mientras los camilleros legionarios, rígidos y descubiertos,
contemplan el emocionante cuadro.
En el ángulo de la línea, la sexta compañía de ametralladoras se porta
bravamente; en mi visita a aquel lugar me pide una protección de
legionarios. Ya una vez en la mañana ha llegado el enemigo a pocos metros de
sus máquinas, y las tropas peninsulares inmediatas no están para días tan
duros. Una sección de la Legión es enviada, que más tarde había de ser
utilísima.
El combate en la izquierda sigue muy áspero. De las peñas bajan a un oficial
muerto; es el teniente Rodrigo, de la quinta compañía; el enemigo está muy
cerca y el fuego de fusilería es intensísimo.
Unos harqueños que se han corrido por la izquierda disparan varios tiros
desde retaguardia; dos soldados son heridos en los sostenes; esto produce
cierta confusión entre las reservas, y al mismo tiempo el enemigo,
concentrado en las barrancadas del frente, efectúa enérgica reacción sobre
nuestras líneas.
Las compañías de la izquierda ven aparecer de pronto a pocos metros las
cabezas enemigas; el enemigo, con gran arrojo, ataca por todos lados; el
coeficiente moral de las tropas peninsulares es sobrepasado y el frente de
la izquierda vacila en algunos puntos.
Los momentos son de gran emoción, y en el sector amenazado volcamos nuestros
hombres y nuestro espíritu; los sostenes de las unidades dé legionarios
acuden al lugar en peligro y acometen al enemigo; los acemileros de nuestras
compañías de ametralladoras y tren de combate, abandonando sus mulos, se
suman a la reacción, y el ataque es rechazado en todo el frente.
En las peñas, los legionarios rivalizan en entusiasmo; se han registrado mil
episodios: unos retiran en medio del fuego dos ametralladoras de otro Cuerpo
que, por muerte de sus apuntadores, estuvieron en peligro de caer en manos
del enemigo; otros avanzan a la contrapendiente, y a pecho descubierto
aguantan la reacción; un acemilero ha rebasado bastante las guerrillas, y de
pie en la ladera dispara sobre los moros, su camisa blanca se destaca
notablemente y está en el lugar en que el fuego enemigo es más mortífero.
En la izquierda, un soldado de Guipúzcoa acaba de ser herido; un moro se
echa encima, intentando rematarle, y un legionario se arroja sobre el moro,
clavándole el machete en el corazón. Un francés, agente de enlace, muere
gloriosamente, gritando:
-En avant, en avant. (Viva la Legión!. .
En el frente, el comportamiento de las baterías gallegas es, una vez más,
admirable. Ven llegar al enemigo a corta distancia y siguen su fuego sin que
se separe ninguno de sus soldados. Todas las alabanzas me parecen pocas para
esos oficiales y soldados que como verdaderas baterías de acompañamiento
siguieron durante toda la campaña a las guerrillas de la Legión.
En esta fase del combate la densidad de la guerrilla ha aumentado mucho, y,
restablecida la situación, se hace preciso retirar del frente las fuerzas
sobrantes y evitar la mezcla de soldados. Poco a poco se repliegan las
unidades peninsulares y quedan sólo en el frente los legionarios; los
batallones van formando en orden cerrado y desfilando hacia retaguardia.
La retirada está un poco difícil; el chorreo de heridos continúa; el enemigo
está muy próximo; hay que dar tiempo a evacuarlos; se dan dos veces las
órdenes de retirada y los soldados que caen muertos retienen el repliegue de
la línea.
Cuando ya parece el momento apropiado, un parte del capitán que se encuentra
en el flanco izquierdo nos trae la noticia de que las baterías de Atlaten
han colocado sus proyectiles en la guerrilla propia, causándonos sensibles
bajas, y que el teniente Moneo está gravemente herido; esto origina un nuevo
y pequeño retraso.
A retaguardia, y en la Segunda Esponja, se hallan colocadas nuestras
ametralladoras con fuerzas de otro Cuerpo para apoyar el repliegue y, por
fin, a una señal, las guerrillas abandonan sus puestos.
En estos momentos cae con la cabeza atravesada mi fiel ayudante; el plomo
enemigo le había herido mortalmente; desde la guerrilla dos soldados
conducen su cuerpo inanimado, y con dolor veo separarse de mi lado para
siempre al fiel y querido Barón de Misena.
En estas peñas intermedias hay que detenerse para dar tiempo a que se alejen
los heridos. El coronel Castro, jefe de la vanguardia, dirige la retirada, y
el comandante Abriat, ayudante del general, nos acompaña entusiasta en todos
los momentos.
En este segundo escalón el teniente Echevarría, ayudante de la Segunda
Bandera, acaba de ser herido; le vemos alejarse con la cara ensangrentada
cubierta de algodones.
Se ha prolongado tanto la retirada, que las municiones escasean; hay que
tirar muy poco y reservar los cartuchos, y aquí nos aguantamos hasta recibir
un mulo con municiones. El enemigo se mueve entre las peñas que nosotros
ocupábamos, y en seguida sigue la retirada por la pendiente e interminable
cuesta.
Por fin llegamos a la meseta de Atlaten; el enemigo sólo nos dirige algún
disparo, y nos detenemos esperando el interminable desfile de los distintos
elementos de la columna.
Anochece cuando atravesamos las huertas en dirección al campamento; en estos
momentos recibimos orden de adelantarnos en apoyo del Batallón de Toledo,
que, delante de Atlaten, protege la retirada de las baterías ligeras; para
ello cruzamos por delante del campamento; unas cajas de municiones sobre el
camino nos permiten amunicionarnos al paso, y es de noche cuando empezamos a
subir la carretera.
En las lomas del fondo se ven las explosiones de nuestra artillería. A mitad
de la cuesta nos detenemos; el Batallón de Toledo no necesita apoyo y se
retira con las baterías después de haberse sostenido en fuego con el enemigo
durante todo el día; ha tenido cincuenta bajas. Es uno de los batallones que
más se han distinguido en la campaña.
Nuestras bajas en este día han sido 25 muertos y 91 heridos; muertos: el
capitán Cobo y tenientes Moore y Rodrigo; herido grave el teniente Moneo y
leve el teniente Pérez Mercader.


X - Zeluán y Monte Arruit

Los días siguientes a los combates en que las empresas guerreras no exigen
nuestro concurso, los legionarios se dedican a la instrucción y tiro de
combate; el crecido número de bajas desde el principio de la campaña nos ha
hecho nutrir nuestras filas con soldados de reciente ingreso que llegan de
Ceuta sin la indispensable preparación guerrera; es necesario perfeccionar
su instrucción y adiestrarlos en el tiro, despertando en ellos la confianza
en el arma y enseñándoles a aprovecharse del terreno. Esto, unido a las
diarias conferencias teóricas sobre el combate y la guerra adelante en
Marruecos, hace que su instrucción muchísimo y en los nuevos combates
aumente la eficacia de nuestra acción.

EL 14 DE OCTUBRE salimos en vanguardia de la columna Sanjurjo, en dirección
a Tahuima. A la derecha de esta posición se encuentra nuestra columna para
más tarde cooperar con las de Berenguer y Cabanellas a la toma de Zeluán y
Buguensein.
Los momentos pasan lentos en espera de la señal de avance. Las alturas de
Buguensein se ven coronadas de moros. Nuestra caballería, a la derecha,
permanece en observación entre las lomas de Beni-bu-Ifrur, y momentos más
tarde, paqueada, se retira al abrigo de la columna.
La hora ha llegado, y con frente extenso despliegan las Banderas en
dirección a Zeluán, sirviéndoles de directriz la vía del ferrocarril. Una
pareja de camiones blindados nos precede por la carretera y un grupo de
policías de una Mía de reciente organización nos acompaña.
Llevamos recorridos unos tres kilómetros cuando silban las primeras balas.
Los legionarios son tan rápidos en sus avances, que dejan retrasadas a las
otras columnas, y la presencia de un núcleo de jinetes enemigos a nuestro
flanco izquierdo nos obliga a desplegar una sección y sorprenderles con el
fuego de nuestras ametralladoras.
La Segunda Bandera avanza a ocupar unas lomas frente a Buguensein, y la
Primera ocupa el aeródromo. El enemigo huye disparando.
A la izquierda, desde la Alcazaba, nos disparan unos jinetes; los policías,
con varios legionarios, se dirigen al poblado, alejándoles, y a nuestra
llegada se nos presentan, una vez mas, los dolorosos cuadros del desastre.
El camino que hemos seguido está jalonado de cadáveres en actitud de
sufrimiento, y en el poblado, la casa de Laina se nos ofrece uno de los
espectáculos más horrendos de crueldad.
Seguimos a Buguensein. Aunque la posición es muy dominante, el enemigo no
podrá resistir en ella; su retirada está descubierta y se le cogería en la
huida. Un aeroplano describe sobre la posición pequeños círculos, y con gran
precisión deja caer sus bombas entre las murallas. El avance de los
legionarios es impetuoso, y pronto nos asomamos al balcón de la posición;
numerosos grupos huyen por el llano, y aunque están lejos, son alcanzados
por el fuego de nuestras ametralladoras.
Por la tarde se emprende la retirada a Segangan; nuestro papel de
retaguardia nos hace ir cargando con los numerosos soldados de los
batallones a quienes la falta de entrenamiento deja rezagados, y al paso de
las distintas posiciones los vamos entregando.
La noche cierra antes de llegar al campamento; próximos a Segangan, unos
pacos nos hacen objeto de sus disparos, y una patrulla de legionarios les
persigue y aleja.
La vida de los legionarios en Segangan es distraída; cuando la instrucción o
el tiro no les retiene sujetos, se esparcen por los alrededores y se
registran pequeñas escaramuzas.
Uno de los que más se distinguen por sus arriesgadas salidas es el maltés,
legionario en estado primitivo; su afición a la Arazzia@ ha hecho que no le
dejen el fusil para que no se interne por los aduares, pero con la llegada
de soldados nuevos ha encontrado medio de seguir sus Arazzia@. Hoy ha
llevado a dos compañeros para que le protejan mientras A razzia@ un aduar,
en el que se encuentra a un moro cargando un burro con la cebada de los
silos; una morita joven, dentro del silo, le va entregando un cubo con el
grano; el moro, sorprendido, quiere huir, el maltés le persigue, agarrándole
de la chilaba, y los quintos le disparan, sin herirle. El enemigo se
aproxima al ruido de los tiros, y como la mora no quiere salir del silo, la
tapan, y cogiendo el burro se retiran barranco abajo al campamento, en donde
protesta indignado de sus compañeros de excursión: Aél poder traer mora
bonita y colorada para Comandante y ellos estar quintos, tirar mal y marchar
moro@, dice con su hablar estilo indígena.
Otro legionario, de aduares lejanos, viene con un baúl cargado; le persiguen
a tiros, y parapetándose en la cuneta, se viene defendiendo hasta llegar al
campamento. Así se suceden las excursiones de los legionarios, alguna de las
cuales a alguno le costó la vida, pero esto aleja del campamento los
paqueos.

EL DÍA 23, POR LA TARDE, sale la columna a pernoctar en Zeluán, para
emprender al día siguiente la marcha sobre Monte Arruit; lo fácil del
terreno nos indica que el enemigo no ha de hacernos resistencia, y con esa
idea nos acostamos.
A las siete de la mañana se encuentra formada la Legión para el avance; a
retaguardia y a lo lejos, una fuerza con sus banderas españolas avanza
cantando hacia nosotros; son las nuevas compañías de la Legión, que vienen a
incorporarse a sus Banderas; llegan en los momentos de emprender el avance,
y entre los vivas a la Legión les cedemos el puesto de vanguardia.
El avance se efectúa tranquilo; ni un solo moro se ve en el horizonte;
nuestra caballería avanza por el llano y la de la columna de la izquierda,
que ha salido primeramente, entra en la posición.
Rebasado Monte Arruit, detenemos nuestra marcha, y concentrada la columna
nos dirigimos al poblado. Renuncio a describir el horrendo cuadro que se
presenta a nuestra vista. La mayoría de los cadáveres han sido profanados o
bárbaramente mutilados. Los hermanos de la Doctrina Cristiana recogen en
parihuelas los momificados y esqueléticos cuerpos, y en camiones son
trasladados a la enorme fosa.
Algunos cadáveres parecen ser identificados, pero sólo el deseo de los
deudos acepta muchas veces el piadoso engaño, (es tan difícil identificar
estos cuerpos desnudos, con las cabezas machacadas!
Nos alejamos de aquellos lugares, sintiendo en nuestros corazones un anhelo
de imponer a los criminales el castigo más ejemplar que hayan visto las
generaciones. Cuando regreso, un legionario se me acerca:
-Mi comandante, he venido de Cuba por vengar a mi Patria y a mi hermano, que
estaba en Monte Arruit. )Me permite usted llegar a ver si puedo encontrarlo,
ya que hoy no se presenta ocasión para vengarle?
-Vete allá, pero tu labor es difícil.
Se aleja de nosotros el recio soldado, regresando al poco tiempo.
-(Es imposible! Alguno de ellos es, pero, )quién le conoce?... En la fosa
común he echado mi puñado de tierra... Gracias, mi comandante.
La retirada se hace sin ser hostilizados; sólo a lo lejos unos moros paquean
débilmente a nuestra caballería; este día pernoctamos en Zeluán y al
siguiente llegamos a nuestro campamento de Segangan.

UNA NOTICIA entristece estos días el campamento; el coronel Castro Girona,
Jefe de nuestra vanguardia, ha de alejarse camino de Gomara; la Patria lo
necesita allí. Oficiales y soldados sentimos su marcha como algo querido; la
labor de este Jefe al mando de la vanguardia ha ganado la ciega confianza de
todos, y por eso el homenaje que se le tributa en el momento de su marcha es
uno de los actos más sentidos. Al ver las caras tristes, no hay que
preguntar cuál es la causa: (el Coronel se va!


tuareg
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XI - Taxuda 21 (Esponja)

Se repite la operación de Taxuda. El 2 de noviembre es la fecha señalada
para colocar una posición en la esponja alta y ocupar la meseta.
La misión de nuestra columna es tomar las esponjas de piedra que dan vista
al Telat, operando en la misma forma que el día del primer combate La
columna Riquelme, desde Taquigriat, ha de avanzar sobre Taxuda, y la columna
Berenguer por nuestra derecha se adelantará en forma de cuña entre las
anteriores.
La concentración se efectúa en los mismos sitios y hora que el primer día.
El enemigo, al que en los primeros momentos se le ve coronar las esponjas de
peñas, desaparece oculto por la espesa niebla; no volvemos a ver el terreno
a lo lejos, y esto nos privará de la protección artillera.
Con contadas bajas ocupamos las primeras esponjas; la niebla ha facilitado
hasta aquí nuestro avance; nos concentramos al abrigo de nuestras guerrillas
y las ametralladoras se establecen en las peñas. Dos moros, a corta
distancia, aparecen parapetados en la esponja alta y línea de piedras. El
asalto promete ser duro.
En el pequeño collado se adelante una batería para batir las peñas. El sitio
está muy enfilado, y al avanzar a brazo las piezas resultan heridos dos
soldados; el fuego se rompe a breve distancia y el enemigo permanece firme
entre las piedras.
Las órdenes para el asalto están dadas; dos compañías se adelantarán por
derecha e izquierda a desbordar la posición, mientras otra de frente
asaltará las piedras enemigas. Los soldados arman los cuchillos, que relucen
a los primeros rayos del sol; en el asalto han de tomar parte las nuevas
compañías, integradas por muchos sudamericanos, y hay materialmente que
contenerlos para que no se lancen al asalto antes de avisar a Atlaten que
suspenda el fuego.
El General está con nosotros, y cuando se da la señal, las oleadas de
legionarios avanzan a la carrera sobre el enemigo.
Los momentos son de gran emoción; los moros nos esperan haciendo fuego tras
sus parapetos; los soldados siguen avanzando; va estamos a pocos metros; al
enemigo se le ven los detalles de sus caras; algunos soldados ruedan a
nuestro lado en aparatosa caída; entre los moros enemigos también brillan
los machetes; unos pasos más y el enemigo vacila, (Ya son nuestros! y por la
ladera opuesta bajan los moros mezclados con los legionarios. La esponja
alta ha sido tomada de nuevo.
Entre los primeros soldados marcha el heroico sargento Herben, de la segunda
compañía; a los pocos momentos rueda barranco abajo abrazado a un moro; a su
lado yace otro harqueño muerto; un sargento se arroja a recogerlo y consigue
retirar su cuerpo y armamento, dando muerte, a su vez, a otro moro que se
defendía entre las peñas.
El teniente Agudo, que es la primera vez que marcha al frente de su sección,
recibe en el asalto muerte gloriosa. En las peñas de la izquierda vemos
expirar a un valiente chileno; sus últimas palabras son:
-(Viva la Legión!... (Viva Chile, m....!
(Y muere... ( Pobre chileno, muerto gloriosamente por España en su primer
combate!
El Teniente Pérez Moreno ha sido herido gravísimo; el Teniente Montes,
herido levemente en el avance, es de nuevo alcanzado por el plomo enemigo, y
el Capitán Fortea, de la Policía, que viene como ayudante del Jefe de la
vanguardia, cae herido en el pecho; a su lado un ordenanza moro llora
silencioso. En la meseta de Taxuda observamos movimiento de harqueños; la
duda de que puedan pertenecer a la otra columna nos mantiene sin batirlos
con nuestra artillería, pero muy pronto las baterías de Taquigriat nos
anuncian que son enemigos, y a los pocos minutos los velloncitos blancos de
nuestras piezas de montaña se ven sobre las ruinas romanas; a lo lejos, y
por el otro extremo de la meseta empiezan a verse las banderitas españolas
de los policías.
Desde estos momentos el combate se mantiene franco; al enemigo se le ve
retirar por las lejanas sendas del Telat numerosos heridos en caballerías;
ya nuestro flanco izquierdo ocupa una larga trinchera que muere en la
barrancada.
A la izquierda de nuestra guerrilla un soldado americano combate festivo;
está entre un grupo de piedras, y a cada disparo siguen sus gritos de
alegría; ha colocado su sombrero en las penas más altas, y él, desde la
derecha, disimulado entre dos piedras, está a la caza; el sombrero ha
recibido varios balazos, y cada agujero que le producen es contestado desde
su rendija por el americano, que va tumbando con su procedimiento a los
cercanos pacos.
Hacia las dos, se nota movimiento en el campo enemigo y el combate se
recrudece un poco; los moros se concentran en las barrancadas tratando, sin
duda, de reaccionar contra nuestras líneas, pero descubierta la
concentración por los legionarios, se adelantan un poco las guerrillas y
rompen sobre ellos un mortífero fuego, mientras las baterías de Atlaten,
avisadas por teléfono, colocan también allí sus grandes explosiones. Desde
las peñas altas se les ve como locos correr por la barrancada queriendo
retirar sus bajas, pero éstas se hacen mayores, y en pocos minutos queda
disuelta la concentración de la harca.
Fortificada la posición se efectúa el repliegue sin apenas ser hostilizados;
la posición tampoco fue atacada durante la noche, pero se observó durante
ella numerosas luces en el barranco; era la recogida de los muertos.
Las confidencias comprobaron días más tarde las numerosas bajas enemigas,
todos los moros encargados de la defensa de la esponja habían sido muertos o
heridos Y Abd-el-Krim los citó en la harca como ejemplo.
A partir de este día la resistencia había de ser menos empeñada.
Nuestras bajas fueron 10 muertos y 71 heridos; a los cubanos y sudamericanos
correspondía gran parte de esta gloria.
El combate había tenido muchos espectadores; nuestro General y su Estado
Mayor presenció desde las primeras peñas los momentos del asalto y la
obstinada defensa de los moros. Es el día más grande de la Legión, nos
decían... yo creo que fue el día que nos vieron desde más cerca.
La orden general del día 3 de octubre dice así:
ALa operación verificada sobre Taxuda ha demostrado, una vez más, el elevado
espíritu y perfecta disciplina de las tropas de esta columna que dan orgullo
al Mando, muy especialmente la Legión, cuya moral, siempre muy elevada, y
ardorosa acometividad, no han podido entibiar las numerosas bajas hasta hoy
sufridas, siendo también distinguida la conducta de una compañía de Sevilla
que acompañó a la Legión en el asalto"


XII - Sebt-Tazarut y Río de Oro

Las operaciones por el Zoco del Had en dirección a Yazanen empiezan. El día
7 una columna desde la posición del Zoco saldrá a ocupar posiciones
importantes en la meseta de Iguerman; la columna del General Sanjurjo
distraerá al enemigo llamando su atención en Sebt-Tazarut.
Las dificultades que representa nuestra empresa son las que lleva unidas el
tener que librar un combate en el estrechamiento de Bu-Asasa, en que los
hombres y acémilas tienen que pasar de a uno en un terreno dominado por las
lomas enemigas. El hacer el movimiento de avance por sorpresa facilitará
nuestra misión.
Salimos de noche del campamento. Un frío muy intenso se siente en la penosa
subida hacia Taxuda. Conforme ascendemos y se acerca el amanecer, el frío
aumenta, y la vanguardia se concentra a la derecha de la posición de la
Esponja Alta.
Reunida la Legión, vamos coronando rápidamente los espolones anteriores al
estrechamiento y el pequeño aduar de Bu-Asasa, para al abrigo de ellos pasar
a ocupar las lomas de Sebt-Tazarut.
El enemigo no se apercibe, y sin ser hostilizados ocupamos las alturas de
Sebt-Tazarut, dando tiempo a que se incorpore el resto de la columna, que
por las dificultades del terreno viene bastante retrasada.
La posición por nosotros ocupada es muy dominante. A su frente se extienden
las mesetas del Telat y de Ihuaua en donde los aduares aparecen esparcidos;
a retaguardia, el barranco de Río de Oro forma un enorme cortado, en cuyo
fondo las huertas se extienden en dirección a Zoco del Had, y a lo lejos,
Yazanen y Tifasor se proyectan en el horizonte. A nuestra derecha y sobre la
meseta de Iguerman, como pequeñas manchas negras, se ven las tropas de la
otra columna.
Una porción de pequeños puntos se acercan por la meseta y se pierden más
tarde entre las casas y peñascos del pie de la posición: son los moros
concentrados en Ras Medua que acuden al combate, y las balas empiezan a
silbar.
La situación en todo el frente es buena; sólo a la izquierda, un terreno de
peñascos y arbolado permite al enemigo acercarse a cubierto; en este lugar
los pacos se suceden pegajosos mientras nuestras baterías dispersan los
grupos a lo lejos.
Conforme avanza el día va acudiendo más gente, y en el ángulo de la
izquierda la acción se entabla seria.
Cumplida nuestra misión y terminada la fortificación de las posiciones
ocupadas por la otra columna, recibimos la orden de repliegue.
Antes de retirarnos, sentimos abandonar estas posiciones, desde las cuales e
n marcha franca se llega por el llano de la meseta a la posición de Ras
Medua, y a las que seguramente tendremos que volver.
Los distintos batallones se han retirado con la artillería a tomar
posiciones a retaguardia, pasa do el estrechamiento. Nuestra retirada es
difícil los moros se muestran pegajosos y hay que evitar que el enemigo,
coronando las alturas, nos coja en el paso. Hay que bordar la retirada, como
decimos en el vocabulario militar.
Tan pronto nos replegamos del extremo derecho de la loma, los humos blancos
de la artillería coronan los lugares ocupados por los legionarios, pero es
preciso detenerse; unos soldados del extremo izquierdo caen heridos en el
repliegue y las tropas vuelven nuevamente a ocupar la línea; los camilleros
les conducen rápidos, y una vez ale jados, continúa la retirada.
Nuestras ametralladoras, situadas a retaguardia, barren la loma que
abandonamos, pero no pueden evitar que algunos moros se filtren por las
piedras de los costados y rompan el fuego sobre las fuerzas que se retiran,
siendo herido el Capitán Alonso de la 140 Compañía. Pasado este mal paso la
retirada sigue fácil hasta ponernos al abrigo de las posiciones.
Nuestras bajas este día han sido dos muertos y cinco heridos.

LOS PRESENTIMIENTOS no nos engañaban. El día 11 salimos nuevamente a
Sebt-Tazarut. Debemos llamar la atención del enemigo en Iguerman, siguiendo
más tarde la marcha al Zoco del Had, donde pernoctaremos, mientras la otra
columna efectuará el avance desde el Zoco del Had a Yazanen y Tifasor.
La operación puede ser dura si el enemigo se presenta numeroso; el terreno
es muy accidentado, y la marcha muy larga y las bajas tienen que seguir con
la columna.
La primera parte del avance se efectúa en forma análoga al primer día, y
cuando amanece ya están los legionarios en Sebt-Tazarut; una batería de
montaña se establece en les picos de la derecha, y en esta situación, en
ligero tiroteo con el enemigo, esperamos órdenes.
El resto de la columna, a nuestra retaguardia, desciende por la profunda bar
rancada de Río de Oro para subir más tarde por nuestra derecha a los
poblados de la meseta de Iguerman. Nuestra retirada ha de hacerse por las
rocosas pendientes de la derecha, al abrigo de las tropas establecidas; pero
el terreno se presenta tan cortado que el paso de los mulos es imposible;
por esto, y en previsión de recibir la orden de repliegue, nuestra sección
de zapadores se encarga con los artilleros de la construcción de una senda
para mandar por ella la artillería y el ganado de las Banderas.
El enemigo va aumentando, pero no es muy numeroso.
Recibida la orden de repliegue, enviamos por nuestra retaguardia todos los
elementos a lomo con nuestros caballos, nosotros nos hemos de descolgar más
tarde por las peñas; repartimos entre la tropa un suplemento de municiones Y
vemos alejarse el ganado por el cortado; cuando se han alejado por el valle
de Río de Oro efectuamos muy rápido nuestro repliegue, necesitamos alejarnos
antes de que el enemigo pueda coronar las crestas.
Al llegar al morabo del valle se retiran de Iguerman los batallones de la
columna; los moros han coronado la loma y persiguen de cerca a las últimas
unidades en retirada. Están tan lejos, que no es posible llegar a
auxiliarles.
El enemigo se echa encima; necesitarían reaccionar y tomar la posición
nuevamente, pero no lo hacen, y la retirada sigue precipitada con el enemigo
a pocos pasos. El terreno y la situación táctica de estas unidades es tan
difícil, que todo es perdonable.
Nuestras últimas compañías se han detenido, ocupando unas cercas inmediatas
al morabo para prestar apoyo a esos batallones. Los legionarios recogen y
conducen heridos a la ambulancia, y allí permanecemos hasta que toda la
columna está replegada.
Las compañías de ametralladoras en estos últimos momentos han intervenido
oportunamente, prestando un eficaz apoyo a las distintas fuerzas, y
sirvientes y acemileros se disputaron el recoger y conducir heridos en los
momentos de más peligro.
La noche cierra; la retirada se hace por escalones, y con frecuentes paradas
seguimos el estrecho camino que nos lleva al Zoco. Nuestras bajas en este
día son sólo siete heridos.
El día 12 sale la columna a pernoctar en Nador.
A nuestro paso por la plaza y en un descanso en el hipódromo escuchamos en
el café a un grupo de soldados la inspirada Canción del Legionario, de que
es autor el Comandante Cabrerizo.
Es uno de los cantos más bonitos hechos a la Legión. Dice así:

La canción del legionario

I
)Quiénes son esos bravos soldados
con bustos de bronce, curtidos de sol?
Legionarios del Tercio Extranjero
que llevan la savia del suelo español.
Un laurel brota siempre en las huellas
que los legionarios dejan al pasar
y germina regado con sangre
formando una hermosa corona triunfal.
No vacilan jamás ante el fuego,
porque se enardecen con ímpetu tal,
que arrollándolo todo, su empuje
es un torbellino como un huracán.
Y olvidando los hondos misterios
que todos encierran en su corazón,
dan al viento las notas vibrantes
de esta alentadora y alegre canción.

Acogido a la Bandera
que tremola mi Legión,
se ha dormido la quimera
que guardé en mi corazón.
Soy legionario de España,
que una hazaña sin rival
dará al libro de su Historia
para ofrendarle la gloria
de otra página inmortal.

II
Cuando avanzan sedientos de lucha
para detenerlos no hay fuerza capaz,
pues asolan, incendian y matan
como poseídos de furia infernal.
Segadores de vidas les dicen;
cada legionario semeja un Titán,
y gozosos, usan el machete
como un acerado y agudo puñal.
Pendencieros y audaces y rudos,
son tercos y bravos en guerra y en paz
como aquellos valientes Cadetes
que a Carbone tenían por su Capitán.
Y al volver de la ruda jornada
rendidos los cuerpos, mas no el corazón,
aún renacen los viejos ensueños
y, para acallarlos, brota su canción:

Acogido a la bandera
que tremola mi Legión,
se ha dormido la quimera
que guardé en mi corazón.
Soy legionario de España,
que una hazaña sin rival
dará al libro de su Historia,
para ofrendarle la gloria
de otra página inmortal.

III
Legionario que siembras la muerte
y audaz la persigues con ansia febril;
a tu empuje ni aun ella resiste;
la Muerte va huyendo delante de ti.
Será en vano que la desafíes
cuando en el combate te ciegue el furor...
(Tu destino es soñar la quimera
que hoy hecha girones va en tu corazón!
Y harás yermo el terreno que pises,
campo de exterminio y desolación
y aún habrá una sonrisa en tu boca:
tu amarga sonrisa de desilusión.
Y es que dentro, muy dentro del alma,
fundido en tu sangre con llanto y con hiel,
aún revive contra tu deseo
un inolvidable nombre de mujer.

Legionario, Legionario,
canta alegre tu canción,
que el cantar es legendario
en nuestra heroica Legión.
Soy legionario de España,
que una hazaña sin rival
daré al libro de su Historia,
para ofrendarle la gloria
de otra página inmortal.


XIII - Uisan y Ras Medúa

El tiempo ha empeorado. Llegan los lluviosos días del invierno y circula el
rumor de que se va a avanzar sobre Ras Medua, donde las confidencias señalan
concentrado al grueso de la harca. Como preparación, en la mañana del día 14
la Legión fortifica unas casas en el poblado de Bu Atlaten, que constituirán
el día del avance un apoyo en nuestro flanco izquierdo.
La operación se anuncia para el día 17, concentrándose con anterioridad en
las huertas de Segangan la columna del General Berenguer. El frío en este
día es intensísimo; los chubascos se suceden y el Uisan, cubierto de
nubarrones, anuncia que va a seguir el agua. Muy difícil nos ha de ser la
marcha por la colorada y arcillosa tierra de la meseta de Ras Medua.
A las cuatro de la mañana el campamento está en pie, pero no se forma; una
lluvia torrencial ha caído durante la noche y los caminos están
intransitables. La operación queda suspendida hasta que mejore el tiempo.
Desde que ocupamos Segangan nuestra mirada tropieza con el macizo montañoso
de Uisan, actualmente en poder del enemigo. Tras los espesos muros de sus
fortines se ocultan las guardias moras, y las múltiples barrancadas
facilitan a los pacos el acercarse algunas noches a turbar nuestro descanso.
El grueso de la harca en este lado se encuentra al pie del monte, en los
poblados inmediatos a la carretera de Kaddur.
La ocupación de este macizo, con sus grandes pendientes y profundas
barrancadas, dominadas por los potentes fuertes, sería muy costosa en pleno
día; el terreno se presta a la defensa y los disparos de nuestra artillería
no lograrían perforar los gruesos muros de los fuertes, a los que llegaría
la harca en contados minutos. Sólo por sorpresa podemos hacer nuestro el
gigantesco monte. Los legionarios soñamos con la idea de llegar una noche a
los fortines sorprendiendo a las guardias enemigas.
Este día llega; el General ha aprobado nuestros proyectos, y si el tiempo no
nos permite ir a Ras Medua, tomaremos el Uisan.
Las precauciones para la empresa están tomadas y con anterioridad estudiados
los sitios de las guardias, el camino a recorrer por las unidades y la
posibilidad de que pueda fallarnos la sorpresa.
Gran sigilo se lleva en los preparativos; sólo en la tarde de este día
avanzan los Capitanes a una loma próxima y, sin llamar la atención, se
enteran de los caminos a recorrer, señalados en el plano anteriormente.
Antes de separarnos me cercioro de que todos conocen su misión.
A las cuatro de la mañana, sin el menor ruido y sin encender luces, marchan
las compañías a retaguardia del campamento, donde permanecen pegadas a la
tapia.
Las prevenciones han sido dadas; los mulos y caballos quedan en el
campamento con los soldados acatarrados; los fusiles se ocultarán bajo el
capote, para evitar que brillen sus cerrojos, no se fumará bajo severo
castigo y nadie disparará sus armas. Las compañías de ametralladoras
llevarán a brazo el material y de la conducción de las municiones se
encargarán treinta hombres de la sección de trabajos Las baterías quedan en
el campamento, estableciéndose a la salida del mismo; un batallón se
adelantará al amanecer como reserva, y con él, el ganado de nuestras
unidades.
Cuando nos despedimos del General, se encuentra levantado; salimos por la
puerta de la carretera de Nador, y dando un rodeo bajamos por una aguada al
cajón del arroyo. Unos policías, con el Capitán Orteneda, se unen a la
expedición, y el capataz de la Compañía Española de Minas del Rif nos
acompaña como práctico.
En silencio profundo y pegados a los taludes del hondo arroyo, nos
encaminamos en dirección de las guardias enemigas. Inmediatamente a
nosotros, un grupo de policías y legionarios explora el terreno,
deteniéndose al menor aviso; al llegar al recodo del arroyo se separan las
unidades que nos han de proteger en el caso de fracasar el intento. Por la
derecha, una compañía y una sección de ametralladoras van a ocupar la loma
frente al poblado y morabo de Sidi Busbah, para cortar en caso preciso el
paso del grueso de la harca a los fuertes y flanquearán al mismo tiempo la
marcha del resto de los legionarios por el barranco. Otra compañía, con su
sección de ametralladoras, avanzará por las lomas de la izquierda,
procurando no destacarse en el horizonte. El resto de la Legión se aventura
por el profundo cajón del arroyo.
No se escucha el menor ruido. Los soldados avanzan por la arena con
precaución, como un desfile de negros fantasmas, y a nuestro frente, y
enfilando la barrancada, blanquean los muros del Fuerte del Carmen Pronto
dejamos de verlo y nos encontramos al pie de la loma. Es preciso escalar la
pendiente y resquebrajada ladera; la ascensión es lenta y penosa, y en un
desmonte anterior al fuerte se concentran los legionarios antes de dar el
golpe sobre las guardias.
Los momentos son de mucha emoción; ni un solo tiro ha señalado nuestra
presencia, y en uno de los fortines una pequeña columna de humo delata la
existencia de una guardia.
Empieza a amanecer cuando a una señal se lanzan sobre los fuertes las
primeras unidades. En el pequeño Fortín de San Enrique suenan algunos
disparos; es la guardia enemiga que se apercibe y huye disparando sus
fusiles en señal de alarma.
No hay que perder un minuto; es necesario llegar al fuerte alto antes que el
enemigo. La parte más penosa de la ascensión empieza; legionarios y policías
gatean por el plano inclinado de las minas en busca del elevado fuerte,
mientras la gente de la harca, por la otra pendiente, también trata de
ganarlo; una veintena de metros les falta a los moros para llegar al fortín,
cuando los nuestros entran en él y pronto los harqueños ruedan la ladera
sorprendidos por el fuego de nuestros fusiles.
La operación ha terminado felizmente y una bandera española ondea en el pico
más alto de Beni-bu-Ifrur.
El fuego dura todo el día. Los moros comprenden la importancia de la
posición y tratan de estorbar su fortificación y aprovisionamiento, pero su
situación es tan desventajosa, que muchos mueren cazados por nuestros
tiradores, ocultos tras las aspilleras.
Desde este alto pico se baten los caminos a Kaddur y el Harcha, y el día
transcurre en el fuerte entre los gritos y hurras de los legionarios cada
vez que Acazan@ algún tirador enemigo; (es tan divertida la Acaza@ del paco!
En esta operación es herido en un pie el bravo Capitán de la Policía.
Durante el día hemos tenido tres soldados muertos y cinco heridos.
Esta noche la orden de la columna publica el siguiente telegrama:
AFelicito a V. E. y tropas a sus órdenes por brillante éxito obtenido al
ocupar Monte Uisan. Me es muy honroso y muy grato transmitir esta valiosa
felicitación a las tropas de la columna que han tomado parte en la operación
y muy especialmente a las fuerzas del Tercio, que han acreditado, una vez
más, su recia instrucción y disciplina.@

HA MEJORADO el tiempo, y la operación proyectada sobre Ras Medua va a
realizarse. La columna Berenguer con los Regulares en vanguardia, ha de
subir la cuesta de Taxuda, y por Bux Asasa y Sebt-Tazarut irá a ocupar la
meseta de Telat. La columna Sanjurjo, una vez tomado por la primera su
objetivo, abordará de frente la meseta de Ras Medua.
El sol está ya alto cuando rompemos la marcha por el llano del Maxin; la
caballería indígena se ha dirigido hacia Tanut Er Ruman, poblado en que se
anunciaba la harca enemiga, pero durante los primeros momentos se nota la
ausencia de los moros; sólo a lo lejos, en el reducto de Ras Medua, parece
señalarse su presencia
La Legión avanza por el llano con las Banderas inmediatas y sus secciones de
vanguardia desplegadas; las ametralladoras y mulos se quedan retrasados en
el paso de los barrancos; se hace preciso acortar la marcha. Cruzamos más
tarde por los poblados del valle, y frente a la aguada de Ras Medua se
separan las Banderas, y mientras la Primera salva la barrancada siguiendo la
antigua pista militar, la Segunda cruza el arroyo y asciende por la senda de
la aguada de las moras. El enemigo no ha hecho resistencia y los legionarios
ocupan el poblado de Medua en la meseta.
A nuestro abrigo se concentra la vanguardia; y las ametralladoras y baterías
rompen el fuego sobre los grupos que se presentan en la antigua posición.
Entre las piedras y torretas se ven las cabezas de los moros; nuestros
shrapnells explosionan sobre las ruinas, y después de una preparación
artillera se continúa el avance hacia el reducto.
Un aeroplano que vuela sobre la torreta arroja en sus inmediaciones
numerosas bombas. Una de ellas envuelve en su nube de humo el torreón, y
cuando el polvo se disipa, el torreón había desaparecido.
El avance y asalto del reducto se efectúa muy rápido; mientras una compañía
avanza por el borde del barranco de la derecha envolviendo la posición,
otras, de frente, se lanzan sobre las piedras del reducto; las balas silban
sobre nuestras cabezas, y un aeroplano a nuestro lado deja caer un parte:
AEl enemigo se retira a caballo por la ladera opuesta@.
Coronada la posición, vemos huir por las barrancadas vecinas grupos
enemigos, que son perseguidos con el fuego. Por la derecha, y entre los
puntos negros, se ve un grupo de gente de chilabas blancas; una sección le
dirige sus fuegos.
-(Alto el fuego! (no tiréis a ésos, que son moras! -ordena un Capitán que
con los gemelos observa el campo. Los soldados cesan en su fuego.
En el desastre, muchas mujeres fueron especialmente crueles, remataban los
heridos y les despojaban de sus ropas, pagando de este modo el bienestar que
la civilización les trajo.
Los poblados de la meseta de Beni Faclan lucen banderitas españolas y
combaten a nuestro lado.
La posición es construida por los legionarios, que, aprovechando la
abundante piedra, levantan en una hora el fuerte parapeto que pasa a ocupar
la guarnición.
La columna pernocta en el poblado de Medua, y a la mañana del siguiente día
regresa a Segangan.


XIV - Tauriat-Hamed, Harcha, Tauriat-Zag

Alrededor de la larga mesa, en el comedor del General, en Segangan, se
encuentran sentados los Jefes de los cuerpos que integran la columna; un
plano está extendido y un ayudante, en alta voz, va leyendo las órdenes para
la operación del día siguiente: objetivo de la columna, camino a recorrer,
unidades que han de quedar destacadas, lugar para establecer el vivac,
misión de cada uno de los cuerpos que componen la columna; todo se va
aclarando por nuestro General.
El terreno donde va a desarrollarse el próximo combate no es un misterio
para el General; ha combatido en él y conoce los peligros que encierran sus
múltiples y profundas barrancadas, de las que los moros saben sacar un gran
partido. El veterano soldado no se cansa de dar sus prevenciones para el
combate; toda la vigilancia ha de ser poca en este terreno, en que el
enemigo aparece en cualquier punto sin ser visto.
Los legionarios hemos de salir antes de amanecer a ocupar la Loma Negra de
la derecha del Uisan, marcada en el plano con la cota 520; a su abrigo se
concentrará la vanguardia, y una vez establecidas las baterías ligeras que
han de marchar por la carretera con la otra columna, se seguirá el avance.
La Policía de la columna Berenguer ocupará igualmente, durante la noche, las
alturas de Belusia y Hianen.
Al amanecer del nuevo día nos encontramos ocupando la Loma Negra, sobre el
antiguo camino del Harcha; la ausencia del enemigo nos permite adelantarnos
a ocupar las siguientes lomas, abriendo de este modo la marcha y
concentración de la columna. El enemigo se divisa muy lejos, en las alturas
y chumberas próximas a Tauriat-Hamed.
Siguiendo el antiguo camino, nuestra columna llega a la inmediación de la
carretera; las vanguardias ascienden por las lomas inmediatas, pero aún
tenemos que esperar al establecimiento de las baterías. Pasados unos
minutos, las granadas empiezan a caer sobre la posición de Tauriat-Hamed y
poblados próximos; entre ellas, unas enormes explosiones de humo negro nos
indican la presencia del Grupo de Instrucción de Artillería, y pronto
avanzan las dos Banderas en dirección a Tauriat-Hamed y lomas de su
izquierda.
Los moros se han dispersado a nuestra vista y hostilizan desde las crestas
cercanas; una compañía se destaca delante de la posición, en un extenso
espolón, y los trabajos de fortificación empiezan.
En el frente de combate y a lo lejos se ven núcleos fuertes en actitud
expectante; las laderas del Milón están llenas de moros, y de los poblados
de Trebia se acercan numerosos grupos.
Durante todo el día el combate se desarrolla tranquilo; sólo por la tarde el
enemigo, que se ha filtrado por los barrancos de la derecha, hostiliza de
flanco a la columna; una compañía de legionarios les aleja, y sigue el
aprovisionamiento de la posición.
El lugar para el vivac de la columna es elegido a retaguardia de la
posición, entre los poblados; la Legión ocupa los aduares frente al Harcha.
El sol está próximo a ponerse cuando empieza la retirada de las tropas
avanzadas. Por la izquierda, el Batallón de Sicilia, que se encontraba
adelantado en tiroteo con el enemigo, se retira por escalones con la
tranquilidad de un ejercicio, es el primer día que entra en fuego, y a todos
nos produce gratísima impresión sus primeros pasos en la campaña.
En la posición se retiran las tropas hacia el vivac, y en estos momentos el
enemigo hace de nuevo su aparición en los barrancos, rompiendo el fuego
sobre la carretera y ganado de las baterías. Los legionarios, que han
empezado su retirada, detienen el repliegue, mientras varias secciones con
granaderos avanzan a limpiar el barranco. El sol se ha puesto, y sin luz
apenas, la ola de legionarios avanza; los tiros y estampidos de las bombas
se suceden y los soldados se alejan barranco abajo; al enemigo se han cogido
cinco muertos y los pacos se terminan. Al siguiente día la descubierta de la
posición encuentra en el barranco once muertos más con su armamento.
Las bajas de la Legión habían sido: heridos el Teniente Gallego y Alféreces
Díaz Criado y Díaz de Rebago y 12 soldados.

LA NOCHE PASO tranquila; el vivac no fue hostilizado, y al amanecer del día
siguiente se encuentra de nuevo formada la Legión para la ocupación del
Harcha.
El enemigo no ha de ofrecernos resistencia. Los disparos de nuestra
artillería truenan durante nuestra subida, y la explosión de uno de ellos
alcanza al Capitán y un soldado, que son heridos levemente.
Hace un crudo día de diciembre, en que un viento frío molesta nuestros
trabajos y, terminados éstos, pernocta la columna en el antiguo campamento
de Yadumen.

LA CABILA de Beni-bu-Ifrur ha sido rodeada, y el día 2 de diciembre la
columna ha de regresar, recorriéndola e imponiendo un justo castigo a los
aduares.
A nuestro paso, las columnas de humo se levantan de las pequeñas casas y la
ola de fuego alcanza a los poblados de la montaña.
Las otras dos columnas, en este día se han internado también en
Beni-bu-Ifrur, y esta cabila, que tanto se había distinguido en sus
crueldades, había quedado destruida.
Las últimas operaciones han traído consigo la sumisión de varios aduares
próximos a Tauriat-Hamed y del jefe moro Kaddur-Ben-Ab-Selam. Algunos moros
se ven en las inmediaciones del camino de Tauríat-Hamed, pero su fidelidad
no ha de confirmarse.
Cae la tarde, cuando un cabo legionario, con su escuadra de servicio de
leña, se nos presenta en el campamento, los soldados son portadores de
cinco fusiles mausers cogidos al enemigo:
-Mi Comandante -nos dice-, aquí traemos estos cinco fusiles de unos moros
que hemos matado en el servicio. Estábamos cortando leña en la derecha del
Uisan, cuando escuchamos tiros hacia la carretera; acudimos al fuego,
cumpliendo nuestro credo legionario, y al llegar nos recibieron tirándonos
desde uno de los aduares. Como los moros estaban parapetados y con los pocos
hombres que llevaba no podía castigarlos, me apoderé de un ganado que se
hallaba próximo y de dos chicos pastores, uno de los cuales mandé al aduar
para que viniese el jefe con los hombres armados a entregarse o me llevaba
el ganado al campamento, Llegaron cinco moros, uno de ellos al parecer jefe,
a los que sin dar tiempo a defenderse, desarmamos e hice venir delante de
nosotros al campamento. Nos siguieron de buen grado mientras creían ir a la
oficina de Policía, pero cuando vieron torcíamos por el camino de Segangan,
pretendieron huir por un barranco. El ganado, para que no se pudiera pensar
que había sido el origen de este episodio, lo he entregado, al paso, en la
posición de Bu-Atlaten.
Estas mismas declaraciones hicieron los demás soldados, y un rato después,
un sargento y un soldado de ingenieros vinieron a comprobar lo sucedido;
ellos eran los que estaban tendiendo la línea telefónica cuando fueron
tiroteados por el enemigo y querían manifestar que la presencia de los
legionarios les había salvado de la agresión.
Aquella tarde, ya anochecido, el jefe de uno de los aduares, que en otra
agresión días después fue muerto, viene a hacer sus protestas de fidelidad;
a la hora de marchar tenía miedo de alejarse hacia el poblado; temía que
pudiera pasarle algo y se ordena que le acompañen un cabo y una pareja de
soldados legionarios, lo que aumenta sus temores; al despedirse de ellos, ya
cerca del aduar, agradecido les besa las manos; no comprendía el moro que
estos hombres, cuya fama de fieras ha llegado en esta zona a los más
escondidos aduares, le permitan marchar, y le hayan acompañado hasta su
casa.
Días después, y precedidos por los poblados amigos y Policía, se ocupan, sin
que fuéramos hostilizados, las posiciones de Kaddur y Taxarut, próximas al
Kert.

OCUPADO Ras Medua, los aduares de Beni Sidel, al pie de la meseta, han
pedido el avance de nuestras tropas a las antiguas posiciones de
Tauriat-Buchit y Tauriat-Zas, que cortando el paso de la harca por el
desfiladero, les permiten vivir en sus aduares.
Para esta operación se concentran en Ras Medua las fuerzas organizadas de
policía que, precedidas por los moros de los poblados, han de ocupar, al
amanecer del día 20, las posiciones indicadas. La columna Sanjurjo saldrá
antes del amanecer por el valle de Maxin para cooperar al buen resultado de
la operación y fortificación de las posiciones.
Al amanecer, los legionarios se agrupan alrededor de las hogueras, esperando
al pie de Atlaten la concentración de la columna, y, reunida ésta, emprenden
la marcha en dirección a los poblados del pie de Ras Medua.
En los aduares se para la vanguardia a esperar la concentración y el
establecimiento de las baterías.
A lo lejos, al pie de Tauriat Zag y del desfiladero de Trebia, se ven bullir
las concentraciones enemigas; muchos de los grupos, parapetados en las
piedras de la contrapendiente, parecen esperar la llegada de la fuerza; pero
el número de enemigos no está en correspondencia con lo benigno de la
acción.
Llegamos a Tauriat-Buchit, donde con los soldados de Policía y harca amiga
se encuentran los Regulares, que van a efectuar el segundo salto a
Tauriat-Zag. Los moros parecen poco interesados por la defensa y Taurit-Zag
se ocupa con escasa resistencia.
Los legionarios han ocupado posiciones a vanguardia y mantienen ligero
tiroteo. El enemigo huye por el llano en dirección al Kert y la paz reina en
la retirada.


XV - Ras Tikermin
Ha sido proyectada la operación sobre Ras Tikermin, y el día 21 vivaquean
las dos columnas próximas a la posición del Hianen. Dirigirá el General
Berenguer (Federico) y son Jefes de columna los Coroneles Saro y Fernández
Pérez.
Los poblados inmediatos al puente del Kert combatirán a nuestro lado y han
entregado los explosivos y mechas con que el enemigo pretendía volar el
puente. La Policía y harca amiga ocuparán antes del amanecer Calcul,
defendiéndose hasta la llegada de la columna.
Al amanecer del día 22 salen las Banderas de la Legión en cabeza de la
columna Fernández, para abordar de frente las posiciones enemigas, mientras
por la izquierda la columna Saro irá a ocupar Tlemsalen.
Cruzamos el Kert por el soberbio puente de piedra, obra de nuestros
ingenieros, y llegamos a Calcul, ocupado por la Policía; allí queda por
orden superior una compañía de legionarios en espera de la columna. Este es
el lugar señalado para la concentración antes de dar el salto a Ras
Tikermin, donde los policías y gente del pueblo se han establecido antes de
amanecer.
Llegan noticias de que el fuego es muy grande y de que en Ras Tikermin las
municiones escasean.
Con gemelos se distinguen los grupos enemigos, ocultos en los espacios
desenfilados de la posición. Varios aeroplanos, volando sobre ellos, nos
dejan escuchar el tableteo de sus ametralladoras. Se les ve trazar pequeños
círculos sobre las barrancadas, ametrallando a los grupos enemigos. Vuelan
tan bajo, que tememos que puedan alcanzarles los disparos Otro aparato deja
caer bombas que levantan negras humaredas. Todo el fuego se concentra en el
pequeño espacio desenfilado delante de la posición. Hay que ir en seguida,
sin esperar la concentración de la columna.
Rápidamente van los legionarios ocupando las alturas de los flancos y
llegamos a Ras Tikermin, adonde ha ido al galope la caballería. Relevamos a
los jinetes, que encontramos en la loma anterior a la posición, y entramos
en la misma los primeros legionarios.
La posición se compone de un alto muro de piedra con unos pequeños tambores;
en ella se agrupan los moros del poblado y los policías con un oficial;
parece escasearles las municiones Y el enemigo hostiliza desde las próximas
lomas. Por los barrancos del Mauro y posición de Sidi Salen se acercan, a su
vez, numerosos cabileños.
La entrada de la posición y rampa de acceso están tan enfiladas, que los
proyectiles del enemigo levantan en ellas un hervidero de polvo es necesario
alejarlo para que puedan avanzar los ingenieros y empiecen los trabajos de
fortificación.
Las únicas fuerzas de que disponemos son dos compañías de legionarios, menos
una sección, y una compañía de ametralladoras; el resto de las Banderas se
encuentran ocupando las lomas del flanco izquierdo y posiciones anteriores,
y la columna está todavía en Calcul. Apoyados por el fuego de nuestras
ametralladoras salen de la posición a batir al enemigo las compañías 2.0 y
13.0, mientras que por la loma de la izquierda, otra compañía de la Legión
rebasa el flanco enemigo. Ante el avance de los legionarios, los moros
parecen declararse en huida, y con poca resistencia las guerrillas ocupan el
frente y flanco derecho en las lomas, delante de la posición; pero en estos
momentos el enemigo reacciona y el combate se empeña a pocos pasos; en los
fusiles de los legionarios brillan los machetes, los vivas e interjecciones
se suceden: (perros!, (cobardes!, (toma!..., (ay! Al banderín de la 13.0
compañía, enarbolando su bandera, se le ve gritar. Cae a tierra; es el
célebre cuentista de la compañía citada; el que en los días de fiesta nos
entretiene con sus cuentos y canciones.
Las secciones de sostén acuden al sitio del ataque, pero, rechazadas en este
lado, tienen que retirarse y acudir al otro, Nadie piensa en recoger las
bajas; ya se hará luego; nuestros ordenanzas y agentes de enlace intervienen
también en la lucha.
Un oficial cae herido o muerto; sobre él muere un legionario; los moros
ruedan la ladera, pero el fuego sigue muy intenso. Es preciso resolver el
combate alejando al enemigo con la maniobra; pero no nos quedan tropas; los
acemileros y conductores de ametralladoras se encuentran ya formando un
sostén en el frente. Entonces echamos mano de los policías y moros adictos,
enviándoles a ocupar por la derecha unas lomitas que baten la ladera de
revés. La empresa no les agrada mucho, las disculpas se repiten; Ano tener
cartás@ (municiones); se los entregamos, y por un barranquito de la derecha
les hacemos aparecer en su puesto sin ser vistos. En estos momentos, el
enemigo al verse amenazado por retaguardia, se declara en huida y las
ametralladoras y fusiles se encargan de perseguirle con sus fuegos por las
múltiples barrancadas.
La calma renace en nuestro frente y llega el momento de retirar las bajas.
Dos oficiales, el Teniente Infantes y el Alférez Marquina, han muerto
gloriosamente; el Teniente Hidalgo, que manda la segunda compañía, es herido
de gravedad, y son muchos las clases y soldados caídos en la lucha.
En la extensa loma de la izquierda, el combate sigue duro durante todo el
día, y la primera compañía, que se ha establecido enlazando las dos lomas,
ocupa un pequeño collado donde el enemigo ataca constantemente.
Los aeroplanos siguen incansables su tarea, y delante de las guerrillas
colocan sus bombas, prestándonos importante ayuda.
Los trabajos de fortificación adelantan, y pronto se emprenderá la retirada.
Un cañón enemigo nos dirige sus disparos; los proyectiles caen delante y
detrás de las guerrillas, algunos dentro de la posición, pero son muy
contados los que explosionan y causan bajas.
Recibida la orden de repliegue, el enemigo está tan cerca, que en algunos
puntos del frente hay que falsear la retirada.
A la primera compañía, que ocupa el collado, en los momentos que intenta el
repliegue, le aparece el enemigo coronando la loma; por esto avanza
nuevamente, matando a varios de los harqueños; pone al resto en huida y
aprovecha este momento para retirarse a su vez. Un rato después los moros
reaparecen en el collado.
Una batería de montaña y las ametralladoras protegen el repliegue de las
tropas, manteniendo a raya al enemigo.
El combate nos ha costado a la Legión seis muertos y cuarenta y un heridos;
han sido heridos los Tenientes Virgilio García y Toribio Marcos; pero los
legionarios regresan satisfechos; las bajas enemigas han sido muy crecidas.
Al día siguiente, la Legión regresa al campamento de Segangan.

EN MI VISITA al hospital pregunto por el cuentista. Le operaron de su herida
del vientre sin resultado. (Ha muerto! En sus últimos momentos había echado
su discurso. Le iban a dar el cloroformo y presenciaba la operación un hijo
del General Sanjurjo, que estudia Medicina. Toma, Sanjurjo le dice el médico
al hijo del General, entregándole la mascarilla del cloroformo.
-)Sanjurjo? -dice el legionario- )Será usted pariente de mi General?
-Sí, hijo.
-(Cuánto lo celebro!, yo a su papá le quiero mucho, bueno, como todos los
legionarios, (ése sí que es un hombre... ! (más valiente!, es un General
estupendo, es el General que acompaña a los soldados. Si nos encuentra en el
campamento, nos habla como un camarada, y nosotros le queremos mucho...
Y así sigue un buen rato hablando al chico de su padre. El médico tiene que
imponer su autoridad: Vamos, calla; ya hablarás luego.
Le dan el cloroformo y le operan. No había de volver a la vida... (Hermoso
ejemplo de soldado que dedica sus últimas palabras a cantar las glorias de
su General!


tuareg
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XVI - Operaciones sobre Drius

Los primeros días del año 1922 siguen de descanso en el campamento de
Segangan, pero en ellos se dice que muy pronto ha de seguir el avance a
Dríus.
A las once de la mañana del día 7 llega la orden de pernoctar en Monte
Arruit.
El camino a seguir es el del Jemis de Beni-bu Ifrur, y la hora de partida,
las dos. Con anterioridad han salido los carros con la impedimenta, pero al
llegar al Zoco del Jemis, los encontramos detenidos al lado de la posición;
la pista acaba allí; el camino no permite el paso de los carros y lo
avanzado del día no les deja volver.
Es preciso que lleguen, y la sección de zapadores les abrirá camino.
Se adelantan los legionarios armados de picos y palas; en poco tiempo quedan
salvados los pasos difíciles, y a las siete de la noche entran en el
campamento de Monte Arruit los carros con la sección de zapadores.

EN LA MAÑANA del siguiente día, y después de una misa de campaña, salimos
para Batel, y en el camino no dejamos de pensar en los días de julio y en la
retirada del ejército por el ardiente llano.
En el campamento de Batel concurren las columnas de Berenguer y Cabanellas;
la aglomeración de tropas es grande y los animales tienen que esperar turno
para abrevar; el agua es muy escasa en este lugar y se hace preciso traerla
en aljibes desde la retaguardia.
Junto al pozo número 2 se agrupan los caballos esperando la codiciada agua,
mientras un oficial del Batallón de África me va refiriendo la defensa que
de aquel pequeño fortín han hecho un cabo y tres soldados de su cuerpo y un
cabo y dos soldados de ingenieros. El pozo de Batel es el que surte de agua
a todo el llano y su agua es solicitada por los indígenas.
Al pasar por Batel la columna en retirada, la guarnición del pozo recibió
del General Navarro orden de repliegue, que no cumplieron, por no haberla
recibido de sus jefes naturales, y más tarde tuvieron que resistir los
ataques enemigos.
Los moros creyeron en un principio empresa fácil rendir a este pequeño
número de soldados, que en el llano son los dueños del agua. Desesperados de
su empeño, entran en trato con los defensores, y a cambio del agua los
soldados reciben gallinas, huevos y víveres. Diariamente hay una tregua en
que cambian sus productos.
En sus conversaciones con los moros se enteran de que tienen en el aduar un
oficial herido y un soldado prisionero, y se niegan a darles agua si no les
hacen entrega de ambos; pero pasan los días, los cartuchos escasean, y una
noche, enterrando los fusiles, abandonan el pozo en dirección al Muluya.
En el camino aún tienen que probar su recio temple; sorprendidos por dos
moros, luchan con ellos, consiguiendo desarmarles y darles muerte; y con los
dos fusiles llegan tranquilos a la zona francesa.
(Cuánto heroísmo encierra la conducta de estos sencillos cabos y soldados!

EN LA TARDE de este día, el General Berenguer nos reúne y nos explica el
objetivo de la operación, misión de la columna y parte que cada uno ha de
tomar en el combate. El terreno es ideal para combatir; un llano extenso y
lomas suaves, en que sólo la cuenca del Kert y el Gan pueden servir de
refugio a los tiradores enemigos.
Varias son las columnas que han de tomar parte en la operación, y el frente
de combate es muy extenso.
La columna Fernández, por la derecha, ocupará la Hariga; la del General
Cabanellas, compuesta en gran parte de caballería, Dar Azugag y Casa
Quemada; mientras la nuestra se dirigirá a Dar Busada y Amesdán. El terreno
es tan fácil que nos las prometemos muy felices.

De madrugada se concentra la vanguardia, y antes de amanecer rompemos la
marcha en dirección al Gan; en él habíamos de encontrar restos de las
tristes escenas del pasado julio, y sin ser hostilizados, nos concentramos
pasado él río Seco.
Un escuadrón de caballería, en exploración, avanza sobre Dar Busada; suenan
unos tiros y vemos a los jinetes galopar hacia la posición; avivamos el
paso; al llegar a ella, unos pacos, desde las lomas de enfrente, nos
hostilizan, y una compañía de la Legión marcha a ocupar los derruidos muros
de la avanzadilla.
De las lomas cercanas siguen disparando, aunque débilmente, pero una
maniobra del escuadrón de caballería los pone en huida; ocupamos posiciones
y el día transcurre tranquilo para la Legión, habiéndose recogido armones de
artillería y proyectiles de campaña y montaña abandonados.
A media tarde; un movimiento de tropas que van y vienen se distingue con los
gemelos en dirección a Dar Azugag; unos escuadrones de regulares avanzan al
galope hacia aquel lado; algo raro pasa. A los pocos momentos recibimos la
orden de que una Bandera vaya en aquella dirección; parece que el enemigo
está farruco.
Cuando llegamos a Amesdan, nos ordenan relevar a las tropas desplegadas. Los
regulares han empezado el repliegue y el enemigo, que entonces se presenta,
no corresponde a la alarma.
A nuestro lado pasan los regulares. Preguntamos a un moro lo sucedido, y
sólo nos sabe decir. ACaballería de rifeño estar como diablo, nosotros
tirar, tirar y no jaserles nada@.
La retirada la hacemos sin ser hostilizados, y en las inmediaciones de Dar
Busada vivaquea la columna.
En la madrugada del siguiente día se reanuda el avance en dirección a Dríus.
Nuestra columna, por la parte del monte, a la izquierda de la carretera, irá
ocUpando las alturas de Uestia y Haman, en las que se encuentran las ruinas
de las antiguas posiciones, y si la columna de la derecha encontrase
resistencia, podremos seguir a Dríus.
Los camiones blindados nos preceden por la carretera y alejan de la
barrancada del Kert a los tiradores enemigos. Hostilizados débilmente,
ocupamos Uestia y Haman. Cuando nos preparamos a seguir a Dríus, donde
llevan ya un rato los camiones blindados, vemos entrar en la posición la
caballería del general Cabanellas. El enemigo en su huida había abandonado
varios cañones.
Nuestro campamento queda establecido a un kilómetro de Dríus, junto a unas
casas moras, y a él nos encaminamos.
La operación ha sido muy brillante; en ella se comprobó, una vez más, la
escasa resistencia que el enemigo opone al segundo día de combate; esto ha
sido aprovechado por nuestro General para llegar con toda facilidad a Dríus,
pese a los alarmistas, que creían ver la empresa dura y preñada de peligros.
Frente a la posición se extiende un enorme llano. Cuanto más se avanza,
menos se explica lo pasado. )Cómo no se habrá detenido en Dríus la triste
retirada?
Recorred estos campos; conversad con los soldados y clases que participaron
del desastre e interrogad a los indígenas; sólo entonces encontraréis la
clave de esa retirada que empezó en Annual y acabó en las matanzas de Zeluán
y Monte Arruit.


XVII - En Drius

Durante los primeros días de la ocupación, la vida en Dríus es tranquila;
nuestras descubiertaS avanzan sin ser hostilizadas, los poblados próximos de
la Abbada parecen estar en actitud pacífica, y sólo los cadáveres y huesos,
de que el llano está salpicado, nos hablan de la crueldad que se ensañó en
los nuestros.
Conforme nos internamos, los pequeños montes de costillas, cráneos
machacados, quemados y sin posible identificación, jalonan el camino,
algunas ropas, con el número 59, indican que pertenecieron a soldados del
Regimiento de Melilla En espuertas recogemos los restos de aquellos
soldados, algunos de los cuales encerrarán heroísmos sublimes para siempre
ignorados.
En estos días se presentan los jefes de los Poblados situados en la pequeña
elevación del llano en dirección a Tafersit. El Coronel de Policía, con los
escuadrones indígenas, va a conferenciar con los moros. Una columna
compuesta de legionarios y artillería se pone en movimiento y se aproxima al
lugar de la conferencia, como reserva de los escuadrones. Cuando llegamos a
mitad del camino, una orden urgente nos hace avanzar sobre Abbada.
El Jefe de Policía, en medio de numeroso corro de moros, conferencia con los
indígenas, que aparentan sumisión. Los silos de las casas están llenos de
grano, pero sus ganados se encuentran alejados en dirección al monte. En los
patios de los aduares se encuentran mil huellas de crueldad. Un patio llama
nuestra atención; junto a una pared están los restos de unos cadáveres, y
sobre ellos, en el blanqueado muro, los impactos de los disparos salpicados
de sangre.
Una ola de indignación pasa por nosotros. Que hagan alto los legionarios y
que no entren en el poblado. (No vean tanta infamia y estropeen la política!
La conferencia termina pronto, los grupos que se veían en dirección de
Tafersit, y que motivaron nuestro avance, parecen acercarse. Recibimos la
orden de repliegue y nos volvemos con el sentimiento de no poder hacer
justicia a nuestros hermanos cruelmente asesinados.
A los pocos días, los moros de estos poblados habían desaparecido, una vez
trasladado el grano.
Días después salimos las Banderas, constituyendo una pequeña columna con
elementos de artillería, sanidad, ingenieros e intendencia, a ocupar la
avanzadilla de Dar Azugag, que había quedado sin fortificar el día de la
toma de esa posición.
Avanzamos hasta la orilla del Kert sin ser hostilizados; en tres horas queda
fortificada la posición y nos retiramos al campamento.


EL RESTO DEL MES pasa tranquilo en el campamento de Dríus, sólo en la noche
del día 28 numerosas descargas 'enemigas nos llevan al parapeto. Las balas
silban por encima de los sacos terreros, y rápidamente las unidades ocupan
sus puestos de alarma.
Los fogonazos de los disparos enemigos se suceden a corta distancia; al
campamento le tiran por todos sus frentes, y rápido se escucha el martilleo
de nuestras ametralladoras.
Una sombra blanca anda por el parapeto del tambor; una pequeña chispa se
mueve en el aire y un estampido como un cañonazo se siente en el barranco;
es el Teniente de la Sección de granaderos que ha salido desnudo al saber
que el enemigo estaba próximo. Unas cuantas granadas más son arrojadas y los
moros se alejan.
A la pequeña plazoleta del campamento llega una camilla con un soldado
muerto. Trae la cabeza atravesada. De la puerta de la posición conducen a
otro soldado herido y de uno de los puestos de servicio avisan que hay un
muerto. El fuego enemigo sigue intenso y se siente el sonido antipático de
la Aarbaia@.
El campamento ya no tira y de nuestros tambores salen gritos e insultos para
el enemigo; se les pide que vengan; que ataquen de nuevo, y en burlas y
bromas en árabe se cambian denuestos. El enemigo, muy alejado, nos contesta
en castizo castellano mil finezas.
De pronto rasgan el espacio las notas vibrantes de un clarín de guerra se
hace un silencio profundo en todo el campo, y unos aires de Granada siguen
dulces y sentidos. La corneta parece interpretar el momento, y al morir sus
notas lentas y vibrantes, los vivas a la Legión se oyen en los puestos del
servicio avanzado.
La corneta ha impuesto el silencio con un sentido canto, y el campamento
duerme soñando con el recuerdo que evocó la música.

CON EL MES DE MARZO parece haber llegado otra época de movimiento. A un
paseo militar al boquete de Tamasusi, sucede el día 7 la ocupación de la
Chauía, a tres kilómetros del campamento, y el día 8 la ocupación en el
llano, a la derecha, de una posición que toma el nombre de Sepsa. Este día
se mantiene fuerte tiroteo con el enemigo.
Mientras las tropas se encuentran fuera del campamento, un ataque por el
cauce del Kert ocasiona sensibles bajas al Batallón de Álava, de servicio en
la aguada.
El día 14 sale la Legión en vanguardia de la columna Berenguer a colocar una
posición en la meseta de Arkab, dominando el poblado de Itihuen.
Con escasa resistencia se ocupan las posiciones y se establecen los
legionarios a vanguardia de las mismas; pero los arbolitos y matorrales de
que está cubierta la extensa meseta facilitan al enemigo el acercarse sin
ser visto, y en algunos puntos del frente el fuego es más intenso,
encontrando gloriosa muerte el Alférez Ojeda, de la segunda compañía. Así
tenía que morir este joven Alférez, siempre alegre y decidido para el
combate.
La retirada se hace más tarde con facilidad, al abrigo de las posiciones
establecidas.
En el campamento se habla de que seguirán las operaciones sobre Beni Said,
cuyos moros han prometido someterse cuando nuestras tropas lleguen a la
posición de Tuguntz


XVIII - Ambar y Tuguntz

Se establece, el día 17, en Itihuen el campamento provisional de la columna.
En este día llegan los carros de asalto de infantería, que han de tomar
parte en la acción. Los oficiales cenan en nuestro campamento; el Teniente
Coronel ofrece todos los elementos de la Legión a sus compañeros de la
Escuela de Tiro, y después de un apretón de manos, deseándoles un buen
éxito, se retiran todos en busca del descanso.
Al amanecer del día 18 sale la Legión, precedida de los carros, en
vanguardia de la columna; los moros hostilizan débilmente, y los carros de
asalto avanzan por la barrancada anterior al aduar de Ambar. Siguen los
legionarios a ocupar los aduares, y después de breve detención, descienden
los carros por el profundo barranco que separa Ambar de la Loma Alta,
conocida más tarde con el triste nombre de la Aloma de los ataques@. Las
guerrillas de la Legión ascienden las cortadas laderas y toman posiciones
pasado el barranco.
El barranco ha sido largo y penoso; el enemigo hostiliza vivamente, y la
columna aún viene retrasada. Se ha de seguir, )Dónde está Tuguntz? )el
avance? El combate se sostiene duro y los Beni-Said y Beni-Ulisek se
extreman en el ataque.
La columna, al borde de la meseta inmediata a los aduares de Ambar, sostiene
fuego en su flanco izquierdo con el enemigo. Después de un gran rato llega
la orden de dar por terminado el primer salto hacia Tuguntz y que se
fortifiquen las casas de Ambar.
Los tanques, que se adelantaron unos ochocientos metros delante de nuestras
guerrillas, desaparecen durante un rato de su vista; cuando reaparecen, los
moros les rodean arrojándoles piedras; furiosos, tratan de luchar con el
nuevo elemento de combate; buscan el ángulo muerto de sus ametralladoras,
pero inútilmente, muchos caen acribillados por sus fuegos.
Un carro regresa a las guerrillas la ametralladora se encuentra
interrumpida, No es extraño, el día anterior fueron desempacadas y colocadas
en los carros, y el personal, que debiera estar muy práctico en su
conocimiento, no parece estarlo. El apuntador llega levemente herido; un
moro metió por la mirilla una gumia, hiriéndole ligeramente.
Los moros, escarmentados de su primer ataque contra los tanques, esperan
ocultos en las barrancadas el momento del repliegue.
Las guerrillas siguen durante el día en fuego con el enemigo, y terminada la
fortificación de las posiciones, el grueso de la columna se repliega a
Itihuen, mientras la vanguardia ha de retirarse sobre la posición de Ambar.
El Teniente Compaired, de la 130 compañía, ha sido herido.
Los carros de asalto, que hace unos momentos se encontraban a la altura de
las guerrillas, se han de replegar a retaguardia de las mismas, evitando que
el enemigo se eche encima, mientras las tropas cruzan las profundas
barrancadas.
Empezado el repliegue, el enemigo, muy numeroso, ataca por todas partes y el
combate se entabla duro; en estos momentos, cuando las últimas unidades de
legionarios han cruzado el barranco, ven a las guarniciones abandonar los
tanques y correr cuesta abajo por la loma. Los legionarios recogen al
Capitán de los tanques y un soldado herido y entran en la posición. El
enemigo ataca duramente y se encuentra en algunos puntos cerca de las
alambradas; los defensores les hacen nutridas descargas, que les causan
muchas bajas.
En estos momento, al bravo Comandante Fontanes, que manda la Segunda Bandera
durante toda la campaña, le traen herido con un balazo en el vientre; a su
lado viene su ayudante, el Teniente Lizcano, también herido, mientras a lo
lejos los moros se agrupan rodeando los tanques. Las sombras de la noche
impiden ver a distancia y las posiciones rechazan el ataque.
El Padre Antonio Vidal, escolapio, agregado voluntario en la Legión, muere
gloriosamente.
La noche es triste en Ambar, el Comandante Fontanes está muy grave, y todos
saben lo que significa una herida de vientre con el hospital tan lejos. El
Doctor Pagés, es toda la preocupación del herido; él podría salvarle. En la
Legión se siente admiración por este notable cirujano, que ha librado a
tantos legionarios de una segura muerte. Por esto piensa en Pagés el bravo
Comandante de la Segunda Bandera.
En la madrugada del 20 muere en la posición el heroico Comandante. La Legión
está de luto, ha perdido uno de sus mejores Jefes y los soldados están
tristes; sus ojos no lloran porque en sus cuencas ya no quedan lágrimas,
(han visto caer ya tantos oficiales y camaradas!....

LA OPERACIÓN de Ambar y la pérdida de los carros de asalto suscitan en la
opinión diversos comentarios; los tanques han fracasado, se oye decir, los
tanques no sirven para Marruecos, no son apropiados para este terreno
Suposiciones todas hechas sin más conocimiento que los relatos poco
verídicos que se hicieron de su actuación.
Los Carros de asalto y tanques son de gran aplicación en esta guerra,
veremos si el tiempo me da la razón.
Prescindiendo de las características de los carros de asalto de infantería,
aquí empleados, superados por otros carros de asalto en servicio de los
ejércitos extranjeros, las causas de su poca eficacia en los primeros
combates, y de su pérdida, han sido muy diversas.
El armamento del carro de asalto consiste en una sencilla ametralladora; es
necesario mejorarlo y dotarlo de una doble ametralladora, como llevan en
otros ejércitos, medio único de asegurar la continuidad de su acción Y
evitar que la menor interrupción deje sin armamento al carro.
La ametralladora Hochkiss, no obstante sus excelentes condiciones
balísticas, necesita una cartuchera seleccionada que disminuya las
interrupciones, tan frecuentes en nuestras unidades de ametralladoras, por
las municiones tan diversas que se emplean.
El personal de estos carros ha de ser competentísimo y su instrucción
perfecta, además de estar escogido entre personal entrenado en la campaña.
Los tanques, en esta clase de guerra, han de operar prestándose mutuo apoyo,
y en los períodos de instrucción han de practicar sus ejercicioS en
combinación con aquellas tropas con las que han de sostener enlace en el
combate.
La falta de gasolina, causa a que se atribuyó la pérdida de los tanques, es,
como se ve, tan pequeña e indica al mismo tiempo tal falta de preparación en
el personal, que no por ello han de sentenciarse esas unidades al fracaso.
Los enemigos de los tanques son: la artillería, los fusiles y las
ametralladoras contratanques; si nuestro enemigo no dispone de estos medios
de acción, evidentemente su empleo no ha de tener contratiempo y causará a
los harqueños hondo quebranto, evitando al mismo tiempo las bajas propias.
No quiero decir con esto que el carro de asalto vaya a solucionar la
campaña, pero sí que ha de ser un poderoso elemento para nuestra acción
militar, y su empleo en mayor número encajará dentro de las aspiraciones de
la Nación de reducir los efectivos que en África combaten. La construcción
de un tanque ligero, con más de un tirador, especial para Marruecos,
aumentaría la eficacia y radio de acción de esta arma.
Las unidades de tanques tienen un valor que hoy parece desconocerse, y no
hay que olvidar que lo más caro en esta guerra no es el material, sino los
hombres.

EL AVANCE SOBRE Tuguntz continúa. El día 29 sale la columna a las órdenes
del General Berenguer y se concentra al abrigo de las posiciones de Ambar y
Velázquez, permaneciendo las baterías ligeras y del Grupo de Instrucción en
el borde de la meseta de Arkab.
Con la Legión por la derecha y los Regulares por la izquierda, avanza la
vanguardia en dirección de Ala loma de los tanques@ y va coronando las
sucesivas alturas hasta llegar a las que se han de conocer en lo sucesivo
con los nombres de Tuguntz y Cala. El enemigo, en estos momentos, tirotea
con alguna intensidad, pero el combate se desarrolla fácil, y descendiendo
de esas posiciones ocupamos las alturas siguientes, anteriores al río Bas. A
nuestra derecha avanzan tropas de Policía, y por este lado, y a retaguardia,
se ve a lo lejos la caballería de la columna Cabanellas.
El terreno hacia el Bas es malísimo; las lomas están surcadas de profundas
grietas, que, muriendo en el cajón del río, constituyen magníficos caminos
cubiertos, y la altura de estas lomas oculta el valle del Bas a las baterías
de montaña establecidas en la posición, que sólo de muy lejos pueden batir
los caminos que bajan de Dar Quebdani.
Por la izquierda avanza un escuadrón de Regulares. En el collado aparece de
pronto numeroso enemigo. Le deja avanzar, y cuando está a media ladera,
rompe sobre él sus mortíferos fuegos. Muchos jinetes caen, otros mueren con
sus caballos y varios de éstos, sin jinete, galopan asustados entre el
nutrido fuego, mientras los restos del escuadrón se retiran al galope por
los costados de la loma.
La infantería de Regulares avanza a apoyarles, y el combate se entabla duro
en todo el frente; las grietas del terreno son empleadas como trincheras, y
los moros llegan sin ser vistos hasta pocos metros de las guerrillas.
En esta situación transcurre el día. A lo lejos, por los caminos de Beni
Ulixek y Dar Quebdani, se ve venir numerosos grupos de moros que se pierden
en las profundas barrancadas del Bas. Algunos entre ellos llegan a caballo;
éstos son los que frecuentemente se adelantan en la retirada Y ocupan al
galope las lomas por nosotros abandonadas. Es una de las herencias del
desastre. La abundancia de caballos les permite emplearlos como infantería
montada; en las retiradas pueden caer rápidamente sobre los escalones de
retaguardia, y en el avance defienden las lomas hasta el último momento.
Todos estos grupos que acuden al combate llegan a él al mediodía, que es
cuando generalmente se empeña la acción. En estos momentos, toda la
vigilancia es poca, y los barrancos, a los flancos y retaguardia, deben ser
observados con pequeños destacamentos; muchas veces la práctico en esta
clase de guerra nos dice por adelantado dónde ha de aparecer el enemigo.
La presencia de unos grupos a pocos pasos de los policías de nuestra derecha
motiva una vacilación en este lado, al que tenemos que acudir haciendo
reaccionar la línea. El fuego sigue muy intenso, y en estos momentos duros
de la acción, el Alférez Llaneza, de la 130, recibe muerte gloriosa.
Los cañones enemigos colocan sus proyectiles entre nuestros sostenes sin
causarnos bajas, mientras en la izquierda, una compañía del Batallón de
Galicia avanza en auxilio de los Regulares. Con los gemelos vemos
aproximarse al lugar donde el fuego es más empeñado un enorme guerrillón;
los moros de Regulares, retrasados en la loma y parapetados, nos indican lo
que va a pasar, (Quién pudiera detenerlos! El enemigo espera que se
adelanten, y cuando están al descubierto rompen el fuego y caen sin combatir
una porción de soldados. Muchos se tumban y disparan, pero, )a dónde?, (si
uno de los problemas de esta guerra es aprender a ver al enemigo! La gente
se porta bravamente, pero como dicen los moros: TODAVÍA NO SABER MANERA.
La retirada es difícil; los harqueños están tan próximos, que en pocos
metros pueden coronar las lomas y nosotros tenemos que descender de ellas y
subir a las anteriores.
Al empezar la retirada, los nuestros se detienen, vuelven unos momentos y
después de hacer unas descargas descienden por la pendiente, mientras las
ametralladoras y unidades colocadas a retaguardia ponen sobre la cumbre su
fuego de barraje. La retirada sigue luego ordenada al abrigo de las
posiciones.



XIX - Chemorra, Dar Quebdani, Tahuima. En el Peñón

El mes de abril es feliz en operaciones, y con escasas bajas se alcanzan los
distintos Objetivos.
Sigue el avance sobre Beni Said. Esta vez nuestro papel es distraer la
atención enemiga, batiendo con nuestra artillería las concentraciones en el
valle del Bas, mientras la columna Cabanellas ocupa Chemorra y otras
posiciones.
Salimos antes del amanecer, y a las siete de la mañana se ocupan las alturas
a la derecha de Tuguntz, sin ser hostilizados. El enemigo se presenta a lo
lejos en actitud de espera; los cañones de nuestra columna y el Grupo de
Instrucción baten las concentraciones y aduares enemigos; en el fondo del
valle las fuerzas de Cabanellas empeñan combate y fortifican las posiciones.
La retirada se hace normal, y regresamos sin novedad al punto de partida.

PARA EL DÍA 8 se prepara la toma de Dar Quebdani; la columna Cabanellas lo
abordará de frente y nosotros avanzaremos a establecer contacto con ella y
cortar el paso del enemigo en la cuenca del Bas.
La operación resulta preciosa. Las columnas avanzan en direcciones
perpendiculares. Llegamos al Bas, y desde Ambar Oriental al río extendemos
nuestra línea, cortando el paso al enemigo. Nuestra situación es muy
favorable, y las ametralladoras Y fusilería mantienen a raya a los
harqueños, causándoles bastantes bajas; Y en la retirada, aunque los moros
pretenden acercarse, no consiguen más que causarnos tres heridos.

CUANDO REGRESAMOS de Dar Quebdani, el General nos da la noticia de que el
Peñón de Vélez de la Gomera es constantemente atacado, y ordena el envío
urgente de 50 legionarios voluntarios con dos oficiales a reforzar la
guarnición.
En las compañías, todos los soldados se presentan voluntarios para la
empresa, y se disputan el honor de ser nombrados, y, por fin, son designados
un cabo Y ocho legionarios entre los mejores tiradores de cada compañía.
Entre los oficiales se repite la misma escena, y es nombrado el Teniente
Esparza jefe de la expedición.
En el ABustamante@, y en la oscuridad de la noche, se acercan a la costa; a
un kilómetro del Peñón transbordan a una gasolinera Y protegidos por el
cazatorpedero se aproximan al Peñón.
Una línea de pequeñas luces se ve hacia la playa. Los disparos de la
artillería y fusilería enemiga avisan que el enemigo ha advertido la
maniobra, y siguiendo una luz roja llega la gasolinera al abrigo del
cortado.
Una escala de cuerda se ofrece para el desembarco, y con dificultad suben
por ella muchos de los soldados, mientras otros ascienden metidos en el
serón de subir la carga. Los legionarios pasan desde este día a ocupar el
sector peligroso.
Los puestos de servicio son seis, en unas pequeñas cuevas a la orilla del
mar, y a cuarenta metros, en la costa, se encuentran los tiradores enemigos.
La situación del Peñón no es mala; no obstante los bombardeos de la
artillería enemiga, los legionarios se encuentran encantados, y con sus
fusiles y ametralladoras han organizado un contrapaqueo que no deja parar a
los indígenas a la vista de la posición.
Los trabajos de fortificación se activan, y algunas noches bajan los
legionarios por una cuerda de nudos al pie del cortado, y por medio de otra
cuerda han subido más de mil tablones en la playa abandonados y refuerzan
con ellos las obras de sacos.
Durante las noches se cruzan mil insultos con los cabileños, que han
aprendido los nombres de las clases y oficiales, hasta el extremo de que la
misma noche que los legionarios llegaban preguntaban los moros, )si llegar
los del Tersio?
A los pocos días de llegar los legionarios, se siente decaimiento en el
campo moro. Entre los que a diario vocean a la Plaza se encuentra Hamido, el
hijo del dueño de un comercio del peñón, el marrajo moro que también
habitaba con los españoles y que algunas noches corea y aun canta la jota de
Navarra, aprendida en sus muchos años de convivencia con los cristianos.
Estos moros abandonaron, en víspera del ataque, el Peñón y se pasaron al
enemigo creyendo en las promesas de Abd-el-Krim y en la toma de la Plaza por
los indígenas, y hoy están ya arrepentidos; perdieron las mercancías de sus
tiendas; y sus fardos de té, tabaco y azúcar, abandonados en el muelle, son
de noche recogidos por los legionarios.
La situación del Peñón es buena; sólo de cuando en cuando los moros cañonean
o disparan sus fusiles, pero esto no priva a los soldados de bañarse y
dedicarse a la pesca durante el día para ir matando el enorme aburrimiento
del Peñón en calma.
Las malas condiciones en que se hace el convoy, la falta de desembarco y el
tener que efectuar de noche la maniobra de descarga, hace que los convoyes
se lleven de tarde en tarde y que la guarnición pase algunas privaciones. La
carne no existe y los ranchos tienen que reducirse al condimento de alubias,
garbanzos, arroz con tocino y, en algunas épocas, un poco de chorizo. Los
legionarios han encontrado compensación y durante el día se dedican a cazar
gatos, que adobados y puestos al sereno se les convierten en riquísimos
conejos, y así han ido dando cuenta de los cincuenta o sesenta gatos que
habitaban en el Peñón; sólo uno era respetado, el del Comandante militar,
pero un día que el convoy tardaba, cuentan los legionarios que el gato se
suicidó; nadie lo había matado.
La situación en el Peñón sigue siendo tranquila y la guarnición de
legionarios reducida a treinta hombres.
Días después de salir los legionarios para el Peñón, se recibió de S. M. el
Rey (q. D. g.) el siguiente telegrama: Ael Rey al Teniente Coronel Millán
Astray, Jefe Tercio. -Felicito al Tercio por la hermosa defensa del blocao
Miskrela y por el espíritu que demuestra al ser todos voluntarios para ir al
Peñón de las Banderas de Melilla, y tú como creador de esa fuerza recibe las
gracias de tu Rey y un fuerte abrazo.-Alfonso, Rey@.

LAS INCURSIONES de algunos merodeadores enemigos en el camino de Batel
motiva la colocación de un blocao que, vigilando los pasos de la montaña
entre Haman y Uestia, aleje el peligro de la carretera; para conseguirlo,
sale la Legión con una batería a proteger los trabajos de fortificación,
ocupando por sorpresa el rocoso y alto pico frente a las posiciones antes
dichas.
Quince legionarios decididos, con sus oficiales, hacen la penosa ascensión y
a los pocos momentos sus disparos alejan al enemigo, que intenta molestar
los trabajos.
Conforme avanza el día, de la harca de Tamasusi se acercan por el monte
algunos grupos de harqueños, pero los legionarios, en su nido de águilas, se
entretienen en cazar a todo el que se aventura en los collados.
Al mediodía, construido el blocao en piedra, descienden los legionarios y al
poco tiempo los moros aparecen en las estribaciones del crestón; el fuego se
intensifica un poco en la retirada y tenemos tres heridos.
Este puesto fue durante varios días objeto de las preferencias del enemigo,
que no pudiendo pasar hacia la carretera, lo hostilizaba diariamente,
llegando una noche a atacarlo con artillería, sin lograr hacerles bajas.

LAS CONFIDENCIAS acusan estos días el aumento de efectivo de la harca de
Tamasusi, y una mañana los proyectiles de un cañón de montaña caen delante
de la posición de Dríus. Se observa el campo y no es posible ver el humo de
los disparos. Es admirable el arte con que se ocultan de la vista estos
fantásticos pacos de cañón.
Estos días se proyecta la ocupación de Tamasusi, y al amanecer del día 14
avanzamos, en vanguardia de la columna, en dirección al collado.
El paqueo empieza y, débilmente hostilizadas, dos compañías emprenden la
subida al monte. El enemigo se pronuncia en huida por la otra vertiente y,
al coronar la loma, le perseguimos con nuestro fuego por el llano. No es
este el moro duro y valiente de días anteriores; son los judíos de M'Talza,
que huyen al primer encuentro.
Por la derecha, en dirección a Midar y montes del fondo, se ve venir
numeroso enemigo que se oculta en los barrancos; entre ellos abundan los
jinetes y todos parecen dirigirse hacia la loma rocosa que ha de ocupar la
caballería.
Nuestras baterías de montaña, batiendo la loma, protegen el avance de
Policía y caballería de Regulares, y los carros de asalto, por el llano,
cooperan a la acción.
A los pocos minutos, los regulares llegan y el enemigo se dispersa hacia la
montaña; nuestras baterías les alcanzan con el fuego; se ven caer los
jinetes; muchos muertos quedan diseminados por el llano; desaparece del
escenario del combate aquella gran concentración guerrera, y al pie de
Tamasusi se recupera el cañón enemigo.
Las bajas de la columna son escasísimas y el repliegue se efectúa sin apenas
ser hostilizados.

TRES DÍAS DESPUÉS se ocupa la Chaif; los camiones blindados y carros de
asalto avanzan por el llano y orillas del Kert, manteniendo a raya al
enemigo. Las baterías dispersan las concentraciones enemigas, que intentan
acercarse desde Midar.



XX - Consideraciones generales

Llevamos un mes de paz en el campamento de Dríus; las empresas guerreras
parecen suspendidas y nuestro sueño de ir sobre Alhucemas y dar digno remate
a la acción militar, se aleja indefinidamente.
Acción política, empleo de los grandes caídes, protectorado civil y ejército
colonial. Sobre esto giran en la actualidad todos los comentarios.
Un apasionamiento grande ha llevado al ánimo de los españoles que la
política ha estado ausente en nuestra acción africana; y olvidando tal vez
demasiado la psicología de los cabileños, han hecho creer al pueblo que la
labor política nos ha de dar el territorio pacificado.
En Marruecos, en todas las épocas, la labor política y militar han ido
emparejadas y no ha sido la ausencia de la primera lo que nos llevó, como
alguien cree, al desastre de julio. Si hubo algún error o desacierto en la
labor de policía, no es justo atribuir a ello las causas del desastre;
examinemos nuestras conciencias, miremos nuestras virtudes aletargadas y
encontraremos la crisis de ideales que convirtió en derrota lo que debió
haber sido pequeño revés.
España necesita, y necesita pronto, dominar la costa, establecerse en ella y
dar al mundo la sensación de que las calas y ensenadas marroquíes han dejado
de ser nido de piratas y que en ellos los faros de civilización marcan la
ruta a los navegantes.
Mientras tengamos enfrente contingentes armados; mientras Beniurriaguel no
sea sometido, el problema de Marruecos ha de seguir en pie. De
Beniaurriaguel salió el levantamiento de julio, a ellos pertenecían los
guerreros que levantaron Gomara y sitiaron a Magán; y en Miskrela y los
Peñones existen sobradas pruebas de su rebeldía.
Alhucemas es el foco de la rebelión antiespañola, es el camino a Fez, la
salida corta al Mediterráneo, y allí está la clave de muchas propagandas que
terminarán el día que sentemos el pie en aquella costa.
La organización militar del Protectorado y la creación de las unidades
coloniales son problemas muy complejos y dignos de mayor estudio, en el que
la calidad y no el número de tropas han de dar la solución al problema.
Para organizar ese ejército, base legionarios o base regulares, hace falta
que los banderines enganchen voluntarios, que las leyes que se dicten
beneficien al voluntario y que en la vida militar encuentren los soldados
los periódicos descansos y el relativo bienestar de las tropas coloniales.
Su calidad no depende sólo de la materia prima. El soldado voluntario es
como todos los soldados y lo que mejora su calidad es la elección de
cuadros, el poder llevar a ellos una oficialidad entusiasta y valerosa que
les eduque en un credo de ideales, que no ha de sostenerse con unos puñados
de pesetas. Es necesario el estímulo, que los oficiales se especialicen en
la guerra, que conozcan al enemigo y que no sueñen con el momento de
regresar a la Península, cumplida su forzosa estancia. Sólo el premio justo
puede en esta época de positivismo conservar en África los cuadros de
oficiales apropiados para las unidades de choque.
En la organización militar del Protectorado, el empleo de las modernas armas
automáticas con la organización de batallones de ametralladoras y fusiles
ametralladores, permitirán en el porvenir la reducción de las numerosas
guarniciones de posiciones y los servicios de aprovisionamiento. Lo que
unido a las modernas unidades de tanques, ha de ser la más firme base para
la reducción de nuestros efectivos.
Relatadas las operaciones, no he de dejar de hacer unos comentarios a esta
clase de guerra, pues si en algún capítulo señalo defectos, no ha sido el
deseo de crítica el que dictó mis palabras, sino por el contrario, el
explicar los medios con que pueden corregirse.
Todos los que hemos servido en fuerzas indígenas conocemos la frase tan
frecuente en esta guerra entre los moros: TENIENTE FULANO NO SABER MANERA;
quieren decir con esto, que no tiene todavía la malicia de la guerra y hace
la aplicación rígida de los reglamentos, sin amoldarlos a la índole especial
del combate.
En esta campaña hemos visto frecuentemente los casos en que por NO SABER
MANERA (emplearemos la frase), se acrecentó el número de bajas.
El combate en Marruecos se caracteriza por no presentarse el enemigo en los
avances en una situación decidida y franca; los moros no aparecen al
descubierto y hacen del terreno un aprovechamiento ideal. Si se avanza,
generalmente retroceden combatiendo; y si las tropas se estabilizan, se
aproximan por las barrancadas y zona desenfilada y pronto existen un sin
número de tiradores que aprovechan los momentos propicios para causar
numerosas bajas.
Si a esos tiradores oponéis las rígidas secciones en guerrilla de nuestros
reglamentos, aumentarán vuestros heridos. Esto sólo lo evita el oficial
obligando a su tropa, al estabilizarse, a hacer un perfecto aprovechamiento
del terreno, formando con las piedras pequeños parapetos, que más tarde han
de resguardarse de los fuegos enemigos, sin colocar más hombres que los
necesarios para la acción, permaneciendo detrás, a cubierto y todo lo
próximo que sea posible, el resto de la unidad, despiertos y prevenidos para
contrarrestar, caso preciso, cualquier reacción enemiga.
Al subir a las lomas y en los avances, ocurre frecuentemente ver aparecer
unos enormes guerrillones sobre las crestas. El enemigo hace unos disparos y
ocasiona las consiguientes bajas; por esto hay que enseñar al soldado a
subir a las crestas con precaución y gateando, si así conviniese, los
últimos pasos, dispuesto siempre a tropezar al enemigo y evitar ser
sorprendido.
El oficial debe tener instruidas a sus escuadras y clases para que la
sección no forme un todo rígido y que si la loma es pequeña o existe una
casa, chumberas, etc., las escuadras exteriores rebasen por las laderas o
por los flancos el obstáculo a ocupar y de esta manera se evitarán
sorpresas.
Esto que aquí se indica deben practicarlo las compañías con sus secciones y
el batallón con sus compañías formando un conjunto flexible en que las
unidades o fracciones se apoyen o flanqueen.
El enemigo emplea en esta guerra mil procedimientos para ocasionar en
nuestras tropas efectos de sorpresa. Así se ve una loma ocupada por numeroso
enemigo, que éste abandona al parecer ante el fuego preparatorio de nuestra
artillería.
Las fuerzas avanzan a ocuparlo y en esos momentos en que el soldado se cree
libre de peligro, los harqueños, en oleadas, se presentan dando gritos y
aprovechan sabiamente la impresión causada.
Contra esto hay que prevenir constantemente a los soldados, volverlos
desconfiados y que si llega el caso, serenos, rechacen la agresión
convenciéndose de que los moros no llegan al arma blanca más que cuando los
soldados corren.
Otra de las modalidades se presenta en la ocupación de las crestas. En una
guerra regular, la colocación de las guerrillas en la cresta militar es lo
apropiado, pero en Marruecos hay que abandonar la mayoría de los casos esta
práctica y ocupar las crestas topográficas, colocando sólo en la militar un
pequeño número de soldados que vigilen el acceso a la loma y el fondo de la
barrancada, escogiendo para ello lugares a los flancos o aquellos puntos en
que el terreno permita llegar a cubierto.
Esta colocación de tropas, que contraría lo preceptuado, nos ofrece por la
índole del combate muchísimas ventajas, librándonos de los inconvenientes
que lleva aneja la ocupación de la cresta militar.
En la cresta topográfica las guerrillas encuentran abrigo de los fuegos
enemigos y el municionamiento y retirada de heridos no ocasiona ese
sinnúmero de bajas que lleva consigo el rebasar las crestas topográficas. En
el caso de ocupar la militar, los soldados estarán al descubierto, las bajas
aumentarían, la retirada de cada hombre costará las de otros varios y en los
momentos de la retirada es difícil el evitar que quede abandonado algún
soldado.
El único peligro aparente de este dispositivo es el caso de una reacción
enemiga, pero para evitarlo están esos soldados o escuadras adelantadas en
los sitios favorables y el buscar la observación sobre las laderas por otra
unidad inmediata que domine este terreno. Sin olvidar que la reacción
enemiga no es la característica general de los combates en Marruecos, en los
que la mayoría de las bajas son ocasionadas durante las interminables
esperas en tiroteo con el enemigo, mientras se construyen las posiciones.
Los barrancos tienen también para este enemigo más importancia que las
lomas; constituyen excelentes caminos cubiertos para aproximarse y no basta
ocupar las lomas y vigilar las alturas vecinas; es imprescindible vigilar
las hondonadas a los flancos y retaguardia y adelantar por ellos, si así
conviniese, escuadras de seis u ocho hombres, que en la hora de la retirada
lo hacen a cubierto siguiendo el barranco.
La retirada es una de las maniobras que más se practica, y siendo estos
movimientos la piedra de toque de la moral de las tropas, todas las
precauciones han de ser pocas para llevarlas a feliz término. Esas retiradas
lentas, por escalones, tan frecuentes en nuestras escuelas prácticas, en que
los saltos se acomodan a las reglas de la guerra regular, olvidando tal vez
demasiado la realidad del combate, tienen que desterrarse de nuestra campaña
de Marruecos.
El moro aprovecha los momentos de la retirada para echarse encima, ganar la
cresta y sorprender con su fuego a la tropa en los momentos del repliegue.
En las retiradas, en que una fuerza se para a hacer un escalón, recorrido el
espacio que le dicen los reglamentos, si el enemigo ha ganado la cresta,
aumentará muchísimo el número de bajas, y si la moral de las tropas no es
excelente y la zona está muy enfilada, se acaba abandonando los heridos y
sembrando en ella el germen del chaqueteo.
Para evitar esto, es conveniente que los saltos se ajusten a las condiciones
del terreno, teniendo establecidas previamente a retaguardia otras unidades
que protejan la retirada, que harán los soldados al paso ligero y teniendo
una señal convenida para volver a ocupar el puesto en caso de que alguno
caiga herido, estando siempre los sostenes dispuestos para reaccionar en
este sentido.
La situación a retaguardia de las ametralladoras, batiendo las crestas y
collados en que el enemigo hará su probable aparición, permitirá en la
mayoría de los casos, colocando en ellas un fuego de barraje, retirarse sin
ser hostilizado.
Si el enemigo está muy próximo y el terreno puede favorecer su avance,
entonces es preciso simular la retirada esperándole con serenidad que llegue
a pocos metros, hacerle unas descargas y aprovechar la segura huida para
desplegarse, en la seguridad que no se echará encima nuevamente; pero para
esto hace falta que la moral de las tropas sea muy elevada.
Todas estas prácticas, el aprovechamiento del terreno disimulando la
situación de los tiradores, la ocupación de las crestas, las retiradas,
etcétera, esa malicia del combate, los moros la señalan con las palabras
españolas de saber manera, y es indispensable en esta guerra que todos
aprendan a saber manera.


XXI - Infantes heroicos

No he de cerrar mi libro sin dedicar un recuerdo a los gloriosamente caídos
en la heroica defensa de las posiciones.
En los primeros momentos del desastre, el dolor de la tragedia nubló la
gloria de muchos de nuestros compañeros muertos en la defensa heroica de sus
puestos, y humanos egoísmos más tarde dejaron en silencio estos hechos
gloriosos; y el pueblo sabe cómo se rindió tal posición, pero ignora cómo
han muerto sus mejores soldados.
El nombre de los defensores de Igueriben debiera figurar con letras de oro
en el libro de nuestra Infantería. El comandante Benítez hizo de esta
posición la defensa más heroica; sin agua, sin víveres, Benítez resistía y
el convoy no llegaba... Un día triste se desistió del socorro, se les
autorizaba a rendirse, a entrar en tratos con el enemigo; pero Benítez y los
suyos conservan en su alma el temple de los heroicos infantes, y de labios
de un testigo hemos oído el último telegrama: ALos jefes y oficiales de
Igueriben..., mueren pero no se rinden@, y ponen fin a sus vidas con el más
grande de los heroísmos.
Los moros, más justos, pronuncian con admiración y respeto el nombre de
Igueriben.
En Sidi-Dris, Velázquez escribe con su guarnición otra página gloriosa, y en
ella muere con la mayoría de sus soldados.
No pasaba un día, en aquellos de nuestra llegada, sin que algún soldado
herido o extenuado del hambre y del cansancio no fuera recogido por nuestro
servicio, o puestos avanzados, y nos refiriese el término glorioso de tantas
posiciones. De ellos he obtenido estos relatos, cuando la emoción nublaba
sus palabras y aún no se había podido urdir la fábula.
Un día es un soldado del regimiento de Melilla que viene de Dar Quebdani,
donde una compañía de dicho regimiento se ha cubierto de gloria. Voluntario
marcha el capitán con la compañía a la aguada donde es atacado por enemigo
numeroso; se fortifica en una casa mora y en ella resiste los duros ataques
de los cabileños.
La posición principal se rinde, y recibe de los jefes enemigos las mismas
proposiciones, que son rechazadas con orgullo por los sitiados.
Pronto los moros, que cercaban la posición rendida, le rodean, y con las
propias armas y municiones españolas ponen sitio a aquel baluarte de
heroicos soldados; la compañía se defiende gloriosamente y al capitán se le
oye decir: AÁnimo, muchachos, que si salimos de ésta ya nos la pagarán.@
Gloriosamente van cayendo la mayoría de los soldados; quedan pocos en pie y
el capitán también se encuentra herido; y cuando la defensa llega a su fin,
cuando ya no quedan hombres para seguir en el empeño, quema los billetes y
retratos y muere sin rendirse...
)Su nombre?... ENRIQUE AMADOR ASÍN... )Sus soldados? ALa sexta del tercero
de Melilla.@
Pacificado Beni Said, los moros relatan el glorioso episodio. Les habían
causado con su defensa cuarenta y ocho muertos y ciento cuarenta heridos, y
los cabileños, admirados de su valor, le dieron sepultura.
No es éste solo el caso en que los moros, rindiendo admiración al heroísmo,
entierran los restos gloriosos de un oficial. En Arrof, el teniente García
Méndez, de la escala de reserva, se niega a retirarse cuando lo hace su
compañía, y herido de gravedad se hace pasear en la camilla animan do a los
defensores y rechazando las proposiciones enemigas; mueren en la heroica
defensa todos menos uno de sus soldados. El cadáver del teniente fue
enterrado por el enemigo.
En otra posición, el capitán Escribano escribe otra página gloriosa.
Agotados los víveres y medios de defensa, sale a la alambrada a parlamentar
con los jefes enemigos, dejando preparados en la posición a los defensores
para que mueran matando y disparen a su voz, y cuando tiene a su lado a los
jefes y grupos moros, da la voz de (fuego! y muere entre los cabecillas.
Muchísimos son los detalles de los hechos gloriosos, y Wieiti, Verdiguer,
Navarro, Rodríguez Chapel, Gil Cabrera, Bulnes, Galán y otros heroicos
capitanes y oficiales de nuestra Infantería, defendieron sus posiciones
hasta perder el último soldado, al frente de los cuales encontraron muerte
gloriosa.
(Salve!, heroicos defensores de Igueriben; (salve!, gloriosos soldados de la
Infantería.
El horror del desastre no podrá nunca nublar vuestra gloria.

FIN


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